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Se iban de vacaciones y él no podía esperar más. No sabía exactamente qué implicaba, pero el solo nombre sonaba prometedor. Vacaciones. Y se irían en la caravana que tenían aparcada en la parcela.

No solían dejarlo jugar allí dentro. En alguna que otra ocasión había intentado mirar por las ventanas, por si veía algo detrás de las cortinas marrones. Pero nunca conseguía distinguir nada y siempre estaba cerrada con llave. Ahora su madre la estaba limpiando. La puerta estaba abierta de par en par, para que estuviera «bien ventilada», como ella decía, y los almohadones estaban en la lavadora, para quitarles el olor a invierno.

Todo era como una aventura inverosímil y fantástica. Se preguntaba si podría ir en la caravana mientras viajaban, como en una pequeña casa rodando hacia algo nuevo y desconocido. Pero no se atrevía a preguntar. Su madre llevaba un tiempo de un humor raro. El tono hiriente y afilado se dejaba oír claramente y su padre salía de paseo con más frecuencia si cabe, cuando no se escondía detrás del periódico.

En alguna ocasión la había sorprendido mirándolo de un modo extraño. Tenía en los ojos algo distinto que lo llenaba de temor y lo retrotraía a lo oscuro que había dejado atrás.

—¿Piensas quedarte ahí mirando o vas a ayudarme? —le preguntó poniéndose en jarras.

Él se sobresaltó al notar que la dureza volvía a resonar en su voz y corrió hacia ella.

—Cógelas y llévalas al lavadero —le dijo arrojándole un montón de mantas malolientes con tal fuerza que casi perdió el equilibrio.

—Sí, madre —respondió apresurándose a entrar.

Si supiera qué había hecho mal. Si él obedecía a su madre en todo. Nunca la contradecía, se comportaba bien y nunca se manchaba la ropa. Aun así, era como si a veces no fuese capaz ni de mirarlo.

Había intentado preguntarle a su padre. Se armó de valor en una de las pocas ocasiones en que se quedaban solos y le preguntó por qué su madre ya no lo quería. Su padre apartó el periódico un instante y le respondió que aquello no eran más que tonterías y que no quería oírlo hablar de ello. Su madre se pondría muy triste si oyera lo que le había dicho. Tendría que estar agradecido de que le hubiera tocado una madre así.

No preguntó más. Entristecer a su madre era lo último que deseaba. Solo quería que estuviera contenta y que volviese a acariciarle el pelo y a llamarlo su niño precioso. Era todo lo que pedía.

Dejó las mantas delante de la lavadora y desechó el recuerdo de lo triste y lo oscuro. Se iban de vacaciones. En la caravana.