23
Noticias buenas y malas

Cuando Sonea entró en la sala de tratamientos, Dorrien le escudriñó el rostro y frunció el ceño.

—Estás pálida —observó.

—Estoy bien —repuso ella, sentándose.

—¿Hace cuánto que no ves la luz del día?

Sonea reflexionó. Llevaba varias semanas trabajando en el turno de noche y solo se tomaba tiempo libre para reunirse con Cery. La mañana siguiente al intento fallido de capturar a Skellin había sido la última vez que había visto la luz del día, aunque no podía ser que...

—Si tienes que pensar tanto la respuesta, es que hace demasiado tiempo —le dijo Dorrien con severidad.

Sonea se encogió de hombros.

—Los días de invierno son tan cortos que cuando salgo del Gremio ya es de noche.

—Si tienes que esperar a que los días sean más largos, tal vez tardes semanas en ver el sol. —Cruzó los brazos—. Te has convertido en una especie de criatura nocturna espeluznante, y ni la túnica negra ni la magia negra te ayudan a dar una mejor impresión.

Ella sonrió.

—No tendrás miedo de mí, ¿verdad?

Él soltó una risita.

—En absoluto, pero me lo pensaría dos veces antes de invitarte a cenar a mi casa. Podrías asustar a las chicas.

—Hummm... Seguramente me toca a mí ofrecer una cena en mi casa.

—No es obligatorio que nos turnemos —aseguró él—. Tienes muchas otras cosas en que pensar. ¿Has recibido noticias de Cery últimamente?

Ella negó con la cabeza.

—Solo algunos mensajes crípticos. Cree que Lorandra debe de haberse reunido ya con Skellin.

—¿Cómo lleva Kallen la búsqueda de Lilia y Naki?

—Él y sus ayudantes han imprimido folletos con retratos y descripciones de las chicas, y han contratado a varias personas para que los repartan por la ciudad. Algunos testigos afirman haber visto a una de ellas o ambas, pero ninguno de sus testimonios lo han conducido hasta ellas.

—¿Hay personas que han visto a Naki? Eso significa que al menos sigue viva.

—Siempre y cuando la chica que vieron fuera Naki de verdad. De todos modos, la Guardia no ha encontrado cadáveres de mujeres jóvenes que se parezcan a ella.

Dorrien se quedó pensativo.

—Deberíamos distribuir algunos de esos folletos en los hospitales.

Sonea asintió.

—Buena idea.

—Le enviaré un mensajero a Kallen antes de marcharme. Es una pena que nadie hiciera un dibujo de Lorandra antes de que se fugara.

—Su aspecto es mucho más peculiar que el de las chicas, al igual que el de Skellin, pero aunque hemos hecho circular descripciones de los dos, no hay noticia de que nadie los haya visto.

—No, supongo...

Unos golpes en la puerta lo interrumpieron. Sonea se volvió a tiempo para verla abrirse. El sanador Gejen inclinó la cabeza en un gesto cortés.

—Maga Negra Sonea —saludó con cordialidad antes de dirigirse a Dorrien—. Lord Dorrien, su esposa ha venido a verle.

—Dígale que saldré en cuanto finalice mi reunión con Sonea —contestó Dorrien.

Cuando la puerta se cerró, él exhaló un suspiro.

—Me preguntaba cuánto tardaría ella en reunir el valor para venir a controlarme.

—¿A controlarte?

—Sí, para asegurarse de que no estemos haciendo nada que le parezca mal.

Sonea sacudió la cabeza.

—No lo entiendo. ¿A qué se imagina que nos dedicamos aquí? ¿Tiene miedo de que te corrompa?

—En cierto modo.

—¿Cree que soy capaz de enseñarte magia negra? —Sonea alzó las manos con exasperación—. ¿Cómo puedo convencerla de que se fíe de mí?

—No es que no se fíe de ti. Se siente intimidada por ti. Y celosa.

Sonea escrutó el rostro de Dorrien. Tenía una expresión que ella ya había visto con anterioridad. Pero antes de que pudiera interpretarla, él habló de nuevo.

—Es de mí de quien no se fía.

—¿De ti? ¿Y por qué no?

—Porque... —Hizo una pausa y se volvió hacia ella como si le costara mirarla a los ojos—. Porque sabe que si existiera alguna posibilidad de que tú y yo pudiéramos estar juntos, yo la aprovecharía.

Ella clavó la vista en él, sorprendida y turbada. De pronto comprendió qué reflejaba su expresión. Sentimiento de culpa. «Y un anhelo contenido. —Notó que empezaba a sentirse culpable a su vez y tuvo que apartar la mirada—. No ha dejado de pensar en mí en todos estos años. Cuando conoció a Alina y se casó con ella, creí que me había olvidado. Fue un alivio para mí verme liberada de la carga de no corresponder a sus sentimientos.»

En aquella época ella estaba embargada por la pena y seguía enamorada de un hombre al que había perdido. No había lugar en su corazón para otro.

¿Lo había ahora?

«No —pensó Sonea, pero un sentimiento traicionero contradijo este pensamiento. El pánico empezó a apoderarse de ella, pero logró dominarlo—. Está casado. Eso solo haría que la situación fuera más incómoda y dolorosa para todos.» Tenía que decir algo que echara por tierra esta posibilidad antes de que arraigara en su mente. Algo que no lo ofendiera pero que dejara las cosas claras. Algo... Pero no le venían a la cabeza las palabras adecuadas.

Dorrien se puso de pie.

—Ya está. Lo he dicho. Lo... —Dejó la frase incompleta cuando ella alzó la vista y lo miró a los ojos, y entonces esbozó una sonrisa torcida—. Nos vemos mañana —concluyó. Se dirigió hacia la puerta, la abrió y salió de la habitación.

«Da igual lo que yo diga —comprendió ella—. La situación ya es incómoda y dolorosa; lo ha sido durante meses. Lo que ocurre es que no me había dado cuenta hasta ahora.»

La casa de Cery era un agujero en el suelo. Sin embargo, se trataba de un agujero sorprendentemente lujoso, con todas las comodidades de una mansión de la Ciudad Interior. Tan lujoso era que a Lilia le resultaba fácil olvidar que estaba bajo tierra. Lo único que se lo recordaba eran las dimensiones reducidas del lugar —que constaba de unas pocas habitaciones— y la ausencia de criados.

Contratar sirvientes habría implicado dejar que personas ajenas a la casa entraran y salieran de ella, lo que no casaba con el propósito de tener una madriguera secreta. Gol, el guardaespaldas de Cery, le había asegurado a Lilia que guardaban allí reservas de víveres como alubias y cereales, cecina y frutas y verduras en conserva por si llegaba el momento en que salir fuera demasiado peligroso. Ella nunca había visto a nadie cocinar; en vez de eso, Gol llevaba alimentos frescos al escondrijo cada pocos días.

Ahora que Anyi y Lilia se alojaban allí, él tenía que traer comida más a menudo, lo que tal vez hacía que fuera más difícil mantener en secreto la ubicación de la guarida, o quizá solo aumentaba el riesgo de que alguien lo reconociera y lo siguiera. A pesar de todo, Cery había insistido mucho en que se quedaran. Anyi había discutido con él y había perdido.

A Lilia le había sorprendido lo envalentonada que estaba Anyi en presencia de su jefe, teniendo en cuenta que era un ladrón. La joven mostraba una actitud leal, protectora y a la vez desafiante, y él soportaba esto último con una paciencia desconcertante. En vez de imponerle su voluntad con órdenes y disciplina, sorteaba hábilmente sus exigencias y objeciones.

Para conseguir que Anyi accediera a quedarse, no se había molestado en intentar persuadirla. Por el contrario, se había vuelto hacia Lilia y le había propuesto un trato: él la ayudaría a encontrar a Naki y la mantendría a salvo tanto del Gremio como de Skellin a cambio de que ella los protegiera a Anyi y a él. Ella había aceptado.

Resultó que la mejor manera de proteger a Anyi era obligarla a permanecer en la guarida. Y la forma más fácil que Lilia encontró de conseguirlo era quedándose en la guarida ella misma. Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas. Cuanto más encerrada se sentía Anyi, más tendía a gastar su exceso de energía en discusiones. Cuando Gol regresó con la cena, ella comenzó a dar vueltas en torno a él ansiosamente.

—¿Has visto algún indicio de que Lorandra, Jemmi o Rek estén buscándome a mí o a Lilia? —preguntó.

—No —respondió él, esquivándola para depositar un saco sobre la mesa baja colocada entre las sillas de la sala de invitados.

Anyi se volvió hacia Cery.

—¿Lo ves? Seguro que si hubieran atado cabos nos estarían buscando.

—Skellin no es idiota —replicó Cery—. Sabe que o estás conmigo o estás sola en algún lugar de la ciudad. Si estás sola, hay más probabilidades de que alguien te vea y se lo avise. Si estás conmigo..., bueno, ya tiene a un montón de gente buscándome.

—Pero ¿y si Rek no le dijo a Lorandra que yo trabajaba para ti?

—¿Qué otra cosa podría contarles, a ella y a Jemmi, para convencerlas de que la idea de que te llevaras a Lilia no se le ocurrió a él?

—Quizá solo se lo ha dicho a Jemmi.

Cery señaló una silla.

—Siéntate, Anyi —ordenó.

Ella obedeció, pero continuó mirándolo fijamente mientras Gol sacaba del saco unos paquetes bien envueltos y empezaba a rasgar el papel que los cubría. La envoltura adicional era para evitar que el olor a comida escapara y dejara un rastro a través de los túneles que conducían hasta la guarida. Unos aromas deliciosos inundaron la habitación.

—Jemmi le habrá dicho a Lorandra que seguramente tú eras una espía a mi servicio, con la esperanza de convencerla de que no hubo una conspiración —prosiguió Cery—. Te guste o no, Anyi, saben que tu traición fue una farsa. No tienes otro remedio que quedarte aquí conmigo.

Lilia sintió una punzada de compasión al ver a Anyi encorvarse. Se preguntó, no por primera vez, si esta le había hablado a Cery de su encuentro con Heyla.

—No he oído que nadie te esté buscando —le informó Gol a Anyi—, pero sí me he enterado de que hay personas que buscan a alguien que, por tu descripción, podría ser Naki. No son gente nuestra, ni del Gremio, creo. Me da la impresión de que son personas que ella no querría que la encontraran.

Lilia irguió la espalda en su asiento.

—¿Alguien más la está buscando?

Gol asintió y miró a Cery. El ladrón entornó los ojos.

—Empieza la carrera —dijo.

—¿Quién la busca? —preguntó Lilia—. ¿Y por qué?

—Skellin —respondió Cery—. No es ningún secreto que Naki ha desaparecido, ni que Lilia y ella intentaron aprender magia negra. El hecho de que Naki no lo consiguiera solo la convierte en una presa un poco menos atractiva que Lilia. Puede explicar a Skellin todo lo que leyó y lo que hizo. Al fin y al cabo, si Lilia lo logró basándose en la misma información, existe la posibilidad de que él lo logre también. Si no lo logra —Cery clavó la vista en Lilia e hizo una mueca—, sabe que Lilia está preocupada por Naki. Intentará chantajearla para que le enseñe magia negra, a cambio de la vida de su amiga.

—Tenemos que encontrar a Naki primero —dijo Anyi.

—Sí. —Cery sonrió con los labios apretados—. El hecho de que Skellin la esté buscando podría ayudarnos. Mis hombres vigilan a sus hombres. Si se huelen que los suyos han encontrado respuestas, los míos harán las mismas preguntas. Si se huelen que los suyos están a punto de registrar algún lugar, los míos permanecerán atentos, listos para ayudar a Naki a escapar.

Una campana sonó al otro lado de las paredes. Cery miró a Gol, que contempló los paquetes abiertos de comida con pesadumbre.

—Te guardaremos un poco —prometió Cery.

Con un suspiro, el hombretón se encaminó a toda prisa hacia la puerta secreta oculta tras los paneles de la habitación. Anyi se levantó, extrajo platos y cubiertos de una vitrina lateral, los repartió y siguió el ejemplo de Lilia y Cery, que habían empezado a servirse y a comer. Gol había traído varios pescados de río hechos al horno con una salsa dulce y salada, verduras de invierno asadas y pan recién horneado.

Gol regresó al poco rato. Esta vez era Cery quien parecía decepcionado al marcharse con el guardaespaldas. Cuando se quedaron solas, Lilia miró a Anyi.

—¿Crees que Heyla va por ahí contándole a la gente que nos ha visto?

La expresión de Anyi se ensombreció.

—Seguramente. No sería la primera vez. Pero si lo hace se meterá en más líos de los que se imagina.

—¿Cery sabe algo de ella?

—En cierto modo —contestó Anyi, con aspecto afligido—. Empecé a trabajar para Cery cuando Heyla y yo habíamos dejado de ser amigas. Le dije que una amiga había intentado venderme, pero no le dije quién.

—Si no trabajabas para Cery, ¿cómo sabía ella de su existencia?

Anyi se quedó callada por un instante y meneó la cabeza.

—Oh, yo sabía de su existencia. Vagamente. En fin..., prefiero no hablar de ella.

Lilia asintió.

—Tus secretos están a salvo conmigo.

Anyi alzó la mirada hacia Lilia pero no sonrió. En cambio, la observó con una expresión meditabunda y ligeramente especulativa.

—¿Qué pasa? —preguntó Lilia.

—Nada. —Anyi desvió la vista antes de fijarla en ella de nuevo—. ¿Estabais muy unidas, Naki y tú?

Lilia bajó los ojos hacia su plato.

—Mucho. Bueno, no tanto desde que ella creía que yo maté a su padre.

Anyi torció el gesto con empatía.

—Sí, no cabe duda de que eso pondría a prueba cualquier amistad. Y no me refiero solo a lo duro que debió de ser para ella pensar que tú eras la culpable. Seguro que también te dolió a ti que ella fuera capaz de sospechar siquiera que tú lo habías hecho.

Lilia lanzó a Anyi una mirada de reproche. Dudaba mucho que descubrir que una amiga podía creer que ella había matado a alguien fuera en modo alguno tan doloroso como creer que una amiga había matado a un ser querido. «Pero tiene parte de razón —pensó Lilia de pronto—. ¿Cómo pudo Naki creer que yo era la asesina, sobre todo después de que la Maga Negra Sonea me leyera la mente y declarara que no lo era?»

La secuencia habitual de campanadas y golpes les advirtió que alguien se acercaba a la guarida. Anyi se puso en pie de un salto, respondió con una serie de golpecitos y accionó los mecanismos para dejar entrar a Cery y a Gol en la habitación.

—Era un mensajero —les informó Cery—. De Enka, uno de los pocos ladrones que quedan que no están a sueldo de Skellin. Quiere que lo ayude a resolver un problema que tiene con su vecino, que según él cuenta con los servicios de una maga. Cree que puedo encargarme de que el Gremio la encuentre.

—¿Una maga? —preguntó Lilia, con el corazón acelerado—. ¿Se trata de Naki?

—Él dice que es una mujer —respondió Gol—. Su descripción no me recuerda en absoluto a Lorandra.

—Lorandra no tiene poderes mágicos —señaló Anyi.

—Seguramente los habrá recuperado a estas alturas —le dijo Lilia—. Skellin puede haber eliminado el bloqueo. En cambio, estoy segura de que Naki tiene sus poderes bloqueados.

Cery arrugó el entrecejo.

—Tal vez haya anulado el bloqueo ella misma, tal como hiciste tú.

—Si pude hacerlo fue solo porque había aprendido magia negra, a diferencia de Naki.

—Entonces debe de estar aprovechando su reputación para intimidar a la gente, y quizá esté empleando trucos para convencer a los demás de que ha recuperado sus poderes. Después de todo, Enka ha dicho que no la ha visto utilizar la magia todavía. Tenemos que asegurarnos de que se trata de ella antes de dejarnos ver, por supuesto, y estar preparados por si es una trampa que nos ha tendido Skellin. Al menos sabemos que ni Lorandra ni él se presentarán, pues contarán con que aparezcan magos del Gremio. Lilia podrá protegernos de los ataques no mágicos —añadió inclinándose ante ella.

—¿Por qué no se lo has comunicado al Gremio? —preguntó Gol con expresión ceñuda—. Eso nos habría ahorrado problemas y riesgos.

Cery sonrió y miró a Lilia.

—Porque si Lilia rescata a Naki, el Gremio será más indulgente con ella por haberse fugado de la atalaya.

Lilia le devolvió la sonrisa. «No puedo creer que esté pensando esto sobre un ladrón, pero Cery empieza a caerme bien.»

El ladrón se frotó las manos y se acercó a las sillas.

—Vamos, panda. Acabemos de cenar, que después tenemos que trazar un plan ingenioso.

—Hombre —dijo una voz conocida—. Me cuentan que has terminado tu primera piedra.

Al volverse, Lorkin vio a Evar caminando por el pasillo, detrás de él. Desplegó una sonrisa y aflojó el paso para avanzar a la par de su amigo.

—Las noticias vuelan en las cuevas de las pedreras —comentó.

Evar asintió.

—Teníamos curiosidad por ver cómo te iban las cosas. No todo el mundo tiene madera para ser pedrero.

—No me extraña. Hace falta mucha concentración. —Lorkin observó a Evar con ojo crítico. El joven parecía sano y relajado—. Hacía tiempo que no te veía. Creía que coincidiríamos en las cuevas.

Evar sonrió.

—No me encontrarás en las cuevas de los alumnos. Estoy trabajando en piedras mucho más sofisticadas.

—¿Estás demasiado ocupado para visitar a un amigo?

—Puede.

Lorkin aminoró la marcha.

—Un momento. Eres hombre, así que no sabes magia ne... magia superior. ¿Cómo es posible que elabores piedras?

La sonrisa se esfumó de los labios de Evar. Se mordió el labio inferior y adoptó una expresión de disculpa.

—Pues... Tal vez he exagerado un poco el papel que desempeño aquí.

Lorkin se quedó mirando a su amigo antes de prorrumpir en carcajadas.

—¿De qué estás...? No, en realidad, prefiero no preguntártelo para ahorrarte el mal trago de responder.

—Soy un ayudante —dijo Evar, sacando la barbilla con altivez fingida—. A veces les proporciono magia adicional.

—¿Y qué haces el resto del tiempo?

—Las cuevas no se caldean solas, y las pedreras tienen la irritante costumbre de olvidarse de comer.

Lorkin le dio una palmada suave en el hombro.

—Todo ello es esencial para el proceso.

—Sí. —Evar se puso derecho—. Lo es.

Continuaron caminando con camaradería silenciosa y salieron del pasadizo estrecho a una vía más ancha y transitada. Lorkin apenas había dado unos pasos cuando oyó que alguien lo llamaba. Se volvió y advirtió que la maga a la que había visto custodiar los aposentos de la reina unas semanas atrás le hacía señas.

—Tengo que dejarte —le dijo a Evar—. ¿Nos vemos mañana?

Evar se encogió de hombros.

—Lo dudo. Entro a trabajar temprano. Ahora mismo estamos muy ocupados.

Lorkin asintió y se alejó apresuradamente en dirección a la maga.

—Debes ir a ver a la reina —le informó ella. Dio media vuelta y echó a andar a un ritmo que los obligaba a zigzaguear para sortear a las personas que había en el corredor. Más adelante, lo guió a través de una puerta hacia un pasadizo angosto y vacío.

—No sabía que eso existía —murmuró él mientras salían a una zona de la ciudad que le era más familiar.

—Un atajo —dijo ella con una breve sonrisa.

Tras torcer a izquierda y derecha varias veces, llegaron ante la puerta de los aposentos de la reina. La maga llamó y se apartó cuando la puerta se abrió. Para sorpresa y alegría de Lorkin, Tyvara estaba al otro lado. Esto le levantó el ánimo al instante, pese a que ya estaba de buen humor.

—Tyvara —dijo, sonriendo.

Solo las comisuras de los labios de la joven se torcieron hacia arriba, como siempre que intentaba mantener el semblante serio.

—Lorkin. Pasa.

La reina volvía a estar sentada en una de las sillas sin adornos que formaban un círculo. Él se llevó la mano al corazón y, a diferencia de en la visita anterior, ella respondió con formalidad, inclinando la cabeza.

—Toma asiento, por favor, Lorkin —dijo, señalando la silla que tenía al lado.

Él obedeció. Tyvara se sentó al otro lado de la anciana. Un movimiento en la puerta que comunicaba con la habitación interior llamó la atención de Lorkin. Alzó la mirada y vio que Pelaya, la ayudante de la reina, asomaba la cabeza. Ella le sonrió antes de desaparecer.

—Me cuentan que has terminado una piedra —dijo la reina.

«Vaya si vuelan, las noticias.»

—Así es.

—Enséñamela.

Él se llevó la mano al bolsillo del jubón y extrajo el diminuto cristal. La reina extendió una mano ajada, y él lo dejó caer sobre su palma.

La mujer clavó la mirada en la gema por un momento, y esta empezó a resplandecer. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de la soberana, que alzó la vista hacia él con un brillo en los ojos.

—Enhorabuena. Pocos alumnos consiguen una piedra perfecta en su primer intento. Aquí algunas dirían que llevas piedra en la sangre. —Se encogió de hombros—. No en un sentido literal, evidentemente. —Le devolvió la gema, que comenzaba a apagarse—. Estoy complacida, y no solo por tu capacidad para asimilar lo que te hemos ofrecido a cambio de los conocimientos que se te arrebataron. Tengo una misión para ti.

Lorkin parpadeó, sorprendido, y una ligera decepción se apoderó de él.

—Te veo poco convencido —observó ella, entornando los ojos—. ¿Qué te ocurre?

—Nada —respondió, y luego añadió, porque saltaba a la vista que no era verdad—: Estaba deseando fabricar otra piedra. Aprender más. Pero supongo que eso puede esperar.

Zarala soltó una risita.

—¿De verdad? Bueno, lo que Kalia obtuvo de ti fueron nociones básicas de sanación mágica. Nosotros te hemos dado nociones básicas de la elaboración de piedras. Me temo que tanto tú como ella tendréis que ampliar vuestros conocimientos a través de la experimentación, sin la ayuda del saber acumulado por generaciones.

Lorkin movió la cabeza afirmativamente, aunque no estaba contento. No solo no le enseñarían más, sino que permitirían a Kalia que utilizara los conocimientos que le había robado.

—Además, no tienes tiempo para aprender todo lo que sabemos sobre la elaboración de piedras —agregó ella—. Hay asuntos más urgentes de los que debes ocuparte. Por eso te ordeno que te marches de Refugio y vuelvas a Kyralia.

Levantó la vista hacia ella, sorprendido y presa de una consternación inesperada. No quería marcharse. «No, eso no es del todo cierto. Sí que quiero marcharme. Quiero volver a ver a mi madre y a mis amigos. Pero también quiero que se me permita regresar a Refugio. —Miró a Tyvara—. ¿Volveré a verla algún día?» Ella le sonrió. Era una sonrisa tranquilizadora, que parecía decirle «espera y lo verás».

La expresión de la reina, quizá un poco socarrona, denotaba que sabía algo más. Posó la mirada en Tyvara y luego en él otra vez. Se puso seria de nuevo.

—Cuando llegues, si eres bien recibido, deberás iniciar las negociaciones entre nosotros y las Tierras Aliadas para establecer un pacto.

A Lorkin se le escapó un grito ahogado de asombro. «¡Es justo a lo que yo aspiraba! Bueno, aspiraba a que los Traidores y el Gremio intercambiaran conocimientos de magia después de establecer un pacto, no antes, pero...»

—Tyvara te guiará para salir de las montañas, y después viajarás a Arvice y te reunirás con el embajador kyraliano. Para mantener en secreto lo que sabes sobre nosotros, te daremos una piedra de bloqueo. Aunque desde el punto de vista político sería contraproducente para el rey y los ashakis que alguien te leyera la mente contra tu voluntad, es posible que decidan que vale la pena correr ese riesgo por la posibilidad de encontrarnos. Te llevaríamos directamente al paso que conduce a Kyralia, pero en esta época del año las montañas son demasiado peligrosas para los viajeros, pues el hambre envalentona a los ichanis. —Clavó en él sus ojos brillantes—. ¿Estás dispuesto a hacerlo? —preguntó.

Él asintió.

—Con mucho gusto.

—Bien. Ahora, hay algo que debo darte.

Cogió una bolsa pequeña que tenía sobre el regazo y en la que él no se había fijado. Aflojó las ataduras, la volvió boca abajo, y un anillo tosco y macizo cayó sobre su mano. Lo sujetó en alto, lo contempló con semblante pensativo y triste, y se lo tendió a él.

Lorkin cogió el anillo. El aro era de oro, pero de factura rudimentaria, como si un niño lo hubiera modelado con arcilla. Llevaba engastada una gema de color rojo oscuro.

—Tu padre me lo dio hace mucho tiempo. De hecho, yo le enseñé cómo fabricarlo. Ya no funciona, por supuesto.

Un escalofrío subió por la espalda de Lorkin, y el corazón le dio un vuelco. «¡Mi padre hizo esto! —Lo hizo girar entre sus dedos, y la piedra refulgió a la luz—. ¿Mi padre sabía elaborar gemas? No es posible. —De pronto la respuesta le pareció evidente—. Debe de ser una gema de sangre.» Las implicaciones de esto lo sacudieron como una bofetada.

—¡Estuvisteis en contacto permanente con él desde entonces!

Zarala asintió, con los ojos llorosos.

—Sí, durante un tiempo.

—¡Entonces sabéis por qué no volvió aquí!

—Si alguna vez tomó una decisión al respecto, no me la comunicó. —Suspiró—. Sé que regresó a su país por temor a una invasión por parte de los ichanis. Yo no estaba de acuerdo. No creía que el peligro fuera inminente. Después..., siempre surgía algo que le impedía salir de Kyralia. Y nuestro acuerdo implicaba algo más que enseñarle magia superior y concederle la libertad a cambio de conocimientos de sanación mágica. —Sacudió la cabeza—. Nunca conseguí cumplir una de las cosas a las que me comprometí. Al igual que él, me enfrentaba a una situación más difícil de resolver de lo que esperaba. Tras la muerte de mi hija, yo... dejé de comunicarme con él. Sabía que yo era en parte responsable de su muerte por haberle exigido demasiado a tu padre y haberle ofrecido tan poco a cambio.

La anciana reina inspiró profundamente y soltó el aire. Sus hombros escuálidos se elevaron y bajaron.

—Los dos éramos jóvenes e idealistas, y nos creíamos capaces de hacer más de lo que podíamos en realidad. Creo que él tenía la intención de regresar. Mi pueblo no opinaba lo mismo, y yo no podía convencerlo de lo contrario sin revelar qué parte del compromiso no había cumplido. —Extendió los brazos hacia Lorkin, lo tomó de los dedos y los dobló sobre la piedra—. Enviarte a Kyralia es un primer paso para hacer aquello que prometí. Solo espero que, a diferencia de tu padre, viva lo suficiente para cumplir mi promesa. Ahora, vete. —Le soltó las manos y enderezó la espalda—. Tyvara ha hecho los preparativos y la noche está despejada.

Lorkin se puso de pie y se inclinó en señal de respeto. A continuación, siguiendo a Tyvara, salió de la habitación y de la ciudad que había creído que sería su hogar durante más que unos pocos meses.