12

La entrada en casa

Anaiya fue la primera en adelantarse y besarlas en la mejilla.

—Bienvenida a casa, hermana. Hemos esperado largo tiempo tu llegada —saludó—. Aeldra me ha contado cómo me ha escamoteado mis empanadas —añadió mientras daba un tirón al chal con aire irritado que obviamente era puro fingimiento, traicionado por una risa—. No fue justo que se aprovechara así de su posición.

—O tal vez las mías, si hubiese sido un poco más rápida —comentó Kairen después de recibirlas con el saludo formal. Muy hermosa y no excesivamente alta, su sonrisa desdecía la fría serenidad reflejada en los ojos azules—. ¿Podemos esperar al menos que vuestra destreza para hornear sea escasa? A Aeldra le gustan las bromas casi tanto como a vosotras dos y sería agradable ver que recibe la recompensa debida.

Moraine se echó a reír y abrazó a Siuan. No pudo evitarlo. Realmente había llegado a casa. Las dos estaban en casa.

El sector Azul no tenía nada de la aparatosidad llamativa del Verde y del Amarillo, aunque no era tan sencillo como el del Marrón o el del Blanco. Las colgaduras de invierno de intensos colores que había en las paredes representaban escenas de jardines en primavera y campos de flores silvestres, arroyos que corrían entre piedras y pájaros en vuelo. Las lámparas de pie pegadas a las paredes claras eran doradas, pero con una decoración muy sencilla. Sólo las baldosas, en todos los tonos de azul desde el pálido de un cielo matinal hasta el intenso violeta del ocaso, ponían un toque de esplendor. Avanzando lentamente a lo largo de aquellas ondas, Siuan y ella recibieron el beso de bienvenida otras treinta y nueve veces más antes de llegar hasta Eadyth y las otras dos Asentadas.

—Se han preparado habitaciones para las dos —les indicó la hermana carirredonda—, así como ropas adecuadas y algo para desayunar, pero cambiaos y comed deprisa. Hay cosas que he de deciros, cosas que debéis saber antes de que el hecho de salir de nuestro sector no implique un riesgo para vosotras. O, a decir verdad, incluso entrar en él, aunque la mayoría es tolerante con una hermana nueva. Cabriana, ¿quieres acompañarlas, por favor?

Una hermana de ojos claros y cabello rubio que casi le llegaba a la cintura extendió la falda de cuchilladas azules en una ligera reverencia. Las clases no las daban todas las hermanas, ni mucho menos, y Moraine no la reconoció. En su mirada había una fiera franqueza más acorde con una hermana Verde, pero su tono de voz sonó bastante sumiso cuando habló.

—Como ordenes, Eadyth. —Se volvió hacia Siuan y Moraine y les habló casi con igual mansedumbre—: ¿Queréis acompañarme, por favor?

Era muy extraña esa mezcla de fiereza y… Bueno, «docilidad» era la palabra que más se acercaba a describir su actitud.

—¿Es la Selectora Mayor? —preguntó cautamente Moraine tan pronto como estuvieron lo bastante lejos para que Eadyth no la oyera. Ni ninguna otra, esperaba. Las hermanas que se habían reunido para recibirlas se dispersaban ya, solas o de dos en dos, mientras se quitaban el chal.

—¡Oh, sí! —respondió Anaiya, que, junto a Kairen, se unió a ellas. Cabriana tenía la boca abierta para contestar, pero la cerró sin la menor protesta por haber sido desplazada—. Es inusitado que la Selectora Mayor sea también una Asentada —continuó Anaiya—; pero, a diferencia de algunas, a nosotras, las Azules, nos gusta sacar el máximo partido de la aptitud de cada cual.

Kairen asintió con la cabeza, dobló el chal y se lo puso sobre un brazo.

—Eadyth es quizá la Azul más competente en los últimos cien años; pero, si fuese Marrón o Blanca, la dejarían pasarse el día entretenida ocupándose de minucias.

—¡Oh, sí! —convino Cabriana, que chasqueó la lengua—. Lo de algunas Asentadas Marrones ha sido bochornoso. Para ser Asentadas, cuando menos. Pero las Marrones siempre dejan vagar la mente. Sea como sea, podéis estar seguras de que tengáis el talento que tengáis se le encontrará una utilidad.

Moraine, a quien no le gustó cómo sonaba eso, intercambió una mirada cautelosa con Siuan. Bueno, ninguna de las dos tenía habilidades especiales. Pero ¿de qué riesgo iba Eadyth a ponerlas sobre aviso? Riesgo incluso allí. Habría querido preguntarles a las tres hermanas que las escoltaban pasillo adelante, pero estaba convencida de que la información tenía que venir de Eadyth; y en privado, o de otro modo se habría limitado a decírselo allí mismo, delante de las demás. ¡Luz! Su nuevo hogar posiblemente tuviera tantas corrientes subyacentes como el Palacio del Sol. Claramente era un momento para actuar con prudencia. Para oír, observar y decir poco.

Los aposentos elegidos para Siuan y para ella estaban juntos, un poco retirados del corredor principal, y cada cual se componía de un dormitorio espacioso, una amplia sala de estar, un vestidor y un estudio, con chimeneas de mármol tallado donde el fuego chisporroteante había caldeado la atmósfera. Los paneles pulidos de las paredes estaban desnudos, pero sobre los suelos de baldosas azules había alfombras de dibujos, algunas con flecos, procedentes de una docena de países. Los muebles también eran dispares; aquí, una mesa con incrustaciones de madreperla de un estilo usado en Cairhien cien años atrás; allí, una silla con patas talladas en forma de enredaderas de sólo la Luz sabía dónde, y las lámparas y los espejos eran de procedencia tan variada como lámparas y espejos había. Pero nada tenía grietas ni trozos saltados y cada pieza de madera o de metal estaba pulida hasta brillar. Las cosas que habían dejado en sus cuartos de Aceptadas se encontraban allí. El cepillo y el peine de Moraine estaban en el lavabo; la escribanía de ébano, sobre el escritorio del estudio; su joyero, encima de una mesa auxiliar del dormitorio. Sus aposentos ya tenían su toque personal.

—Pensamos que os gustaría estar cerca —comentó Anaiya cuando acabaron en la sala de estar de Moraine.

Kairen y Cabriana la flanqueaban sobre la alfombra con dibujos de volutas y la miraban tan a menudo como a Siuan y a Moraine. Hablaban entre ellas con la cómoda desenvoltura que da una larga amistad, pero saltaba a la vista que Kairen y Cabriana se dejaban guiar por Anaiya. Era algo muy sutil, pero obvio para unos ojos adiestrados en el Palacio del Sol. No es que significara nada especial —en cualquier grupo siempre había alguien que llevaba la voz cantante—, pero Moraine archivó el dato en su memoria.

—Podéis elegir otras habitaciones si queréis —añadió Kairen—. Tenemos muchas vacías, aunque me temo que algunas tienen tanto polvo como el sótano en peores condiciones. —Pronto se marcharía de Tar Valon; había comentado por encima que tenía ciertos asuntos que tratar en Tear. ¿Sería una de las rastreadoras de Tamra? Imposible saberlo. En la Torre siempre había Aes Sedai que partían y otras que regresaban.

—Si queréis cambiaros, puedo ocuparme de mandar que las limpien —se ofreció Cabriana, que se recogió la falda como si fuera a hacerlo en ese mismo momento. ¡Parecía ansiosa! ¿Por qué se comportaba de un modo tan extraño? Saltaba a la vista que era la inferior de las tres mujeres, pero es que actuaba igual con Siuan y con ella.

—No, gracias. —Toqueteando la puntilla que remataba el cojín de un sillón, Moraine intentó decir que las habitaciones eran muy bonitas (las tres hermanas se habían ocupado de prepararlo todo, aunque las alfombras y los muebles fueran regalo de la Torre), pero su lengua se negó a pronunciar la mentira, de modo que buscó una frase de compromiso—. Éstas son más que adecuadas.

Todos los cojines tenían volantes de puntilla fruncida, al igual que las colchas de las camas y las fundas de las almohadas. ¡Algunos de los volantes parecían tener otros volantes fruncidos! Los aposentos serían mucho más aceptables para su gusto una vez que se libraran de todas esas puntillas. De hecho, Siuan había sonreído al ver las puntillas en su cama, como si fuera a disfrutar durmiendo en un mar de espumosas puntillas fruncidas. La idea hizo que Moraine se estremeciera.

Ofreció té o vino caliente con especias antes de caer en la cuenta de que no tenía ni idea de cómo procurarse ni lo uno ni lo otro, pero Anaiya contestó que debían de estar ansiosas por cambiarse y desayunar; las otras dos asintieron con la cabeza en un gesto de conformidad. Las tres se recogieron la falda a un tiempo y salieron.

—El desayuno puede esperar —dijo Siuan tan pronto como la puerta se cerró detrás de las tres hermanas—. Lo primero es Eadyth. ¿Tienes alguna idea de lo que va a decirnos? A mí me suena como tu Juego de las Casas.

—Eadyth primero, desayuno después —convino Moraine, aunque con el olor a gachas calientes y a albaricoques asados que salía de la bandeja tapada que había en una mesa se le hacía la boca agua—. Pero no tengo la más remota idea, Siuan. Nada. —Con todo, era cierto que recordaba al Da’es Daemar.

En el vestidor había colgados cuatro vestidos de fino paño azul, sencillos pero de buen corte, dos de ellos con falda pantalón para montar a caballo, y Moraine se puso uno de falda normal y dejó el blanco con bandas de colores de Aceptada doblado en el cesto de ropa sucia. El librito de anotaciones lo cambió de la escarcela del cinturón blanco, que también se llevarían de la habitación, a la escarcela azul que encontró en el espacioso armario. Incluso allí —quizás especialmente allí— consideraba que el sitio más seguro para guardarlo era su propia persona. No le sorprendió descubrir que el vestido le encajaba a la perfección. Se decía que la Torre sabía más de sus iniciadas que sus modistas y peluqueras juntas. Y no es que ella hubiese tenido modista o peluquera desde hacía tiempo, por supuesto, algo que se proponía remediar en cuanto pudiera. Al menos, en lo tocante a la modista. Se había acostumbrado a llevar el cabello suelto, pero necesitaría más de cuatro vestidos antes de marcharse de Tar Valon, y en un tejido mejor que el paño. La seda no era barata, pero sentaba maravillosamente.

Del joyero tallado sacó su pieza favorita: una kesiera. Había sentido no poder llevarla allí, pero aun después de seis años sus manos recordaban todavía cómo tejer la fina cadena de oro en el cabello para que el pequeño zafiro le colgara en el centro de la frente. Se miró en un espejo de pared que tenía el marco de madera con volutas talladas y sonrió. No tendría el semblante intemporal aún, pero ahora parecía lady Moraine Damodred, y lady Moraine Damodred había navegado en el Palacio del Sol por corrientes subterráneas que podían hundir a alguien incluso con quince o dieciséis años. Ahora estaba preparada para navegar por las corrientes de aquí. Tras echarse sobre los hombros su chal de flecos azules, fue a buscar a Siuan y se encontró con ella en el pasillo, también con el chal y caminando en dirección contraria.

La primera hermana que vieron, Natasia, una delgada saldaenina con oscuros ojos rasgados y altos pómulos que había sido una maestra indulgente, les indicó la dirección a los aposentos de Eadyth con un gesto de desagrado en los carnosos labios. Moraine se pregunto si Natasia estaría molesta por algo con Eadyth, aunque demostrarlo abiertamente sería extraño, pero también Eadyth imitó esa expresión casi con exactitud cuando las hizo pasar y las condujo a unos sillones mullidos, delante de la chimenea de la sala de estar, donde danzaban las llamas de un agradable fuego. Y después se quedó de pie, calentándose las manos, como si se sintiera reacia a hablar. No les ofreció té ni vino ni les dio ningún tipo de bienvenida. Siuan rebulló con impaciencia en el borde del asiento, pero Moraine se obligó a permanecer inmóvil. Con dificultad, pero lo hizo. La presión de los Tres Juramentos resultaba especialmente incómoda al estar sentada. Guardar silencio, oír y observar.

La sala de Eadyth era más grande que las suyas, con una cornisa tallada en forma de olas y dos tapices de flores y pájaros de vivos colores en las paredes, aunque las lámparas de pie eran igualmente sencillas. El macizo mobiliario era de madera oscura, con incrustaciones de marfil y turquesa, excepto la delicada mesita que parecía tallada en marfil o hueso. Llevara mucho o poco tiempo ocupando esos aposentos, Eadyth les había dado unos cuantos toques personales, como por ejemplo un alto jarrón de brillante porcelana amarilla de los Marinos, un ancho cuenco de plata batida y un par de figurillas de cristal —un hombre y una mujer tendiéndose la mano— sobre la repisa de la chimenea. Todo ello no le revelaba nada, salvo que la mujer de cabello blanco tenía buen gusto y compostura. Callar, oír y observar.

Siuan rebullía en el mullido asiento y parecía a punto de levantarse cuando finalmente Eadyth volvió el rostro hacia ellas. Se cruzó de brazos y respiró hondo.

—Durante seis años se os ha enseñado que la segunda grosería mayor es referirse a la fuerza de alguien en el Poder Único. —De nuevo los labios se fruncieron levemente—. A decir verdad, me resulta difícil hablar de ello, por muy necesario que sea. Durante seis años se os ha disuadido contundentemente de pensar en vuestra propia fuerza en el Poder o de la de cualquier otra. Ahora tenéis que aprender a comparar vuestra fuerza con la de cada hermana con la que os encontréis. Con el tiempo, será un acto reflejo y lo haréis sin pensar, pero debéis ir con mucho cuidado hasta que lleguéis a ese punto. Si otra hermana está por encima de vosotras en el Poder, sea del Ajah que sea, debéis ceder ante ella. Cuanto más alta se encuentre, más ha de ser vuestra actitud deferente. No hacerlo es la tercera grosería mayor, y es tercera sólo por un pelo. La razón más habitual de que las hermanas nuevas reciban un correctivo es un paso en falso en ese sentido; y, puesto que la penitencia la establece la hermana ofendida, rara vez es leve. Un mes o dos de Trabajos Domésticos o de Privación es lo más liviano que podéis esperar. La Mortificación del Espíritu o la Mortificación de la Carne no son castigos insólitos.

Moraine asintió lentamente con la cabeza. Por supuesto. Eso explicaba la deferencia de Elaida hacia Meilyn y que Rafela cediera ante Leane. Y Cabriana; Cabriana no era fuerte en absoluto. Aquella idea resultaba muy dura. Cuando la Torre Blanca quería poner freno a algo, lo ponía de forma contundente y absoluta. Luz, la Torre las despojaba de algo, y después les hacía utilizar eso mismo para determinar la jerarquía. Qué enredo. Al menos Siuan y ella eran casi iguales en fuerza y seguramente lo seguirían siendo cuando alcanzasen todo su potencial. Hasta ese momento habían avanzado al mismo paso. No habría parecido natural que Siuan tuviera que ceder ante ella.

—¿Hemos de obedecerlas? —preguntó Siuan, que por fin no había aguantado sentada y se había puesto de pie. Eadyth suspiró sonoramente.

—Creía haber hablado con claridad, Siuan. Cuanto más por encima de ti esté una Aes Sedai, mayor ha de ser tu deferencia. Me desagrada sobremanera hablar de esto, así que por favor no me hagas repetir las cosas. Funciona igual en el otro sentido, naturalmente, pero debéis recordar que la norma no se aplica si el Ajah o la Torre sitúa a alguien por encima de vosotras. Si se os incluye en una embajada, por ejemplo, debéis obedecer a la emisaria de la Torre como me obedeceríais a mí aunque la fuerza de esa mujer apenas llegara para someterla a la prueba de Aceptada. Bien. ¿Os ha quedado claro esto? Estupendo, porque, al menos en lo que a mí respecta, siento la urgente necesidad de limpiarme los dientes. —Y las hizo salir de sus aposentos como si realmente fuera a frotárselos con sal y bicarbonato.

—Tenía un miedo horrible —comentó Siuan cuando se encontraron en el pasillo—, pero eso no está nada mal. Había pensado que tendríamos que empezar desde abajo, pero resulta que ya no estamos lejos del nivel superior. Dentro de cinco años nos encontraremos más cerca aún. —Se pensara en ello o no, todas lo sabían cuando llegaban al máximo de fuerza; la extensión de tiempo podía variar considerablemente de una mujer a otra, pero siempre era un ascenso suave, en línea recta.

—Yo también estaba asustada —admitió Moraine con un suspiro—, pero la cosa no es tan sencilla como puede parecer según lo explicas tú. ¿En qué punto la deferencia se convierte en obediencia? Aunque ella no lo llamó así, es eso lo que significa. Hemos de observar atentamente a las otras hermanas y, hasta que estemos seguras, más vale pecar de prudentes. Dentro de un mes tengo intención de encontrarme a leguas de Tar Valon, no sudando en una granja al otro lado del río.

Siuan resopló.

—Así que iremos con precaución. ¿Y qué otra cosa hemos hecho los últimos seis años? Aunque todavía puede ser peor. ¿Qué te parece si llevo mi bandeja a tus aposentos y desayunamos juntas?

Sin embargo, antes de que llegaran a su alojamiento las interceptó otra Aes Sedai, una mujer alta, de cara cuadrada y el cabello de color gris acerado tejido en multitud de trencillas, rematadas con cuentas azules, que le llegaban a la cintura. Llevaba un vestido azul cielo. Moraine había dado por sentado que todas las hermanas Azules habían estado presentes para darles la bienvenida, pero no recordaba haber visto a ésta. Se obligó a captar la habilidad de la mujer, su fuerza, y comprendió que era casi tan grande como lo serían la suya propia y la de Siuan cuando llegaran al máximo. A buen seguro que en este caso era algo más que deferencia lo que se requería. ¿Deberían hacer una reverencia? Decidió esperar en actitud cortés, con las manos enlazadas en la cintura.

—Soy Cetalia Delarme —se presentó la hermana con un fuerte acento tarabonés mientras miraba a Moraine de arriba abajo—. Por la descripción que me han hecho de ti, «la bonita muñequita de porcelana», debes de ser Moraine.

Moraine se puso tensa. ¿Una bonita… muñequita de porcelana? Sólo merced a un ímprobo esfuerzo fue capaz de conservar el gesto sereno y no apretar los puños. La ayudó a no hacerlo la idea de esa granja de trabajo. Sin embargo, Cetalia ya no tenía centrada su atención en ella.

—Lo cual significa que tú eres Siuan, ¿verdad? Me han contado que eres muy buena resolviendo acertijos y enigmas. ¿Qué te parece este pequeño rompecabezas? —preguntó al tiempo que le tendía una pequeña rima de páginas.

Siuan frunció el entrecejo a medida que leía, al igual que Moraine, que había vuelto la cabeza hacia los papeles que sostenía su amiga y también leía. Siuan pasaba las hojas demasiado deprisa y a Moraine no le daba tiempo a pillarlo todo, pero le daba la impresión de que sólo eran nombres de naipes que no guardaban orden alguno a su modo de ver. Al Soberano de Copas le seguía el Caballero de Vientos; al Soberano de Llamas, la Dama de Cetros; aunque también al cinco de Monedas le seguía el cuatro de Copas. ¿Un acertijo? Una estupidez, es lo que era.

—No estoy segura —dijo finalmente Siuan mientras le devolvía las hojas. Eso resolvía el asunto. Si hubiese sido un acertijo, habría encontrado la solución.

—¿No? —El monosílabo estaba cargado de decepción, pero al cabo de un momento Cetalia continuó al tiempo que ladeaba la cabeza con un gesto pensativo que hizo tintinear suavemente las cuentas de las largas trencillas—. No has dicho que no lo sabes, lo que significa que has captado algún indicio. ¿De qué no estás segura?

—Existe un juego sobre el que leí algo —respondió lentamente Siuan—. Un juego de cartas con el que se distraen las mujeres acaudaladas y que se llama Ringleras. Hay que colocar los naipes en orden descendente siguiendo una serie de pautas, pero sólo algunos palos de la baraja pueden ponerse sobre otros. Creo que alguien apuntó en esas hojas cómo jugó cada naipe. En una partida ganadora.

—¿Y eso lo sabes sólo por haber leído algo sobre el juego? —Cetalia tenía una ceja enarcada.

—La hija de un pescador no puede permitirse el lujo de jugar a las cartas —repuso secamente Siuan.

En los ojos de Cetalia asomó una expresión peligrosa, y Moraine temió que iba a caerle una penitencia.

—Apostaría a que Moraine ha jugado a Ringleras —se limitó a decir la hermana tarabonesa, sin embargo—. No obstante, sospecho que ella habría supuesto que sólo era una lista incoherente de naipes o algo por el estilo. La mayoría pensaría eso. Pero tú, que sólo has leído algo sobre el juego, dedujiste la respuesta correcta. Acompáñame. Tengo unos cuantos acertijos más con los que quiero tantear tu capacidad.

—Todavía no he desayunado —protestó Siuan.

—Ya desayunarás después. Ven. —Obviamente, Cetalia pensaba que se le debía algo más que una mera deferencia.

Moraine siguió con la vista a Siuan, que fue de mala gana en pos de Cetalia corredor adelante, y dirigió a la espalda de esta última una mirada irritada. Ese comportamiento rayaba en la grosería. Por lo visto existían gradaciones. Bueno, también en el Palacio del Sol había matices en todo. Pero sólo tendrían que soportarlo poco tiempo. Al cabo de una semana se habrían marchado y, en lo que a ella concernía, no pensaba regresar hasta haber alcanzado el máximo de su fuerza. Excepto para informar a Tamra dónde se encontraba el niño, claro. Que fueran ellas quienes lo encontraran sería realmente maravilloso.

Las gachas del desayuno todavía se conservaban lo bastante calientes como para resultar comestibles, y Moraine se acomodó melindrosamente en un sillón mullido, delante de la mesa; pero, antes de que hubiese probado dos bocados, entró Anaiya, que era casi tan fuerte en el Poder como Cetalia, de manera que Moraine soltó la cuchara de plata y se puso de pie.

—Te diría que siguieras sentada y comieras —empezó la mujer de aspecto maternal—, pero Tamra ha enviado a una novicia a buscarte. Le dije a la pequeña que yo te comunicaría el mensaje porque quería ofrecerte la Curación. En ocasiones puede ayudar con la presión de los Juramentos.

Moraine enrojeció. Todas sabían lo incómoda que se sentía ahora, por supuesto. ¡Luz!

—Gracias —dijo después, tanto por la Curación (pues, aunque la presión no menguó un ápice, sí resultaba más «cómoda» de soportar) como por la pista. Si no tenía que ponerse de pie en presencia de Anaiya, seguramente tampoco tenía que obedecerla. A menos que Anaiya sólo estuviera mostrándose cortés, desde luego. Faltó poco para que Moraine suspirara. Era preciso observar más a fondo para llegar a cualquier conclusión.

Salió del sector Azul con el chal ceñido firmemente sobre los hombros —no estaba dispuesta a salir sin él todavía; para empezar, protegía del frío— y se preguntó qué querría Tamra de ella. Sólo se le ocurría una posibilidad. Ahora que Siuan y ella eran hermanas de hecho, quizá Tamra se proponía incluirlas entre las rastreadoras. Después de todo, ya lo sabían. Ninguna otra cosa tenía sentido. Aceleró el paso empujada por el anhelo.

—Pero no quiero un trabajo —protestó Siuan mientras el estómago volvía a sonarle por el hambre. Se sentía exprimida después de pasar horas en los aposentos de Cetalia, tan llenos de libros y cajas de papeles amontonadas que parecían los de una Marrón. Y, por lo visto, esa mujer no había oído hablar nunca de una silla de asiento mullido. ¡Las suyas eran duras como piedras!

—No seas ridícula —dijo displicentemente la hermana de cabello gris al tiempo que cruzaba las piernas. Echó con aire despreocupado las últimas páginas que había entregado a Siuan sobre un escritorio que ya estaba repleto—. No lo hiciste muy mal para ser principiante. Te necesito y no hay más que hablar. Te espero aquí mañana por la mañana, con el Segundo Albor. Ahora, ve a comer algo. Ya eres una Aes Sedai y no puedes andar por ahí sonando como una cañería que pierde agua.

No tenía sentido protestar otra vez. La maldita mujer había dejado claro que, a su modo de ver, dos protestas seguidas se acercaban peligrosamente a la grosería. ¡Maldita, maldita mujer! No dejó que la rabia se reflejara en su semblante, una lección aprendida mucho antes de llegar a Tar Valon. En los muelles de pescadores demostrar ira o miedo podía ocasionar problemas. O, a veces, llevaba a acabar con un cuchillo clavado en la espalda.

—Como ordenes, Cetalia —murmuró, con lo que se ganó otro gesto de enarcar una ceja, y se las arregló por los pelos para no salir con aire ofendido de los aposentos de la mujer. Ya en el pasillo, sí caminó de ese modo; ¡y que el Oscuro se llevara a cualquiera que no le gustara!

¡Así la asparan por ser tan necia de dejarse engatusar por esa mujer! Moraine le había aconsejado actuar con precaución y, en cambio, había intentado borrar de un plumazo la duda de la maldita voz de la maldita Cetalia pensando como Moraine.

Unas manos incompetentes a la caña del timón hacían dar bandazos a la barca, cuando no la hacían volcar. Su incompetente manejo del timón significaba que no saldría de la Torre en mucho tiempo. No tanto como años. Sólo hasta que fuera lo bastante fuerte para decirle a Cetalia lo que podía hacer con su trabajo. Al menos esa mujer no le había echado las zarpas a Moraine. Con su mente, habría resultado una asistenta maravillosa para Cetalia.

A pesar de estar hambrienta prefirió ir a buscar a Moraine antes de comer; quería avisarle que tendría que realizar la búsqueda sola. Ver a Moraine siempre la hacía sonreír. Cetalia se había equivocado en una cosa. No era una bonita muñequita de porcelana: era una bellísima muñequita de porcelana. Al menos exteriormente. Por dentro, que era lo que contaba, era otro cantar. La primera vez que la había visto, Siuan estuvo segura de que la muchacha cairhienina se quebraría como una delicada caracola tubular en cuestión de días. Pero Moraine había resultado ser tan dura como ella misma, si no más. Por muy a menudo que cayera, volvía a ponerse de pie al instante. Moraine desconocía el significado de «renunciar». Y por eso fue una sorpresa encontrarla hundida en una silla en su sala de estar, con el chal echado sobre el respaldo y una expresión malhumorada en el rostro. Sobre una bandeja había una tetera vitrificada en color verde que soltaba olor a té caliente, pero las tazas blancas no se habían utilizado.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Siuan—. No te habrás ganado ya una penitencia, ¿verdad?

—Peor aún —respondió desconsoladamente Moraine. Por regla general, a Siuan su voz le recordaba unas campanillas de plata, aunque Moraine detestaba oírselo decir—. Tamra me ha puesto a cargo de la distribución de la recompensa.

—¡Rayos y centellas! —Siuan paladeó la maldición. Ahora no habría varazos por hablar como siempre había hecho. Había oído decir cosas a algunas Aes Sedai que habrían hecho enrojecer a un estibador. Aun así, le pareció percibir un regusto a jabón en la lengua—. ¿Es que sospecha algo? ¿Intenta asegurarse de que no interfieras? —Quizás era por eso por lo que Cetalia la había atado corto a ella. No. Es que había resuelto condenadamente bien las pruebas, ¡necia de ella!

—Creo que no, Siuan. Me enseñaron a dirigir una propiedad, aunque sólo lo hice durante unos cuantos meses antes de venir a la Torre. Dijo que eso me daba todos los conocimientos necesarios para realizar la tarea. —Torció la boca en un gesto de fastidio—. Según ella, «andaba holgazaneando, sin hacer nada» y sospecho que decidió dar un trabajo oneroso a una Azul para, de algún modo, ser justa. ¿Y qué te ha pasado a ti? ¿Qué tipo de acertijos quería Cetalia que vieras?

—Un montón de informes antiguos —rezongó Siuan mientras se sentaba en una de las mullidas sillas. ¡Ojalá no se sintiera como si tuviera la piel tres veces más pequeña que lo que correspondía a su tamaño! Sin pedir permiso, se sirvió té en una taza. Entre ellas nunca se pedían permiso para cosas así—. Quería que discurriera lo que había ocurrido hace cuarenta o cincuenta años en Tarabon, Saldaea y Altara. —Tan pronto como las palabras salieron de su boca deseó tapársela con la mano, pero ya era muy tarde para eso.

Moraine se sentó erguida, muy interesada de repente.

—Cetalia dirige a los informadores del Ajah Azul. —No era una pregunta. Típico de ella llegar directamente al meollo del asunto.

—Ni siquiera susurres tal cosa. La maldita mujer me pondrá a hervir como un pez clavo si se entera de que me he ido de la lengua. En cualquier caso lo hará, seguramente, pero no quiero darle motivos antes de que llegue a sus oídos. —Sí que lo haría, si lo ocurrido ese día servía de guía—. Mira, entregar la recompensa no puede durar más que unos pocos meses. Después podrás marcharte. Infórmame hacia dónde te diriges, y si me entero de algo intentaré hacértelo saber. —El Ajah Azul tenía una extensa red de informadores, igualmente útil para llevar mensajes al exterior como para enviarlos a la Torre.

—Ignoro si puedo permitirme el lujo de retrasar la búsqueda unos pocos meses —comentó Moraine en voz queda, gachos los ojos, algo impropio de ella—. Yo… Tengo un secreto que no te he contado, Siuan. —Pero ¡si nunca había secretos entre ellas!—. Mucho me temo que la Antecámara se propone sentarme en el Trono del Sol.

Siuan parpadeó. ¿Moraine en un trono?

—Serías una reina maravillosa. Y no saques a relucir a esas soberanas Aes Sedai que acabaron mal, porque eso ocurrió hace mucho tiempo. En la actualidad hay muy pocos dirigentes que no tengan de consejera a una hermana. ¿Quién ha dicho algo en contra salvo los Capas Blancas?

—Hay mucho trecho de consejera a reina, Siuan. —Moraine se sentó erguida de nuevo y se arregló los pliegues de la falda; su voz adquirió ese tono de irritada paciencia que utilizaba para explicar las cosas—. Obviamente, la Antecámara piensa que podría ocupar el trono sin que la turba saliera a las calles, pero no quiero correr el riesgo de que se equivoquen. Cairhien ha padecido más que suficiente estos últimos dos años para que además pase algo así. Aun cuando no se equivoquen, nadie ha gobernado Cairhien durante mucho tiempo sin estar dispuesto a rebajarse al secuestro, al asesinato y a cosas peores. Mi bisabuela, Carewin, gobernó más de cincuenta años y la Torre la tiene catalogada como una dirigente con éxito porque Cairhien prosperó y no se enzarzó en muchas guerras durante su mandato, pero su nombre se sigue utilizando hoy en día para asustar a los niños. Mejor ser olvidada que ser recordaba como Carewin Damodred; pero, aun con el respaldo de la Torre, como mínimo tendría que intentar igualar sus éxitos si la Antecámara se sale con la suya. —De repente, los hombros se le encorvaron y en sus ojos surgió el brillo de unas lágrimas contenidas—. ¿Qué puedo hacer, Siuan? Estoy atrapada como un zorro en un cepo y ni siquiera puedo arrancarme el pie de un mordisco para escapar.

Siuan dejó la taza en la bandeja, se arrodilló junto a Moraine y puso las manos en los hombros de su amiga.

—Encontraremos una salida —dijo con un tono de seguridad que no sentía—. La encontraremos. —Le sorprendió un poco que el Primer Juramento le permitiera decir esas palabras. No se le pasaba por la imaginación ninguna salida posible para ninguna de las dos.

—Si tú lo dices, Siuan. —La voz de Moraine dejaba claro que tampoco ella lo creía posible—. Cuando menos, hay algo a lo que sí puedo poner remedio. ¿Puedo ofrecerte la Curación?

Siuan la habría besado. De hecho, fue lo que hizo.

Todavía quedaba bastante nieve cerca de las montañas que se alzaban delante de Lan, y el rastro dejado por un gran contingente de hombres, ostensible bajo la luz del sol de la tarde, se dirigía directamente a través de las colinas hacia las cumbres ocultas por las nubes y cuya altura aumentaba progresivamente cuanto más lejanas en el horizonte se encontraban. Lan miró por el visor de lentes pero no distinguió ningún movimiento más adelante. Los Aiel debían de haber entrado ya en las montañas. Gato Danzarín pateó impacientemente con un casco.

—¿Son ésos los picos de la Columna Vertebral del Mundo? —preguntó Rakim con su voz rasposa—. Impresionantes, pero no sé por qué imaginaba que eran más altos.

—Eso es el macizo llamado la Daga del Verdugo de la Humanidad —aclaró entre risas un avezado viajero arafelino—. Considéralo como las estribaciones de la Columna y no andarás desencaminado.

—¿Por qué nos quedamos parados aquí? —demandó Caniedrin en voz bastante baja para que no le llamaran la atención por ello, pero sí lo bastante alta para que Lan lo oyera. A Caniedrin le gustaba presionar hasta rozar el límite en cuanto tenía ocasión.

Bukama le ahorró contestarle.

—Sólo a los majaderos se les ocurriría luchar contra los Aiel en las montañas —dijo en voz alta el curtido guerrero. Se volvió en la silla hacia Lan y bajó el tono hasta hacerlo casi un susurro a la par que las arrugas del permanente ceño se acentuaban—. Quiera la Luz que Pedron Niall no elija pintarse la cara en este momento.

Niall, capitán general de los Hijos de la Luz, comandaba el ejército ese día.

—No lo hará —respondió simplemente Lan.

Sólo un puñado de hombres sabía tanto de la guerra como Niall. Lo que significaba que había muchas probabilidades de que esta guerra en particular finalizara ese mismo día. Se preguntó si se la denominaría una victoria. Guardó el visor de lentes en la funda que tenía en la silla y desvió la mirada hacia el norte. Sentía el tirón, como le ocurre a la viruta de hierro con el imán. Era una sensación casi dolorosa después de tanto tiempo. Algunas guerras no podían ganarse, pero aun así había que combatirlas. Bukama, que lo observaba, meneó la cabeza.

—Y sólo un necio salta directamente de una guerra a otra. —No se molestó en hablar bajo, y varios domani que Lan tenía a la vista le lanzaron una mirada extrañada; obviamente, se preguntaban a qué se referiría Bukama. Ningún habitante de las Tierras Fronterizas se lo habría preguntado. Sabían quién era él.

—Un mes o dos me bastarán para descansar, Bukama. —Ese plazo sería el tiempo que tardaría en regresar a casa. Con suerte, sólo un mes.

—Un año, Lan. Sólo un año. ¡Oh!, está bien. Ocho meses. —Bukama dijo aquello como si hiciera una gran concesión. ¿Acaso estaba cansado? Siempre había parecido estar hecho de hierro, pero ya no era joven.

—Cuatro meses —contemporizó Lan. Si había podido aguantar dos años, bien podía aguantar otros cuatro meses. Y si para entonces Bukama seguía sintiéndose cansado… Ése sería un precipicio que cruzaría cuando llegara a él.

Resultó que Niall eligió no ser un necio, lo que estaba muy bien, dado que más de la mitad del ejército ya se había marchado con la creencia de que la victoria se había alcanzado días atrás, si no cuando los Aiel iniciaron la retirada. Y la llamaban una gran victoria. Al menos lo hacían quienes no habían participado en ella, los parásitos y los mirones, y los historiadores ya escribían sobre la batalla como si lo supieran todo. Por Lan podían hacer lo que quisieran. Su mente se hallaba a doscientas leguas al norte.

Tras las despedidas, y esquivando completamente Tar Valon, Bukama y él giraron hacia el sur, en dirección a tierras más templadas. Tar Valon era una ciudad extraordinaria y maravillosa a decir de todos, pero en ella había demasiadas Aes Sedai para sentirse a gusto. Bukama charlaba animadamente de lo que quizá verían, en Andor y tal vez en Tear. Habían estado en ambas naciones, pero luchando contra los Aiel, y ni siquiera habían visto la legendaria Ciudadela de Tear o ninguna de las grandes ciudades. Lan permanecía callado a menos que Bukama se dirigiera a él. Sentía la atracción de su tierra con intensidad. Su único anhelo era regresar a La Llaga. Y no tener ningún encuentro con Aes Sedai.