—La dejamos allí. —Kenneth no era capaz de mirar a Erica—. La dejamos allí, sin más.
—¿Qué ocurrió después? —preguntó Erica. Seguía sin hacer ningún reproche, por lo que Kenneth se sentía aún peor.
—Yo estaba aterrado. A la mañana siguiente, cuando me desperté, pensé que habría sido un mal sueño, pero al comprender que había ocurrido de verdad, al tomar conciencia de lo que habíamos hecho… —Se le quebró la voz—. Estuve todo el día temiendo que la Policía llamara a la puerta en cualquier momento.
—Pero no lo hicieron, ¿verdad?
—No. Y unos días después oí que los Lissander se habían mudado.
—¿Y vosotros? ¿No hablasteis del asunto?
—No, jamás. No porque lo hubiésemos acordado, simplemente nunca lo comentamos. Hasta que Magnus bebió de más aquel verano y lo sacó a relucir.
—¿Fue la primera vez en todos esos años? —preguntó Erica incrédula.
—Sí, fue la primera vez. Pero yo sabía cómo sufría Magnus. Él era el que peor lo llevaba. Yo conseguí no pensar en ello. Me centré en Lisbet y en mi vida. Elegí el olvido. Y Erik, bueno, no creo que tuviera ni que intentarlo. No creo que le preocupase nunca.
—De todos modos, os habéis mantenido juntos todos estos años.
—Sí, ni yo mismo lo entiendo. Pero nosotros… en fin, yo me merecía esto —dijo señalándose los brazos vendados—. Merezco algo peor, pero no Lisbet, ella era inocente. Lo peor es que debió de enterarse de todo, fue lo último que oyó antes de morir. Yo no era quien ella creía, nuestra vida fue una mentira. —Kenneth hacía lo posible por contener el llanto.
—Lo que hicisteis fue horrendo —respondió Erica—. No podría decir lo contrario. Pero tu vida con Lisbet no fue una mentira y yo creo que ella lo supo, oyera lo que oyera sobre ti.
—Intentaré explicárselo —dijo Kenneth—. Sé que pronto será mi turno, ella vendrá a verme a mí también, y entonces tendré la oportunidad de explicárselo. Tengo que creer que podré, de lo contrario, todo será… —se interrumpió y volvió la cabeza.
—¿Qué quieres decir? ¿Quién va a venir a verte?
—Alice, naturalmente. —Kenneth se preguntó si Erica no le había prestado atención mientras hablaba—. Ella es la responsable de todo.
Erica no dijo nada, solo se quedó mirándolo compasiva.
—No es Alice —respondió al cabo de unos instantes—. No es Alice.
Cerró el libro. No lo había entendido todo, era demasiado profundo para su gusto y el lenguaje resultaba a veces muy enrevesado, pero había podido seguir el hilo argumental. Y comprendió que debería haberlo leído antes, porque ahora empezaba a ver con más claridad algunas cosas.
Recordó algo. La imagen de un instante en el dormitorio de Cia y Magnus. Algo que había visto y a lo que no atribuyó demasiada importancia en aquel momento. ¿Cómo fijarse en aquello? Sabía que habría sido imposible. Aun así, era imposible no reprochárselo.
Marcó un número en el móvil.
—Hola, Ludvig, ¿está tu madre? —Aguardó mientras oía los pasos de Ludvig y un leve murmullo, hasta que se oyó en el auricular la voz de Cia.
—Hola, soy Patrik Hedström. Perdona que te moleste, pero me estaba preguntando… ¿qué hizo Magnus la noche antes de su desaparición? No, en realidad, no me refiero a la tarde, sino a la noche, cuando os fuisteis a la cama. ¿Ah, sí? ¿Toda la noche? De acuerdo, gracias.
Concluyó la conversación. Encajaba, todo encajaba. Pero Patrik sabía que no llegaría a ninguna parte con meras teorías infundadas. Necesitaba pruebas concluyentes. Y sin esas pruebas concretas, no quería desvelar nada a los demás. Existía el riesgo de que no lo creyeran, pero había alguien con quien sí podía hablar, alguien que podría ayudarle. Una vez más, cogió el teléfono.
«Cariño, ya sé que no te atreves a responder porque crees que estoy enfadado o que voy a intentar convencerte de que dejes lo que estás haciendo, pero acabo de leer La sombra de la sirena y creo que tú y yo vamos tras la misma pista. Necesito tu ayuda, llámame en cuanto oigas el mensaje. Un beso. Te quiero.»
—Acaba de llegar el material de Gotemburgo.
La voz de Annika resonó en el umbral y Patrik se sobresaltó.
—Vaya, ¿te he asustado? He llamado a la puerta, pero parece que no me has oído.
—No, tenía la cabeza en otra parte —se excusó.
—Pues yo creo que deberías ir al centro de salud y hacerte unos análisis —aseguró Annika—. Tienes mala cara.
—Es que estoy muy cansado, es solo eso —murmuró—. Bueno, estupendo que hayan llegado los documentos. Tengo que ir a casa un rato, así que me los llevo.
—Están en recepción —respondió Annika, aún preocupada.
Diez minutos después, salía con los documentos que Annika había impreso.
—¡Patrik! —resonó la voz de Gösta a su espalda.
—¿Sí? —dijo Patrik, más irritado de lo que pretendía, pues tenía prisa por marcharse.
—Acabo de hablar con Louise, la mujer de Erik Lind.
—¿Y qué? —dijo Patrik secamente, aún sin el menor entusiasmo.
—Según ella, Erik está a punto de dejar el país. Ha limpiado las cuentas bancarias, la privada y la de la empresa, y su vuelo sale a las cinco del aeropuerto de Landvetter.
—¿Seguro? —preguntó Patrik, ahora con todo el interés del mundo.
—Sí, lo he comprobado yo mismo. ¿Qué quieres que hagamos?
—Llévate a Martin y sal ahora mismo para Landvetter. Yo haré unas llamadas, pediré la licencia necesaria y avisaré a los colegas de Gotemburgo para que se reúnan con vosotros en el aeropuerto.
—Será un auténtico placer.
Patrik no pudo evitar la sonrisa mientras se encaminaba al coche. Gösta tenía razón. Era un verdadero placer entorpecer los planes de Erik Lind. Luego, pensó en el libro y se le apagó la sonrisa. Esperaba que Erica estuviese en casa cuando él llegara. Necesitaba su ayuda para poner fin a todo aquello.
Patrik había sacado la misma conclusión que ella. Lo supo en cuanto oyó el mensaje en el contestador. Pero él no estaba al corriente de todos los detalles. No había oído el relato de Kenneth.
Tuvo que detenerse a hacer un recado en Hamburgsund, pero en cuanto salió a la autovía, pisó el acelerador. En realidad, no había ninguna prisa, pero ella tenía la sensación de que era urgente. Ya era hora de que los secretos salieran a la luz.
Cuando aparcó delante de su casa, vio el coche de Patrik. Lo había llamado para decirle que iba de camino y le preguntó si quería que fuera a la comisaría, pero él ya estaba en casa esperándola. Esperando la última pieza del rompecabezas.
—Hola, cariño. —Erica entró en la cocina y le dio un beso.
—He leído el libro —dijo Patrik.
Erica asintió.
—Yo debería haberlo comprendido mucho antes, pero lo que leí la primera vez era un manuscrito inacabado y en varias veces. Aun así, no me explico cómo se me pudo pasar.
—Y yo debería haberlo leído antes —dijo Patrik—. Magnus se lo leyó la noche anterior a su desaparición. Que, seguramente, también fue la noche anterior a su muerte. Christian le había dejado el manuscrito. Acabo de hablar con Cia y me ha dicho que empezó a leer por la tarde y que luego la sorprendió quedándose despierto toda la noche, hasta que lo acabó. Dice que, por la mañana, le preguntó si era bueno. Pero él contestó que no quería decir nada hasta haber hablado con Christian. Lo peor es que si repasamos las notas, seguro que comprobamos que Cia lo había mencionado, pero entonces no le dimos importancia.
—Magnus debió de comprenderlo todo al leer el borrador —dijo Erica despacio—. Debió de comprender quién era Christian.
—Y esa debía de ser su intención, sin duda, que se enterara de quién era. De lo contrario, no se lo habría dado a leer. Pero ¿por qué a Magnus? ¿Por qué no a Kenneth o a Erik?
—Yo creo que Christian sentía la necesidad de volver a Fjällbacka y verlos a los tres —dijo Erica pensando en lo que le había dicho Thorvald—. Puede parecer extraño y, seguramente, ni él mismo podría explicarlo. Seguramente los odiaba, al menos, al principio. Luego supongo que Magnus empezó a caerle bien. Todo lo que he oído decir de él apunta a que era una persona muy agradable. Y también fue el único que participó en contra de su voluntad.
—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Patrik extrañado—. En la novela solo dice que había tres chicos implicados, pero no ofrece un relato detallado del episodio.
—He estado hablando con Kenneth —respondió ella con calma—. Y me ha contado todo lo que pasó aquella noche. —Erica le refirió la historia de Kenneth mientras Patrik se ponía cada vez más pálido.
—Joder, joder. Y se libraron sin más. ¿Por qué los Lissander no denunciaron la violación? ¿Por qué se mudaron e internaron a Alice?
—No lo sé. Pero seguro que los padres de acogida de Christian pueden responder a esa pregunta.
—O sea que Erik, Kenneth y Magnus violaron a Alice mientras Christian miraba. ¿Y cómo es que no hizo nada? ¿Por qué no ayudó a Alice? ¿Quizá por eso recibió las amenazas, pese a que él no participó?
Patrik tenía mejor color y respiró hondo antes de proseguir:
—Alice es la única que tiene motivos para vengarse, pero ella no puede ser. Y tampoco sabemos quién es el culpable de esto —dijo empujando hacia Erica la carpeta con la documentación—. Aquí está todo lo que se averiguó sobre los asesinatos de Maria y Emil. Los ahogaron en la bañera de su casa. Alguien mantuvo bajo el agua a un niño de un año hasta que dejó de respirar, y luego hizo lo mismo con su madre. La única pista que tiene la Policía es que un vecino vio salir del apartamento a una mujer con el pelo largo y moreno, pero no puede ser Alice, desde luego, y tampoco me imagino a Iréne, aunque también ella tendría un móvil. Así que, ¿quién coño es esa mujer? —preguntó dando un puñetazo en la mesa de pura frustración.
Erica esperó a que se calmara. Luego le dijo, despacio:
—Yo creo que lo sé. Y creo que puedo demostrártelo.
Se cepilló los dientes a conciencia, se puso el traje y se anudó la corbata, que quedó perfecta. Se peinó y luego se despeinó el pelo un poco con los dedos. Se miró al espejo, satisfecho. Era un tipo atractivo, un hombre de éxito que tenía control sobre su propia vida.
Erik cogió la maleta grande con una mano y la pequeña con la otra. Había recogido los billetes en recepción y ahora los llevaba a buen recaudo en el bolsillo interior de la chaqueta, junto con el pasaporte. Una última ojeada al espejo, antes de salir de la habitación del hotel. Tendría tiempo de tomarse una cerveza en el aeropuerto antes de irse. Sentarse tranquilamente a observar a los suecos corriendo de un lado para otro, los mismos suecos con los que, muy pronto, él no volvería a tener nada que ver. A él nunca le había entusiasmado el talante sueco. Demasiado pensamiento colectivo, demasiada insistencia con el rollo de que la sociedad tenía que ser justa. La vida no era justa. Unos tenían mejores aptitudes que otros. Y, en otro país, él tendría muchas oportunidades de explotar esas aptitudes.
Pronto estaría en marcha. El miedo que ella le inspiraba lo había relegado a un rincón apartado del subconsciente. Y pronto no tendría la menor importancia. Dentro de muy poco no podría darle alcance.
—¿Y cómo vamos a entrar? —preguntó Patrik cuando llegaron a la puerta de la cabaña. Erica no había querido revelarle nada más sobre lo que sabía o sospechaba, e insistió en que Patrik debía acompañarla.
—Fui a casa de la hermana de Sanna a buscar la llave —explicó sacando del bolso un llavero muy abultado.
Patrik sonrió. Fuera como fuera, no podía negarse que Erica tenía iniciativa.
—¿Qué estamos buscando? —dijo entrando en la cabaña detrás de ella.
Erica no respondió enseguida, sino que dijo:
—Este es el único lugar que Christian podía considerar como propio.
—Pero… ¿no es de Sanna? —preguntó Patrik mientras trataba de habituarse a la penumbra.
—Sí, según las escrituras. Pero aquí era adonde venía Christian para estar solo y cuando quería escribir. Y sospecho que lo utilizaba como un refugio.
—¿Y? —dijo Patrik sentándose en un banco de cocina que había contra la pared. Estaba tan cansado que no podía tenerse en pie.
—No sé. —Erica miró desorientada a su alrededor—. Es que creo… bueno… creía…
—¿Qué creías? —la instó Patrik. Aquella cabaña no era buen escondite para lo que quiera que estuvieran buscando. Constaba de dos habitaciones diminutas de techo tan bajo que él tenía que agachar la cabeza para estar de pie. Estaba llena de artes de pesca antiguas y había una mesa abatible junto a la ventana. Desde allí, la vista era extraordinaria. El archipiélago de Fjällbacka. Y, más allá, Badholmen—. Pronto lo sabremos, espero —dijo Patrik mirando el trampolín, que se alzaba lúgubre hacia el cielo.
—¿El qué? —Erica se movía sin ton ni son por la angosta habitación.
—Si fue asesinato o suicidio.
—¿Lo de Christian? —preguntó Erica, aunque sin esperar respuesta—. Si consiguiera encontrar… qué mal, yo creía… habríamos podido… —Hablaba de forma inconexa y Patrik no pudo evitar la risa.
—Te aseguro que en estos momentos das una imagen de lo más confusa. Si me dices qué estamos buscando, quizá pueda ayudarte.
—Creo que fue aquí donde asesinaron a Magnus. Y esperaba encontrar algo… —Siguió examinando las paredes de madera sin lijar, pintadas de azul.
—¿Aquí? —Patrik se levantó y empezó también a inspeccionar las paredes, luego el suelo, y dijo de pronto—: La alfombra.
—¿Qué quieres decir? Si está limpísima.
—Pues por eso, precisamente. Está demasiado limpia, tanto que parece nueva. Ven, ayúdame a levantarla. —Cogió una esquina de la pesada alfombra mientras Erica se esforzaba por imitarlo desde el lado opuesto—. Perdona, cariño, ¿pesa mucho? No tires demasiado fuerte —dijo Patrik inquieto al oírla jadear por el esfuerzo mientras tiraba con aquella barriga enorme.
—No, está bien —respondió—. No seas pesado y ayúdame, anda.
Retiraron la alfombra y examinaron el suelo de madera. También parecía limpio.
—Puede que en la otra habitación, ¿no? —sugirió Erica.
Pero allí el suelo estaba igual de limpio y no había alfombra.
—Me pregunto…
—¿Qué? —dijo Erica ansiosa, pero Patrik no respondió, sino que se arrodilló en el suelo y empezó a examinar las grietas que había entre los tablones. Al cabo de un rato, se puso de pie otra vez.
—Habrá que llamar a los técnicos y esperar el resultado de sus análisis, pero creo que tienes razón. Esto está muy limpio, pero parece que por aquí haya chorreado sangre, entre los listones.
—Pero ¿no debería haber restos de sangre también en la superficie? —preguntó Erica.
—Sí, solo que no es fácil detectarla a simple vista, sobre todo si han fregado el suelo. —Patrik inspeccionaba la madera, que presentaba aquí y allá manchas de varios tonos.
—De modo que murió aquí. —Pese a lo convencida que estaba, Erica notó que se le aceleraba el corazón.
—Sí, creo que sí. Y está cerca del mar, donde pensaban arrojar el cuerpo después. ¿Por qué no me cuentas lo que sabes, eh?
—Primero vamos a echar otro vistazo —dijo sin prestar atención a la expresión de desencanto de Patrik—. Mira ahí arriba. —Señaló el loft que tenían encima, una planta diáfana a la que se accedía por una escala de cuerda.
—¿Estás de broma?
—Si no lo haces tú, tendré que hacerlo yo. —Erica se plantó las manos en la barriga, para que se hiciera una idea.
—Vale —replicó con un suspiro—. No me queda otro remedio. Y supongo que sigues sin poder decirme qué es lo que estoy buscando, ¿no?
—Pues es que no lo sé exactamente —dijo Erica con total sinceridad—. Es que tengo un presentimiento…
—¿Un presentimiento? ¿Y quieres que suba por aquí por un presentimiento?
—Anda, sube ya.
Patrik trepó por la escala y entró en el loft.
—¿Ves algo? —preguntó Erica empinándose.
—Pues claro que veo algo. Sobre todo cojines, colchonetas y unos tebeos. Supongo que es aquí donde juegan los niños.
—¿Nada más? —preguntó Erica desilusionada.
—Pues no, me parece que no.
Patrik empezó a bajar, pero se detuvo a medio camino.
—¿Qué es lo que hay ahí dentro?
—¿Dónde?
—Ahí —dijo señalando una portezuela que había enfrente del loft diáfano.
—Ahí es donde la gente que tiene cabaña suele guardar los trastos, pero tú echa un vistazo.
—Sí, cálmate, ya voy. —Trató de guardar el equilibrio en la escala, mientras abría el pestillo con la mano. El marco podía quitarse entero, así que lo sacó y se lo pasó a Erica. Luego se dio la vuelta y miró dentro.
»¡Qué coño! —exclamó asombrado. Pero entonces se soltó el tornillo del techo y Patrik cayó al suelo en medio de un gran estruendo.
Louise llenó una copa de vino con agua mineral. Y la alzó en un brindis. No tardarían en pararle los pies a Erik. El policía con el que había hablado comprendió enseguida la naturaleza del asunto. Tomarían medidas, le dijo. Y le dio las gracias por su llamada. De nada, le dijo ella. No las merecía.
¿Qué iban a hacer con él? No se lo había planteado hasta el momento. Lo único que tenía en mente era que debían detenerlo, impedirle que huyera como un cobarde asqueroso con el rabo entre las piernas. Pero ¿y si lo metían en la cárcel? ¿Le devolverían el dinero a ella? Empezó a preocuparse, pero se calmó enseguida. Por supuesto que se lo devolverían y ya se encargaría ella de fundirse hasta la última corona. Y él estaría en la cárcel sabiendo que ella se estaba gastando todo su dinero, el de los dos, pero no podría hacer nada por impedirlo.
Se le ocurrió de pronto. Quería verle la cara. Quería ver qué cara ponía cuando se diera cuenta de que todo estaba perdido.
—Lo que hay que ver —dijo Torbjörn, subido en la escalera metálica que les habían prestado en la cabaña contigua.
—Y que lo digas, esto es lo nunca visto. —Patrik se frotaba la zona lumbar, donde se había llevado un buen golpe, aunque también le dolía un poco el pecho.
—En cualquier caso, no cabe duda de que eso es sangre. Y mucha. —Torbjörn señalaba el suelo, que ahora brillaba con un extraño resplandor. El Luminol desvelaba todos los restos, por muy bien que hubiesen limpiado la zona—. Hemos tomado algunas muestras, el laboratorio las comparará con la sangre de la víctima.
—Estupendo, gracias.
—A ver, entonces, ¿esto pertenece a Christian Thydell? —preguntó Torbjörn—. El tipo que bajamos del trampolín, ¿no? —dijo metiéndose en el hueco. Patrik subió por la escalera y se coló también como pudo.
—Eso parece.
—¿Por qué…? —comenzó Torbjörn, pero calló enseguida. No era asunto suyo. Su misión consistía en obtener pruebas concluyentes, y pronto tendría todas las respuestas. Señaló.
—¿Es la carta de la que hablabas?
—Sí, y que nos permite estar seguros de que se suicidó.
—Algo es algo —dijo Torbjörn, aún sin poder dar crédito a lo que veía. Aquella especie de trastero estaba atestado de accesorios femeninos. Ropa, maquillaje, joyas, zapatos. Una peluca de pelo largo y moreno.
—Recogeremos todo esto. Nos llevará un buen rato. —Torbjörn retrocedió despacio para salir, hasta que llegó con los pies al borde del suelo del loft, donde estaba apoyada la escalera—. Desde luego, lo que hay que ver —murmuró otra vez.
—Yo vuelvo a la comisaría. Tengo un par de cosas que revisar antes de informar al resto de los compañeros —dijo Patrik—. Avísame cuando terminéis aquí. —Se dio la vuelta hacia Paula, que había acudido a su llamada y que seguía con vivo interés el trabajo de los técnicos—. ¿Tú te quedas?
—Faltaría más —respondió Paula.
Patrik salió de la cabaña y los pulmones se le llenaron del fresco aire invernal. Lo que Erica le había contado cuando dieron con el escondite de Christian sumado a lo que decía la carta hizo que las piezas encajaran en su sitio una tras otra. Se le antojaba incomprensible, pero sabía que todo era verdad. Ahora lo entendía. Y cuando Gösta y Martin volvieran de Gotemburgo, los pondría al corriente de aquella trágica historia.
—Casi dos horas para que salga el vuelo. No tendríamos que haber salido tan pronto. —Martin miró el reloj cuando ya se acercaban a Landvetter.
—Ya, pero no tenemos por qué pasarlas esperando, ¿no? —Gösta giró y entró en el aparcamiento que había enfrente de la terminal—. Entramos, damos una vuelta y, cuando encontremos al elemento, lo detenemos.
—Tenemos que esperar a que lleguen los refuerzos de Gotemburgo —le recordó Martin, que se angustiaba siempre que las cosas no sucedían conforme a la normativa.
—Bah, a ese lo cogemos tú y yo sin problemas —opinó Gösta.
—Vale —respondió Martin dudando.
Salieron del coche y entraron en el aeropuerto.
—Bueno, ¿y qué hacemos ahora? —preguntó mirando a su alrededor.
—Pues podemos sentarnos a tomar un café. Y estar ojo avizor mientras tanto.
—¿No íbamos a recorrer la terminal a ver si lo localizamos?
—¿Y qué acabo de decir? —replicó Gösta—. Pues que tenemos que estar ojo avizor mientras tanto. Si nos sentamos ahí —señaló una cafetería que había en medio del vestíbulo de salidas—, tendremos un panorama estupendo de toda la zona. Y tendrá que pasar por delante de nosotros cuando llegue.
—Sí, en eso tienes razón. —Martin se dio por vencido. Sabía que no valía la pena discutir cuando a Gösta se le ponía a tiro una cafetería.
Se sentaron a una mesa después de haber pedido café y un dulce de mazapán. A Gösta se le iluminó la cara al primer bocado.
—Esto sí que es un alimento para el espíritu.
Martin no se molestó en señalar que el dulce de mazapán no podía clasificarse como alimento, precisamente. Y, además, no podía negar que estaba buenísimo. Acababa de tomarse el último bocado cuando atisbó algo con el rabillo del ojo.
—Mira, ¿no es él?
Gösta se dio la vuelta enseguida.
—Pues sí, tienes razón. Venga, vamos a por él. —Se levantó con una rapidez inusitada y Martin se apresuró a seguirlo. Erik se alejaba de ellos a buen paso, con el equipaje de mano y una maleta enorme. Llevaba un traje impecable, corbata y una camisa blanca.
Gösta y Martin aceleraron el paso para darle alcance y, como Gösta llevaba ventaja, llegó primero. Le puso a Erik una mano en el hombro y dijo:
—¿Erik Lind? Me temo que tienes que acompañarnos.
Erik se volvió con la perplejidad pintada en la cara. Por un instante, pareció sopesar la posibilidad de echar a correr, pero se conformó con librarse de la mano de Gösta.
—Tiene que tratarse de un error. Salgo ahora mismo en viaje de negocios —respondió Erik—. No sé qué está pasando, pero tengo que coger un avión, es una reunión muy importante. —Tenía la frente llena de sudor.
—Sí, eso está muy bien, pero ya tendrás oportunidad de explicarlo todo después —dijo Gösta empujando a Erik hacia la salida. La gente de alrededor se había detenido y miraba llena de curiosidad.
—Os aseguro que tengo que coger ese avión.
—Lo comprendo —afirmó Gösta tranquilamente. Luego se volvió hacia Martin—. ¿Quieres hacer el favor de coger su equipaje?
Martin asintió, pero soltó un taco para sus adentros. A él nunca le tocaba la parte divertida del trabajo.
—¿Me estás diciendo que era Christian? —Anna estaba boquiabierta.
—Sí y no —respondió Erica—. Estuve hablando con Thorvald y, la verdad, nunca lo sabremos con certeza, pero todo indica que es así.
—O sea que Christian tenía dos personalidades que no se conocían, ¿no? —Anna sonaba escéptica. Cuando Erica la llamó después de la visita a la cabaña de Sanna, Anna se presentó enseguida. Patrik había vuelto a la comisaría y Erica no quería estar sola. Y Anna era la única persona con la que le apetecía hablar.
—Bueno… Thorvald supone que Christian era esquizofrénico y que, además, del tipo que padece lo que se llama trastorno de personalidad disociativo. Y eso fue lo que causó la división de su persona. Puede desencadenarse cuando se está bajo una gran presión, como un medio para enfrentarse a la realidad. Y Christian sufría unos traumas atroces. Primero, la muerte de su madre y la semana que él pasó con el cadáver. Luego, lo que a mis ojos es maltrato infantil, aunque psíquico, con Iréne Lissander. La forma en que los padres de acogida lo relegaron tras el nacimiento de Alice debió de surtir el mismo efecto que otra separación. Y él culpó al bebé, o sea a Alice.
—Y por eso intentó ahogarla, ¿no? —Anna se pasó la mano por la barriga, con gesto protector.
—Exacto. Su padre la salvó, pero sufrió lesiones cerebrales graves por la falta de oxígeno. El padre encubrió a Christian y calló sobre lo sucedido. Seguramente, creería que le estaba haciendo un favor, pero yo no estaría tan segura. Imagínate, vivir siempre sabiéndolo, vivir con esa culpa… Y supongo que según iba haciéndose mayor, fue tomando conciencia de lo que había hecho. Y seguro que no le aplacaba los remordimientos el hecho de que Alice lo adorase.
—A pesar de lo que le había hecho.
—Ya, pero ella no lo sabía. Nadie lo sabía, salvo Ragnar y el propio Christian.
—Y luego, la violación…
—Pues eso, luego, la violación —dijo Erica conmovida.
Enumeraba todos los acontecimientos de la vida de Christian como si se tratara de una ecuación que al final se soluciona. Pero en realidad, era una tragedia.
Sonó el teléfono y lo cogió.
—Erica Falck. ¿Sí? No, no quiero hacer ningún comentario. Y no volváis a llamar. —Colgó furibunda el auricular.
—¿Quién era? —preguntó Anna.
—Uno de los diarios vespertinos. Querían que hiciera unas declaraciones sobre la muerte de Christian. Ya empiezan otra vez. Y eso que no lo saben todo. —Dejó escapar un suspiro—. Pobre Sanna, me da una pena…
—Pero, entonces, ¿cuándo enfermó Christian? —Anna seguía desconcertada y, desde luego, Erica la comprendía. También ella acribilló a preguntas a Thorvald, que las respondió con mucha paciencia.
—Su madre era esquizofrénica. Y es una enfermedad hereditaria. Suele aparecer en la adolescencia y, seguramente, Christian empezó a notarlo entonces, sin saber en realidad de qué se trataba. Los síntomas son muy variados: nerviosismo, pesadillas, voces, alucinaciones. No creo que los Lissander se dieran cuenta, porque Christian se mudó por entonces. O lo echaron, más bien.
—¿Que lo echaron?
—Sí, eso decía la carta que Christian dejó en la cabaña. Los Lissander dieron por hecho, sin preguntar siquiera, que fue él quien violó a Alice. Y él no protestó. Lo más probable es que se sintiera tan culpable por no haber intervenido para protegerla que pensó que tanto daba. Pero eso son especulaciones mías —confesó Erica.
—Así que lo echaron de la casa, ¿no?
—Sí, y no sé decirte en qué medida eso influyó en el desarrollo de su enfermedad, pero Patrik iba a buscar informes médicos y esas cosas. Si Christian recibió algún tipo de atención médica cuando llegó a Gotemburgo, debería figurar registrado en alguna parte. Se trata de dar con la información.
Erica hizo una pausa. Le resultaba tan duro pensar en todo lo que había sufrido Christian. Y en todo lo que había hecho.
—Patrik cree que retomarán el caso de los asesinatos de la pareja de Christian y su hijo —continuó—. Después de todo lo que hemos averiguado…
—¿Cree que Christian los mató a ellos también? ¿Por qué?
—Existe el riesgo de que nunca lo sepamos —dijo Erica—. Ni tampoco por qué lo hizo. Si la otra mitad de su personalidad, la sirena o Alice, como queramos llamarla, estaba enfadada con la mitad de Christian, quizá no soportara verlo feliz. Esa es la teoría de Thorvald, y puede que tenga razón. Es posible que la felicidad de Christian fuese el detonante. Pero ya te digo, no creo que lleguemos a saberlo nunca con certeza.