Capítulo 15

Fresca y despejada, la mañana siguiente amaneció con un cielo de intenso color azul y un sol deslumbrante que se reflejaba sobre las blancas cimas que se alzaban detrás de la ciudad. Después del desayuno, el señor Lobo anunció que él y la tía Pol volverían a reunirse en privado con Fulrach y los reyes alorn.

—Buena idea —dijo Barak—. Las meditaciones sombrías son muy indicadas para los reyes. Sin embargo, salvo que uno tenga obligaciones reales que atender, hace un día demasiado espléndido para desperdiciarlo entre cuatro paredes.

Dirigió una sonrisa burlona a su tío. El rey Anheg, tras lanzar una mirada de añoranza por la ventana próxima a él, respondió:

—Posees una vena de crueldad en tu carácter que no había sospechado hasta hoy, Barak.

—¿Todavía se acercan los jabalíes hasta las lindes del bosque? —preguntó Barak.

—Piaras enteras —asintió Anheg, aún más desconsolado.

—He pensado que podría tomar unos cuantos hombres y salir a ver si podemos reducir un poco su número —dijo Barak con una sonrisa todavía más radiante.

—Estaba casi seguro de que tenías en la cabeza algo así —respondió Anheg, malhumorado, mientras se rascaba la descuidada barba.

—Te estoy haciendo un servicio, Anheg —insistió Barak—. No querrás que tu reino sea invadido por los animales salvajes, ¿verdad?

Rhodar, el obeso rey de Drasnia, soltó una gran carcajada.

—Anheg, creo que te ha pillado —comentó.

—Siempre lo hace —asintió Anheg con voz agria.

—Yo dejo con gusto tales actividades a hombres más jóvenes y en forma —dijo Rhodar al tiempo que se daba unas palmadas en su enorme barriga con ambas manos—. No hago ascos a una buena cena, siempre que no haya tenido que luchar con ella primero. Yo resulto un blanco demasiado bueno. Ni el jabalí más ciego del mundo tendría muchos problemas para encontrarme.

—Bien, Seda —dijo Barak—, ¿qué me dices?

—No hablarás en serio —replicó Seda.

—Es preciso que vayas, príncipe Kheldar —insistió la reina Porenn—. Alguien tiene que representar el honor de Drasnia en esta empresa. —Una expresión de pena asomó en el rostro de Seda—. Puedes ser mi campeón —añadió la reina con un pronunciado brillo en sus ojos.

—¿Ya has estado leyendo otra vez esos cantares de gesta arendianos, Alteza? —preguntó ácidamente Seda.

—Considéralo una orden real —dijo ella—. Un poco de aire fresco y de ejercicio no te vendrán mal. Empiezas a tener mal color.

Seda hizo una reverencia cargada de ironía.

—Cumpliré tus deseos, Alteza —respondió—. Supongo que, si las cosas se ponen mal, siempre puedo subirme a un árbol.

—¿Qué dices tú, Durnik? —preguntó Barak.

—No sé gran cosa de la caza, amigo Barak —respondió Durnik, titubeante—, pero te acompañaré si lo deseas.

—¿Mi señor? —preguntó Barak al conde de Seline en tono cortés.

—No, gracias, conde Barak —dijo el de Seline con una carcajada—. Hace años que se me pasó el entusiasmo por ese deporte. De todos modos, gracias por la invitación.

—¿Hettar? —inquirió Barak al larguirucho algario. Éste se volvió rápidamente hacia su padre.

—Ve con ellos, Hettar —dijo Cho-Hag con su suave voz—. Estoy seguro de que el rey Anheg me cederá un guerrero que me ayude a caminar.

—Yo mismo lo haré, Cho-Hag —se ofreció Anheg—. Cargas más pesadas he transportado.

—En tal caso, iré contigo, conde Barak —contestó entonces Hettar—. Y gracias por preguntarme. —Hettar tenía una voz profunda y resonante pero muy suave, de gran parecido con la de su padre.

Barak consultó por ultimo a Garion.

—¿Y bien, muchacho?

—¿Te has vuelto completamente loco, Barak? —exclamó tía Pol—. ¿No lo metiste ya en suficientes problemas ayer?

Aquélla fue la gota que colmó el vaso. La súbita alegría que había experimentado ante la invitación de Barak se convirtió en rabia. Garion hizo rechinar los dientes y olvidó toda prudencia.

—Si Barak no cree que vaya a ser un estorbo, me gustará acompañarlos —proclamó, desafiante.

Tía Pol lo miró con una repentina expresión de gran dureza en los ojos.

—A tu cachorro le están saliendo los dientes, Pol —comentó el señor Lobo con una risilla.

—Cállate, padre —respondió tía Pol, con su mirada colérica clavada aún en el muchacho.

—Ésta vez no, señorita —declaró el anciano con un atisbo de férrea decisión en su voz—. El muchacho ha tomado una decisión y no vas a humillarlo obligándolo a desdecirse de ella. Garion ya no es un niño. Quizá no te hayas dado cuenta, pero ya casi tiene la altura de un hombre y empieza a aumentar de peso. Pronto cumplirá los quince años, Pol. Algún día tendrás que empezar a aflojar las riendas y ésta es una ocasión tan buena como cualquier otra para que empieces a tratarle como a un adulto.

Pol lo miró durante unos segundos y por fin, con una engañosa docilidad, respondió:

—Como tú digas, padre. Pero estoy segura de que más tarde podremos volver a hablar sobre este tema… en privado.

El señor Lobo dio un respingo.

Después, tía Pol se volvió hacia Garion.

—Procura tener cuidado, querido —le dijo—. Y cuando regreses hablaremos largo y tendido sobre todo esto, ¿verdad?

—¿Precisará mi señor de mi ayuda para vestirse las ropas de caza? —preguntó Merel con los mismos modales altivos y pomposos que siempre utilizaba con Barak.

—No será necesario, Merel —respondió Barak.

—No querría desatender ninguna de mis obligaciones —insistió ella.

—Olvídalo, Merel. Ya has cumplido con tu papel.

—Entonces, ¿tengo permiso de mi señor para retirarme?

—Lo tienes —se limitó a contestar él.

—Tal vez las damas quieran acompañarme —intervino la reina Islena—. Consultaremos los augurios para ver si podemos predecir el resultado de la cacería.

La reina Porenn, que estaba algo retrasada respecto a la reina de Cherek, levantó los ojos al cielo con aire de resignación. La reina Silar le dirigió una sonrisa.

—Vámonos, pues —dijo Barak por fin—. Los jabalíes nos esperan.

—Con sus colmillos afilados, sin duda —añadió Seda.

Barak los condujo hasta la puerta roja de la armería, donde se les unió un hombre con aspecto de oso pardo, de hombros extraordinariamente anchos y con una indumentaria de cuero de toro con varias placas de metal atadas a ella.

—Éste es Torvik —dijo Barak al presentar al hombre de aspecto de oso—. Es el montero jefe de Anheg y conoce por su nombre a cada uno de los jabalíes del bosque.

—Mi señor Barak es demasiado amable —respondió Torvik con una inclinación de cabeza.

—¿Qué debe hacer uno en las cacerías de jabalíes, amigo Torvik? —preguntó Durnik—. No he participado en ninguna hasta hoy.

—Es muy sencillo —explicó Torvik—. Yo llevo a mis monteros al bosque y, a base de ruidos y gritos, conducimos a los animales. Tú y los demás cazadores los esperáis con esto —indicó un montón de lanzas fuertes, de punta ancha, especiales para la caza del jabalí—. Cuando el animal lo ve a uno en su camino, carga contra él e intenta matarlo con sus colmillos; cuando se lanza sobre el cazador, éste lo mata con la lanza.

—Entiendo —murmuró Durnik, no muy convencido—. No parece un sistema muy complicado.

—Llevamos cotas de malla, Durnik —intervino Barak—. Nuestros cazadores pocas veces reciben heridas de consideración.

—Ése «pocas veces» da la impresión de que tal resultado se produce con inquietante frecuencia, Barak —comentó Seda, pasando un dedo por una cota de malla colgada de una percha junto a la puerta.

—Ningún deporte resulta entretenido sin un cierto elemento de riesgo —replicó Barak, encogiéndose de hombros mientras sopesaba una de las lanzas.

—¿No has pensado nunca en cambiarlo por las partidas de dados?

—Con tus dados, nunca, amigo mío —dijo Barak con una carcajada.

Empezaron a enfundarse las cotas de malla mientras los monteros de Torvik transportaban varios haces de lanzas de caza a los trineos que esperaban en el patio nevado del palacio.

Garion encontró que la indumentaria de protección era muy incómoda. Los aros de acero se le clavaban en la piel pese al grosor de sus ropas y, cada vez que trataba de cambiar de postura para aliviar la presión de alguno de ellos, otra media docena se le clavaba en otra zona del cuerpo. La temperatura era muy fría cuando montaron en los trineos y las capas de pieles habituales no parecían capaces de contrarrestarla.

Avanzaron por las calles estrechas y serpenteantes de Val Alorn hacia la gran puerta del oeste, situada en el lado de la ciudad opuesto al puerto. El aliento de los caballos formaba grandes nubes en el aire helado.

La anciana ciega y harapienta del templo surgió del umbral de una puerta al paso de la comitiva bajo el brillante sol matinal.

—Salud, conde Barak —graznó la mujer—. Tu Destino está cerca. Probarás su sabor antes de que el sol de esta jornada encuentre su lecho.

Sin una palabra, Barak se puso en pie en el trineo, asió una lanza de caza y la arrojó con mortífera precisión al corazón mismo de la vieja.

Con sorprendente rapidez, la vieja bruja alzó su bastón y desvió la lanza en el aire.

—De nada te servirá intentar matar a la vieja Martje —dijo con una carcajada de mofa y desprecio—. Tu lanza no la herirá, ni tampoco tu espada. Ve, Barak, tu Destino te aguarda. —Tras esto, se volvió hacia el trineo donde se encontraba Garion, sentado junto al desconcertado Durnik—. Salud, Señor de los Señores —entonó Martje—. El peligro que hoy correrás será grande, pero sobrevivirás a él. Y será ese peligro lo que pondrá de manifiesto la marca de la bestia que constituye el Destino de tu amigo Barak.

Tras estas palabras, la vieja hizo una reverencia y se escabulló antes que Barak pudiera echar mano de otra lanza.

—¿A qué se refiere esa mujer, Garion? ¿Qué era todo eso que dijo? —quiso saber Durnik, con la sorpresa todavía en los ojos.

—Según Barak, es una vieja ciega que no está en sus cabales —explicó Garion—. Ya salió a nuestro encuentro cuando llegábamos a Val Alorn y acudíamos a palacio, algo rezagados.

—¿Qué era todo ese parloteo sobre el destino? —inquirió Durnik con un escalofrío.

—No lo sé —respondió Garion—. Barak no quiso explicarlo.

—Es un mal presagio, recién levantada la mañana —murmuró el herrero—. Éstos chereks son gente extraña.

Garion asintió, completamente de acuerdo.

Más allá de la puerta occidental de la ciudad había campos abiertos que brillaban, blancos y destelleantes, bajo la intensa luz del sol matutino. El grupo cruzó los campos hacia las oscuras lindes del bosque, a un par de leguas de distancia, levantando grandes cortinas de nieve polvo tras los veloces trineos.

A lo largo del camino vieron varias haciendas casi cubiertas por la nieve. Los edificios estaban hechos de madera y tenían techos muy inclinados, también de madera.

—Ésa gente parece indiferente al peligro —dijo Durnik—. Desde luego, yo no viviría en una casa de madera, con la posibilidad de un incendio y todo eso.

—En cualquier caso, estamos en un país distinto del nuestro —replicó Garion—. No podemos esperar que todo el mundo viva exactamente como lo hacemos en Sendaria.

—Supongo que no —suspiró Durnik—, pero te confieso que no me siento muy cómodo en esta tierra. Hay personas que no están hechas para viajar. A veces desearía no haber salido nunca de la hacienda de Faldor.

—Lo mismo me pasa a mi, en algunos momentos —reconoció Garion con la vista puesta en las enormes montañas que parecían levantarse del bosque que tenían delante—. Pero algún día todo terminará y podremos volver a casa otra vez.

Durnik asintió y exhaló un nuevo suspiró.

Cuando al fin penetraron en el bosque, Barak había recuperado ya el ánimo y el buen humor y se dedicó a apostar a los cazadores como si nada hubiese sucedido. Con la nieve hasta las pantorrillas, condujo a Garion hasta un gran árbol a cierta distancia de las estrechas huellas dejadas por los trineos.

—Éste es un buen lugar —anunció—. Aquí hay un sendero utilizado por los venados y tal vez los jabalíes lo empleen para intentar escapar del estruendo de Torvik y sus hombres. Cuando se presente uno, asienta los pies en el suelo y sostén la lanza con la punta dirigida hacia el pecho del animal. Los jabalíes no ven demasiado bien y se arrojará sobre tu lanza antes de que se dé cuenta de tu presencia. Después, lo mejor que puedes hacer es ocultarte enseguida tras un árbol. A veces, la lanza los pone muy furiosos.

—¿Y si no acierto? —preguntó Garion.

—Más vale que no lo hagas —le aconsejó Barak—. No es una idea demasiado buena.

—No quiero decir que vaya a fallar a propósito —replicó Garion—. ¿Qué hará el jabalí? ¿Tratará de huir de mi o qué?

—A veces intenta escapar —explicó Barak—, pero yo no contaría con ello. Lo más probable es que trate de partirte en dos con los colmillos. Si así sucede, el mejor recurso suele ser encaramarse a un árbol.

—Lo recordaré muy bien —afirmó Garion.

—No estaré muy lejos si tienes algún problema —le prometió Barak, y le entregó un par de lanzas. Después, volvió al trineo y el grupo se alejó, dejando a Garion a solas debajo de un gran roble.

El bosque estaba en sombras entre los oscuros troncos de los árboles y hacía un frío penetrante. Garion deambuló un rato por la nieve en busca del mejor lugar para esperar al jabalí. El sendero de los venados que Barak había indicado era una pista llena de pisadas que serpenteaba entre los oscuros arbustos y Garion no pudo menos que alarmarse al ver el gran tamaño de las huellas impresas en la nieve. El roble, con sus ramas bajas extendidas a los costados, empezaba a parecer acogedor, pero el muchacho desechó con resolución tal pensamiento. Se suponía que debía mantener el campo y resistir la carga del jabalí, y decidió que prefería morir antes que esconderse en las ramas de un árbol como un niño asustado.

La voz áspera del fondo de su mente le aviso que dedicaba demasiado tiempo a preocuparse de detalles como aquél. Hasta que fuera un adulto, nadie lo consideraría un hombre: ¿por qué, entonces, tenía que molestarse en intentar parecer valiente si de todos modos no le serviría de nada?

Ahora, el bosque estaba muy silencioso y la nieve contribuía a amortiguar todos los sonidos. No se oía ningún trino y sólo se escuchaba, de vez en cuando, el sonido ahogado de una masa de nieve al deslizarse desde las ramas excesivamente cargadas hasta el suelo, al pie del tronco. Garion se sintió terriblemente solo. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué había llevado a un muchacho sendario, juicioso y serio como él, hasta aquellos bosques interminables de Cherek, a la espera de la carga de un furioso cerdo salvaje con la única compañía de un par de lanzas que no dominaba? ¿Qué le había hecho el pobre animal? Garion se dio cuenta de que ni siquiera le gustaba especialmente el sabor del cerdo.

Estaba a cierta distancia del sendero del bosque por el cual habían pasado los trineos; apoyó la espalda en el tronco del roble, se estremeció y esperó.

No se dio cuenta del tiempo que llevaba escuchando el sonido hasta que cobró plena conciencia del mismo. No era el traqueteo apresurado y chillón del esperado jabalí, sino el paso medido de varios caballos que avanzaban con lentitud por el bosque nevado, y procedía de detrás de su posición. Con cautela, asomó la cara tras el tronco del árbol.

Tres jinetes envueltos en pieles surgieron de entre los árboles al otro lado del sendero hollado por los trineos, se detuvieron y aguardaron. Dos de ellos eran guerreros barbudos, en nada distintos de las decenas de hombres parecidos que Garion había visto en el palacio del rey Anheg. El tercer jinete, en cambio, tenía el cabello largo de color pajizo y no llevaba barba. Aunque era un hombre de mediana edad, sus facciones tenían el aire hosco y malhumorado de un niño consentido, y permaneció en la silla de su montura con un ademán desdeñoso, como si la compañía de los otros dos fuera una ofensa para él.

Al cabo de un rato, llegó el ruido de otro caballo procedente de las lindes del bosque. Garion aguardó, con la respiración contenida. El nuevo jinete se acercó despacio a los tres que esperaban al borde de la arboleda. Era el hombre de la capa verde que Garion había visto escabullirse por los pasillos del rey Anheg dos noches antes.

—Mi señor —dijo respetuoso el hombre de la capa verde al llegar junto a los otros tres.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó con voz enérgica el hombre de cabello pajizo.

—El conde Barak se llevó a algunos de sus invitados a cazar jabalíes esta mañana. Tomaron el mismo camino que yo y no he querido seguirlos demasiado de cerca.

El noble emitió un áspero gruñido.

—Los hemos visto en el interior del bosque —dijo—. Bien, ¿qué has oído?

—Muy poco, mi señor. Los reyes están celebrando reuniones con el anciano y la mujer en una cámara protegida. No puedo acercarme lo suficiente para escuchar lo que hablan.

—Te pago buen oro para que te acerques lo suficiente. Tengo que saber qué discuten. Vuelve al palacio y encuentra una manera de enterarte de qué traman.

—Lo intentaré, mi señor —dijo el hombre de la capa verde, con una reverencia un tanto rígida.

—Harás más que intentarlo —replicó el de cabello pajizo.

—Como digas, mi señor —asintió el otro al tiempo que hacía dar media vuelta a su caballo.

—Espera —ordenó el noble—. ¿Has podido reunirte con nuestro amigo?

—Con tu amigo, mi señor —le corrigió el otro, tirando de las riendas para volverse otra vez—. Sí, me reuní con él y fuimos a una taberna a charlar un rato.

—¿Qué dijo?

—Nada demasiado concreto. Es lo normal entre los de su raza.

—¿Se verá con nosotros como dijo que haría?

—Me dijo que lo haría. Si quieres creerle, es asunto tuyo, mi señor.

El noble no hizo caso del comentario y continuó sus preguntas:

—¿Quién llegó con el rey de los sendarios?

—El anciano y la mujer, otro viejo que debe de ser algún noble sendario, el conde Barak y un drasniano de cara de hurón, además de otro sendario, un plebeyo, supongo.

—¿Eso es todo? ¿No iba también con ellos un muchacho?

—No pensaba que el muchacho fuera importante —respondió el espía, encogido de hombros.

—Entonces, ¿está en el palacio?

—Si, mi señor. Es un muchachito sendario corriente de unos catorce años, calculo. Es una especie de criado de la mujer.

—Muy bien. Regresa a palacio y acércate a esa sala de reuniones lo bastante como para enterarte de lo que hablan los reyes y el anciano.

—Puede resultar muy peligroso, mi señor.

—Más peligro correrás si no lo haces. Ahora, vete antes de que ese simio de Barak vuelva y te encuentre remoloneando por aquí.

El noble hizo dar media vuelta a su montura y, seguido de sus dos guerreros, se sumergió de nuevo en el bosque al otro lado del sendero nevado que zigzagueaba entre los troncos umbríos.

El hombre de la capa verde aguardó unos instantes observando al trío con expresión torva y luego desapareció por donde había venido.

Garion se levantó de su posición en cuclillas tras el árbol. Tenía las manos apretadas en torno al asta de la lanza con tal fuerza que le dolían. Aquello había ido ya demasiado lejos, se dijo. Era preciso llevar el asunto a la atención de alguien.

En ese instante, a cierta distancia en las profundidades nevadas del bosque, escuchó el sonido de los cuernos de caza y el estrépito metálico de las espadas al batir rítmicamente sobre los escudos. Los monteros se acercaban, empujando a todos los animales del bosque delante de ellos.

Oyó un crujir entre los arbustos y un gran ciervo macho apareció ante su vista de un salto, con la mirada loca de pánico y una enorme cornamenta en lo alto de la testuz. Con tres ágiles saltos, el ciervo desapareció. Garion se estremeció de excitación.

Acto seguido, acompañada de unos crujidos y de un agudo chillido, una hembra de jabalí de ojos encendidos apareció en el sendero seguida de media docena de jabatos que corrían cuanto podían. Garion se refugió detrás del tronco y los dejó pasar.

Los siguientes chillidos sonaron más graves y cargados no tanto de miedo como de rabia. Era el macho. Garion tuvo esa certeza antes incluso de que el animal irrumpiera entre los espesos matorrales. Cuando apareció el jabalí, Garion notó que el corazón le daba un vuelco. Aquello no era un cerdo soñoliento y cargado de grasa, sino más bien una fiera salvaje y enfurecida. Sus horribles colmillos amarillentos le sobresalían del hocico abocinado y entre ellos llevaba adheridos fragmentos de corteza y ramas tiernas, muda evidencia de que el jabalí embestía contra cualquier cosa que hallaba a su paso, fueran árboles, matojos… o un muchacho sendario sin la suficiente sensatez para apartarse de su camino.

Entonces sucedió algo extraño. Como en aquella pelea con Rundorig tantos años atrás, o en la escaramuza con los sicarios de Brill en las oscuras calles de Muros, Garion notó que le empezaba a hervir la sangre al tiempo que un intenso pitido le taladraba los oídos. Le pareció escuchar un estentóreo grito de desafío y apenas pudo aceptar el hecho de que procedía de su propia garganta. De pronto, se dio cuenta de que estaba colocado en mitad del sendero, en cuclillas, con la lanza bien sujeta y apuntaba hacia la enorme fiera.

El jabalí se lanzó a la carga. Con los ojos rojos y soltando espuma por el hocico, emitió un ronco chillido de furia y se lanzó hacia el muchacho. La nieve recién caída se levantó ante el avance de sus poderosas pezuñas como la espuma marina ante la proa de una nave. Los cristales de nieve parecieron quedar suspendidos en el aire, brillantes gracias a un único y casual rayo de sol que alcanzaba el suelo del bosque.

El impacto del jabalí con la lanza fue tremendo, pero Garion había apuntado con precisión. La ancha punta del arma penetró en el tórax cubierto de hirsuto pelaje y la baba blanca que rezumaba de los colmillos del animal se convirtió de pronto en una espuma sanguinolenta. Garion se vio arrastrado hacia atrás por el choque y sus pies resbalaron en el suelo nevado; a continuación, el asta de la lanza se partió como una rama seca y el jabalí se lanzó sobre el muchacho.

El primer golpe de los colmillos del animal, dirigido hacia arriba, alcanzó a Garion en pleno estómago y el chico notó que sus pulmones se quedaban sin aire. El segundo golpe le dio en la cadera mientras Garion trataba, entre jadeos, de apartarse. La cota de malla desviaba los colmillos del jabalí salvándolo de recibir grandes heridas, pero los impactos resultaban demoledores. El tercer golpe de la fiera alcanzó al muchacho en la espalda, lo levantó por los aires y lo estrelló contra un árbol. Los ojos se le llenaron de una luz tenue cuando su cabeza golpeó la áspera corteza del tronco.

En ese momento apareció en escena Barak cargando a través del camino nevado con un estentóreo rugido…, pero, de alguna manera, no parecía ser el Barak que el muchacho conocía. Los ojos de Garion, borrosos tras el impacto de su cráneo contra el árbol, contemplaron con desconcierto algo que no podía ser cierto. Se trataba de Barak, sobre eso no cabía ninguna duda, pero era también otra cosa. Extrañamente, como si de algún modo ocupara el mismo espacio físico que Barak, el muchacho apreció también la presencia de un oso enorme, de aspecto terrible. Las imágenes de ambas figuras corriendo sobre la nieve quedaban superpuestas y sus movimientos eran idénticos, como si, además del mismo espacio, compartieran también los mismos pensamientos.

Unos brazos enormes cogieron al jabalí, que se debatía ahora mortalmente herido, hasta paralizarlo. Una sangre brillante brotó de la boca del jabalí y el ser velludo, medio humano y medio oso, que parecía ser Barak y al mismo tiempo otra cosa, levantó a la fiera agonizante por encima de su cabeza y la estampó con brutalidad contra el suelo. El hombre-oso alzó su horrible rostro y lanzó un rugido de triunfo que hizo vibrar la tierra. En el mismo instante, la luz se desvaneció en los ojos de Garion y el muchacho notó que empezaba a caer en el pozo gris de la inconsciencia.

Cuando recuperó el sentido en el trineo, no pudo calcular cuánto tiempo había transcurrido. Seda le aplicaba un paño lleno de nieve en la nuca mientras el vehículo casi volaba por los deslumbrantes campos blancos en dirección a Val Alorn.

—Veo que te has decidido por vivir —le dijo Seda con una sonrisa.

—¿Dónde está Barak? —murmuró Garion, todavía atontado.

—En el trineo que nos sigue —respondió Seda, volviendo la cabeza hacia atrás.

—¿Se encuentra… se encuentra bien?

—¿Qué podría herir a Barak? —exclamó Seda.

—Quiero decir si… si parece él mismo.

—A mí me parece que es Barak, en efecto —le aseguró Seda, encogiéndose de hombros—. No, muchacho, quédate quieto. Ése jabalí puede haberte roto alguna costilla.

El hombrecillo puso las manos sobre el pecho de Garion y lo empujó con cuidado hacia abajo.

—¿Y mi jabalí? —preguntó Garion con un hilillo de voz—. ¿Dónde está?

—Lo traen los monteros —contestó Seda—. Vas a tener una entrada triunfal. Sin embargo, te sugiero que deberías meditar un poco sobre la virtud de la cobardía constructiva. Ésos instintos tuyos pueden acortarte la vida.

Pero Garion ya había caído otra vez en la inconsciencia.

Cuando despertó de nuevo, estaban ya en palacio y Barak lo transportaba en brazos. Tía Pol estaba allí, con el rostro lívido a la vista de toda aquella sangre.

—No es del muchacho —se apresuró a tranquilizarla Barak—. Él ha alanceado un jabalí y el animal se ha desangrado encima de él mientras los dos forcejeaban. Me parece que el chico está bien: un golpe sin importancia en la cabeza y poco más.

—Tráelo adentro —replicó con sequedad tía Pol, en marcha ya escaleras arriba hacia la habitación de Garion.

Más tarde, con la cabeza y el pecho vendados y después de tomar una taza de una infusión de sabor desagradable que le preparó tía Pol y que lo hizo sentirse mareado y soñoliento, Garion permaneció tendido en la cama escuchando a la mujer cuando ésta se volvió por fin hacia Barak.

—Tú, todo lo que tienes de grande, lo tienes de tonto —exclamó, furiosa—. ¿Te das cuenta de lo que has conseguido con tu estupidez?

—El muchacho es valiente —respondió Barak en voz baja, sumido en una especie de laxa melancolía.

—La valentía no me interesa —masculló tía Pol—. ¿Qué te sucede? —preguntó a continuación. De pronto, extendió las manos y las colocó en las sienes de la gran cabeza del cherek. La mujer fijó su mirada en la de Barak durante unos instantes y luego, poco a poco, le soltó—. ¡Oh!, veo que por fin ha sucedido.

—No he podido controlarlo, Polgara —murmuró Barak, afligido.

—Todo saldrá bien, Barak —trató de tranquilizarlo la mujer, acariciando con suavidad su cabeza abatida.

—Nada volverá a ser como antes —añadió él.

—Ve a dormir un poco —le aconsejó Pol—. Por la mañana no te parecerá tan terrible.

El hombretón dio media vuelta y abandonó la estancia en silencio.

Garion comprendió que habían estado hablando del extraño suceso que había presenciado cuando Barak había acudido a rescatarlo del jabalí y deseó interrogar a tía Pol acerca del asunto, pero la amarga bebida que la mujer le había administrado lo dejó sumido en un sueño profundo y sin sobresaltos antes de tener tiempo a ordenar las palabras y formular la pregunta.