18
La caza

Hacía calor en el despacho del administrador Osen. Demasiado calor, decidió Sonea. Se preguntó si Osen se había encargado de que así fuera, o si la culpa era de algún otro mago superior. Era fácil generar calor por medio de la magia, pero enfriar cosas resultaba mucho más complicado.

Los magos superiores habían ocupado sus posiciones habituales. Como de costumbre, eso significaba que Kallen y ella estaban de pie a los lados del escritorio de Osen. Todos aguardaban en silencio, con expresión sombría.

La puerta del despacho se abrió, y todos se volvieron para ver entrar al capitán Sotin y a un guardia joven, acompañados por el guerrero que había estado de servicio en la atalaya la noche anterior. Los tres palidecieron ligeramente ante la mirada escrutadora de los magos superiores. El trío se acercó al escritorio de Osen y se detuvo, claramente indecisos respecto a si debían colocarse de cara al administrador o a los otros magos.

El capitán optó por inclinarse ante Osen, y el celador se apresuró a seguir su ejemplo.

—Administrador —saludó el capitán en tono enérgico.

—Capitán Sotin —dijo Osen—. Gracias por venir. ¿Y él es...? —Osen alzó la vista hacia el guardia.

—El celador Welor, administrador. Era el encargado de atender las necesidades de lady Lilia.

Osen asintió e hizo un gesto en dirección a los otros magos.

—Cuéntenos lo que sabe, capitán.

El hombre se volvió hacia los presentes.

—Los hombres que estaban de turno han declarado que no notaron nada sospechoso, y todos juran que ninguno de ellos se durmió, bebió alcohol o se distrajo de sus obligaciones de alguna otra manera. El caso es que, en algún momento, alguien abrió la puerta de la habitación de lady Lilia, así como la puerta interna que comunicaba dicha habitación con la de Lorandra.

—¿Cómo cree usted que las abrieron? —inquirió el Gran Lord Balkan.

—No sabría decíroslo. Las cerraduras no presentan signos de haber sido forzadas. Nadie había perdido las llaves. Por lo tanto, o las abrieron con una ganzúa, o utilizaron la magia. —El capitán torció el gesto—. En la puerta de Lorandra había una segunda cerradura instalada fuera de su alcance para que no pudiera forzarla, pero en la puerta interior no.

—¿Y la puerta principal de la habitación de Lilia?

El capitán se encogió de hombros.

—También la asegurábamos con una cerradura doble. Cuando la encerramos a ella allí... bueno, supusimos que no sabría abrir cerraduras.

—Puesto que ninguna de las dos puede utilizar su magia, hemos de suponer que Lorandra abrió la cerradura tanto de la puerta interior como de la puerta principal de la habitación de Lilia —dijo lady Vinara—. Una vez fuera de sus habitaciones, ¿cómo salieron de la torre?

—No pueden haberse fugado por la escalera que conduce a la planta baja, pues va a parar al despacho, que siempre está ocupado por mis hombres —dijo el capitán—. Creemos que subieron a la azotea. Allí no hay guardias, pero la trampilla de acceso a la azotea estaba cerrada con llave por dentro y bloqueada con magia... —Dirigió la mirada al guerrero que había estado de turno.

—Ambas cosas estaban intactas —murmuró el joven.

—... pero hemos descubierto que la vieja cúpula del observatorio se había aflojado y podía elevarse lo suficiente por medio de una palanca para que alguien de huesos pequeños saliera arrastrándose por debajo —concluyó el capitán.

—Es de vidrio y pesa mucho —observó lord Peakin, sacudiendo la cabeza—. Dudo que lady Lilia y la anciana pudieran levantarla, ni siquiera entre las dos.

—No hay otra explicación —repuso lady Vinara.

—Y luego, ¿cómo bajaron de la azotea? —preguntó lord Garrel—. ¿Hay algún indicio de que usaran cuerdas o escalas?

El capitán negó con un gesto.

—¿Confía en que sus hombres estén diciendo la verdad? —preguntó lady Vinara al capitán.

El hombre enderezó la espalda y asintió.

—Me fío de todos. Son hombres de una integridad poco común. —Al cabo de unos instantes, agregó—: Y si no lo fueran y hubieran dejado escapar a las presas, sin duda habrían inventado alguna historia, como que los narcotizaron, o alguna otra excusa. Están desconcertados y avergonzados, y he tenido que convencer a algunos de ellos de que no dimitan de su puesto.

El guardia que tenía a su lado agachó la cabeza.

—Celador Welor —dijo Osen—, ¿notó algo en el comportamiento de lady Lilia que indicara que pudiera estar planeando una fuga?

El joven meneó la cabeza.

—No creo que haya tenido tiempo suficiente para pensar en ello. Todavía intentaba asimilar lo que le había ocurrido. He encontrado esta nota esta mañana. —Se sacó un papel del bolsillo de la pechera, lo desdobló y se lo entregó a Osen—. Estaba dentro de un libro que le di, así que supongo que quería que yo lo encontrara.

El administrador examinó la nota y arqueó las cejas.

—«Debo encontrar a Naki. Regresaré por la mañana» —leyó en voz alta.

—No ha regresado —dijo Vinara—. O ha mentido, o algo le ha impedido volver.

—¿Por qué iba a mentir? —preguntó Peakin.

—Tal vez creyó que así ganaría tiempo —respondió Garrel—. Si hubiéramos descubierto su ausencia anoche, tal vez habríamos esperado a que volviera.

—Pero ¿cómo bajaron de la azotea? —preguntó Osen—. ¿A qué altura está del suelo... o de los árboles más cercanos?

—Si hubieran descendido por la pared, los guardias de abajo las habrían visto. Los árboles más próximos están a una distancia considerable, en la ladera, y por tanto son más bajos que la torre —dijo el capitán—. Habrían tenido que tender una cuerda de forma que quedara muy tirante y, más que bajar sujetándose, habrían tenido que deslizarse por ella. Luego está la cuestión de cómo habrían hecho llegar un extremo de la cuerda allí arriba sin que nadie se diera cuenta. —Sacudió la cabeza—. Siempre hemos supuesto que si Skellin intentaba rescatar a su madre por la azotea, levitaría hasta allí.

—Apuesto a que lo hizo y consiguió pasar inadvertido —dijo Vinara—. Pero ¿por qué se llevaría a Lilia...? —De pronto pareció caer en la cuenta, horrorizada—. Oh.

El despacho se sumió en un silencio absoluto. Sonea miró a Kallen, preguntándose si ya se había planteado la posibilidad que acababa de ocurrírsele a Vinara. Tenía una expresión de paciencia forzada. «Sí, es plenamente consciente del peligro, y está ansioso por hacer algo al respecto.» Aguantó las ganas de sonreír, pues sabía que el gesto sería malinterpretado.

—¿Por qué las encerraron en habitaciones contiguas? —inquirió Garrel de pronto—. Una renegada astuta junto a una maga ne... una joven manipulable. Era cuestión de tiempo que se produjera un desastre. Lilia puede haber explicado a Lorandra cómo hacer magia negra, sin que tuvieran que salir siquiera de sus habitaciones.

Algunos de los magos superiores miraron al capitán. Garrel y varios de los demás clavaron la vista en Sonea o en Kallen. Ella se volvió hacia Rothen, que le lanzó una mirada significativa. Él le había advertido que era muy posible que la culparan de la fuga de Lilia, pues había visitado a ambas reclusas y no había percibido fallos en su encarcelamiento.

—Teníamos órdenes de asegurarnos de que estuvieran bien tratadas —alegó el capitán—. Creíamos que, como ambas eran mujeres, se harían compañía la una a la otra. Ahora... ahora veo que fue un error.

Sonea sintió lástima por el hombre. Tampoco era el único responsable de que las dos se hubieran escapado. Arrugó el entrecejo. «¿Intenta cargar con toda la culpa para salvar a sus hombres?»

—Ahora Lilia y Lorandra están haciendo compañía a Skellin —comentó Osen—. Me...

Dejó de hablar al oír unos golpes en la puerta. Alzó la vista hacia ella, entornó los ojos y la puerta se abrió.

Dorrien entró en el despacho.

—Disculpe la interrupción, administrador —dijo—, pero dispongo de información que puede ser importante para esta conversación.

La puerta se cerró tras él, y Osen le hizo señas para que se acercara.

—¿De qué se trata, lord Dorrien?

—Una mujer que presta servicios en una de las casas de la Ciudad Interior que están orientadas hacia la muralla del Gremio ha venido al hospital esta mañana —dijo—. Hemos tardado un buen rato en atenderla, pues saltaba a la vista que no estaba enferma —añadió, divertido—. Nos ha contado que anoche vio a dos mujeres saltar el muro, pocas horas después del anochecer. Una era mayor y de tez oscura, y la otra, joven y pálida. Cuando se ha enterado de que unas presas se habían fugado del Gremio, se ha acordado de eso y ha ido a decírnoslo.

—¿Iban solas? —preguntó Osen.

—Sí.

Sonea frunció el ceño. «Entonces, si Skellin no las rescató, ¿cómo...? —Cuando una sospecha empezó a cobrar forma en su mente, la habitación ya no le pareció tan calurosa—. No puede ser...»

—¿Por qué ha acudido ella al hospital, en vez de venir aquí? —quiso saber lord Peakin.

Dorrien esbozó una sonrisa maliciosa.

—Sus servicios no son precisamente respetables.

—¿Cómo sabe que dice la verdad? ¿Ha pedido dinero? —preguntó Garrel.

—No lo sé y no, no lo ha pedido —le informó Dorrien—. Estaba asustada, me imagino que al igual que el resto de la ciudad, ante la idea de que una maga renegada y una maga negra anduvieran sueltas por ahí.

—¿Cómo se habrá difundido la noticia tan deprisa? —inquirió Vinara, paseando la vista por todos los presentes.

Osen suspiró.

—Alguien se habrá ido de la lengua, supongo —dijo—. Pero eso ya no tiene remedio; concentrémonos en lo que significa la información que nos ha proporcionado aquella mujer. Lord Dorrien, gracias por transmitírnosla.

Dorrien inclinó la cabeza y se marchó. El administrador se volvió hacia el capitán, el guardia y el guerrero de la atalaya, y les agradeció su asistencia. Los tres captaron la indirecta y se despidieron también. Cuando no quedaban en el despacho más que magos superiores, Osen se colocó delante de su escritorio y cruzó los brazos.

—Nos queda un pequeño rayo de esperanza. Lilia y Lorandra no estaban con Skellin, a menos que él se separara de ellas después de liberarlas. Deducir cómo lograron escapar de la atalaya no es tan importante como encontrarlas antes de que se reúnan con Skellin. —Miró a Kallen—. Esta será su misión: encontrarlas.

Kallen asintió y se encaminó hacia la puerta.

Osen se volvió hacia Sonea.

—Como siempre, su objetivo es Skellin. Encuéntrelo.

No era un momento oportuno para sembrar dudas replicando que, si fuera tan sencillo, ella ya habría capturado a Skellin, ni para mostrar resentimiento hacia Osen por darle órdenes como a un soldado sin criterio propio. Giró sobre los talones y avanzó hacia la puerta con paso decidido.

«Es que soy un soldado sin criterio propio, en lo que respecta al Gremio —pensó con amargura mientras salía al pasillo—. Por eso me han permitido quedarme. Soy su maga negra, solo me necesitan para enviarme a luchar por ellos, y prefieren que haga lo que se me ordena a que plantee propuestas sobre lo que hay que hacer. Pues bien, si quieren que arriesgue el pellejo por salvar el suyo, tendrán que aceptar que a veces hago las cosas a mi modo.»

Dorrien la esperaba en los escalones de la universidad, cerca de un carruaje del Gremio preparado para partir.

—He pensado que a lo mejor querrías que te llevara a algún sitio —dijo.

De pronto, a Sonea le vinieron unas ganas tremendas de abrazarlo, pero se contuvo, pues sabía cómo reaccionaría Alina si alguien los viera y se lo comentara.

—Tenemos que concertar una reunión con Cery —le comunicó ella mientras subía al vehículo—. Lo antes posible.

—Me lo imaginaba —dijo Dorrien—. No sé si he hecho bien, pero ya le he enviado un mensaje.

Ella movió la cabeza afirmativamente.

—Gracias. En cuanto a si has hecho bien..., espero que sí. Si Anyi muriera porque el Gremio se empeña en precipitar los acontecimientos, no creo que pudiera perdonármelo jamás.

La expresión de Dorrien se tornó adusta.

—Yo tampoco.

Aunque el Inava era un buque pequeño y construido para ser veloz, tenía un interior sorprendentemente espacioso. La tripulación de esclavos dormía en la bodega. Dannyl lo había visto fugazmente a través de la escotilla: hileras de coyes que colgaban, oscilantes, como la cáscara vacía y laxa de algún tipo de fruto exótico. Por encima de la cubierta solo había dos camarotes decentes, el del capitán y el de los invitados.

En el de los invitados había dos catres individuales y una mesa que se convertía en una cama más grande. La cama de Tayend era la única que había sido utilizada en los últimos tres días, pues se pasaba todas las horas de navegación durmiendo bajo los efectos del remedio para el mareo. Pernoctaban en tierra firme, en fincas situadas a lo largo de la costa.

El remedio para el mareo que Achati le había dado a Tayend lo dejaba atontado y soñoliento, pero el elyneo lo aceptaba sin quejarse, pues durante buena parte del trayecto diario no hacía otra cosa que roncar suavemente en la cama. Dannyl y Achati se entretenían en cubierta cuando hacía buen tiempo, o bajo techo cuando había borrasca. La mañana del tercer día había traído consigo lluvia y un viento helado del sur, por lo que habían decidido quedarse dentro para resguardarse.

—El ashaki Nakaro me dio esto anoche —declaró Achati en voz baja para no molestar a Tayend, y depositó un libro sobre la mesa—. Dijo que tal vez encontraríamos en él información útil sobre los dúneos.

Dannyl cogió el volumen. No tenía título, pero al abrirlo y ver las fechas junto a cada anotación entendió el porqué. Se trataba de otro libro de registro. Entre las páginas había una cinta negra fina y trenzada, similar a muchos de los señaladores que Dannyl había encontrado en documentos sachakanos.

Hemos llegado al campamento. Mi primera impresión es que es demasiado grande para continuar llamándolo así. Muchos de los ashakis han adoptado la costumbre de los esclavos de referirse a él como Ciudad Campamento. Supongo que pronto le pondrán el nombre de alguien. Del rey no, por si la empresa fracasa. «Ashaki Haniva» es más probable.

—Haniva —dijo Dannyl—. ¿No es allí a donde nos dirigimos?

Achati asintió.

—Es la ciudad portuaria más cercana al territorio dúneo. El campamento estaba tierra adentro, en lo alto de la escarpa, pero Haniva fue lo bastante inteligente para impedir que le pusieran su nombre. Sabía que los intentos de los sachakanos de dominar a los dúneos y colonizar su país habían fracasado muchas veces en el transcurso de la historia, y no estaba dispuesto a arriesgarse a que su nombre fuera recordado por su relación con otro fracaso.

Dannyl bajó la vista hacia el libro y comenzó a pasar páginas y a leerlo por encima.

—Entonces, ¿esto es un registro de ese intento?

—Sí. Más un diario que un registro.

—Tiene menos de cien años de antigüedad.

Achati asintió.

—Incluso en los tiempos modernos hemos seguido cometiendo esta estupidez. Alguien decide que la conquista le dará la gloria, y el territorio dúneo parece el más indicado para ello. Mucho más fácil de conquistar que Kyralia o Elyne. De hecho, en el pasado, más de un rey envió a un ashaki demasiado ambicioso a Dunea para mantenerlo ocupado.

—Seguro que los dúneos se lo agradecieron mucho.

—Han demostrado una capacidad de supervivencia admirable. Tratándose de un pueblo primitivo con pocos conocimientos de magia, uno pensaría que no pueden oponer demasiada resistencia. Pero así es como nos derrotan: sin luchar. Se retiran a las zonas volcánicas y aguardan mientras nosotros intentamos ocupar su territorio hasta que, empujados por el hambre, recogemos nuestras pertenencias y nos marchamos de vuelta al sur. —Achati soltó una carcajada breve y agria—. La decisión de Kariko de invadir Kyralia fue inusualmente inteligente y audaz.

—Pero aun así no la consideráis una buena idea, espero —dijo Dannyl.

—No. —Achati rió entre dientes—. Aunque sospecho que al rey Amakira se le ha pasado por la cabeza que si tuviera que lidiar con un ashaki excesivamente arribista y codicioso pero demasiado listo para incitarlo a invadir Dunea, Kyralia parece perfectamente capaz de defenderse sola.

Un escalofrío descendió por la espalda de Dannyl. Miró a Achati, que le dedicó una sonrisa maliciosa.

—No pongamos a prueba esa idea —recomendó, escogiendo sus palabras con cuidado—, entre otras cosas porque, si se equivoca, el ashaki excesivamente arribista y codicioso estará en mejor posición que antes para causarle problemas, y también porque, si lo vencemos, quizá no seamos unos vecinos discretamente rencorosos como los dúneos.

—Te aseguro que no se lo plantea como una opción seria.

—Me alegra oírlo.

Achati señaló el libro.

—Lee —lo invitó.

Dannyl prosiguió en el punto en que lo había dejado. Para su sorpresa, el autor del diario describía cómo pagaban a miembros de las tribus para que les subieran alimentos desde el valle hasta la escarpa. ¿Acaso los dúneos ignoraban las intenciones de los sachakanos?

Quedó de manifiesto que sus líderes no ejercían una autoridad absoluta sobre su pueblo y por lo tanto no podían ceder la propiedad de las tierras. Al parecer compartían la autoridad con miembros de la tribu conocidos como los Guardianes de la Sabiduría. El ashaki Haniva solicitó una reunión con los Guardianes. Al parecer, esto no era posible. Tras mucha confusión y errores de traducción, se hizo patente que nadie sabía quiénes eran los Guardianes. Esto resultó muy frustrante.

Cuando Dannyl continuó leyendo, le complació descubrir que Haniva había intentado negociar una adquisición pacífica de las tierras. Aquello no era una conquista brutal..., por el momento. Haniva había realizado muchos intentos con enfoques distintos, pero aunque los dúneos parecían dispuestos a colaborar y a vender, las tierras no tenían un propietario claro.

Por lo visto, consideran que las tierras pertenecen a todos y a nadie a la vez. Cuando el ashaki Haniva preguntó si eso significaba que también le pertenecían a él, le respondieron que sí. Tal vez por eso nunca se han opuesto a que nos apoderemos del territorio.

Dannyl reflexionó sobre esta extraña visión de la tierra. Era como si la consideraran «imposeíble». Era un concepto intrigante. «Y no muy diferente de la idea de que las personas no deberían pertenecer a alguien. No me extraña que los sachakanos, que aceptan la esclavitud, fueran incapaces de comprender la mentalidad de los dúneos.»

La mentalidad de los dúneos no habría resultado tan específicamente práctica si no hubieran habitado un territorio tan inhóspito. Al avanzar en la lectura del diario, Dannyl se enteró de que Haniva y sus compañeros ashakis renunciaron finalmente a obtener un documento oficial que acreditara que habían comprado las tierras, expulsaron a los dúneos y se establecieron allí. En las últimas páginas ya aparecían indicios de que las plantas que habían sembrado no estaban creciendo como esperaban.

Achati estaba escribiendo en su propio diario mientras Dannyl leía, y, cuando este cerró el libro, alzó la vista y dejó la pluma a un lado.

—¿Cuál es tu conclusión?

—Que los dúneos son un pueblo interesante. Es evidente que tienen una forma de pensar muy distinta.

Achati asintió.

—Es sorprendente que hayan sobrevivido durante tanto tiempo.

—Es con los tales Guardianes de la Sabiduria con quienes tenemos que hablar..., si aún existen. —Dannyl frunció el ceño—. Pero eso podría ser difícil de arreglar, si nadie sabe quiénes son.

—¿Difícil? Sería imposible.

—Doy por sentado que los Guardianes saben quiénes son.

El sachakano se quedó pensativo y luego sonrió.

—Por supuesto. Así que solo tenemos que preguntar y esperar a que alguien reconozca ser uno de ellos.

—Me imagino que no querrán reconocerlo a menos que hayan meditado sobre ello y se hayan convencido de que no representamos una amenaza. Deberíamos correr la voz de que queremos hablar con uno de los Guardianes y ver si alguno de ellos se acerca a nosotros.

Achati arrugó el entrecejo.

—Eso podría llevar mucho tiempo. Además, todos los dúneos ven a los sachakanos como una amenaza.

—Aun así, se prestan a trabajar con vosotros. Como Unh, por ejemplo, o los comerciantes en los mercados.

—Rastrear no implica revelar los secretos de tu pueblo. Comerciar tampoco.

—Cierto —convino Dannyl—. Por esto tenemos que dejar que ellos vengan a nosotros. No es algo que podamos obligarlos a hacer. De lo contrario, ya lo habríais hecho.

Achati asintió.

—Es verdad. Los sachakanos no somos personas pacientes. —Posó la vista en Dannyl y sonrió—. No me cabe duda de que podrías desplegar tus encantos para conseguir que hablaran contigo. Espero que mi presencia no sea un obstáculo para ello.

Dannyl lo miró a los ojos.

—¿Te ofenderás si hago esto solo?

El hombre negó con un gesto. Dannyl le sostuvo la mirada.

—¿Y si no comparto contigo todo lo que averigüe?

Achati arqueó las cejas y su expresión se endureció, pero sacudió la cabeza.

—Aceptaré que no lo hagas por razones políticas. Pero lo mejor será que, si averiguas algo que tienes que guardarte, simplemente no me avises. Eso sí, espero que me comuniques todo aquello que pueda ser de importancia para la seguridad de Sachaka, o, mejor dicho, es lo que esperaría de un país que aspira a convertirse en nuestro aliado.

Dannyl asintió.

—Somos conscientes de que cualquier peligro potencial para Sachaka podría ser también un peligro para Kyralia. Además, os lo debo al rey Amakira y a ti por llevarme a Dunea.

Achati sonrió y agitó la mano para restar importancia al asunto.

—Eso no es nada. Si insistes en considerarlo un favor que tienes que devolver, prométeme que me llevarás a conocer Kyralia un día. Me encantaría visitar vuestro Gremio.

Dannyl inclinó la cabeza con una cortesía kyraliana deliberada.

—Eso sí que puedo prometértelo.

Lilia no tenía idea de dónde se encontraba.

Estaba agotada y asustada, llena de dudas sobre si había sido una buena idea escapar con Lorandra. Había perdido la cuenta de las veces que había repetido para sus adentros que lo hacía para salvar a Naki, así como de todos los sitios por los que habían pasado Lorandra y ella. Ignoraba por completo dónde estaba, salvo que se trataba de algún lugar de la ciudad.

Su primera parada había sido la casa de braseros de la Ciudad Interior a la que Naki había llevado a Lilia. Allí habían reconocido de inmediato a Lorandra y la habían tratado con respeto. Mientras hablaba con el encargado en otra habitación, había aparecido otro hombre que se había detenido a mirar a Lilia con una gran sonrisa. Se había quedado allí de pie, sonriéndole sin decir nada, hasta que Lorandra había regresado. Entonces había palidecido y se había marchado apresuradamente.

Un carruaje había llevado a Lilia y a Lorandra a un lugar situado fuera de las antiguas murallas de la ciudad. Se oían muchas risas procedentes de las habitaciones, y los gemidos aparentemente angustiosos que salían de detrás de una puerta habían inquietado a Lilia hasta que habían pasado junto a una puerta abierta y había visto por un instante a la mujer ligera de ropa que había dentro.

Después de eso se sintió muy ingenua y tonta, pero lo peor estaba por llegar. Una caminata la llevó a través de frías callejuelas repletas de barro, basura y alguna que otra persona que tiritaba acurrucada en un portal, y terminó con ambas ocultas en las sombras, esperando a que tres matones acabaran de apalear a un hombre hasta hacerle perder el sentido. Lilia se quedó horrorizada cuando Lorandra se acercó a ellos, pero su horror aumentó cuando cayó en la cuenta de que la conocían.

Luego, los hombres habían invitado a Lorandra a entrar en una casa que resultó ser la morada de varios miembros de una banda que se alquilaba para realizar «trabajos duros». Al escuchar en silencio, Lilia coligió que esto consistía oficialmente en levantar y acarrear cosas, pero se sobreentendía que incluía también servicios como propinar palizas y matar gente.

La trataron con una amabilidad sorprendente, preguntándole si tenía hambre y ofreciéndole la silla menos gastada de la sala de invitados. Aunque Lilia siguió el ejemplo de Lorandra y dijo que no tenía hambre, el jefe de la banda envió a uno de sus hombres a la panadería local a comprar pan recién horneado para ella, y cuando él le colocó una taza de bol en las manos, ella decidió que no sería prudente rehusarla.

Aquella bebida empalagosa le provocó somnolencia. A Lorandra no parecía molestarle que fuera tan tarde. Hablaba e iba de un lado a otro, fresca como una lechuga. A continuación emprendió una caminata más larga, y Lilia siguió a su guía por una sucesión confusa de estancias, pasillos y túneles. Solo emergían al aire nocturno a lo largo de unos pocos pasos. Finalmente, fueron a parar a una habitación caldeada, y cuando Lorandra señaló una silla, Lilia se desplomó en ella.

La silla resultaba curiosamente cómoda. Era mucho más nueva que las casas y edificios por los que habían pasado. Cuando Lilia alzó la vista, advirtió que la decoración y los muebles eran caros. Oyó su nombre y reparó en que el hombre que estaba sentado frente a ella y la observaba con los ojos entornados iba, en efecto, muy bien vestido. Él sonrió, y ella hizo un esfuerzo por corresponder a su gesto.

—Es la amiga de la chica que se ha perdido —le informó Lorandra.

Él asintió y se puso serio cuando se volvió hacia ella.

—Entonces debemos encontrar a Naki. El sol ya está alto en el cielo. Hace muchas horas que os habéis fugado. Dispongo de habitaciones en las que podéis dormir, si queréis.

Lorandra vaciló.

«¿Ha salido el sol?» Lilia enderezó la espalda de golpe. La última etapa de su viaje había discurrido por pasadizos y túneles, y ella cayó en la cuenta de que llevaba horas sin ver el cielo.

—¡Pero tenemos que volver! —exclamó.

—Lo siento, Lilia —dijo Lorandra—. Hace ya un buen rato que amaneció. Hemos perdido la oportunidad de regresar. No creía que fuéramos a tardar tanto en encontrar a alguien que pudiera ayudarnos. ¿Quieres volver ahora?

Lilia fijó la mirada en la mujer. «Si volviéramos ahora, el Gremio se aseguraría de que no nos escapáramos de nuevo, y no podríamos ayudar a Naki.»

Tendría que haber imaginado que ocurriría algo así. Su intención era salir a realizar pesquisas todas las noches y regresar a la atalaya antes de que alguien descubriera su ausencia, hasta que encontraran y rescataran a Naki. Ya en el momento en que habían levitado para descender de lo alto de la torre, había comprendido que escapar de nuevo no sería cosa fácil. Por fortuna para ellas, uno de los guardias estaba medio dormido y dirigía la vista más a menudo al bosque que a la atalaya. No había levantado los ojos cuando ellas habían bajado flotando hasta las copas de los árboles. Quizá no volvieran a tener tanta suerte.

—No —respondió Lilia.

Lorandra sonrió y asintió en señal de aprobación.

—No te preocupes. Encontraremos a Naki. Te perdonarán por haberte evadido cuando reaparezcas con ella.

Lilia consiguió esbozar una sonrisa.

—Gracias por ayudarnos.

Lorandra se volvió de nuevo hacia el hombre. «Debe de ser un ladrón —pensó Lilia—. Por otro lado, ella es una maga renegada. En qué compañías tan recomendables ando. A Naki le haría gracia.»

Adentrarse en los bajos fondos con Lorandra le había dado más miedo que con Naki. Por otra parte, de todos los lugares frecuentados por delincuentes, seguramente las casas de braseros eran los más seguros. Allí el negocio estaba concebido para atraer clientes, no para ahuyentarlos. En realidad, Naki y ella apenas se habían asomado a ese mundo. Lorandra, en cambio, había llevado a Lilia a lo más profundo de él.

«Nadie la obliga a ayudarme. Yo he mantenido mi palabra: la he sacado de la atalaya. Si no fuera digna de confianza, me habría dejado en algún sitio y se habría esfumado. Pero está haciendo lo que prometió: ayudarme a encontrar a Naki.»

Saber que Lorandra cumpliría su parte del trato era lo único que la reconfortaba en aquel ambiente desconocido y peligroso. Había corrido un riesgo al fiarse de ella, pero tenía la sensación de que había valido la pena.

«Qué curioso que la tontería que Naki me convenció de que hiciera, intentar aprender magia negra, sea precisamente lo que me haya permitido fugarme de la atalaya y llegar hasta alguien que puede salvarla.»