Prácticas
En el amplio pasillo al que daban los aposentos de la Amyrlin hacía tanto frío como en la sala de estar y estaba lleno de corrientes. Algunas eran tan fuertes que movían ora uno ora otro de los largos y pesados tapices que colgaban en las blancas paredes de mármol, y agitaban las llamas de las lámparas de pie doradas que había entre las coloridas colgaduras hasta casi apagarlas. Las novicias debían de estar desayunando a esa hora y probablemente también la mayoría de las Aceptadas. De momento, los pasillos se hallaban vacíos a excepción de Siuan y Moraine. Andaban por la alfombra azul que era la mitad de ancha que el pasillo, a fin de aprovechar la reducida protección que proporcionaba del helor de las baldosas, las cuales conformaban un dibujo que se repetía con los colores de los siete Ajahs. Moraine estaba demasiado impresionada para hablar y apenas era consciente del débil toque de trompetas que seguía sonando.
Giraron en la esquina a un pasillo que tenía las baldosas blancas y la alfombra en color verde. A su derecha, otro ancho corredor adornado con tapices y jalonado de lámparas de pie ascendía en una suave espiral hacia los alojamientos de los Ajahs; las baldosas del tramo que se veía formaban el dibujo en azul y amarillo, mientras que la alfombra era en gris, marrón y rojo. En el interior del alojamiento de cada uno de los Ajahs predominada el color del Ajah correspondiente y otros colores podían faltar por completo, pero en las zonas comunes de la Torre los colores de todos los Ajahs se utilizaban en igual proporción. Su mente vagaba con pensamientos irrelevantes. ¿Por qué en igual proporción si algunos Ajahs eran más grandes que otros? ¿Habían tenido el mismo número de hermanas antaño? ¿Cómo se habría conseguido tal cosa? Una Aes Sedai recién ascendida elegía libremente su Ajah. Sin embargo, los recintos de todos los Ajahs tenían la misma extensión. Era mejor abstraerse con pensamientos irrelevantes que…
—¿Quieres desayunar? —preguntó Siuan.
Moraine dio un leve respingo de sorpresa. ¿Desayunar?
—No podría tragar bocado, Siuan.
—Tampoco yo tengo apetito. —La otra mujer se encogió de hombros—. Mi idea era acompañarte si querías tomar algo.
—Me voy a mi habitación a intentar dormir un rato, si es que consigo tranquilizarme. Dentro de dos horas tengo una clase con novicias. —Y seguramente habría más si las hermanas no empezaban a regresar pronto. Las novicias no podían perder clases por cosas tan insignificantes como batallas o… No quería pensar en ese «o». Ella también perdería clases si las Aes Sedai no regresaban. Las Aceptadas realizaban solas la mayor parte de sus estudios, pero Moraine tenía programada una clase privada con Meilyn Sedai y otra con Larelle Sedai.
—Dormir sería perder un tiempo que no tenemos —adujo Siuan con firmeza—. Practicaremos para la prueba. Posiblemente aún dispongamos de un mes, pero también podría ser mañana.
—No sabemos con certeza que nos vayan a hacer la prueba en breve. Merean sólo dijo que creía que nos faltaba poco.
Siuan resopló. Fuerte. Cuando todavía era novicia las hermanas le habían refinado el lenguaje, en el que había fuertes reminiscencias de los muelles y que a veces estaba cargado de su violenta rudeza, pero aún no habían conseguido pulir todos los filos. Por suerte. Esas aristas formaban parte de Siuan.
—Cuando Merean dice que a alguien le falta poco, le hace la prueba antes de un mes, y lo sabes, Moraine. Practicaremos.
Moraine suspiró. En realidad dudaba de que en esos momentos pudiera dormir, pero también dudaba de que fuera capaz de concentrarse. Y la práctica requería concentración.
—¡Oh!, está bien, Siuan.
La segunda sorpresa, después de su amistad, había sido darse cuenta de que entre ambas era la hija del pescador la que dirigía y la noble la que la seguía. Claro que el rango en el mundo exterior no conllevaba derechos en la Torre. Había habido dos hijas de mendigos que habían ascendido a Sede Amyrlin, así como hijas de mercaderes, granjeros y artesanos, incluidas tres hijas de remendones, pero sólo una hija de un dirigente. Además, a Moraine le habían enseñado a juzgar a la gente por sus aptitudes mucho antes de abandonar su hogar. Sobre todo en el Palacio del Sol una empezaba a aprender eso tan pronto como eras lo bastante mayor para echar a andar. Siuan había nacido para mandar. El hecho de seguirla allí donde la condujera a una parecía algo sorprendentemente natural.
—Apuesto a que formarás parte de la Antecámara de la Torre para cuando hayas llevado el chal cien años, y que serás Amyrlin antes de que hayan pasado otros cincuenta —comentó y no por primera vez. Y la reacción también fue la misma de siempre.
—No me desees desventuras —respondió Siuan, ceñuda—. Tengo intención de ver mundo. Quizá partes que ninguna otra hermana ha visto. Solía contemplar los barcos que llegaban a Tear cargados de seda y marfil de Shara, y me preguntaba si algún tripulante había tenido el coraje de escabullirse fuera de los puertos de comercio. Yo lo habría hecho. —Su semblante igualaba la resolución reflejada en el de Tamra—. Una vez mi padre condujo su barca todo el camino río abajo hasta el Mar de las Tormentas, y yo casi no podía tirar de las redes por tener fija la mirada en el sur mientras me preguntaba qué habría más allá del horizonte. Algún día lo veré. Y el Océano Aricio. ¿Quién sabe lo que hay al oeste del Océano Aricio? Tierras extrañas con costumbres extrañas. Tal vez ciudades tan grandes como Tar Valon y cordilleras más altas que la Columna Vertebral del Mundo. Imagínate, Moraine. ¡Imagínate!
Moraine reprimió una sonrisa. Siuan hablaba con gran vehemencia de sus aventuras futuras, aunque nunca las llamaría así. Las aventuras ocurrían en relatos y libros, pero no en la vida real, como señalaría Siuan a cualquiera que utilizara ese término. No obstante, no cabía duda de que en cuanto obtuviera el chal saldría disparada como una flecha del arco. Y entonces se verían dos veces cada diez años, si es que no pasaba más tiempo. Esa idea le produjo una punzada de tristeza, pero Moraine tampoco dudaba de que sus conjeturas se harían realidad; en este caso no era preciso tener el Talento de la Predicción. No. Ese pensamiento iba en el rumbo equivocado.
Al girar en otra esquina y pasar de largo una estrecha escalera de mármol que descendía, el ceño de Siuan se borró y ésta empezó a echar miradas de reojo a Moraine. Las baldosas allí eran de un fuerte color verde y la alfombra de una intensa tonalidad amarilla. Las blancas paredes estaban desnudas de adornos y las lámparas de pie no eran doradas en esa parte de la Torre, más utilizada por la servidumbre que por las hermanas.
—Intentas cambiar de tema, ¿verdad? —inquirió bruscamente Siuan.
—¿Qué tema? —preguntó Moraine, medio riéndose—. ¿La práctica o el desayuno?
—Sabes bien de lo que hablo, Moraine. ¿Qué opinas de eso?
La risa a punto de desbordarse se desvaneció. No hacía falta preguntar a qué «eso» se refería. Exactamente aquello en lo que no quería pensar. «Ha renacido». La voz de Gitara resonaba en su mente. «El Dragón inhala su primer aliento…». Esta vez el escalofrío que la estremeció no tenía nada que ver con el frío.
Durante más de tres mil años el mundo había esperado que las Profecías del Dragón se cumplieran, había temido que se cumplieran aun sabiendo que auguraban la única esperanza del mundo. Y ahora un niño estaba a punto de nacer, quizás inminentemente a juzgar por lo que Gitara había dicho, para llevar a término esas profecías. Nacería en la ladera del Monte del Dragón, renacido donde se decía que había muerto el hombre que había sido antaño. Más de tres mil años atrás el Oscuro casi había entrado en el mundo de los seres humanos y había provocado la Guerra de la Sombra, que sólo había acabado al sobrevenir el Desmembramiento del Mundo. Todo quedó destruido, la propia faz del mundo cambió, la humanidad se redujo a harapientos refugiados. Tuvieron que pasar siglos para que la mera lucha por la supervivencia diera paso de nuevo a la creación de ciudades y naciones. El nacimiento de ese niño significaba que el Oscuro volvería a liberarse, ya que nacía para enfrentarse al Oscuro en el Tarmon Gai’don, la Última Batalla. De él dependía el destino del mundo. Las Profecías afirmaban que él era la única posibilidad. Pero no decían si vencería.
Sin embargo, peor que la idea de su derrota era quizás el hecho de que encauzaría Saidin, la mitad masculina del Poder Único. Eso no le provocó un escalofrío: la hizo temblar. El Saidin llevaba la contaminación del Oscuro. De vez en cuando había hombres que seguían intentando encauzar y algunos conseguían incluso aprender por sí solos y sobrevivir sin un maestro, un logro nada fácil. Entre las mujeres sólo una de cada cuatro sobrevivía al intentar aprender sola. Algunos de esos hombres desataban guerras, por lo general falsos Dragones, hombres que proclamaban ser el Dragón Renacido, en tanto que otros intentaban ocultarse llevando una vida normal; pero, a menos que se los capturara y se los llevara a la Torre para amansarlos —aislarlos del Poder para siempre— todos se volvían locos. Podían tardar años o sólo meses, pero era inevitable. Hombres dementes que podían manipular el Poder que hacía girar la Rueda del Tiempo y movía el universo. La historia estaba llena de los horrores llevados a cabo por hombres así. Y las Profecías anunciaban que el Dragón Renacido traería un nuevo Desmembramiento del Mundo. ¿Acaso su victoria sería mejor que una victoria del Oscuro? Sí. Sí, tenía que serlo. Incluso el Desmembramiento había dejado supervivientes para reconstruir el mundo al cabo del tiempo. El Oscuro sólo dejaría un osario. Y, de todos modos, las Profecías no desaparecían por el deseo de una Aceptada. Ni por las preces de las naciones.
—Lo que me parece es que la Amyrlin nos dijo que no habláramos de ello —contestó.
Siuan meneó la cabeza.
—Lo que nos dijo fue que no se lo contáramos a nadie. Puesto que nosotras lo sabemos ya, podemos hablar de ello entre nosotras. —Enmudeció cuando una criada fornida que vestía el uniforme con la Llama de Tar Valon en el pecho apareció por una esquina justo delante de ellas.
Mientras pasaba a su lado la oronda mujer las observó con aire desconfiado. Quizá parecían culpables de algo. Con frecuencia, los hombres del servicio hacían la vista gorda con las trastadas de las Aceptadas e incluso de las novicias, quizá porque no querían tener que ver con las Aes Sedai más de lo que su trabajo requería. Por otro lado, las criadas estaban tan atentas y vigilantes como las propias hermanas.
—Siempre y cuando tengamos cuidado —susurró Siuan una vez que la mujer de uniforme estuvo lo bastante lejos para no oírla. Por muy segura que estuviera de que no había nada malo en hablar entre ellas, pareció conformarse con no decir nada más hasta que llegaron a los aposentos de las Aceptadas, en el ala occidental de la Torre.
Allí, unas galerías con antepechos de piedra rodeaban el hueco que daba a un pequeño jardín, tres pisos más abajo. El jardín no era más que un puñado de arbustos perennes que asomaban entre la nieve en esa época del año. Una Aceptada que sacara mucho los pies del tiesto podía encontrarse con una pala en las manos para limpiar la nieve del jardín —las hermanas eran firmes partidarias de que el trabajo físico formaba el carácter—, pero nadie se había metido en líos gordos últimamente. Moraine apoyó las manos en la barandilla y alzó la vista hacia el límpido cielo invernal, por encima de las otras seis hileras de silenciosas galerías. El vaho de la respiración se le condensaba delante de la cara. El toque de trompetas se oía mejor allí que en los pasillos y el hedor del humo era más intenso.
Alrededor de aquel patio interior había dormitorios para más de cien Aceptadas, al igual que en el otro patio. Quizá no se le habría ocurrido pensar en esas cifras de no ser por la Predicción de Gitara, pero ya se le había pasado por la cabeza en otras ocasiones. Las tenía como grabadas a fuego en el cerebro. Espacio para más de doscientas Aceptadas, si bien la zona del segundo patio llevaba clausurada desde no recordaba cuándo ninguna Aes Sedai viva, mientras que en ésta sólo estaban ocupados poco más de sesenta dormitorios. Los aposentos de las novicias también rodeaban dos patios de luz, con dormitorios para casi cuatrocientas chicas, pero una de las zonas estaba cerrada igualmente hacía mucho tiempo y la otra albergaba menos de cien. Había leído que antaño las novicias y las Aceptadas tenían que instalarse de dos en dos en las habitaciones. En tiempos, la mitad de las chicas a las que se inscribía en el libro de novicias pasaba la prueba para obtener el anillo; menos de veinte de las novicias actuales podrían hacerlo. La Torre se había construido para albergar tres mil hermanas, pero en ella residían cuatrocientas veintitrés en ese momento, quizá con el doble de ese número desperdigadas por las naciones. Unas cifras que seguían quemando como el ácido. Ninguna Aes Sedai lo diría en voz alta y Moraine no se atrevería a referirse a ello donde pudiera oírla una hermana, pero la Torre Blanca estaba decayendo. La Torre se encontraba en declive, y la Última Batalla se acercaba.
—Te preocupas demasiado —comentó afectuosamente Siuan—. Mi padre solía decir: «Cambia lo que puedes cambiar si es preciso, pero aprende a sobrellevar lo que no puedes cambiar». Con ello sólo ganas una úlcera de estómago. Eso no es de mi padre, sino mío. —Soltó otro resoplido, exageró un estremecimiento y se rodeó con los brazos—. ¿Podemos entrar ya? Estoy helada. Mi habitación nos pilla más cerca, vamos.
Moraine asintió con la cabeza. La Torre también enseñaba a sus estudiantes a sobrellevar lo que no se podía cambiar, pero algunas cosas eran lo bastante importantes para intentar cambiarlas aunque uno supiera que fracasaría. Ésa había sido una lección aprendida de pequeña.
Los cuartos de las Aceptadas eran idénticos, excepto por los detalles, ligeramente más anchos al fondo que en el lado de la puerta, con paneles lisos de madera oscura en las paredes. Ninguna pieza del mobiliario era buena o, al menos, no había nada que una hermana habría tolerado. En el cuarto de Siuan había una alfombra tarabonesa pequeña y cuadrada, tejida en azul desvaído con franjas verdes, y el lavabo con espejo que estaba en un rincón tenía una jarra blanca desportillada sobre la jofaina. A las Aceptadas se les exigía arreglarse con lo que hubiera a no ser que algo se rompiera, y en ese caso más les valía tener una buena excusa de cómo había ocurrido. La pequeña mesa, con tres libros encuadernados en cuero amontonados encima, y las dos sillas con respaldo de travesaños habrían encajado en la casa de un granjero pobre, pero la cama deshecha, con las mantas revueltas, era amplia, como la de una granja moderadamente próspera. Un pequeño armario completaba el mobiliario. Nada tenía tallas ni ornamentos de ningún tipo. Cuando Moraine se había trasladado de la pequeña y austera habitación de novicia se había sentido como si estuviera en un palacio, aunque el dormitorio era la mitad de grande que cualquier cuarto de sus aposentos en el Palacio del Sol. En aquel momento lo mejor de todo era la chimenea de piedra gris. Ese día, cualquier cuarto con una chimenea le parecería un palacio si podía ponerse cerca.
Siuan se apresuró a poner tres trozos de madera sobre los morillos del hogar —la leñera estaba casi vacía; los criados llevaba leña a las Aes Sedai, pero las Aceptadas tenían que subirla ellas mismas a sus habitaciones— y entonces gruñó al descubrir que fracasaban sus esfuerzos por atizar las brasas del fuego de la noche anterior. Sin duda debido a las prisas por llegar a los aposentos de la Amyrlin no las había cubierto con suficiente ceniza para evitar que se consumieran. Se le marcó momentáneamente una arruga en la frente, y entonces Moraine volvió a sentir el cosquilleo cuando el brillo del Saidar rodeó brevemente a Siuan. Cualquier mujer que encauzara podía sentir a otra asiendo el Poder si estaba lo bastante cerca, pero el cosquilleo era inusual. Las mujeres que pasaban mucho tiempo juntas en su aprendizaje a veces lo notaban, pero se suponía que esa sensación desaparecía con el tiempo. A Siuan y a ella nunca les había desaparecido. A veces, Moraine pensaba que era señal de lo estrecha que era su amistad. Cuando el brillo se apagó, los cortos trozos de leña ardían alegremente.
Moraine no dijo nada, pero Siuan le lanzó una mirada como si le hubiese echado una reprimenda.
—Tenía demasiado frío para esperar, Moraine —dijo a la defensiva—. Además, acuérdate del sermón de Akarrin de hace dos semanas: «Tenéis que aprender las reglas al pie de la letra» —citó—. «Y vivir con ellas antes de que podáis saber cuáles podéis romper y cuándo podéis romperlas». Eso es tanto como decir que a veces puedes romper las reglas.
Akarrin, una esbelta Marrón de ojos vivos que enseguida se percataba si alguien no le entendía, les había dado una clase sobre ser Aes Sedai, no Aceptada, pero Moraine se mordió la lengua. A Siuan no le había hecho falta esa clase para pensar en romper reglas. Oh, nunca incumplía las restricciones principales —nunca había intentado huir ni había sido irrespetuosa con una hermana o cualquier otra cosa por el estilo, y jamás se le pasaría por la cabeza robar—, pero desde el principio le había tomado gusto a hacer trastadas. Bueno, ella también. La mayoría de las Aceptadas lo hacía, al menos de vez en cuando, y también la mayoría de las novicias. Gastar bromas era un modo de aliviar la tensión de los constantes estudios con muy pocos días libres. Las Aceptadas no tenían tareas que hacer aparte de las necesarias para mantener sus cuartos arreglados y sus personas aseadas, a no ser que finalmente se metieran en un buen lío, pero de ellas se esperaba que estudiaran con ahínco, más de lo que las novicias imaginaban. Era imprescindible tener alguna clase de desahogo o una acababa por quebrarse como un huevo al caer al suelo.
Ni que decir tiene que nada de lo que Siuan y ella habían hecho era malintencionado. Lo de lavar la ropa interior de una odiosa Aceptada con picapica no contaba. Elaida había hecho un infierno de su primer año como novicias al marcarles metas que nadie habría alcanzado pero que sin embargo había insistido en que se alcanzaran. El segundo año, después de obtener el chal, había sido peor hasta que se marchó de la Torre. Casi todas sus diabluras habían sido mucho más benignas, aunque hasta las más inocentes habrían podido reportarles un castigo, sobre todo si el blanco era una Aes Sedai. Llenar la fuente más grande del Jardín Acuático con gordas truchas verdes, una noche del verano pasado, había sido su mayor triunfo. En parte había sido el mayor por la dificultad, y en parte porque habían salido de ello sin ser descubiertas. Unas cuantas hermanas les habían dirigido miradas de sospecha, pero por suerte ninguna había podido probar que lo habían hecho. Por suerte o porque preguntar a una Aceptada si había hecho una barrabasada era algo que no se hacía, simplemente. Echar truchas en la fuente posiblemente no les habría acarreado hacer una visita al estudio de la Maestra de las Novicias, pero salir del recinto de la Torre sin permiso para comprarlas —¡y además de noche!— sí habría tenido ese desenlace. Moraine esperaba que Siuan no estuviera maquinando alguna travesura con tanto hablar de romper reglas. Ella estaba demasiado cansada; las pillarían.
—¿Empiezas tú o empiezo yo? —preguntó. A lo mejor las prácticas conseguían que a Siuan se le quitara de la cabeza meterse en líos.
—Tú lo necesitas más. Esta mañana nos centraremos en ti. Y esta tarde. Y esta noche.
Moraine torció el gesto, pero Siuan tenían razón. La prueba para obtener el chal consistía en crear perfectamente cien tejidos distintos y en un orden riguroso mientras se estaba sometida a una gran tensión. Y era preciso mostrar una total tranquilidad durante todo el tiempo. Ignoraban qué tipo de tensión era exactamente, salvo que se intentaría distraerlas y romper su compostura. Para practicar, las distracciones las creaban la una para la otra, y Siuan era muy buena confundiéndola en el peor momento o poniéndola de mal humor. Estar irritada en exceso impedía mantener asido el Saidar, incluso después de seis años practicando, ella necesitaba un mínimo de sosiego para poder encauzar. Rara vez se conseguía desconcertar a Siuan, y siempre mantenía el genio bajo un férreo control.
Moraine abrazó la Fuente Verdadera y dejó que el Saidar la llenara. No tanto como podía absorber, sino lo suficiente para practicar. Encauzar era agotador y cuanto más Poder se encauzaba, peor. Incluso una cantidad tan pequeña se propagó por todo su ser, la inundó de gozo y de vida, de exultación. Algo tan maravilloso que casi resultaba un suplicio. Cuando había abrazado el Saidar por primera vez no había sabido si echarse a reír o romper a llorar. De inmediato sintió el apremio de absorber más y se obligó a reprimir ese deseo. Todos los sentidos se aguzaban al abrazar el Poder, y tuvo la impresión de que incluso podía oír los latidos del corazón de Siuan. Percibía las corrientes de aire rozándole el rostro y las manos, y los colores de las bandas del vestido de su amiga cobraron intensidad mientras que el blanco del paño se tornaba casi deslumbrante. Distinguía grietas minúsculas en los paneles de la pared que, de no estar llena del Poder que la invadía completamente, no habría podido ver sin pegar la nariz a la madera. Era excitante. Se sentía… más viva. Una parte de su ser deseaba abrazar el Saidar cada instante, pero tal cosa estaba estrictamente prohibida. Ese deseo podía conducir a absorber más y más hasta que, finalmente, se absorbía más de lo que se podía manejar. Y entonces o la mataba a una o la consumía para siempre la habilidad de encauzar. Perder este… gozo sería mucho peor que la muerte.
Siuan tomó asiento en una de las sillas y el brillo la envolvió. Naturalmente Moraine no podía ver el suyo propio. Siuan tejió una salvaguarda contra oídos indiscretos alrededor del interior de la habitación, pegada contra las paredes, el suelo y el techo, y la ató para no tener que mantenerla. Mantener dos tejidos a la vez era más del doble de laborioso que sostener uno; mantener tres, más del doble que hacerlo con dos. Pasado ese número, denominarlo «difícil» no bastaba como descripción, aunque podía realizarse. Hizo un gesto a Moraine para que se volviera de espaldas.
Moraine se volvió, aunque con un leve ceño a causa de la salvaguarda. Sería fácil evitar la distracción si pudiera ver los tejidos que Siuan le preparaba, pero ¿por qué una salvaguarda contra oídos indiscretos? Así, aunque gritara a pleno pulmón, cualquiera que tuviera la oreja pegada a la puerta no la oiría. A buen seguro Siuan no haría nada que la hiciese gritar. No. Debía de ser el primer paso en su intento de intranquilizarla haciendo que se preguntase sus motivos. Percibió que Siuan manipulaba flujos de Tierra y Aire, después de Fuego, Agua y Energía, posteriormente de Tierra y Energía, en continuo cambio. Sin mirar no había forma de saber si la otra mujer estaba creando un tejido o simplemente era otro intento de distracción. Respiró profundamente y se concentró en un estado de absoluta tranquilidad.
La mayor parte de los tejidos de la prueba eran tremendamente complejos y se habían desarrollado exclusivamente para tal fin. Cosa curiosa, la ejecución de ninguno de ellos conllevaba hacer gestos como requerían muchos tejidos. El movimiento no formaba realmente parte del tejido; sólo que, si no se hacía, el tejido no funcionaba. Se suponía que los gestos determinaban ciertas trayectorias en la mente. La ausencia de gestos sugería la idea de que tal vez le faltara el uso de las manos durante una parte de la prueba al menos, y eso sonaba ominoso. Otra rareza era que ninguno de aquellos tejidos increíblemente intrincados hacía realmente nada, y no producirían nada peligroso ni siquiera realizándolos de forma incorrecta. Bueno, nada en exceso peligroso. Ésa era una posibilidad muy real con cierto número de tejidos. Algunos de los más sencillos podían resultar desastrosos con sólo hacerlos un poco mal. En la prueba habían muerto mujeres, pero obviamente no a consecuencia de errar en un tejido. Aun así, una equivocación con el primero podía producir un trueno ensordecedor.
Moraine encauzó finísimos flujos de Aire y los tejió. Aquél era un tejido muy sencillo, pero por pequeños que fueran los filamentos no se podía forzar al Saidar. El Poder era como un vasto río que fluía inexorablemente; si uno intentaba forzarlo se vería arrastrado como una ramita a la deriva en el río Erinin. Había que utilizar su inconmensurable fuerza para guiarlo como uno quería. En cualquier caso, no se especificaba el tamaño, y algo pequeño era menos trabajoso. Y el ruido no sería tan fuerte si Siuan conseguía…
—Moraine, ¿crees que las Rojas serán capaces de dejarlo en paz?
Moraine dio un respingo aun antes de que el tejido que estaba haciendo produjera un estampido semejante al toque de un timbal. Se esperaba que cualquier hermana que topara con un hombre capaz de encauzar se encargara de él, pero las Rojas se centraban en darles caza. Siuan se refería al niño anunciado. Eso explicaba la salvaguarda. Y quizá las referencias a romper reglas. Tal vez Siuan no estaba tan segura como daba a entender respecto a que a Tamra no le importaría que hablaran del niño entre ellas. Moraine volvió la cabeza hacia atrás y le dirigió una mirada furibunda.
—No te pares —le dijo tranquilamente Siuan. Seguía encauzando pero no hacía nada aparte de mantener los flujos—. Realmente necesitas practicar si has metido la pata con ése.
En esta ocasión el tejido produjo un disco azul plateado del tamaño de una moneda pequeña que cayó en la mano extendida de Moraine. Tampoco se especificaba la forma, lo que era otra rareza, si bien los discos y las bolas eran más fáciles de hacer. Estaba tejido con Aire pero sin embargo era duro como el acero y tenía un tacto ligeramente frío. Soltó el tejido y la «moneda» desapareció y dejó únicamente un residuo de Poder que no tardaría en desvanecerse asimismo.
El siguiente tejido era uno de los complejos y sin utilidad alguna. Requería los Cinco Poderes, pero Moraine contestó a la par que los tejía. Después de todo era capaz de hablar y encauzar al tiempo. Aire y Fuego así, y la Tierra asá. Energía y a continuación Aire otra vez. Tejió sin pausa. Por alguna razón, no se podía mantener mucho tiempo estos tejidos si estaban hechos sólo parcialmente o en caso contrario se desmoronaban para formar algo totalmente distinto. Energía de nuevo, y luego Fuego y Tierra juntos.
—Tendrán veinte años para aprender a hacerlo. O casi, en el peor de los casos. En el mejor, dispondrán de más tiempo. —Aunque en contadas ocasiones, las muchachas empezaban a encauzar con doce o trece años si nacían con la chispa, pero incluso con el don innato los chicos nunca empezaban antes de los dieciocho o diecinueve, a menos que intentaran aprender cómo hacerlo, y en algunos hombres la chispa no surgía hasta haber cumplido los treinta. Aire de nuevo, seguido de Energía y Agua, todos colocados con precisión—. Además, será el Dragón Renacido. Hasta las Rojas tendrán que comprender que no se lo puede amansar hasta que haya librado la Última Batalla.
Un destino aciago, salvar al mundo si podía y después tener por recompensa que se lo aislara para siempre de esa maravilla. En las Profecías había tan poca clemencia como flexibilidad para ceder a las plegarias. Tierra de nuevo, luego Fuego y más Aire. Aquello empezaba a tener el aspecto del embrollo más difícil que hubiese visto nunca.
—¿Será eso suficiente? He oído que algunas Rojas no hacen el menor esfuerzo por capturar vivos a esos pobres hombres.
Moraine también había oído lo mismo, pero sólo era un rumor. Y una violación de la ley de la Torre. A una hermana se le podía aplicar el castigo de la vara por ello, y seguramente el exilio en una granja aislada para que meditara sobre su delito durante un tiempo. Se podría considerar un asesinato; pero, dado lo que esos hombres harían de no controlarlos, Moraine casi entendía que no se lo estimara como tal. Puso más Energía con Tierra entretejida. Unos dedos invisibles parecieron subirle por los costados hasta las axilas. Tenía muchas cosquillas, como bien sabía Siuan, pero su amiga tendría que esforzarse más si quería conseguir algo. Moraine casi ni pestañeó.
—Como alguien me dijo no hace mucho, hay que aprender a sobrellevar lo que no se puede cambiar —comentó con retintín—. La Rueda del Tiempo gira según sus designios, y los Ajahs actúan a su arbitrio. —Más Aire y más Fuego, y a continuación Agua, Tierra y Energía. Después los cinco al tiempo. ¡Luz, qué enredo más espantoso! Y todavía no estaba completo.
—Pues yo creo… —empezó Siuan.
La puerta se abrió de golpe y dejó entrar una bocanada de aire frío que acabó con el calor acumulado de la chimenea. Henchida de Saidar como estaba, Moraine se sintió como si de repente la cubriera una capa de hielo de la cabeza a los pies.
Por la puerta entró también Myrelle Berengari, una Aceptada oriunda de Altara que había obtenido el anillo el mismo año que ellas. De tez olivácea, muy hermosa y casi tan alta como Siuan, Myrelle era sociable y también voluble, con un sentido del humor bullanguero y un genio peor incluso que Moraine cuando le daba rienda suelta. De novicias, las dos habían empezado con palabras acaloradas, lo que les reportó sendas zurras con la vara y, de algún modo, las condujo a hacerse amigas. No eran tan íntimas como Siuan y ella, pero sí amigas, única razón por la que no soltó un bofetón a la otra Aceptada por entrar sin llamar. Con la salvaguarda no lo habrían oído aunque hubiese tocado con los nudillos, pero eso no era lo importante. ¡Lo que contaba era el proceder!
—¿Cuánto creéis que falta para la última batalla? —preguntó Myrelle mientras cerraba la puerta. Entonces reparó en el tejido a medio hacer delante de Moraine y en la salvaguarda que rodeaba el cuarto—. Practicando para la prueba, ¿eh? ¿La has hecho chillar, Siuan? Te puedo ayudar si quieres. Sé un modo seguro de hacerla chillar como un cochinillo atrapado en una red.
Moraine dejó que el tejido se disipara rápidamente antes de que se viniera abajo e intercambió una mirada desconcertada con Siuan. ¿Cómo lo sabía Myrelle?
—No chillé como… Bueno, como has dicho —replicó con aire remilgado y con el propósito de ganar tiempo. Casi todas las bromas que gastaban las Aceptadas iban dirigidas a otra Aceptada, y las de Myrelle casi igualaban en número a las de Siuan y las suyas. Ésa en particular había tenido que ver con hielo en plena canícula, cuando incluso a la sombra parecía que uno estaba en un horno. Pero ¡ella no había chillado en absoluto con un cochinillo!
—¿A qué te refieres, Myrelle? —preguntó Siuan con cautela.
—Vaya, pues a los Aiel, por supuesto. ¿A qué otra cosa iba a referirme?
Moraine intercambió otra mirada con Siuan, mortificada en esta ocasión. Algunas hermanas afirmaban que diversos pasajes de las Profecías del Dragón hacían referencia a los Aiel. Claro que otras tantas negaban que lo hicieran. Al principio de la guerra había habido animadas discusiones sobre ese tema. Se habrían podido calificar de disputas a voz en cuello si las mujeres que habían intervenido no hubieran sido Aes Sedai. Mas, con lo que sabían ahora, todo eso se le había olvidado completamente a Moraine, como saltaba a la vista que le había ocurrido también a Siuan. Mantener ese secreto iba a requerir que anduvieran alerta en todo momento.
—Vosotras dos tenéis un secreto, ¿verdad? —dijo Myrelle—. No conozco a nadie que os iguale en eso a las dos. Bueno, pues no penséis que os lo voy a preguntar, porque no voy a hacerlo. —Por su expresión, se moría de ganas de preguntarles.
—No podemos decir nada porque no es algo nuestro —contestó Siuan.
Moraine enarcó las cejas antes de ser capaz de controlar el gesto del semblante. ¿Qué se proponía Siuan? ¿Intentaba jugar al Da’es Daemar? Moraine había tratado de enseñarle cómo funcionaba el Juego de las Casas. En Cairhien hasta los criados y los granjeros sabían cómo maniobrar a su favor y desviar a otros de sus planes y secretos. En Cairhien nobles y plebeyos por igual se regían por el Da’es Daemar más que en ninguna otra parte, y eso que el Gran Juego se jugaba en todos los sitios, incluso en países donde todo el mundo lo negaba. No obstante, a pesar de los esfuerzos de Moraine su amiga nunca había mostrado tener mucha facilidad para ello. Siuan era demasiado franca, simplemente.
—Pero puedes ayudarme con Moraine —continuó Siuan, lo que era aún más sorprendente. Las prácticas siempre las hacían las dos solas—. A estas alturas ya se conoce de sobra mis trucos.
Riéndose, Myrelle se frotó alegremente las manos y se sentó en la otra silla mientras el brillo del Poder la envolvía.
Con aire adusto, Moraine se volvió de espaldas otra vez y comenzó el segundo tejido.
—Desde el principio, Moraine —le dijo Siuan—. Deberías saberlo. Tienes que grabar en la mente el orden de manera tan firme que nada te haga meter la pata.
Con un leve suspiro Moraine formó de nuevo la moneda azul plateada de Aire y luego siguió adelante.
En cierto modo Siuan tenía razón respecto a que conocía sus trucos. Le gustaba hacer cosquillas en el peor momento, dar golpes secos en sitios desagradables, hacer caricias embarazosas y ruidos que sonaban pegados a la oreja y que la sobresaltaban. Eso y decir las cosas más escandalosas que era posible imaginar; y su imaginación seguía siendo muy vívida aun después de que las hermanas hubieran trabajado con su lenguaje. Sin embargo, conocer los trucos de la otra mujer no ayudaba a conservar totalmente la compostura ni lo hacía más fácil. Tuvo que empezar otras dos veces por culpa de Siuan. Myrelle era peor. Le gustaba el hielo. Era fácil hacer hielo, cuestión de usar Agua y Fuego para hacerlo aparecer en el aire. Pero a Moraine le gustaría saber cómo se las ingeniaba Myrelle para que se materializara dentro de su vestido, en los peores sitios posibles. Myrelle también encauzaba flujos para darle pellizcos malintencionados y golpes como si Moraine recibiera un varazo, y a veces uno contundente en el trasero, como si le hubiese dado con una correa. Los pellizcos y los golpes eran reales, como también lo eran los moretones que dejaban. Una vez Myrelle la levantó más de un palmo en el aire con cuerdas hechas de Aire —Moraine estaba segura de que había sido ella; Siuan nunca había hecho nada semejante— y la hizo girar lentamente cabeza abajo, con los pies apuntando el techo de forma que la falda cayó y le tapó la cabeza. Con el corazón latiéndole desaforadamente y casi frenética, se levantó la falda con las manos. No era por pudor: tenía que seguir tejiendo. Se podía mantener un tejido sin verlo, pero tejerlo no, y si esta maraña de los Cinco Poderes se venía abajo le causaría una dolorosa sacudida, como cuando se frotaba un pie en la alfombra y a continuación se tocaba un trozo de hierro, sólo que tres veces peor. Se las arregló para completar el tejido con éxito pero, en total, Myrelle le rompió la concentración cuatro veces. ¡Nada menos!
Sintió una creciente irritación, pero consigo misma, no con Myrelle. Algo en lo que todas las Aceptadas coincidían era que lo que quiera que hiciesen las hermanas durante la prueba sería peor que cualquier cosa que se les ocurriera a las amigas. Y, si eran amigas, harían lo peor que se les pasara por la cabeza, salvo algo que pudiera ocasionar verdadero daño, a fin de ayudar a que una se preparara para la prueba. Luz, si Myrelle y Siuan eran capaces de hacerla tropezar seis veces en tan poco tiempo, ¿qué esperanza podía albergar de superar la verdadera prueba? Con todo, siguió adelante con inflexible determinación. La pasaría, y en el primer intento. ¡Lo haría!
Estaba de nuevo en pleno proceso de realizar el segundo tejido cuando la puerta volvió a abrirse y Moraine dejó que los flujos desaparecieran. También soltó el Saidar de mala gana. Siempre había renuencia en soltarlo. Era como si la vida se disipara junto con el Poder; el mundo se convertía en un lugar gris y monótono. De todos modos no le habría dado tiempo a terminar el tejido antes de su clase con las novicias. A las Aceptadas no se les permitía tener relojes porque eran demasiado caros para que la mayoría pudiera pagarse uno, y los gongs que daban las horas no siempre se oían dentro de la Torre, así que más valía desarrollar una buena percepción del paso del tiempo. En cuanto a retrasarse, las Aceptadas lo tenían tan prohibido como las novicias.
La mujer que había abierto la puerta no era una amiga. Más alta que Siuan, Tarna Feir procedía del norte de Altara, cerca de Andor, pero el cabello rubio claro no era lo único que la diferenciaba de Myrelle. Las Aceptadas no podían ser arrogantes, mas con una sola mirada a aquellos fríos ojos de color azul se descubría que ella lo era. Tampoco tenía sentido del humor y, que se supiera, jamás le había gastado una broma a nadie. Tarna había obtenido el anillo un año antes que Siuan y Moraine, tras nueve años como novicia, época en la que apenas había tenido amigas; igual que ahora. No parecía echarlas en falta. Una mujer muy distinta de Myrelle.
—Tendría que haber supuesto que os encontraría juntas a las dos —dijo fríamente. Era como un témpano, sin rastro de pasión—. No entiendo por qué no os instaláis en la misma habitación. ¿Te has unido al círculo de Siuan, Myrelle? —Todo dicho con total naturalidad, pero aun así los ojos de Myrelle empezaron a centellear. El brillo del Saidar ya no envolvía a Siuan, pero Myrelle seguía asiendo el Poder. Moraine confiaba en que no se precipitara en usarlo.
—Vete, Tarna —dijo Siuan con un rápido gesto desdeñoso—. Estamos ocupadas. Y cierra la puerta.
Tarna no se movió.
—Tengo que darme prisa para llegar a la clase de las novicias —le dijo Moraine a Siuan; de Tarna hizo caso omiso—. Están aprendiendo a hacer una bola de fuego y si no llego a tiempo seguro que lo intentan ellas solas. —Las novicias tenían prohibido encauzar e incluso abrazar la Fuente sin que hubiera una hermana o una Aceptada vigilándolas, pero lo hacían de todos modos en cuanto tenían ocasión. Las chicas nuevas no creían realmente que entrañara peligro, en tanto que las que llevaban más tiempo estaban seguras de que sabían cómo evitar esos peligros.
—A las novicias se les ha dado el día libre —informó Tarna—, así que hoy no hay clases. —Que le mandaran marcharse o que no le hicieran caso no la había desconcertado en absoluto. Nada la desconcertaba. Sin duda, pasaría fácilmente la prueba para obtener el chal en el primer intento—. Se nos ha convocado a las Aceptadas en la Sala Oval de Conferencias. La Amyrlin va a hablarnos. Hay otra cosa que debéis saber: Gitara Moroso ha muerto hace unas pocas horas.
El brillo que rodeaba a Myrelle se esfumó.
—¡Así que ése era el secreto que guardabais! —exclamó. En sus ojos hubo un destello más exacerbado que cuando había mirado a Tarna.
—Te dije que no podíamos compartirlo porque no era algo nuestro —replicó Siuan.
Una respuesta Aes Sedai donde las hubiera. Bastó para que Myrelle asintiera con la cabeza, por renuente que fuera el gesto. ¡Y vaya si era renuente aquel cabeceo! El ardor no menguó en sus ojos. Moraine sospechaba que, a no tardar, Siuan y ella iban a encontrarse con trozos de hielo en los sitios más sorprendentes.
Todavía sujetando la puerta abierta —¿es que esa mujer era inmune al frío como las hermanas?—, Tarna estudió a Moraine primero y después a Siuan.
—Es cierto. Vosotras dos debíais de estar de servicio. ¿Qué ocurrió? Lo único que sabemos las demás es que ha muerto.
—Le estaba ofreciendo una taza de té cuando exhaló un gemido y cayó muerta en mis brazos —contestó Moraine. Y ésa era una respuesta Aes Sedai mejor que la de Siuan, todas y cada una de las palabras ciertas al tiempo que evitaban la verdad completa.
Para su sorpresa, Moraine advirtió una expresión de tristeza en el rostro de Tarna. Fue fugaz, pero lo hubo. Tarna jamás denotaba emociones. Era como una talla de piedra.
—Gitara Sedai era una gran mujer —murmuró—. Se la echará mucho de menos.
—¿Por qué va a hablarnos la Amyrlin? —preguntó Moraine. Era evidente que la muerte de Gitara ya se había comunicado y, según la costumbre, el funeral sería al día siguiente, por lo que no había necesidad de anunciar esa ceremonia. Era imposible que Tamra pensara contar a las Aceptadas lo de la Predicción.
—Lo ignoro —contestó Tarna, de nuevo la frialdad en persona—. Pero no tendría que haberme quedado aquí hablando. A todas las demás les han dicho que dejen el desayuno inmediatamente. Si corremos, llegaremos justo antes que la Amyrlin.
A las Aceptadas se les exigía cierta medida de compostura y circunspección como parte de la preparación para cuando alcanzaran el chal. Y desde luego se suponía que nunca debían correr a menos que se lo ordenaran. Pero corrieron, Tarna tanto como las demás, con la falda recogida hasta las rodillas y sin hacer caso de las miradas estupefactas de los sirvientes uniformados con los que se cruzaban en los corredores. Las Aes Sedai no hacían esperar a la Amyrlin. A las Aceptadas ni siquiera se les pasaba la idea por la cabeza.
La Sala Oval de Conferencias, con el remate de volutas en torno al techo ligeramente abovedado y adornado con un fresco del cielo y nubes blancas, se utilizaba en raras ocasiones. Moraine y las otras fueron las últimas Aceptadas que entraron, pero aun así sólo estaba ocupada menos de una cuarta parte de las filas de bancos de madera pulida. El murmullo de voces, ya que las Aceptadas hacían conjeturas del porqué las había reunido la Amyrlin, parecía resaltar lo pocas que eran si se pensaba en el número para el que se había construido la sala. Moraine apartó de la mente todo lo relacionado con cifras. Quizá si las hermanas… No. No iba a amargarse dándole vueltas al asunto.
Por suerte, el estrado situado al fondo de la sala se hallaba vacío. Siuan y ella encontraron sitio en la parte de atrás, y Tarna se sentó a su lado, pero dejando claro que no tenía nada que ver con ellas. Esa mujer llevaba puesta la actitud distante como si fuese una capa. Myrelle, todavía enfurruñada porque no le habían contado lo de Gitara, dio la vuelta al banco y se sentó en la otra punta. La mitad de las mujeres que había en la sala estaban hablando, unas quitándose la palabra de la boca a las otras. Era casi imposible entender lo que decía cada cual, y lo poco que Moraine escuchó eran puras sandeces. ¿Hacerles a todas la prueba para alcanzar el chal? ¿De inmediato? Aledrin debía de tener fiebre cerebral para soltar tal tontería. Bueno, era una mujer muy nerviosa. Y Brendas estaba peor aún. Por lo general sensata, ahora afirmaba que las iban a mandar a casa a todas porque, antes de morir, Gitara había pronosticado el fin de la Torre Blanca, o quizá del mundo. A buen seguro que a mediodía correría una docena de historias sobre Gitara y una Predicción si es que ya no había más —los rumores proliferaban en los aposentos de las Aceptadas como las rosas en un invernadero—, pero a Moraine seguía sin gustarle oír hacer una. Para mantener el secreto iba a tener que darle vueltas a la verdad como si fuese un batidor de crema, al menos en los próximos días. Esperaba estar a la altura de las circunstancias.
—¿Alguien sabe qué pasa? —le preguntó Siuan a la Aceptada que se encontraba sentada a su lado, una mujer de tez oscura, delgada, con el negro cabello liso, largo hasta la cintura, y unos cuantos tatuajes negros en las manos—. ¿O todo es charlatanería?
Zemaille la miró seriamente un instante antes de contestar:
—Charlatanería, creo. —Zemaille siempre se lo tomaba con calma. En realidad, siempre estaba seria y pensativa. Seguramente elegiría el Marrón cuando alcanzara el chal. O tal vez el Blanco.
Era una rareza en la Torre, una de las mujeres de los Marinos, los Atha’an Miere. Sólo había cuatro Aes Sedai Atha’an Miere, y todas eran Marrones, y dos de ellas eran casi tan mayores como Gitara. Las chicas Atha’an Miere nunca iban a la Torre a menos que manifestaran la chispa o se las hubieran arreglado para empezar a aprender por sí solas. En cualquiera de los dos casos, una delegación de Marinos llevaba a la chica y se marchaba tan pronto como era posible. A los Atha’an Miere les desagradaba estar mucho tiempo lejos del agua salada, y el mar más cercano a Tar Valon se encontraba a cuatrocientas leguas[3] al sur.
No obstante, Zemaille parecía querer olvidar sus orígenes. Al menos nunca hablaba de los Marinos a no ser que la presionara una Aes Sedai. Y era diligente, centrada en alcanzar el chal desde el primer día, según le habían contado a Moraine, aunque no era rápida a la hora de aprender. No es que fuera más lenta que la mayoría, sino simplemente que tardaba en aprender. Llevaba ocho años de Aceptada, y antes había estado diez de novicia. Moraine la había visto tantear torpemente un tejido una y otra vez hasta que de repente lo ejecutaba de forma tan perfecta que una se preguntaba por qué no le habría salido bien antes. Claro que cada cual progresaba a su paso, y la Torre nunca presionaba a nadie para que avanzara a un ritmo más rápido del que podía.
Una alta Aceptada que estaba sentada en la fila anterior, Aisling Mediodía, se volvió hacia ellas. Casi brincaba en el banco por el nerviosismo.
—Os digo que es la Predicción. Gitara hizo una antes de morir y la Amyrlin va a contarnos qué fue. Vosotras dos estabais de servicio esta mañana, ¿verdad? Os encontrabais allí cuando murió. ¿Qué dijo?
Siuan se puso tiesa y Moraine abrió la boca para soltar una mentira, pero Tarna la salvó.
—Moraine me ha contado que Gitara no hizo una Predicción, Aisling. Cuando llegue la Amyrlin nos enteraremos de qué nos quiere decir. —Su voz era fría, como siempre, pero no cortante. De todos modos, Aisling se puso roja como la grana.
Ella era otra rareza en la Torre, una de los Tuatha’an, también llamados el Pueblo Errante o los gitanos. Los Tuatha’an vivían en carromatos pintados en colores llamativos con los que viajaban de pueblo en pueblo y, al igual que los Marinos, no querían tener espontáneas autodidactas entre ellos. Si un grupo descubría que surgía la chispa en una de sus chicas, la caravana de carromatos daba media vuelta y se ponía de camino a Tar Valon tan deprisa como podían moverse los caballos. Verin, una robusta Marrón que era más baja incluso que Moraine, decía que las chicas gitanas nunca intentaban encontrar el modo de encauzar por sí mismas, que no querían encauzar ni hacerse Aes Sedai. Debía de ser así, puesto que Verin lo afirmaba, pero Aisling se aplicaba con tanta determinación como Zemaille y con más éxito. Se había ganado el anillo en cinco años, en el mismo que Moraine y Siuan, y Moraine creía que podría someterse a la prueba para obtener el chal dentro de un año, quizás antes.
Una de las puertas que había detrás del estrado se abrió y Tamra entró por ella, todavía con el vestido azul que había llevado la noche anterior y con la estola de Amyrlin echada alrededor del cuello. Moraine fue una de las primeras en verla, la primera que se puso de pie, pero instantes después todas se habían levantado y guardaban silencio. Resultaba raro ver sola a la Amyrlin. Siempre que se la veía por los corredores iba acompañada al menos por unas cuantas Aes Sedai, ya fueran hermanas corrientes que iban a presentarle peticiones o Asentadas de la Antecámara de la Torre que discutían algún asunto presentado a la Antecámara. A Moraine le pareció cansada. Oh, sí, llevaba muy recta la espalda y su expresión daba a entender que atravesaría un muro si se le metía en la cabeza, pero había en sus ojos algo que denotaba cansancio y que no tenía nada que ver con la falta de sueño.
—En acción de gracias por conservarse la invulnerabilidad de Tar Valon —empezó en un tono que llegaba a todos los oídos sin problemas—, he decidido que la Torre entregará una recompensa de cien coronas de oro a cada mujer de la ciudad que haya dado luz entre el día en que llegaron los primeros soldados y el día en que la amenaza termine. Ya se está anunciando por las calles en estos momentos.
Todas sabían muy bien que no debían hacer el menor ruido mientras la Amyrlin hablaba, pero las palabras de Tamra levantaron algunos murmullos, entre ellos el de Siuan. En realidad, lo suyo fue más un gruñido. Jamás había visto diez coronas de oro juntas, cuanto menos cien. Con cien se podía comprar una granja muy grande o quién sabe cuántas barcas de pesca.
—Como algunas de vosotras ya sabréis —prosiguió Tamra, que pasó por alto el incumplimiento de las normas—, a un ejército siempre lo acompañan seguidores de campamento, que a veces son más numerosos que los soldados. Muchos de ellos son artesanos que atienden las necesidades de un ejército, armeros y flecheros, herreros, albéitares y carreteros, pero también están las esposas de soldados y otras mujeres. Puesto que el ejército ha servido de escudo a Tar Valon, he decidido ampliar la recompensa a esas mujeres también.
Moraine cayó en la cuenta de que se estaba mordiendo el labio inferior y se obligó a dejar de hacerlo. Era una costumbre que intentaba quitarse. No tenía sentido permitir que cualquiera que la mirara se diera cuenta de que se estaba estrujando las meninges. Al menos ahora sabían lo que Tamra se traía entre manos. Debía de creer firmemente que el niño nacería pronto, mas, en nombre de la Luz, ¿por qué decírselo a las Aceptadas?
—Esa amenaza puede continuar durante un tiempo todavía —continuó Tamra—, aunque he recibido información esta mañana de que los Aiel podrían estar en retirada. No obstante, la situación parece lo bastante segura para empezar a recoger nombres, al menos en los campamentos más próximos a la ciudad. Para ser justas con esas mujeres debemos empezar lo antes posible a fin de evitar que alguna se marche antes. Algunas lo harán, si es verdad que los Aiel se retiran. Muchos soldados los seguirán y los seguidores de campamento no tardarán en ir tras ellos, en tanto que otros soldados volverán a su casa. Ninguna hermana ha regresado aún a la Torre, así que os envío a todas para que empecéis a anotar nombres. Puesto que, inevitablemente, algunas mujeres se habrán marchado antes de que hayáis dado con ellas, también preguntaréis quién ha dado a luz y ya no está allí. Anotad todo lo que pueda servir para localizarlas: quién es el padre, de qué ciudad o pueblo proceden, de qué país… Todo. A cada una de vosotras la acompañarán cuatro guardias de la Torre para tener la seguridad de que nadie os molesta.
Moraine casi se atragantó por intentar guardar silencio. Algunas mujeres no tuvieron tanto éxito y dejaron escapar respingos de asombro. Ya era bastante raro que a las Aceptadas se les permitiera salir de la ciudad, pero ¿sin ir acompañadas de una hermana? ¡Era algo sin precedentes!
Con una leve e indulgente sonrisa, Tamra hizo una pausa a fin de dar tiempo para que se restableciese el orden. Era muy consciente de que las había dejado atónitas. Y al parecer había oído algo que Moraine no había pillado.
—Si me entero de que alguien ha utilizado el Poder para defenderse, Alanna, ese alguien va a tener problemas para sentarse después de visitar a la Maestra de las Novicias —dijo cuando se hizo de nuevo el silencio.
Unas cuantas Aceptadas seguían lo bastante nerviosas para soltar una risita, y una o dos rieron con fuerza. En el fondo Alanna era timorata, pero se esforzaba mucho en aparentar fiereza. Le decía a cualquiera que quisiera escucharla que quería ser del Verde, el Ajah de Batalla, y tener una docena de Guardianes. Sólo las Verdes vinculaban a más de un Guardián aunque, por supuesto, ninguna tenía tantos, pero así era Alanna, siempre exagerando.
Tamra dio una palmada, y las risas y risitas cesaron de golpe. La indulgencia tenía un límite.
—Tendréis mucho cuidado y haréis caso a los soldados que os escolten. —Ahora no hubo sonrisas. Su voz era firme. La Sede Amyrlin no toleraba tonterías de los gobernantes, de modo que no iba a consentírselas a unas Aceptadas—. Los Aiel no son el único peligro que hay fuera de los muros de Tar Valon. Es posible que algunos crean que sois Aes Sedai, y podéis dejar que lo piensen siempre y cuando no seáis tan necias de afirmarlo. —Eso hizo más profundo el silencio; pasar por Aes Sedai sin serlo violaba una ley de la Torre cuyo cumplimiento se hacía respetar estrictamente, incluso a mujeres que no pertenecían a la Torre—. Pero hay rufianes que sólo verán un rostro juvenil y podrían pensar que sois presa fácil de no ir escoltadas. Y no olvidéis que hay Hijos de la Luz en ese ejército. Un Capa Blanca identificará el vestido de una Aceptada y, si se le presentase la ocasión de clavarle una flecha en la espalda sin correr peligro, eso le complacería tanto como si fuese una Aes Sedai.
Parecía imposible que el silencio de la sala pudiera acentuarse, pero lo hizo. Moraine pensó que podría oír la respiración de las otras, sólo que parecía que nadie respiraba. Cuando una Aes Sedai salía al mundo y desaparecía, como ocurría en ocasiones, la primera idea que a uno siempre se le venía a la cabeza eran los Capas Blancas. Los Hijos llamaban Amigas Siniestras a las Aes Sedai y afirmaban que tocar el Poder era una blasfemia penalizada con la muerte, una sentencia que estaban más que dispuestos a llevar a cabo. Nadie entendía por qué habían acudido a ayudar en la defensa de Tar Valon. Al menos, nadie entre las Aceptadas.
La Amyrlin recorrió lentamente con la mirada las filas de bancos. Finalmente asintió con la cabeza, satisfecha de que su advertencia hubiese calado hondo.
—Se están ensillando caballos para vosotras en las Cuadras de Poniente. Tendréis comida para mediodía en las alforjas, así como cualquier cosa que necesitéis. Ahora, regresad a vuestros cuartos, poneos zapatos fuertes y coged la capa. Será un día largo y frío. Que la Luz os acompañe. —Era una orden de que salieran y las jóvenes hicieron una reverencia casi a una; pero, mientras se dirigían a la puerta para salir al pasillo, Tamra añadió como si acabara de ocurrírsele—: Ah, sí. —Dos palabras que bastaron para que todas se frenaran en seco—. Cuando escribáis el nombre de una mujer, anotad también el del bebé, así como el sexo, el día en que nació y el lugar exacto. Los registros de la Torre sobre este tema han de estar completos. Podéis marcharos. —Así, como si lo que había dejado para el final no fuera lo más importante. Tal era el modo en que las Aes Sedai ocultaban cosas a plena vista. Había quien decía que el Juego de las Casas lo habían inventado las Aes Sedai.
Moraine no pudo evitar intercambiar una mirada excitada con Siuan. Su amiga detestaba cualquier cosa que oliera a trabajo administrativo, pero ahora lucía una sonrisa de oreja a oreja. Iban a ayudar a encontrar al Dragón Renacido. Sólo su nombre, por supuesto, y el de su madre, pero era lo más parecido a una aventura que una Aceptada habría esperado vivir.