El barco se había movido mucho durante la noche, y Dannyl se había sentido aliviado cuando, a primera hora de la tarde, el Inava había recalado en una bahía pequeña y resguardada. Aunque Achati había planeado que pasaran casi todas las noches en tierra, cuanto más al norte navegaban, más separadas entre sí estaban las poblaciones. Tayend se había tomado una dosis extra del remedio contra el mareo la noche anterior y se había quedado dormido enseguida con una facilidad que Dannyl empezaba a envidiar. Aunque podía combatir con la sanación mágica los efectos negativos del viaje por mar, a veces le costaba quedarse en la cama debido al vaivén de la embarcación. Por fin, unas horas antes del amanecer, la tormenta pasó y él consiguió dormir un poco, pero poco después tuvieron que levantarse.
Achati había previsto que se alojaran en la finca de un amigo que se encontraba de visita en la ciudad. Tenían el sitio para ellos solos, aparte de los esclavos, por supuesto. Estos, que habían recibido la orden de agasajar a los invitados de su amo, les sirvieron una cena deliciosa y los guiaron hasta unos baños construidos junto a un manantial natural de agua caliente que Achati aseguró que no debían perderse.
Sin embargo, todo parecía indicar que Tayend se los perdería. Un esclavo había tenido que desembarcarlo medio a cuestas y lo había subido al carruaje que los esperaba. Había emitido sonoros ronquidos durante todo el trayecto hacia la finca y apenas se había despertado durante el rato suficiente para seguir a un esclavo hasta los aposentos de los invitados. Los esclavos habían comunicado a los demás que había caído como un tronco en cuanto había llegado a una cama.
Achati y Dannyl se dirigieron juntos hacia los baños. Resultaron ser una habitación larga con una puerta en cada extremo, sin ventanas pero con una abertura en el techo por la que se vislumbraba el cielo estrellado de la noche. Había una serie de piscinas humeantes a lo largo de la estancia, que vertían sus aguas unas en otras, y un sendero que serpenteaba por la orilla y cruzaba un estanque por un puente curvo. En el aire se percibía un olor metálico y salobre.
—La piscina más cercana es de agua caliente —dijo Achati mientras empezaba a quitarse la ropa—. Es para lavarse, y desagua por un sitio diferente que las demás. Cuando estés limpio, entra en la piscina siguiente y pasa de una a otra hasta que encuentres la que más te convenga. Las de en medio son de agua caliente, y van entibiándose hasta la última, que es de agua fría.
—¿El baño termina con una piscina de agua fría?
—Sí, para despejarte. Es de lo más refrescante. Pero si deseas irte a dormir justo después del baño, es recomendable que te sumerjas en una de las piscinas tibias. Allí hay unas batas de tela absorbente que puedes ponerte para no pasar frío. —Achati, que ahora solo llevaba sus pantalones, miró a Dannyl, que aún no había empezado a desvestirse—. Los esclavos te lavarán la ropa y la llevarán a tu habitación.
Dannyl asintió y comenzó a desnudarse. Los baños públicos habían pasado de moda en Imardin unos cien años atrás. Era bien sabido que los baños (y, según afirmaban burlonamente algunos documentos, el hecho mismo de bañarse) habían sido introducidos por los sachakanos cuando habían conquistado Kyralia. Bañarse seguía siendo una costumbre popular, pero no en público. Las casas de baño del Gremio estaban divididas en cuartos privados, al igual que los de la ciudad, aunque Dannyl había oído que ciertos establecimientos asociados con burdeles disponían de piscinas más grandes para chapuzones mixtos.
En Elyne aún quedaban algunos baños públicos, pero hombres y mujeres los utilizaban por separado y llevaban una recatada prenda de tela gruesa. Dannyl los había visitado varias veces con Tayend, cuando era embajador del Gremio en Elyne. Entonces estaba en boga lamentarse de que los viejos tiempos en que la gente se bañaba desnuda hubieran pasado, pero nadie llevaba a la práctica la opinión aparentemente generalizada de que era mejor despojarse por completo de la ropa.
«De todas las tradiciones sachakanas conflictivas (la esclavitud, la magia negra), sin duda esta sería la más fácil de adoptar. Aunque, hasta donde yo sé, no hay baños públicos en Arvice. Tal vez también hayan pasado de moda en Sachaka. Me extrañaría mucho que permitieran a sus mujeres bañarse en compañía de otras personas.»
Achati, desvestido ya del todo, entró en la primera piscina. De pronto el tono oscuro de su piel resultaba más evidente, y aunque Achati era más bajo que el sachakano medio, tenía las espaldas anchas y constitución robusta características de su pueblo. Dannyl respiró hondo, se quitó la túnica y luego los pantalones. Haciendo un esfuerzo de voluntad, dio media vuelta, caminó hacia la piscina y se metió en el agua.
Aunque se había preparado para sentir calor, el agua estaba tibia. Con expresión neutra, Achati señaló un cuenco en el borde de la piscina que contenía unas pastillas de jabón. Estaba rodeado de una espuma jabonosa que ocultaba la parte del cuerpo que tenía bajo la superficie. La piscina era grande. Había espacio de sobra para los dos, quizá incluso para cuatro personas. Dannyl se concentró en los detalles, intentando no pensar demasiado en el hecho de que estaba desnudo en compañía de un hombre que le había dejado claro que quería que hubiera algo más que amistad entre ambos.
El jabón era extraño. Contenía una arenilla que raspaba la piel de Dannyl y le dejaba unas rayas rojas. Cuando Achati salió de la piscina, Dannyl advirtió que estas marcas no eran tan notorias en la piel del sachakano.
Terminó de frotarse, se levantó y siguió a Achati a la piscina siguiente.
El agua estaba caliente. Había asientos adosados a las paredes. Dannyl notó escozor a causa de la temperatura. Achati no permaneció allí mucho rato, sino que cambió de una piscina a otra hasta que encontró una en la que declaró sentirse más cómodo.
—¿La tuya está lo bastante caliente? —preguntó a Dannyl.
Este asintió.
—Mucho.
—Pasa a la siguiente. Yo me quedaré aquí. Dispondremos de una para cada uno, y aun así podremos charlar.
Así que Dannyl se sumergió en la siguiente piscina, de agua agradablemente tibia.
—Ah, sí. Esta es la buena. —Se acomodó en un asiento en un hueco desde donde podía volverse con facilidad para hablar con Achati. Aunque empezaba a acostumbrarse a su desnudez, tenía que reconocer que le aliviaba un poco que la pared baja de la piscina superior se interpusiera entre ambos.
Achati soltó una risita.
—¿Qué te hace gracia? —preguntó Dannyl al ver que su acompañante no explicaba el motivo de su hilaridad.
El sachakano le dedicó una sonrisa maliciosa.
—Tú. Creía que girarías sobre tus talones y pondrías pies en polvorosa.
—¿Para huir de esto? —Dannyl se encogió de hombros—. Reconozco que es una experiencia nueva y que no me resulta del todo cómoda.
—Y aun así, estás aguantando, y eso que yo estoy aquí también.
Dannyl intentó pensar una buena respuesta, pero antes de que lo consiguiera, Achati continuó.
—Se te ha dado muy bien guardar las distancias conmigo.
A Dannyl tampoco se le ocurrió algo ingenioso que responder a esto.
—¿Ah, sí? —logró decir.
—Sí. Pedir a Tayend que insistiera en venir fue una jugada muy hábil.
Dannyl enderezó la espalda, sorprendido e indignado.
—Yo no le pedí a Tayend que insistiera en venir. —Frunció el ceño—. Lo hizo por iniciativa propia.
Achati arqueó las cejas. Contempló a Dannyl con aire pensativo.
—Me parece que te creo.
—Es cierto —aseveró Dannyl, intentando no parecer ofendido, sin mucho éxito—. Aunque también es cierto que he estado guardando las distancias contigo.
—¿Por qué?
Dannyl apartó la vista y suspiró.
—Por las consecuencias. El conflicto de lealtades. Esa clase de cosas.
—Entiendo —dijo Achati en voz baja. Se quedó callado por un momento, y de pronto se puso de pie y entró en la piscina de Dannyl. Una vez sentado, exhaló un profundo suspiro—. Eso está mejor. —Miró a su acompañante—. Se preocupa usted sin motivo, embajador Dannyl.
Dannyl clavó la vista en Achati.
—¿Ah, sí?
—Sí. Debo lealtad ante todo a Sachaka y a mi rey. —Los ojos de Achati relampaguearon—. Y tú debes lealtad a Kyralia, tu rey, el Gremio y las Tierras Aliadas, no necesariamente en este orden. Eso no puede ni debe cambiar. —Sonrió con frialdad—. Piénsalo de este modo: si mi rey me ordenara que te matara, lo haría. Sin vacilar.
Dannyl miró al hombre con fijeza. Achati tenía una mirada severa y una expresión desafiante. «Lo dice muy en serio, pero ¿acaso no haría yo lo mismo si nos convirtiéramos en enemigos? Probablemente. Lo lamentaría, pero... ¿qué posibilidades hay de que eso ocurra? —Dejó a un lado ese pensamiento—. Lo cierto es que me disgustaría independientemente de cuánto hubiéramos intimado. Además, no podemos hacer nada que lleve a los demás a dudar de nuestra lealtad, como tener hijos o casarnos...»
Achati no estaba pidiéndole un compromiso ni mucho menos. Por una vez, esto lo atraía. Aunque a Dannyl debería haberle repelido la afirmación de que el ashaki lo mataría si se lo ordenaran..., le resultaba curiosamente excitante.
—Así que... ¿no vacilarías? ¿Ni siquiera un poco? —preguntó.
Con una sonrisa, Achati se apartó de la pared y se dirigió hacia el centro de la piscina.
—Bueno, tal vez un poco. Ven aquí y convénceme de cuánto tiempo debo vacilar.
Dannyl soltó una risita ante la invitación de su amigo y caminó hacia el centro de la piscina. Por unos instantes, se contemplaron el uno al otro. Era como si el tiempo se hubiera ralentizado hasta detenerse.
Ambos se quedaron paralizados cuando oyeron unas voces apagadas procedentes de la entrada de los baños. Se separaron rápidamente y se pusieron de pie para ver quién andaba allí. Dannyl comprobó aliviado que la puerta seguía cerrada.
Las voces cesaron y sonaron unos golpes en la puerta. Achati miró a Dannyl con una irritación gratamente manifiesta.
—He ordenado a los esclavos que no nos molestaran salvo en caso de urgencia.
—Será mejor que averigües qué ocurre —respondió Dannyl.
Achati salió de la piscina y atrajo una bata hacia sí con magia. Se la puso y se encaminó hacia la puerta.
—Adelante.
La puerta se abrió. Dannyl se apresuró a poner cara de circunstancias cuando vio el rostro de Tayend asomar al otro lado. «Cuanto más molesto parezca yo, más sospechará él.» Por dentro se sentía como si le hirviera la sangre de rabia.
—¿Interrumpo algo? —dijo Tayend—. Los esclavos me han dicho que estabais aquí, y como me habías dicho que teníamos que probar estos baños, me parecía una descortesía no venir a verlos.
—Por supuesto que no —contestó Achati. Indicó con un gesto a Tayend que se acercara a la piscina de limpieza y le explicó el procedimiento.
Luego, cuando regresó hacia donde estaba Dannyl, le sonrió y formuló una promesa moviendo los labios, sin voz:
«Luego.»
Poco después de que Lorkin llegara a la sala de asistencia, una maga se presentó para escoltarlo a las cuevas de las pedreras. Era un poco reacio a marcharse, pues la mujer que había sustituido a Kalia todavía no tenía muy claro dónde se guardaba todo el material ni qué enfermedad sufría cada uno de los pacientes que ocupaban las camas. Aun así, lo echó de la sala en cuanto llegó la escolta.
—Vete —le ordenó—. Ya me las apañaré.
—Volveré luego —prometió él.
La maga le había dedicado una sonrisa tímida y apenas había abierto la boca mientras lo conducía hacia las cuevas. Era tan infrecuente que una Traidora se mostrara cohibida e incómoda que él resistió el impulso de entablar una conversación con ella. Si criarse en un lugar donde las mujeres ejercían el poder no la había ayudado a ser atrevida y segura de sí misma, su sensación de incomodidad debía de estar muy arraigada, por lo que hurgar en la herida seguramente empeoraría las cosas.
Ella lo guió hacia las entrañas de la ciudad, a una zona de la montaña más profunda que aquellas en que a la mayoría de los Traidores les gustaba vivir. El pasadizo comenzó a serpentear, y a ambos lados había entradas de cuevas. La última vez que había pasado por allí, cuando se lo llevaban de la caverna que Evar le había enseñado, Lorkin había supuesto que lo más prudente era no parecer demasiado interesado en ellas. Ahora era libre de echar un vistazo al interior.
Las cuevas eran de tamaños y formas variados. Era evidente que los Traidores habían hecho un esfuerzo por allanar el suelo en algunas partes, pero claramente habían dejado las paredes irregulares y angulosas tal como estaban. En una gruta más espaciosa, Lorkin se percató de que había galerías adosadas a las paredes por las que se accedía a las zonas más elevadas.
En todas las cuevas veía una gran gama de colores centelleantes en paredes, techos e incluso, en algunos casos, en el suelo.
Ninguna de las cavernas tenía puerta. Parecía un descuido extraño en una parte de la ciudad que contenía secretos mágicos de tal envergadura. «Pero tal vez sean secretos que no pueden descubrirse estudiando las piedras. Quizá solo puedan transmitirse de una mente a otra, como la magia negra.» O tal vez estaban escritos en libros guardados en algún lugar seguro.
El pasadizo serpenteante desembocaba en otra cueva. Su guía la atravesó hasta entrar en una caverna contigua, y luego en otra. En las paredes y el techo del pasadizo había habido fisuras que resultaban fáciles de franquear. Ahora pasaban por encima de grietas más grandes sobre puentes construidos con losas hechas de la misma piedra que las paredes.
Entonces llegaron frente a una puerta.
La escolta llamó, sonrió a Lorkin y se marchó a paso veloz, antes de que él pudiera darle las gracias. Cuando se volvió de nuevo hacia la puerta, esta estaba abierta. Una voz lo llamó desde el interior.
—Pasa, Lorkin.
Reconoció la voz de la portavoz Savara. Cuando entró en la sala, vio que la portavoz Halana y ella ocupaban dos de cinco asientos dispuestos en círculo. Savara señaló una de las sillas y él se sentó.
—¿Conoces las responsabilidades de cada una de las portavoces? —preguntó.
Él asintió.
—Sí. Bueno, al menos las de algunas. La portavoz Riaya organiza reuniones, elecciones, juicios y demás. La portavoz Kalia era la responsable de la sanidad, la portavoz Shaiya controla la producción de alimentos y el suministro de agua, y usted está al cargo de la defensa.
—Correcto. La responsabilidad de la sanadora Lanna es la vivienda, y la de la portavoz Yvali, la educación. La de la portavoz Halana —asintió en dirección a la otra mujer— es la elaboración de gemas.
Él miró a la portavoz Halana e inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Entonces, ¿usted será mi profesora?
La mujer hizo un gesto afirmativo.
—Sí, si tú estás de acuerdo.
Él sonrió.
—No se me ocurre ninguna razón para negarme.
Aunque Halana no correspondió a su sonrisa, había un atisbo de picardía en sus ojos. Algo en su expresión provocó a Lorkin un escalofrío de advertencia. Frunció el ceño y posó la vista en Savara.
—¿Hay alguna razón por la que debería negarme?
Ella sonrió con ironía.
—Posiblemente. Puede que haya mencionado ya que una vez viajé a Kyralia. Estuve en Imardin durante un tiempo, antes y a lo largo de lo que llamáis la Invasión ichani.
Él la miró con fijeza, sorprendido.
—¿Presenció la invasión?
Ella se puso seria.
—Sí. Intentamos no perder de vista a los ichanis, pues son personas errantes y a veces se acercan más de la cuenta a Refugio. Por lo general son inofensivos, ya que están demasiado ocupados luchando unos contra otros para causarnos problemas. Sin embargo, como ya te imaginarás, cualquier señal de unión entre ellos nos pone en guardia. Por fortuna para nosotros, la última vez que lo hicieron no tenían la intención de volverse contra nosotros. Por desgracia para tu pueblo, su mirada estaba puesta en Kyralia.
»Como descubrimos que estaban enviando esclavos a Kyralia, fui allí para investigar qué se traían entre manos. Los sucesos de los que fui testigo pusieron de manifiesto que el Gremio no utiliza la magia superior y, de hecho, la prohíbe.
Lorkin asintió y bajó la vista.
—La llamamos magia negra. Y ya no está prohibida.
Ella entornó los párpados.
—Pero su uso está restringido. Solo unos pocos saben utilizarla.
—Así es.
—Y si nuestros espías están en lo cierto, el conocimiento que esos pocos poseen es incompleto.
Él la miró a los ojos.
—No lo sé, pues no soy uno de los pocos a los que se permite saberlo.
—¿No lo eres —inquirió ella, sosteniéndole la mirada—, o mejor dicho no lo eras?
Él apartó la vista. ¿Estaba preguntándole... lo que le estaba preguntando? Quería saber si seguía considerándose un mago del Gremio. Pero había una pregunta implícita tras la que le había planteado: ¿deseaba conservar la opción de volver a serlo? Si aprendía magia negra, quizá nunca podría reingresar en el Gremio.
O tal vez simplemente estaba ofreciéndose a enseñarle magia negra en vez de la elaboración de gemas, pero era poco probable.
Quizá aquello fuera una prueba para determinar si pretendía regresar al Gremio en cuanto hubiera adquirido el conocimiento sobre la elaboración de gemas para difundirlo allí. Pero aquello no tenía pies ni cabeza. La reina no había especificado que tuviera prohibido transmitir dicho conocimiento. Tampoco había especificado lo contrario.
—Te lo pregunto —dijo Savara en voz baja—, porque para enseñarte a elaborar gemas, tenemos que enseñarte magia superior.
Él alzó la mirada hacia ella, estupefacto.
—Ah.
—Y estoy preguntándote si eso te impedirá volver algún día al Gremio.
—Entiendo... —De pronto todo cobró sentido. La reina creía que los Traidores debían compensar a Lorkin ofreciéndole algo de valor equivalente a los conocimientos de sanación que le habían robado. Las únicas formas de magia que desconocía eran la magia negra y la elaboración de gemas. Como necesitaba la primera para aprender la segunda, tendría que pagar el mismo precio por ambas: la imposibilidad de volver a casa. «Y sin duda eso significa que han considerado la posibilidad de concederme la libertad algún día...»
¿Cómo reaccionaría el Gremio al enterarse de que él sabía magia negra? ¿Lo perdonarían cuando revelara que había descubierto un nuevo medio de defensa? Entonces se le cayó el alma a los pies. «Esperaba encontrar una técnica que sustituyera a la magia negra, no que la utilizara. Si la elaboración de gemas requiere el uso de magia negra, he fracasado. Tal vez el Gremio no lo apruebe.»
Entonces cayó en la cuenta de que en el fondo no creía esto. El Gremio nunca desaprovecharía la oportunidad de aprender un nuevo tipo de magia, sobre todo si el hecho de usar las gemas no implicaba emplear la magia negra. Solo tendrían que restringir los permisos para aprenderla.
Si querían contar con las ventajas de las gemas mágicas, al Gremio no le quedaría otro remedio que aceptar que Lorkin había aprendido magia negra para poder ofrecérselas. De lo contrario... «Bueno, o me aceptan a mí y a las gemas, o se quedan sin nada, del mismo modo que yo tengo que elegir entre aprender la magia de las gemas y la magia negra o no aprender nada.»
Y si el Gremio lo rechazaba..., bueno, podría regresar a Refugio. La sociedad de los Traidores no era perfecta, pero ¿qué país o pueblo lo era? Por otro lado, al pensar en la posibilidad de no volver nunca a Imardin, la pesadumbre se apoderaba de él. Tenía que haber una manera de visitar a su madre, a Rothen y a sus amigos.
«Eso es algo que tendré que resolver más adelante. Esto es más importante. Que los ashakis adquirieran esta magia antes que el Gremio podría tener consecuencias desastrosas. No puedo ponerme en contacto con Osen ni pedirle que convoque una reunión para decidirlo. Tengo que aprovechar esta ocasión para aprender a elaborar gemas, y esperar que el Gremio no me repudie por ello.»
Miró a Savara.
—Saber magia negra puede impedir que vuelva allí de forma permanente —le dijo—. Es posible que solo me permitan ir de visita. Estoy dispuesto a asumir ese riesgo, si me aseguran que siempre tendré un hogar en Refugio.
Ella posó los ojos en él, imperturbable, antes de volverse hacia Halana. Esta asintió. Savara miró de nuevo a Lorkin y sonrió.
—Mientras no infrinjas nuestras leyes, podrás vivir entre nosotros si así lo deseas.
—Gracias.
—Y ahora —dijo ella, poniéndose de pie y haciéndole una seña a Halana—, ha llegado el momento de completar tu educación. —Le dio unas palmaditas en el hombro cuando pasó por su lado—. Sin duda lo que más te preocupa es el aprendizaje de la magia superior. Tranquilo. Esa es la parte fácil.
Halana puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua.
—No le hagas caso —dijo—. Es cierto que la magia superior es fácil de aprender, pero la elaboración de gemas no te resultará tan complicada si tienes paciencia, diligencia y capacidad de concentración.
Lorkin miró a Savara, que sacudía la cabeza en señal de disconformidad antes de cerrar la puerta.
—¿Y si no las tengo? —preguntó él, posando la vista otra vez en Halana.
La mujer se encogió de hombros.
—Dependerá de la piedra que cultives. Si su función es generar calor y pierdes la concentración... ¿Tus poderes de sanación sirven para tratar quemaduras?
Él tragó saliva.
—Sí.
Ella sonrió.
—Entonces, no hay problema. Con una ventaja como esa, no tienes por qué preocuparte.
A Sonea no le había sorprendido que Cery no estuviera esperándolos debajo de la tienda de dulces y que, en cambio, hubiera un mensaje que les indicaba cómo encontrarlo. Ella, Dorrien y Nikea se habían hecho pasar por un matrimonio y su hija que aspiraban a expandir su negocio de recogida y tratamiento de tejidos para la producción de papel. El mensaje los condujo a una casa de bol, a través de un mercado nocturno y unos baños públicos, hasta que, tras subir la escalera de un sótano, descubrieron que Cery había ocupado una casa limpia y sorprendentemente bien decorada para pasar la noche.
Sonea prefirió no preguntar dónde estaban sus habitantes. Había rastros de ellos por doquier, desde los juguetes que se entreveían al otro lado de la puerta abierta de un dormitorio, hasta los platos a medio comer que había sobre la mesa. Encontraron a Cery en una habitación oscurecida, sentado junto a una ventana. Gol se había reunido con ellos en el sótano y les había advertido que no crearan luces.
—Se supone que la entrevista se celebrará en esa habitación de allí, en la segunda planta —les informó Cery, señalando la ventana.
Al dirigir la mirada hacia allí, Sonea vio en una casa situada al otro lado de un callejón, una sala de invitados iluminada con lámparas. La callejuela era tan estrecha que habría podido pasar a la otra habitación en unos pocos pasos de no ser porque se interponían dos muros.
Hablaron sobre cómo aproximarse al otro edificio y descartaron las vías de escape más obvias. Cery no había conseguido que ninguno de sus hombres se acercara lo suficiente para comprobar si había rutas de huida ocultas sin arriesgarse a que los vieran. La casa en la que se encontraban era lo más cerca que se había atrevido a llegar. Los magos tendrían que arreglárselas para ir hasta la habitación de enfrente una vez que comenzara la reunión.
Sonea acordó un plan con Dorrien y Nikea, pero no se les presentaba la ocasión de ponerlo en práctica. La habitación de enfrente seguía vacía.
La noche transcurrió con lentitud, y con cada hora que pasaba, Cery se encerraba más en sí mismo. Hablaba cada vez menos, hasta que al final todos quedaron en silencio, reacios a expresar sus temores. Las espaldas se encorvaron y las caras se alargaron con frustración conforme se hacía patente que no habría reunión y que no podrían capturar a Skellin ni a nadie más. Cuando el sol empezó a iluminar las paredes al otro lado de la ventana, Nikea rompió finalmente el silencio.
—¿Qué opináis? ¿Damos por hecho que la reunión ha sido suspendida?
Todos se miraron entre sí excepto Cery, que tenía la mirada perdida.
—Esperaremos a que lleguen noticias —le dijo Sonea.
—Si Anyi consiguiera escabullirse o enviar un mensaje a través de alguien, ¿adónde irían? —preguntó Dorrien a Cery.
La arruga entre las cejas de Cery se hizo más profunda.
—Ella no vendría ni enviaría a un mensajero aquí, porque podría atraer atención sobre nosotros. —Se levantó con un movimiento que pareció brusco después de horas de quietud y silencio—. Seguidme.
Ellos obedecieron. Regresaron al sótano y volvieron sobre sus pasos hasta la casa de baños. Allí, la mujer de mediana edad que regentaba el establecimiento se acercó a Cery con ademán nervioso y le entregó un papel.
—Lo siento. Lo hemos recibido hace unas horas —dijo—. No sabía qué hacer con él. Usted nunca me advirtió que podrían llegar mensajes ni me indicó adónde debía enviarlos.
—No creía que fuera necesario —explicó él—, pero gracias por guardarlo a buen recaudo.
Con el aspecto de haberse quitado un gran peso de encima, ella se retiró a toda prisa de la habitación. Cery leyó la nota y suspiró, aliviado.
—Está sana y salva —informó a los demás—, pero han descubierto que era una espía. —Sacudió la cabeza—. Ojalá hubiera podido encargarme de que alguien le enseñara a escribir. —Les mostró el papel, en el que había dos garabatos—. Inventamos una clave, pero no permite dar muchos detalles.
—¿Podrás reunirte con ella y averiguar qué ha ocurrido? —inquirió Dorrien.
Cery asintió.
—El momento dependerá de cuánto sepan sobre ella su jefe y el ladrón para el que trabaja, y de si la están buscando. —Su expresión se tornó sombría de nuevo—. Os avisaré en cuanto lo sepa.
Sonea posó una mano sobre la suya.
—Espero que ella esté bien. Transmítele nuestro agradecimiento.
Él consiguió esbozar una sonrisa lánguida.
—Tantos esfuerzos, y no hemos conseguido atrapar a Skellin.
—Bueno, esperemos a oír qué nos dice ella antes de considerarlo un fracaso absoluto. Quizá haya recabado información que pueda sernos útil.
Él asintió.
—Entonces será mejor que os lleve de vuelta al Gremio sin que nadie descubra vuestra identidad. —Les hizo señas para que lo siguieran—. Vamos. Me he encargado de todo.