45

Christian notaba el desasosiego en el cuerpo. Una desazón que había ido creciendo y que le impedía dormir por las noches. Y que le hacía ver ojos bajo el agua.

Tenía que irse, sabía que tenía que irse. Si encontraba adónde, debía irse lejos. Lejos de su padre y de su madre, y de Alice. Y, curiosamente, separarse de Alice era lo que más le dolía.

—¡Eh, tú!

Se volvió sorprendido. Como de costumbre, había ido a Badholmen dando un paseo. Le gustaba sentarse allí a contemplar el mar y la vista de Fjällbacka.

—¡Aquí!

Christian no sabía qué pensar. Junto a los vestuarios de caballeros estaban Erik, Magnus y Kenneth. Y Erik lo estaba llamando. Christian los miró suspicaz. Fuera lo que fuera, no podían querer nada bueno. Pero era una tentación demasiado grande, de modo que, fingiendo indiferencia, se metió las manos en los bolsillos y se acercó hasta ellos.

—¿Quieres un cigarrillo? —dijo Erik ofreciéndole uno. Christian negó con la cabeza. Aún a la espera de que ocurriese la catástrofe, de que se abalanzaran sobre él al mismo tiempo. Cualquier cosa, todo menos… aquella amabilidad.

—Siéntate —le dijo Erik dando una palmadita en el suelo, a su lado.

Él se sentó, como si estuviera en un sueño. Todo se le antojaba irreal. Había acariciado aquella idea tantas veces, se lo había imaginado tal cual. Y ahora sucedía de verdad. Allí estaba él, sentado como uno más del grupo.

—¿Qué planes tienes para esta noche? —preguntó Erik intercambiando una mirada con Kenneth y Magnus.

—Ninguno en particular, ¿por qué?

—Estábamos pensando celebrar aquí una fiesta. Un rollo privado, por así decirlo. —Erik se rio.

—Ya —dijo Christian. Se movió un poco para encontrar una postura más cómoda.

—¿Quieres venir?

—¿Yo? —preguntó Christian. No estaba seguro de haber oído bien.

—Sí, tú. Pero necesitas una entrada —explicó Erik, intercambiando nuevas miradas con Kenneth y Magnus.

Así que había trampa. ¿Qué humillación habrían pensado proponerle?

—¿Cómo? —preguntó, aunque no habría debido hacerlo.

Los tres muchachos se dijeron algo entre susurros. Al final, Erik lo retó con la mirada y le dijo:

—Una botella de whisky.

Vaya, solo eso. Sintió un alivio inmenso. Podría cogerla de casa sin la menor dificultad.

—Claro, eso está hecho. ¿A qué hora vengo?

Erik dio un par de caladas. Se lo veía seguro con el cigarrillo en la mano. Adulto.

—Tenemos que asegurarnos de que no nos molestará nadie, así que después de medianoche. Sobre las doce y media, ¿no?

Christian se dio cuenta de que aceptó demasiado ansioso, pero asintió y dijo:

—Vale, a las doce y media. Aquí estaré.

—Bien —respondió Erik fríamente.

Christian se alejó aprisa. Sentía los pies más ligeros que nunca. Y si cambiaba su suerte y podía estar con ellos por fin…

El resto del día pasó muy lentamente. Por fin llegó la hora de acostarse, pero no se atrevía a cerrar los ojos por miedo a quedarse dormido. De modo que permaneció totalmente despabilado, mirando las manecillas que avanzaban con morosidad insufrible hacia la medianoche. A las doce y cuarto se levantó y se vistió procurando no hacer ruido. Bajó sigilosamente y se acercó al mueble bar. Había allí varias botellas de whisky y cogió la que estaba más llena. La botella chocó con otra al sacarla y se oyó un tintineo. Christian se quedó inmóvil un instante. Pero no parecía que el ruido hubiese despertado a nadie.

Cuando llegó a Badholmen, los oyó de lejos. Sonaba como si llevasen allí un rato, como si hubiesen empezado la fiesta sin él. Por un momento se planteó dar media vuelta. Desandar el camino hasta la casa, entrar de nuevo sin hacer ruido, dejar la botella en su sitio y meterse en la cama. Pero entonces oyó la risa de Erik y él quería participar de esa risa, ser uno de aquellos con los que Erik intercambiaba miradas. Así que siguió adelante con la botella de whisky bien apretada bajo el brazo.

—¡Hombre, hola! —farfulló Erik señalando a Christian—. Aquí llega el rey de la fiesta. —Soltó una risita que corearon Kenneth y Magnus. Este último parecía haber bebido más que ninguno, se tambaleaba y le costaba fijar la vista.

»¿Has traído la entrada? —preguntó Erik animándolo con un gesto para que se acercara.

Christian le dio la botella, aunque con desconfianza. ¿Habría llegado el momento de la humillación? ¿Lo echarían de allí una vez que hubieran conseguido lo que querían?

Pero no ocurrió nada. Nada, salvo que Erik quitó el tapón de la botella, bebió un buen trago y se la pasó a Christian. Él se quedó mirándola. Quería, pero no se atrevía del todo. Erik lo instó a beber y Christian comprendió que tenía que hacer lo que le decía si quería estar con ellos. Se sentó botella en mano y bebió. Y estuvo a punto de atragantarse con un sorbo demasiado grande que le bajó de golpe por la garganta.

—Eh, ¿qué pasa, muchacho? —Erik se echó a reír y le arreó unas palmadas en la espalda.

—Bien —respondió Christian antes de dar otro trago para demostrar que así era.

Pasaron la botella un par de rondas y Christian ya empezaba a notar una agradable calidez por todo el cuerpo. Empezó a ceder el desasosiego. El whisky inhibía todo aquello que últimamente lo mantenía despierto por las noches. Los ojos. El olor a carne en proceso de putrefacción. Tomó otro trago.

Magnus se había tumbado boca arriba y tenía la mirada perdida en el firmamento. Kenneth apenas hablaba. Simplemente asentía lleno de admiración ante todo lo que decía Erik. Pero a Christian le gustaba estar allí. Era alguien, era parte del grupo.

—¿Christian? —Se oyó una voz desde la entrada. Christian se giró. ¿Qué estaba haciendo ella allí? ¿Por qué tenía que presentarse en su fiesta y estropearlo todo? La furia de siempre despertó de nuevo.

—Lárgate —le espetó, y ella hizo un mohín.

—¿Christian? —repitió ella a punto de llorar.

Él se levantó para echarla de allí, pero Erik le puso la mano en el hombro.

—Deja que se quede —dijo. Christian lo miró atónito, pero se sentó otra vez. Obedeció.

»¡Ven! —Erik le hizo a Alice una seña para que se acercara.

Ella miró a Christian buscando su aprobación, y él se encogió de hombros.

—Siéntate —dijo Erik—. Estamos de fiesta.

—¡Fiesta! —exclamó Alice encantada.

—Qué suerte que hayas venido, así hay alguna chica guapa también. —Erik le rodeó los hombros con el brazo y le acarició un mechón. Alice se echó a reír. Le gustaba que le dijeran «guapa».

»Toma. Para participar en esta fiesta hay que beber. —Le quitó la botella a Kenneth, que acababa de tomar un trago, y se la dio a Alice.

Una vez más, ella miró a Christian, pero a él le daba igual lo que ella hiciera. Si iba detrás de él, tendría que hacer lo que tocara.

Alice empezó a toser y Erik le acarició la espalda.

—Eso es, buena chica. No pasa nada, ya verás, te acostumbrarás enseguida. Pero tienes que probar otra vez.

Aunque indecisa, Alice empinó la botella y tomó otro trago. Esta vez, la cosa fue mejor.

—Bien. Así me gusta, una chica guapa que sabe beber whisky —dijo Erik con una sonrisa que llenó de inquietud a Christian. Pensó que lo que en realidad quería era coger a Alice de la mano y llevarla a casa. Pero entonces Kenneth se sentó a su lado, le echó el brazo por los hombros y farfulló:

—Joder, Christian, y pensar que estamos aquí contigo y con tu hermana. A que no te lo imaginabas, ¿eh? Lo que pasa es que hemos comprendido que había un tío legal debajo de toda esa grasa. —Kenneth le clavó un dedo en la barriga y Christian no sabía si tomárselo como un cumplido o no.

—La verdad es que tu hermana es muy guapa —observó Erik pegándose a Alice un poco más. Luego le ayudó a empinar la botella otra vez, consiguió que bebiera otro par de tragos. Alice sonreía y tenía los ojos achispados.

Christian notó de repente que todo le daba vueltas. Todo Badholmen daba vueltas. Vueltas y más vueltas, como el globo terráqueo. Sonrió y se tumbó boca arriba al lado de Magnus y se quedó mirando las estrellas, que también parecían girar en el cielo.

Un sonido procedente de Alice lo hizo incorporarse. Le costaba mantener firme la mirada, pero vio a Erik y a Alice. Y le pareció ver que Erik tenía la mano por dentro de la camiseta de su hermana. Pero no estaba seguro. Todo daba vueltas sin parar. Se tumbó otra vez.

—Chist… —La voz de Erik y el mismo gemido de Alice. Christian se tumbó de lado con la cabeza apoyada en el brazo extendido. Observaba a Erik y a su hermana. Ya no llevaba la camiseta. Tenía los pechos pequeños y perfectos. Fue lo primero que pensó. Que tenía los pechos perfectos. No se los había visto nunca.

—No pasa nada, solo quiero tocar un poco… —Erik le magreaba el pecho con una mano y empezó a respirar entrecortadamente. Kenneth miraba embobado el torso desnudo de Alice—. Ven a tocar —le dijo Erik.

Christian se dio cuenta de que estaba asustada, de que intentaba taparse el pecho con los brazos. Pero a él le pesaba tanto la cabeza, era imposible levantarla.

Kenneth se sentó al lado de Alice. A una señal de Erik, alzó la mano y empezó a tocarle el pecho izquierdo. Apretaba despacio al principio, luego cada vez más fuerte, y Christian notó que le crecía el bulto de debajo de los pantalones.

—¿Y el resto? ¿Estará igual de bien? —murmuró Erik—. ¿Tú qué dices, Alice? ¿Tienes el culo tan estupendo como las tetas?

Alice estaba aterrada y tenía los ojos desorbitados. Pero parecía que no supiera cómo oponer resistencia y, totalmente apática, dejó que Erik le quitase las bragas. La falda no se la quitó, solo se la levantó, para que Kenneth pudiera ver.

—¿A ti qué te parece? Seguro que ahí dentro no ha estado nunca nadie, ¿eh? —Le separó las piernas a Alice, que se dejaba hacer como petrificada, incapaz de protestar.

—Coño, mira, qué guay. ¡Magnus, despierta, que te lo estás perdiendo!

Pero Magnus respondió con un débil gemido de borracho.

Christian notó que le crecía un nudo en el estómago. Aquello no estaba bien. Vio que Alice lo miraba pidiéndole ayuda sin hablar, pero tenía los ojos como cuando lo miró desde debajo del agua y Christian no podía moverse, no podía ayudarle. Lo único que podía hacer era seguir allí tumbado y dejar que el mundo continuara dando vueltas.

—El primer turno es mío —dijo Erik desabrochándose las bermudas—. Si se resiste, la sujetas.

Kenneth asintió. Estaba pálido, pero no podía apartar la vista del pecho de Alice, que relucía blanco a la luz de la luna. Erik la obligó a tumbarse, la obligó a quedarse quieta y a mirar al cielo. Christian sintió alivio al no tener que ver aquellos ojos, al comprobar que ahora miraban las estrellas y no a él. Luego empezó a crecerle el nudo otra vez, hizo un esfuerzo y logró incorporarse. Las voces gritaban y sabía que debería hacer algo, pero no sabía qué. Además, Alice no protestaba. Seguía allí tumbada, y dejó que Erik le separase las piernas, dejó que se tumbara encima, que la penetrara.

Christian sollozó. ¿Por qué tenía que ir a estropearlo todo? ¿Por qué tenía que arrebatarle lo que era suyo? ¿Por qué tenía que ir tras él y quererlo? Él no le había pedido que lo quisiera. Él la odiaba. Y allí estaba, tumbada, sin oponer resistencia.

Erik se puso rígido y dejó escapar un gemido. Salió y se abrochó el pantalón. Encendió un cigarrillo protegiendo la llama con la mano y luego miró a Kenneth.

—Te toca.

—Pero… ¿yo? —balbució Kenneth.

—Sí, ahora te toca a ti —afirmó Erik. Su voz no admitía réplica.

Kenneth dudó un instante. Pero luego volvió a agarrarle aquellos pechos firmes de pezones rosados y duros a la brisa estival. Empezó a desabrocharse el pantalón muy despacio, luego cada vez con más prisa. Al final, prácticamente se tiró encima de Alice y la penetró embistiéndola salvajemente. Tampoco él tardó mucho en soltar un hondo gemido, le temblaba todo el cuerpo, como si sufriera espasmos.

—Impresionante —dijo Erik y dio una calada—. Ahora le toca a Magnus. —Señaló con el cigarrillo al amigo, que estaba dormido, con un hilillo de saliva colgándole de la comisura de los labios.

—¿Magnus? Imposible, tiene una curda colosal. —Kenneth se echó a reír. Había dejado de mirar a Alice.

—Pues tendremos que ayudarle un poco —dijo Erik, y empezó a tirarle a Magnus del brazo—. Pero échame una mano —le dijo a Kenneth, que se apresuró a obedecer. Entre los dos consiguieron arrastrar a Magnus hasta donde estaba Alice, y Erik empezó a desabrocharle el pantalón.

»Bájale los calzoncillos —le ordenó a Kenneth, que hizo lo que le decía asqueado.

Magnus no estaba para nada y Erik se irritó. Le dio con el pie a Magnus, que se despabiló un poco.

—Tendremos que tumbarlo encima de ella, joder, él también se la tiene que follar.

Las voces habían enmudecido y ahora la cabeza le resonaba vacía. Christian tenía la impresión de estar viendo una película, algo que no estaba ocurriendo en realidad y de lo que no era partícipe. Vio cómo tendían a Magnus encima de Alice, cómo también él se despertaba lo suficiente como para empezar a moverse y a emitir sonidos salvajes, repugnantes. Nunca llegó tan lejos como los demás, sino que se durmió a medio camino, encima de Alice.

Pero Erik estaba satisfecho. Apartó a Magnus. Él estaba listo para otra ronda. El espectáculo de Alice allí tumbada, tan guapa y tan ausente, parecía excitarlo. La penetró una y otra vez, cada vez con más fuerza, se había enrollado en la mano un mechón de su melena y tiraba tanto que se lo arrancaba a puñados.

Entonces empezó a llorar. Un chillido raudo e inesperado que cortó la noche, y Erik paró en seco. La miró. Sintió el pánico. Tenía que hacerla callar, tenía que lograr que dejara de gritar.

Christian oyó que el grito se adentraba en su silencio. Se tapó los oídos con las manos, pero no sirvió de nada. Era el mismo llanto que cuando era pequeña, cuando se lo arrebató todo. Vio a Erik sentado a horcajadas sobre ella, vio que levantaba la mano y golpeaba, que él también trataba de conseguir que parase. La cabeza de Alice se estrellaba contra la madera a cada golpe, se levantaba un poco al rebotar sobre la superficie y luego se oyó el ruido de algo que se quebraba, cuando el puño de Erik se estrelló contra los huesos de la cara de Alice. Vio que Kenneth, pálido y atónito, miraba a Erik. También Magnus se había despertado con los gritos. Se había incorporado medio dormido, miraba a Erik y a Alice y sus pantalones, que estaban desabrochados.

Luego se hizo el silencio. Todo quedó en la calma más absoluta. Y Christian huyó. Se levantó y echó a correr lejos de Alice, lejos de Badholmen. Corrió a casa, cruzó el umbral, subió la escalera y corrió a su habitación. Y una vez allí, se tumbó en la cama y se tapó con el edredón, se cubrió la cabeza, cubrió las voces.

Y poco a poco, el mundo dejó de dar vueltas.