9 Él sabe si has sido bueno o malo, así que más vale que…

Durante los pocos días que llevaba en San Francisco, debido a la novedad, al misterio de las flores y a la preocupación de buscar trabajo, Tommy se había olvidado por completo de que estaba salido. Siempre lo había estado y había asumido que siempre lo estaría. Así pues, cuando Jody se sentó delante de él y el tsunami de sus hormonas se abatió sobre él, le extrañó haberlo olvidado.

Mientras duró la cena no se enteró de casi nada de lo que ella decía, y hasta se tragó todos los embustes que Jody le contó sobre sus hábitos alimenticios porque su mente estaba ocupada con un solo pensamiento obsesivo: tiene que apartarse el pañuelo para que le vea las tetas.

Cuando Tommy acabó de comer, Frederick se acercó a la mesa.

—¿Le pasaba algo a tu cena? —le preguntó a Jody.

—No, es que no tengo mucha hambre.

Frederick le guiñó un ojo a Tommy y se llevó los platos. Jody se recostó, desenvolvió su pañuelo y lo dejó sobre el respaldo de la silla.

—Qué noche tan agradable —dijo.

Tommy apartó la mirada de la pechera de su blusa y fingió mirar la calle.

—Sí —dijo.

—¿Sabes?, nunca había pedido salir a un chico.

—Yo tampoco —dijo Tommy.

Había decidido arrojarse a sus pies y suplicarle. Por favor, por favor, por favor, llévame a casa y acuéstate conmigo. No tienes ni idea de cuánto lo necesito. Solo lo he hecho dos veces en mi vida y las dos veces estaba tan borracho que tuvieron que contármelo al día siguiente. ¡Por favor, por el amor de Dios, pon fin a este sufrimiento y fóllame o mátame!

—¿Te apetece un capuchino? —preguntó.

Ella negó con la cabeza.

—Tommy, ¿puedo fiarme de ti? ¿Puedo ser sincera contigo?

—Claro.

—Mira, no quiero ser demasiado directa, pero creo que tengo que serlo…

—Lo sabía. —Tommy cayó hacia delante y golpeó la mesa con la cabeza, haciendo resonar los cubiertos. Habló con la boca pegada al mantel—. Acabas de romper con un tío y esta cita te pareció buena idea en su momento, pero crees que sigues enamorada de él. Y yo soy muy simpático y siempre serás mi amiga. ¿No?

—No, no iba a decir eso.

—Ah, entonces acabas de salir de una mala relación de pareja y no estás lista para meterte en otra. Necesitas estar sola un tiempo y descubrir qué quieres realmente. ¿No?

—No.

—Vale —dijo Tommy sin despegar la cara del mantel—. Pero las cosas van un poco deprisa y quizás deberíamos salir con otras personas una temporada. Lo sabía. Sabía que ibas a romperme el…

Jody le dio un golpe en la cabeza con una cuchara sopera.

—¡Ay! —Tommy se levantó y se frotó el incipiente chichón—. Oye, eso ha dolido.

—¿Estás bien? —preguntó ella con la cuchara preparada otra vez.

—Ha dolido de verdad.

—Bien. —Ella bajó la cuchara—. Iba a decir que no quiero ser demasiado directa, pero que los dos necesitamos un sitio para vivir y yo necesito ayuda con ciertas cosas, y me gustas, y me estaba preguntando si te apetecería que viviéramos juntos.

Tommy dejó de frotarse la cabeza.

—¿Ya?

—Si no tienes otros planes…

—Pero si ni siquiera hemos… ya sabes…

—Podemos ser solamente compañeros de piso, si quieres. Y si necesitas pensártelo, lo entiendo, pero necesito tu ayuda, de veras.

Tommy estaba pasmado. Ninguna mujer le había dicho nunca nada parecido. En apenas unos minutos, Jody había llegado a confiar en él hasta el punto de exponerse al rechazo total. Y las mujeres no hacían eso, ¿no? Quizás estuviera loca. Bueno, eso estaría bien. Él podía ser F. Scott Fitzgerald y ella su Zelda. Aun así, tenía la impresión de que le debía una especie de confesión para quedar igual de expuesto que ella.

—Hoy cinco chinos me han pedido que me case con ellos —dijo.

Jody no supo qué responder, así que dijo:

—Enhorabuena.

—No he aceptado.

—¿Te lo estás pensando?

—No, yo contigo jamás sería bígamo.

—Eso está muy bien, pero técnicamente serías hexágamo.

Tommy sonrió.

—Me gustas un montón.

—Pues vámonos a vivir juntos.

Frederick apareció junto a la mesa.

—Bueno, veo que os va de perlas.

—La cuenta, por favor —dijo Jody.

—Enseguida. —Frederick volvió al café un poco mosqueado.

Tommy dijo:

—Vas a romperme el corazón, ¿a que sí?

—Irremediablemente. ¿Te apetece dar un paseo?

—Claro, creo.

Frederick volvió con la bandejita de la cuenta. Jody sacó un montón de dinero de su mochila y le dio un billete de cien dólares. Cuando Tommy hizo amago de protestar y empezó a hurgar en sus bolsillos en busca de dinero, ella cogió la cuchara de la sopa y la blandió con aire amenazador.

—Está la pago yo. —Tommy se echó a hacia atrás. Jody le dijo a Frederick—: Quédate con el cambio.

—Vaya, qué generosa —gorjeó Frederick, y empezó a retirarse de la mesa haciendo una media reverencia.

—Y Frederick —dijo Jody—. Batman lleva muchos más accesorios que yo.

—Siento que lo hayas oído —contestó Frederick—. Este sentido mío de la moda tan desarrollado va a ser mi perdición. —Miró a Tommy—. Tienes razón: va a romperte el corazón.

—¿Has visto la torre Coit? —preguntó ella mientras daban un paseo.

—De lejos.

—Vamos allí. De noche está toda iluminada.

Estuvieron caminando un rato sin hablar. Jody, que iba por el lado de dentro, despachaba a los voceadores con un meneo de cabeza y un ademán. A uno le dijo:

—Gracias, pero vamos a montarnos nuestro propio show.

Tommy se puso a toser y tropezó con una grieta de la acera. Miró a Jody como si acabara de anunciar el apocalipsis.

—Entro a trabajar a medianoche —dijo.

—Pues tendrás que estar pendiente de la hora.

—Ya. Claro.

No puedo creer que esté siendo tan agresiva, pensó Jody. Me oigo decir estas cosas y es como si salieran de la boca de otra persona. Y él dice a todo que sí. Me habría convertido en una vampira hace mucho tiempo si hubiera sabido la sensación de poder que te da.

Pasaron junto a dos mujeres altas con pechos enormes y caderas increíblemente estrechas que estaban descargando pelucas, rollos de lentejuelas y una boa constrictor de la parte de atrás de un Toyota destartalado. Cambio de turno en el club de alterne, pensó Jody.

Tommy estaba extasiado. Jody notó que se ponía colorado como si acabara de pillarlo mirándole los pechos.

Es tan transparente como un niño pequeño, pensó Jody. Un niñito precioso y neurótico. He tenido suerte de encontrarlo. Suerte, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado.

Torcieron en Kearny y Jody dijo:

—Bueno ¿qué te parece mi oferta?

—Me parece bien, si estás segura. Pero no cobro hasta dentro de un par de semanas.

—El dinero no es problema. Pagaré yo.

—No, no podría…

—Mira, Tommy, decía en serio lo de que necesito tu ayuda. Estoy ocupada todo el día. Tendrás que encargarte tú de buscar un sitio y alquilarlo. Y de un montón de cosas más. Para empezar, mi coche está en el depósito municipal y alguien tiene que sacarlo de allí. Si así te sientes mejor, puedo pagarte para que tengas dinero.

—¿Por eso anoche en el aparcamiento me preguntaste si estaba libre de día?

—Sí.

—Entonces ¿te habría valido cualquiera que trabajara de noche?

—Tu amigo también trabaja de noche y no se lo pregunté. No, me pareciste muy mono.

—Entonces me parece bien.

Siguió andando con la vista fija hacia delante, sin decir nada. Habían entrado en un barrio de edificios de apartamentos con rejas en las ventanas y portales con cierre eléctrico. Jody vio salir ondas de calor rojo de un portal a oscuras, delante de ella. Eran demasiado calientes para pertenecer a una sola persona y demasiado frías para ser una bombilla. Se concentró y oyó susurrar a un hombre. De pronto se acordó de la llamada: «No eres inmortal. Pueden matarte».

—Vamos a cruzar, Tommy.

—¿Por qué?

—Tú ven. —Lo agarró de la chaqueta y tiró de él. Cuando estuvieron en la acera de enfrente, Tommy se paró y la miró como si acabara de golpearlo en la cabeza con una cuchara.

—¿A qué ha venido eso?

Ella le hizo señas de que se callara.

—Escucha.

Alguien se reía detrás de ellos. Se reía tan alto que se le oía sin necesidad de tener el fino oído de Jody. Se volvieron los dos y miraron atrás. A una manzana de allí, bajo una farola, había un hombre delgado vestido de negro.

—¿De qué se ríe ese? —preguntó Tommy.

Jody no respondió. Estaba mirando algo que no estaba allí. El hombre de negro no desprendía halo calórico.

—Vámonos —dijo Jody, tirando de Tommy calle arriba a toda prisa. Al pasar frente al portal del otro lado de la calle, Jody echó un vistazo y enseñó el dedo corazón a los tres matones que esperaban para tenderles una emboscada. No sois nada, pensó. La risa del hombre de negro todavía le resonaba en los oídos.

Hacía mucho tiempo que el vampiro no oía su propia risa y oírla le hizo reír aún más fuerte. Así pues, la polluela se había buscado un esbirro. Había sido buena idea dejar su mano parcialmente expuesta a la luz. Había aprendido rápido aquella lección. Muchos se quedaban deambulando por ahí hasta que amanecía y morían calcinados, y él ni siquiera podía disfrutar del espectáculo a no ser que quisiera compartir su suerte. Aquella era interesante: tan remisa a entregarse a la sangre.

Los vampiros solo parecían tener dos instintos: el de alimentarse y el del esconderse. Y aquella había controlado el ansia la primera vez que se había alimentado. Era casi demasiado buena. Muchos, si duraban la primera noche, se volvían locos intentando acostumbrarse a sus nuevos sentidos. Una sola noche y él tenía que romperles el cuello, y adiós; al infierno. Pero a esta no. Lo había hecho reír. Se había asustado de un par de mortales a los que podía aplastar como a insectos.

Quizás estuviera protegiendo a su sirviente. Quizás él debiera matar al chico, solo por ver cómo reaccionaba ella. Quizá, pero no aún. Así que le pondría alguna otra zancadilla. Solo por seguir el juego.

Sentaba bien reírse después de tanto tiempo.