Cuándo rendirse
Empleando toda la destreza adquirida en La Llaga, con cuidado de no girar en una esquina hasta tener la certeza de que el corredor estaba desierto, Lan se deslizaba por los pasillos del palacio de Aesdaishar solo. Envuelto en el ko’di casi podía notar cuando alguien entraba en el pasillo detrás de él, percibir la proximidad de otra presencia y escabullirse a través de una puerta abierta o de una arcada antes de que quienquiera que fuera pudiera verlo. Sigiloso cual un fantasma.
Anya y Esne anteponían las órdenes de Edeyn a las suyas, como si creyeran que eso formaba parte de las costumbres malkieri; a lo mejor les había dicho que lo era. Creía que Bulen seguía siendo leal, pero suponía que cualquiera que llevara uniforme en Aesdaishar informaría a Edeyn dónde encontrarlo. Lan creía saber dónde estaba; a despecho de sus visitas anteriores, se había perdido dos veces al salir de sus aposentos sin contar con un guía, pero su sentido de la orientación lo había ayudado a encaminarse de nuevo. Se sentía idiota por llevar la espada; el acero no servía de nada en esta batalla, pero sin el arma era como si estuviera desnudo, y enfrentarse a Edeyn a cuerpo descubierto era algo que no podía permitirse.
Un atisbo de movimiento lo hizo pegarse contra la pared detrás de la estatua de una mujer vestida de nubes y con un montón de flores en los brazos. Justo a tiempo. Dos mujeres aparecieron por un pasillo transversal que había un poco más adelante y se detuvieron, enfrascadas en una conversación. Eran Iselle y la Aes Sedai, Merean. Lan permanecía tan inmóvil como la talla de piedra tras la que se ocultaba; lo que atraía la mirada era el movimiento.
No le gustaba esconderse, pero mientras Edeyn desataba el nudo de su daori que lo había mantenido encerrado durante dos días había dejado muy claro que se proponía anunciar pronto su matrimonio con Iselle. Bukama tenía razón: Edeyn utilizaba su daori como unas riendas. De acuerdo con la tradición, gran parte del poder que ejercía sobre él acabaría una vez que Iselle tuviera el cordón de cabello entre sus presentes, convertido en un simple recuerdo del pasado, pero estaba convencido de que Edeyn utilizaría a la propia Iselle en lugar del cordón. E Iselle cooperaría. Lan dudaba de que la joven tuviera la firmeza necesaria para oponerse abiertamente a su madre. Cuando uno se enfrentaba a un enemigo al que no se podía derrotar, la única salida era la huida a menos que la propia muerte sirviera a un propósito mejor, y él anhelaba huir. Sólo lo retenía Bukama; Bukama y un sueño.
A un gesto seco de Merean, Iselle asintió ansiosamente y regresó por donde habían venido. Durante un instante la hermana la siguió con la mirada, el semblante inescrutable en la máscara de serenidad Aes Sedai. Después, inopinadamente, echó a andar en pos de la joven deslizándose sobre las baldosas verdes de un modo que, en comparación, hacía parecer torpes los andares de Iselle.
Lan no perdió tiempo en preguntarse qué se traería entre manos Merean, como tampoco se había preguntado la razón de que Moraine quisiera tenerla vigilada. Uno podía acabar loco al intentar desentrañar las intenciones de una Aes Sedai. Cosa que Moraine debía de ser realmente, o Merean la tendría aullando por los corredores arriba y abajo. Aguardó para dar tiempo a que las dos mujeres se perdieran de vista antes de deslizarse en silencio hasta la esquina y asomarse al otro pasillo. Las dos habían desaparecido, así que echó a andar a buen paso. Las Aes Sedai no eran asunto suyo ese día; tenía que hablar con Bukama sobre sueños.
Huir pondría fin a los planes de Edeyn para un matrimonio. Si conseguía esquivarla el tiempo suficiente, encontraría otro esposo para Iselle. Huir también acabaría con el sueño de Edeyn de recobrar Malkier; su respaldo se desvanecería como niebla bajo un sol de mediodía una vez que la gente se enterara de su marcha. Huir pondría fin a muchos sueños. Sin embargo, el hombre que había llevado cargado a la espalda un infante estaba en su derecho a tener sueños. El deber era más pesado que una montaña, pero había que cargar con él.
Un poco más adelante descendía un largo tramo de escalera, ancha y con barandilla de piedra. Se volvió para empezar a bajar y de repente se encontró cayendo. Sólo tuvo tiempo de relajar los músculos y después rebotó de escalón en escalón, dando volteretas, hasta frenarse en el piso de baldosas al pie de la escalera con un golpetazo que le vació de aire los pulmones. Unos puntitos luminosos titilaron en sus ojos; hizo un esfuerzo para recobrar la respiración, para ponerse de pie.
Aparecieron criados como salidos de la nada y lo ayudaron a levantarse al tiempo que exclamaban que sólo su suerte lo había salvado de no matarse en una caída así y le preguntaban si quería ver a alguna de las Aes Sedai para la Curación. Aturdido, observando con el entrecejo fruncido el largo tramo de escalera, Lan respondió en murmullos cualquier cosa con tal de que se marcharan. Suponía que debía de estar más magullado que en toda su vida, pero las contusiones desaparecían y lo que menos quería en ese momento era ver a una hermana. La mayoría de los hombres habrían intentado frenar esa caída y, con suerte, habrían acabado con la mitad de los huesos rotos. Algo le había tirado de los tobillos allí arriba, algo lo había empujado entre los hombros. Sólo había podido ser una cosa, aunque pareciera un sinsentido. Si hubiese habido alguien lo bastante cerca para tocarlo físicamente él lo habría notado. Una Aes Sedai había intentado matarlo con el Poder.
—¡Lord Mandragoran! —Un hombre robusto con la chaqueta verde de la guardia de palacio se frenó bruscamente ante él y faltó poco para que se fuera de bruces al intentar hacer una reverencia cuando aún no se había parado del todo—. ¡Os hemos buscado por todas partes, milord! —dijo, jadeante—. ¡Es vuestro hombre, Bukama! ¡Venid rápido, milord! ¡Quizás aún siga vivo!
Maldiciendo, Lan corrió en pos del guardia a la par que le gritaba que fuera más deprisa, pero era demasiado tarde. Demasiado tarde para el hombre que había cargado un infante a la espalda. Demasiado tarde para sueños.
Los guardias que se apelotonaban en un pasaje estrecho anexo a uno de los patios de prácticas se apretaron para apartarse y dejar paso a Lan. Bukama yacía boca abajo y la sangre formaba un charco alrededor de la boca; el sencillo mango de madera de una daga sobresalía de la mancha oscura en la espalda de la chaqueta. La mirada de los ojos muy abiertos y fijos era de sorpresa. Lan se arrodilló y le cerró los párpados mientras musitaba una plegaria para que el último abrazo de la madre acogiera a Bukama.
—¿Quién lo encontró? —preguntó, pero casi no oyó el confuso revoltijo de respuestas sobre quién, dónde y qué. Esperaba que Bukama renaciera en un mundo donde la Grulla Dorada ondeara al viento, las Siete Torres se irguieran intactas y los Mil Lagos relucieran como un collar bajo el sol. ¿Cómo había dejado que alguien se acercara lo bastante a él para hacerle esto? Bukama percibía el acero al desenvainarse cerca de él. Lo único cierto era que su amigo y mentor había muerto porque él lo había implicado en maquinaciones Aes Sedai.
Echó a correr de nuevo, pero no huyendo de algo, sino hacia alguien. Y le daba igual que lo viera quien lo viese.
Al oír el apagado portazo en la antesala y los gritos indignados de la criadas, Moraine se levantó de mullido sillón en el que estaba esperando. Esperando cualquier cosa salvo eso. Abrazó el Saidar y se encaminó hacia la puerta; pero, antes de que llegara a ella, ésta se abrió. Lan se sacudió de encima los brazos de las mujeres que lo sujetaban, les cerró la puerta en las narices y se apoyó contra la hoja de madera, los ojos prendidos en los sorprendidos de Moraine. Tenía el anguloso rostro cubierto de moretones y se movía como si hubiese recibido una paliza. Al otro lado de la puerta reinaba el silencio; intentara lo que intentase Lan, debían de estar seguras de que ella sabría manejar la situación.
Lo absurdo es que se sorprendió toqueteando el cuchillo del cinturón. Con el Poder era capaz de inmovilizarlo como a un niño por grande que fuera, y sin embargo… No se mostraba furioso. En aquellos ojos de hielo no había enardecimiento. Le dieron ganas de retroceder. No había fuego en ellos, sino un frío abrasadoramente mortal. Esa chaqueta negra con las crueles espinas y los graves capullos dorados le encajaba a la perfección.
—Bukama ha muerto con un cuchillo clavado en el corazón —anunció calmosamente—, y no hace ni una hora que alguien intentó matarme con el Poder Único. Al principio pensé que debía de ser Merean, pero cuando la vi por última vez seguía a Iselle y, a menos que me descubriera y quisiera desvanecer mis sospechas fingiendo que se alejaba, no tuvo tiempo de hacerlo. Hay pocos que me ven cuando no quiero ser visto, y no creo que ella me viera. Eso nos deja una única posibilidad: vos.
Moraine se encogió y sólo en parte por la certeza que había en la voz del hombre. Tendría que haber previsto que la estúpida muchacha iría directamente a Merean.
—Os sorprendería lo poco que se le escapa a una hermana —contestó. Sobre todo si la hermana estaba henchida de Saidar—. Tal vez no debí pedir que Bukama vigilara a Merean. Es muy peligrosa. —Esa mujer pertenecía al Ajah Negro; ahora estaba completamente segura. Las hermanas daban castigos ejemplares cuando pillaban a alguien husmeando, pero no lo mataban. ¿Qué podía hacer? Una cosa era estar segura y otra tener pruebas; pruebas concluyentes que presentar ante la Sede Amyrlin sin que pudieran desestimarse. Y si la propia Sierin era una Negra… Bien, ¿para qué preocuparse ahora por eso? ¿Y por qué perdía tiempo Merean con Iselle?—. Si la chica os importa, os sugiero que la encontréis lo antes posible y la mantengáis lejos de Merean.
—Todas las Aes Sedai son peligrosas —gruñó Lan—. Iselle no corre peligro de momento. La vi cuando venía hacia aquí, acompañada de Brys y Diryk. Se dirigían deprisa a algún sitio. ¿Por qué ha muerto Bukama, Aes Sedai? ¿En qué trampa lo metí por vos?
Moraine alzó la mano bruscamente para que se callara y casi la sorprendió que el hombre obedeciera. Su mente era un hervidero de ideas. Merean con Iselle. Iselle con Brys y Diryk. Merean había intentado matar a Lan. De repente vio la maniobra, perfecta en todas y cada una de sus fases. No tenía ningún sentido, pero estaba convencida de que se trataba de eso.
—Diryk me contó que sois el hombre con más suerte del mundo —dijo mientras se inclinaba hacia Lan, prendida la mirada en él—, y por su bien espero que tenga razón. ¿Dónde iría Brys para gozar de intimidad? Algún sitio donde no lo vieran ni lo oyeran. —Tenía que haber un sitio donde se sintiera a gusto, pero que estuviese aislado.
—Hay un mirador en el ala oeste de palacio —respondió lentamente Lan. Entonces habló más deprisa—. Si Brys corre peligro, he de avisar a la guardia. —Ya se volvía, con la mano en el picaporte.
—¡No! —Moraine abrazaba el Poder todavía y preparó un tejido de Aire para inmovilizarlo si era preciso—. El príncipe Brys no vería con buenos ojos que sus guardias irrumpieran allí si Merean sólo está hablando con él.
—¿Y si no está hablando? —demandó.
—Entonces no hay tiempo suficiente para alertar a la guardia, y, aun así, quién sabe si vendría. No tenemos pruebas contra ella, Lan. Serían sospechas contra la palabra de una Aes Sedai. —El hombre movió bruscamente la cabeza y rezongó algo sobre Aes Sedai que Moraine no oyó a propósito. De darse por enterada, tendría que darle una lección por insolente y no había tiempo para eso—. Llevadme a ese mirador, Lan. Que sea una Aes Sedai la que se las vea con una Aes Sedai. Y démonos prisa. —Si Merean hablaba algo, Moraine dudaba de que la charla fuera larga.
Lan se dio prisa, y mucha, con las largas piernas moviéndose como un rayo. A Moraine no le quedó más opción que remangarse las faldas y correr en pos de él, sin hacer caso de las miradas y los murmullos que sus piernas al aire suscitaban en los sirvientes y otras personas con los que se cruzaban por los corredores, sólo preocupada de que Lan no la dejara atrás. Absorbió Poder al tiempo que corría hasta que la dulzura y el gozo casi rayaron en el dolor por su intensidad, e intentó planear qué iba a hacer, qué podía hacer contra una mujer más fuerte que ella, una mujer que llevaba siendo Aes Sedai desde cien años antes de que naciera su bisabuela. Ojalá no tuviera tanto miedo. Ojalá estuviera Siuan con ella.
La enloquecida carrera los condujo a través de relucientes cámaras, a lo largo de pasillos jalonados de estatuas y, de pronto, se encontraron al aire libre, con los sonidos de palacio tras ellos, en un largo mirador de veinte pasos de anchura, con el antepecho de piedra, desde el que se disfrutaba de una vista de los tejados de la ciudad muchos metros más abajo. Un viento frío, como de tormenta, le sacudió la falda. Merean estaba allí, envuelta en el brillo del Saidar, y Brys y Diryk, de pie junto a la barandilla, se debatían inútilmente contra las ataduras y las mordazas de Aire. Iselle miraba al príncipe y a su hijo con el entrecejo fruncido. Y, quién lo hubiera esperado, un poco más allá, en el mirador, se encontraba un iracundo Ryne, cruzado de brazos. Así que era un Amigo Siniestro.
—… y difícilmente podía traeros a lord Diryk sin su padre —decía Iselle, enfurruñada—. Me aseguré de que nadie se diera cuenta, pero ¿por qué…?
Moraine tejió un escudo con Energía y se lo lanzó a Merean empleando hasta la última pizca de Poder que tenía dentro, esperando contra toda esperanza aislar a la mujer de la Fuente. El escudo golpeó y se hizo añicos. Merean era demasiado fuerte y estaba absorbiendo casi al límite de su capacidad.
Sabía que había pillado por sorpresa a la hermana Azul —la hermana Negra—, pero Merean ni siquiera parpadeó.
—Hiciste bien en matar al espía, Ryne —dijo tranquilamente al tiempo que tejía una mordaza de Aire para taparle la boca a Iselle, así como ataduras que mantuvieron rígida a la chica—. Mira a ver si puedes ocuparte del joven esta vez. Dijiste que eras mejor espadachín que él.
Todo pareció pasar a la vez. Ryne se adelantó corriendo, fruncido el entrecejo, haciendo tintinear las campanillas del cabello. Lan consiguió desenvainar su espada justo a tiempo de hacerle frente. Y, antes de que los aceros entrechocaran por primera vez, Merean golpeó a Moraine con el mismo tejido utilizado por ella, sólo que más fuerte. Moraine comprendió horrorizada que a la Negra podía quedarle fuerza suficiente para escudarla aunque estuviera absorbiendo tanto Saidar como podía. Atacó frenéticamente con Aire y Fuego, y Merean gruñó cuando los flujos cortados restallaron contra ella. En el breve intervalo, Moraine intentó cortar los flujos que inmovilizaban a Diryk y a los demás; pero, antes de que su tejido tocara el de Merean, el de ésta cortó el suyo en cambio, y esta vez el escudo de Merean la rozó antes de poder cortarlo. Sintió que el estómago se le hacía un nudo.
—Apareces demasiado a menudo, Moraine —dijo la Negra como si estuviesen charlando, simplemente. Y actuaba como si fuera así, serena y maternal, en absoluto perturbada—. Me temo que he de preguntarte cómo y por qué. —Moraine consiguió por muy poco cortar un tejido de Fuego que le habría quemado la ropa y quizá casi toda la piel, y Merean sonrió como una madre a quien divirtieran las travesuras que hacían las jóvenes—. No te preocupes, pequeña. Te Curaré para que respondas a mis preguntas. Y las responderás. Aquí fuera nadie oirá tus gritos.
Si a Moraine le hubiesen quedado dudas de que Merean pertenecía al Ajah Negro, ese tejido de Fuego habría acabado con ellas. Y tuvo más pruebas en los segundos que siguieron con tejidos que hicieron saltar chispas en su vestido y que le pusieron el pelo de punta, tejidos que la hicieron jadear para aspirar el aire que parecía no haber, tejidos que no conocía pero que sin duda la habrían dejado destrozada y sangrando si la hubieran ceñido, si no hubiese sido capaz de cortarlos…
Cada vez que tenía ocasión, intentaba cortar de nuevo las ataduras que sujetaban a Diryk y a los otros, y escudar a Merean, incluso dejarla inconsciente de un golpe. Sabía que se estaba jugando la vida, que moriría si la otra mujer se imponía, ya fuera entonces o durante el interrogatorio, pero en ningún momento se planteó aprovechar el resquicio que dejaban los Juramentos que la retenían. También ella tenía preguntas que hacer a la mujer, y el destino del mundo podía depender de las respuestas. Por desgracia, casi todo lo que podía hacer era defenderse, y siempre lo conseguía por un pelo. Tenía el estómago hecho un nudo, pero parecía querer hacerse otro. Aunque mantenía sujetas a tres personas, Merean todavía la igualaba en fuerza y puede que la superara. Si Lan consiguiera distraer a esa mujer un momento…
Una rápida ojeada le bastó para comprender que no tendría ayuda por ese lado. Lan y Ryne ejecutaban las posturas de lucha y pasaban con felina gracilidad de una a otra a la par que las armas trazaban remolinos, pero si existía una levísima ventaja era a favor de Ryne. Lan tenía sangre en una mejilla.
Moraine siguió luchando con todo su ser, sin desperdiciar siquiera la mínima concentración necesaria para hacer caso omiso del frío. Temblorosa, arremetió contra Merean, se defendió y volvió a arremeter, defendiéndose y atacando. Si consiguiera cansar a la mujer o…
—Esto está durando demasiado, ¿no crees, pequeña? —dijo Merean. Diryk flotó en el aire; el pequeño se debatía contra las ataduras que no veía, al tiempo que se desplazaba por encima de la balaustrada. Brys volvió la cabeza siguiendo la trayectoria de su hijo y movió la boca contra la mordaza invisible.
—¡No! —gritó Moraine. Lanzó desesperadamente flujos de Aire para tirar del niño hacia la seguridad del mirador. Merean los cortó al mismo tiempo que soltaba el que sujetaba al chiquillo. Gritando, Diryk se precipitó al vacío, y una luz blanca estalló dentro de la cabeza de Moraine.
Abrió los ojos, aturdida, con el grito del niño todavía resonando en su cerebro. Estaba tirada de espaldas en el mirador y la cabeza le daba vueltas. Mientras el aturdimiento no se le pasara tenía tantas posibilidades de abrazar el Saidar como las que tenía un gato de cantar. Tampoco es que ya importara mucho. Veía el escudo con el que Merean la tenía aislada, e incluso una mujer más débil podía mantenerlo una vez que estaba puesto. Intentó levantarse, cayó hacia atrás, consiguió incorporarse un poco al apoyarse en un codo.
Sólo habían pasado unos segundos. Lan y Ryne seguían bailando su mortífera danza marcada por el entrechocar de aceros. La rigidez de Brys se debía a algo más que a las ataduras; miraba a Merean con un odio tan implacable que parecía capaz de liberarse con la mera fuerza de su rabia. Iselle temblaba, sorbía, lloriqueaba y miraba con los ojos desorbitados hacia el punto donde el niño había caído. Diryk. Moraine se obligó a pensar en el nombre del pequeño y se encogió al recordar su entusiasmo y su sonrisa. Sólo unos segundos.
—Tendrás que esperar un poco más, creo —le dijo Merean, que le dio la espalda. Brys se alzó en el aire. El rostro del hombre no cambió de expresión, no dejó de mirar con odio a Merean.
Moraine se puso de rodillas con esfuerzo. No podía encauzar; no le restaba coraje ni fuerza. Sólo determinación. Brys flotó por encima de la balaustrada. Tambaleándose, Moraine se puso de pie. Determinación. Con aquella expresión de puro odio en el semblante, Brys cayó sin emitir ningún sonido. Esto tenía que acabar. Iselle flotó en el aire, se retorció con frenesí, emitió sonidos ahogados en un esfuerzo por gritar a pesar de la mordaza. ¡Tenía que acabar ya! Dando traspiés, Moraine hundió el cuchillo en la espalda de Merean hasta la empuñadura, y un chorro de sangre le empapó las manos.
Cayeron juntas sobre el pavimento del mirador; el brillo que rodeaba a Merean se desvaneció cuando la mujer murió, y lo mismo ocurrió con el escudo de Moraine. Iselle gritó y se tambaleó donde las ataduras rotas de Merean la habían dejado caer, encima de la balaustrada. Obligándose a moverse, Moraine gateó por encima del cadáver de Merean y asió una de las manos de Iselle con las suyas justo cuando las zapatillas de la joven resbalaban y ésta caía.
El tirón arrastró a Moraine, que se quedó con el estómago sobre la barandilla mirando a la chica que sostenía con las manos resbaladizas de sangre por encima de un vacío que parecía inacabable. A duras penas consiguió sostenerla y sostenerse; si intentaba tirar de la chica hacia arriba, las dos se precipitarían al vacío. Iselle tenía el semblante demudado y su boca era un rictus. La mano se le escurría entre las de Moraine, que se obligó a serenarse e intentó abrazar la Fuente, sin éxito. Contemplar aquellos distantes tejados no contribuía a que la cabeza dejara de darle vueltas.
Lo volvió a intentar, pero fue como tratar de coger agua con las manos teniendo abiertos los dedos. Salvaría a uno de los tres, aunque fuera la menos importante. Luchando contra el mareo, se esforzó por alcanzar la Fuente. Y la mano de Iselle resbaló entre sus dedos ensangrentados. Lo único que pudo hacer fue ver cómo caía con un chillido penetrante, largo, que se fue perdiendo en la distancia, todavía con la mano extendida como si creyera que alguien podría salvarla aún.
Un brazo la apartó de la barandilla.
—No contempléis nunca una muerte que no tengáis que ver —dijo Lan mientras la ponía de pie. El brazo derecho le colgaba al costado; un corte largo hendía la manga empapada de sangre y la carne que había debajo. Tenía otras heridas además del tajo en el cuero cabelludo, del que seguía manando sangre rostro abajo. Ryne yacía de espaldas a diez pasos y sus ojos muertos contemplaban el cielo con sorpresa—. Un día negro —masculló Lan—. De los más negros que he visto en mi vida.
—Un momento —le dijo Moraine con voz temblorosa—. Estoy demasiado mareada para caminar todavía. —Las rodillas se le doblaron al acercarse al cadáver de Merean. No habría respuestas. El Ajah Negro permanecería oculto. Se agachó y sacó de un tirón el cuchillo clavado en la espalda de la mujer, que limpió en la falda de la traidora.
—Sois fría, Aes Sedai —manifestó él con voz inexpresiva.
—Todo lo fría que tengo que ser —contestó. El grito de Diryk resonaba en sus oídos, y seguía viendo disminuir la cara de Iselle hasta desaparecer en el vacío. Al igual que en la prueba del chal, toda su calma era pura apariencia, pero se aferró a ella desesperadamente. Si la dejaba ir un instante entonces acabaría de rodillas sollozando, gritando de dolor—. Al parecer, además de ser Amigo Siniestro, Ryne estaba equivocado. Erais mejor que él.
—No. —Lan meneó la cabeza ligeramente—. Él era mejor, pero creyó que al haberme herido en un brazo estaba acabado. Nunca lo entendió. Uno se rinde sólo después de morir.
Moraine asintió con la cabeza. Rendirse después de morir. Sí.
Le costó un rato que se le despejara la cabeza lo suficiente para volver a abrazar la Fuente, y tuvo que soportar la ansiedad de Lan por informar a la shatayan de que Brys y Diryk habían muerto antes de que llegara la noticia de que se habían encontrado los cuerpos en los tejados. Comprensiblemente, no sentía tantos deseos de informar a lady Edeyn de la muerte de su hija. También a Moraine el paso del tiempo le producía ansiedad, pero no por las mismas razones. Tendría que haber sido capaz de salvar a la chica. Esa muerte era culpa de ella tanto como de Merean.
Curó a Lan en cuanto fue capaz, y el hombre soltó un grito ahogado cuando los complejos tejidos de Energía, Aire y Agua cosieron sus heridas y la carne se unió sin dejar cicatrices, pero Moraine no sintió satisfacción porque, finalmente, él demostrara que también era mortal. Se había quedado tan débil, tan exhausto por la Curación después del desgaste de la lucha, que tuvo que recobrar el resuello recostado en la barandilla de piedra. Pasaría un buen rato antes de que pudiera salir corriendo a ninguna parte. Moraine tenía que asegurarse de que Lan supiera lo que debía decir. Además, tenía otros planes para él.
Con cuidado, elevó en el aire el cuerpo de Merean con flujos de Aire, lo pasó por encima de la balaustrada y lo bajó un poco, cerca de las rocas de la ladera de la montaña. Tejió flujos de Fuego y el cadáver de la hermana Negra quedó envuelto en una flama incandescente, tan abrasadora que no echaba humo y sólo producía un denso rielar en el aire y alguno que otro crujido al resquebrajarse una roca.
—¿Qué estáis…? —empezó Lan, pero se interrumpió y cambió la pregunta—. ¿Por qué?
Moraine dejó que su cuerpo sintiera el creciente calor, que producía corrientes de aire propias de un horno.
—No hay pruebas de que fuera del Ajah Negro, sólo de que era una Aes Sedai. —Torció el gesto al darse cuenta de su desliz. La Torre Blanca necesitaba de nuevo su armadura de misterio, la necesitaba más que cuando había desaparecido Malkier, pero no podía decirle eso. Todavía no. Sin embargo, él ni siquiera pestañeó ante la mención del Ajah Negro. A lo mejor ignoraba lo que era, pero no apostaría por ello. Ese hombre era tan reservado como cualquier hermana—. No puedo mentir sobre lo que ha pasado aquí, pero sí puedo guardar silencio. ¿Lo guardaréis vos también o facilitaréis el trabajo de la Sombra?
—Sois una mujer muy dura —respondió Lan al cabo. No dijo nada más, pero era suficiente.
—Todo lo dura que debo ser —manifestó Moraine.
El grito de Diryk. El rostro de Iselle. Aún había que deshacerse del cadáver de Ryne y de la sangre que manchaba el suelo de piedra y sus ropas. Todo lo dura que debía ser.