«La mayoría de los aprendices no llega nunca a ver esta habitación —pensó Lilia mientras seguía a la Maga Negra Sonea hasta el despacho del administrador Osen—. Yo la he visto más veces de las que quisiera.»
El administrador se encontraba sentado tras su escritorio, y el Mago Negro Kallen estaba reclinado en una de las sillas para invitados, pero ambos se pusieron de pie en cuanto entró Sonea. Un tercer mago, oculto tras el respaldo de la silla que ocupaba, se levantó. Para sorpresa de Lilia, se trataba del rector Jerrik.
—Lilia —dijo Osen, rodeando su escritorio para ir a su encuentro—. ¿Cómo estás?
Ella lo miró, parpadeando, sorprendida de nuevo ante el tono familiar de la pregunta.
—Bien, administrador Osen —respondió. «Harta de esperar a que me digan si van a encerrarme otra vez», añadió para sus adentros.
—Me alegro —comentó él—. Como ya sabes, hemos estado discutiendo qué hacer contigo. Me complace comunicarte que hemos tomado una decisión y que el rey ha dado su aprobación. —Sonrió—. Serás readmitida en el Gremio y podrás completar tu formación.
Ella lo contempló con incredulidad, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Gracias.
Osen adoptó una expresión seria.
—Sin embargo, tu readmisión no está exenta de condiciones. Deberás prestar el Juramento de los Aprendices otra vez.
Lilia asintió en señal de que estaba dispuesta a hacerlo.
—No se te permitirá salir de los terrenos del Gremio sin mi autorización, la del Gran Lord Balkan, el Mago Negro Kallen o la Maga Negra Sonea —prosiguió Osen—. No se te permitirá utilizar la magia negra a menos que en el futuro el rey apruebe tu nombramiento como maga negra. Con el fin de identificarte como persona iniciada en la magia negra, tu túnica llevará cosida una franja negra en la manga.
Lilia asintió de nuevo, esperando que su rostro no delatara su desilusión. Desde que había conocido a Anyi y se había enterado de la amenaza que Skellin representaba para su padre y para ella, Lilia esperaba encontrar una manera de ayudarla. ¿Cómo lo conseguiría si la confinaban en los terrenos del Gremio?
—Debido a tus conocimientos de magia negra, no podrás participar en clases que requieran el establecimiento de un vínculo mental. En estas situaciones, el Mago Negro Kallen o la Maga Negra Sonea impartirán la clase.
Ella intentó no palidecer al pensar en futuros contactos mentales con cualquiera de los dos magos. «Pero la lectura de la mente fue muy distinta de las clases de comunicación mente a mente que había recibido. Aun así..., espero que sea Sonea quien me enseñe. Kallen es tan severo y hosco...»
—Kallen se ha ofrecido a hacerse cargo de tu tutela. Creemos que el hecho de que tengas un tutor convencerá a la gente de que te tenemos controlada —dijo Osen en un tono más desenfadado—. Puesto que sin duda recibiríamos quejas de algunos padres si te instalaras en el alojamiento de los aprendices, seguirás viviendo en los aposentos de la Maga Negra Sonea.
Lilia reprimió un suspiro de alivio. Por un momento, temió que la obligaran a quedarse con Kallen, pero al pensarlo bien comprendió que estaría mal visto que una joven se alojara en los aposentos de un soltero, al margen de la diferencia de edad que hubiera entre ambos.
—¿Aceptas estas condiciones? —inquirió Osen.
—Las acepto —respondió ella, asintiendo de nuevo.
—Entonces, pronuncia el juramento.
Ella se quedó desconcertada al percatarse de que Osen esperaba de ella que recordara el Juramento de los Aprendices. Para su sorpresa, las palabras le vinieron a la memoria fácilmente.
—«Juro que nunca dañaré deliberadamene a ningún hombre o mujer si no es en defensa de las Tierras Aliadas —dijo—. Obedeceré las normas del Gremio. Haré todo aquello que me ordene un mago del Gremio, a menos que esas órdenes supongan violar una ley. Jamás utilizaré la magia sin el permiso de un mago del Gremio.»
Osen sonrió en señal de aprobación. Inclinó la cabeza en dirección al rector Jerrik, que se acercó de nuevo a la silla en la que estaba sentado antes y recogió algo. Regresó al frente y se lo tendió a Lilia.
Era un fardo de túnicas de aprendiz. La gratitud la inundó, como una oleada de calor físico. Avergonzada, sintió que las lágrimas le cosquilleaban las comisuras de los ojos.
—Gracias —dijo con voz ronca.
Osen le posó la mano en el hombro por un instante.
—Bienvenida de nuevo.
Los otros magos murmuraron las mismas palabras. Lilia, embargada por la emoción, no podía hablar. Notó que Sonea le tocaba el brazo.
—Creo que eso es todo. —Miró a los demás, que asintieron—. Volvamos a tu habitación para que te cambies de ropa.
Con un agradecimiento mudo, Lilia se dejó guiar por la mujer hacia el pasillo y de vuelta a una vida como maga del Gremio. «Aunque siempre me impondrán más restricciones que a los otros magos por saber magia negra —pensó—, eso es muy preferible a estar encerrada. O muerta.»
Y todavía cabía la posibilidad de que, de algún modo, pudiera encontrar una forma de ayudar a Anyi.
Cuando el carruaje se detuvo frente a la entrada lateral del hospital, Sonea dejó a un lado su aprensión persistente y se apeó. Saludó con una sonrisa y una inclinación de la cabeza a los sanadores y ayudantes que la recibieron, respondió a sus preguntas y se informó sobre las novedades que se habían producido durante su ausencia.
La simpatía de todos ellos la reconfortó, y una vez más se alegró profundamente de que no le hubieran encomendado la tarea de ejecutar a Naki. Se encaminó hacia la puerta de la sala de tratamientos, se armó de valor y llamó.
La puerta se abrió hacia dentro. Dorrien le sonrió y le indicó que pasara. Ella entró y se sentó.
—¿Por qué tan seria? —preguntó él.
Ella tomó aire para responder, y entonces su determinación flaqueó. «Debería charlar un poco con él antes de darle la mala noticia.»
—Me preguntaba cómo habría reaccionado la gente si me hubieran designado a mí como verdugo de Naki —le comentó.
Él la observó con aire meditabundo.
—En efecto, son pensamientos muy serios. —Apartó la vista mientras reflexionaba—. Creo que no te guardarían rencor.
—Pero no podrían evitar pensar en ello cuando estuvieran en mi presencia. Me tendrían aún más miedo.
—¿Miedo? No te tienen miedo —replicó él.
Ella lo miró con incredulidad. Él le sostuvo la mirada y sacudió la cabeza.
—Se sienten intimidados por ti, Sonea. Eso es distinto. Temen la magia negra, no a ti. Les has demostrado que no convierte a una persona en una asesina.
—La he utilizado para matar —señaló ella.
Él extendió las manos hacia los lados.
—Eso es distinto también. Lo hiciste para defender Kyralia. Ellos obrarían de la misma manera si se encontraran en esa situación.
Ella desvió la mirada.
—También he usado la sanación para matar. Eso me parece aún peor. —Paseó los ojos por la habitación—. Soy sanadora. Se supone que debo curar a la gente, no liquidarla. Creo que si hubiera tenido que ejecutar a Naki, a la gente le habría costado conciliar ambas cosas.
Dorrien tensó la mandíbula.
—Ella aprendió magia negra de forma deliberada y se valió de ella para matar en beneficio propio.
Sonea se encogió de hombros.
—Aun así, creo que eso habría cambiado la idea que la gente tiene de mí. Yo nunca tuve la oportunidad de elegir una disciplina. De haberla tenido, habría optado por ser sanadora. Aunque trabajo como sanadora, no se me permite llevar la túnica verde. Soy una maga negra. Aunque no dudaría en defender Kyralia de nuevo, ese no es el papel que quería desempeñar.
Una sonrisa irregular asomó a los labios de Dorrien.
—Yo prefiero pensar que la sanación me eligió a mí.
Ella asintió.
—Y supongo que, a pesar de todo, también me eligió a mí, aunque tú influiste mucho en mis deseos de ser sanadora.
Se miraron el uno al otro con afecto. «Tal vez no se trate de afecto en el caso de Dorrien. —Reunió todo su coraje y determinación—. Es hora de acabar con esto.»
—Dorrien, he estado pensando mucho en... nosotros.
—No hay un «nosotros», ¿verdad? —dijo él.
Ella alzó la vista hacia Dorrien, sorprendida. Él le dedicó una sonrisa lánguida.
—Mi padre vino a verme. Me dio la buena noticia. Tylia figura en la lista de aprendices que ingresarán en invierno. Kallen probablemente va a hacerse cargo de la búsqueda de Skellin. «¿Por qué no regresas a tu aldea?», me sugirió mi padre.
Sonea lo contempló fijamente.
—¿Kallen va a hacerse cargo de la búsqueda de Skellin?
Él arqueó las cejas.
—¿No lo sabías? Mi padre no me dijo que estuviera confirmado aún.
—No. —Ella resistió el impulso de ponerse en pie de un salto y volver directamente al despacho de Osen. «A menos que... Quizá Rothen se lo haya inventado con el fin de dejar a Dorrien sin excusas para quedarse en Imardin. Pero eso parece un poco drástico. Tal vez... Nunca le he hablado del encaprichamiento de su hijo conmigo, pero ¿lo habrá percibido?» Posó los ojos en Dorrien de nuevo.
Él esbozó una sonrisa irónica.
—Puede que sea viejo, pero sigue siendo muy difícil ocultarle secretos.
Ella se removió en su asiento y dejó a un lado su irritación.
—Solo le pedí que intentara conseguir que admitieran a Tylia este invierno.
—¿Por qué?
Ella se obligó a mirarlo a los ojos.
—Para que pudieras regresar a casa si colaborar conmigo te resultaba insoportable después de que te dijera que... en fin... que no habría un «nosotros».
Él hizo un gesto de dolor. Ella notaba que intentaba disimularlo, pero era en vano.
—¿Por qué no puede haberlo?
—Porque estás casado. Porque aunque la idea de un «nosotros» me atrae, no me atrae tanto como para hacer daño a Alina y a tus hijas. Y porque, si les hicieras daño, sentiría aversión por ti. Y por mí misma.
Él bajó la mirada.
—Entiendo. Mi padre dijo algo parecido. También señaló que Alina y yo no nos llevábamos tan mal hasta que vinimos a Imardin. —Suspiró—. A mí me hacía ilusión experimentar la vida urbana. A ella no. —Consiguió esbozar una sonrisa de culpabilidad—. ¿Me creerías si te dijera que ella sí me importa?
Sonea sintió un arranque de cariño hacia él.
—Sí.
Dorrien asintió.
—Tengo que darle una oportunidad. Es lo menos que puedo hacer. Hemos tenido desavenencias antes, pero siempre las superamos. —Sacudió la cabeza—. Es una lástima que tenga tantos celos de ti. Por lo general es encantadora con la gente.
Sonea se encogió de hombros.
—En realidad, no la culpo. Aunque no sea tan perspicaz como Rothen, tendría que hacer la vista gorda ante mis conocimientos de magia negra y mi reputación de asesina.
Dorrien agitó el dedo como si la reprendiera.
—Ya está bien. No olvides que eres lo que eliges ser. Aunque tu túnica sea negra, tienes corazón de sanadora.
Sonea bajó la mirada y se encogió de hombros de nuevo.
—Bueno, al menos así parezco más alta.
Él soltó una risita y se puso de pie.
—En fin, más vale que me vaya a casa y empiece a hacer planes para regresar a la aldea.
Sonea se levantó y ocupó su sitio.
—¿Cuándo te marcharás?
—Unas semanas después de que Tylia empiece a ir a la universidad.
—¿Crees que se integrará bien?
Él asintió.
—Ya ha hecho un par de amistades que comenzarán las clases al mismo tiempo que ella. Rothen la vigilará un poco.
—Y ambos sabemos que lo hará estupendamente.
Él sonrió.
—Así es. Buenas noches, Sonea.
—Buenas noches, Dorrien.
Cuando la puerta se cerró tras él, Sonea bajó la mirada, sentada en la silla que él había desocupado. La conversación no había sido tan dolorosa como ella temía. Por un momento, sintió una punzada de arrepentimiento. «Si no fuera porque Dorrien está casado...»
Apartó este pensamiento de su mente, se acercó a la puerta, la abrió y le hizo un gesto a un sanador para indicarle que estaba preparada para recibir pacientes.
Lorkin se puso la túnica, alisó la fina tela teñida por completo de morado y exhaló un suspiro tanto de satisfacción como de añoranza. Resultaba extrañamente reconfortante volver a llevar túnica. Cuando había regresado a su dormitorio nuevo para recuperar un poco de sueño, se había planteado por un instante la posibilidad de dormir con ella puesta.
Picaba mucho menos que la ropa de cazador, pero la gran cantidad de tela le parecía demasiado lujosa y pesada en comparación con el atuendo sencillo y práctico de los Traidores. Por otro lado, no podía evitar admirar aquel color oscuro e intenso. Aunque los tintes que se elaboraban en Refugio daban lugar a tonos suaves, y él había llegado a apreciar la belleza estética de las telas sin teñir, había algo profundamente agradable en el morado de los alquimistas.
«Sin embargo, no debería llevarlo. Ni siquiera debería llevar una túnica. —No solo porque había prometido regresar a Refugio junto a Tyvara, sino porque había quebrantado una de las leyes más serias del Gremio—. He aprendido magia negra. Aunque estimaran conveniente perdonarme por eso, seguramente insistirían en que llevara una túnica negra.»
Aún no había decidido cómo ni cuándo se lo diría.
Al salir a la sala central de sus aposentos, Lorkin vio a Merria, que caminaba de un lado a otro y se detuvo al reparar en su presencia.
—Ah, Lorkin. Estás despierto. Bien. —Se le acercó rápidamente—. Hay algo de lo que me he acordado mientras dormías. Esto.
Le mostró un anillo. Una piedra color rojo sangre relumbró en su montura. El corazón le dio un vuelco a Lorkin, que extendió el brazo para cogerlo.
—¿El anillo de sangre de mi madre?
—Sí. Como el embajador Dannyl se llevó el del embajador Osen, me dejó este para que pudiera comunicarme con el Gremio. —Lo miró con fijeza—. Querrás avisarle que has vuelto, pero seguramente tendría que quedarme con el anillo después. ¿Te parece bien?
Él sonrió.
—Por supuesto. De todos modos, no pienso ir a ninguna parte hasta que Dannyl regrese.
Ella respiró, visiblemente aliviada.
—Me alegra saberlo. —Posó la vista en el anillo, luego en él, y sonrió—. Te dejo para que lo utilices a solas. —Salió de la habitación.
Lorkin se sentó y contempló el anillo, intentando poner en orden sus pensamientos. Se lo puso en el dedo.
¿Mamá?
¿Lorkin? ¡Lorkin! ¿Va todo bien? ¿Te encuentras bien tú?
Sí, todo va bien. ¿Puedes hablar ahora?
¡Claro! Espera... Tengo un paciente. Espera un momento, que...
Se produjo una larga pausa.
Ya estoy sola. ¿Dónde estás? ¿Puedes decírmelo?
En la Casa del Gremio, en Arvice.
¿No estás en la ciudad de los Traidores?
No. La reina Zarala me ha enviado aquí. Me ha encomendado una especie de misión.
¿La reina Zarala?
De los Traidores.
¿Ahora trabajas para ella?
Sí. Pero sabe que jamás habría accedido a realizar una tarea que pusiera en peligro las Tierras Aliadas.
Qué considerada.
Él percibió un matiz de desaprobación y resentimiento en el tono de su madre. Sonrió. Le habría sorprendido que reaccionara de otro modo.
¿Cómo estás?, preguntó.
Bien. Hemos tenido algunos problemas en el Gremio que se han resuelto en los últimos días. Me temo que tenemos a una nueva maga negra. Dos aprendices consiguieron aprender la técnica a partir de un libro. Una de ellas la aprendió deliberadamente, la usó para matar, y engañó a la otra para que aprendiera también, a fin de culparla de un asesinato. La primera ha sido apresada y ejecutada. La otra... ha demostrado ser lo bastante honorable para readmitirla en el Gremio y la universidad, aunque con ciertas condiciones.
Lorkin no pudo evitar concebir una leve esperanza. Si el Gremio había perdonado a una aprendiz por iniciarse en la magia negra porque había mostrado un comportamiento honorable, ¿lo perdonarían a él por haberla aprendido para poder llevarles el secreto de la elaboración de piedras?
«Tendrán que adoptar una actitud más flexible hacia la magia negra si quieren empezar a aplicar la magia para fabricar piedras —se dijo—. Y, aunque no lo hagan, volveré a Refugio.»
Por lo visto han sido unos días emocionantes para ti, comentó.
Ni te lo imaginas. También tenemos a magos renegados extranjeros en la ciudad. Controlan casi todos los bajos fondos. Pero ya te contaré esa historia cuando llegues aquí.
Estoy deseando oírla.
Bueno, ¿qué misión es esa que la reina Traidora te ha encomendado?
La de negociar una alianza entre los Traidores y las Tierras Aliadas.
Sonea tardó unos instantes en responder.
Deduzco que el plan no incluye al resto de Sachaka.
No.
Al parecer te esperan días emocionantes a ti también.
Sí.
¿Quieres que informe de esto a Osen y Balkan?
Sí. La reina me envió aquí porque la ruta del paso no es segura en esta época del año. Sospecho que si intento marcharme de Arvice, los sachakanos tratarán de impedírmelo. Estoy atrapado aquí hasta que Dannyl regrese y me ordene oficialmente que vuelva a Kyralia.
Me ocuparé de ello enseguida. En fin, ¿a qué viene este interés súbito por establecer una alianza? Tenía la impresión de que los Traidores eran demasiado reservados para relacionarse con el mundo exterior.
En parte sí, y en parte no. Es... complicado. Tiene que ver con papá.
Ah. Dannyl me ha contado lo que le explicaste: que Akkarin les prometió algo a cambio de que le enseñaran magia negra, pero no cumplió su palabra.
Prometió enseñarles a sanar con magia, pero regresó al Gremio porque quería advertir a todos lo que tramaban los ichanis. Zarala me entregó un anillo de sangre que le había pertenecido...
¡Oh! Me dijo que había hecho tres anillos de sangre, pero nunca reveló dónde estaba el tercero.
Ella lo utilizaba para comunicarse con él. Me dijo que siempre surgía algo que le impedía volver, y que después de la muerte de su hija dejó de usar el anillo. Una enfermedad había azotado a los Traidores y matado a muchos de ellos, y muchos lo culparon a él porque creían que la sanación mágica los habría salvado. Pero su acuerdo no se reducía a eso. Zarala prometió a papá otra cosa que no pudo hacer. No me aclaró de qué se trataba, pero era algo tan secreto que ni siquiera podía revelárselo a su pueblo. Según ella, enviarme a negociar una alianza tenía algo que ver con intentar llevar a cabo lo que había prometido.
Lorkin aguardó a que su madre asimilara toda esta información.
Me encantaría conocer a esa mujer, dijo al fin. No era exactamente lo que él esperaba. Creía que comentaría algo sobre el hecho de que su padre les ocultaba algo a todos. «Por otra parte, era un hombre con tantos secretos que tal vez no le sorprenda enterarse de que hubiera más.»
Espero poder hacerlo posible. Pero ella tiene muchos años. No creo que sea capaz de desplazarse para reunirse contigo.
¿Muchos años, dices? Entonces debía de ser mucho mayor que Akkarin cuando se conocieron. ¿Conoces algún detalle sobre las condiciones propuestas para la alianza?
No. La red de espías infiltrados entre los esclavos está preparada para transmitir las instrucciones. Si el Gremio accede a celebrar una conferencia con los Traidores, debemos avisarles para que ellos elijan un lugar seguro. Pero sí puedo decirte una cosa: cuando estaba allí, aprendí a elaborar gemas con propiedades mágicas.
Dannyl averiguó varias cosas sobre esas gemas recientemente, durante su estancia en Dunea. Dice que los Traidores robaron dichos conocimientos a los dúneos. Se entusiasmará cuando sepa que te los han transmitido a ti. Bueno, él y todo el Gremio.
¿Has tenido noticias suyas?
Se puso en contacto con Osen hace unos días.
¿Seguía en Dunea?
Sí.
Lorkin masculló una maldición. Dannyl tardaría muchos días en llegar a Arvice.
¿Puedes pedirle a Osen que le diga a Dannyl que estoy aquí? Y que se dé prisa en volver.
Por supuesto. ¿Hay algo más que los Traidores puedan ofrecernos si entablamos esa alianza?
Bueno..., la técnica para elaborar piedras no sirve de nada si uno no dispone de una fuente de gemas, y puede entrañar un riesgo que el Gremio no esté dispuesto a asumir. Creo que los Traidores accederían a intercambiar piedras por otras cosas. Ahora poseen conocimientos rudimentarios de sanación mágica, pero no les vendría mal la ayuda de buenos maestros. Quizá también se ofrezcan a apoyarnos si Sachaka ataca de nuevo las Tierras Aliadas.
¡Ah, esto le encantará al Gremio! ¿Hay algo más? Tengo que ir a contárselo de inmediato.
Creo que no. Si se me ocurre algo, me pondré el anillo. Y dentro de unas horas contactaré de nuevo contigo, por si el Gremio necesita hacerme alguna pregunta o tú tienes que decirme algo.
Buena idea. Ah, Lorkin...
¿Sí?
Me alegro mucho de que hayas vuelto. Te quiero y estoy muy orgullosa de ti.
Aún no he vuelto, mamá, pero... gracias. Yo también te quiero.
Lorkin se quitó el anillo y se lo guardó en el bolsillo. Se percató de que sonreía, pese a que nadie podía verlo. «Nos esperan días emocionantes —pensó—. Menos mal que tengo este anillo y puedo encarrilar las negociaciones a través de mi madre, pues de lo contrario no tendría nada que hacer aquí mientras espero a que llegue Dannyl excepto comer, dormir y conversar con Merria.»
A juzgar por el parloteo incesante al que se había entregado la nueva ayudante de Dannyl aquella mañana, la sanadora había estado muy aburrida, metida en la Casa del Gremio con poco trabajo y sin compañía desde que Dannyl se había marchado. Aunque había hecho algunas amigas entre las mujeres sachakanas, no había podido salir de la Casa del Gremio durante la ausencia de Dannyl.
A pesar de todo, Lorkin tenía que reconocer que era agradable hablar con otros magos del Gremio después de tanto tiempo. Estaba deseoso de oír noticias detalladas sobre la vida en Imardin, y de conocer los avances de Dannyl en su investigación desde que se habían separado, sobre todo los relativos a la piedra de almacenaje.