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—¡Te digo que no le pasa nada! —La voz de su madre rezumaba indignación, estaba a punto de llorar. Él se alejó y se escondió detrás del sofá, a unos metros de allí. Pero no tanto que no pudiese oír lo que decían. Todo lo que atañía a Alice era importante.

Había empezado a gustarle un poco. Ya no lo miraba de aquel modo exigente. Pasaba la mayor parte del tiempo tranquila y en silencio y a él eso le parecía muy agradable.

—Tiene ocho meses y no ha hecho el menor intento de gatear ni de moverse. Debemos llamar y que la vea un médico. —Su padre hablaba en voz baja. El tono al que recurría cuando quería convencer a su madre de algo que ella no quería hacer. Repitió sus palabras, le puso las manos en los hombros para obligarla a prestar atención a lo que le decía.

»A Alice le pasa algo. Cuanto antes pidamos ayuda, tanto mejor. No le haces ningún favor cerrando los ojos a la realidad.

Su madre negaba con la cabeza. Las lágrimas le rodaban por las mejillas y él supo que, a pesar de todo, ella había empezado a resignarse. Su padre se volvió a medias. Lanzó una mirada fugaz hacia donde él se encontraba, detrás del sofá. Él le sonrió, no sabía lo que quería decir. Comprendió que no era apropiado sonreír, porque su padre frunció el ceño como si estuviera enfadado, como si quisiera que él pusiera otra cara.

Tampoco comprendía por qué su madre y su padre estaban tan preocupados y tan tristes. Alice estaba tan tranquila y se portaba tan bien ahora… Su madre no tenía que llevarla en brazos todo el tiempo, y la pequeña se quedaba tumbada allí donde la colocaban. Aun así, ellos no estaban satisfechos. Y pese a que ahora también había lugar para él, lo trataban como si no existiera. El que su padre se comportara así no le importaba demasiado, él no contaba. Pero su madre tampoco lo veía y solo lo miraba con asco y repugnancia.

Porque era como si no pudiera parar. No podía dejar de pinchar el tenedor, de llevárselo a la boca una y otra vez, masticar, tragar, pinchar más, sentir que el cuerpo se le llenaba del todo. El miedo era demasiado grande, el miedo de que ella no lo viera. Él ya no era el niño guapo de su madre. Pero estaba allí y ocupaba un espacio.