Encorvada en la silla, Lilia bajó la vista a la pila de libros y papeles que había sobre el escritorio y suspiró.
Aquella mañana se había entrevistado con el rector Jerrik, antes de su primera clase desde que había aprendido magia negra. Él le había dicho que había consultado a sus profesores y había recopilado una serie de ejercicios, deberes prácticos y redacciones que le servirían para alcanzar el nivel de sus compañeros. Además, como se había perdido los exámenes de invierno, tendría que estudiar para presentarse a la recuperación. Le parecía demasiado trabajo para haber faltado a la universidad solo un par de meses, sobre todo porque, además, tendría que dedicar tiempo a sus clases diarias. Iba a estar muy ocupada durante las semanas siguientes.
Por lo menos podía estudiar el material adicional en su habitación, contigua a la sala de invitados de Sonea, donde reinaba el silencio y no la distraían las gansadas de sus compañeros. Después de las clases de ese día, sospechaba que tendría un doble motivo para estar agradecida por ello. Los otros aprendices habían hecho caso omiso de ella, cuando no le lanzaban miradas furtivas y suspicaces. Sus viejos amigos le habían dejado claro que ya no querían tener nada que ver con ella. ¿Acabarían por olvidar lo que había hecho, o seguirían mostrando su desaprobación y su miedo de otras maneras tal vez más crueles?
Un golpe sordo procedente de la sala de visitas la sobresaltó. Se puso de pie con el corazón desbocado y se acercó a la puerta del dormitorio. Aplicó la oreja a ella y escuchó atentamente.
Hizo un gesto de dolor cuando alguien llamó con fuerza.
—Lilia, ¿estás ahí?
Aquella voz conocida le levantó el ánimo. Abrió la puerta.
—¡Anyi!
La chica alta desplegó una gran sonrisa, retrocedió un paso y dio media vuelta, con los brazos extendidos a los costados. Lilia sonrió al reconocer el abrigo largo de piel negra que le había enviado como regalo de agradecimiento. Comprobó aliviada que le venía como un guante. De hecho, Anyi estaba aún más despampanante que de costumbre.
—Me encanta —dijo Anyi.
—Te queda muy bien —le aseguró Lilia.
—Lo sé —convino Anyi, acariciando las mangas. Lilia se rió ante la alegre vanidad de la mujer—. Y gracias por los cuchillos, de parte de Cery.
—Sonea me ayudó a elegirlos.
Anyi rió entre dientes.
—Sí, seguro que conoce sus gustos a la perfección. —Contempló a Lilia, dubitativa—. Sabes que Sonea y Cery son amigos de la infancia, ¿no?
Lilia sacudió la cabeza.
—No. Sabía que ella era de las viejas barriadas y que había colaborado con los ladrones durante la invasión.
—Sí, Cery era su contacto principal entre los ladrones. Akkarin lo reclutó para que lo ayudara a dar caza a los espías sachakanos.
—¿O sea que se han mantenido en contacto durante todos estos años?
Anyi se encogió de hombros.
—Supongo que sí. Cuando Cery me explicó cómo llegar hasta aquí, le pregunté por qué se tomaba tantas molestias. Me dijo que, hasta hace poco, Sonea tenía prohibido salir del recinto del Gremio..., como tú ahora. Los únicos otros lugares a los que le permitían ir eran los hospitales.
—¿A qué te refieres con «tantas molestias»?
Anyi se quitó el abrigo.
—Hay que trepar un poco, y al parecer los túneles tienden a derrumbarse últimamente. Él haría algo al respecto si no tuviera que esconderse de Skellin. —Dejó caer el abrigo sobre el respaldo de una silla, vaciló por un momento y lo examinó de cerca—. Maldita sea. Le he raspado un poco la espalda al subir.
Lilia se sentó en uno de los sillones de la sala de invitados, y Anyi se desplomó en el de al lado.
—Sonea me ha dicho que se va al dormitorio después de despedirse de Cery, para no ver por dónde se marcha, y que yo debería hacer lo mismo antes de que te vayas tú.
Anyi asintió.
—Es lo que él me ha aconsejado.
—O sea que tienes la intención de visitarme con regularidad.
—Así es. —Anyi sonrió—. Si tú estás de acuerdo.
Lilia asintió.
—Por supuesto. He perdido a los amigos que tenía aquí. Los de mi clase no me hablan. Naki se ha... ido. Dudo que nadie más quiera ser mi amigo —levantó los brazos para mostrarle las franjas negras cosidas en torno a las mangas de su túnica—, ahora que sé magia negra. Y, si quisieran, sus padres se lo prohibirían. Además, yo sospecharía de sus intenciones.
Anyi hizo un gesto comprensivo.
—Va a ser duro.
—Y la cosa no mejorará cuando me gradúe.
—Al menos Sonea está dispuesta a confiar en ti. —Anyi paseó la mirada por la habitación—. Ella tiene amigos, aquí y fuera del Gremio. Aunque eso no sea una buena señal para otros, debería serlo para ti. Además, deberías saber... —Anyi se inclinó sobre el brazo de su sillón y extendió la mano para acariciar la mejilla de Lilia.
Sorprendida y poco acostumbrada a esa clase de contacto, Lilia se quedó paralizada. Miró a Anyi a los ojos. Esta tenía una expresión pensativa e intensa. Anyi se deslizó hasta el suelo y se arrodilló junto al sillón de Lilia con un movimiento grácil. No apartó la mano de la mejilla de Lilia, ni los ojos de los suyos.
—También deberías saber esto —dijo.
Se acercó a Lilia y la besó. Fue un beso pausado y largo. Era evidente que no se trataba de un beso de amistad, y Lilia no pudo evitar entregarse a él. Confirmó su conclusión sobre Anyi y sus sospechas sobre sí misma. «O sea que no se trataba de Naki —pensó—. Se trata de mí... y de Anyi. Y ahora, podría tratarse de las dos.»
Anyi se apartó ligeramente, sonrió y se dobló para acomodarse de nuevo en su sillón. Lilia advirtió que parecía muy pagada de sí misma.
—Sé que lo de Naki está aún muy reciente —dijo—. Pero creía que debías saberlo. Por si estabas interesada.
Lilia se llevó la mano al corazón. Le latía a toda prisa. Se sentía eufórica y audaz. Rió para sí y miró a Anyi.
—Ya lo creo que estoy interesada..., y no, lo de Naki no está muy reciente.
La sonrisa de Anyi se ensanchó, pero luego apartó la vista y frunció el ceño.
—Aun así, no me gustaría nada que Sonea entrara de pronto y nos pillara...
—Está en una reunión, y después se irá directa al hospital. Le toca el turno de noche. No volverá antes de mañana por la mañana.
—... o alguno de sus sirvientes —añadió Anyi. Tamborileó con los dedos en el borde del sillón, se detuvo y sonrió—. Dime, ¿qué sabes de los pasadizos que discurren debajo del Gremio?
—He oído hablar de ellos, pero nunca los he visto. Nadie tiene permitido bajar allí.
—Pues podría llevarte a dar un pequeño paseo, a menos que tu propósito de no volver a romper las normas vaya en serio.
Lilia se fijó en las rasgaduras que tenía el abrigo de Anyi por detrás, y luego posó la vista en su amiga.
—Lo... lo pensaré.
Sonea se sentó en la silla que le ofrecía Osen con satisfacción muda. El administrador había pedido que llevaran más asientos a su despacho y los había dispuesto en un círculo aproximado frente a su escritorio. Había insistido en que Kallen no se quedara de pie junto a la pared, lo que significaba que Sonea no se sentía obligada a quedarse erguida también.
Ahora, Kallen y ella estaban sentados a los lados de Osen y Balkan. Sonea reparó en que los demás magos superiores no se habían colocado en un orden determinado. Por lo común, los líderes de las disciplinas tendían a apiñarse. Aun así, ella suponía que en aquella reunión volverían a ser quienes más se hacían oír. Había cosas que nunca cambiaban.
Rothen alzó la vista hacia ella y sonrió. Sonea notó que una sonrisa asomaba a sus labios, como respuesta. Al hombre le había alegrado sobremanera la noticia del regreso de Lorkin, y desde que se había enterado de que el joven intentaría negociar una alianza e introduciría en el Gremio una nueva forma de magia, estaba rebosante de orgullo. En cierto momento había exhalado un suspiro, visiblemente entristecido, y cuando Sonea le había preguntado qué le ocurría, él le había dirigido una mirada de disculpa. Ella crispó el rostro al recordar lo que Rothen había dicho.
«Es una lástima que su padre no viviera para ver esto.»
Lo que la había conmovido en lo más hondo por algo más que por las razones obvias. Estas palabras de Rothen respecto a Akkarin daban a entender que había llegado a perdonar al Gran Lord anterior hasta un punto que ella no había creído posible.
Pese a que Lorkin había impresionado a los demás, Sonea sabía bien que aún no se encontraba a salvo. Lo que estaba haciendo era arriesgado. Aunque los sachakanos no sabían nada al respecto, sin duda aún lo consideraban una fuente potencial de información sobre los Traidores. Estaría en peligro hasta que regresara a Kyralia.
—El rey ha tomado una decisión —anunció Osen. Se volvió hacia Balkan—. El Gran Lord se ha reunido de nuevo con él esta tarde. ¿Qué ha dicho?
—Ha obtenido la aprobación de los otros líderes de las Tierras Aliadas —les informó Balkan. Un sentimiento extraño, a medio camino entre el orgullo y el arrepentimiento, se apoderó de Sonea. Consultar a las demás Tierras Aliadas con tanta rapidez no habría sido posible veinte años atrás. Ahora todos los embajadores del Gremio contaban con anillos de sangre que les permitían comunicarse con el administrador o el Gran Lord siempre que fuera necesario—. La conferencia se celebrará, y se entablarán las negociaciones. Ellos han enumerado sus condiciones. Han accedido a que un mago del Gremio represente a las Tierras Aliadas. El rey ha dejado en nuestras manos la elección del representante.
—El riesgo que corremos no es pequeño —aseveró Osen—. Si la conferencia llega a conocimiento del rey Amakira, intentará impedirla. Es posible que incluso la considere un acto de guerra. Estamos, en efecto, planteándonos una alianza con unas personas a quienes él considera rebeldes y traidores.
—Enviemos a quien enviemos, estará en una posición vulnerable. Aunque enviáramos al Gremio entero, no seríamos lo bastante fuertes para repeler un ataque —dijo Balkan, y esbozó una sonrisa maliciosa—. Amakira difícilmente pasaría por alto que mandáramos un ejército de magos a su país. Por eso, hemos decidido que vayan solo dos.
—No obstante —prosiguió Osen—, dos de nosotros tienen el potencial de ser tan fuertes como un ejército entero.
A Sonea se le cortó la respiración. Esperaba que no pretendieran enviar tanto a Kallen como a ella. ¿Quién quedaría para defender Kyralia? La experiencia y formación de Lilia eran del todo insuficientes...
—Enviaremos a un mago negro y un ayudante —dijo Balkan—. El ayudante debe estar dispuesto a ofrecer su energía mágica, en caso necesario. Como existe el riesgo de que, si los atacan, les lean la mente a los dos, el ayudante no puede ser un mago superior, y debe saber lo mínimo imprescindible sobre el objetivo del viaje. El mago negro portará el anillo de lord Leiden que bloquea la lectura mental.
Osen sonrió con frialdad.
—De modo que, como bien saben, debemos elegir a uno de los dos magos negros. —Miró a Kallen y luego a Sonea—. ¿Están dispuestos los dos a asumir esta responsabilidad?
—Sí —dijo Sonea, y Kallen respondió afirmativamente también.
Osen recorrió el resto del círculo con la vista.
—Entonces la decisión queda en manos de todos los demás. Les pediré su opinión uno a uno. ¿Lady Vinara?
Sonea se quedó inmóvil mientras los magos superiores explicaban, a veces con crudeza, por qué eran partidarios de elegir como representante a Kallen o a ella. No le sorprendió que lord Garrel tocara sin tapujos el tema de su fiabilidad ni que aludiera a su decisión de aprender magia negra y a su negativa a obedecer al Gremio, que había tenido como consecuencia su destierro. Los demás no protestaron ni se mostraron de acuerdo; se limitaron a pasar a otras cuestiones como si lo que él había dicho no fuera importante. Cuando la discusión llegó a su fin, ella no estaba segura de si la mayoría de los magos superiores la preferían a ella o a Kallen.
—Creo que hemos explorado todas las vertientes del asunto —dijo Osen—. Ahora lo someteremos a votación. Que todos aquellos que deseen que la Maga Negra Sonea represente a las Tierras Aliadas en las negociaciones levanten la mano.
Sonea contó. Advirtió que algunos de los que habían intervenido en su favor habían cambiado de opinión y viceversa. Notó que el corazón le latía aún más deprisa a causa de la emoción y la ansiedad. Osen se volvió hacia el Gran Lord Balkan.
—¿Habéis cambiado de opinión?
Balkan miró a Sonea y negó con la cabeza.
—Mi voto y el del Gran Lord son para Sonea —declaró Osen—, lo que inclina la votación colectiva a su favor. —Posó la vista en ella y le dedicó una sonrisa sombría—. Enhorabuena.
Ella asintió, demasiado abrumada para hablar. Aunque había deseado que la eligieran, para poder ver y proteger a Lorkin lo antes posible, el peso de la responsabilidad que implicaba representar no solo al Gremio y Kyralia, sino a todas las Tierras Aliadas, era sobrecogedor. También lo era la perspectiva de regresar a Sachaka, aunque esta vez ella no sería una desterrada perseguida por los ichanis.
«Después de asegurarle a Dorrien que mi única aspiración era la de ser una sanadora, voy y acepto una misión relacionada con el uso de la magia negra. Pero no para matar. Quienes me cedan su energía lo harán voluntariamente, y espero no verme obligada a emplearla para matar tampoco.»
—Ahora toca concretar detalles y hacer preparativos —les dijo Osen a todos. Se puso de pie—. La Maga Negra Sonea partirá pronto, pero supongo que aún tardará unos días, tal vez unas semanas. Lorkin tendrá que transmitir nuestra decisión a los Traidores a través de la red de espías esclavos y esperar su respuesta. Queda pendiente la cuestión de elegir un ayudante, pero eso requerirá más discusiones y consultas. Gracias por sus propuestas y consejos. No hace falta que les recuerde que todo lo que hemos tratado aquí es confidencial. Buenas noches.
Mientras los magos se ponían de pie, Balkan avanzó unos pasos y tocó a Sonea en el hombro.
—Quédese —murmuró.
Ella asintió, no demasiado sorprendida. Cuando en la habitación ya no quedaban otros magos superiores excepto Osen y Balkan, ella se dejó caer en la silla con un suspiro.
—No estoy segura de si debo felicitarla o no —dijo Osen, regresando a su asiento.
Sonea le dirigió una sonrisa irónica.
—Es reconfortante, incluso halagador, que esté dispuesto a confiarme esta tarea, sobre todo teniendo en cuenta que he fracasado en la última que me encomendó.
Osen frunció el ceño y luego alzó las cejas.
—¿Encontrar a Skellin? —Se encogió de hombros—. Era una empresa más complicada que la que tiene ahora entre manos.
—¿Quién se hará cargo ahora?
—Con toda probabilidad, el Mago Negro Kallen —respondió él—. ¿Accederán sus contactos a colaborar con él?
Sonea reflexionó.
—Sí, creo que sí. No tienen mucha alternativa. ¿Puedo hacer una sugerencia?
Él asintió.
—Desde luego.
—Lilia entabló amistad con una persona leal a uno de mis contactos mientras buscaba a Naki. Puesto que Kallen es también su tutor, quizá resulte beneficioso para todos que Lilia sea su ayudante..., o uno de sus ayudantes.
Osen se quedó pensativo unos insantes y luego hizo un gesto afirmativo.
—Lo pensaré y se lo propondré a Kallen. No supondrá una violación de las restricciones que impusimos a Lilia, pues estaría al servicio de él.
Sonea intentó imaginar una entrevista entre Cery y Kallen, pero no lo consiguió. Trató de reprimir una mueca.
«Lo siento, Cery, pero me es imposible estar en dos lugares a la vez. No se puede negar que Kallen es concienzudo y tenaz. Estoy segura de que acabará por encontrar a Skellin.» Se preguntó si había algo más que pudiera hacer para ayudarlo.
—Bien, ¿ha pensado en alguien a quien le gustaría elegir como ayudante?
Ella hizo un esfuerzo por centrarse en su nueva misión, meditó sobre la pregunta y asintió.
Todo estaba iluminado con lámparas. Cuando el Inava se arrimó al muelle, los esclavos de la cubierta lanzaron cuerdas a los que esperaban abajo. Procurando no estorbar, Dannyl escrutó la ciudad con la mirada. No había mucho que ver. Como la mayor parte de los edificios de Arvice eran de una sola planta, la vista consistía en una extensión más bien monótona de tejados muy parecidos entre sí.
—Ah, mira —dijo Achati—. El carruaje de la Casa del Gremio ha llegado. Yo estaba dispuesto a llevaros en el mío.
Dannyl miró al sachakano con el ceño fruncido por la preocupación.
—Tal vez sea mejor que te vayas directo a casa. Todavía pareces cansado.
Achati sonrió.
—Lo estoy un poco, pero no por haber gastado demasiada energía. Viajar me resulta más fatigoso que hace unos años. Y, como ya sabes, no dormí mucho anoche.
Un brillo socarrón asomó a sus ojos. Dannyl sonrió y apartó la mirada. El día después de la tormenta, el barco había fondeado cerca de la finca de un amigo de Achati. Se habían desplomado en las camas que les habían ofrecido, habían dormido hasta el mediodía siguiente y habían decidido quedarse una noche más y partir temprano por la mañana para no navegar de noche. Aun así, habían llegado tarde a Arvice debido a que soplaban vientos poco favorables.
La finca era lujosa. A Dannyl no le había sorprendido que Tayend, tras descubrir que su anfitrión tenía productos que tal vez podía vender a Elyne, insistiera en que Achati participara también en las conversaciones sobre el tema, que se prolongaron hasta altas horas de la noche.
—Al parecer ha llegado el momento de separarnos —dijo Tayend cuando salió por la escotilla, miró en torno a sí y se dio cuenta de dónde estaba. Se volvió hacia Achati y sonrió—. Gracias, ashaki Achati, por organizar esta aventura y ser nuestro guía en ella.
Achati inclinó la cabeza hacia el kyraliano.
—Ha sido un placer y un honor —dijo.
—¿Te veremos pronto en la Casa del Gremio?
—Eso espero —respondió Achati—. Antes, naturalmente, pediré audiencia a mi rey y me ocuparé de los asuntos que se hayan acumulado durante mi ausencia. Salvo si uno de dichos asuntos guarda relación con alguno de vosotros o con los dos, os haré una visita social en cuanto me sea posible.
El capitán se acercó para comunicarles que el buque estaba amarrado de forma segura y que podían desembarcar. Intercambiaron más cortesías mientras los esclavos bajaban sus baúles y siguieron su equipaje hasta sus respectivos vehículos.
Dentro del carruaje de la Casa del Gremio, Tayend permanecía callado, algo poco habitual en él. Dannyl pensó en iniciar una conversación mientras el coche avanzaba por la calle, pero el elyneo parecía absorto en sus reflexiones. Ambos miraron en silencio las paredes de Arvice que desfilaban junto a sus ventanillas.
Cuando atravesaron por fin las puertas de la Casa del Gremio, Tayend respiró hondo y exhaló un suspiro. Miró a Dannyl y sonrió.
—Bueno, qué duda cabe de que ha sido una aventura interesante. Ahora puedo decir que he visitado seis países, aunque supongo que Dunea no es un país en sentido estricto.
Dannyl sacudió la cabeza.
—No, pero a efectos prácticos podría decirse que lo es. Dudo que los ashakis lleguen a controlarlo por completo, o que tengan siquiera esa ambición, si son sensatos.
Tayend abrió la portezuela y se apeó. Dannyl lo siguió y reparó en los esclavos postrados en el suelo.
—En pie —les ordenó, cansado—. Volved a vuestros quehaceres.
El esclavo portero se dirigió a toda prisa a la puerta y los condujo al interior. Recorrieron el pasillo de entrada hasta la sala maestra. La sanadora Merria los esperaba... junto con otro mago. Al ver al alquimista, Dannyl se quedó boquiabierto.
—¡Lorkin!
El joven sonrió.
—Embajador. No te imaginas cuánto me alegro de verte. ¿Qué tal el viaje?
Dannyl avanzó hacia él y lo aferró por el brazo a manera de saludo.
—Seguro que no ha sido nada en comparación con el tuyo. No te imaginas cuánto me alegro yo de verte a ti.
Lorkin sonrió de oreja a oreja.
—Bueno, creo que me hago una idea. ¿Quieres lavarte y comer algo antes de que te dé las noticias?
Dannyl se acercó a uno de los taburetes y se sentó. Lorkin soltó una risita.
—Interpretaré eso como un no.
—Si no os importa —dijo Tayend—, yo sí querría lavarme y comer algo. Estoy seguro de que podréis ponerme al día más tarde.
—Por supuesto —dijo Dannyl—. Pide a los esclavos que nos preparen algo a los dos.
El elyneo se alejó a paso veloz por el pasillo en dirección a su habitación. Cuando Lorkin y Merria se sentaron, Dannyl reparó en la expresión de consternación de ambos.
—Entonces, ¿las noticias son buenas o malas?
Lorkin esbozó una sonrisa irónica.
—Ambas cosas. La mala es esta...
Le entregó una carta a Dannyl. Tras fijarse en que llevaba el sello del rey, que estaba roto, la abrió y la leyó. Un escalofrío le bajó por la espalda.
—En resumen —dijo—, te prohíbe que te marches y te notifica que debes comparecer ante él cuando yo regrese. Has convivido durante meses con los rebeldes, por lo que es evidente que el rey quiere saber todo lo que has descubierto.
—No esperarás que se lo revele, ¿verdad?
—No, a menos que el Gremio..., no, que nuestro rey te lo ordene.
Lorkin parecía angustiado.
—¿Puede impedir que me marche? ¿Tengo que acudir ante él?
—Depende de hasta qué punto esté dispuesto a poner a prueba la paz entre nuestros países. —Dannyl arrugó el entrecejo—. Que te fueras a vivir con los rebeldes seguramente ya la puso a prueba en buena medida. Y si te enviamos a casa a pesar de todo, se lo tomarán como un insulto aún peor.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Tú colaboras. Te quedas aquí. Te reúnes con él. Te muestras respetuoso y cortés, pero sin revelarle nada. Los demás (yo, el Gremio, el rey y cualquier otra persona a quien logremos convencer de que nos ayude) intentaremos persuadirlo para que te deje marchar.
—Eso puede llevar mucho tiempo.
El nerviosismo de Lorkin se hizo aún más patente. Miró a Merria y luego a la puerta por la que se había ido Tayend.
—Hay... algo más. Por la sorpresa que has demostrado al verme, deduzco que no te has comunicado con Osen.
Otro escalofrío recorrió la espalda de Dannyl.
—No. Hubo una tormenta y... He estado demasiado ocupado para ponerme el anillo. —Maldijo por lo bajo. Los anillos de sangre eran muy útiles, pero tenían demasiadas limitaciones. Deseó que le hubieran permitido fabricar uno para dejárselo al administrador. De ese modo Osen habría podido ponerse en contacto con él directamente.
Lorkin lo miró a los ojos con expresión seria. De pronto parecía mucho mayor de lo que era... o que la imagen que Dannyl guardaba de él en su mente.
—No puedo decírtelo en voz alta, pues alguien podría oírnos. Tendrás que comunicarte con Osen —dijo Lorkin—. Cuanto antes.