El palacio de Aesdaishar amaneció de luto a la mañana siguiente. Ondeaban banderas blancas en cualquier prominencia y los sirvientes llevaban cintas blancas atadas en los brazos. Por la ciudad ya corrían rumores sobre portentos que habían anunciado las muertes, como cometas en la noche y fuegos en el cielo. La gente sabía cómo acoplar lo que veía con lo que sabía y lo que quería creer. La desaparición de un simple soldado e incluso la de una Aes Sedai, pasaron inadvertidas con el intenso dolor que hacía llorar por los corredores hasta a los hombres más fuertes.
Cuando volvía de destruir las pertenencias de Merean —tras buscar en vano cualquier pista que la condujera a otras hermanas Negras—, Moraine se apartó a un lado para dejar pasar a Edeyn, que avanzaba por el pasillo vestida con ropajes blancos y el cabello muy corto, como a trasquilones. Se decía que iba a abandonarlo todo e iniciar una vida de retiro. A Moraine le pareció que ya lo había hecho. Los ojos, en los que había una mirada vacía, estaban ojerosos, envejecidos. En cierto modo se parecían mucho a los de su hija como los recordaba Moraine, rebosando desesperación y conscientes de una muerte próxima.
Cuando entró en sus aposentos, Siuan se incorporó bruscamente de la silla que ocupaba en la salita. Moraine tenía la impresión de que hacía semanas que no la veía.
—Tienes el aspecto de un pez que se ha tragado el cebo y se ha encontrado con un anzuelo —gruñó su amiga—. Bueno, es lógico. Siempre he odiado los duelos cuando conocía a la persona. Sea como sea, podemos marcharnos cuando estés lista. Rahien nació en una granja situada a más de tres kilómetros del Monte del Dragón. Merean no se ha acercado a él desde esta mañana. No creo que le haga daño por una simple sospecha, aunque sea una Negra.
No era el niño. Por algún motivo, Moraine casi había esperado eso.
—Merean no hará daño a nadie más, Siuan. Pon a trabajar para mí esa mente tuya en una incógnita. —Tomó asiento en un sillón y empezó por el final, siguiendo deprisa con la explicación a pesar de las exclamaciones ahogadas de Siuan y sus demandas de más detalles. Fue como revivirlo. Llegar a lo que la había conducido a aquel enfrentamiento fue un alivio—. Quería muerto a Diryk por encima de todo, Siuan. Lo mató en primer lugar. E intentó matar a Lan.
—Eso es una locura —gruñó su amiga—. ¿Qué relación hay entre un crío de ocho años y una escórpora insensible como Lan?
—La suerte. Diryk sobrevivió a una caída en la que normalmente habría tenido que morir, y todo el mundo dice que Lan es el hombre vivo con más suerte o de otro modo La Llaga habría acabado con él hace años. Hay un patrón, pero me parece absurdo. A lo mejor hasta ese herrero tuyo forma parte de él. Y Josef Najima, en Canluum, por lo que sé. También él tenía suerte. Resuelve este acertijo si puedes. Creo que es importante, pero no entiendo por qué.
Siuan empezó a pasear por la sala de un lado a otro con largas zancadas que levantaban el repulgo de la falda al tiempo que se frotaba la barbilla y mascullaba sobre «hombres con suerte» y «el herrero se hizo notorio de repente» y otras cosas que Moraine no alcanzó a entender. De repente se paró en seco.
—No se acercó a Rahien en ningún momento, Moraine. El Ajah Negro sabe que el Dragón ha renacido, pero ¡lo que no saben es cuándo! Quizá Tamra consiguió reservarse ese detalle o quizá fueron demasiado brutales y murió antes de que pudieran sacarle esa información. ¡Tiene que ser eso! —Su ansiedad se tornó espanto—. ¡Luz! ¡Están matando a cualquier hombre o muchacho que podría ser capaz de encauzar! Oh, maldita sea, podrían morir miles, Moraine. Decenas de miles.
Tenía sentido; terrible, pero tenía sentido. Los hombres que encauzaban rara vez sabían lo que estaban haciendo, al menos al principio, y a menudo también se los tenía simplemente por personas con suerte. Los acontecimientos los favorecían y, frecuentemente, como en el caso del herrero, cobraban relevancia casi de la noche a la mañana. Siuan tenía razón. El Ajah Negro había iniciado una matanza.
—Pero ignoran que tienen que buscar a un bebé —dijo Moraine. Todo lo dura que tenía que ser—. Un infante no mostrará señales visibles. Disponemos de más tiempo de lo que pensábamos, aunque no tanto para que nos descuidemos. Cualquier hermana puede pertenecer al Negro. Creo que Cadsuane lo es. Saben que hay otras buscando. Si una de las rastreadoras de Tamra localiza al niño y la encuentran con él o si deciden someter a interrogatorio a una de ellas en vez de matarla en la primera ocasión que se les presente… —Siuan la miraba fijamente—. Aún tenemos que ocuparnos de esa tarea —le dijo.
—Lo sé —respondió despacio Siuan—. Sólo que jamás pensé que… En fin, cuando hay que hacer un trabajo, se hace, ya sea tirar de las redes o destripar peces. —Sin embargo, en su voz faltaba la firmeza de otras veces—. Podemos estar camino de Arafel antes de mediodía.
—Tú vuelves a la Torre —dijo Moraine.
Yendo juntas no buscarían más deprisa que si iba sólo una. Y, si tenían que separarse, ¿qué mejor sitio para Siuan que trabajar con Cetalia Delarme y ver los reportes de todos los informadores del Ajah Azul? Mientras ella buscaba al niño, Siuan podía enterarse de lo que pasaba en cada país y, sabiendo lo que buscaba, podría localizar cualquier indicio que apuntara al Ajah Negro o al Dragón Renacido. Siuan se daba cuenta cuando se le daba un razonamiento que tenía sentido, pero en esa ocasión no resultó tan fácil y, cuando al fin accedió, lo hizo de mal talante.
—Cetalia me pondrá a calafatear juntas por marcharme sin permiso —rezongó—. ¡Así me abrase! ¡Me colgará en un tendedero de la Torre! ¡Tendré suerte si no me hace azotar! Moraine, la política hace que uno sude a mares en pleno invierno. ¡La odio! —Sin embargo, ya había empezado a hurgar en los baúles para ver qué se llevaba en el viaje de vuelta a Tar Valon—. Supongo que pondrías sobre aviso a ese tipo, Lan. En mi opinión se lo merece, pero de poco le va a servir. Me han contado que partió a caballo hacia La Llaga hace una hora, y si eso no lo mata… ¿Dónde vas?
—Tengo asuntos pendientes con ese hombre —contestó Moraine sin detenerse. Desde el día en que lo conoció había tomado una decisión sobre él si no resultaba ser un Amigo Siniestro, y estaba dispuesta a llevarla adelante.
En el establo donde guardaba a Flecha, repartió marcos de plata como si fueran céntimos y consiguió que la yegua estuviera ensillada y embridada casi antes de que las monedas desaparecieran en los bolsillos. Montó en el animal sin importarle que la falda se le subiera y le dejase las piernas descubiertas hasta las rodillas, hincó talones y salió a galope del palacio de Aesdaishar en dirección norte a través de la ciudad, de modo que la gente tenía que apartarse de un salto; incluso en cierto momento hizo que Flecha saltara limpiamente una carreta vacía cuyo conductor fue muy lento para retirarla a tiempo. A su espalda fue dejando una estela de gritos y puños que se agitaban en el aire.
En la calzada que partía hacia el norte desde la ciudad frenó un poco la marcha para preguntar a unos carreteros que venían en dirección contraria si había visto a un malkieri en un semental zaino, y sintió un inmenso alivio cuando la respuesta fue afirmativa. Ese hombre podía haber ido en cincuenta direcciones distintas después de cruzar el puente sobre el foso. Llevaba una hora de ventaja… ¡Lo alcanzaría aunque tuviera que seguirlo al interior de La Llaga!
—¿Un malkieri? —El flaco mercader, abrigado en una capa azul oscuro, parecía sobresaltado—. Bueno, mis guardias me dijeron que había uno allí arriba. Gente peligrosa, esos malkieri.
Se volvió en el pescante de la carreta y señaló una herbosa colina que había a cien pasos de la calzada. En lo alto se veían claramente dos caballos, uno de ellos un albardón, y un fino hilo de humo de una lumbre se enroscaba en el aire.
Lan casi no alzó la vista cuando Moraine desmontó. Arrodillado junto a los restos de una pequeña lumbre, removía las cenizas con un palo largo. Cosa extraña, olía a pelo quemado.
—Confiaba en que no quisierais nada más de mí —dijo.
—Pues os equivocáis —contestó—. ¿Quemáis vuestro futuro? Creo que vuestra muerte en La Llaga será causa de gran aflicción para muchos.
—Quemo mi pasado. —Lan se levantó—. Quemo recuerdos. Una nación. La Grulla Dorada no volverá a volar jamás. —Empezó a echar tierra sobre las cenizas empujándola con la punta de la bota, pero entonces se detuvo y se agachó para coger un puñado de tierra húmeda y lo esparció casi ceremoniosamente—. Nadie me llorará cuando muera, porque quienes lo habrían hecho ya han sucumbido. Además, todos los hombres mueren.
—Sólo los necios eligen morir antes de que llegue su hora. Quiero que seáis mi Guardián, Lan Mandragoran.
Él la contempló fijamente, sin parpadear, y después meneó la cabeza.
—Tendría que haber adivinado que era eso. Me espera una guerra que he de combatir, Aes Sedai, y no tengo ningún deseo de ayudaros a tejer las redes de la Torre Blanca. Encontrad a otro.
—Luchamos en la misma guerra, contra la Sombra. Merean pertenecía al Ajah Negro. —Se lo contó todo, desde la Predicción de Gitara en presencia de la Amyrlin y de dos Aceptadas hasta las conclusiones a las que habían llegado Siuan y ella, las muertes de las rastreadoras de Tamra… Todo, absolutamente todo. De haber sido otro hombre se habría callado la mayor parte, pero existían pocos secretos entre Guardián y Aes Sedai. De haber sido otro hombre, podría haber suavizado las cosas, pero no creía que los enemigos ocultos lo asustaran, ni siquiera si eran Aes Sedai—. Decís que habéis quemado vuestro pasado. Dejemos pues el pasado en sus cenizas. Ésta es la misma guerra, Lan, la batalla más importante que se haya dirimido nunca en ese conflicto. Y ésta sí podéis ganarla.
Él permaneció con la vista prendida en el norte, hacia La Llaga, largo rato. Moraine no sabía qué haría si la rechazaba. Le había contado más de lo que habría contado a nadie salvo a su Guardián vinculado.
De pronto, Lan se volvió con la espada centelleante en la mano y por un instante Moraine pensó que iba a atacarla. Sin embargo, se hincó de rodillas y sostuvo el arma desnuda sobre las manos extendidas.
—Por el nombre de mi madre, desenvainaré cuando me digáis que lo haga y enfundaré cuando me digáis que enfunde. Por el nombre de mi madre, acudiré cuando me llaméis y me iré cuando me digáis que me marche. —Besó la hoja y alzó la mirada hacia ella, expectante. Aún de rodillas, conseguía que un rey en su trono pareciera sumiso. Tendría que enseñarle un poco de humildad por su propio bien. Y por lo del estanque.
—Aún queda una cosa más —dijo Moraine mientras posaba las manos en la cabeza del hombre.
El tejido de Energía era uno de los más intrincados que conocían las Aes Sedai. Se entretejió en torno a Lan, penetró en él, se desvaneció. De repente, fue consciente de él del modo que las Aes Sedai sentían a sus Guardianes. Las emociones masculinas eran un pequeño nudo en un rincón de su mente, todo él inflexibilidad de acero y determinación, afilado como el corte de la hoja de su espada. Moraine supo del dolor sordo de viejas heridas, aplastado e ignorado. Podría sustentarse de su fuerza cuando fuera necesario, encontrarlo por muy lejos que se hallara. Estaban vinculados.
Él se incorporó con felina agilidad, envainó la espada y la observó intensamente.
—Los hombres que no estuvieron en ella la llaman la Batalla de las Murallas Resplandecientes —dijo inopinadamente— los que estuvieron, la llaman la Nieve Sangrienta. Nada más. Saben que era una batalla. En la mañana del primer día, tenía a mi mando a casi quinientos hombres. Kandoreses, saldaeninos, domani… La tarde del tercer día la mitad había muerto o estaban heridos. Si hubiese tomado otras decisiones, algunos de esos soldados estarían vivos y otros habrían muerto en su lugar. En la guerra, se dice una plegaria por los muertos y se sigue adelante porque siempre hay otra batalla en perspectiva, en otros horizontes. Decid una plegaria por los muertos, Moraine Sedai, y seguid adelante.
La sorpresa de Moraine fue tal que faltó poco para que se quedara boquiabierta. Había olvidado que el flujo del vínculo funcionaba en ambos sentidos. También él percibía sus emociones y, por lo visto, sabía interpretarlas mucho mejor que al contrario. Al cabo de unos segundos, asintió con la cabeza aunque no sabía cuántas plegarias harían falta para apaciguar su mente.
Lan le tendió las riendas de Flecha.
—¿Hacia dónde nos dirigimos primero? —preguntó.
—De vuelta a Chachin —contestó—. Y después a Arafel, y… —Quedaban muy pocos nombres que fueran fáciles de encontrar—. Por todo el continente si es preciso. O ganamos esta batalla o el mundo perecerá.
Cabalgaron uno junto al otro colina abajo y giraron hacia el sur. Tras ellos, el cielo retumbó y se puso oscuro. Se aproximaba otra tormenta tardía procedente de La Llaga.