—Bueno, tiene que salir a alguna parte —dijo el rey Anheg, mientras forzaba la vista hacia el lugar donde Garion esperaba, nervioso—. Lo único que debe hacer es seguir el pasadizo.
—¿E ir a caer directamente en manos de Asharak el murgo? —replicó tía Pol—. Será mejor si se queda donde está.
—Asharak habrá huido para salvar la vida —dijo Anheg—. No se ha encontrado ni rastro de él en el palacio.
—Si no recuerdo mal, ni siquiera había indicios de que estuviera en tu reino —comentó ella con sarcasmo.
—Está bien, Pol —dijo el señor Lobo. Luego añadió—: Garion, ¿hacia donde va el pasadizo?
—Parece seguir hacia el fondo del salón de los tronos —respondió el muchacho—. No puedo decir con seguridad si allí da la vuelta o no. Aquí arriba está muy oscuro.
—Vamos a pasarte un par de antorchas —le dijo Lobo—. Deja una en el lugar donde estás ahora y avanza por el pasadizo con la otra. Mientras sigas viendo la primera, estarás avanzando en línea recta.
—Muy astuto —comentó Seda—. Ojalá tuviera siete mil años como tú para resolver los problemas con tanta facilidad.
Lobo hizo caso omiso de sus palabras.
—Sigo pensando que lo más seguro sería traer unas escaleras y abrir un hueco en la pared —propuso Barak.
—¿No podríamos intentar primero lo que sugiere Belgarath? —contestó el rey Anheg con aire dolorido. Barak se encogió de hombros.
—¡Tú eres el rey!
—Gracias —dijo Anheg con sequedad. Un guerrero trajo una pértiga con la que hicieron llegar las dos teas a Garion—. Si el pasadizo sigue en línea recta —añadió Anheg—, debería llevarle a algún lugar de los aposentos reales.
—Vaya, vaya —murmuró el rey Rhodar enarcando una ceja—. Sería muy interesante saber si el pasadizo iba hacia los aposentos reales o partía desde éstos.
—Es perfectamente posible que sólo sea una vía de escape olvidada hace tiempo —afirmó Anheg en tono ofendido—. Al fin y al cabo, nuestra historia no es en absoluto tan pacífica. No creo necesario pensar siempre lo peor, ¿verdad?
—Claro que no —respondió el rey Rhodar en tono conciliador—. No hay ninguna necesidad.
Garion colocó una de las antorchas en la grieta de la pared y siguió el corredor polvoriento, mirando atrás con frecuencia para asegurarse de que la antorcha estaba aún a la vista. Llegó por fin a una puerta estrecha que se abrió con un chirrido en el fondo de un armario vacío. El armario se encontraba en una alcoba de espléndido aspecto y, tras la puerta de la estancia, vio un corredor ancho y bien iluminado.
Varios guerreros venían corriendo por él y Garion reconoció entre ellos a Torvik, el montero.
—Estoy aquí —gritó al tiempo que salía de la estancia con una sensación de alivio.
—Has estado ocupado, ¿verdad? —lo saludó Torvik con una sonrisa.
—No ha sido idea mía —respondió Garion.
—Te llevaremos ante el rey Anheg —indicó Torvik—. La dama, tu tía, parece preocupada por ti.
—Supongo que estará furiosa —murmuró el muchacho, mientras llegaba a la altura del guerrero de anchos hombros y empezaba a avanzar a su paso.
—Es más que probable —asintió Torvik—. Las mujeres casi siempre se ponen furiosas con nosotros por una razón u otra. Es una de las cosas a las que te acostumbrarás cuando seas mayor.
Tía Pol estaba esperándolo junto a la puerta de la sala del trono. No le hizo ningún reproche…, al menos, todavía no. Durante un breve instante lo estrechó con fuerza contra ella y luego lo miró con aire serio.
—Te esperábamos, cariño —dijo con voz casi tranquila; después, lo condujo donde esperaban los demás.
—¿En las habitaciones de mi abuela, dices? —comentaba Anheg con Torvik—. ¡Qué cosa más asombrosa! La recuerdo como una viejecita arrugada que caminaba con un bastón.
—Nadie nace viejo, Anheg —replicó el rey Rhodar con una mirada pícara.
—Seguro que existen muchas explicaciones, Anheg —intervino la reina Porenn—. Mi esposo sólo se burla de ti.
—Uno de los hombres se asomó al pasadizo, majestad —añadió Torvik escogiendo con tacto sus palabras—. La capa de polvo era muy gruesa. Es posible que no haya sido utilizado desde hace siglos.
—¡Qué cosa más asombrosa! —repitió Anheg.
Todos tuvieron la delicadeza de dejar allí la conversación, aunque el rey Rhodar mantuvo su expresión irónica un buen rato más.
El conde de Seline carraspeó y dijo:
—Creo que el joven Garion tiene una historia que contarnos.
—Espero que así sea —asintió tía Pol volviéndose hacia el muchacho—. Creo recordar que te dije que no salieras de tu habitación.
—Me encontré en ella a Asharak acompañado de varios guerreros —explicó Garion—. Intentó obligarme a ir con él. Al ver que me negaba, me dijo que ya me había tenido una vez y que podría cogerme de nuevo. No entendí muy bien a que se refería, pero le respondí que antes tendría que atraparme. Y eché a correr.
Brand, el Guardián de Riva, soltó una carcajada.
—No creo que puedas encontrar nada malo en lo que hizo el chico, Polgara —comentó—. Si yo me encontrara un sacerdote grolim en mi dormitorio, lo más probable es que también saliera a la carrera.
—¿Estás seguro de que era Asharak? —preguntó Seda.
—Si —confirmó el muchacho—. Lo conozco desde hace mucho tiempo. Toda mi vida, supongo. Y él me conoce. Me ha llamado por mi nombre.
—Creo que me gustaría tener una larga conversación con ese Asharak —dijo Anheg—. Querría hacerle algunas preguntas sobre los problemas que ha estado causando en mi reino.
—Dudo de que lo encuentres, Anheg —respondió el señor Lobo—. Parece ser algo más que un sacerdote grolim. Una vez toque su mente…, fue en Muros, y te aseguro que no es una mente corriente.
—Me entretendré con la búsqueda —replicó Anheg con expresión impasible—. Ni siquiera los grolims pueden caminar sobre las aguas, de modo que voy a paralizar la actividad de todos los puertos de Cherek y, a continuación, pondré a mis guerreros a batir los montes y los bosques en su busca. Los hombres engordan y causan problemas durante el invierno y esto les proporcionará algo que hacer.
—Llevar a unos guerreros gordos y buscapleitos a la nieve en lo más crudo del invierno no te va a hacer muy popular entre ellos, Anheg —apuntó Rhodar.
—Ofrece una recompensa —sugirió Seda—. Tendría el mismo efecto que una orden y aumentarías, a la vez, tu popularidad.
—Es una excelente idea —asintió Anheg—. ¿Y en qué clase de recompensa has pensado, príncipe Kheldar?
—Promete pagar en oro el peso de la cabeza de Asharak —respondió Seda—. Ésa cantidad arrancará del cubilete de los dados y de las jarras de cerveza al más obeso de los soldados. —Anheg dio un respingo al escuchar la propuesta, pero Seda continuó—: Asharak es un grolim. Es probable que no lo encuentren, pero pondrán el reino patas arriba para buscarlo. Tu oro está a salvo, tus guerreros hacen un poco de ejercicio y, con todos los hombres de Cherek tras él con las hachas preparadas, Asharak va a estar demasiado ocupado en ocultarse como para provocar nuevos problemas. Un hombre cuya cabeza es más valiosa para los demás que para si mismo no tiene tiempo para tonterías.
—Príncipe Kheldar —murmuró Anheg con voz grave—, eres un hombre de mente tortuosa.
—Lo procuro, rey Anheg —asintió Seda con una reverencia irónica.
—Supongo que no te importaría venir a trabajar para mi, ¿verdad? —le propuso el rey de Cherek.
—¡Anheg! —protestó Rhodar.
Con un suspiro, Seda respondió:
—Es la sangre, rey Anheg… Estoy comprometido con mi tío por nuestros vínculos de parentesco. Sin embargo, me gustaría escuchar tu oferta, pues me puede ser de utilidad en futuras negociaciones sobre las compensaciones por mis servicios.
La risa de la reina Porenn sonó como el tintineo de una fina campanilla de plata y el rey Rhodar adoptó una expresión casi trágica.
—Ya ves —dijo a su esposa—. Estoy completamente rodeado de traidores. ¿Qué puede hacer un pobre hombre gordo y viejo como yo?
En ese instante entró en el salón un guerrero de aspecto torvo que se acercó a Anheg.
—Tu orden se ha cumplido, majestad —anunció—. ¿Deseas ver su cabeza?
—No —replicó Anheg, lacónico.
—¿La debemos colocar en una picota cerca del puerto? —preguntó el guerrero.
—No —respondió Anheg—. Jarvik fue un hombre valiente y pariente mío por matrimonio. Haz que envíen el cuerpo a su esposa para que le dé entierro como es debido.
El guerrero hizo una reverencia y abandonó el salón.
—Ése problema del grolim Asharak me interesa —comentó la reina Islena a tía Pol—. ¿No podríamos encontrar entre las dos, Dama Polgara, un medio de localizarlo?
Su rostro reflejaba un cierto engreimiento. El señor Lobo intervino rápidamente, antes de que tía Pol tuviera tiempo de responder.
—Tu propuesta es muy valiente, Islena, pero no podemos permitir que la reina de Cherek corra tal riesgo. Estoy seguro de que tus habilidades son formidables, pero una búsqueda como ésta abre la mente por completo. Si Asharak notara que lo buscas, respondería de inmediato. Polgara no correría ningún peligro, pero me temo que tu mente ardería como una vela. Sería una gran lástima que la reina de Cherek pasara el resto de su vida como una furiosa demente.
Islena palideció súbitamente y no observó el guiño de complicidad que el señor Lobo dirigía a Anheg.
—No podría permitir tal cosa —intervino el monarca con firmeza—. Aprecio demasiado a mi reina para permitir que corra tan terrible riesgo.
—Debo acceder a la voluntad de mi señor —dijo entonces Islena con voz de alivio—. Por orden suya, retiro mi petición.
—El valor de mi reina me honra —añadió Anheg con una expresión de absoluta seriedad.
Islena hizo una reverencia y acto seguido se retiró. Tía Pol lanzó una mirada de admiración y sorpresa a Lobo, pero no hizo comentarios.
La expresión de Lobo se volvió más seria cuando se levantó de la silla en la que había permanecido sentado hasta entonces.
—Creo que ha llegado el momento de tomar decisiones. Las cosas empiezan a suceder demasiado deprisa para tolerar más retrasos. —Se volvió hacia Anheg y preguntó—: ¿Hay aquí algún lugar donde podamos hablar sin riesgo de que nos escuchen?
—Hay una cámara en una de las torres —respondió Anheg—. Había pensado en ella antes de nuestra primera reunión, pero…
Hizo una pausa y dirigió una mirada a Cho-Hag.
—No deberías haberte preocupado por eso —replicó Cho-Hag—. Si es preciso, puedo subir una escalera, y siempre habría sido mejor para mí sufrir una ligera incomodidad que permitir que el espía de Jarvik nos escuchara.
—Yo me quedaré con Garion —dijo Durnik a tía Pol, pero ella movió la cabeza en firme señal de negativa.
—No —replicó—. Mientras Asharak siga suelto por Cherek, no quiero perder de vista al muchacho.
—¿Vamos, entonces? —les apremió el señor Lobo—. Se hace tarde y quiero salir mañana a primera hora. La pista que seguíamos se está borrando.
La reina Islena, con mal semblante todavía, se quedó a un lado con Porenn y Silar, sin hacer el menor ademán de seguir al rey Anheg cuando éste abrió la marcha para salir del salón del trono.
—Ya te haré saber lo que sucede —gesticuló el rey Rhodar a su esposa en la lengua secreta.
—Desde luego —le respondió Porenn por el mismo sistema. La expresión de su rostro era plácida, pero los enérgicos movimientos de sus dedos traicionaban la irritación que sentía.
—Calma, niña —le dijeron las manos de Rhodar—. Aquí somos huéspedes y debemos seguir las costumbres locales.
—Como ordene mi señor —replicó ella con un cierto ademán en sus manos que denotaba sarcasmo.
Con la ayuda de Hettar, el rey Cho-Hag consiguió subir los escalones, aunque su ascensión fue penosa y lenta.
—Lamento esto —dijo entre jadeos, detenido a medio camino para recuperar el aliento—. Esto me cansa tanto como a ti.
El rey Anheg apostó centinelas al pie de la escalera, subió a la cámara y cerró la sólida puerta tras de si.
—Enciende el fuego, primo —dijo a Barak—. Será mejor que nos pongamos cómodos.
Barak asintió y acercó una antorcha a la leña del hogar.
La estancia era circular y no muy espaciosa, pero había sitio suficiente para todos, así como sillas y bancos donde tomar asiento.
El señor Lobo se acercó a una de las ventanas y contempló a sus pies las luces titilantes de Val Alorn.
—Siempre me han gustado las torres —comentó, casi para si mismo—. Mi Maestro vivía en una como ésta y yo disfruté mucho el tiempo que estuve con él.
—Daría mi vida por haber conocido a Aldur —intervino Cho-Hag en voz baja—. ¿De veras estaba rodeado de luz, como dicen algunos?
—A mí me pareció un hombre totalmente normal —respondió el señor Lobo—. Pasé cinco años con él antes de saber siquiera quién era.
—¿De veras era tan sabio como nos cuentan? —quiso saber Anheg.
—Probablemente, más —respondió Lobo—. Yo era un niño vagabundo y asilvestrado cuando me encontró agonizando bajo una tormenta de nieve delante de su torre. Consiguió domesticarme… aunque tardó varios siglos en lograrlo. —Se apartó de la ventana con un profundo suspiro y añadió—: ¡A trabajar, pues!
—¿Dónde continuarás la búsqueda? —preguntó el rey Fulrach.
—En Camaar —contestó Lobo—. Allí encontré la pista y creo que debe dirigirse hacia Arendia.
—Enviaremos guerreros con vosotros —ofreció Anheg—. Después de lo sucedido aquí, parece probable que los grolims traten de deteneros.
—No —replicó Lobo con firmeza—. Los guerreros serían inútiles para enfrentarse a los grolims. No podremos desplazarnos con comodidad acompañados de un ejército y no tendremos tiempo de explicar al rey de Arendia por qué invadimos su territorio con una horda de soldados detrás. Y, por imposible que pueda parecer, todavía se tarda más en explicar las cosas a los arendianos que a los alorn.
—No seas descortés, padre —dijo tía Pol—. También es su mundo y el asunto los afecta.
—Tal vez no necesites un ejército, Belgarath —insistió el rey Rhodar—, pero ¿no sería prudente llevar contigo a un puñado de hombres escogidos?
—Hay pocas cosas que Polgara y yo no podamos resolver por nosotros mismos —contestó Lobo—, y ya vienen con nosotros Seda, Barak y Durnik para ocuparse de los asuntos más mundanos. Cuanto menor sea nuestro grupo, menos atraerá la atención. —Se volvió a Cho-Hag y añadió—: Sin embargo, ya que hablamos de ello, me gustaría llevar a tu hijo Hettar con nosotros. Es probable que necesitemos de sus especializadas capacidades extraordinarias.
—Imposible —replicó Hettar con rotundidad—. Tengo que quedarme con mi padre.
—No, Hettar —lo cortó éste—. No quiero que vivas sólo como las piernas de un impedido.
—Nunca he sentido que me prive de nada por quedarme a tu servicio, padre —insistió Hettar—. Hay mucha gente que comparte mis facultades especiales. Deja que el Anciano escoja a otro.
—¿Cuántos sha-darim hay entre los algarios? —preguntó el señor Lobo con aire grave.
Hettar le dirigió una intensa mirada, como si quisiera decirle algo con los ojos. El rey Cho-Hag hizo una profunda inspiración.
—¿Es eso cierto, Hettar? —preguntó.
—Tal vez, padre —respondió el aludido, encogiéndose de hombros—. No creía que fuese importante.
Cho-Hag miró a Lobo. Éste asintió.
—Es cierto —dijo—. Lo supe la primera vez que lo vi. Es un sha-dar. Pero tenía que descubrirlo por si mismo.
De pronto, los ojos del monarca se llenaron de lágrimas.
—¡Mi hijo! —exclamó con orgullo, estrechando a Hettar en un emocionado abrazo.
—No es nada extraordinario, padre —murmuró Hettar en voz baja, como si de pronto se sintiera turbado.
—¿De qué están hablando? —susurró Garion a Seda.
—Es una cosa que los algarios se toman muy en serio —le explicó Seda sin alzar la voz—. Creen que hay algunas personas que pueden comunicarse con los caballos utilizando únicamente sus pensamientos. A esas personas se las denomina sha-darim, o jefes de clan de los caballos. Sólo surgen casos muy esporádicos, apenas dos o tres entre toda una generación. El algario que posee ese don entra de inmediato en la nobleza. Cho-Hag va a rebosar de orgullo cuando regrese a Algaria.
—¿Tan importante es? —quiso saber el muchacho.
Seda se encogió de hombros.
—Para los algarios, parece que si. Todos los clanes se reúnen en la Fortaleza cuando se encuentra un nuevo sha-dar. Todo el reino celebra el acontecimiento durante seis semanas y sus gentes llevan regalos al escogido de la fortuna. Hettar será un hombre rico si decide aceptarlos, aunque tal vez opte por lo contrario. Hettar es un hombre extraño.
—Debes aceptar —dijo Cho-Hag a Hettar—. El orgullo de Algaria va contigo. Tu deber está claro.
—Tú decides, padre —respondió Hettar a regañadientes.
—Bien —dijo el señor Lobo—. ¿Cuánto tiempo te llevará ir a Algaria, escoger una decena de tus mejores caballos y llevarlos hasta Camaar?
—Dos semanas —respondió Hettar tras un rápido cálculo—, si no encontramos ventiscas en las montañas de Sendaria.
—Entonces, mañana por la mañana saldremos todos de aquí —indicó Lobo—. Anheg puede facilitarte una nave. Lleva los caballos por la Gran Ruta del Norte hasta un lugar a pocas leguas al este de Camaar desde donde parte otra ruta de caravanas que va hacia el sur. Ésta segunda ruta vadea el río Gran Camaar y sigue hasta conectar con la Gran Ruta del Oeste en las ruinas de Vo Wacune, al norte de Arendia. Nos reuniremos allí dentro de dos semanas.
Hettar asintió.
—Allí se unirá también a nosotros un arendio de Vo Astur y un poco más adelante, otro de Vo Mimbre. Los dos hombres nos pueden ser de utilidad en el sur.
—Y también se cumplirá así la profecía —añadió Anheg misteriosamente. Lobo se encogió de hombros y en sus claros ojos azules apareció un súbito fulgor.
—No me opongo a que las profecías se cumplan, siempre que ello no sea un inconveniente para mis planes.
—¿Podemos servirte de alguna ayuda en la búsqueda? —preguntó Brand, el Guardián.
—Ya tenéis suficiente trabajo con lo vuestro —respondió Lobo—. No importa lo que resulte de nuestra empresa, es evidente que los angaraks se preparan para una gran acción. Si tenemos éxito, tal vez vacilen en llevarlo a cabo, pero los angaraks no siguen los mismos razonamientos que nosotros. Incluso después de lo que sucedió en Vo Mimbre, es posible que decidan arriesgarse a un ataque total contra el oeste. Podría ser que estuvieran respondiendo con ello a unas profecías propias de las que nosotros no sabemos nada. En cualquier caso, creo que debéis estar prevenidos para algo bastante importante. Deberéis realizar los preparativos necesarios.
Anheg le lanzó una sonrisa lobuna.
—Llevamos esperándolos desde hace cinco mil años —declaró—. Ésta vez, vamos a erradicar de la faz de la tierra esa plaga angarak. Cuando Torak el Tuerto despierte, se encontrará tan solo como Mara… e igual de impotente.
—Tal vez —replicó el señor Lobo—, pero no hagas planes para celebrar la victoria hasta que la guerra haya terminado. Llevad a cabo los preparativos con discreción y no inquietéis a los súbditos de vuestros reinos más de lo que ya habéis hecho. El oeste está repleto de grolims y éstos se fijan en todos vuestros movimientos. La pista que seguiremos puede conducirnos a Cthol Murgos y preferiría no tener que enfrentarme a un ejército de murgos desplegado en la frontera.
—Yo también soy un experto en el tema de observar y conseguir información —intervino el rey Rhodar con una mueca ceñuda en su rostro rollizo—. Acaso soy mejor aún que los grolims. Es hora de enviar unas cuantas caravanas más hacia el este. Los angaraks no se moverán sin la ayuda del este y los malloreanos tendrán que cruzar hasta Gar og Nadrak antes de desplegarse por el sur. Un par de sobornos aquí y allá, unos cuantos barriles de cerveza fuerte en los campamentos de mineros adecuados…, ¿quién sabe qué puede salir de un poco de corrupción bien enfocada? Un par de palabras al azar puede darnos varios meses de ventaja.
—Si traman algo importante, los thull estarán construyendo depósitos de suministros a lo largo de la cordillera oriental —apuntó Cho-Hag—. Los thull no son muy inteligentes y resulta fácil observarlos sin ser visto. Aumentaré el número de patrullas a lo largo de esas montañas. Con un poco de suerte, tal vez podamos descubrir con antelación la ruta escogida para la invasión. ¿Podemos hacer alguna otra cosa para ayudarte, Belgarath?
El señor Lobo permaneció unos instantes pensativo y de pronto, lanzó una sonrisa.
—Estoy seguro de que nuestro ladrón está escuchando con gran atención, a la espera de que alguno de nosotros pronuncie su nombre o el del objeto que ha robado. Tarde o temprano alguien va a cometer un desliz y una vez que nos localice, podrá escuchar hasta la ultima palabra de lo que hablemos. En lugar de esforzarnos en mantener silencio, creo que sería mejor si le proporcionamos algo que escuchar. Si se puede organizar, querría que todos los juglares y narradores de historias del norte empezaran a contar de nuevo ciertos viejos relatos…, ya sabéis cuáles. Cuando esos nombres empiecen a sonar por las plazas del mercado de todos los pueblos al norte del río Camaar, atronarán en sus oídos como el rugido de otras tantas tormentas. Cuando menos, eso nos dará libertad para hablar. Con el tiempo, se cansará de escuchar y dejará de prestar atención.
—Se hace tarde, padre —le recordó tía Pol. Lobo asintió.
—Estamos metidos en un juego mortal —dijo a todos los presentes—, pero nuestros enemigos juegan otro igualmente letal. Corren un peligro tan grande como el nuestro y, ahora mismo, nadie puede predecir qué sucederá al final. Ultimad los preparativos y enviad hombres de confianza a vigilar. Tened paciencia y no hagáis nada sin meditarlo bien. De momento, Polgara y yo somos los únicos que podemos actuar y vais a tener que confiar en nosotros. Sé que, a veces, algunas cosas que hemos hecho han parecido un poco extrañas, pero tenemos razones para actuar así. Por favor, no volváis a intervenir. Necesitaré tener noticias de vuestros progresos de vez en cuando; si preciso que hagáis algo más, os lo haré saber. ¿De acuerdo?
Los reyes asintieron con semblante serio y todos los presentes se pusieron en pie. Anheg se acercó a Lobo.
—¿Podrías pasarte por mi estudio dentro de una hora, Belgarath? —le preguntó en voz baja—. Querría tener unas palabras contigo y con Polgara antes de vuestra partida.
—Si así lo quieres, Anheg… —asintió el señor Lobo.
—Vamos, Garion —dijo tía Pol—. Tenemos que ocuparnos del equipaje.
Garion, un poco abrumado por la solemnidad de la conversación, se incorporó en silencio y cruzó la puerta tras ella.