SHARA
"Sólo los cautelosos se atreven a negociar con las arenas siempre movedizas."
Dicho de los Marinos sobre Shara
La tierra de Shara ha sido un enigma para la historia desde el Desmembramiento. Ocultas a la vista de los forasteros por sus escarpados riscos en tierra firme o por las murallas de sus ciudades costeras, sus gentes parecen resueltas a proteger su país y su cultura de cualquier posible relación con extranjeros. Se ignora si es porque Shara teme la contaminación o porque quiere impedir que sus gentes conozcan algo del mundo exterior aparte de los mercaderes. Casi todo lo que se sabe de Shara hasta la fecha procede de escritos de Jain el Galopador, los Marinos y los Aiel. Estas tres fuentes se contradicen a menudo, a veces incluso en un único documento, pero aun así lo que se desprende de ellos es la imagen de una gente, que en ocasiones, es artera. En Los viajes de Jain el Galopador se dice rotundamente que mentir a los forasteros parece ser endémico en su cultura. Poco puede establecerse como hecho incuestionable respecto a los habitantes de Shara, salvo las experiencias de comerciantes y exploradores que han intentado tratar con ellos. Hasta el nombre de su tierra parece cambiar de un momento a otro. A efectos de este informe, sin embargo, utilizaremos el de Shara como el más común y de fácil pronunciación de los muchos que tiene.
Con océanos en dos de sus lados y montañas, riscos y una gran falla en los otros dos, a Shara no le ha sido muy difícil limitar el acceso de extranjeros. Todo el comercio exterior está restringido a las seis ciudades mercantiles designadas a tal fin y repartidas a lo largo de los Riscos del Alba y los cinco puertos en la costa meridional.
Estos puertos y ciudades están amurallados de forma que no se puede ver el interior desde fuera y viceversa. Las inmensas murallas se extienden hasta el propio puerto. Ninguno de los edificios que hay tras ellas es lo suficientemente alto para ser visto, y los forasteros tienen prohibido cruzarlas o subir a la parte alta de las mismas so pena de muerte. No existen puertos comerciales a lo largo de la costa oriental. Las encauzadoras nativas se ocupan de forma violenta de los barcos que tienen la imprudencia de viajar a la vista de esa costa. Los infortunados que han avistado tierra en cualquier otro punto fuera de las áreas designadas, ya sea deliberadamente o por naufragio, han desaparecido sin dejar rastro, o porque los han esclavizado o por que los han matado nada más localizarlos.
Incluso en las zonas designadas para el comercio en esos puertos y ciudades, los sharaníes creen que los forasteros no merecen que se les diga la verdad sobre nada, a menudo incluidas las propias mercancías que están comprando. Los mercaderes aprenden enseguida a comprobar cuidadosamente los productos que van a adquirir, hasta el punto de que si son telas, aun en grandes cantidades, cada rollo se despliega y se examina de punta a punta a fin de asegurarse de que hay los metros apalabrados y que todo el lienzo es del mismo tejido. Los mercaderes sharaníes no siquiera están dispuestos a dejar ver su verdadera apariencia, y tratan con los forasteros enfundados en capas y velos. Como consecuencia de estas excentricidades, comerciar resulta tan difícil que nadie haría negocios en Shara si sus mercancías no fueran tan productivas, pero la seda y el marfil que exportan no se consiguen en ninguna otra parte (salvo quizás en Seanchan) y siempre tienen una gran demanda.
Los Marinos son los que llevan a cabo la mayoría de los tratos que se hacen en las ciudades portuarias, aunque de vez en cuando también hay barcos de Illian, Mayene y alguno de los otros países con flotas de altura. El comercio en tierra firme solía estar casi monopolizado por los cairhieninos gracias al regalo del derecho de tránsito de los Aiel. Sin embargo, desde la Guerra de Aiel la mayoría del comercio por tierra ha sido cosa de éstos y de algún que otro mercader que tiene buena relación con ellos. La mayoría de la gente está conforme con que sean los Marinos quienes traten con Shara, aun cuando ellos implique que deben pagar un precio más alto.
Los sharaníes dicen tener un imperio monolítico, una nación completamente en paz desde el Desmembramiento, sin guerras ni rebeliones. A menudo aseguran que ni siquiera la Guerra de los Trollocs los afectó, a pesar de que os Aiel afirman lo contrario y de que las Montañas Funestas y La Gran Llaga atraviesan la zona septentrional de su tierra de un modo muy parecido a las nuestras. Muy de vez en cuando un sharaní admite que los trollocs fueron un problema, pero de poca importancia. Niegan sistemáticamente tener conocimiento de la flota invasora de Hawkwing e insisten, a despecho de la versión de los Marinos testigos, que jamás existió tal flota.
Recientemente se descubrieron algunos documentos que, de ser auténticos, contienen información reveladora sobre la hasta ahora tierra secreta de Shara. Se ignora si estos documentos los escribió un nativo o si lo hizo un forastero que consiguió infiltrarse en la rigurosísima seguridad nacional. De tratarse de un nativo, era alguien de posición muy alta que corrió un gran riesgo al actuar así.
Según estos documentos, la nación la gobierna un monarca absoluto llamado Sh’boan si es mujer y Sh’botay si es varón. Dicho monarca, que era una Sh’boan en el momento de escribir esa reseña, elige pareja, en este caso un Sh’botay, y entonces gobierna como único dirigente durante siete años. Al final del séptimo año de reinado, el monarca muere, y el gobierno pasa a manos de su pareja, que entonces escoge un Nuevo compañero o compañera y reina hasta que muere a los siete años. Al parecer, esta pauta ha permanecido prácticamente inalterada desde los tiempos del Desmembramiento, hace tres mi años. La gente cree que las muertes son simplemente la "Voluntad del Entramado", pero el desconocido escritor no parece pensar lo mismo.
Los documentos dicen que hay encauzadores en Shara, tanto hombres como mujeres, llamados Ayyad. Viven en pueblos aislados del resto del mundo, cercados por altos muros. No se permite entrar en ellos a quien no sea Ayyad, y se supone que ningún Ayyad puede salir de ellos sin permiso, aunque el origen de esos permisos es muy vago, ambigüedad que el escritor parece creer que es deliberada. Cualquiera que sin ser Ayyad haya conseguido entrar en uno de esos pueblos es ejecutado en el acto. Todos los sharaníes saben que ningún Ayyad encauzará sin el permiso o las instrucciones de la Sh’boan o el Sh’botay que gobierne en ese momento. En consecuencia, dan por sentado que cualquier Ayyad que esté fuera de los pueblos es porque tiene tal permiso.
A los Ayyad les tatúan la cara al nacer. Si posteriormente se descubre a alguien que encauza y no tiene tatuaje, se supone que es fruto de una unión entre uno de sus antepasados y un Ayyad, y se le apresa, se le tatúa y se le confina en un pueblo Ayyad el resto de su vida.
El apareamiento entre Ayyad y no Ayyad está penalizado con la muerte para el Segundo, y también para el Ayyad si se demuestra que éste forzó al otro. Si hay un hijo de esta unión se lo abandona a la intemperie para que muera.
Normalmente son las mujeres Ayyad quienes salen de los pueblos, aunque hay dos excepciones a esa regla. A los Ayyad varones se les tiene completamente enclaustrados, y está prohibido enseñarles a leer, escribir o hacer cualquier otra cosa que no sea alimentarse, vestirse y realizar tareas sencillas. Se los considera simples reproductores para las mujeres Ayyad. Las Ayyad llevan un detallado registro de cada línea de sangre muy parecido al modo en que los cairhieninos anotan el pedigrí de sus caballos pura raza.
Las niñas las crían sus madres, pero los niños se crían en comunidad. Aparentemente a estos niños nunca se les llama "hijos" entre las Ayyad, sino simplemente "los varones". Cuando un chico tiene unos dieciséis años, se le saca de su confinamiento, encapuchado, y se le transporta dentro de una carreta cerrada a un pueblo distante, de manera que nunca ve nada fuera de los pueblos. Una vez llegado a su destino, se aparea con una o más mujeres que quieren tener hijos. A la edad de veintiún años —o antes si da señales de empezar a encauzar— se le vuelve a encapuchar y se le saca del pueblo, como si se dirigiese a otro, pero en lugar de eso lo matan e incineran su cadáver.
El escritor continúa su reseña haciendo unas acusaciones sorprendentes al afirmar que la responsable de la muerte de los monarcas cada siete años no es la Voluntad del Entramado, sino que en realidad los matan los Ayyad. De hecho, este documento sostiene que, sin conocimiento del pueblo, son las Ayyad quienes gobiernan realmente Shara.
El dirigente está rodeado de sirvientas Ayyad, y el único modo de acercarse a la Sh’boan o el Sh’botay, sobre todo para ganar un favor u obtener un dictamen, es a través de estas mujeres, y por lo general la respuesta también la transmiten ellas. Hablar en persona con la Sh’boan o el Sh’botay se considera un gran honor que rara vez se concede.
Algunos monarcas no han vivido el periodo completo de siete años, y su muerte se toma como señal del desagrado del Creador, ocasionando el cumplimiento de penitencias en todo el país por poderosos y humildes por igual. El escritor manifiesta que lo más probable es que esos dirigentes descubrieran que, a pesar de sus gran poder, el verdadero control del país estaba en manos de las Ayyad a través de las aparentes "servidoras" que lo rodeaban.
Con una estructura de poder tan compleja, descubrir que los sharaníes también tienen esclavos no sorprende. Su cultura parece basarse en el engaño y la esclavitud de la mayoría por unos pocos. Si cualquier parte de este documento nuevo es cierta, el panorama que pinta es muy desalentador. Quizás hay que dar las gracias de que se conformen con guardar sus secretos tras las murallas en lugar de tratar de imponerlos a sus vecinos.