Cada vez que los magos superiores se reunían en el Salón Gremial sin que los demás miembros del Gremio estuvieran presentes, sus voces resonaban de un modo que siempre le resultaba inquietante a Sonea. Tendió la vista hacia las dos graderías dispuestas a lo largo de las paredes más largas de la sala. Entre ellas había un espacio alargado y vacío que solo se llenaba en las pocas ocasiones al año en que se permitía que los aprendices participaran en las ceremonias. Al fondo había dos puertas grandes. Eran las que se habían instalado originalmente en el edificio y seguían siendo robustas pese a sus más de seiscientos años de antigüedad y que habían pasado varios siglos expuestas a los elementos antes de que se construyera la universidad en torno al viejo salón.
Sonea y los magos superiores estaban sentados en el otro extremo de la sala, conocido como el Frente. Se accedía a los empinados asientos corridos por unas escaleras estrechas. Esta disposición no solo les proporcionaba una vista inmejorable de todo el salón, sino que ponía de relieve la jerarquía entre los magos. Los asientos superiores estaban reservados para el rey y sus consejeros. La siguiente fila era para el líder del Gremio, el Gran Lord y los dos magos superiores más recientes: los magos negros.
«Nunca me he sentido a gusto con la decisión de situarnos aquí arriba», pensó Sonea. Aunque Kallen y ella tenían la posibilidad de volverse más poderosos que cualquier otro mago del Gremio, no poseían más poder o influencia que los demás magos superiores. Tenían prohibido utilizar la magia negra sin una orden expresa y, a diferencia de la mayoría de los magos comunes, solo podían moverse dentro de los límites que les habían marcado.
«Tal vez nos colocaron aquí arriba con la intención de compensarnos por ello, pero sospecho que la razón principal fue la de ahorrarse el tener que realizar obras de carpintería importantes en el Frente. Simplemente no hay espacio para añadir asientos para dos magos más en un nivel inferior.»
Devolvió bruscamente su atención a la reunión cuando la voz del administrador Osen se elevó para dirigirse a todos.
—Los que estén a favor de bloquear los poderes de Lorandra, levanten la mano.
Sonea levantó la suya. Contó las manos alzadas en torno a ella y comprobó aliviada que la mayoría de los magos superiores apoyaba la moción.
—El voto ha sido emitido; los poderes de Lorandra serán bloqueados. —Osen alzó la mirada hacia Kallen—. El Mago Negro Kallen establecerá el bloqueo.
Algunos magos volvieron los ojos hacia Sonea, que contuvo una sonrisa triste. No había motivos para que fuera un mago negro quien llevara a efecto el bloqueo, pero se daba por sentado que Kallen o ella debían encargarse de esta tarea. «Creo que todo el mundo supone que es más fácil para nosotros, ya que podemos soslayar la tendencia natural de la mente a expulsar a los visitantes no deseados. Quizá lo sea; nunca me había visto obligada a hacerlo antes de aprender magia negra, así que no tengo manera de comparar.»
Imponer un bloqueo a una persona que se resistía nunca era agradable, pero ella habría hecho el esfuerzo si esto le hubiera brindado la ocasión de leerle la mente a Lorandra. No obstante, cuando el administrador Osen le había preguntado si lo haría, ella había tenido que negarse. Pretendía sobornar a Lorandra con la promesa de desbloquear sus poderes, por lo que si le leía la mente, la mujer quizá detectaría vagamente sus intenciones deshonestas y se sentiría inclinada a desconfiar de ella. Sonea no había explicado de un modo tan explícito la razón de su negativa a Osen. Se había limitado a decir que no quería dar a Lorandra más motivos para no colaborar con ella en la búsqueda de Skellin.
No le gustaba tener que engañar a Lorandra, pero la caza del mago renegado no estaba conduciendo a nada. Se habían quedado sin la ayuda de Regin. Cery estaba dedicando tantos esfuerzos a mantenerse fuera del alcance de los hombres y aliados de Skellin como a intentar averiguar dónde estaba este. Convertir a Anyi en una espía de Cery o arrastrar a la familia de Dorrien a Imardin para que él pudiera poner su vida en peligro ayudando a Sonea parecía mucho peor que mentir a una mujer que había infringido las leyes del Gremio, asesinado ladrones e importado craña con la esperanza de elevar a su hijo a la categoría de rey de los bajos fondos.
«Reconozco que, aunque estaba deseando que el Gremio dejara de vacilar y tomara la decisión obvia, no tenía ninguna prisa por poner en marcha el engaño. Mientras no se bloquearan los poderes de Lorandra, no tenía nada que ofrecerle para sobornarla. Pero ahora... —Suspiró—. Ahora no podré posponerlo mucho más.»
Osen dio por terminada la reunión, y en el salón empezaron a resonar los pasos de botas sobre peldaños de madera, las voces y el susurro de las túnicas al rozarse. Rothen esperó a que Sonea descendiera al nivel de los directores de estudios y luego la siguió muy de cerca.
—Resulta que es verdad que a Dorrien se le da bien conseguir que la gente le venga con chismes —murmuró.
Cuando llegaron abajo, ella se apartó ligeramente de los otros magos.
—¿Qué ha dicho?
—Que lord Regin tiene ciertas desavenencias con su esposa.
—Eso es revelador —comentó Sonea con sequedad—. ¿Ha averiguado la causa de esas desavenencias?
Rothen abrió la boca, pero al ver que lady Vinara se acercaba, la cerró y sacudió la cabeza.
—Lady Vinara —dijo Sonea cuando la mujer llegó ante ellos, y Rothen repitió su saludo.
—Maga Negra Sonea, lord Rothen —dijo la anciana sanadora, dirigiendo una inclinación de la cabeza a cada uno—. Sin duda se congratularán de que lord Dorrien y su familia vayan a establecerse en Imardin antes de lo que habían planeado.
Sonea miró a Rothen, que la miró a su vez con expresión inquisitiva.
—¿O sea que ya ha tomado una decisión definitiva? —preguntó Rothen en un tono de alegría y resignación.
Vinara le dedicó una sonrisa compasiva.
—Sí. Ha concretado una fecha para que yo pueda asignarle trabajo en el alojamiento de los sanadores. —Se volvió hacia Sonea—. Quiere trabajar en los hospitales, pero he pensado que sería prudente tenerlo cerca para evaluar su dominio de las nuevas técnicas de sanación antes de dejar que se las arregle solo en la ciudad.
Sonea asintió.
—Estoy de acuerdo. Gracias —dijo con gratitud sincera.
Aunque nunca había tenido que dar órdenes a Dorrien, Sonea sospechaba que sería más difícil ejercer autoridad sobre él que sobre cualquier otro sanador. Vinara era una sanadora veterana que había sido su profesora, y no una mujer más joven a quien Dorrien había conocido en su época de aprendiz, por lo que no le costaría mucho corregir cualquier mala costumbre que este hubiera podido adquirir.
Vinara hizo un gesto de asentimiento y se alejó. Sonea dirigió a Rothen una mirada interrogante. Él extendió las manos a los costados y abrió mucho los ojos.
—¡No me mires así! ¡No lo sabía! —Sacudió la cabeza con exasperación—. Debe de haber supuesto que los dos nos compincharíamos para arrancarle la promesa de que no regresaría al Gremio si nos lo decía antes de marcharse.
Sonea se encogió de hombros.
—¿Te importa que trabaje conmigo? El hecho de que vaya a mudarse a Imardin antes de lo previsto no significa que tenga que participar en la búsqueda.
Rothen arqueó las cejas.
—Dudo que seas capaz de impedírselo.
Ella esbozó una sonrisa irónica.
—No, en cuanto empiece a trabajar en los hospitales no podré. Lo siento, Rothen. Haré lo que pueda para asegurarme de que esté a salvo.
—¿Por qué te disculpas conmigo?
—Por enredar a tu hijo en la peligrosa búsqueda de un mago renegado.
—No has hecho nada para incitarlo a ello —señaló él—. Al contrario, yo debería pedirte perdón por dar a mi hijo una educación que lo ha convertido en un hombre tan obstinado e insistente.
Sonea rió con amargura.
—No creo que se nos pueda culpar a ninguno de los dos por cómo han salido nuestros hijos, Rothen. Hay cosas que no dependen de los padres.
Los libros de registros que Dannyl había comprado en el mercado le habían costado una pequeña fortuna. El vendedor se había resistido a decirle de dónde procedían, pero cuando Dannyl le había dado a entender que estaría interesado en adquirir más, el hombre había reconocido que eran de una finca situada a la orilla del páramo que, como muchas otras, estaba al borde de la quiebra debido al avance del polvo y las arenas.
Aunque el vendedor seguramente había hecho el comentario con pesadumbre, Dannyl no había podido evitar entusiasmarse al oírlo. Si había otras fincas que estaban vendiendo sus pertenencias para sobrevivir, tal vez habría más documentos que comprar. Además, el aire seco de los alrededores del yermo había mantenido los libros y pergaminos en buen estado.
Como era de esperar, en los registros que Dannyl había adquirido aparecían numerosas alusiones al páramo.
He visitado al ashaki Tachika. Me ha llevado a ver los daños que han sufrido sus terrenos. Todo en aquella zona está quemado. No quedan ni los huesos de los animales para recordarnos todos los que perecieron ahí. Los límites precisos son difíciles de encontrar, pues el viento ha cubierto de ceniza los terrenos que no ardieron, y en las semanas posteriores a la explosión han brotado plantas en las zonas quemadas. El aire huele a humo y a preguntas sin respuesta. He accedido a venderle cinco reberes, entre ellos un macho joven, a cambio de veinte monedas de oro.
Aunque el documento que Dannyl tenía entre las manos estaba escrito en un estilo parco, de vez en cuando el autor ashaki pasaba de un relato frío de los hechos a una descripción evocadora. A Dannyl le intrigó la referencia a plantas que crecían en el páramo muy poco después de su creación. Le hizo preguntarse de nuevo por qué la tierra no había vuelto a ser fértil. ¿Las plantas habían luchado en vano por sobrevivir durante un tiempo?
Dannyl pasó varias horas leyendo por encima el documento antes de volver a encontrar algo interesante. Entonces se fijó en las fechas y se llevó una sorpresa. El autor había tardado casi veinte años en mencionar el páramo de nuevo.
El ashaki Tachika ha vendido su finca y se ha trasladado a Arvice. Dice que morirá antes de que la tierra dañada se recupere, y le preocupa que nunca vuelvan a darse bien las cosechas. Es una pena. Al principio las cosas le iban bien, pero muchas fincas han sufrido contratiempos parecidos recientemente. La causa es un misterio.
El páramo aparecía mencionado con mayor frecuencia a partir de este punto. Dannyl cogió el último libro de registro del conjunto y pronto confirmó la sospecha que empezaba a abrigar.
El páramo ha traspasado el límite. Los esclavos se lo han comunicado a Kova, y en cuanto me ha avisado me he dirigido hacia allí a caballo para comprobarlo por mí mismo. Ha tardado más de treinta años en llegar a mi finca, aunque las polvaredas lo han precedido desde el día posterior a la gran explosión.
Las tierras del ashaki Tachika han desaparecido. ¿Ocurrirá lo mismo con las mías y las de Valicha durante los siguientes treinta años? ¿Heredará mi hijo una finca y un futuro condenados al fracaso? Pese a todos los intentos de los ashakis por negarlo, su rechazo de las propuestas de matrimonio que mi hijo ha hecho a sus hijas pone de manifiesto su mentira. Tal vez sea mejor que no haya un nieto que herede nuestros problemas.
Poco más adelante, la caligrafía cambiaba. El hijo informaba de la muerte de su padre y continuó con su costumbre de hacer anotaciones breves, sobre todo relativas a acuerdos comerciales. El corazón de Dannyl rebosaba de compasión por la familia, incluso después de recordarse a sí mismo que eran magos negros que tenían esclavos. En el mundo que conocían y comprendían, estaban abocados a la pobreza y la extinción.
Dannyl echó un vistazo a sus notas y hojeó su cuaderno hasta encontrar el punto de partida. El registro empezaba unos años antes de la ocupación kyraliana. El autor original era joven y tal vez había heredado las propiedades de un ashaki que había muerto en la guerra. Escribía muy poco sobre sus dominadores kyralianos. El día que se había formado el páramo, él describía una luz intensa que entraba por su ventana, y más adelante comentaba que los esclavos que habían quedado cegados por ella habían tardado tres días en recuperar la vista lo suficiente para trabajar.
El autor del documento no hacía conjeturas sobre la causa de la luz o de la destrucción. «Quizá no se atrevía a poner por escrito acusaciones o quejas contra los kyralianos.»
En la pila de libros que había comprado quedaba un último volumen. Era un objeto pequeño y maltratado, y de alguna manera le habían entrado granos de arena en todos los pliegues y grietas, lo que parecía indicar que había estado enterrado. Al abrirlo, Dannyl vio que las palabras estaban tan desvaídas que eran casi imposibles de leer.
Estaba bien preparado para eso. Los encargados de la Gran Biblioteca de Elyne habían desarrollado métodos para recuperar textos antiguos. Algunos acababan por destruir el libro, mientras que otros, más suaves, hacían reaparecer la tinta durante poco tiempo. En ambos casos, si se trataban las páginas una a una, podía realizarse una transcripción antes de que se desintegraran o la escritura se desvaneciera.
Dannyl extrajo de una caja que estaba sobre su escritorio unos tarros con soluciones y polvos y puso manos a la obra, probándolos en las esquinas de algunas páginas. Comprobó aliviado que uno de los métodos menos destructivos destacaba la tinta lo suficiente para que el texto resultara apenas legible durante un rato. Comenzó a aplicarlo a la primera página y, cuando las palabras se aclararon, el corazón empezó a latirle un poco más deprisa.
El libro, escrito con letra muy apretada, había pertenecido a la esposa de un ashaki. Aunque cada página tenía un encabezamiento que daba a entender que el texto era sobre algún asunto doméstico o cosmético, los párrafos siguientes pasaban rápidamente a abordar temas políticos. Bajo el título «Ungüento para el cabello y el cuero cabelludo resecos», por ejemplo, había una diatriba mordaz contra el primo del emperador.
«¿"Emperador"? —Dannyl frunció el ceño—. Si había un emperador, se infiere que ella escribió esto antes de la guerra Sachakana.»
Continuó leyendo, tratando cuidadosamente cada página con la solución y observando con impaciencia cómo aparecían las palabras. Pronto cayó en la cuenta de que se equivocaba. Si la mujer se refería al emperador destronado por su título era solo porque no tenía alternativa y los sachakanos no aplicaban aún el término «rey» a su gobernante.
«Lo que significa que este diario fue escrito un tiempo después de la guerra, pero antes de que transcurrieran veinte años.»
La autora no había fechado sus entradas, por lo que no había manera de saber cuánto tiempo había pasado entre ellas. Nunca mencionaba nombres, sino que se refería a las personas por su aspecto físico.
REMEDIOS ÚTILES PARA LAS MOLESTIAS FEMENINAS
Una vez al mes, el ciclo natural trae consigo muchos males. El hecho viene precedido por una gran ansiedad, mal humor e hinchazón, y el momento, cuando llega, puede proporcionar alivio, aunque siempre resulta agotador. El reto reside en la contención. Las más descuidadas sufren pérdidas y a menudo no se dan cuenta hasta que es demasiado tarde. ¿Cómo, si no, me entero de lo que planean los pálidos? Se fían de los esclavos, pues creen que están agradecidos por la libertad. No es difícil tirar de la lengua a los esclavos. El emperador loco lo sabe. Por eso se ha apropiado del esclavo del traidor. Más vale mantenerlo bien vigilado en todo momento. Si tomas para ti algo que pertenece al héroe, pasas a ocupar el lugar del héroe a ojos de los esclavos. El emperador demente quería que los pálidos se llevaran a nuestros hijos para criarlos en su país e inculcar en los pequeños el odio hacia nosotros. Pero el bondadoso se opuso al plan y los demás le dieron su apoyo. Estoy segura de que lamentan haber convertido al demente en su líder.
Mientras Dannyl aguardaba a que otra página reaccionara al tratamiento, reflexionó sobre el último pasaje que había leído. La mujer mencionaba al «emperador demente» varias veces. No creía que el hombre fuera un emperador de verdad, sino que solo era algún tipo de líder. Si «los pálidos» eran los kyralianos, entonces se trataba del mago que había estado al frente de ellos, lord Narvelan. A Dannyl le intrigaba la insinuación de que Narvelan había adoptado a un esclavo. El esclavo del «traidor», que además era un héroe. Miró el texto cada vez más oscuro y definido con los ojos entornados.
MODALES APROPIADOS PARA RECIBIR A LAS VISITAS
Primero se presentan respetos al ashaki, luego al mago, luego al hombre libre. A los hombres antes que a las mujeres. A los viejos antes que a los jóvenes. El robo es una ofensa grave, y hoy nuestros visitantes pálidos han sufrido un robo por parte de uno de los suyos: su emperador loco. Ha cogido el arma que teníamos al cuello y ha huido. Muchos de los pálidos han salido en su persecución. Es una gran oportunidad. Estoy enfadada y triste. Mi gente está demasiado amedrentada hasta para aprovechar la ventaja que tienen. Dicen que el emperador loco podría volver con el cuchillo y castigarnos. Son unos cobardes.
Por el modo en que aquella letra esmerada cedía el paso a unos garabatos, Dannyl supuso que se había producido un salto temporal en medio de la entrada y que la última parte había sido escrita con prisa o con rabia. La alusión a un arma no era una novedad; la autora del diario la había mencionado antes como un motivo por el que los sachakanos temían alzarse contra los kyralianos. Pero ahora Narvelan la había robado. ¿Por qué?
CÓMO REACCIONAR A LA NOTICIA DE LA MUERTE DE UN RIVAL
¡Nuestra libertad es inevitable y nos llega de la mano de un demente! Una gran explosión de magia ha arrasado el territorio del noroeste. Una energía semejante solo podía proceder de la piedra de almacenaje. Ningún otro artefacto o mago es tan poderoso. Es evidente que el emperador loco ha intentado utilizarla cuando su gente se ha enfrentado a él, pero ha perdido el control sobre ella. ¡Nos hemos desembarazado de ambos! Muchos de los pálidos han muerto, por lo que aquí quedan muy pocos para dominarnos. Algunos temen que posean otra arma, pero si no la traen aquí, mi pueblo se sacudirá la cobardía y reconquistará su país. Las tierras quemadas por la piedra de almacenaje se recuperarán. Volveremos a ser fuertes.
Dannyl sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda. La autora del diario, llevada por la emoción, había llamado el arma por su nombre auténtico: la piedra de almacenaje. O sea que, si ella estaba en lo cierto, Narvelan se había llevado la piedra. Había intentado usarla, había perdido el control y había dado origen al páramo.
«Esta secuencia de acontecimientos tiene sentido. Lo único que no encaja es que no hay una razón obvia para que Narvelan robara la piedra de almacenaje. Tal vez no necesitaba una buena razón si estaba tan loco como lo pintan los documentos.»
De pronto, la cubierta se partió y varias hojas se desprendieron. Al fijarse otra vez en la primera página, Dannyl advirtió que la tinta estaba difuminándose de nuevo. Extrajo varios fajos de papel y llenó el tintero. Acto seguido llamó a un esclavo para que le llevara sumi y algo de comida.
«Voy a transcribir este libro ahora mismo —decidió—, aunque me lleve toda la noche.»
Lilia titubeó al examinar al hombre corpulento y adusto que estaba al otro lado de la puerta. Aunque él se había inclinado, el gesto no había sido más que una fórmula de cortesía. Había algo en él que la inquietaba. El hombre había puesto mala cara al ver que ella no entraba detrás de Naki. Dirigió la vista a la calle que ella tenía detrás, como para cerciorarse de algo. Acto seguido, abrió la boca.
—¿Vas a entrar o no?
Tenía una voz sorprendentemente aguda y femenina, y por un momento Lilia tuvo que aguantarse la risa. Su nerviosismo desapareció y ella pasó junto a él en dirección al vestíbulo sombrío y sucio.
No era un vestíbulo muy impresionante. Apenas había espacio suficiente para que el vigilante estuviera allí de pie y la gente pudiera pasar a su lado para acceder a la escalera. Naki comenzó a subir hacia la planta siguiente. Se oían sonidos extraños y amortiguados detrás de las paredes, y en el aire se respiraba una mezcla de olores raros y conocidos. Lilia notó que la ansiedad empezaba a mortificarla de nuevo.
Había adivinado de qué tipo de local se trataba. Por el comportamiento misterioso de Naki —que se había negado a decirle adónde iban—, le había parecido improbable que su objetivo fuera una diversión vespertina convencional. Aunque los aprendices no tenían prohibido entrar en establecimientos de esa clase, se suponía que no debían frecuentarlos.
Eran conocidas como casas de braseros, o casas de placer. Cuando las dos chicas llegaron al rellano en lo alto de la escalera, una mujer con un vestido caro pero bastante vulgar les preguntó qué deseaban.
—Un cuarto con un brasero —respondió Naki— y un poco de vino.
La mujer les indicó con un gesto que la siguieran y echó a andar por el pasillo.
—Hacía tiempo que no te veía por aquí, aprendiz Naki —dijo una voz masculina detrás de Lilia.
Naki se detuvo. Lilia advirtió que no había el menor asomo de entusiasmo en el rostro de Naki cuando se volvió hacia atrás. La sonrisa de su amiga era forzada.
—Kelin —dijo—. Cuánto tiempo. ¿Cómo va el negocio?
Al darse la vuelta, Lilia vio a un hombre bajo, fornido y bizco de pie en el vano de una puerta. Sus labios se abrieron y dejaron al descubierto unos dientes torcidos. Si aquello era una sonrisa, no destilaba la menor simpatía.
—De perlas —contestó—. Te invitaría a entrar —sus ojos se posaron en Lilia—, pero veo que tienes una compañía más agradable con la que pasar el rato.
—Así es. —Naki dio un paso hacia delante y enlazó el brazo con el de Lilia—. Pero gracias por planteármelo —dijo en voz muy alta mirando por encima del hombro y llevándose a Lilia en pos de la empleada.
Esta las guió escaleras arriba hasta una habitación exigua en la que había un asiento espacioso para dos personas y una chimenea diminuta con un brasero delante, colocado sobre unas losas. Por una ventana estrecha se colaba la luz de la luna y de las farolas, con la que apenas rivalizaban las pequeñas lámparas con pantalla colgadas a cada lado de la chimenea. El aire olía a humo aromático y a algo ligeramente ácido.
—Es minúsculo, pero acogedor e íntimo —dijo Naki, señalando la habitación con un gesto.
—¿Quién era ese hombre? —preguntó Lilia cuando se acomodaron en el asiento.
Naki arrugó la nariz.
—Un amigo de la familia. Una vez le hizo un favor a mi padre, y ahora se comporta como si fuera un pariente. —Se encogió de hombros—. Pero no es mala persona, cuando tienes claro qué es lo que valora. —Se volvió hacia Lilia—. Es la clave para entender a las personas: saber lo que valoran.
—¿Y qué valoras tú? —preguntó Lilia.
Su amiga ladeó la cabeza, pensando. La luz de las lámparas bañaba su perfil en un brillo suave. «De noche es cuando está más guapa —pensó Lilia sin poder evitarlo—. Ella está en su elemento a esta hora del día.»
—La amistad —dijo Naki—. La confianza. La lealtad. —Se inclinó hacia ella y su sonrisa se ensanchó—. El amor. —A Lilia se le cortó la respiración, pero su amiga se apartó de ella de nuevo—. ¿Y tú?
Lilia inspiró y espiró, pero la cabeza le daba vueltas. «Y eso que aún no hemos empezado con la craña.»
—Lo mismo —dijo, temerosa de tardar demasiado en contestar. «¿El amor? ¿Será verdad? ¿Quiero a Naki? Es innegable que me divierto más cuando estamos juntas, y hay algo en ella que me resulta excitante y a la vez un poco intimidatorio.»
Naki tenía los ojos fijos en ella. No decía nada; simplemente la miraba. Entonces alguien llamó a la puerta. Naki apartó la vista y la abrió con magia. Lilia se debatió entre el alivio y la desilusión cuando la empleada entró con una bandeja sobre la que había una botella de vino, dos copas y una caja ornamentada.
—¡Ah! —exclamó Naki con entusiasmo, sin prestar atención a la reverencia que le dedicó la mujer antes de retirarse. Cogió la caja y echó un puñado de su contenido en el brasero. Una llama brotó entre las ascuas, avivada seguramente por la magia de Naki.
Para no quedarse sentada sin hacer nada, Lilia abrió y sirvió el vino. Le tendió una copa a Naki cuando esta regresó al asiento. La chica la tomó entre sus dedos y la alzó.
—¿Por qué brindamos? —preguntó—. Ah, claro: por la confianza, la lealtad y el amor.
—Por la confianza, la lealtad y el amor —repitió Lilia. Ambas tomaron un sorbo de vino.
Las dos jóvenes se sumieron en un silencio confortable. El humo del brasero se expandía por la habitación. Naki se inclinó hacia delante y respiró hondo. Con una risita, Lilia la imitó, y sintió como si sus pensamientos fueran músculos agarrotados que se desentumecían y se relajaban poco a poco. Se reclinó en el asiento y suspiró.
—Gracias —se oyó decir a sí misma.
Naki se volvió hacia ella y le sonrió.
—¿Te gusta el lugar? Pensé que quizá te gustaría.
Lilia echó una ojeada en torno a sí e hizo un gesto vago.
—No está mal. Te estaba dando las gracias por... por... hacer que esté menos tensa, y por enseñarme a pasarlo bien, y... sencillamente por ser una compañía tan agradable.
La sonrisa de Naki se esfumó y cedió el paso a una expresión pensativa. Entonces un destello travieso característico de ella asomó a sus ojos, y Lilia se preparó para lo que se avecinaba. Cada vez que su amiga la miraba así, lo que ocurría a continuación solía ser sorprendente y bastante turbador.
Esta vez, Naki se inclinó hacia Lilia y le plantó un beso rápido pero firme.
Con una sensación cálida y un hormigueo en los labios, Lilia contempló a su amiga llena de asombro y, no le cabía la menor duda, de esperanza. Tenía el corazón desbocado y la cabeza hecha un lío. «Ha sido sorprendente, desde luego —reflexionó—, pero, como todo lo que hace Naki, menos turbador de lo que parecía en un principio.»
Lenta, pausadamente, Naki lo hizo de nuevo, pero esta vez no se apartó. Un torbellino de sensaciones y pensamientos invadió a Lilia. Todos ellos eran agradables, y ninguno podía atribuirse únicamente al humo de la craña o al vino. «El vino... —Seguía sujetando la copa, aunque no quería—. Creo... —El brazo de Naki se había deslizado hasta rodearle la cintura, y ella deseaba tender las manos hacia su amiga—. ¿Debo seguir considerándola mi "amiga" después de esta noche? —Se inclinó hacia un lado e intentó depositar la copa en el suelo—. Creo que me he enamorado.»
Pero debía de haber colocado la copa sobre una superficie irregular, porque oyó un golpe sordo y el correr de un líquido cuando esta se volcó.
«Oh, no», pensó. Pero, aunque no emitió sonido alguno, oyó que una voz débil expresaba su pensamiento. Una voz que procedía de la chimenea.
«Qué raro.»
Sin poder contenerse, volvió la cabeza hacia la chimenea. En algún lugar del interior de la cavidad, algo parpadeó. Cuando miró con mayor detenimiento, tuvo la extraña impresión de que unos ojos la miraban.
«Alguien nos espía.»
Un escalofrío de espanto la recorrió, y apartó a Naki empujándola con suavidad.
—¿Qué pasa? —dijo esta, en una voz más profunda y ronca que de costumbre.
—He visto... —Lilia sacudió la cabeza, apartó la mirada de la chimenea, que volvía a tener un aspecto oscuro y normal, y la posó en Naki—. Creo... creo que en realidad este sitio no me gusta. No parece muy... íntimo.
Naki le escrutó el rostro y luego sonrió.
—De acuerdo. Acabémonos el vino y larguémonos.
—He derramado el mío...
—Tranquila. —Naki se agachó para recoger la copa—. Aquí están acostumbrados a pequeños accidentes como este, aunque suelen producirse cuando los clientes están un poco más intoxicados que nosotras. —Llenó de nuevo la copa, se la alargó a Lilia y sonrió—. Por el amor.
Lilia le devolvió la sonrisa, recuperando su estado de ánimo optimista y eufórico mientras su inquietud de momentos atrás se desvanecía.
—Por el amor.