34 Se arma la de Dios

Una oleada de angustia se apoderó de Jody al despertar.

—Tommy —llamó. Se levantó de un salto y entró en el cuarto de estar sin pararse a encender la luz.

—¿Tommy?

El loft estaba en silencio. Miró el contestador: no había mensajes.

No voy a empezar otra vez, se dijo. No puedo soportar otra noche de angustia.

Había limpiado y recogido el desbarajuste del registro policial de la noche anterior, había untado la madera con aceite de limón, restregado las pilas y la bañera, y visto la televisión por cable hasta el amanecer. Y en todo ese tiempo no había dejado de pensar en lo que le había dicho Tommy sobre compartir las cosas, sobre estar con alguien que pudiera entender lo que uno veía y sentía. Eso era lo que ella quería.

Quería a alguien que la acompañara de noche, alguien que oyera respirar a los edificios y viera resplandecer el calor de las aceras justo después de la puesta de sol. Pero quería a Tommy. Quería el amor. Quería sentir el subidón de la sangre y quería sexo que le llegara al corazón. Quería emoción y quería seguridad.

Quería formar parte del gentío y ser al mismo tiempo un individuo. Quería ser humana y tener la fuerza, los sentidos y la agudeza mental de un vampiro. Lo quería todo.

¿Y si tuviera elección?, pensó, si ese estudiante de medicina pudiera curarme, ¿querría volver a ser humana? Eso significaría que Tommy y yo podríamos volver a estar juntos, pero él nunca conocería esa sensación de ser un dios, ni yo tampoco. Nunca volvería a sentirla.

Así que me voy. ¿Y luego qué? Estoy sola. Más sola que nunca. Odio estar sola.

Dejó de pasearse y se acercó a la ventana. El policía de la noche anterior seguía allí, sentado en un Dodge marrón, vigilando. El otro había seguido a Tommy.

—Llámame, Tommy, capullo.

El policía sabría dónde estaba. Pero ¿cómo podía convencerlo para que se lo dijera? ¿Seduciéndolo? ¿Usando el pellizco vulcano? ¿Haciéndole la dormilona?

Quizá debería subir y llamar a la puerta, pensó Rivera. Inspector Alphonse Rivera, de la policía de San Francisco. Si tiene unos minutos, me gustaría hablar con usted acerca de su muerte. ¿Cómo fue? ¿Quién lo hizo? ¿Le fastidió mucho?

Se acomodó en el asiento del coche y bebió un sorbo de café. Intentaba espaciar los cigarrillos. No más de cuatro por hora. Tenía más de cuarenta años y no podía permitirse el lujo de fumar cuatro paquetes por noche e irse a casa con la garganta en carne viva, los pulmones chamuscados y un dolor horrible en las fosas nasales. Miró su reloj para ver si había pasado suficiente tiempo desde el último pitillo. Casi. Bajó la ventanilla del coche y algo lo agarró por la garganta, cortándole la respiración. Dejó caer el vaso y sintió que el café le quemaba el regazo al tiempo que se llevaba la mano a la chaqueta en busca de la pistola. Algo le agarró la mano y se la sujetó con la fuerza de un oso.

La mano que le oprimía la garganta se aflojó un poco y Rivera tomó una breve bocanada de aire. Intentó volver la cabeza y la garra volvió a cortarle la respiración. Una cara bonita se asomó por la ventanilla.

—Hola —dijo Jody. Aflojó un poco la mano de la garganta.

—Hola —respondió Rivera con voz ronca.

—¿Notas mi mano en tu muñeca?

Rivera sintió que la garra que le apretaba la muñeca se tensaba. La mano se le entumeció y el brazo entero le ardía de dolor.

—¡Sí!

—Está bien —dijo Jody—. Estoy segura de que puedo romperte la tráquea antes de que te muevas, pero quería que tú también lo supieras. ¿Lo sabes ya?

Rivera intentó asentir con la cabeza.

—Bien. Tu compañero siguió a Tommy anoche. ¿Sabes dónde están?

Rivera intentó asentir otra vez. A su lado, en el asiento, sonó el teléfono móvil.

Jody le soltó el brazo, le sacó la pistola de la funda del hombro, quitó el seguro y le apuntó a la cabeza, todo ello antes de que Rivera pudiera respirar una sola vez.

—Llévame allí —dijo.

Elijah Ben Sapir observaba el movimiento de los puntos rojos en la pantalla de vídeo que había sobre su cara. Se había despertado contento pensando en matar a la mascota de su polluela y entonces había visto que alguien había invadido su hogar. En ese instante lo asaltó una emoción tan rara que tardó en reconocerla. Miedo. Hacía mucho tiempo que no tenía miedo. Y era una sensación agradable.

Los puntos de la pantalla se movían alrededor de la popa del barco, entrando y saliendo del camarote principal. Cada pocos segundos uno de ellos desaparecía de la pantalla y volvía a aparecer. Estaban entrando y saliendo de una lancha neumática.

El vampiro levantó el brazo y pulsó una serie de botones. Los grandes motores que había a ambos lados de la cámara acorazada cobraron vida con un rugido. Pulsó otro interruptor y un cabrestante eléctrico comenzó a izar el ancla.

—¡Corre, corre, corre! —gritó Tommy hacia el interior del camarote—. ¡Se han encendido los motores!

Barry atravesó la escotilla llevando en los brazos una estatuilla de bronce de una bailarina. Tommy esperaba en la popa del yate, junto a Drew. Troy Lee, Lash, Jeff, Clint y el Emperador y su tropa ya estaban en la barca, intentando encontrar sitio para moverse entre los cuadros y las estatuas.

—Se acabó —dijo Tommy, quitándole a Barry la estatuilla de los brazos. Barry se lanzó por la borda hacia los brazos de los Animales y estuvo a punto de volcar la barca. Tommy le arrojó la estatuilla al Emperador, que la cogió y cayó al suelo de la barca.

Tommy pasó una pierna por encima de la barandilla y miró hacia atrás.

—¡Enciéndelo, Drew! ¡Vamos!

Drew se inclinó y acercó el mechero al extremo de la tira de tela impregnada de cera que corría por la cubierta de popa y atravesaba la escotilla del camarote principal. Se quedó un momento observando cómo avanzaba la llama, y luego se incorporó y se reunió con Tommy junto a la barandilla.

—Allá va.

Se tiraron hacia atrás desde la barandilla. Los Animales se apartaron y los dejaron caer al suelo de la barca sin impedimentos. La barca se sacudió y volvió a enderezarse. Tommy intentó recuperar el aliento para dar una orden.

—¡Remad, muchachos! —gritó el Emperador.

Los Animales empezaron a batir el agua con los remos. Se oyó un estrépito en el yate cuando la transmisión se puso en marcha. Las hélices comenzaron a girar, la barca se meció y el yate comenzó a alejarse de ellos.

—Rivera —dijo Rivera contestando al teléfono móvil.

—El yate se está moviendo —dijo Cavuto—. Creo que acabo de ayudar a esos tíos a saquearlo. —Abrió la cremallera de una funda de piel que llevaba en el asiento del coche y sacó una enorme pistola automática cromada: una Desert Eagle del calibre 50. Disparaba balas del peso aproximado de un perrito y tenía la pegada de un martillo neumático. Un solo disparo podía reducir a gravilla un bloque de cemento.

—Voy para allá —dijo Rivera.

—¿Y la chica? —Cavuto metió un cargador en la pistola y se guardó otro en el bolsillo de la chaqueta.

—No… no le pasará nada. Estoy entre Van Ness y Lombard. Dentro de unos tres minutos estoy allí. No pidas refuerzos.

—No voy a… ¡Ay, Dios!

—¿Qué?

—Ese puto cacharro acaba de explotar.

Un chorro de llamas brotó de la popa del Sanguino II. Un segundo después, el resto del yate desapareció en una nube de fuego que se elevó hacia el cielo. El barco había dejado atrás el malecón y se había adentrado unos trescientos metros en la bahía cuando el fuego de la mecha alcanzó el cóctel incendiario de Drew.

La lancha de los Animales llegó al puerto justo en el momento en que se produjo la explosión. Tommy saltó al muelle y vio disiparse la nube en forma de hongo. La ola que levantó la explosión llegó hasta la orilla y Tommy estiró el brazo hacia la barca y agarró al Emperador antes de que cayera al agua.

A su alrededor comenzaron a caer desperdicios. Un charco de fuego y combustible se extendió por el agua, iluminando la zona con un brillo anaranjado y danzarín.

—¿Estamos de miranda o qué? —gritó Drew.

Los Animales salieron de la barca y empezaron a descargar las obras de arte. Tommy se quedó a un lado, viendo arder el barco. Holgazán se había acurrucado en brazos del Emperador.

—¿Creéis que nos lo hemos cargado?

Jeff le pasó la bailarina de Degas a Troy y miró hacia atrás.

—Ya lo creo que sí, joder. Muy buena mezcla, Drew.

Drew hizo una reverencia y casi se cayó por el borde del muelle.

El Emperador dijo:

—Temo que la explosión haya atraído la atención de las autoridades, caballeros. Yo aconsejaría una rápida retirada.

Drew miró el incendio.

—Ojalá tuviera un ácido. Esto sería genial con un poco de ácido.

Jeff saltó a la barca y subió el último cuadro, el Miró. Echó un vistazo más allá de Troy Lee, que estaba subiendo al muelle el aparatoso cuadro y dijo:

—Caray.

—¿Qué? —dijo Troy.

Jeff señaló con la cabeza y los Animales se volvieron. Cavuto los estaba apuntando con una pistola enorme y reluciente.

—¡Que nadie se mueva!

No se movieron. Las pistolas de arpones estaban amontonadas en el muelle. Clint sujetaba flojamente la escopeta junto a su costado mientras rezaba. La soltó.

—Suéltala —dijo Cavuto.

—Ya la he soltado —contestó Clint.

—Es verdad, la ha soltado —dijo Tommy—. Y antes de que se lo pidiera. Eso debería contar el doble.

Cavuto hizo una seña con la pistola.

—Todo el mundo al suelo. Boca abajo. ¡Vamos!

Los Animales se tiraron al suelo. Lazarus ladró.

El Emperador dio un paso adelante.

—Agente, estos jóvenes han…

—¡Abajo! —gritó Cavuto. El Emperador se tiró al muelle con los Animales.

Las pantallas se apagaron un instante antes de que Elijah se viera arrojado contra una de las paredes de la cámara. Se volteó de un lado a otro, sintiendo que el acero quemaba su piel con cada giro. La cámara acorazada refulgía al rojo vivo, llena con el humo que desprendían los cables chamuscados y la ropa del vampiro.

Pasados unos segundos, las sacudidas cesaron. El vampiro quedó aplastado contra un extremo de la cámara, con la cara pegada a las rodillas. Le escocía la piel. Intentó curarse, pero hacía días que no se alimentaba y la curación sería lenta.

Encontró las pantallas de vídeo y de radar aplastadas y localizó la tapa de la cámara. Detrás de las pantallas gravitaba una fina neblina de agua salada. Empujó la tapa, pero no se movió. Buscó a tientas los cierres y los soltó. Luego empujó la tapa con fuerza suficiente para arrugar el guardabarros de un coche. Aun así, siguió sin moverse. El calor de la explosión había fundido el metal.

Debí matarlo la semana pasada, pensó el vampiro. Esto es lo que me pasa por ceder a mis caprichos.

Metió la mano en la pantalla de vídeo rota buscando de dónde salía aquella agua; luego se concentró y se convirtió en niebla. Estaba débil y la transformación fue lenta, pero cuando por fin perdió su forma sólida siguió el camino del agua y se abrió paso por un agujerito hasta salir a mar abierto.

La cámara acorazada yacía en el fondo, a treinta y cinco metros de profundidad. En cuanto Elijah escapó, la presión de cuatro atmósferas condensó su cuerpo haciéndole recuperar su forma sólida. Intentó evaporarse de nuevo, pero no lo consiguió. Comenzó entonces a nadar hacia el resplandor anaranjado de la superficie. Mientras tanto pensaba: Primero mato al chico y luego me compro otro traje.

Salió a la superficie en medio de las llamas, movió las piernas con fuerza hasta salir completamente del agua e intentó convertirse en niebla. Sus miembros se disolvieron en el aire y su vapor, lacerado por las llamas, se destacó, blanco, en medio de las volutas de humo negro del gasoil. Pero no pudo sostenerse. Volvió a caer al agua, seguido por un torbellino de vapor que volvió a condensarse bajo la superficie. Frustrado y furioso, comenzó a rodear a nado el malecón, camino del club de yates.

Cavuto movía la pistola de un lado a otro sobre las cabezas de los Animales tumbados en el suelo mientras iba recogiendo sus armas. Lazarus gruñó y se apartó cuando el corpulento policía se acercó a él. Sonaban sirenas a lo lejos. Los miembros de las tripulaciones y los dueños de los yates cercanos se asomaban por las escotillas como perrillos de las praderas, llenos de curiosidad.

—¡Adentro! —gritó Cavuto, y los curiosos escondieron la cabeza.

Cavuto oyó pasos en el muelle, a su espalda, y se giró bruscamente. El guardia de la puerta vio el cañón de la Desert Eagle, que parecía la boca de una caverna, y se paró en seco como si se hubiera topado con un campo de fuerza. Cavuto se volvió hacia los Animales.

—Vuelve a la puerta y llama al 911. Diles que manden refuerzos —dijo por encima del hombro.

—Vale —contestó el guardia.

—Muy bien, capullos, estáis detenidos. Y si alguno se menea, lo convierto en una mancha roja. Tenéis derecho a…

El vampiro salió del agua como un cometa empapado y aterrizó en el muelle, detrás de los Animales. Estaba ennegrecido por las quemaduras y su ropa colgaba en jirones achicharrados. Cavuto disparó sin pensárselo dos veces y falló. El vampiro lo miró el tiempo justo para sonreírle. Luego alargó el brazo, cogió a Tommy por la espalda de la camisa y lo levantó como si fuera un pelele.

Cavuto apuntó y disparó otra vez. El segundo disparo dio al vampiro en el muslo y le arrancó un trozo de carne de siete centímetros. El vampiro soltó a Tommy, se volvió hacia Cavuto y dio un salto. La tercera bala le dio en el abdomen. El impacto hizo saltar la carne y el vampiro giró en el aire como una pelota de fútbol. Aterrizó acurrucado a los pies de Cavuto. El fornido policía intentó retroceder para disparar, pero antes de que pudiera apuntar el vampiro le quitó la pistola, arrancándole casi toda la piel del dedo del gatillo. Cavuto dio un salto hacia atrás y buscó a tientas su arma reglamentaria dentro de la chaqueta mientras el vampiro tiraba hacia atrás la Desert Eagle y se ponía de pie.

—Eres hombre muerto —gruñó.

Cavuto vio cómo los boquetes de la pierna y el estómago del vampiro palpitaban, burbujeaban y se llenaban de humo. Agarró la empuñadura del revólver justo en el momento en que el vampiro saltaba alargando los dedos para hundirlos en su pecho.

Cavuto se agachó, oyó un siseo y un golpe sordo y levantó la mirada, sorprendido por estar todavía vivo. El vampiro se había detenido a un par de centímetros de él. Un arpón reluciente le había atravesado la pierna clavándolo al muelle. El chico negro estaba a un par de metros de allí, con una pistola de arpones en la mano.

El vampiro se giró y agarró el arpón. Cavuto sacó su revólver de un tirón, pero como tenía el dedo herido acabó tirándolo al muelle. Oyó detrás de él el chirrido de unos neumáticos y el ruido de un coche que se acercaba. Otro arpón atravesó el hombro del vampiro.

Tommy arrojó a un lado la pistola de arpones. Los Animales se habían puesto en pie.

—¡Troy, lánzame el machete!

Troy Lee recogió el machete del suelo y se lo arrojó. Tommy se apartó, el machete pasó silbando a su lado y cayó con estrépito en el muelle, cerca de Cavuto, que se había quedado pasmado al ver tan cerca su propia muerte.

—Con el mango por delante, merluzo —dijo Tommy mientras corría por el machete.

El vampiro se sacó el arpón del hombro y echó mano del que tenía en la pierna.

El Emperador recogió del suelo su espada de madera y cargó contra el vampiro. Lash lo agarró por el cuello del abrigo y lo apartó al tiempo que Barry disparaba un tercer arpón que golpeó al vampiro en la cadera. Jeff disparó con la escopeta.

El vampiro se sacudió por el impacto y chilló.

Tommy se tiró de cabeza hacia el machete que había a los pies de Cavuto. El policía lo ayudó a levantarse.

—Gracias —dijo Tommy.

—No hay de qué —respondió Cavuto.

—Yo no maté a esas personas.

—Ya me he dado cuenta —dijo Cavuto.

Un coche marrón se paró junto al muelle. Tommy levantó la vista un momento, luego se volvió y se dirigió hacia el vampiro, que estaba tirando del arpón clavado en su pierna. Sus heridas burbujeaban y desprendían vapor; su cuerpo intentaba curarse al mismo tiempo que sufría nuevas heridas.

Tommy levantó el machete por encima de la cabeza del vampiro y cerró los ojos.

—¡No! —Era la voz de Jody.

Tommy abrió los ojos. Jody estaba de rodillas, protegiendo al vampiro, que se había dado por vencido y esperaba el golpe final.

—No —dijo Jody—. No lo mates.

Tommy bajó el machete. Jody miró a Jeff, que aún llevaba la escopeta.

—No —dijo. Jeff miró a Tommy, que asintió con la cabeza. Luego bajó la escopeta.

—¡Mata ya a ese demonio! —gritó el Emperador, que seguía forcejeando mientras Lash lo agarraba del abrigo.

—No —dijo Jody. Sacó el arpón de la pierna del vampiro y Elijah gritó. Ella le dio unas palmaditas en la cabeza—. Uno más —dijo suavemente. Le sacó el arpón de la cadera y él sofocó un grito.

Jody sentó al vampiro sobre su regazo. Los Animales y Cavuto los miraban sin saber qué hacer. Clint rezaba en voz tan baja que apenas se le oía entre el estrépito de la sirena que se acercaba.

—Sangre —dijo el vampiro. Miró a Jody a los ojos—. La tuya.

—Dame ese machete, Tommy —dijo Jody.

Él vaciló y levantó el machete para golpear.

—¡No! —Ella cubrió al vampiro con su cuerpo.

—Pero, Jody, ha matado a gente.

—Tú no sabes nada, Tommy. Se iban a morir, de todas formas.

—Apártate.

Jody se volvió hacia Cavuto.

—Díselo. Todas las víctimas eran enfermos terminales, ¿verdad? Cavuto asintió con la cabeza.

—El forense dijo que a ninguno le quedaban más de un par de meses de vida.

Tommy estaba casi llorando.

—Mató a Simon.

—Simon tenía sida, Tommy.

—De eso nada. Simon no. Simon era el animal de los Animales.

—Os lo estaba ocultando. Tenía mucho miedo. Ahora, por favor, dame el machete.

—No, apártate.

Tommy retrocedió para asestar el golpe mortal. Sintió una mano sobre su hombro y luego otra que le agarraba el brazo del machete y lo obligaba a bajarlo. Al volverse vio al Emperador.

—Déjalo marchar, hijo. El poder de un hombre se mide por la hondura de su piedad. Dame el machete. La matanza ha acabado.

El Emperador le quitó el machete de la mano y se lo dio a Jody. Ella lo cogió, se pasó la hoja por la muñeca y acercó la herida a la boca del vampiro. Elijah tomó su brazo entre las manos y bebió.

Jody miró a Cavuto.

—Tu compañero está esposado al volante. Tráelo y marchaos antes de que llegue alguien. Necesito el coche. Y no quiero que me sigan.

Cavuto volvió a adoptar su papel de policía.

—No digas gilipolleces.

—Ve a buscar a tu compañero y marchaos. ¿Quieres tener que explicar todo esto?

—¿El qué?

—Todo esto. —Jody apartó su brazo de la boca del vampiro y señaló el muelle—. Mira, se acabaron los asesinatos. Te lo prometo. Nos marcharemos y no volveremos. Así que déjalo. Y deja en paz a Tommy y a estos chicos.

—¿O qué? —preguntó Cavuto.

Jody acunó al viejo vampiro y se puso en pie con él en brazos.

—O volveremos. —Llevó al vampiro al coche patrulla, lo metió en el asiento de atrás y montó con él. Rivera estaba sentado en el asiento delantero. Cavuto se acercó al coche y le dio la llave de las esposas por la ventanilla.

—Te lo dije —dijo Rivera.

Cavuto asintió con la cabeza.

—Estamos jodidos, ¿sabes? Tenemos que dejarlos marchar.

Rivera abrió las esposas y salió del coche. Se quedó parado junto a Cavuto sin saber qué hacer.

Jody asomó la cabeza por la ventanilla de atrás.

—Vamos, Tommy, conduces tú.

Tommy se volvió hacia el Emperador, que asintió con la cabeza dándole permiso para marcharse. Luego miró a los Animales.

—Sacad todo eso del muelle, chicos. Metedlo en el coche de Troy. Y largaos de aquí. Mañana os llamo a la tienda.

Se encogió de hombros, subió al coche y lo puso en marcha.

—¿Y ahora qué?

—Al loft, Tommy. Necesita un sitio oscuro donde curarse.

—Esto no me gusta, Jody. Quiero que lo sepas. Me gustaría saber cuál es tu relación con ese tipo.

El vampiro gimió.

—Arranca —dijo ella.

Se alejaron del muelle mientras los Animales iban de acá para allá recogiendo obras de arte ante la mirada estupefacta de los policías.

Ella dijo:

—Te quiero, Tommy, pero necesito a alguien que sea como yo. Alguien que me comprenda. Tú sabes lo que es eso, ¿no?

—¿Por eso te vas con el primer viejo ricachón que encuentras?

—Es el único que conozco, Tommy. —Acarició el pelo quemado del vampiro—. No tengo elección. Odio estar sola. Y si se muere, nunca sabré qué soy.

—Entonces ¿vais a iros juntos? ¿Vas a dejarme?

—Ojalá se me ocurriera otra solución. Lo siento.

—Sabía que ibas a partirme el corazón.