LOS AIEL
"Hasta que no queden sombras, hasta que no quede agua, hacia la Sombra enseñando los dientes, gritando desafiantes con el último aliento, para escupir al ojo del Cegador de la Vista en el Último Día".
Juramento Aiel
Al este de la Pared del Dragón y al oeste de los riscos y los precipicios de Shara se encuentra el Yermo de Aiel. Llamada Djevik K’Shar, "Tierra de la Muerte", en el lenguaje trolloc, es una región dura, agreste y casi sin agua que parece inhabitable. Sin embargo, este árido lugar es el hogar de los Aiel, una raza tan feroz y dura como su accidentado entorno. Estos hombres y mujeres altos y de cabello claro son luchadores mortíferos y excelentes rastreadores, y hay guerreros de ambos sexos. Tenidos por los más letales luchadores de continente, si no del mundo, se velan el rostro antes de matar y se han ganado una fama bien merecida de defender su tierra de los forasteros. Llaman al Yermo la Tierra de los Tres Pliegues, pues creen que es: primero, la piedra de molde que los forma, y da carácter; segundo, un campo de pruebas para demostrar su valía; y tercero, un castigo por su pecado, aun que al parecer se ignora cuál fue esa falta. Sólo los pocos escogidos que mantienen relaciones amistosas con los Aiel osan entrar en el Yermo: buhoneros, juglares y los gitanos Tuatha’an. En tiempos, los mercaderes de Cairhien también eran bien recibidos, pero esa acogida pasó a la historia cuando Laman destruyó Avendoraldera, A todos los demás se los considera enemigos.
Los Aiel no siempre fueron un pueblo guerrero. Información histórica descubierta recientemente revela que los Aiel no sólo desarrollaron sus tendencias guerreras después de Desmembramiento, sino que están relacionados con los pacíficos Tuatha’an, a quienes evitan, si bien nunca les hacen daño.
Durante la Era de Leyenda, un pueblo pacifista conocido como los Da’shain Aiel juraron el Pacto y se comprometieron a servir a los Aes Sedai y seguir el código de no violencia llamado la Filosofía de la Hoja. Según ese código, todas las pruebas y padecimientos debían aceptarse y soportarse. No había excusa para la violencia. Todos los que vivían en aquel tiempo conocían el Pacto y el código de los Aiel y los respetaban por ello. Su servicio se valoraba mucho, y sus cantos eran un tesoro para aquellos que los oían entonar. Durante la guerra y el Desmembramiento del Mundo, no traicionaron su código tomando las armas. Y no fue por cobardía, pues hay historias que hablan de Da’shain saliendo al paso del peligro y de la muerte sin levantar una mano a fin de ganar tiempo para que otros pudieran vivir.
Cuando empezó el Desmembramiento, los Aes Sedai parecieron darse cuenta de que los Da’shain serían masacrados inútilmente si permanecían en las ciudades. También es posible que hubiera una Predicción de que, con el tiempo, de los Aiel saldría un hombre que se enfrentaría al Oscuro. Los Aes Sedai sabían que los Da’shain eran demasiado orgullosos para abandonar las ciudades sólo por su seguridad o incluso por una futura salvación, y en consecuencia idearon una importante misión digna de los Da’shain. Pusieron a su cuidado valiosos angreal y ter’angreal y les encargaron que los llevaran a un lugar seguro. Con los Aes Sedai dementes arrasando el mundo, era importante mantener esos poderosos objetos fuera de su alcance. Los Da’shain no supieron nunca que esa tarea también tenía como objetivo apartar a los propios Aiel del peligro ya que los Aes Sedai ya no podían protegerlos. El segundo pacto del que alguna vez hablan Aiel y gitanos probablemente se refiere a este ultimo cometido que los Aes Sedai encomendaron a los Da’shain.
Antes del Desmembramiento, atacar o incluso amenazar a los Da’shain Aiel era un hecho inaudito. Todo el mundo sabía que habían jurado el Pacto y que seguían la Filosofía de la Hoja, pero la gente dejó de respetar ese pacifismo de los Da’shain en la desesperada lucha por la supervivencia durante el Desmembramiento. Al cabo, con el paso de los años, algunos Da’shain decidieron apartarse de los demás, convencidos de que la custodia de las reliquias de los Aes Sedai era una misión imposible, y decidieron salir a la busca de la Antigua Canción, quizá con la esperanza de hacer renacer unos tiempos mejores cuando la Filosofía de la Hoja lo era todo y la vida no era tan dura. Abandonaron su voto de servicio a favor de su propio futuro, y por ello se los consideró "perdidos" por el resto de Aiel. Este grupo escindido fue el origen de los Tuatha’an, que hasta el día de hoy siguen dedicados a la Filosofía de la Hoja y a la búsqueda de la Antigua Canción.
Los demás Aiel siguieron fieles al Pacto y protegiendo las reliquias, pero no podían proteger a sus propias familias contra las hordas desmandadas que vagaban por el desbaratado mundo. Se robaban niños, se violaba a las mujeres, y se mataba a los hombres y ellos no podían defenderse ni vengar esos desmanes sin traicionar su código. Llegado un momento, sin embargo, para algunos de los jóvenes resultó insoportable la Filosofía de la Hoja ante semejantes atrocidades, y uno tras otro decidieron defenderse. Esto tuvo como resultado la primera muerte violenta a manos de un Aiel y la expulsión de ese Aiel y de todos los demás con él, por traicionar sus creencias. Por aquel entonces se entendía que era el Pacto y la Filosofía de la Hoja lo que hacía de alguien un Aiel. Cuando el primer joven recurrió a su familia en busca de apoyo, se cuenta que su madre le dijo: "Oculta tu cara… Hubo un tiempo en que tuve un hijo con ese rostro. Pero no quiero verlo en un extraño". Éste es el origen, según la leyenda, de que los Aiel se velen el rostro antes de matar.
Ninguno de estos jóvenes repudiados estaba dispuesto a abandonar del todo las carretas, de modo que las fueron siguiendo a distancia. Seguían considerándose Aiel y mantuvieron el nombre, negándose a aceptar la idea de que el deseo de defender a sus familias pudiera borrar su herencia. Vivían en tiendas y subsistían de los recursos de la tierra, dando protección a aquellos que no se protegían a sí mismos a despecho de que para estos últimos era como si ellos hubiesen dejado de existir.
Los guerreros varones ya formaban un grupo considerable cuando se les unió la primera mujer. De nombre Morin, era una madre a la que le habían robado su hija pequeña y acudió a los guerreros en busca de ayuda, pero insistió en participar en el rescate, muy consciente de que hacerlo significaba el exilio permanente de las carretas y de su familia. Hasta ese momento ninguna mujer Aiel había participado en una batalla, aunque varias habían acudido a los guerreros buscando ayuda. Cuenta la leyenda que se acortó una de las lanzas para que se ajustara a su talla, convirtiéndose en el prototipo de las ahora famosas lanzas cortas Aiel que utilizan hombres y mujeres por igual.
Se dice que Morin juró que había dejado atrás su antigua vida y a su marido y que a partir de entonces sólo estaba casada con la lanza. Demostró su valía en la batalla y se convirtió en la primera Doncella Lancera. Aun hoy en día ninguna Doncella puede casarse y seguir en la asociación, y tampoco puede luchar estando embarazada, aunque al parecer las relaciones íntimas extraconyugales son muy corrientes. Cualquier bebé de una Doncella se entrega a una familia para que lo críe, sin que nadie sepa la verdadera identidad de la madre de la criatura. El precepto actual que se formula a una mujer que se hace Doncella es: "No puedes pertenecer a un hombre ni tener hombre ni hijo. La lanza es tu amante, tu hijo y tu vida". Es interesante observar que ninguna de las asociaciones guerreras masculinas tiene restricciones ni de lejos tan rigurosas como las que Morin contribuyó a crear.
Hay indicios de que a Morin se le había pronosticado que tendría un hijo del jefe de los guerreros, Jeordam, como así fue, dando de ese modo comienzo el proceso que permitió a los Aiel habitantes de tiendas sostener una cultura propia al reproducirse entre ellos. Para entonces ya habían empezado a llamar a los pacifistas "Jenn Aiel" —un término despectivo que significa "Únicos Verdaderamente Dedicados"— mientras que los guerreros eran simplemente "Aiel". Habían abandonado el uso del primer nombre, "Da’shain", que pasó al olvido en la siguiente generación. Ni que decir tiene que los habitantes de las carretas seguían fingiendo que sus protectores no existían, y si les daban algún nombre a los expulsados no se conoce.
Siguió habiendo algunos aspectos de sus creencias que los guerreros conservaron, como no usar espadas, ya que el único propósito de una espada era matar a un ser humano. Todas sus armas, como lanzas, cuchillos y arcos, se utilizaban también para cazar, construir o cultivar, además de usarse para defensa. De este modo podían seguir afirmando que eran fieles a la Filosofía y, por ende, al nombre de Aiel.
Con el paso del tiempo, el número de los Aiel guerreros aumentó y el de los Jenn Aiel, que finalmente adoptaron ese nombre despectivo, fue disminuyendo. Los guerreros empezaron a desarrollar su propia cultura y habilidades, reduciéndose más y más su contacto con las gentes de las carretas. Su número crecía con los nacimientos, sin tener que reclutar gente entre los Jenn. La protección que les habían dado a lo largo de los años también había reducido la necesidad de que las gentes de las carretas se vieran empujadas a tomar el camino de los guerreros. No obstante, el índice de natalidad de los Jenn Aiel había bajado, además de que perdían a muchos de los suyos por las sequías y las penalidades del camino, que, sin embargo, apenas parecían afectar a sus parientes más fuertes de las tiendas. Las contadas Aes Sedai que los Jenn Aiel habían recogido a lo largo del camino probablemente ayudaron a reducir las muertes, pero no la tendencia general a declinar como pueblo. Estas antiguas Aes Sedai se quedaron en las carretas y evitaron todo contacto con los Aiel guerreros, seguramente tan horrorizadas como los Jenn ante lo que se habían convertido aquellos proscritos. Supervivientes del Desmembramiento, estaban convencidas de que eran los Jenn Aiel, más próximos en ideas y cultura a los Da’shain Aiel que recordaban, quienes necesitaban su ayuda y protección.
No se tiene una idea muy clara del tiempo que los Aiel fueron nómadas, pero se sabe que su deambular sin rumbo los condujo finalmente a la Columna Vertebral del Mundo a través de la tierra conocida hoy en día como Cairhien. Allí descubrieron que algunas personas aún mostraban generosidad, rasgo tan poco habitual en lo que no eran Aiel, según su experiencia, que había entrado a formar parte de su acervo cultural. Ha llegado hasta nuestros días la historia de que el jefe de una pequeña ciudad protegida por una empalizada accedió a que los Aiel cogieran el agua que quisieran si excavaban los pozos para sacarla. Mirándolo retrospectivamente, aquello sólo fue simple sentido común, ya que los pozos seguirían sirviendo a la población local mucho después de que los viajeros hubiesen seguido su camino, pero para los Aiel sería la primera vez que recordaran que no habían tenido que luchar por algo que necesitaban. Fue este acto el que, cientos de años después, dio pie a que los Aiel regalaran Avendoraldera, un retoño del último árbol sora, a los cairhieninos cuando descubrieron que eran los descendientes de quienes habían dado agua a sus antepasados.
Los Aiel, guiados por las Aes Sedai, cruzaron la Columna Vertebral del Mundo por uno de los pocos pasos existentes para internarse en la tierra desolada que se extendía al otro lado, tal vez en un intento de las Aes Sedai de proteger a los Jenn Aiel de la contaminación de otras culturas, de manera que la profecía hecha durante el Desmembramiento se cumpliera. Los habitantes de las tiendas los siguieron, todavía dispuestos a defender a los Jenn si era preciso, aunque para entonces lo hacían más por costumbre y tradición que porque era necesario.
Fue en algún momento, después de entrar en el Yermo, cuando los habitantes de las tiendas empezaron a dividirse en clanes y septiares, si bien los Jenn mantuvieron al parecer sus agrupaciones familiares convencionales y su estructura social.
En lo profundo del Yermo, en un valle que hay a los pies de una montaña que más tarde se llamó Chaendaer, las carretas se detuvieron finalmente y los Jenn Aiel, ayudados por las Aes Sedai, empezaron a construir una ciudad. La llamaron Rhuidean. Probablemente el diseño se inspiró en recuerdos que tenían las Aes Sedai de las ciudades anteriores al Desmembramiento, con altos edificios de brillante cristal multicolor elevándose hacia el cielo, exquisitas estatuas y amplias avenidas. El último árbol sora superviviente, conocido entre los habitantes de las tierras húmedas como Avendesora, se plantó en la plaza central.
Fuera de la ciudad, los habitantes de las tiendas se dispersaron por aquella tierra prácticamente yerma y la hicieron suya. Al cabo, su población creció lo suficiente para que los grupos empezaran a competir entre sí hasta que desapareció todo vestigio de su unidad original. Incluso olvidaron que habían formado parte de la Filosofía de la Hoja y que estaban relacionados con los Jenn; olvidaron todo lo relacionado con su herencia salvo la conquista de su nueva y dura tierra y las guerras entre sí.
En la enorme ciudad inacabada, sin embargo, los Jenn se extinguían. A pesar de los esfuerzos de las Aes Sedai, sus planes y la profecía empezaban a desentrañarse. Se dieron cuenta de que habían cometido un error. Si había de nacer un niño de los Aiel para combatir al Oscuro, no sería entre los Jenn. Sin embargo, no existían lazos con los guerreros nómadas Aiel, y a fin de respetar la profecía —y quizá para tener control sobre ella— debían hallar un modo de compartir la verdad con los guerreros de una forma que no los destruyese también a ellos.
Las Aes Sedai se pusieron en contacto con las Sabias de los Aiel a través de los sueños y enviaron un mensaje de que todos los jefes de clan debían acudir a Rhuidean o afrontar la total desaparición de sus clanes. Los que acudieran tendrían la oportunidad de unificar a los Aiel, pero los que rehusaran verían cómo su gente acababa desapareciendo con el tiempo. Para los que fueran se estableció una tregua permanente —la Paz de Rhuidean— que no podía romperse. Estaba prohibido luchar a la vista de Chaendaer. Dentro de Rhuidean las Aes Sedai dispusieron un gran ter’angreal que albergaba en su interior toda la historia de los Aiel. Cada jefe de clan fue requerido a entrar en la ciudad y pasar a través de sus terribles columnas de cristal. Los que regresaron, sólo uno de cada tres, demostraron fortaleza para arrostrar la verdad de su linaje y el conocimiento de la profecía que habría de cumplirse a través de ellos. Los que no tuvieron valor para afrontar aquellas verdades, nunca regresaron.
De ese modo las Aes Sedai se aseguraron de que la historia de los Aiel no se perdiera en el olvido y de que la profecía pudiera cumplirse. A partir de entonces, todos los aspirantes a jefe de clan han de entrar en Rhuidean y pasar a través del ter’angreal antes de ser aceptados como jefes. Los hombres sólo pueden entrar en Rhuidean una vez.
A las mujeres que se preparan para ser Sabias también se les exige que entren en las columnas de cristal, aun que sólo durante su segunda visita a la ciudad; el porcentaje de supervivencia entre ellas es mucho más alto que el de los hombres. (En su primera visita tienen que pasar por un ter’angreal de tres aros, muy parecido al que se usa para las Aceptadas en la Torre Blanca de Tar Valon).
Así, durante casi tres mil años, los jefes y las Sabias mantuvieron en secreto la historia de los Aiel, guiando a su pueblo desde esa perspectiva pero protegiéndolo de su verdad.
Finalmente los últimos Jenn y Aes Sedai murieron, pero no antes de que las Aes Sedai colocaran mecanismos de Poder para proteger Rhuidean de forasteros y preservarla para los Aiel. Los que vivían fuera del Yermo ignoraban su existencia, ya que la pena prescrita para alguien que no fuese Aiel que entrara en el valle de Rhuidean era la muerte. Incluso entre los Aiel sólo los jefes y las Sabias conocían el interior de la ciudad… hasta que recientemente volvió a abrirse para ser habitada.
El descubrimiento de Rhuidean por Rand al’Thor ha revelado esa antigua ciudad al mundo, La ciudad se asienta ahora junto a un lago formado hace poco que se alimenta de un océano subterráneo de agua dulce. Este lago alimenta a su vez al único río conocido del Yermo, que lleva agua a terrenos que habían sido desérticos desde el Desmembramiento, Como consecuencia de estos cambios, los Aiel habitan ahora la ciudad que los Jenn no terminaron.
Sin embargo, Rand al’Thor dejó al descubierto algo más que el paisaje de Rhuidean. También reveló a todo el pueblo Aiel los secretos de su historia, algo que las Aes Sedai habían intentado evitar por todos los medios, La creencia de que los Aiel les habían fallado a las Aes Sedai en una ocasión formaba parte de su historia hacía mucho tiempo, junto con el convencimiento de que si volvían a fallarles una segunda vez se verían abocados a la destrucción, pero el descubrimiento de que su forma de vida podría suponer ese incumplimiento fue más de lo que muchos pudieron soportar. Empezaron a sufrir "el marasmo", una conmoción que hacía que los Aiel aquejados abandonaran sus costumbres guerreras o negaran la verdad y se negaran a seguir al hombre que la mayoría creía que era el Car’a’carn, o jefe de jefes.
Los guerreros Aiel siguieron extendiéndose a lo largo y ancho del Yermo. Se formaron doce clanes que crecieron hasta ser tan grandes como naciones y que luchaban entre sí y llevaban a cabo incursiones, como hace muchas naciones. Pero sobre todo, luchaban contra cualquiera que osara entrar en el Yermo sin ser invitado. Algunos forasteros, apodados "habitantes de las tierras húmedas" por los Aiel, se aventuraron en el Yermo a pesar de la amenaza, atraídos por la promesa de sedas y marfil que había al otro lado de sus fronteras. Los pocos que sobrevivieron a la aventura trajeron consigo historias de feroces guerreros de cabello claro con rostros velados que surgían del propio suelo para matar a los intrusos sin piedad. Incluso Artur Hawkwing fue incapaz de conquistar al orgulloso pueblo del Yermo; su ferocidad y forma de combatir poco ortodoxa se impusieron incluso a su ejército, altamente cualificado.
Endurecidos con el paso de los años por los rigores de su inclemente tierra, los Aiel tienen bien merecida su temible reputación. Todavía se velan el rostro antes de matar y son tan mortíferos con armas como con las manos desnudas.
Los ecos del amor por la música y la danza de sus antepasados sólo se oyen ahora en el sonido de las flautas llamando a la batalla a los clanes que aguardan la orden. Para ellos la batalla se ha convertido en "la danza de las lanzas" en la que los pasos son letales. Con todo, aun hoy en día, un Aiel no tocará una espada aunque le vaya la vida en ello, ni montará un caballo a menos que se lo presione.
A los doce clanes Aiel —Chareen, Codarra, Daryne, Goshien, Miagoma, Nakai, Reyn, Shaarad, Shaido, Shiande, Taardad y Tomanelle— hay que añadir un decimotercero, el desaparecido Jeen, también llamado "Clan que No lo Es", Cada clan se compone de muchos septiares, como por ejemplo el septiar Falla Jaern de los Codarra o el septiar Montaña Blanca de los Chareen, sin que haya un número estipulado de septiares para componer un clan.
Además, los guerreros se dividen en doce asociaciones distintas, que son: Seia Doon (Ojos Negros), Far Aldazar Din (Hermanos del Águila), Rahien Sard (Corredores del Alba), Savin Nai (Manos Cuchillo), Far Dareis Mai (Doncellas Lanceras), Hama N’dore (Danzarines de Montaña), Cor Darei (Lanceros Nocturnos), Aethan Dor (Escudos Rojos), Shae’en M’taal (Soldados de Piedra), Shamad Conde (Hijos del Relámpago), Tain Shari (Descendientes Verdaderos), and Duadhe Mahdi’in (Buscadores del Agua). Cada asociación tiene sus propias costumbres y a veces funciones específicas.
Por ejemplo, los Escudos Rojos actúan como policía, y los Soldados de Piedra a menudo sirven como tropa de retaguardia durante las retiradas, mientras que las Doncellas Lanceras realizan tareas de exploración frecuentemente, Las incursiones y las batallas entre los clanes ha sido cosa habitual desde que se formaron los primeros clanes, no obstante los miembros de una asociación nunca luchan entre sí aunque los clanes lo hagan.
Debido a esto, siempre existen vías de comunicación entre clanes aun durante un conflicto abierto.
Los Aiel reemplazaron el código de aceptación pasiva por un complejo código de honor y obligación llamado ji’e’toh. Conforme a este código hay muchos caminos hacia el honor, cada cual con su propia medida y precio, y cada faceta de la vida tiene sus propios caminos. En la batalla, por ejemplo, el honor menor es el que se adquiere matando, ya que cualquiera puede matar, mientras el mayor honor es tocar a un enemigo vivo y armado sin causarle daño. Tomar a un enemigo y hacerle gai’shain está más o menos a medio camino de los dos extremos. Todos deben buscar su propio honor a través del código, y el honor se valora por encima de todo en la sociedad Aiel.
La deshonra también tiene muchos niveles en el código, y se considera peor que el dolor, las heridas o incluso la muerte en muchos de esos niveles. La faceta del código que supera a todas las demás en sus distintos grados es el toh u obligación; cualquier obligación, por pequeña o insignificante que sea, debe cumplirse totalmente. El toh es tan importante para ellos que un Aiel aceptará incluso la deshonra, si es necesario, con tal de cumplir con una obligación que puede parecer poco importante a cualquiera que no esté comprometido con el código.
Tomemos en consideración el rol de los gai’shain, El nombre significa "Comprometido con la Paz en la Batalla" en la Antigua Lengua, y se utiliza para referirse a los Aiel tomados prisioneros por otros Aiel durante una incursión o una batalla. Estos primeros están obligados por el ji’e’toh a servir a su apresador durante un año y un día, sin tocar un arma ni incurrir en ningún acto de violencia durante ese tiempo. Deben acabar su periodo de servicio humilde y obedientemente, sin quejas y sin intentar escaparse. Visten con ropas blancas para distinguirse claramente de cualquier otro Aiel durante ese lapso, y si por alguna causa son devueltos a su gente, aun así deben cumplirlo hasta el final. Quizá la actitud de los gai’shain tiene sus raíces en el servicio obediente y pacífico que los Da’shain Aiel originales prestaban a los Aes Sedai. También de acuerdo con el código, las Sabias, los herreros, los niños menores de quince años y las mujeres embarazadas están exentos de server como gai’shain.
El modo de vestir de los Aiel ha cambiado poco desde la Era de Leyenda y los Da’shain Aiel. El cadin’sor, que llevan todos los hombres y todas las Doncellas Lanceras, es una adaptación de las ropas de trabajo de los antiguos Da’shain. Incluso la traducción aproximada del término en la Antigua Lengua es "ropas de trabajo", Las chaquetas y los pantalones de tradicional atuendo son en tonos marrones o grises que se desdibujan en la roca, arena o sombras, Los Aiel han añadido unas botas altas y flexibles, atadas hasta la rodilla, y prácticas para moverse por el suelo del desierto, así como el shoufa, una especie de pañuelo, por lo general de color de la arena o la roca, que envuelve la cabeza y el cuello, dejando al descubierto sólo el rostro, Cuando se disponen a matar, se cubren nariz y boca con el shoufa, velándose así el rostro según la tradición, La única diferencia entre el atuendo de los guerreros varones y de los otros hombres Aiel es que los primeros llevan un cuchillo más largo, El corte de la chaqueta del cadin’sor difiere dependiendo del clan y tiene ligeras variantes según el septiar, aunque esas diferencias, tan claras para cualquier Aiel, son muy sutiles y difíciles de apreciar por un forastero.
Todos los hombres Aiel, y las mujeres que son Doncellas Lanceras, llevan el cabello corto excepto una cola atada en la nuca, Las mujeres que no son Doncellas llevan el pelo largo hasta los hombros o más, pero rara vez se lo recogen o lo trenzan, Frecuentemente se lo retiran de la cara con un pañuelo doblado ceñido a la frente, Las faldas largas, las blusas y los chales son de los tonos apagados del desierto, Se adornan con numerosos brazaletes y collares, a menudo de marfil tallado o de metales preciosos, y las mujeres de rango suelen lucir muchas joyas valiosas, Las Doncellas Lanceras suelen poseer joyas, pero rara vez llevan más de una en acontecimientos especiales, Los hombres no llevan ningún adorno de joyería, aunque la marca de un jefe, impresa en su piel en Rhuidean, a menudo tiene el aspecto metálico de un extraño brazalete.
Como en la mayoría de las culturas del mundo, entre los Aiel hay mujeres que pueden encauzar y otras a las que se les puede enseñar a hacerlo. Las Sabias se encargan de encontrar a todas las mujeres con la chispa innata e instruirlas para que se conviertan en Sabias. Todas las encauzadoras son Sabias, pero no todas las Sabias pueden encauzar. El hecho de que muchas de ellas encaucen es un tema del que no se habla entre los Aiel. A todas las Sabias se las instruyen en la curación, el uso de hierbas medicinales y otros conocimientos de su saber tradicional de un modo muy parecido a las Zahoríes. Tienen gran autoridad e influencia en los jefes de septiares y clanes, y también una gran responsabilidad. No se implican en enemistades ni en batallas, y conforme al ji’e’toh no se les puede hacer daño ni ponerles en ningún tipo de impedimento. Para una sabia, participar en una batalla sería una grave violación de las costumbres y tradiciones, pero esto ha ocurrido recientemente y aún está por ver qué consecuencias tendrá.
Por costumbre, las Sabias evitan todo contacto con las Aes Sedai, sin duda para impedir que las Aes Sedai reconozcan a las encauzadoras que hay entre ellas. Algunas Sabias también son "caminantes de sueños" que entran en el Tel’aran’rhiod, o Mundo de los Sueños, y hablan con otras mientras están allí.
Los muchachos que descubren que pueden encauzar abandonan su clan para enfrentarse al Oscuro en las laderas de Shayol Ghul y morir.
Los Aiel aprenden técnicas de supervivencia y el manejo de la lanza a muy temprana edad mediante juegos pensados para desarrollar destreza, velocidad y precisión, pero también se les enseña las complejidades del ji’e’toh y la política, así como aritmética y lectura. Aunque parezca que la forma de vivir de los Aiel es primitiva, valoran mucho los libros y la literatura, y por lo general tienen una buena educación. Cualquier buhonero que lleve libros está seguro de ser bien acogido entre ellos.
Desde que dejaron atrás su vida nómada, los Aiel han excavado reductos en riscos, Colinas y cañones del Yermo. Cada septiar tiene su propio "dominio" o plaza fuerte, donde la "señora del techo", la esposa del jefe, es suprema dirigente y quien acepta o rechaza que cualquiera, incluso su propio marido, se acoja al agua y la sombra. En casi todos los dominios, el exterior de las viviendas es de arcilla y ladrillo, con los techos de plantas vivas, pero por lo general penetran profundamente en la roca formando estancias cómodas, bien aisladas del calor. Las habitaciones tienen los suelos cubiertos de alfombras, tapices colgados en las paredes y están amuebladas con estanterías, mesas, mullidos cojines y esterillas, pero no sillas. Entre los Aiel, los únicos que poseen una silla son los jefes de clan. Aunque sus ropas son sencillas y de tonos apagados, por lo general los hogares están adornados con tejidos de texturas variadas y fuertes colores. En muchas casas, estatuillas delicadas, porcelanas y un amplio número de libros se alinean en hornacinas y estanterías, haciéndolas tan magníficas y elegantes en su interior como anodino es su exterior. La tradición Aiel de saquear un quinto de los artículos en cada incursión o guerra ha permitido que la mayoría de ellos haya conseguido muchos objetos singulares, especialmente en la Guerra de Aiel, cuando cruzaron la Pared del Dragón. Su comercio con Shara también les ha proporcionado sedas y marfil. Con asentamientos tan cómodos, excavados en el accidentado paisaje, los Aiel viven como nómadas sólo cuando siguen a sus rebaños en la búsqueda de pastos o cuando viajan para guerrear.
Dentro de los dominios crecen muchos cultivos en terrazas escalonadas y en los techos de las casas, aunque debido a la dureza del clima por lo general han de regarse a mano. Esta tarea diaria suelen llevarla a cabo los niños y los gai’shain. El esmerado cultivo produce frutos y vegetales suficientes para una dieta muy variada.
La elaboración de tejidos y joyas son los principales trabajos artesanales, seguidos de cerca por los productos de forja. Los Aiel extraen oro y plata, así como metales no preciosos. También extraen rubíes, zafiros, piedras de luna y gotas de fuego, aunque no realizan trabajos de talla de facetas en esas gemas. La metalistería está muy valorada por los Aiel; a los forjadores y herreros no se les puede hacer gai’shain, pues el servicio privaría al dominio de sus habilidades durante un año y un día. Textiles como la lana y el algode se tejen en distintos tipos de telas. La lana se saca de las ovejas y las cabras que pastan en la rala tierra, y el algode se obtiene de parcelas regadas con profusión, dentro de cada dominio. En el Yermo no hay mucha madera utilizable, y en consecuencia tampoco hay carpinteros. Los pocos objetos de madera llevados al Yermo están muy valorados.
Las relaciones de parentesco entre los Aiel son precisas y complejas. Existe un término específico para cada vínculo familiar, ya sea consanguíneo o por matrimonio. Primeros hermanos y primeras hermanas son aquellos que tienen la misma madre, pero no necesariamente el mismo padre. (Entre los Aiel, tener la misma madre se considera una relación más cercana que tener el mismo padre). Segundos hermanos y segundas hermanas son los hijos del primer hermano o primera hermana de la madre de uno, y madres segundas y padres segundos son las primeras hermanas y primeros hermanos de la madre de uno. Abuelo y abuela son el padre o la madre de la madre de uno, mientras que los padres del padre de uno son abuelo segundo o abuela segunda. Los términos de parentesco incluyen algunas relaciones sin vínculos consanguíneos. A amigos tan íntimos como si fueran primeros hermanos o primeras hermanas se les llama medio hermanos o medio hermanas. Las medio hermanas que se adoptan formalmente se convierten en primeras hermanas. Con los medio hermanos casi nunca pasa esto.
El matrimonio entre los Aiel no siempre es monógamo. En su sociedad es perfectamente aceptable que un hombre y dos mujeres se casen, aunque ha de ser por acuerdo mutuo. En estos casos, las mujeres son generalmente medio hermanas o primeras hermanas, y entonces se convierten en hermanas conyugales. Una vez unidos, a ellas se las considera tan casadas entre sí como con el hombre. Sin embargo, no se tiene constancia de que una mujer se haya casado con dos hombres.
Existen tantos términos de parentesco como vínculos familiares, pero sólo un Aiel entiende los que van más allá de las relaciones más próximas sin acabar sumido en la confusión.
LA FILOSOFÍA DE LA HOJA
Según la Filosofía de la Hoja de los Tuatha’an, todo el mundo debería vivir siguiendo el ejemplo de las hojas, "La hoja vive el tiempo que le ha tocado en suerte y no lucha contra el viento que la hace volar en sus alas, La hoja no agrede y, cuando al final cae, lo hace para nutrir nuevos brotes", Los Tuatha’an creen que ningún hombre debe hacer daño a otro por ninguna razón, sea cual sea.
Mas ¿qué hay de aquellos Aiel que dejaron las carretas tanto tiempo atrás para buscar la Antigua Canción? Sólo los Tuatha’an entre todos los descendientes de los Da’shain Aiel originales siguen la Filosofía de la Hoja. Conocidos por la mayoría como el Pueblo Errante, deambulan por el mundo, tanto fuera como dentro de Yermo, en caravanas de carretas de colores chillones. Conducida por un hombre al que se llama Mahdi, cada caravana sigue buscando el sueño de paz perdido. Ataviados con ropajes igualmente coloridos, se mueven como si siempre estuvieran escuchando música, siempre listos para bailar. A diferencia de los Aiel, que sólo entonan cantos de guerra o cantos fúnebres a sus muertos en combate, los Tuatha’an cantan o tocan instrumentos a la menor oportunidad. Allí donde vayan siempre hay música.
A los Tuatha’an se los conoce también como los gitanos, aunque no sólo se dedican a remendar artículos de hojalata. En este oficio son muy diestros, hasta el punto de que arreglan una cacerola dejándola mejor que nueva. La gente de los pueblos y poblaciones pequeñas, que no los entienden, sienten rechazo y desconfianza hacia ellos, ya que corren historias, falsas por lo general, de que los gitanos roban niños para convertirlos en sus creencias. El hecho de que los Tuatha’an no se defiendan de las acusaciones da crédito a los que las propagan inducidos por el odio. En la actualidad, la mayoría de la gente que adopta las creencias de los gitanos lo hace porque se siente atraída por la simplicidad de las mismas.
Los Tuatha’an son uno de los pocos pueblos a los que tradicionalmente se les ha permitido transitar por el Yermo sin ser molestados, a buen seguro porque los jefes de los clanes Aiel conocen su historia. Es casi seguro que los propios gitanos ignoran sus orígenes o su relación con los Aiel.