32

Patrik había enviado a Gösta y a Martin a Uddevalla para que comprobasen si Kenneth se encontraba lo bastante repuesto como para hablar con él. El equipo de técnicos de Torbjörn Ruud ya iba en camino y tendrían que dividirse para examinar tanto el lugar donde se había caído Kenneth como la casa en la que ahora se encontraban. Gösta protestó al saber que debía marcharse de allí, le habría gustado quedarse a hablar con Christian, pero Patrik prefirió que lo hiciera Paula. Pensaba que sería mejor que fuese una mujer quien hablase con Sanna y los niños. Lo que sí hizo fue anotar todos los detalles del hallazgo de la bayeta del sótano. Patrik hubo de admitir que Gösta había estado muy alerta. Con un poco de suerte, podrían encontrar tanto huellas dactilares como ADN del agresor, que tanta cautela había mostrado hasta el momento.

Observó al hombre que tenía delante. Christian parecía cansado y viejo. Era como si hubiera envejecido diez años desde la última vez que lo vio. No se había molestado en anudar bien el cinturón de la bata y tenía un aspecto vulnerable así, con el pecho descubierto. Patrik se preguntó si, por dignidad, no debería sugerirle que se cerrara bien el cuello, pero prefirió no hacerlo. La indumentaria era sin duda lo último en lo que pensaba en aquellos momentos.

—Los chicos ya están más tranquilos. Mi colega Paula hablará con ellos y con tu mujer, y hará todo lo posible por no asustarlos ni alterarlos más. ¿De acuerdo? —Patrik intentaba captar la mirada de Christian para ver si lo estaba escuchando. En un primer momento, no obtuvo respuesta alguna y pensó que debía repetir lo que acababa de decirle. Pero al final, Christian asintió despacio.

—Entre tanto, he pensado que tú y yo podríamos charlar un rato —añadió Patrik—. Sé que hasta ahora no te has mostrado muy proclive a hablar con nosotros pero, dadas las circunstancias, creo que no tienes elección. Alguien ha entrado en tu casa, en el dormitorio de tus hijos, y ha hecho algo que, si bien no les ha infligido ningún daño físico, debe de haber sido una experiencia aterradora para ellos. Si tienes alguna idea de quién podría encontrarse detrás de todo esto, debes contárnoslo. ¿No lo comprendes?

Una vez más, Christian se tomó su tiempo antes de asentir. Carraspeó como para decir algo, pero continuó en silencio. Patrik prosiguió.

—Ayer mismo supimos que también Kenneth y Erik han estado recibiendo cartas amenazadoras de la misma persona que tú. Y esta mañana, Kenneth resultó gravemente herido mientras corría. Alguien le había tendido una trampa.

Christian levantó la vista fugazmente, pero la bajó enseguida otra vez.

—No tenemos datos que acrediten que Magnus también las recibiera, pero estamos trabajando sobre esa hipótesis y sobre la de que también en su caso se trata de la misma persona. Y tengo la sensación de que tú sabes más de lo que nos has contado acerca de todo este asunto. Quizá sea algo que no quieras sacar a la luz, o algo que consideras carente de importancia, pero, en tal caso, deja que lo decidamos nosotros. La más mínima pista puede ser crucial.

Christian describía círculos con el dedo sobre la mesa. Luego miró a Patrik a los ojos. Por un instante, este pensó que quería contarle algo. Pero, finalmente, se cerró de nuevo.

—No tengo ni idea. Yo sé tanto como vosotros sobre el responsable de todo esto.

—¿Eres consciente de que tanto tú como tu familia corréis un grave peligro mientras no atrapemos a ese individuo?

De repente, vio a Christian embargado de una extraña calma. Había desaparecido la preocupación. Antes bien, había adoptado una expresión que Patrik no habría dudado en describir como resuelta.

—Lo comprendo. Y doy por hecho que haréis cuanto esté en vuestra mano por averiguar quién es el culpable. Pero, por desgracia, no puedo ayudaros. No sé nada.

—No te creo —replicó Patrik con franqueza.

Christian se encogió de hombros.

—Pues yo no puedo hacer nada. Tan solo puedo decirte la verdad. Que no sé nada. —En ese momento pareció descubrir que estaba prácticamente desnudo, porque se cruzó la bata y se ató el cinturón.

Patrik habría querido zarandearlo, tal era la frustración que sentía. Estaba convencido de que Christian se guardaba algo. Ignoraba qué, y tampoco si sería relevante para la investigación. Pero algo sabía.

—¿Cuándo os fuisteis a la cama anoche? —Patrik decidió dejar a un lado el asunto por el momento, ya volvería sobre ello más adelante. No pensaba permitir que Christian se librase tan fácilmente. Había visto el miedo de los niños cuando los vio sentados en el baño. La próxima vez quizá no fuese solo pintura. Tenía que conseguir que Christian comprendiera la gravedad del asunto.

—Yo me acosté tarde, pasada la una. Sanna y yo tenemos… ciertos problemas. Necesitaba un poco de aire.

—¿Adónde fuiste?

—No lo sé. A ningún sitio en particular. Di una vuelta por la colina, entre otros lugares, y luego paseé un poco por el pueblo.

—¿Solo? ¿En plena noche?

—No quería estar en casa. ¿Adónde iba a ir?

—De modo que llegaste a casa sobre la una, ¿no es así? ¿Estás seguro de la hora?

—Bastante. Miré el reloj cuando me encontraba en la plaza de Ingrid Bergman y entonces era la una menos cuarto. Y desde allí se tardan unos diez o quince minutos en venir aquí paseando. De modo que sería la una, bastante seguro.

—¿Y Sanna estaba dormida?

Christian asintió.

—Sí, estaba dormida. Y los niños también. Reinaba el más absoluto silencio.

—¿Fuiste a ver a los niños cuando llegaste?

—Siempre lo hago. Nils se había destapado, como de costumbre, así que lo tapé.

—Y entonces no viste nada inusual o extraño, ¿no?

—¿Te refieres a algo como grandes letras rojas en la pared? —La pregunta estaba cargada de sarcasmo y Patrik empezaba a enojarse.

—Te lo repito: ¿no viste nada inusual, nada ante lo que reaccionaras al llegar a casa?

—No —respondió Christian—. No vi nada que me llamara la atención. De ser así, no me habría ido a la cama a dormir tranquilamente, ¿no?

—No, seguramente no. —Patrik volvía a sudar. ¿Por qué la gente tenía la calefacción tan alta? Se aflojó un poco el cuello de la camisa. Era como si no le llegara el aire—. ¿Cerraste la puerta con llave cuando llegaste?

Christian parecía pensativo.

—No lo sé —contestó—. Creo que sí, normalmente siempre cierro con llave. Pero… pero la verdad, no lo recuerdo. —No quedaba ni rastro de sarcasmo. En voz muy baja, casi susurrando, dijo—: No recuerdo si cerré con llave.

—¿Y no oísteis nada anoche?

—No, nada. Yo no, desde luego, y creo que Sanna tampoco. Claro que los dos dormimos profundamente. No me desperté hasta que la oí gritar esta mañana. Ni siquiera oí a Nils…

Patrik decidió hacer otro intento:

—O sea, que no tienes ninguna teoría sobre por qué os están haciendo esto ni por qué llevas un año y medio recibiendo amenazas, ¿no? Ni la más remota idea, ¿verdad?

—¡Joder! ¿Es que no me has oído bien?

Fue una reacción tan inesperada que Patrik saltó en la silla. Christian dijo aquellas palabras gritando y Paula preguntó desde arriba:

—¿Todo en orden?

—Todo bien —gritó Patrik, confiando en que fuese verdad. Christian parecía a punto de venirse abajo. Tenía la cara encendida y se rascaba sin parar la palma de la mano.

—No sé nada —repitió Christian como si luchase para no gritar otra vez. Se rascaba tanto que ya se le veían arañazos en la piel.

Patrik aguardó unos minutos, para que Christian se calmara y recobrara el color normal. Cuando dejó de rascarse, se miró sorprendido las marcas de la mano, como si no comprendiese cómo se las había hecho.

—¿Hay algún sitio al que os podáis ir un tiempo, hasta que averigüemos más sobre el asunto? —preguntó Patrik.

—Sanna y los niños pueden irse a casa de su hermana, en Hamburgsund, pueden quedarse allí una temporada.

—¿Y tú?

—Yo me quedo aquí. —Christian sonaba resuelto.

—No me parece buena idea —respondió Patrik con la misma determinación—. Nos es imposible ofrecerte protección las veinticuatro horas. Preferiría que te fueras a otro lugar, donde estuvieras más seguro.

—Yo me quedo aquí.

El tono de Christian no dejaba lugar a dudas.

—De acuerdo —aceptó Patrik a disgusto—. Procura que tu familia se traslade cuanto antes. Intentaremos mantener vigilada la casa en la medida de lo posible, pero no disponemos de recursos…

—Yo no necesito protección —lo interrumpió Christian—. Me las arreglaré.

Patrik lo miró a los ojos con firmeza.

—Un sujeto totalmente desquiciado anda suelto, ya ha matado a una persona, quizá a dos, y parece decidido a que tú, Kenneth y quizá también Erik sigáis el mismo camino. Esto no es un juego. Parece que no lo comprendes. —Habló despacio y claro, para que le calara el mensaje.

—Lo comprendo a la perfección. Pero me quedo aquí.

—Si cambias de idea, ya sabes dónde encontrarme. Y ya te digo, ni por un instante me creo que no sepas nada. Espero que comprendas lo que te juegas al no contármelo. Sea lo que sea, terminaremos averiguándolo. Es cuestión de si será antes o después de que haya más víctimas.

—¿Cómo está Kenneth? —preguntó Christian en un susurro, evitando la mirada de Patrik.

—Solo sé que está herido, nada más.

—¿Qué ha pasado?

—Alguien había puesto una cuerda de través en el circuito por el que corre a diario y había esparcido una capa de trozos de vidrio. Supongo que comprendes por qué te pido que colabores con nosotros.

Christian no respondió. Volvió la cara y miró por la ventana. Estaba blanco como la nieve que cubría la tierra, y las mandíbulas, tensas. Pero habló con voz fría, sin sentimientos, cuando, con la mirada perdida, repitió:

—No lo sé. No-lo-sé.

—¿Duele? —Martin miraba los brazos vendados que descansaban sobre la cama. Kenneth asintió.

—¿Podrás contestar unas preguntas? —Gösta cogió una silla y le hizo una seña a Martin para que hiciera lo propio.

—Teniendo en cuenta que ya os habéis sentado, habréis dado por hecho que sí puedo —respondió Kenneth sonriendo apenas.

Martin no podía apartar la vista de aquellos brazos envueltos en vendas. Debió de dolerle a rabiar. Tanto cuando se cayó como después, cuando le extrajeron los vidrios.

Miró inseguro a Gösta. A veces tenía la sensación de que nunca adquiriría la experiencia suficiente como para saber cómo actuar en las situaciones a que lo enfrentaba el oficio de policía. ¿Debía lanzarse y empezar a hacer preguntas? ¿O más bien mostrar respeto por su colega de más edad y dejar que él iniciase la conversación? Siempre las mismas dudas. Siempre el más joven, siempre aquel a quien podían mandar de acá para allá. A él también le habría gustado quedarse, igual que Gösta, que fue refunfuñando todo el trayecto hasta Uddevalla. Él también habría querido quedarse a interrogar a Christian y a su mujer, a hablar con Torbjörn y el equipo técnico y, cuando llegaran, estar en el meollo.

Le molestaba que Patrik prefiriese trabajar con Paula por lo general, pese a que Martin llevaba dos años más que ella en la comisaría. Claro que ella tenía experiencia de sus años en Estocolmo, mientras que él no había salido de Tanumshede desde que comenzó su breve carrera policial. Pero ¿qué había de malo en eso? Él conocía el entorno, a todos los malos de la zona, sabía cómo pensaba la gente de por allí, cómo funcionaba el pueblo. Si hasta estuvo en el mismo curso que algunos de los peores tipos. Para Paula eran unos desconocidos. Y desde que se habían difundido por el pueblo los rumores sobre su vida privada, muchos la miraban con suspicacia. Él no tenía nada en contra de las parejas del mismo sexo, pero muchas de las personas con las que tenían que habérselas a diario no eran tan comprensivas. Por eso le resultaba un tanto extraño que últimamente Patrik siempre quisiera destacar la figura de Paula. Lo único que Martin pedía era que le demostrara algo de confianza. Que dejaran de tratarlo como a un niñato. Ya no era tan joven. Y además, ya era padre.

—¿Perdón? —Estaba tan inmerso en aquellos pensamientos que no había reparado en que Gösta le estaba preguntando algo.

—Sí, te decía que quizá quieras empezar tú.

Martin se quedó mirándolo asombrado. ¿Le habría leído el pensamiento? Pero aprovechó la oportunidad:

—¿Podrías darnos tu versión de lo que ocurrió?

Kenneth alargó el brazo en busca de un vaso de agua que había en la mesa, junto a la cama, antes de caer en la cuenta de que no podía utilizar las manos.

—Espera, yo te ayudo. —Martin cogió el vaso y le ayudó a beber con la pajita. Luego, Kenneth volvió a apoyar la cabeza en los almohadones y les refirió tranquila y serenamente lo ocurrido desde que se ató las zapatillas para salir a correr, como todas las mañanas.

—¿Qué hora era cuando saliste? —Martin había sacado lápiz y papel.

—A las siete menos cuarto —respondió Kenneth, y Martin lo anotó sin vacilar. Tenía la impresión de que si Kenneth decía que eran las siete menos cuarto, es que salió a esa hora. En punto.

—¿Sales a correr todos los días a la misma hora? —Gösta se retrepó y se cruzó de brazos.

—Sí, con una variación de diez minutos, más o menos.

—¿No te planteaste…? Quiero decir, teniendo en cuenta… —A Martin se le trababa la lengua.

—¿No te planteaste saltarte la carrera, teniendo en cuenta que tu mujer falleció ayer? —completó Gösta sin sonar desagradable y sin que sonara como una acusación.

Kenneth no respondió enseguida. Tragó saliva y explicó en voz baja:

—Nunca había necesitado salir a correr tanto como hoy.

—Lo comprendo —dijo Gösta—. ¿Siempre haces el mismo recorrido?

—Sí, salvo los fines de semana en que, a veces, aprovecho para dar dos vueltas. Soy bastante cuadriculado, me parece. No me gustan las sorpresas, las aventuras ni los cambios. —Guardó silencio. Tanto Gösta como Martin comprendían a qué se refería y callaron también.

Kenneth carraspeó y volvió la cara para que no vieran que se le llenaban los ojos de lágrimas. Un carraspeo más, para que la voz aguantase:

—Ya digo, me gustan las rutinas. Llevo más de diez años corriendo así.

—Supongo que son muchos los que lo saben. —Martin levantó la vista del bloc después de haber escrito «diez años» y de rodear esas palabras con un círculo.

—No he tenido ningún motivo para mantenerlo en secreto. —Una sonrisa afloró a los labios, pero se esfumó enseguida.

—¿No te cruzaste con nadie esta mañana por el circuito? —preguntó Gösta.

—No, ni un alma. Normalmente no me encuentro a nadie. En alguna ocasión aislada me he encontrado con algún madrugador que ha salido con el perro, o con alguien que ha salido a pasear en el cochecito a unos niños muy despiertos. Pero no es lo normal. Por lo general, siempre estoy solo. Y así fue esta mañana, de hecho.

—¿No viste ningún coche aparcado por allí cerca? —Martin recibió de Gösta una mirada de aprobación al oír aquella pregunta.

Kenneth reflexionó un instante.

—No, creo que no. No podría jurarlo, claro, puede que hubiera algún coche y que yo no me fijara, pero no, bien mirado, me habría dado cuenta.

—De modo que nada fuera de lo normal, ¿no? —insistió Gösta.

—No, como todas las mañanas. Salvo que… —Dejó la frase en el aire y Kenneth empezó a llorar otra vez.

Martin se sintió culpable porque lo incomodaba ver llorar a Kenneth. Se sentía un poco torpe e ignoraba si debía hacer algo, pero Gösta se inclinó despacio y cogió una servilleta que había en la mesa. Con suma delicadeza, le secó las mejillas. Luego volvió a inclinarse y dejó la servilleta en su sitio.

—¿Habéis averiguado algo? —susurró Kenneth—. Sobre Lisbet.

—No, es demasiado pronto. La información del forense puede tardar un tiempo en llegar —dijo Martin.

—Ella la mató. —El hombre que estaba en la cama se encogió y se hundió con la mirada perdida en el vacío.

—Perdona, ¿qué has dicho? —preguntó Gösta inclinándose hacia Kenneth—. ¿Quién es «ella»? ¿Sabes quién lo hizo? —Martin se dio cuenta de que Gösta contenía la respiración y comprendió que a él le había ocurrido lo mismo.

Algo cruzó como un rayo los ojos de Kenneth.

—No tengo ni idea —respondió con firmeza.

—Pero has dicho «ella» —señaló Gösta.

Kenneth evitó mirarlo a la cara.

—La letra de las cartas parece de mujer, así que he dado por hecho que se trataba de una mujer.

—Ya —respondió Gösta dejando muy claro que no lo creía, aunque sin decirlo claramente—. Debe haber alguna razón para que vosotros cuatro precisamente seáis el blanco. Magnus, Christian, Erik y tú. Alguien tiene una cuenta pendiente con vosotros. Y todos, bueno, excepto Magnus, decís que no tenéis ni idea de quién es ni de por qué hace lo que hace. Sin embargo, las acciones de ese tipo suelen sustentarse en un odio profundo y la cuestión es qué lo ha provocado. Me cuesta mucho creer que no sepáis nada o que no tengáis una hipótesis, por lo menos. —Se inclinó acercándose a Kenneth.

—Tiene que tratarse de un chiflado. No se me ocurre otra explicación. —Kenneth volvió la cabeza y apretó los labios.

Martin y Gösta cruzaron una mirada elocuente. Los dos eran conscientes de que no lograrían sacarle más información. Por el momento.

Erica miraba el teléfono perpleja. Patrik acababa de llamar de la comisaría para avisarle de que aquella noche llegaría tarde. Le expuso brevemente lo sucedido y Erica apenas podía dar crédito. Que alguien atacase a los niños de Christian. Y a Kenneth. Una cuerda atravesando el circuito, sencillo pero genial.

Y enseguida su cerebro se puso a funcionar. Tenía que ser posible avanzar con más rapidez. Había oído el deje de frustración en la voz de Patrik y lo comprendía. Los acontecimientos se habían multiplicado pero la Policía no se había acercado a la resolución del caso.

Móvil en mano, reflexionó un instante. Patrik se pondría furioso si ella se inmiscuía. Pero estaba acostumbrada a investigar para sus libros. Claro que, en su caso, se trataba de casos policiales ya cerrados, pero no podía ser tanta la diferencia a la hora de investigar uno que estuviese en curso. Y sobre todo, le resultaba tan aburrido pasarse los días en casa sin hacer nada… Literalmente, le picaba el gusanillo de hacer algo de provecho.

Además, contaba con su instinto, que la había orientado en la dirección correcta en numerosas ocasiones. Ahora le decía que era Christian quien tenía la clave. Varios datos apuntaban a esa hipótesis: él fue el primero que empezó a recibir aquellas cartas amenazadoras, el celo con que ocultaba todo lo relativo a su pasado y lo nervioso que estaba. Detalles nimios pero importantes. Desde la conversación que mantuvieron en la cabaña, además, tenía la sensación de que Christian sabía algo, de que algo escondía.

Se puso la ropa de abrigo rápidamente, como para no tener tiempo de arrepentirse. Una vez en el coche y mientras conducía, llamaría a Anna para preguntarle si podía ir a recoger a Maja a la guardería. Ella llegaría a casa hacia la tarde, pero no le daría tiempo de ir a buscar a la niña. En ir a Gotemburgo se tardaba una hora y media, así que era un viaje largo solo por un capricho. Aunque, si no encontraba nada, aprovecharía para saludar a su medio hermano Göran, de cuya existencia se habían enterado no hacía mucho.

La idea de tener un hermano mayor le resultaba aún un tanto incomprensible. Fue desconcertante descubrir que, durante la Segunda Guerra Mundial, su madre había tenido en secreto un niño al que tuvo que dar en adopción. Los dramáticos sucesos del verano anterior trajeron consigo algo bueno, después de todo, y desde entonces, tanto ella como Anna cultivaron una excelente relación con Göran. Erica sabía que podía ir a saludarlo y a visitarlo siempre que quisiera, tanto a él como a su madre, la mujer que lo crio.

Anna respondió enseguida que sí, que iría a recoger a Maja, a la que tanto sus hijos como los de Dan adoraban. Indudablemente, la pequeña llegaría a casa agotada de tanto jugar y atiborrada de dulces.

Solucionado este asunto, se puso en marcha. Escribir libros sobre casos reales de asesinato —unos libros que se convertían en extraordinarios éxitos de ventas— le había permitido adquirir mucha experiencia a la hora de investigar. Eso sí, le habría gustado tener el número del carné de identidad de Christian, se habría ahorrado una serie de llamadas telefónicas. Sin embargo, tendría que arreglárselas con el nombre y lo que, de repente, recordó haberle oído decir a Sanna: que Christian vivía en Gotemburgo cuando se conocieron. Aún seguía dándole vueltas al comentario de May, la compañera de la biblioteca, acerca de Trollhättan, pero al final había decidido que Gotemburgo era, pese a todo, el punto de partida más lógico. Allí vivía Christian antes de mudarse a Fjällbacka, y por allí pensaba empezar, con la esperanza de poder continuar retrocediendo en el tiempo, si fuera necesario. En cualquier caso, no dudaba ni por un momento de que la verdad se hallaba en el pasado de Christian.

Cuatro llamadas más tarde, ya tenía un dato: la dirección en la que había vivido Christian antes de mudarse con Sanna. Se detuvo en una estación de Statoil poco antes de llegar a Gotemburgo y compró un plano de la ciudad. Aprovechó para ir al baño y estirar un poco las piernas. Resultaba terriblemente incómodo conducir con dos bebés entre el asiento y el volante y notaba las piernas y la espalda rígidas y entumecidas.

No acababa de encajarse en el asiento del coche cuando sonó el teléfono. Mientras intentaba mantener derecha la taza de papel en una mano, cogió el teléfono con la otra para mirar la pantalla. Patrik. Mejor sería dejar que se encargase el contestador. Ya se lo explicaría después. Sobre todo si llegaba a casa con alguna información que les permitiese avanzar. En ese caso, no tendría que aguantar algunos de los reproches que sabía la esperaban.

Tras un último vistazo al plano, arrancó el coche y giró para salir a la autovía. Hacía más de siete años que Christian se mudó de la casa a la que ahora se dirigía. De repente la invadió la incertidumbre. ¿Qué probabilidades tenía de que quedase allí algún rastro de Christian? La gente se mudaba una y otra vez sin dejar huellas tras de sí.

Erica exhaló un suspiro. En fin, ya no tenía remedio, estaba allí y Göran la invitaría a un café antes de que volviera a casa. De modo que el viaje no habría sido en vano.

Sonó un pitido. Patrik le había dejado un mensaje.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Mellberg mirando adormilado a su alrededor. No había hecho más que dar una cabezada y, cuando despertó, se encontró la comisaría desierta. ¿Se habrían ido todos a tomar café sin avisarle?

Como un tornado, se dirigió a la recepción, donde encontró a Annika.

—Bueno, ¿qué es lo que pasa? ¿Se han creído que ya ha llegado el fin de semana? ¿Por qué no hay nadie aquí trabajando? Si se han ido a la confitería les espera una buena reprimenda cuando vuelvan. Este municipio confía en que siempre estemos preparados para intervenir, y es nuestra obligación —dijo agitando el dedo en el aire— estar en nuestro puesto cuando los ciudadanos nos necesiten. —Mellberg adoraba el sonido de su voz. Aquel tono imperioso le sentaba de maravilla, siempre se lo pareció.

Annika lo miraba atónita y sin pronunciar palabra. Mellberg empezó a ponerse nervioso. Esperaba que Annika lo bombardease disculpando a sus amigos con un montón de excusas. El comportamiento de Annika le produjo una sensación muy desagradable.

Al cabo de un rato, Annika respondió tranquilamente:

—Han salido a atender una emergencia. Están en Fjällbacka. Han pasado muchas cosas mientras tú estabas trabajando en el despacho. —No podía decirse que hubiese pronunciado el verbo «trabajar» con un tono claramente sarcástico, pero algo le decía que la recepcionista era consciente de que había estado echando un sueñecito. De modo que se trataba de salir airoso de aquella situación.

—¿Por qué no me habéis dicho nada?

—Patrik lo intentó. Llamó varias veces a la puerta de tu despacho. Pero estaba cerrada con llave y tú no contestabas. Al final, tuvo que irse.

—Sí… a veces me concentro en el trabajo de tal manera que ni oigo ni veo nada —dijo Mellberg maldiciendo para sus adentros. Qué lata, tener un sueño tan profundo. Era un don, pero también un castigo.

—Ummm… —respondió Annika volviéndose de nuevo hacia el ordenador.

—¿Y qué es lo que ha pasado? —preguntó irritado, aún con la sensación de que lo habían engañado.

Annika le refirió en pocas palabras lo sucedido en casa de Christian y lo que le había pasado a Kenneth. Mellberg estaba boquiabierto. Aquello estaba resultando cada vez más extraño.

—No tardarán en volver. Por lo menos Patrik y Paula. Ellos te pondrán al corriente de los detalles. Martin y Gösta han ido a Uddevalla a hablar con Kenneth, así que tardarán un poco más.

—Dile a Patrik que venga a verme en cuanto llegue —ordenó Mellberg—. Y recuérdale que, esta vez, llame a la puerta como es debido.

—Se lo diré. Le insistiré en que llame con más fuerza. Por si vuelve a encontrarte absorto en el trabajo.

Annika lo miraba muy seria, pero Mellberg no pudo librarse de la sensación de que estuviese tomándole el pelo.

—¿No puedes venirte con nosotros? ¿Por qué tienes que quedarte aquí? —Sanna puso en la maleta unos jerseys, los primeros que encontró.

Christian no respondió, lo que la indignó más aún.

—Pero contéstame. ¿Te vas a quedar solo en casa? Es tan estúpido, tan tremendamente… —Lanzó unos vaqueros apuntando a la maleta, pero falló y cayeron al suelo, a los pies de Christian. Sanna se acercó pero, en lugar de recogerlos, le cogió la cara con ambas manos. Intentó conseguir que la mirase, pero él se negaba.

—Por favor, Christian, cariño. No lo comprendo. ¿Por qué no te vienes con nosotros? Aquí no estarás seguro.

—No hay nada que comprender —respondió Christian apartándole las manos—. Me quedo aquí y no hay más que hablar. No pienso huir.

—¿Huir de quién? ¿De qué? No te perdonaré si sabes quién es y no me lo dices. —Las lágrimas le corrían a raudales por las mejillas y aún notaba en las manos el calor de la cara de Christian. Él no le permitía acercarse y le escocía por dentro. En situaciones como aquella, deberían apoyarse mutuamente. Pero él le volvía la espalda, no la quería con él. Se sonrojó por la humillación y apartó la vista para seguir haciendo la maleta.

—¿Cuánto tiempo crees que debemos quedarnos? —preguntó dejando un puñado de bragas y otro de calcetines que había sacado del cajón superior.

—¿Cómo lo voy a saber? —Christian se había quitado la bata, se había limpiado la pintura y se había puesto unos vaqueros y una camiseta. Sanna seguía pensando que era el hombre más guapo que había visto jamás. Lo quería tanto que le dolía.

Sanna cerró el cajón y echó una ojeada al pasillo, donde los niños esperaban jugando. Estaban más callados que de costumbre. Serios. Nils guiaba los coches de aquí para allá y los héroes de Melker estaban enzarzados en una pelea. Los dos jugaban sin los efectos de sonido habituales y, sin discutir entre sí, algo que rara vez podían evitar.

—Crees que los niños… —De nuevo rompió a llorar y volvió a intentarlo—: ¿Crees que habrán sufrido alguna lesión?

—No tienen ni un rasguño.

—No me refería a físicamente. —Sanna no comprendía cómo podía ser tan frío y estar tan tranquilo. Por la mañana lo vio tan conmocionado, tan desesperado y tan asustado como ella. Ahora se comportaba como si nada hubiera ocurrido, o como si fuera una nimiedad.

Alguien había entrado en su casa mientras dormían, en el cuarto de sus hijos, y cabía la posibilidad de que los hubiera traumatizado para siempre, serían personas temerosas e inseguras, no seres convencidos de que nada podría ocurrirles cuando estaban en casa, en sus camas, de que nada les sucedería cuando mamá y papá se hallaban a tan solo unos metros. Esa seguridad tal vez hubiese desaparecido para siempre. Aun así, su padre se quedaba tan tranquilo y distante como si no le incumbiese. Y entonces, en aquel preciso momento, lo odió por ello.

—Los niños olvidan pronto —dijo Christian mirándose las manos.

Sanna vio que tenía unos arañazos enormes en la palma de la mano y pensó en cómo se los habría hecho. Pero no le dijo nada. Por una vez, no preguntó. ¿Sería aquello el final? Si Christian ni siquiera era capaz de acercársele, de quererla ahora que algo malo y horrible los amenazaba, tal vez hubiese llegado el momento de dejarlo.

Siguió haciendo la maleta sin preocuparse de qué metía en ella. Todo lo veía borroso con las lágrimas mientras iba cogiendo la ropa de las perchas bruscamente. Al final, la maleta estaba a rebosar y tuvo que sentarse encima para poder cerrarla.

—Espera, deja que te ayude. —Christian se levantó y consiguió aplastar la maleta con su peso, de modo que Sanna pudo cerrar la cremallera—. La llevaré abajo. —Cogió el asa y sacó la maleta de la habitación, pasando por delante de los chicos.

—¿Por qué tenemos que irnos a casa de la tía Agneta? ¿Y por qué llevamos tantas cosas? ¿Vamos a estar fuera mucho tiempo? —Christian se detuvo en medio de la escalera al oír lo angustiado que estaba Melker. Pero enseguida continuó bajando en silencio.

Sanna se acercó a sus hijos y se acuclilló a su lado. Intentó parecer tranquila cuando les dijo:

—Vamos a pensar que nos vamos de vacaciones. Pero que no nos vamos muy lejos, solo a casa de la tía y de los primos. A vosotros os gusta mucho ir allí, os lo pasáis en grande. Y esta noche vamos a comer algo rico. Como estamos de vacaciones, esta noche podéis comer golosinas, aunque no sea sábado.

Los niños la miraban con suspicacia, pero golosinas era la palabra mágica.

—¿Y nos vamos a ir todos? —preguntó Melker, y su hermano repitió ceceando—: ¿Nos vamos a ir todos?

Sanna respiró hondo.

—No, seremos solo nosotros tres. Papá tiene que quedarse.

—Sí, papá tiene que quedarse aquí a pelear con los malos.

—¿Qué malos? —preguntó Sanna dándole una palmadita a Melker en la mejilla.

—Los que han destrozado nuestra habitación —dijo cruzando los brazos con la cara enfurruñada—. Si vuelven, ¡papá les pegará!

—Papá no va a pegarle a ningún malo. Y aquí no va a volver nadie. —Le acarició el pelo a su hijo mientras maldecía a Christian. ¿Por qué no se iba con ellos? ¿Por qué callaba? Se levantó—. Lo vamos a pasar en grande. Una aventura de verdad. Voy a ayudar a papá a guardar las cosas en el coche y vengo a buscaros, ¿vale?

—Vale —respondieron los niños, aunque sin gran entusiasmo. Mientras bajaba la escalera, notaba sus miradas clavadas en la espalda.

Lo encontró al lado del coche, metiendo el equipaje en el maletero. Sanna se le acercó y lo cogió del brazo.

—Es la última oportunidad, Christian. Si sabes algo, si tienes alguna idea de quién nos ha hecho esto, te ruego que lo digas. Por nosotros. Si no dices nada ahora y luego me entero de que lo sabías, se habrá fastidiado. ¿Lo comprendes? Se habrá fastidiado.

Christian se detuvo con la maleta en la mano a medio subir. Por un momento, creyó que iba a decir algo. Luego, apartó la mano de Sanna y metió la maleta en el coche.

—No sé nada. ¡No insistas más!

Christian cerró el maletero de golpe.

Cuando Patrik y Paula llegaron a la comisaría, Annika le dio el alto a Patrik cuando iba camino de su despacho.

—Mellberg se ha despertado mientras estabais fuera. Está un poco enfadado porque nadie lo ha puesto sobre aviso.

—Pues estuve un buen rato aporreando la puerta, pero no me abrió.

—Sí, ya se lo he dicho, pero asegura que debía de estar tan absorto en el trabajo que no se enteró.

—Pues claro que sí —dijo Patrik tomando conciencia una vez más de lo increíblemente harto que estaba del incompetente de su jefe. Pero, para ser sincero, había querido evitar que Mellberg les fuese detrás. Echó un vistazo al reloj de pulsera—. De acuerdo, iré a informar a nuestro honorable jefe. Nos vemos en la cocina dentro de quince minutos y repasamos el estado de la cuestión. Avisa a Gösta y a Martin, por favor, deben de estar al caer.

Se fue derecho al despacho de Mellberg y llamó a la puerta. Fuerte.

—Entra. —Mellberg parecía absorto, hundido entre un montón de documentos—. Parece que la cosa está que arde, y debo decir que no da muy buena imagen entre la gente que salgamos a cubrir emergencias como estas sin que participe el alto mando.

Patrik abrió la boca para responder, pero Mellberg levantó la mano. Era obvio que aún no había terminado.

—Si no nos tomamos estas situaciones en serio, estamos enviando a los ciudadanos un mensaje erróneo.

—Pero…

—Nada de peros. Acepto tus disculpas. Pero que no se repita.

Patrik notó el pulso bombeándole en los oídos. ¡Maldito imbécil! Cerró los puños, pero volvió a abrirlos y respiró hondo. Tendría que pasar por alto a Mellberg y concentrarse en lo más importante. La investigación.

—Y ahora, cuéntame qué ha pasado. ¿Qué habéis averiguado? —Mellberg se inclinaba ansioso hacia delante.

—Yo había pensado celebrar una reunión en la cocina. Si a ti te parece bien —añadió Patrik con serenidad.

Mellberg reflexionó unos instantes.

—Sí, puede que sea buena idea. No tiene sentido contarlo dos veces. Bueno, pues manos a la obra. ¿Hedström? ¿Sabes que el factor tiempo es fundamental en investigaciones como esta?

Patrik le dio la espalda al jefe y entró en la cocina. Desde luego, Mellberg tenía razón en una cosa. El factor tiempo era fundamental.