Tras una noche de silencio tenso en el desván de la casa en que se habían colado y a la que habían vuelto sus ocupantes —una familia con niños pequeños y ruidosos—, y de un día de sueño intranquilo en una habitación diminuta situada bajo una casa de bol, Lilia empezaba a preguntarse si a partir de entonces tendría que llevar siempre una vida nocturna.
En caso afirmativo, esperaba poder adaptarse a ello rápidamente. Aunque Anyi le había asegurado que conocía a la propietaria de la casa de bol y estaba lo bastante tranquila para quedarse dormida en el acto en una de las camas estrechas, Lilia se despertaba con el menor ruido. Y, como se encontraban bajo una casa de bol, los ruidos no eran pocos. Al final, debió de acostumbrarse, porque Anyi tuvo que sacudirla para arrancarla del sueño.
—Es hora de levantarse —dijo Anyi—. Te he traído algo de ropa. Comeremos con la mujer que lleva este sitio.
Lilia se incorporó, bostezó y cogió la prenda que estaba encima de la pila que Anyi había dejado a los pies de la cama. Era un jubón grueso. Lilia frunció el ceño. Estaba limpio, pero tenía gastadas las partes de los codos.
—Tu ropa es demasiado fina —explicó Anyi—. La gente se dará cuenta de que estás fuera de tu ambiente en cuanto te vean. Si quieres permanecer oculta hasta que encontremos a tu amiga, tendrás que vestirte como la gente de aquí.
Lilia asintió.
—Si la Maga Negra Sonea puede hacerlo, yo también.
Anyi soltó una risita.
—Me voy fuera mientras te cambias.
La ropa vieja olía a humo de leña y jabón. Aunque era de una tela más basta que las vestimentas que le habían proporcionado en la atalaya, había algo en ella que le producía una sensación de familiaridad reconfortante.
«Me recuerdan a la vida que llevaba antes de ser aprendiz. Es como la ropa que vestían los criados que realizaban las tareas más arduas y sucias.»
Cuando terminó, se dirigió hacia la puerta y la entreabrió. Anyi la esperaba fuera y le hizo señas en cuanto la vio.
—Vamos arriba —dijo.
La pequeña habitación estaba debajo de una escalera por la que subieron dos pisos. Anyi llamó a una puerta, y una voz al otro lado la invitó a pasar. Sonriéndole a Lilia, abrió la puerta y entró.
—Aquí la tienes, Donia —dijo, señalando a Lilia. Una mujer madura estaba de pie frente a un semicírculo de sillas de sala de invitados—. Esta es Lilia.
La mujer hizo una reverencia.
—Lady Lilia es el título correcto, según creo.
Lilia se sonrojó.
—No exactamente. Ya no soy maga. Al menos una maga del Gremio.
Anyi hizo un gesto en dirección a la mujer.
—Ella es Donia, la dueña de la casa de bol y amiga de la infancia de la Maga Negra Sonea.
Lilia miró a Anyi, sorprendida.
—¿Eso es cierto?
—No del todo. —Donia meneó la cabeza y sonrió con tristeza—. Me casé con uno de sus amigos, que murió hace unos años. Por favor, siéntate. He pedido que nos suban algo de comer. ¿Te apetece un poco de vino?
Lilia vaciló. La última vez que había bebido vino había sido la noche anterior a la muerte del padre de Naki. Anyi interrumpió sus recuerdos de aquella noche dirigiéndola hacia los asientos. Lilia se dejó conducir hasta una silla.
—Tomaré un poco de bol —le dijo Anyi—. Si es posible, claro.
Donia sonrió.
—Por supuesto. ¿Prefieres bol, Lilia? Me temo que el agua de aquí no es tan bebible como en las zonas más distinguidas de la ciudad.
—Vino estaría bien —respondió Lilia al recordar la bebida empalagosa que los matones le habían dado, pugnando por no estremecerse.
Donia se acercó a una mesa angosta e hizo sonar un gong pequeño. Se oyeron unos pasos al otro lado de la puerta, que se abrió. Una mujer más joven asomó la cabeza, con una ceja arqueada de forma interrogativa.
—Una jarra de bol, dos copas y una botella del vino bueno —pidió Donia. La mujer asintió y cerró la puerta. Donia se sentó con un suspiro—. No tardará. Muy bien..., Lilia. ¿Puedes contarnos cómo acabaste en la ciudad, a punto de entrevistarte con Skellin?
Le había formulado la pregunta con amabilidad, por lo que Lilia supuso que si decía que no podía responder, la mujer lo aceptaría. Pero sentía la necesidad de hablar, de referir a alguien lo que le había sucedido y averiguar si había tomado las decisiones correctas o no. ¿Era prudente conversar con aquella desconocida? Le daba la impresión de que cada vez que alguien quería que ella hiciera algo, le acarreaba más problemas. Primero Naki la había incitado a aprender magia negra; luego Lorandra la había convencido de fugarse de la atalaya.
«No conozco a Donia. Tampoco conozco a Anyi, pero por alguna razón me fío de ella. Podría haberme llevado directamente al Gremio, pero no lo hizo. —Por el momento, seguir las indicaciones de Anyi no la había metido en aprietos, sino que la había ayudado a salir de ellos—. De todos modos, no me queda otra alternativa que confiar en ella, salvo intentar encontrar a Naki por mi cuenta.»
—Puedes fiarte de Donia —aseguró Anyi—. Cuida de mí desde hace años. Cuanto más sepamos, más posibilidades tendremos de encontrar a tu amiga.
Lilia asintió. Comenzó por la noche en que Naki y ella habían ido a la biblioteca y habían seguido las instrucciones para utilizar magia negra. Partió de aquel punto porque tenía que hablarles del asesinato del padre de Naki, que podía estar relacionado con la desaparición de la chica. Les contó todo lo sucedido después, hasta el momento en que Anyi la había rescatado de su reunión inminente con Skellin. Solo interrumpió su relato cuando la empleada regresó con las bebidas y cuando dos criados les llevaron la comida. El vino le soltó la lengua aún más, y confesó pensamientos más oscuros que hasta entonces se había guardado, como el temor a haber matado en efecto al padre de Naki y a haberlo olvidado a causa de la craña y el vino.
—La carroña —comentó Anyi sin disimular su repugnancia—. No me sorprendería que te hubiera impulsado a matarlo.
Lilia hizo una mueca de dolor.
—Entonces, ¿crees que lo hice? —preguntó con un hilillo de voz.
Anyi abrió mucho los ojos.
—¡No! No creo que seas capaz de algo así. Es solo que... la carroña lleva a la gente a hacer cosas que normalmente no harían. Pero dudo que ocasione que olviden lo que han hecho. —Una expresión pensativa asomó a su rostro—. ¿Has vuelto a consumir carroña desde aquella noche?
Lilia negó con la cabeza.
—Y... ¿quieres más? ¿Tienes ansia por consumirla?
Lilia reflexionó y sacudió la cabeza de nuevo.
Anyi enarcó las cejas.
—Interesante. Se supone que produce el mismo efecto en los magos.
—El ansia no afecta a todo el mundo de manera igual —dijo Donia.
Anyi la miró.
—Pareces muy segura de eso.
Donia asintió.
—Lo he notado en los clientes. Algunos no pueden parar, otros sí. Pasa lo mismo que con la bebida, pero apuesto a que la craña engancha a más personas que el alcohol. —Se encogió de hombros—. Es una faena que te toque ser una de esas personas o un familiar suyo. —Posó la vista en Lilia y arrugó la frente, meditabunda—. Menuda aventura la tuya. Hay muchas cosas que no encajan. Dices que aprendiste magia negra fácilmente, pero que tu amiga no, aunque siguió las mismas instrucciones. Mataron a su padre con magia negra, pero tanto tu amiga como tú afirmáis que no fuisteis vosotras, lo que debe de ser verdad, porque Sonea le leyó la mente a ella también. En teoría solo hay dos magos negros más, pero el Gremio no cree que ellos sean los culpables, así que debe de haber otro por ahí fuera.
—Si es así, no está a las órdenes de Skellin, pues de lo contrario Lorandra no habría estado tan interesada en llevar a Lilia hasta él —razonó Anyi—. Por el mismo motivo, él no puede ser el mago negro.
—El padre de Naki fue asesinado después de que encarcelaran a Lorandra —señaló Donia—. Si Lorandra hubiera sabido que Skellin había aprendido magia negra, Sonea lo habría descubierto al leerle la mente, pero si Skellin aprendió magia negra después de la captura de su madre, ella no pudo haberse enterado.
Anyi puso los ojos como platos.
—No se me había ocurrido. ¿Quién sabe qué le habría hecho a Lilia de no ser porque la necesitaba? Seguramente la habría matado.
—Si hubiera podido. Ella también es una maga negra —le recordó Donia.
—Ah, pero Lilia no ha absorbido la magia de otros para fortalecerse. —Anyi se volvió hacia Lilia—. ¿O sí?
Lilia sacudió la cabeza.
—En cambio, el otro mago negro sí lo ha hecho, pues mató al padre de Naki. —Anyi hizo una mueca—. Tal vez sea mejor que la reunión no se haya celebrado. ¿Qué habría pasado si hubiera asistido un mago negro más poderoso que Sonea y sus acompañantes?
Donia extendió las manos a sus costados.
—Lo que está hecho, hecho está.
Lilia llevó la vista de la mujer mayor a la joven.
—¿Sonea iba a asistir a la reunión?
Anyi contrajo el rostro.
—Sí. Bueno, más que a asistir, iba a interrumpirla. Verás, yo trabajaba como guardaespaldas de Rek para poder espiarlo. Mi jefe de verdad, la persona que te ayudará a encontrar a Naki, ha estado ayudando a Sonea a buscar a Skellin.
Lilia frunció el entrecejo.
—¿Trabajas para el Gremio?
—No. Trabajo para alguien que trabaja para el Gremio..., pero no te preocupes. No te entregaré a ellos.
—¿Por qué no? —preguntó Lilia.
—Porque... porque te he prometido que encontraré a Naki, y yo cumplo mis promesas. —Esbozó una sonrisa maliciosa—. Debes de considerarla muy especial para arriesgar tanto por ella.
De manera inesperada, a Lilia se le encendieron las mejillas. Asintió y desvió la mirada, desterrando de su mente el recuerdo de un beso.
—Es mi amiga. Haría lo mismo por mí.
—Tienes que contárselo a Cery —dijo Donia.
Anyi irguió la espalda.
—No. La entregaría a Sonea.
Donia sonrió.
—Será su primer impulso, pero tendrás que convencerlo de que no lo haga.
Anyi se reclinó en su asiento, juntó las manos y tamborileó haciendo entrechocar los dedos.
—Le diré que he prometido a Lilia que él encontraría a Naki. Dudo que quiera que rompa mi promesa.
Donia rió entre dientes.
—Si crees que eso dará resultado, está claro que aún no lo conoces bien. Tienes que hacerle ver que tener a Lilia cerca le será más útil que entregarla al Gremio.
Lilia contempló a Donia, descorazonada. El tal Cery parecía más despiadado y egoísta de lo que Anyi la había llevado a creer.
Anyi entornó los párpados.
—Eso puedo hacerlo. —Miró a Lilia, y la inquietud se reflejó en su rostro—. Tranquila. No tendrás que usar la magia negra ni hacer nada que no quieras o no te esté permitido.
Donia posó los ojos en Lilia y asintió.
—Tiene razón. A diferencia de la mayoría de sus colegas de profesión, él se ha marcado unos límites que no está dispuesto a traspasar.
—Son solo un poco más flexibles que los de la mayoría de la gente. —Con una gran sonrisa, Anyi alzó la vista hacia Donia—. ¿Puede quedarse Lilia aquí mientras tanto?
—Por supuesto. —Donia miró a Lilia y sonrió—. Puedes quedarte todo el tiempo que desees. Eso sí, tendrás que dormir otra vez bajo las escaleras. No nos quedan camas vacías.
Lilia pasó la mirada de Anyi a Donia y asintió.
—Gracias. Me quedaré y, si puedo hacer algo para pagar por el alojamiento y la comida...
Donia agitó la mano para restar importancia al asunto.
—Si eres amiga de Anyi, eres amiga mía, y jamás se me ocurriría cobrarle a una amiga.
Anyi soltó un resoplido.
—Debería contarle a Cery que has dicho eso.
La mujer miró a Anyi con los ojos entornados.
—No, a menos que quieras pagar por el bol.
Dannyl, que había vuelto a la sala principal del ala de invitados, escuchaba la descripción de Achati de las aventuras que había corrido junto con el propietario de la finca cuando ambos eran jóvenes. Un movimiento atrajo su atención hacia la puerta y, al ver a un esclavo que aguardaba, vacilante, le hizo una seña para que se acercara.
El hombre se postró en el suelo.
—La cena está lista, amo, si desean comer ahora.
—¡Sí! —exclamó Achati. Se volvió hacia Dannyl—. Se me ha abierto un apetito considerable.
Dannyl se sonrió, pensando en la promesa muda de Achati. Aunque Tayend había mantenido al ashaki ocupado durante todo el día, en algún momento tendría que dormir.
Tal vez un amorío con Achati sería breve, y tal vez tendría consecuencias incómodas en el futuro, pero, por el momento, la idea lo seducía. «Además —razonó Dannyl—, Tayend y yo estuvimos juntos durante años, y aun así la relación llegó a su fin, no sin cierta dosis de dolor y pesar.»
Como si lo hubiera llamado con sus pensamientos, Tayend salió de su habitación. Pestañeando, miró primero a Achati y luego a Dannyl.
—¿No vais a cambiaros?
Dannyl bajó la vista hacia la bata de baño que llevaba. Como Achati no había hecho el menor amago de ponerse su elaborada vestimenta habitual, Dannyl tampoco; además, le gustaba llevar algo que no fuera una túnica de mago.
Achati soltó una risita.
—No tenía mucho sentido que nos vistiéramos. Nos iremos a la cama dentro de pocas horas.
Tayend arrugó la nariz.
—Creo que me quedaré despierto. He dormido mucho últimamente.
El buen humor de Dannyl empezó a esfumarse cuando lo asaltó una sospecha. Resistió la tentación de posar los ojos en Achati para ver si estaba pensando lo mismo que él. Si Tayend se quedaba despierto hasta tarde...
—¡Hora de cenar! —interrumpió Achati, dirigiéndole un gesto a otro esclavo que había aparecido en la puerta de la sala principal—. ¿Tú también tienes hambre, Tayend?
Un olor delicioso inundó la habitación. La expresión de Tayend se transformó en una de interés cuando se fijó en la bandeja que el esclavo sostenía entre las manos.
—Sí.
—Pues siéntate y come —lo invitó Achati.
Tayend se acomodó en un taburete, y todos comenzaron a cenar y a charlar.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Achati a Tayend al cabo de un rato—. ¿Sigues teniendo problemas con el remedio para el mareo?
—No. —El elyneo se encogió de hombros—. Estaba un poco aturdido al despertar, pero se me ha pasado después del baño. ¿Cuándo partiremos de nuevo?
—Mañana por la mañana.
Tayend asintió.
—Esperemos que no haya otra tormenta.
—Esperemos.
—Seguramente me pasaré la noche leyendo. No he tenido mucha oportunidad de leer desde el inicio del viaje.
—¿Necesitas material de lectura? —preguntó Achati.
Dannyl escuchó mientras ellos hablaban sobre libros y la crónica del intento de someter a las tribus dúneas que Achati había recibido. El ashaki estaba enfrascado en su conversación con Tayend, pero, por otro lado, era probable que este durmiera durante todo el día siguiente, y también durante todas las jornadas que pasaran a bordo del barco. Si continuaba con aquella pauta, no se le presentarían muchas ocasiones de hablar con Achati o con Dannyl.
«Lo que me complace de un modo egoísta, debo confesar. Achati me dedica casi toda su atención, aun cuando no nos encontramos solos, pues Tayend suele dormir mientras nosotros estamos despiertos, gracias al remedio para el mareo. —Un remedio que Achati había facilitado a Tayend—. Me pregunto si... ¿Es posible que Achati lo planeara así? ¿Era una forma astuta de quitarse de encima a Tayend? ¿De quitárnoslo de encima a los dos?»
Quizá se trataba simplemente de un efecto secundario conveniente. Al fin y al cabo, Achati había asegurado que el remedio no afectaba tanto a todo el mundo. Dannyl se había ofrecido a sanar el mareo de Tayend por medio de la magia, pero el elyneo no había aceptado su oferta. Era demasiado orgulloso para acudir a él en busca de un alivio mágico mientras existiera una alternativa. ¿Había adivinado Achati que se comportaría de ese modo?
«¿Qué diría Tayend si supiera de qué hablamos Achati y yo en la casa de baños?» Dannyl sintió una leve punzada de culpabilidad, pero no estaba seguro de si era por la posibilidad de que Tayend se disgustara si él tenía un nuevo amante, o por no haber hecho caso de la advertencia de Tayend sobre Achati.
«Al final, Tayend lo descubrirá por sí solo, o yo tendré que contárselo. Por lo pronto, Achati tiene razón: será mejor que Tayend se entere cuando ya no tengamos que pasar horas apretujados juntos en un barco. Estoy seguro de que opondrá unas cuantas objeciones. Solo debo explicarle que lo comprendo, y que se trata de un arreglo provisional.»
Al pensar esto último, cierta inquietud se apoderó de Dannyl. ¿Y si dejaba de ser un arreglo provisional?
«Será mejor que no me preocupe por eso antes de que suceda, pues de lo contrario me convertiré en un aguafiestas. Otra vez.»
El almacén del hospital estaba atestado de gente, pese a que era una habitación espaciosa. Todos estaban de pie, en torno a una mesa, cerca de la puerta. Sonea y Dorrien se encontraban a un lado, y Cery y Anyi al otro. Nadie se había molestado en sentarse en la única silla que había. La otra había desaparecido. Sonea tomó nota mentalmente de decírselo a uno de los sanadores.
—Ojalá hubiera sabido que Lorandra no había recuperado sus poderes —se lamentó Anyi—. Entonces no me habría ido, y habríais podido capturarlas a ambas. Pero no sabía si podríais enfrentaros a las dos. Tenía que advertiros.
Sonea sonrió.
—No podías saberlo —dijo—. Sin duda te llevaste una impresión muy fuerte al ver que ella estaba en la misma habitación que tú. ¿Estás segura de que no te reconoció de la Vista?
Anyi frunció el ceño.
—Creo que no. No dio señales de reconocerme, pero tal vez estaba fingiendo para que me quedara, con el fin de que Skellin se encargara de mí cuando nos reuniéramos con él.
—En ese caso, no debía de tener mucha fe en que Jemmi y Rek la creyeran si les decía que eras una espía.
—Tal vez la convencieron de que me había vuelto contra Cery.
—Yo en su lugar habría insistido en que Jemmi se buscara a otros guardaespaldas —señaló Cery.
—Como no lo hizo, lo más probable es que no reconociera a Anyi —reflexionó Dorrien—. De lo contrario seguramente se habría puesto nerviosa por estar en presencia de alguien que ella sabía que había trabajado para el Gremio, aunque solo fuera de forma indirecta, sobre todo en un momento en que iba a encontrarse con su hijo.
—Sea cual sea el motivo, perdimos la oportunidad de atrapar a Skellin —dijo Cery con un suspiro. Se volvió hacia Sonea—. ¿Puede Skellin eliminar el bloqueo en la mente de Lorandra?
—Probablemente. —Sonea miró a Anyi—. ¿Mencionó alguien a Lilia?
La chica sacudió la cabeza.
—Bueno, esperemos que eso signifique que Lorandra la dejó tirada cuando ya no le era útil, o que Lilia tuvo la sensatez de alejarse de ella.
—Y esperemos que Lorandra no la matara cuando ya no le era útil —añadió Dorrien en tono sombrío.
Sonea crispó el rostro.
—Al menos significa que Lilia no le reveló a Lorandra que había aprendido magia negra, o bien que Lorandra no cayó en la cuenta de que eso significaba que Lilia podía enseñarle la técnica. De haberlo sabido, no la habría dejado marchar.
—Lorandra no podía saber por qué Lilia estaba encarcelada a menos que uno de los celadores se lo dijera —agregó Dorrien con aire pensativo—, pero ahora que se está propagando el rumor de que ambas se han fugado, Lorandra pronto se enterará de lo que Lilia sabe. Esperemos que no conozca su paradero y que no regrese a buscarla. Tenemos que encontrar a Lilia lo antes posible.
—No, nosotros no. —Sonea suspiró cuando todos los ojos se posaron en ella—. Es el Mago Negro Kallen quien tiene que encontrarla. Se supone que yo debería encontrar a Skellin.
—Me imagino que eso significa que tienes que reunirte con Kallen para contarle lo que ocurrió anoche —aventuró Cery, dirigiéndole una mirada de conmiseración.
—Sí, sin demora.
Él asintió e hizo un gesto como para ahuyentarla.
—Entonces, vete. No tenemos nada más que decirte. —Anyi meneó la cabeza en señal de conformidad.
—Vete tú —replicó Sonea, imitando los gestos de Cery—. Te recuerdo que eres tú quien está en mi hospital.
Él desplegó una gran sonrisa.
—Ah, tienes razón.
Dio media vuelta y guió a Anyi hacia la trampilla oculta por la que había entrado en la habitación. Sonea esperó a que los dos se marcharan y la trampilla se cerrara para dirigirse a Dorrien.
—¿Te han presentado a Kallen?
Él dio unos pasos al frente para abrirle la puerta.
—No. ¿Hay algo que deba saber antes de conocerlo?
Ella salió al pasillo y, al ver que un sanador se acercaba, cambió de idea respecto a lo que iba a decir.
—Solo que no tiene mucho sentido del humor.
—Ya había oído algo al respecto —comentó Dorrien mientras la seguía por el pasillo—, aunque, ahora que lo pienso, te lo había oído decir a ti.
—Se toma muy en serio su trabajo.
—Sin duda eso es algo bueno.
Sonea lo miró. Él sonrió. Ella sacudió la cabeza.
—Todo tiene un límite.
—¿Te refieres a tomarse muy en serio el trabajo?
—Me refiero a tomarme el pelo impunemente —repuso ella con sequedad.
Se encaminaron hacia la calzada que discurría frente al hospital. El carruaje en que ella se había desplazado estaba allí, esperando, pues, cuando llegaba, ella solía insistir en que Dorrien diera por finalizado su turno y se fuera a casa. Tras indicarle al cochero que pusiera rumbo hacia el Gremio, subió al vehículo después de Dorrien.
—Hay algo en este asunto que no encaja —dijo Dorrien cuando el carruaje empezó a avanzar por la calle.
Sonea clavó la vista en él.
—¿En qué asunto?
—Lo sucedido anoche. —Frunció el entrecejo. Tenía la mirada fija en la ventanilla absorto en sus pensamientos—. La historia de Anyi. Tal vez es por el modo en que la ha contado. Se corregía o se interrumpía en medio de una frase como para no decir algo que no debía.
Sonea pensó en la reunión. No había percibido nada extraño en el comportamiento de Anyi. Su descripción de los acontecimientos había sido titubeante, pero Sonea había supuesto que era porque le costaba expresar con palabras sus sospechas y las decisiones espontáneas que había tomado.
—Tal vez estaba nerviosa —dijo Sonea—. Sabe que yo viví en las barriadas, pero que tú perteneces a una de las Casas. —Esto no parecía probable, pero tal vez la actitud desenfadada de Anyi dependía de las personas con quienes estaba.
La expresión ceñuda de Dorrien no se suavizó. Él meneó la cabeza.
—Tal vez, pero sospecho que no nos lo ha contado todo. ¿Crees que es posible que le estén haciendo chantaje?
A Sonea se le hizo un nudo en el estómago. Curiosamente, esta conjetura le trajo a la mente a Lorkin. «Aunque afirmó que iba a unirse a los Traidores por su propia voluntad, esto significa que su vida está en manos de otras personas. Ojalá tuviera noticias de él.»
—Todo es posible —respondió—, pero yo habría imaginado que si Skellin quería hacerle chantaje a alguien, habría elegido a Cery. Y si así fuera, habría encerrado a Anyi en algún sitio y habría amenazado con matarla si Cery no hacía lo que él quería.
Dorrien no parecía muy convencido, pero se quedó callado. El silencio reinaba en las calles de Imardin. Todos aquellos que podían estaban bajo techo, resguardados del frío. Cuando el carruaje giró para atravesar las puertas del Gremio, empezó a caer una ligera nevada.
Avanzaron por los terrenos de la universidad, cruzaron el patio y entraron en el alojamiento de los magos. Sonea, con Dorrien a la zaga, se acercó a la puerta del Mago Negro Kallen y llamó. Cuando la puerta se abrió hacia dentro, percibió un olor a humo.
Un escalofrío le bajó por la espalda. Aunque nunca se había visto envuelta en humo de craña, había olido sus restos en la ropa muchas, muchas veces. Al recordar que, según Anyi, había visto al Mago Negro Kallen comprar craña, su estupefacción dio paso a la repugnancia cuando advirtió que Kallen y dos de sus amigos y ayudantes magos estaban sentados en su sala de invitados, fumando en pipas primorosamente decoradas. Kallen se sacó la boquilla de entre los dientes y le dirigió una sonrisa cortés.
—Maga Negra Sonea —dijo, poniéndose de pie—. Y lord Dorrien. Pasen.
Tras dudar por un momento, Sonea se obligó a entrar en la habitación. Dado lo que sabía sobre la craña, no quería respirar aquel humo, aunque seguramente no era lo bastante denso para afectar a su mente.
—¿En qué podemos ayudarles? —preguntó Kallen.
—Hemos venido a hablarle de una emboscada que tendimos anoche y que fracasó —anunció Dorrien.
Sonea clavó los ojos en su amigo, que le devolvió la mirada sacudiendo la cabeza.
Ella se concentró de nuevo en el motivo de la visita y describió la reunión que habían planeado, así como las causas del fracaso. Kallen formuló todas las preguntas que Sonea esperaba, y ella se sintió aliviada cuando quedó claro que habían terminado y podía marcharse. Kallen le dio las gracias por ponerlo al corriente y le aseguró que hacía todo lo posible por encontrar a Lilia y a Naki.
De nuevo en el pasillo, Sonea dio rienda suelta a su rabia.
—¡No puedo creer que estuviera ahí sentado, fumando craña en sus propios aposentos! —exclamó, intentando hablar en susurros, aunque la voz más bien le salió como un siseo.
—Ninguna ley lo prohíbe —señaló Dorrien—. De hecho, esas pipas casi le conferían un aspecto respetable.
—Pero... ¿es que nadie se da cuenta de lo peligrosa que es?
Él extendió las manos a los costados.
—No. Incluso aquellos que son conscientes de que tiene un efecto perjudicial en la gente común y corriente da por sentado que no es peor que la bebida para las personas sensatas como los magos si la consumen con moderación. —Dorrien posó la vista en ella—. Si de verdad es peligrosa, lady Vinara debería declararlo de forma inequívoca.
Sonea suspiró.
—Eso no ocurrirá a menos que los magos accedan a someterse a pruebas. Los que fuman craña se niegan, y no sería justo exigir a quienes no la consumen que se expongan a quedar afectados permanentemente.
—Eso podría cambiar. Solo hace falta que un mago intente dejar de consumirla y descubra que no puede. —Se quedó pensativo—. Haré algunas indagaciones. Es posible que unos cuantos hayan llegado ya a ese extremo y estén demasiado avergonzados para confesarlo.
Ella consiguió esbozar una sonrisa lánguida.
—Gracias.
—Lo que te faltaba: otro asunto urgente del que ocuparte —añadió él. Entonces una expresión de vacilación asomó a su rostro.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Es solo que..., bueno... ¿Sabías que el perfume que llevas está hecho de flores de craña?
Sonea se detuvo y lo miró con fijeza.
—No...
Él apartó la vista con aire culpable.
—Debería habértelo dicho antes. Estuve en una perfumería hace cerca de una semana, y reconocí el olor, así que pregunté qué era.
Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—De todos los perfumes que existen, tenía que acabar comprando justo ese. Por casualidad. Solo porque necesitaba parecer ocupada. Supongo que debería tirarlo.
—Sería una lástima.
Parpadeando, ella le dirigió una mirada inquisitiva. Observó divertida que él rehuía sus ojos.
—¿Te gusta?
Él posó la vista en ella antes de desviarla.
—Sí. Antes nunca te ponías perfume. Es... agradable.
Sonriendo, ella continuó andando. Salieron del alojamiento de los magos y se encaminaron hacia la universidad.
—Entonces, ¿qué hacías en una perfumería? ¿Comprarle un regalo a Alina?
Él negó con la cabeza y luego pareció contenerse.
—Buscaba algo que regalarle a Tylia, para su Ceremonia de Aceptación.
—Ah. —Asintió—. ¿No querías regalarle la típica pluma elegante, entonces?
—No.
Él guardó silencio durante el resto del trayecto hacia el carruaje, sin duda pensando en lo que suponía tener una hija lo bastante mayor para convertirse en aprendiz. Ella recordó cómo se había sentido cuando Lorkin había prestado su juramento y había recibido su primera túnica. Su orgullo había estado empañado por el recuerdo de cuando ella había roto ese juramento, así como del día en que el Gremio entero había desfilado ante ella y Akkarin, rasgándoles la túnica en un gesto simbólico de rechazo antes de desterrarlos a ambos.
Entonces dejó a un lado aquel recuerdo. Aunque Lorkin se había ido a vivir a una ciudad secreta poblada de rebeldes, nadie había planteado seriamente la posibilidad de desterrarlo por su decisión. Esto la tranquilizaba. Si el Gremio seguía confiando en que él encontraría la manera de volver a casa, a ella le resultaba mucho más fácil creer lo mismo.