25
Dar y retener

El paisaje en torno a Refugio había cambiado tanto desde la última vez que Lorkin había viajado por él que parecía que la ciudad se hubiera elevado en el aire para posarse en un sitio distinto. Todo estaba cubierto de nieve, que se había acumulado en grandes ventisqueros y se adhería a las laderas rocosas. De todos los salientes y ramas de los árboles torcidos por el viento colgaban carámbanos.

Antes de marcharse de la ciudad, Tyvara le había vendado los ojos y lo había hecho salir por otro acceso secreto tras recorrer un pasadizo largo. Una vez fuera, habían avanzado por los valles, evitando la nieve traicionera de las crestas, que podía ceder bajo los pies. Su medio de transporte también era diferente. Cada uno tenía una tabla lisa, curvada por delante y con provisiones atadas por detrás, que utilizaban como trineos individuales. Deslizarse por la pendiente resultaba estimulante y desde luego más agradable que arrastrar los trineos cuesta arriba, caminando con dificultad por la nieve.

Habían viajado así durante tres días, a un ritmo lento pero constante. Por la noche desenrollaban las esteras que formaban parte del equipo de viaje de todo Traidor y dormían bajo las estrellas, calentándose con magia. Hablaban alguna que otra vez, cuando ir en trineo o avanzar trabajosamente por la nieve no se lo impedía, pero de noche ambos estaban demasiado cansados para conversar.

No habían recorrido mucho trecho el tercer día cuando el cielo se oscureció y empezó a soplar un viento muy fuerte. La nieve que caía en remolinos pronto se hizo tan densa que formaba una cortina que reducía la visibilidad a unos pocos pasos de distancia. Tyvara lo guió hasta un sendero angosto que discurría junto a la pared de un precipicio —o más bien un pliegue en la roca— y hacía bajada. Tenían que llevar los trineos a cuestas, lo que implicaba que el descenso fuera aún más precario. Lorkin se preguntó por qué Tyvara no se detenía a buscar un lugar resguardado en el que esperar a que pasara la ventisca, pero antes de que pudiera alzar la voz para proponérselo, la boca de una cueva apareció delante de ellos.

Se adentraron rápidamente en la oscuridad. Tyvara creó un globo de luz que reveló una especie de túnel en el interior de la caverna. Estaba delimitado a un lado por una pared de hielo. «Debe de ser un hueco bajo un saliente que ha quedado sepultado», pensó Lorkin mientras seguía a Tyvara a través de la cueva. Cuando llegó a una zona llana, ella dejó el trineo en el suelo. Él dejó caer el suyo al lado y exhaló un suspiro de alivio.

—Será mejor que nos quedemos aquí hasta que el tiempo mejore —dijo Tyvara.

Lorkin asintió en señal de conformidad. Al ver a Tyvara desenrollar las esteras, se puso de mejor humor. Al menos ahora podrían pasar un rato juntos, sin estar agotados o en marcha. Además, aquello retrasaría el momento de la despedida.

Tras sentarse en su estera, se puso a calentar un poco de agua para preparar raka. Ella le sonrió cuando le entregó una taza humeante.

—Esto es el principio de un valle más grande que se extiende hasta las llanuras sachakanas —le explicó—. Podrás descender por él fácilmente hasta encontrar el camino.

—Entonces, ¿hasta aquí has llegado?

Ella lo miró con expresión inescrutable.

—Sí.

«¿Y ahora qué? —se preguntó él—. ¿Volveremos a vernos algún día? ¿Me añorará al menos?» Una mezcla de emociones le atenazó la garganta: anhelo, duda, arrepentimiento, incluso amargura. Tenía ganas de expresarlo todo de alguna manera, pero recordó lo que Chari le había dicho de Tyvara. No quería que nadie la agobiara. Si intentaba estrechar el vínculo con ella solo conseguiría ahuyentarla.

—Estoy... —empezó a decir ella.

Lorkin aguardó a que continuara, pero ella guardó silencio, con el entrecejo fruncido.

—¿Sí? —preguntó él. «No intentar estrechar el vínculo es una cosa, pero no pienso permitir que deje frases misteriosas en el aire.»

Tyvara sacudió la cabeza.

—Sabía que esto pasaría. No quería encariñarme contigo porque sabía que, si lo hacía, algo te apartaría de mi lado.

De pronto, él no podía dejar de sonreír. Ella alzó la vista y frunció el ceño de nuevo.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Yo también te quiero —dijo él.

Ella lo miró con fijeza, y entonces una sonrisa se dibujó despacio en sus labios.

—Esto no se me da muy bien, ¿verdad?

Él meneó la cabeza.

—Fatal.

—Bien..., ya está dicho. Menuda pareja somos. Bueno, una pareja no, porque tú volverás a casa, y yo... En fin, yo también.

—Si te sirve de consuelo, te prometo que regresaré.

Ella extendió la mano y le tocó la boca.

—Nada de promesas.

Él emitió un quejido y la tomó de la mano.

—¿Nada de promesas? Al menos me gustaría tener la seguridad de que no te meterás en la cama con otro mientras yo no esté.

Ella soltó una carcajada breve.

—Pese a todos nuestros esfuerzos por asumir los papeles que los hombres desempeñáis en otras sociedades, las Traidoras no hemos conseguido imitar todas vuestras costumbres despreciables. Aunque he de reconocer que hay algunas mujeres que parecen empeñadas en acostarse con todos los hombres de Refugio —agregó, torciendo el gesto.

Él la miró.

—Eso no es una promesa.

—Es todo lo que conseguirás de mí —afirmó ella.

Él se encogió de hombros y tomó un sorbo de raka. «Vaya. Ni que le hubiera pedido que se casara conmigo. Ni siquiera sé cómo funciona eso aquí. Las mujeres eligen a su hombre, así que supongo que ella tendría que pedírmelo.»

—Deberías absorber un poco de mi energía antes de irte —dijo ella en voz baja.

Lorkin posó los ojos en ella, sorprendido.

—¿Por medio de la magia negra?

—Por supuesto. No te has dado cuenta, porque es algo que se hace en privado, pero los Traidores no-magos suelen donar energía a los magos. No hubo tiempo para conseguir que alguien te la donara a ti antes de tu partida. Yo tengo energía de sobra, y puedo reponerla fácilmente cuando regrese. No deberías adentrarte de nuevo en Sachaka sin aumentar tus reservas. A los ashakis puede parecerles sospechoso que un mago kyraliano ande por ahí sin una túnica. Quizá incluso te reconozcan y, sabiendo dónde has estado, te traten como a un Traidor. La piedra de bloqueo mental impedirá que descubran nada sobre nosotros leyéndote la mente, pero no que intenten sacarte la información por otros medios. Absorber un poco de mi energía no servirá para mantenerlos a raya durante mucho tiempo, pero quizá te permita alejarte de ellos si no cuentan con que la tengas.

Lorkin sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda. Apartó la vista, esperando que su expresión no delatara su miedo.

—¿Es...? ¿Me está... permitido aceptarla? —preguntó.

—Claro que te está permitido. De hecho, es una propuesta de la reina. También me propuso que te enseñara a practicar la Muerte del Amante.

Él fijó la mirada en ella y notó que se le encendía el rostro.

—¿Contigo?

Ella sonrió.

—¿Con quién, si no?

—Pero... —Era evidente que Tyvara no pretendía que él la matara, y desde luego esperaba que la intención de la reina no fuera que ella lo matara a él.

La joven sonrió.

—No te preocupes —dijo—. Aunque el nombre no es muy atrayente, la técnica no solo es útil para matar personas o vaciarlas de energía hasta dejarlas agotadas. Para la mayoría de las parejas o amantes es una manera mucho más placentera de dar o recibir energía. —Había arqueado las cejas al decir «mucho más placentera», y ahora lo observaba tímidamente, con una expresión provocativa en sus ojos negros.

A Lorkin se le aceleró el pulso. Esperaba haber entendido bien lo que ella insinuaba. Pero podía estar equivocado...

—Bueno, ¿quieres que te enseñe?

Él asintió.

—Hace falta cierto autocontrol para que un hombre lleve a la mujer hasta el punto en que puede extraer energía de ella. ¿Crees que serás capaz?

Él sonrió y asintió de nuevo.

—Pues entonces, empecemos con la clase.

Durante qué importa cuánto rato, Lorkin aprendió algo más que una variedad exótica de magia. Siguiendo las indicaciones, entró en sintonía con su nueva conciencia de la energía que tenía en el interior de su cuerpo, y de los puntos en que se rozaba con la de ella. Cuando percibió que la barrera natural de Tyvara se debilitaba..., le pareció tan fascinante en muchos aspectos que estuvo a punto de olvidarse de absorber energía de ella.

Entonces advirtió que al hacerlo prolongaba el momento para ella y comprendió por qué a Evar no le había molestado tanto que lo vaciaran. De pronto estaba ansioso por aprender qué se sentía al ceder energía. Dejó de acumular magia porque no sabía cuánta podía absorber sin que resultara peligroso.

—¿Confías en mí? —preguntó ella cuando hubo recuperado la compostura.

Él se apresuró a mover la cabeza afirmativamente. Ella se rió y a continuación le enseñó por qué dar era aún mejor que recibir.

A pesar de que las camas eran estrechas y duras, de los ronquidos de Tayend y de la continua e irritante sensación de tener polvo en las fosas nasales y los pulmones, Dannyl durmió como un tronco y al despertar vio que el sol se colaba por la lona entreabierta. Se levantó y salió. Había una manta extendida delante de la tienda, y él le quitó el polvo con la mano antes de sentarse para observar las actividades que se desarrollaban en el campamento.

No mucho después, una mujer se asomó por detrás de una tienda de campaña, le sonrió y desapareció. Al poco rato regresó con una bolsa tejida en bandolera repleta de comida y un cuenco con agua. Los alimentos eran parecidos a los que les había proporcionado el guía; fruta y carnes en conserva producidas y preparadas abajo, en el cañón. «Aquí arriba es poco lo que se puede producir, y aunque he visto algunos animales domésticos, no he visto plantas que les sirvan de forraje.»

Estuvo cavilando sobre cómo conseguían los dúneos del campamento dar sustento al ganado y a sí mismos hasta que otras dos personas salieron de la tienda. Tayend y Achati parpadearon, deslumbrados por el sol de la mañana, y luego se sentaron junto a Dannyl en la manta, aunque Achati permaneció el rato suficiente junto a la entrada para despertar al guía.

El hombre salió refunfuñando, pero se animó al ver la bolsa con comida. Se alejó por entre las tiendas y volvió con un fardo lleno de utensilios. Cuando sacó unas tazas y un paquete de raka en polvo, Dannyl los cogió y comenzó a preparar la bebida, calentando primero el agua con magia y vertiéndola después en las tazas sobre varias cucharadas de raka.

Comieron. Esperaron. El sol continuó su ascenso en el cielo, y en cierto momento tuvieron que refugiarse en la tienda para evitar sus rayos. Dentro, el ambiente era sofocante además de caluroso, pero al menos no les ardía la piel.

Poco después de que el sol llegara a su cénit, el anciano de la tribu que había hablado en nombre del grupo la noche anterior entró en la tienda.

—Cuando hablamos como una sola voz, somos anónimos —dijo—, pero ahora hablo solo por mí. Me llamo Yem. —Se llevó la mano huesuda al pecho por un instante y adoptó una expresión seria—. Hemos hablado hasta que el sol ha vuelto, y hemos decidido. Hemos sometido nuestras decisiones a la prueba del sueño y a una segunda deliberación. No hemos cambiado de parecer. Daremos nuestras respuestas a uno solo. —Se volvió hacia Dannyl—. El mago embajador Dannyl.

Este miró a Achati, que se encogió de hombros. «Supongo que no le sorprende mucho. Los dúneos no tienen muchos motivos para fiarse de él. Aunque, bien pensado, tampoco los tienen para fiarse de mí.» Tayend había abierto la boca como para protestar, pero no dijo nada. Yem posó la vista en él.

—¿Tienes preguntas también?

Tayend negó con la cabeza.

—No. Solo tengo curiosidad por oír las respuestas.

—Es el mago embajador Dannyl quien deberá decidir si puedes oírlas o no —dijo Yem. Clavó los ojos en Dannyl con expectación.

Este cogió su cuaderno y se puso de pie.

—Es un honor para mí que ustedes y su pueblo me hayan elegido para oírlas.

Yem sonrió, le indicó que lo siguiera y salió de la tienda. Al mirar atrás, vio que Achati le dedicaba una sonrisa alentadora y que Tayend ya parecía aburrido. Se volvió al frente y caminó detrás de Yem entre las tiendas.

—Hemos encontrado a una Guardiana de la Sabiduría que está dispuesta a hablar contigo —le dijo Yem—. ¿Juras que no intentarás saber su nombre ni hablarás a los demás de ella?

—Juro que no investigaré ni revelaré su identidad —respondió Dannyl.

Circundaron otra tienda y de repente avanzaban a paso veloz por el desierto gris. Más adelante, Dannyl divisó un refugio que consistía en unos palos cubiertos por una tela grande atada por las esquinas a unas estacas. El suelo bajo sus pies era duro y polvoriento. «¿Puede considerarse un desierto, en sentido estricto, si no hay arena?», se preguntó Dannyl.

El sol caía sobre ellos, implacable. Dannyl notó que la frente se le empapaba de sudor y se la limpió con el dorso de la mano.

Yem soltó una risita.

—Hace calor.

—Sí —convino Dannyl—, y eso que estamos en invierno.

El anciano apuntó hacia el oeste.

—Por ahí, muy lejos, los volcanes están cubiertos de nieve. Es un lugar alto y frío.

—Me encantaría verlo.

Yem se encogió de hombros.

—Si los volcanes despiertan, la nieve se derrite. Entonces sufrimos inundaciones. Es muy peligroso, pero no tanto como los ríos de piedra fundida. —Miró a Dannyl—. Llamamos a las inundaciones «lágrimas de volcán», y a los ríos rojos, «sangre de volcán».

—¿Y a la ceniza?

—Estornudos de volcán.

Dannyl sonrió, divertido.

—¿Estornudos?

Yem soltó una carcajada, un ladrido breve que a Dannyl le recordó a Unh.

—No, miento. Tenemos muchos nombres para la ceniza. Hay muchas clases de ceniza. Ceniza caliente y fría. Ceniza nueva y vieja. Ceniza que cae seca y ceniza que cae húmeda. Ceniza que cubre el cielo. Tenemos un nombre en dúneo para cada clase. Hace más de cincuenta inviernos, uno de los volcanes estalló, y el cielo se cubrió de ceniza durante muchos meses.

—Debió de ser la erupción que provocó largos inviernos en Kyralia.

—¿Tan grande fue su alcance? —Yem asintió para sí—. Es un volcán poderoso.

Dannyl no respondió, pues ya habían llegado al refugio. Suspiró aliviado cuando se colocó a la sombra. Los mismos ancianos con quienes había hablado la noche anterior estaban sentados en círculo sobre una manta, junto con dos hombres más y una mujer mayor. Yem indicó a Dannyl que se acomodara en un hueco entre dos de los hombres, y rodeó el círculo para ocupar un lugar en el extremo opuesto.

Yem miró a los hombres, uno a uno, y por último posó los ojos en la mujer.

—Habla, Guardiana. Dale tus respuestas al mago embajador Dannyl.

La mujer observaba a Dannyl con una mirada atenta y calculadora. Aunque su expresión era indescifrable, parecía denotar algo de nerviosismo y desaprobación.

—¿Deseas saber lo que las piedras pueden hacer? —preguntó.

—Así es —asintió él.

—Hacen todo lo que un mago puede hacer —dijo ella—. Convierten la magia en calor. Pueden actuar como un dique o un escudo. Crean luz. Pueden mantener algo inmóvil. —Dirigió la vista hacia un punto lejano, y su voz adquirió el tono de una maestra que recita una lección que conoce bien—. Pueden elaborarse dos tipos de piedra. A una se le puede enseñar a realizar una tarea, pero la magia debe proceder del portador. A la otra se le puede enseñar a realizar una tarea, y contiene magia para ello. Ambas pueden ser fabricadas para utilizarse una sola vez o varias, pero cuando se agota la reserva de magia, hay que reponerla. —Parpadeó y lo miró—. ¿Lo has entendido?

—Creo que sí —respondió él—. Entonces, si una piedra puede contener una reserva de magia, ¿es una piedra de almacenaje?

Ella alzó la barbilla.

—No como las que mencionaste anoche. Los pedreros prudentes limitan la magia que puede contener la piedra. Casi todas las piedras se rompen si acumulan demasiada magia. Para evitar que se rompan, las hacen de modo que solo puedan acumular cierta cantidad. —Juntó las manos ahuecadas—. La piedra que mencionaste no tiene límite. —Abrió los brazos, con los dedos separados—. Las piedras que no se rompen son poco comunes. No hay forma de saber si se romperán o no. Y, aun cuando no se rompen, son peligrosas. Cuanta más magia contienen, más peligrosas son, del mismo modo que es peligroso que un mago absorba y acumule mucha energía. Es fácil perder el control.

Dannyl irguió la espalda, sorprendido e interesado.

—¿Me está diciendo que si un mago negro, un mago que conoce la magia superior, absorbe mucha energía, esta puede escapar a su control?

Ella guardó silencio, obviamente dedicando un momento a interpretar las palabras menos familiares que él había empleado, y asintió.

—Hace mucho, mucho tiempo, el lugar donde ahora vivimos dúneos y sachakanos estaba habitado por muchos pueblos. Tenían ciudades en las montañas donde se fabrican las piedras y siempre estaban en guerra unos con otros. Quienes tenían más piedras eran más poderosos. Una reina perdió sus cuevas de piedras e intentó ser ella misma una piedra. Absorbió cada vez más magia de su pueblo. Pero perdió el control sobre esa magia y ardió, y fue entonces cuando surgió el primer volcán. Su gente quedó teñida de color ceniza. —Se pellizcó la piel del brazo entre el índice y el pulgar y sonrió—. Las piedras de almacenaje son como los magos. Más vale acumular un poco de energía, usarla y luego reponerla.

«Me pregunto cuánta energía tiene que absorber un mago negro para perder el control —pensó Dannyl—. Evidentemente, más de la que Sonea y Akkarin acumularon para defender Imardin. Hummm, será mejor que se lo cuente a Sonea. No queremos que Imardin se convierta en un volcán.»

—No temas —dijo la mujer, malinterpretando su mirada de preocupación—. Ya nadie fabrica piedras de almacenaje. Dejaron de intentarlo porque era demasiado peligroso, y luego olvidaron cómo se hacía.

Él asintió.

—Me alegra oír eso. —Entonces lo asaltó una duda y frunció el ceño—. Si se puede enseñar a una piedra a hacer todo lo que un mago puede hacer, ¿se le puede enseñar magia negra, o lo que los sachakanos llaman magia superior? ¿Puede una piedra absorber energía de una persona?

Ella sonrió.

—Sí y no. Puede fabricarse una piedra que absorba magia, pero no funcionará a menos que se haga un corte en la piel de la persona que la toca, o se consiga que alguien se la trague, con engaños o por la fuerza. No absorberá más que la cantidad para la que fue fabricada, o se romperá. Tendría que poder contener mucha magia para matar a un mago.

Dannyl se estremeció al imaginar lo que sería tener una piedra cargada de magia negra en su estómago, consumiéndole la vida. Pero tal vez no podría absorber de él la energía suficiente para matarlo, y su organismo acabaría por desecharla. «De todos modos, me debilitaría, y tal vez me haría mucho daño por dentro si se rompiera.»

—¿Qué sucede cuando una piedra se rompe? —inquirió.

—Puede romperse en muchos pedazos —contestó ella, abriendo los dedos de ambas manos— o resquebrajarse. Si tiene magia almacenada, esta puede liberarse de muchas maneras: tal como se enseñó a la piedra a usarla, sin forma o en una forma distinta.

Dannyl movió la cabeza afirmativamente. «O sea que, o enciende un brillo cálido en tu interior, o te hace jirones y te reduce a cenizas. Qué bien. Me parece que esas piedras nos ofrecerían tantas posibilidades de hacer el mal como el bien.»

—¿Cuánto saben los Traidores acerca de la elaboración de piedras?

Ella bajó las cejas.

—Tanto como nosotros, y más. Antes comerciaban con nosotros, pero abusaron de nuestra confianza y nos robaron los secretos.

Él asintió con un gesto comprensivo. Así que era cierto. Reflexionó sobre lo que debía preguntar a continuación. Quería saber cuán difícil era y cuánto tiempo requería la elaboración de piedras, pero decidió que eso sería pedir demasiados detalles. Si las piedras eran difíciles de fabricar, esta información podía ser utilizada en contra de los dúneos. No; si tenía la oportunidad de formular más preguntas, debía aprovecharla para recabar datos relevantes para su libro.

—¿Cómo creen los dúneos que se creó el páramo?

—Sabemos lo que nos habéis contado —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Antes solo sabíamos que el Gremio lo había hecho.

¿Qué más podía revelarle aquel pueblo acerca de la historia de la magia? Le interesaba saber más sobre sus orígenes. Tal vez podían hablarle de otros pueblos antiguos que vivían en las montañas, como el que había ocupado Armje, la ciudad de Elyne que ahora estaba en ruinas.

—Quiero saber más acerca de los pueblos que ha mencionado, los que habitaban en las montañas hace mucho tiempo.

—Lo que sabemos son solo historias —le advirtió ella.

—Aun así, son la única información que tenemos de aquella época, y las historias que perviven después de tanto tiempo suelen ser buenas.

Ella sonrió.

—Muy bien. —Miró a Yem—. Pero hay muchas, muchas historias. Tal vez te las cuente en otro momento.

—Cuando haya terminado esta reunión —convino Yem. Escrutó a Dannyl con la mirada—. Hay otras cosas que queremos decirte —añadió—. Cosas que no son respuestas a tus preguntas.

Dannyl paseó la vista por los otros ancianos, que ahora lo observaban con fijeza.

—¿Sí?

—Sabes que los Traidores robaron nuestros secretos. Han ampliado sus conocimientos más que nosotros. Nosotros sabemos fabricar piedras que impiden que un mago lea la mente de una persona. Ellos tienen piedras que hacen que un mago vea los pensamientos que espera ver.

A Dannyl le dio un vuelco el corazón. «¡De modo que es así como sus espías evitan que los descubran y mantienen en secreto la ubicación de su ciudad! —Entonces una sensación fría lo invadió—. Si Achati se enterara de esto..., se lo diría a su rey, y luego tal vez a otros ashakis. Todos registrarían a sus esclavos en busca de piedras y se las quitarían. Matarían a miles de esclavos, después de leerles la mente. Encontrarían el bastión de los Traidores y lo destruirían..., con Lorkin dentro.»

Lo que significaba que no podía contárselo a Achati. Aunque Lorkin estuviera a salvo, Dannyl no quería ser responsable de la muerte de tanta gente. «De todos modos, no me corresponde a mí tomar una decisión tan importante. —Sintió una oleada de alivio cargado de culpabilidad—. Le corresponde al Gremio, y lo más probable es que se sometan a los deseos de los gobernantes de las Tierras Aliadas, o al menos del rey de Kyralia.»

Si los ancianos y la mujer de la tribu repararon en la sorpresa y el horror de Dannyl, no hicieron comentarios al respecto.

—Hace medio ciclo lunar, los Traidores irrumpieron en nuestras cuevas y rompieron todas las piedras —prosiguió Yem. Dannyl alzó la vista y miró al anciano a los ojos al caer en la cuenta de lo que esto debía de significar para los dúneos—. Tememos que planean hacer la guerra. Tal vez invadir Dunea. Tal vez luchar contra los ashakis.

—¿Por qué habrían de romper las piedras de los dúneos si quieren iniciar una guerra civil contra los ashakis?

—Para asegurarse de que nadie pudiera utilizar piedras mágicas contra ellos.

—Si invadieran a los dúneos, los ashakis intervendrían.

Yem asintió.

—Luchar contra los dúneos es luchar contra los ashakis, queramos o no.

Dannyl meditó sobre la noticia. «Dudo mucho que los Traidores se molesten en invadir Dunea antes de atacar a los ashakis. Pero tal vez tengan un motivo estratégico para hacerlo.» Tendría que pensar sobre ello. Por otro lado, los motivos del pueblo dúneo estaban muy claros.

—¿Me han revelado lo de las piedras que bloquean la lectura de la mente para que ponga sobre aviso al rey sachakano?

—No —respondió Yem con firmeza—. Buscamos la amistad con Kyralia y las Tierras Aliadas.

Dannyl recorrió el círculo con la vista, sorprendido. Todos lo observaban con expectación.

Yem asintió.

—Lo hemos discutido durante mucho tiempo. Los ashakis descubrieron que invadir Dunea tiene un precio. Los Traidores no lo saben. Pero los ashakis son más crueles que los Traidores. Sabemos a quiénes preferimos como vecinos, pero ellos no nos quieren a nosotros. —Esbozó una sonrisa sombría—. Si Kyralia y Elyne están de acuerdo, tal vez podamos ayudarnos unos a otros.

Dannyl clavó los ojos en el anciano, que le sostuvo la mirada, impasible. Pensó en aquellas ofertas y predicciones. «Una alianza. Con un pueblo que sabe elaborar piedras.» Sonrió.

—Será un honor para mí negociar dicha alianza —aseveró—. Y me complacería en sumo grado contribuir a forjar la amistad entre nuestros pueblos.

Por toda respuesta, el anciano le dedicó una sonrisa amplia que dejaba al descubierto sus dientes.

A continuación comenzaron a hablar sobre cómo ambos pueblos podían ayudarse mutuamente, y Dannyl se percató de que, en aquel viaje que había emprendido con el único propósito de profundizar en su investigación, de pronto habían cobrado importancia sus funciones como embajador.

Ninguno de los magos en el despacho del administrador hizo el menor ruido cuando Lilia terminó de hablar. Echó un vistazo rápido en torno a sí. Algunos de ellos la miraban fijamente, otros presentaban un aspecto distante y pensativo. Todos tenían el entrecejo fruncido.

Ahora que había explicado todo lo ocurrido desde la primera vez que había hablado con Lorandra en la atalaya, se sentía totalmente agotada. Su cansancio no se debía a que hubiera consumido toda su magia, pues sus poderes se habían recuperado casi por completo de la pelea con Naki. Tampoco era de orden físico, ya que había recurrido a la sanación mágica para combatir la fatiga por falta de sueño. Estaba exhausta por la esperanza, el miedo, la pena, el sentimiento de culpa, el alivio y la gratitud que la habían embargado a lo largo del día anterior.

Su estado de ánimo oscilaba entre la resignación y la aceptación. No sabía si sencillamente le daba igual el castigo que el Gremio le impusiera por haberse fugado de la atalaya y convertido en una renegada, o si le faltaban fuerzas para pensar en ello. Estaba harta de los secretos y se había quitado un gran peso de encima al revelarlos.

Aunque le pasó por la cabeza la posibilidad de intentar ocultar el hecho de que había conseguido romper el bloqueo mental, sospechaba que Sonea había llegado a tiempo para verla luchar con Naki. No tenía idea de las consecuencias que esto tendría en su futuro. Quizá la encerrarían, y también a Naki, pero no les resultaría fácil impedir que escaparan.

Su mente no dejaba de dar vueltas a la traición de Naki.

«Aprendí yo sola, antes de conocerte.»

¿Por qué había entablado Naki amistad con ella? ¿Por lo menos eran ciertos los rumores sobre la atracción que sentía por las mujeres, o los besos formaban parte de su engaño? ¿Por qué había presionado —tal vez incluso engañado— a Lilia para que aprendiera magia negra? ¿O tal vez había matado a su padre sin querer y había decidido incriminar a Lilia?

Eso no tenía sentido. Para empezar, lord Leiden estaba vivo cuando Lilia lo había visto por última vez, y a partir de ese momento ella no se había separado de Naki hasta después de su intento de aprender magia negra.

«Entonces ella debió de matarlo de forma premeditada con la intención de culparme a mí.»

Sin embargo, Naki sabía sin duda que si Lilia no guardaba recuerdos de haber matado a lord Leiden, no habría pruebas de su culpabilidad. Quizá esperaba que los otros indicios —la sangre en las manos de Lilia— fueran lo bastante convincentes para que la condenaran.

«¿Y cómo llegó esa sangre a mis manos, para empezar?»

—¿Cómo puede haber tantas discrepancias entre el testimonio de Lilia y lo que la Maga Negra Sonea leyó en la mente de Naki tras la muerte de lord Leiden? —preguntó lady Vinara, expresando en voz alta la duda que inquietaba a Lilia desde el principio.

—Solo se me ocurren tres posibilidades, y ninguna parece probable —respondió el administrador Osen—. O la Maga Negra Sonea cometió algún fallo en su lectura mental, o Naki es capaz de confundir a quien intenta leerle la mente, o es Lilia quien sabe hacerlo.

—Entonces propongo que el Mago Negro Kallen les lea la mente a ambas jóvenes —dijo lord Balkan.

Osen desplazó la vista por la habitación. Todos los magos asintieron, incluida Sonea. Lilia reprimió un suspiro y se preparó para que escarbaran en su mente de nuevo.

«Soportaré lo que haga falta —pensó—. Aceptaré cualquier castigo que merezca con tal de que no me culpen de algo que no hice. —Eso era lo único que quería, ahora que ya no estaba enamorada de Naki—. Suponía que solo intentaba convencerme a mí misma de que no lo estaba, pero creo que es verdad. Cuesta querer a alguien que ha intentado matarte. El amor no es tan incondicional como cantan los poetas.»

—Que traigan a Naki —ordenó Osen, mirando a los magos que estaban más cerca de la puerta. Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Kallen—. Tiene permiso para leerle la mente a Lilia.

El Mago Negro Kallen se apartó de la pared contra la que estaba reclinado y rodeó unas sillas hacia donde se encontraba Lilia, delante del escritorio de Osen. La observó con una mirada reflexiva, extendió los brazos y colocó las manos a los lados de su cabeza. Ella cerró los ojos.

Notó algunas diferencias sutiles entre aquella experiencia y la anterior. Kallen la exploró con mayor lentitud, aunque eso tal vez se debía a que intentaba ser más meticuloso, pues sabía que la lectura mental de Sonea no había detectado la culpabilidad de Naki. Kallen examinó todos sus recuerdos, pero ella no percibió un solo pensamiento suyo, y él no le dirigió la palabra una sola vez. El único indicio de una reacción fue la relativa rapidez con que leyó sus sentimientos originales por Naki una vez que los encontró.

Ella solo se enteró de que había terminado cuando notó que sus manos dejaban de apretarle la cabeza. Abrió los ojos y los alzó hacia Kallen, que la miraba fijamente, con el ceño fruncido.

—No he visto nada que no nos haya contado —sentenció—. No hay engaño. Está convencida de que todo lo que ha dicho es cierto.

Kallen se hizo a un lado. Ella se percató de que los magos superiores habían vuelto los ojos hacia el fondo del despacho y, cuando vio qué estaban mirando, se le hizo un nudo en la garganta. Al mismo tiempo se apoderó de ella una extraña sensación de pánico, y el recuerdo inquietantemente vívido del tacto de una hoja fría contra la garganta le vino a la memoria.

—Tráiganla hacia aquí —dijo Osen.

Naki tenía el rostro pálido y taciturno. Cuando uno de los dos magos que la flanqueaban la empujó con firmeza para situarla ante Osen, ella arrugó el entrecejo. Posó la vista en Lilia y adoptó una expresión burlona, con los labios curvados en una mueca desdeñosa, pero Lilia no se sintió culpable. «Ya no es bonita —observó—. Algo la ha hecho cambiar. Algo ha cambiado dentro de ella.» Horrorizada y asqueada, se apartó todo lo posible sin salir del círculo formado por magos.

Kallen sujetó la cabeza de Naki y clavó la mirada en ella durante un rato. Todos observaban y esperaban en silencio. Naki mantenía los ojos abiertos, fijos en algún punto situado detrás del pecho de Kallen. Permaneció prácticamente inexpresiva cuando él comenzó a leerle la mente, aunque una pequeña arruga de concentración apareció entre sus cejas.

Tras una espera insoportablemente larga, Kallen la soltó por fin. Retrocedió un paso y miró a Naki con expresión ceñuda, visiblemente disgustado, antes de apartar la vista.

—Aprendió magia negra antes de la muerte de lord Leiden, por medio de la experimentación, pero no era consciente de que lo había logrado. De lo contrario, no habría alentado a Lilia a intentarlo. Un ladrón oyó hablar de ella y le hizo chantaje con el fin de que trabajara para él. También le ordenó que matara a Lilia.

—¿Cómo rompió el bloqueo de sus poderes mágicos? —preguntó Sonea.

—Ella cree —Kallen se volvió hacia ella— que no se realizó de forma correcta.

Sonea arqueó las cejas pero guardó silencio.

—Me parece que ha llegado el momento de devolver a estas dos jóvenes a sus celdas temporales —dijo Osen—. Ya hablaremos de esto con detenimiento más adelante.

Se llevaron a Naki primero, y Lilia se sintió aliviada cuando se marchó. Osen ordenó a otros magos que escoltaran a Lilia a su celda, para que Sonea, que la había acompañado a la reunión, pudiera quedarse.

Poco después, Lilia avanzaba por el pasillo de la universidad, sin apenas prestar atención a los dos magos que la custodiaban, preguntándose cómo era posible que ni Sonea ni Kallen hubieran podido penetrar en los pensamientos de Naki.

«Si ellos no lo consiguieron, aun valiéndose de la magia negra, ¿de verdad debo sentirme culpable por no haber sido capaz tampoco?»