Capítulo 20

El estudio del rey Anheg era una sala grande y desordenada de techo muy alto, situada en una torre cuadrada. Por todos los rincones se amontonaban libros encuadernados en cuero repujado y sobre varias mesas y estanterías se acumulaban extraños artefactos con palancas y poleas y delicadas cadenas de bronce. Unos mapas muy detallados y bellamente coloreados colgaban de las paredes y el suelo estaba cubierto de fragmentos de pergamino con inscripciones en una letra menuda. El rey Anheg, cuyos crespos cabellos negros le caían sobre los ojos, tomó asiento ante una mesa inclinada bajo el suave resplandor de un par de velas y pasó la vista por un gran libro formado con finas hojas de crujiente pergamino.

El centinela de la puerta les abrió paso sin una palabra y el señor Lobo se adelantó con paso enérgico hasta el centro de la estancia.

—¿Querías vernos, Anheg?

El rey de Cherek levantó la vista del libro y dejó éste a un lado.

—Belgarath, Polgara… —dijo tras un breve movimiento de cabeza a modo de introducción. Después, miró a Garion, que se había detenido cerca de la puerta, titubeante.

—Insisto en lo que dije antes —proclamó tía Pol—. No voy a perder de vista al muchacho ni un segundo hasta estar segura de que está fuera del alcance del grolim Asharak.

—Como tú quieras, Polgara —aceptó Anheg—. Entra, Garion.

—Veo que prosigues tus estudios —comentó el señor Lobo con gestos de aprobación, mientras recorría el abigarrado estudio con la mirada.

—Hay tanto que aprender… —respondió Anheg con un ademán de impotencia, indicando la gran cantidad de libros, documentos y extraños aparatos—. Tengo la sensación de que habría sido más feliz si no me hubieras iniciado en esta tarea imposible.

—Tú me lo pediste —respondió sencillamente Lobo.

—Y tú te podrías haber negado —respondió Anheg con una carcajada. A continuación, sus toscas facciones adoptaron una expresión más seria. Dirigió una mirada a Garion y empezó a hablar con evidentes circunloquios—. No quisiera entrometerme, pero la conducta de ese Asharak me concierne.

Garion se apartó del lado de tía Pol y empezó a estudiar una de las pequeñas máquinas colocadas en una mesa próxima, con cuidado de no tocarla.

—Nosotros nos ocuparemos de Asharak —dijo tía Pol, pero Anheg insistió:

—Durante siglos han corrido rumores de que tú y tu padre estáis protegiendo… —titubeó, miró a Garion y continuó la frase— cierta cosa que debe ser protegida a toda costa. Varios de mis libros hablan de ello.

—Lees demasiado, Anheg —comentó tía Pol.

—Me ayuda a pasar el tiempo, Polgara —respondió el monarca—. La alternativa es sentarme a beber con mis nobles y ya tengo el estómago demasiado delicado para eso… y los oídos, también. ¿Tienes idea del alboroto que puede armarse en un salón lleno de chereks borrachos? Los libros no gritan ni fanfarronean, ni se caen de las sillas para quedarse dormidos debajo de las mesas. Si, los libros son mucho mejor compañía.

—Tonterías —replicó tía Pol.

—Todos las cometemos en alguna ocasión —comentó filosófico Anheg—. Pero volvamos a nuestro otro asunto. Si los rumores que he mencionado resultan ciertos, ¿no estáis corriendo un grave riesgo? Es probable que la búsqueda se vuelva muy peligrosa.

—No hay ningún lugar realmente seguro —dijo el señor Lobo.

—¿Por qué correr riesgos que pueden evitarse? —preguntó Anheg—. Asharak no es el único grolim del mundo, ¿sabéis?

—Ahora entiendo por qué te llaman Anheg el Astuto —añadió Lobo con una sonrisa.

—¿No sería más seguro si dejarais esa cosa a mi cuidado hasta vuestro regreso? —sugirió Anheg.

—Ya hemos visto que ni siquiera Val Alorn está a salvo de los grolims. —Tía Pol se mantuvo firme en su negativa—. Las minas de Cthol Murgos y de Gar og Nadrak son inagotables y los grolims tienen a su disposición más oro del que nunca podrías imaginar. ¿A cuántos más como Jarvik habrán comprado? El Viejo Lobo y yo tenemos una gran experiencia en la protección de esa cierta cosa que has mencionado. Con nosotros estará a salvo.

—De todas maneras, gracias por tu preocupación, Anheg —añadió el señor Lobo.

—El asunto nos concierne a todos —asintió el monarca.

Garion, pese a su juventud y a sus esporádicas muestras de atolondramiento, no era tonto. Resultaba evidente que la conversación a la que asistía se refería de algún modo a él y era muy posible, también, que tuviera que ver con el misterio de su ascendencia familiar. Para disimular el hecho de que estaba prestando toda su atención a la conversación, tomó de un estante un libro pequeño encuadernado en una piel negra de extraña textura. Lo abrió, pero no encontró en su interior dibujos o iluminaciones, sino sólo unas páginas repletas de una escritura muy fina de aspecto extrañamente repulsivo.

Tía Pol, que siempre parecía saber que hacía el muchacho, le dirigió una mirada.

—¿Qué haces con eso? —le preguntó con voz seca.

—Sólo miraba —respondió Garion—. No entiendo esa letra.

—Deja ese libro ahora mismo —ordenó la mujer.

El rey Anheg sonrió y añadió:

—Aunque lo consiguieras, tampoco entenderías lo que pone, muchacho. El libro está escrito en angarak antiguo.

—¿Y qué haces tú con ese libro repugnante en tu poder? —Tía Pol se volvió hacia el monarca—. Tú, más que nadie, debería saber que está prohibido.

—No es más que un libro, Pol —dijo el señor Lobo—. Carece de cualquier poder a menos que se le conceda.

—Además —añadió Anheg, con el índice apoyado en el costado de la cara en actitud meditabunda—, el libro nos proporciona algunas claves de cómo puede funcionar la mente de nuestro enemigo. Siempre es algo bueno de conocer.

—No se puede conocer la mente de Torak —sentenció tía Pol— y es peligroso abrirse a él. Puede envenenarte la cabeza sin que te des ni cuenta de lo que sucede.

—Yo no creo que haya ningún peligro de que tal cosa suceda —replicó Lobo—. La mente de Anheg está lo bastante preparada como para evitar las trampas que contiene el libro de Torak. Al fin y al cabo resultan bastante evidentes.

Anheg dirigió una mirada a Garion, que estaba en el otro extremo de la estancia, y le hizo un gesto para que se acercara. Garion obedeció y se plantó ante el rey de Cherek.

—Eres un jovencito muy observador —comentó Anheg—. Hoy me has hecho un gran servicio y puedes recurrir a mí en cualquier instante para que te lo devuelva. Ten la seguridad de Anheg de Cherek es tu amigo.

El monarca extendió la mano derecha y Garion, sin pensar lo que hacía, le tendió la suya.

De pronto, Anheg abrió los ojos como platos y su rostro palideció. Asió por la muñeca el brazo del muchacho y contempló la marca plateada de la palma de su mano.

Al instante, las manos de tía Pol entraron en acción; cogieron con fuerza los dedos de Garion y los retiraron del alcance del monarca.

—Entonces, es verdad… —murmuró éste en voz baja.

—Ya basta —replicó tía Pol—. No confundas al muchacho —añadió, con sus manos apretadas todavía en torno a las de Garion—. Vamos, querido —dijo a éste, es hora de terminar de preparar el equipaje.

Tras esto, la mujer abandonó la cámara de la torre con Garion.

Las preguntas se sucedieron vertiginosamente en la cabeza del muchacho. ¿Qué tenía la marca de la mano para que Anheg reaccionara de aquella manera? Aquélla marca de nacimiento era hereditaria, según sabía. Tía Pol le había contado una vez que su padre había tenido otra idéntica pero ¿por qué había de despertar el interés de Anheg hasta tal punto? Su reacción había sido exagerada, se dijo. La necesidad de saber se hizo casi intolerable. Necesitaba conocer la verdad sobre sus padres, sobre tía Pol, sobre todo aquel asunto. Si las respuestas dolían, tendría que aguantarse. Por lo menos, entonces sabría

La mañana siguiente amaneció despejada y salieron del palacio muy temprano en dirección al puerto. Todos se congregaron en el patio donde esperaban los trineos.

—No es preciso que salgas con éste frío, Merel —dijo Barak a su esposa cuando ésta, envuelta en pieles, hizo ademán de montar en el vehículo.

—Es mi deber despedir a mi señor cuando haya subido a bordo —replicó ella con el mentón en alto en gesto arrogante.

—Como gustes —suspiró Barak.

Encabezada por el rey Anheg y la reina Islena, la comitiva de trineos dio la vuelta en el patio palaciego y salió a las calles nevadas de Val Alorn.

El sol brillaba con fuerza y el aire era vigorizante. Garion permaneció en silencio, sentado junto a Seda y Hettar.

—¿Cómo que estás tan callado? —preguntó Seda.

—Han sucedido muchas cosas que no entiendo —respondió Garion.

—Nadie es capaz de entenderlo todo —comentó Hettar, sentencioso.

—Los chereks son un pueblo violento y taciturno —añadió Seda—. Ni siquiera se entienden entre ellos.

—No se trata sólo de los chereks —expuso Garion, luchando por encontrar las palabras precisas—. Es tía Pol y el señor Lobo y Asharak…, todo en general. Las cosas están sucediéndose demasiado deprisa y no consigo encajarlo todo.

—Los acontecimientos son como los caballos —intervino de nuevo Hettar—. A veces se desbocan pero, después de galopar un rato, vuelven a ponerse al paso. Entonces hay tiempo para hacerse una idea completa de las cosas.

—Espero que así sea —respondió Garion con aire dubitativo, antes de sumirse de nuevo en el silencio.

Los trineos doblaron una esquina y salieron a la amplia plaza frente al templo de Belar. La anciana ciega estaba allí otra vez y Garion advirtió que casi había esperado encontrarla allí. La mujer se puso de pie en la escalinata del templo y levantó el bastón. Inexplicablemente, los caballos que tiraban de los trineos se detuvieron, temblando, a pesar de las órdenes de los cocheros.

—Salve, Magnífico —exclamó la ciega—. Te deseo lo mejor en tu viaje.

El trineo en el que iba Garion era el más próximo a la escalinata y al muchacho le pareció que la mujer le hablaba a él. Casi sin pensarlo, replicó:

—Gracias, pero ¿por qué me llamas así?

La anciana no respondió a su pregunta.

—Recuérdame —casi le ordenó, mientras hacía una profunda reverencia—. Recuerda a Martje cuando hayas recibido tu herencia.

Era la segunda vez que la vieja se refería a aquello y Garion sintió una intensa punzada de curiosidad.

—¿Qué herencia? —preguntó.

Pero, para entonces, Barak rugía ya de furia y pugnaba por desembarazarse de las pieles que lo cubrían, dispuesto a desenvainar la espada. El rey Anheg descendía también de su trineo, con sus ásperas facciones lívidas de cólera.

—¡No! —exclamó la voz imperiosa de tía Pol en las proximidades—. Yo me encargaré de esto. —Se incorporó de su vehículo, echó hacia atrás la capucha de su manto y dijo con voz clara—: Me parece que ves demasiado con esos ojos ciegos que tienes. Voy a hacerte un favor para que no sigas atormentada por las tinieblas y por esas inquietantes visiones que surgen de ellas.

—Golpéame si quieres, Polgara —replicó la vieja—. ¡Yo veo lo que veo!

—No voy a tocarte, Martje —le aseguró tía Pol—. Al contrario, voy a hacerte un regalo.

Tras sus palabras, levantó la mano y efectuó un curioso y breve gesto.

Garion vio perfectamente lo que sucedía; tanto, que luego no tuvo modo de convencerse a si mismo de que todo había sido una alucinación. Miraba fijo el rostro de Martje y vio cómo el velo blanco caía de sus ojos como si fuera leche que resbalara hacia el fondo de un vaso.

La vieja se quedó paralizada donde estaba mientras el azul luminoso de sus ojos aparecía tras el velo que los había cubierto. Y, entonces, soltó un grito. Alzó las manos, miró al grupo y lanzó un nuevo alarido en el que había un tono desgarrador, de pérdida irreparable.

—¿Qué le has hecho? —preguntó la reina Islena.

—Le he devuelto los ojos —respondió tía Pol, al tiempo que se sentaba de nuevo y se abrigaba otra vez con las pieles.

—¿Puedes hacer tal cosa? —musitó Islena, palideciendo.

—¿Tú no? En realidad, es bastante sencillo.

—Pero, ahora que tiene sus ojos, Martje perderá la otra visión, ¿no es eso? —apuntó la reina Porenn.

—Imagine que sí —le confirmó tía Pol—, pero es un precio pequeño a cambio de lo que consigue, ¿no te parece?

—Entonces, ¿ya no seguirá siendo una bruja? —insistió Porenn.

—De todos modos, no era una bruja muy buena, en realidad —añadió tía Pol— su visión era borrosa e imprecisa. Es mejor así. Ya no seguirá perturbándose a sí misma y a los demás con sombras vagas.

—Se volvió hacia el rey Anheg, que permanecía sentado, boquiabierto de asombro, junto a su reina casi desmayada. Con toda calma, tía Pol le dijo—:

¿Continuamos la marcha? El barco nos espera.

Como si sus palabras los hubieran liberado, los caballos saltaron adelante y los trineos se alejaron rápidamente del templo, levantando una cortina de nieve con sus cuchillas.

Garion volvió la vista atrás unos instantes. La vieja Martje seguía en la escalinata del templo de Belar, mirándose las manos extendidas ante sí entre incontrolados sollozos.

—Hemos tenido el privilegio de contemplar un milagro, amigos míos —comentó Hettar.

—Sin embargo, me parece que la beneficiada no ha quedado muy satisfecha del prodigio —replicó Seda con aspereza—. Recordadme que no ofenda nunca a Polgara. Sus milagros parecen armas de doble filo.