Los caballos que transportaban a la gente cuesta arriba hasta la escarpa eran animales robustos y de patas cortas. Dannyl estaba seguro de que sus pies rozarían el suelo de no ser porque su montura tenía un vientre abultado. Las bestias no solían llevar jinetes, pues en Dunea —y en las zonas más áridas— los visitantes eran escasos. Estaban más acostumbradas a cargar con alimentos y otras provisiones.
Los carruajes eran demasiado grandes para circular por aquel angosto camino con curvas y revueltas tan pronunciadas que resultaban impracticables para los vehículos. La parte elevada de la pendiente estaba tan cerca que la bota de Dannyl raspaba de vez en cuando la pared de piedra. Su otro pie pendía sobre un precipicio casi vertical que descendía abruptamente hacia un tramo inferior del camino o hacia el lejano fondo del valle.
Aunque Dannyl no tenía miedo a las alturas, había notado que la amenaza constante de aquel abismo lo ponía nervioso. Achati apretaba los dientes y mantenía la vista en el camino que tenía delante, con aire resuelto. Tayend, pese a no contar con la posibilidad de recurrir a la magia si él o su caballo resbalaban, no parecía preocupado en absoluto.
La parte positiva de aquel trayecto peligroso y precario era la vista.
El camino arrancaba hacia la mitad del valle, cuyo extremo más ancho se extendía a su espalda, dividido en sembrados bordeados de caseríos. Una franja de arena gris claro separaba la tierra verde del mar azul. Ante ellos, el valle se estrechaba y las colinas se tornaban más ondulantes a medida que se aproximaban entre sí. Un reguero de agua discurría por el medio, destellando allí donde el sol se reflejaba en su superficie.
Al dirigir la mirada hacia delante, Dannyl vio que había varias personas de pie en el siguiente recodo. Los únicos trechos en que el camino era lo bastante ancho para que los viajeros se adelantaran unos a otros eran las curvas más cerradas. Saltaba a la vista que las personas que aguardaban eran dúneos: delgados, de tez agrisada y sin más vestimenta que una tela que les cubría la cintura y la entrepierna. Llevaban sacos grandes al hombro.
El guía los saludó cuando se encontraba cerca. Los dúneos —no había mujeres entre ellos— permanecieron callados e inmóviles. Quizá respondieron a su saludo con algún gesto, porque el hombre sonreía cuando dobló el recodo y enfiló la siguiente cuesta. Achati, el siguiente en girar, tenía la misma expresión de férrea determinación que cuando habían iniciado el ascenso. Dannyl dirigió una sonrisa a los hombres al pasar. Ellos le sostuvieron la mirada, con el rostro impasible, sin signos de hostilidad o de simpatía. Se preguntó si sentían tanta curiosidad hacia él como él hacia ellos. ¿Habían recibido antes la visita de algún kyraliano? ¿Y la de algún mago del Gremio?
«Tal vez yo sea el primero.»
Al mirar atrás, vio que Tayend le sonreía mientras su montura salía de la curva y se colocaba detrás de él. El elyneo amplió la sonrisa al percatarse de que Dannyl lo observaba.
—Emocionante, ¿verdad?
Dannyl no pudo evitar devolverle la sonrisa. Cuando se volvió de nuevo hacia delante, lo invadió una oleada inesperada de afecto hacia su ex amante. «Se toma la vida como una gran aventura. Eso es algo que echo de menos de él.»
—Y estamos a punto de llegar —añadió Tayend.
Al alzar la vista, Dannyl advirtió que el siguiente trecho de camino era corto. El corazón le dio un brinco cuando vio que el guía torcía a la derecha y desaparecía. Achati lo siguió, y luego le llegó el turno a Dannyl.
Tras una jornada entera a caballo, el cambio de paisaje fue tan brusco que Dannyl se quedó desorientado. De pronto, el horizonte había vuelto. El terreno era tan plano que no había nada entre Dannyl y la línea en que la tierra gris se juntaba con el cielo.
«Nada salvo un montón de tiendas de campaña», se corrigió mientras su caballo giraba para seguir al de Achati. Aun así, la aglomeración de hogares provisionales se fundía con el color de la tierra. Parecía una maraña de tela y palos.
—Hace calor aquí arriba —comentó Tayend, espoleando a su cabalgadura para que avanzara junto a la de Dannyl—. Si el invierno es así, me alegro de que no hayamos venido en verano.
—Debemos de estar tan al norte como Lonmar —respondió Dannyl—. Allí las diferencias entre las estaciones no son tan grandes como en el sur. Quizá en Dunea ocurra lo mismo.
Se abstuvo de añadir que el día estaba llegando a su fin, y que el calor que irradiaba el sol, que estaba bajo en el cielo, seguramente era menos intenso que al mediodía. Como en Lonmar, el aire era seco, pero tenía un sabor distinto.
«A ceniza —pensó. La notaba en la cara, más fina que el polvo que en Lonmar se colaba en todas partes—. Me pregunto si aquí habrá tormentas de arena igual de violentas.»
La zona de tiendas empezaba a unos cientos de pasos del precipicio. Cuando los jinetes se acercaron, los dúneos interrumpieron sus actividades para mirarlos fijamente. Tras dirigirles el mismo saludo, el guía tiró de las riendas de su caballo, que se detuvo a una docena de pasos de ellos.
—Estas personas han venido a hablar con las tribus —dijo en un tono bajo y respetuoso—. ¿Quién posee la Voz?
Dos de los hombres señalaron a un hueco entre las tiendas. El guía les dio las gracias y condujo a su montura hacia allí, con Achati, Dannyl y Tayend a la zaga. Cada diez tiendas, aproximadamente, el guía repetía la pregunta y se alejaba en la dirección que le indicaban los dúneos.
Pronto se encontraban rodeados de tiendas. Dannyl no alcanzaba a ver dónde terminaba el campamento. Algunas tiendas estaban raídas y cubiertas de parches, otras tenían un aspecto más nuevo. Todas estaban cubiertas de una capa de polvo gris. De tamaño similar, parecían albergar familias enteras, que comprendían desde niños pequeños hasta ancianos arrugados. Todas las personas de edades intermedias estaban ocupadas en alguna tarea —cocinando, cosiendo, tejiendo, tallando, lavando, remendando tiendas—, pero todas ellas con movimientos lentos y firmes. Algunos paraban para ver pasar a los forasteros. Otros continuaban con sus quehaceres, como si los visitantes no despertaran en ellos el menor interés.
Una cuadrilla de niños empezó a seguirlos. El grupo pronto se hizo más numeroso, pero aunque los críos reían, cuchicheaban y señalaban, no armaban alboroto.
El sol se hallaba muy cerca del horizonte cuando encontraron por fin lo que buscaban. Frente a una tienda que en nada se diferenciaba de las demás había un círculo de ancianos, sentados en el suelo con las piernas cruzadas, sobre una manta.
—Estas personas han venido a hablar con las tribus —dijo el guía, señalando a Achati, Dannyl y Tayend—. Tienen preguntas que hacerles. ¿Quién posee la Voz? ¿Quién puede responder a sus preguntas?
—Nosotros somos la Voz hoy —contestó uno de los ancianos. Se puso de pie y apartó la vista del guía, que estaba descabalgando, para posarla en Achati, Dannyl y Tayend, que desmontaron también—. ¿Quién hace las preguntas?
El guía se volvió y asintió en dirección a Achati.
—Preséntense —le indicó en voz baja—. Solo a ustedes, no a sus acompañantes.
Achati dio un paso al frente.
—Soy el ashaki Achati —dijo—, consejero del rey Amakira y acompañante de... estos hombres.
Dannyl avanzó hasta detenerse junto a él e inclinó la cabeza según la costumbre kyraliana.
—Soy el embajador Dannyl, del Gremio de Magos de Kyralia.
A continuación, Tayend ejecutó una reverencia cortesana.
—Soy Tayend, embajador de Elyne. Es un honor conocerles.
El anciano intercambió una mirada con sus compañeros, que asintieron. Se arrastraron hacia fuera para ampliar el círculo.
—Sentaos —los invitó.
—Hemos traído regalos —anunció Achati. Rebuscó en las alforjas de su caballo y extrajo un paquete, se acercó de nuevo al círculo de ancianos y lo depositó en medio.
—Conocéis nuestras costumbres —observó el portavoz— y las respetáis —añadió en un ligero tono de sorpresa e ironía.
Otro de los ancianos extendió las manos hacia el paquete y lo abrió. Dentro había cuchillos delicadamente trabajados, una caja que contenía una lupa de cristal, un rollo de papel de buena calidad y un conjunto de utensilios para escribir que incluían pluma y tinta. Los ancianos emitieron expresiones de agrado. A juzgar por el modo en que manipulaban los objetos, parecía evidente que estaban familiarizados con su uso, pese a que no debían de ser fáciles de conseguir en Dunea. El portavoz movió la cabeza afirmativamente.
—Haced vuestras preguntas. Sabed que tal vez no respondamos de inmediato. Tal vez no respondamos nunca.
Achati miró a Dannyl y asintió. Este repasó en su mente todos los enfoques que se había planteado durante el viaje.
—Hace muchos años acometí una empresa —comenzó—: la de escribir una historia de la magia. He buscado la respuesta a muchas preguntas relativas a acontecimientos tanto antiguos como recientes, y... —suspiró— las respuestas han traído consigo más preguntas.
Unos pocos ancianos esbozaron una sonrisa al oír esto.
—Mi descubrimiento más desconcertante fue el de que, hace muchos cientos de años, mi pueblo poseía algo llamado piedra de almacenaje. Estaba guardada en Arvice hasta que un mago, presa de la ambición o la locura, la robó. Los documentos de la época apuntan a que la utilizó, tal vez en un enfrentamiento con sus perseguidores, tal vez por error, tal vez incluso de forma deliberada, y que esto dio origen al páramo que bordea las montañas entre Sachaka y Kyralia.
Todos los ancianos asentían.
—Hemos oído hablar de ese páramo —dijo su líder.
—Las preguntas que deseo formularles son... ¿qué era la piedra de almacenaje? ¿Existen otras? ¿Se conserva el conocimiento sobre cómo elaborarlas? En caso afirmativo, ¿cómo puede un país defenderse contra su uso?
El portavoz rió entre dientes.
—Tienes muchas preguntas.
—Sí —convino Dannyl—. ¿Debo limitarlas?
—Puedes hacer todas las que quieras.
—Ah, menos mal. —Dannyl sonrió en señal de gratitud—. Tengo un montón. Bueno, más que nada quiero informarme sobre las gemas mágicas. No sobre los secretos de su elaboración, claro está. Pero constituyen un tipo de magia desconocido para mí. ¿Qué son capaces de hacer? ¿Qué limitaciones tienen? Un rastreador dúneo llamado Unh me dijo que los Traidores les robaron a ustedes parte de esos conocimientos. ¿Cuánto saben?
El anciano fijó la vista en Achati.
—También a ti te gustaría conocer la respuesta a esa pregunta.
Achati asintió.
—Desde luego, pero si desean hablar a solas con Dannyl, me retiraré.
El anciano arqueó las cejas. Miró a sus compañeros uno detrás de otro. Aunque ellos no hicieron señal alguna que Dannyl pudiera percibir, comunicaron de alguna manera su opinión a su líder, que, después de contemplar al último, alzó la mirada hacia Dannyl.
—¿Son todas las preguntas que quieres hacernos?
Dannyl asintió y sus labios esbozaron una sonrisa.
—A menos que las respuestas susciten más preguntas.
—Debemos discutir y decidir qué respuestas podemos darte —dijo el hombre—. Algunas solo puede dártelas un Guardián de la Sabiduría, que quizá no acceda a hablar contigo. Tenemos una tienda para invitados que ponemos a vuestra disposición para que durmáis en ella mientras esperáis.
Dannyl se volvió hacia Achati, que asintió.
—Nos sentimos honrados... y muy agradecidos por su invitación —contestó Dannyl.
A una voz del anciano, un joven salió apresuradamente de una tienda.
—Gan os acompañará hasta allí —dijo el portavoz, señalando al recién llegado.
Achati, Dannyl y Tayend se pusieron de pie y, junto con su guía, siguieron al joven a través del bosque de tiendas de campaña.
El sol del atardecer bañaba los jardines del Gremio en una luz fría. Los árboles y setos proyectaban sombras profundas, y Sonea había tardado un rato en encontrar un banco en el que aún diera el sol. Por fortuna, había pocos magos en los jardines, pues todavía se percibía cierto helor invernal en el aire. Ella notaba el frío de los listones de madera a través de la tela de su túnica.
Habían pasado dos días desde su conversación con Dorrien. La noche anterior ella había retrasado su llegada al hospital para no coincidir con él. Era consciente de que había sido un acto de cobardía.
«Pero aún no he decidido qué voy a decirle. —Sabía que debía explicarle que no podía mantener una relación que fuera más allá de la amistad—. Pero lo verá como una evasiva. "No poder" es distinto de "no querer". —Él le pediría que dejara claro que no sentía por él lo mismo que él había reconocido sentir todavía por ella—. Y si lo hago, él percibirá mi vacilación y mis dudas.»
Cuando se planteaba la idea, un anhelo traicionero se apoderaba de ella, pero tampoco estaba segura respecto al origen de esta sensación. «¿Es simplemente porque estoy necesitada de compañía, de alguien que me reciba cuando vuelva a casa?» ¿Se reducía todo a la falta de contacto físico?
«O sea que queda descartado decirle a Rothen que no quiero un esposo. Por otro lado..., es cierto que no quiero casarme.»
La compañía mutua y el deseo no bastaban para mantener una relación de ese tipo. También hacía falta amor. Amor romántico. «Y eso es lo que me hace dudar. ¿Quiero a Dorrien? No lo sé. Seguramente lo sabría si lo quisiera. Tal vez no es tan evidente en las personas mayores.»
El otro ingrediente que ella consideraba esencial era el respeto, y esto era lo que más la preocupaba. «Dorrien está casado. Si engañara a Alina conmigo, yo perdería el respeto hacia él. Y hacia mí misma.»
Cuando se imaginó diciéndole esto, sintió tal renuencia a estropear las cosas que empezó a dudar sobre sus dudas. Si no estaba segura de que lo amaba, ¿por qué se resistía a desechar toda posibilidad de una relación amorosa entre ambos?
«Cómo me gustaría poder hablar de esto con Rothen. —Sabía que no le parecería bien. Además, él señalaría, aunque tal vez no directamente, que la culpa era de ella por haber desaprovechado su oportunidad con Dorrien. Le disgustaría que hubiera problemas entre Dorrien y Alina—. Ojalá Dorrien se llevara a su esposa de vuelta a la aldea —pensó, y de inmediato se sintió culpable por ello—. Al menos Alina estaría más contenta —añadió sin poder evitarlo—. Dorrien también, a la larga. Siempre ha estado convencido de que es el lugar al que pertenece.»
Por otro lado, se había adaptado sorprendentemente bien a la vida en la ciudad. Tal vez el campo no lo entusiasmaba tanto como siempre había asegurado. Era una suerte, pues a Sonea le hacía mucha falta su ayuda para encontrar a Skellin.
«¿O tal vez no? Cery sigue encargándose de casi todo el trabajo. Un par de magos no es rival para una red de ladrones espías. Aun así, necesito que alguien me ayude a capturar a Skellin, sobre todo ahora que Lorandra se ha fugado. No puedo dejar que la tensión entre Dorrien y yo nos impida apresar a los renegados.»
Al no hablar con Dorrien, eso era justo lo que estaba ocurriendo.
Las sombras se habían alargado tanto que ahora solo le daba el sol en los hombros. Con un suspiro, se puso de pie y echó a andar hacia el sendero que discurría a lo largo de la universidad. «Más vale que acabe con esto de una vez.» Cuando llegó al sendero, se encaminó hacia la fachada del edificio. Faltaban un par de horas para que su turno comenzara oficialmente. Tenía tiempo de sobra para resolver aquel asunto.
La espera de un carruaje y el trayecto hacia el hospital le parecieron más largos de lo habitual. Tenía el pulso un poco acelerado mientras avanzaba por el pasillo hacia la puerta de la habitación en que Dorrien estaba trabajando. Llamó y respiró hondo cuando la puerta se abrió.
—Maga Negra Sonea —dijo una voz inesperada a su espalda.
Ella alcanzó a ver fugazmente el rostro de Dorrien, que tenía una expresión de esperanza y a la vez culpabilidad, antes de volverse hacia quien había hablado. Se trataba de un sanador joven, un lonmariano tímido que después de graduarse había decidido trabajar entre la gente de a pie antes de regresar a su casa para adquirir experiencia.
—¿Sí?
Tras hacer una reverencia, el hombre le entregó un papel doblado y lacrado, se ruborizó y se alejó a toda prisa.
Ella rompió el lacre y abrió la carta. Un escalofrío de emoción le bajó por la espalda al leer las instrucciones de Cery, pese a que sus mensajes anteriores le habían provocado frustración. Posó la vista en Dorrien, que la contemplaba con aire pensativo.
—Tu turno de hoy ha terminado, Dorrien —le dijo—, pero más vale que le envíes una disculpa a Alina por no ir a cenar. Tenemos trabajo que hacer en la ciudad.
—Esperad aquí.
Aunque era bajo y delgado, el hombre enviado por el ladrón llamado Enka para que los guiara hasta el punto de reunión había hecho gala de una sangre fría y una eficiencia que intimidaban más a Lilia que el corpulento guardaespaldas de Cery.
«Hay algo en él que me inquieta —pensó—. Me da la impresión de que está dispuesto a hacer sin vacilar cualquier cosa que su jefe le pida. Cualquier cosa.»
Había conducido a Anyi, Cery, Gol y Lilia hasta un almacén vacío y medio en ruinas situado en uno de los muelles menos utilizados del puerto. Anyi le había asegurado que varios hombres de Cery los seguían a una distancia discreta. Los vigilarían desde lugares ocultos y de los que podrían salir rápidamente si Cery hacía una señal para pedir auxilio.
—¿Dónde nos colocamos? —preguntó Anyi. Estaba alzando la vista—. Es una lástima que no podamos subir allí.
Lilia siguió la dirección de la mirada de la mujer. La estructura del almacén estaba a la vista, y las enormes vigas parecían lo bastante sólidas para mantener el edificio en pie durante mucho tiempo. En un extremo había habido una galería con una hilera de ventanas, pero las tablas de la tarima se habían podrido o alguien las había robado. Ella entendía por qué a Anyi le parecía un lugar estratégicamente situado; las ventanas ofrecían una vista del resto del puerto.
La luz de la luna que penetraba por ellas no permitía ver con claridad los detalles de la pared. Protegiéndose los ojos con una mano, ella advirtió que una de las vigas grandes que había servido de soporte para la tarima se sustentaba sobre ladrillos.
—Si lográramos subir, ¿crees que podríamos mantenernos en equilibrio sobre esa viga? —preguntó Lilia.
Anyi la examinó más de cerca y se encogió de hombros.
—Pan comido. —Miró a Cery y a Gol—. ¿Y qué decís vosotros?
Cery fijó los ojos en ella y sonrió.
—Imagino que podría arreglármelas. ¿Gol?
—Supongo. Pero ¿cómo vamos a subir hasta allí?
—Será fácil, con la ayuda de Lilia —aseguró Anyi.
Lilia pasó la vista de Anyi a Gol y disimuló una sonrisa. No era la primera vez que detectaba un atisbo de rivalidad entre los dos. Siguió a Anyi hasta la pared que tenía ventanas en la primera planta. Entonces Anyi dio media vuelta y aferró los brazos de Lilia.
—Haz lo que sabes hacer, Lilia.
Tras crear un disco de magia bajo los pies de ambas, Lilia se elevó con ella hacia la viga. Anyi se posó sobre ella con una gran sonrisa. Lilia bajó hasta el suelo.
Con un ligero encogimiento de hombros, Cery sujetó los brazos de Lilia. Juntos levitaron hasta la viga y, cuando él estaba a salvo encaramado sobre la pieza de madera, agarrado a la jamba de la ventana más cercana para no perder el equilibrio, ella descendió de nuevo.
Gol clavó la mirada en ella y luego la alzó hacia Cery con los ojos desorbitados. Retrocedió un paso, con las palmas hacia fuera.
—No pienso...
—Sube aquí, Gol —le ordenó Cery en tono cortante.
Lilia levantó la vista. Cery estaba asomado a una ventana, mirando hacia el exterior.
Cuando oyó que Gol se aproximaba, ella le devolvió su atención. El hombretón parecía no tenerlas todas consigo. Lilia oyó unos pasos fuera del almacén.
—Ahora —siseó Cery.
Alguien se acercaba.
Lilia se acercó a Gol y lo asió de los brazos, esperando que no soltara una exclamación de protesta o miedo. Los dos salieron proyectados hacia arriba. Contra lo que cabía esperar, él solo emitió un leve chillido de sorpresa. Ella se desplazó hacia una parte de la viga en la que había un montante robusto del que Gol podría agarrarse, y este de inmediato se abrazó a él.
Con los pies apoyados en la viga, Lilia expandió el disco para formar un escudo que los rodeara a todos, asegurándose de que fuera invisible.
Abajo, la puerta se abrió, y tres hombres entraron.
—No hace ruido —dijo uno de ellos—. Se han engrasado los goznes.
—¿Para esta reunión o para una anterior?
Nadie respondió, y los tres recorrieron el almacén con la mirada. Uno incluso la dirigió hacia las ventanas de arriba, pero al parecer no vio al grupo encaramado a la viga. «Debe de estar deslumbrado por la luz de la luna, como estábamos nosotros.»
Los hombres se marcharon. Lilia, que había estado conteniendo la respiración, soltó el aire y se acercó a una ventana. Las aberturas habían perdido hacía tiempo tanto el vidrio como el marco y los parteluces. Ella se asomó al borde de una de ellas, y lo que divisó en el exterior hizo que su corazón dejara de latir por unos instantes.
Un barco de pesca estaba amarrado al muelle. Los tres hombres que habían inspeccionado el almacén se dirigían al encuentro de dos pares de personas. Una de ellas era un anciano delgado que Lilia supuso que era Enka, pues iba acompañado del hombre que les había servido de guía.
La otra pareja estaba formada por un hombre bien vestido y más bien gordo, y una mujer esbelta que era aún más hermosa bajo la luna que a la luz del día. Lilia sintió que se le encendía una llama en el pecho.
«¡Naki! ¡Por fin la he encontrado!»
Detrás de los dos grupos había otros hombres. Ella no alcanzaba a distinguir si venían con el ladrón de Naki o con Enka.
«Tanto da —pensó—. No son magos. No pueden detenerme.» Subió un pie al alféizar y se paró por un momento.
—Adelante —susurró una voz a su lado. Al volverse, vio que Anyi se había arrastrado sobre la viga para situarse junto a la ventana—. Cery dice que no te olvides de proteger a Enka y a su segundo.
Lilia asintió en señal de agradecimiento, y acto seguido invocó magia y la lanzó en dos direcciones para envolver con ella a los aliados de Cery y a Naki. Se aupó al alféizar, agachándose bajo el dintel, y dio un paso hacia fuera.
Las personas del exterior no la vieron bajar flotando hasta el suelo, pero Naki estaba mirando en torno a sí, pues había detectado el escudo que la rodeaba y que había topado contra el suyo propio. «Ah, bien —pensó Lilia—. Puede protegerse sola.» Desactivó el escudo. Sin embargo, había algo en el escudo de Naki que la inquietaba. Echó a andar hacia los recién llegados, ocultándose en parte tras los tres hombres que habían inspeccionado el almacén.
—Hay otro mago aquí —dijo Naki en tono de advertencia.
Todos miraron alrededor y enseguida descubrieron a Lilia. Los tres hombres se apartaron, presa del miedo y la incertidumbre, mientras Lilia pasaba entre ellos.
—Naki —dijo ella, y sonrió. Su amiga la contemplaba sorprendida—. Cómo me alegro de verte. ¿En qué lío te has metido esta vez?
—Lilia. —Naki no pronunció el nombre con odio o en tono acusador, para alivio de Lilia. Pero tampoco con afecto—. ¿Qué haces aquí?
—He venido a ayudarte.
Naki iluminó su escudo con un destello de luz.
—Como puedes comprobar, no necesito tu ayuda.
Lilia fijó la vista en su amiga y comprendió qué era lo que la inquietaba. «Tiene razón. No necesita mi ayuda. Tiene poderes mágicos. De alguna manera, ella o alguna otra persona han conseguido deshacer el bloqueo. Eso es lo que me extrañaba tanto de su escudo; no debería ser capaz de generar uno.» Y entonces cayó en la cuenta de lo que significaban en realidad las palabras de Naki.
Naki no quería que la rescatara.
«Está contenta de trabajar para un ladrón. De hecho, seguramente desapareció a propósito. A menos que...» Entonces Lilia hizo algo arriesgado. Habló con su mente, lo más suavemente posible, con la esperanza de que nadie en el Gremio la oyera.
¿Te están extorsionando?
Naki se rió.
—No, tonta de remate. Esto es lo que planeé desde un principio: apartarme del Gremio, de sus normas y sus prejuicios asfixiantes, para ser libre de hacer lo que me plazca.
Ahora su mirada destilaba odio. Lilia sintió una oleada de culpabilidad que conocía bien, pero resistió el impulso de desviar la vista. «Yo no maté a su padre —se dijo—. No tiene ningún motivo para odiarme. —Pero seguía llena de dudas. Era evidente que Naki no quería que la salvara—. Y ahora ¿qué hago?»
Naki estaba infringiendo la ley, pero eso ya lo sabía. Señalárselo no bastaría para persuadirla de que regresara al Gremio. Por otro lado, si se enteraba de que Skellin la buscaba, tal vez se avendría a volver. Necesitaría la protección del Gremio. A no ser que... ¿Y si Naki no tenía inconveniente en trabajar para otro ladrón? Lilia se percató de que tenía que adoptar una estrategia distinta, un enfoque que apelara al carácter de Naki.
—¿De verdad eres libre? —preguntó Lilia, lanzando al ladrón gordo una mirada significativa.
Naki sonrió. Saltaba a la vista que ya se esperaba este argumento.
—Tan libre como deseo. Mucho más libre que en el Gremio.
—Pero ¿por cuánto tiempo? —inquirió Lilia—. Te están buscando. No me refiero al Gremio, sino a magos renegados muy poderosos.
—Genial. —Naki se encogió de hombros—. Pues me tomaré una copa con ellos y nos contaremos anécdotas.
—No es conversación lo que buscan —replicó Lilia, irritada ante la negativa de Naki a asumir el peligro—. Te obligarán a revelarles lo que dice el libro, y luego te matarán.
Naki frunció el entrecejo.
—¿El libro? —Se oyó un fuerte silbido procedente de algún lugar cercano al almacén, y la chica miró en aquella dirección antes de volverse de nuevo hacia Lilia—. Ah, ¿te refieres a la magia negra? Por favor, ¿tú crees que les enseñaría eso?
Algo comenzó a aporrear el escudo que Lilia mantenía en torno a los aliados de Cery. Al mirar a un lado, vio que el amigo ladrón de Cery y su acompañante intentaban salir de la barrera. Entonces advirtió que el ladrón gordo y sus hombres se alejaban hacia el barco de pesca. Esperando que no quedara nadie que pudiera hacer daño a los aliados de Cery, desactivó el escudo que los protegía.
Naki se dirigía hacia ella. Las sombras hacían que su sonrisa pareciera una mueca demencial.
—¿Sabes qué? —Ladeó la cabeza con expresión reflexiva—. Si me ofrecieran una suma adecuada, la idea de trabajar para los renegados podría resultar tentadora.
Se encontraba a pocos pasos de distancia. Tenía una mirada torva y amenazadora. De forma casi instintiva, Lilia reculó y fortaleció el escudo que la envolvía.
—No serías capaz.
—Claro que no. No sería muy inteligente por mi parte, ¿verdad? Me expondría a hacer enemigos tan poderosos como yo.
—Tan poderosos como... —Lilia se interrumpió, retrocediendo—. ¡Sí que aprendiste magia negra aquella noche!
—No. —La hermosa boca de Naki se alargó en una desagradable sonrisa de suficiencia—. Aprendí yo sola, antes de conocerte.
Separó los dedos, y un rayo de magia impactó en el escudo de Lilia. No fue un azote moderado como los que se lanzaban durante los ejercicios de habilidades de guerrero, sino una descarga que empujó a Lilia hacia atrás y la obligó a invocar desesperadamente más energía de la que había necesitado nunca para mantener activo el escudo.
«Debería contraatacar. —Recordó lo que había aprendido en clase. Un escudo requería más magia que un azote. Si dos combatientes tenían la misma fuerza, el que se escudara más sería el primero en agotar su energía—. Pero se trata de Naki. ¿Y si le hago daño o la mato?»
Era evidente que Naki no albergaba dudas parecidas. Sus palabras resonaron en los oídos de Lilia. «Aprendí yo sola, antes de conocerte.» Eso significaba que Naki sabía desde un principio que las instrucciones del libro darían resultado. Sabía que le arruinaría la vida a Lilia. Esta sintió que el corazón se le encogía ante este pensamiento. ¿Por qué iba Naki a hacer algo así? ¿Para que no la culparan solo a ella del crimen? Eso significaba que Lilia no era la única persona en aquella casa que sabía magia negra la noche del asesinato de lord Leiden.
«Pero no es posible que matara a su propio padre...»
¿Quién más podía haberlo hecho? De pronto, Lilia sintió la necesidad de saberlo con certeza, y para ello tenía que asegurarse de que Naki fuera apresada, a fin de que la Maga Negra Sonea pudiera leerle la mente. «O yo. También podría leerle la mente.»
Y tendría más posibilidades de conseguirlo si se defendía. Con cuidado. Nunca averiguaría la verdad si Naki moría. Así que lanzó magia contra Naki. Al principio, los azotes eran débiles comparados con los de la otra chica, que soltó una carcajada, pero Lilia pronto se acostumbró a utilizar una cantidad de energía equivalente. Los ataques de Naki eran descuidados, lo que atemorizó ligeramente a Lilia.
«Si sabe magia negra desde hace tanto tiempo, ¿ha estado fortaleciéndose? Yo no he usado la magia negra una sola vez. Solo cuento con la energía que poseo de forma natural, y últimamente he levitado mucho...»
Esto le provocó una oleada de pánico. Hizo lo posible por ahuyentarla. Aunque notaba que estaba temblando, consiguió que sus azotes siguieran siendo precisos y que su escudo se mantuviera firme. A una parte de ella le divertía que Naki, pese a ser mejor que ella en la asignatura de habilidades de guerrero, no se molestaba en recurrir a trucos astutos o ingeniosos, pero su diversión se desvaneció cuando cayó en la cuenta de que no lo hacía porque no le hacía falta. Quería acabar con aquello cuanto antes.
De pronto, Lilia invocó energía y descubrió que la había consumido por completo. Soltó un grito ahogado de espanto e incredulidad cuando su escudo empezó a fallar, y se preparó para recibir el golpe que acabaría con ella. Naki profirió un graznido de triunfo, pero el azote no se produjo. Para gran alivio de Lilia, la chica cesó en su ataque y la miró fijamente.
—No has absorbido magia, ¿verdad? —dijo Naki, extendiendo la mano y asiendo a Lilia por el brazo. Sacudió la cabeza—. Llevas todo este tiempo en libertad, y nunca has absorbido energía. Siempre fuiste una idiota crédula. —Con un empujón, dio la vuelta a Lilia y le retorció el brazo tras la espalda. Esta sintió un dolor intenso que le subía hasta el hombro.
—Si eres tan lista, ¿por qué trabajas para un ladrón? —repuso Lilia—. ¿Cómo es que no es él quien trabaja para ti?
Naki rió por lo bajo.
—Oh, estoy aprendiendo cómo funciona el negocio.
Se movió, y Lilia notó el tacto de algo frío y afilado en el cuello. Con el rabillo del ojo, vio que la luna se reflejaba en la hoja de un cuchillo. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando comprendió lo que Naki pretendía hacer, seguido de un dolor profundo y desgarrador en el pecho. «Va a matarme, después de todo. Yo esperaba que todo formara parte de uno de sus disparatados planes, que solo estuviera comportándose de un modo imprudente y que en realidad no tuviera la intención de hacerme daño. Pero no me quiere. Seguramente nunca me ha querido.
»Tiene razón, soy idiota...»
Entonces Naki tiró de ella hacia atrás y la soltó. Lilia oyó un chasquido cuando se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás.
No muy lejos, alguien masculló una palabrota.
Estalló una confusión de gritos, seguida de pasos de gente que corría. Lilia vio que Anyi, Gol y Cery se le acercaban a toda prisa. Una maga apareció por otro lado, con un restallido de su túnica negra.
«¿Sonea?»
La Maga Negra pasó corriendo sin mirar a Lilia. Al volverse, esta vio que Sonea se arrodillaba junto a Naki, que yacía en el muelle, y le sujetaba la cabeza, torcida en un ángulo extraño.
Ante sus ojos, la cabeza se colocó lentamente en una posición normal, y el rostro de Naki recobró su color natural. La chica soltó un gruñido y abrió los ojos. Alzó la vista hacia Sonea y gruñó de nuevo.
—Sí. Soy yo. —La expresión de Sonea pasó del alivio a la severidad. Se puso de pie—. Tal vez no quieras darme las gracias por salvarte la vida.
Naki se incorporó y se frotó el cuello.
—¿Por qué habría de hacerlo? Has estado a punto de matarme.
Sonea la miró como si quisiera añadir algo, pero cambió de idea. Aferró el brazo de Naki y la obligó a levantarse antes de volverse hacia Lilia.
—Cery me asegura que ahora dejarás que te lleve al Gremio sin oponer resistencia.
Al seguir la dirección de su mirada, Lilia advirtió que Cery, Anyi y Gol estaban de pie justo detrás de ella, junto con dos magos de túnica verde que nunca había visto antes.
—Sí —respondió—, ahora que la he encontrado.
Anyi le tendió la mano y la ayudó a ponerse de pie.
—¿Estás herida? —murmuró.
—Solo en mi orgullo.
—Y en el corazón, me parece.
Lilia clavó los ojos en Anyi, que le dedicó una mirada elocuente antes de apartarse.
—Bueno, supongo que ahora regresarás al Gremio. Déjate caer de vez en cuando. Siempre serás bienvenida.
Lilia hizo un gesto de dolor.
—No creo que tenga muchas oportunidades de visitar a nadie.
La sonrisa de Anyi se esfumó.
—Pues entonces... tendremos que visitarte nosotros a ti.
Sonea observó a Anyi y a Lilia con aire pensativo y se volvió hacia Cery.
—Tú y yo deberíamos tener una pequeña charla.
Él sonrió.
—Como siempre. Con gusto esperaré a que estés menos ocupada, y estoy seguro de que el Gremio estará ansioso por echarle el guante a esta lo antes posible. —Señaló a Naki.
Sonea lo miró, impasible.
—En otro momento, entonces.
Él asintió, retrocedió un paso y agitó la mano.
—Buenas noches.
Mientras la maga negra se alejaba, Anyi dio unas palmaditas a Lilia en el hombro.
—Más vale que te traten como es debido, o iré yo misma a sacarte de allí.
—Estaré bien —dijo Lilia, aunque no estaba muy segura de ello.
Mientras ella se marchaba con Sonea, Naki y los otros magos, Cery, Gol y Anyi se encaminaron hacia el almacén. Entonces a Lilia la asaltó una duda. Los había dejado a los tres abandonados a su suerte, así que...
—¿Cómo habéis bajado de la viga? —gritó.
Anyi se detuvo y miró hacia atrás, sonriendo de oreja a oreja.
—Yo, con menos dificultades y palabrotas que los demás. —Y desapareció entre las sombras, mientras Lilia se preguntaba si alguna vez volvería a ver a su salvadora.