Los tres días que habían pasado desde que Lorkin y Evar habían recibido la orden de permanecer en el dormitorio masculino hasta que las portavoces tuvieran tiempo para reunirse y decidir qué hacer con ellos habían resultado sorprendentemente agradables.
«¿Por haber hecho qué?», preguntaba Evar a todo aquel que insinuaba que serían objeto de acusaciones o castigos. Nadie sabía decir con exactitud de qué los acusarían a él o a Lorkin, lo que infundía cierta confianza a este último. «Todo el mundo sabe que no hay una sola norma, una sola ley, ni siquiera una orden, que Evar y yo hayamos incumplido. Si la hubiera, estoy seguro de que me habrían encerrado en una habitación, solo.»
A los ocupantes del dormitorio masculino todo aquel asunto les hacía mucha gracia. Puesto que la participación en el gobierno de Refugio estaba fuera de su alcance, se regodeaban con cualquier error que cometieran sus líderes, siempre y cuando dicho error no perjudicara a todos, por supuesto. Se alegraban tanto de que Lorkin y Evar hubieran puesto en ridículo a las portavoces que les habían llevado regalos y dedicaban tiempo a asegurarse de que sus nuevos héroes nunca se aburrieran.
Tres de ellos estaban enseñando a Lorkin un juego para el que se utilizaban gemas defectuosas que no habían adquirido propiedades mágicas y un tablero pintado. El juego se llamaba Piedras y lo habían elegido porque las gemas eran el motivo por el que él se había metido en líos.
Un público cada vez más numeroso revoloteaba alrededor de ellos. Un puñado de hombres hablaba con Evar, y varios más estaban dispersos por la habitación, ocupándose de sus tareas habituales o descansando. Así que, cuando el silencio se impuso de repente en la habitación, todo el mundo interrumpió lo que estaba haciendo y alzó la mirada para ver qué ocurría. Los hombres que se interponían entre Lorkin y la entrada del dormitorio se apartaron. Lorkin dirigió la vista hacia la persona que estaba de pie detrás de ellos, y notó que su corazón dejaba de latir y un cosquilleo en el estómago.
—Tyvara —dijo.
Una sonrisa fugaz bailó en los labios de ella antes de que se pusiera seria de nuevo. Se acercó a él con paso grácil, haciendo caso omiso de los hombres que no despegaban la vista de ella. Ser el objeto de la mirada de aquellos ojos hermosos y exóticos provocó que un escalofrío de placer le bajara a Lorkin por la espalda. «Oh, decididamente no me he desenamorado —pensó—. En todo caso, el tiempo que he pasado sin verla hace que me emocione aún más verla de nuevo.»
—Quiero hablar contigo en privado —dijo, deteniéndose a unos pasos de él y cruzando los brazos.
—Me encantaría —repuso él—, pero se supone que no debo salir de esta habitación. Son órdenes de Kalia.
Ella frunció el ceño antes de encogerse de hombros y recorrer el dormitorio con la mirada.
—Pues que se marchen los demás.
Observó a los hombres mientras salían, murmurando con buen humor, y advirtió que Evar no se había movido. Lo miró con los ojos entornados.
—He recibido la misma orden que él..., pero no te preocupes —explicó Evar, poniéndose de pie y alejándose—. Me quedaré en ese rincón e intentaré no oír lo que digáis.
Con una ceja arqueada, divertida, Tyvara miró cómo Evar se dirigía hacia la zona de preparación de alimentos, antes de bajar la vista hacia Lorkin.
Él sonrió. Le resultaba demasiado fácil sonreírle. Corría el riesgo de quedarse sonriendo de oreja a oreja, como un idiota. Su larga cabellera estaba limpia, y las manchas oscuras bajo sus ojos habían desaparecido. Si antes le parecía cautivadora, ahora la veía incluso más bella de lo que su imaginación la había pintado en su recuerdo.
«No me sentía así cuando viajábamos juntos —pensó—. A lo mejor estaba demasiado cansado...»
—Supongo que tendremos que conformarnos con esto —dijo ella en voz baja, descruzando los brazos.
—¿De qué quieres hablar? —consiguió preguntar él.
Ella suspiró, se sentó y le lanzó una mirada directa que le aceleró el pulso.
—¿Qué estás tramando, Lorkin?
Él sintió una vaga desilusión. «¿Qué esperaba? ¿Que me invitara a su alcoba para pasar una noche de...?» Se apresuró a ahuyentar esta idea de su mente.
—Si tramara algo, ¿por qué habría de contártelo? —replicó.
Los ojos de Tyvara relampaguearon de ira. Tras fulminarlo con la mirada, se levantó y se encaminó hacia la puerta. A Lorkin el corazón le dio un vuelco. ¡No podía dejar que se fuera tan pronto!
—¿Eso era todo lo que ibas a preguntarme? —le gritó mientras Tyvara se alejaba.
—Sí —respondió ella sin volverse.
—¿Puedo hacerte yo algunas preguntas?
Ella aminoró el paso, se detuvo y miró hacia atrás. Lorkin le hizo una seña para que se acercara. Con un suspiro, ella regresó y se dejó caer en el asiento, cruzando los brazos de nuevo.
—¿Qué quieres saber? —inquirió.
Él se inclinó hacia delante.
—¿Cómo estás? —dijo en voz baja—. Hacía meses que no te veía. ¿Qué tarea te ha encargado la familia de Riva?
Ella lo contempló, pensativa, y bajó los brazos.
—Estoy bien. Preferiría estar ahí fuera haciendo algo positivo, claro, pero... —Se encogió de hombros—. La familia de Riva me ha encargado que trabaje en las alcantarillas.
Él hizo una mueca.
—Dudo que eso sea agradable o interesante.
—Es la tarea más repugnante que se les ha ocurrido, pero a mí no me importa. Para esta ciudad es tan necesaria la eliminación de residuos como la defensa, y a los esclavos se les asignan labores mucho más desagradables. Pero me aburre. Podría acabar detestándola solo por eso.
—Deberías visitarme. Intentaré entretenerte, pero no te prometo otra diversión que los errores ridículos que comete un forastero en un lugar que no conoce bien.
Ella sonrió.
—¿Ha sido duro?
Él extendió las manos a los costados.
—A veces, aunque todos han sido amables conmigo y, si bien nunca había querido ser sanador, al menos estoy haciendo algo útil.
La sonrisa de Tyvara se desvaneció y ella sacudió la cabeza.
—Jamás imaginé que te pondrían en manos de Kalia, teniendo en cuenta que te quería muerto.
—Saben que me vigilará mejor que nadie.
—Y ahora la has hecho quedar como una tonta —señaló ella.
—Pobre Kalia —comentó él sin el menor asomo de compasión.
—Te hará la vida imposible por esto.
—Ya lo hacía antes. —Lorkin alzó la vista hacia sus ojos—. No esperabas que me hiciera amigo suyo, ¿verdad?
—Te creía lo bastante inteligente para no darle motivos para azuzar a la gente contra ti.
Él negó con la cabeza.
—No conseguiré evitarlo tratando de pasar inadvertido y de no meterme en líos.
Ella lo miró, entrecerrando los párpados.
—Un muchacho kyraliano iluso no puede cambiar a los Traidores, Lorkin.
—Seguramente no, si ellos no quieren —convino él—, pero tengo la impresión de que los Traidores quieren cambiar, de que hay cambios de envergadura que forman parte de sus planes para el futuro. No soy un muchacho iluso, Tyvara.
Ella enarcó las cejas y se puso de pie.
—Tengo que irme. —Dio media vuelta despacio y se alejó.
Él la observó con ojos ávidos, esperando que su imagen quedara grabada con nitidez en su memoria.
—Ven a verme de vez en cuando —le dijo en voz muy alta.
Ella se volvió y sonrió, pero guardó silencio. Entonces se marchó.
Al cabo de un momento, los hombres empezaron a volver al dormitorio. Lorkin suspiró, miró en torno a sí y localizó a Evar, que se abría paso hacia la mesa. El joven mago se sentó con los ojos brillantes.
—Uf, qué no daría yo por perderme debajo de las sábanas con esa —musitó.
Lorkin resistió el impulso de lanzar una mirada asesina a su amigo.
—No eres el único —repuso, esperando que el muchacho captara la indirecta.
—No. La mayoría de los hombres de aquí daría cualquier cosa por pasar una noche con ella —convino Evar, que no había entendido la insinuación de Lorkin, o fingía no entenderla—. Pero es exigente. No quiere ataduras. No está lista.
—¿Lista para qué?
—Para emparejarse. No quiere dejar las misiones peligrosas, el espionaje, los asesinatos.
—¿Tener un hombre se lo impediría? Me cuesta imaginar que aquí los hombres puedan impedir algo a las mujeres.
Evar se encogió de hombros.
—No, pero cuando las mujeres pasan largas temporadas fuera, exponiéndose a que alguien las mate, saben que la situación es difícil para el hombre y, por supuesto, para los hijos. —Arqueó las cejas—. De hecho, la prudencia de Tyvara se debe seguramente a que su madre murió en una misión cuando era joven. Su padre quedó destrozado, y Tyvara tuvo que cuidar de él. Era... Oh, creo que es la hora.
Lorkin siguió la dirección de la mirada de su amigo hacia la entrada del dormitorio. Desde allí, una maga joven le hacía gestos para que se acercara. Intercambió una mirada de solidaridad con Evar.
—Creo que tienes razón —dijo—. Buena suerte.
—Lo mismo digo.
Se levantaron y se dirigieron hacia la puerta. Lorkin fue el primero en llegar. La mujer lo miró de arriba abajo y esbozó una sonrisita. Lorkin supuso que estaba calculando su capacidad para causarle problemas, pero no pudo evitar pensar que en realidad estaba valorando su potencial para realizar una actividad física mucho más recreativa.
—La Mesa está reunida y quiere hablar con vosotros dos. Tú serás el primero. —Señaló a Lorkin con un movimiento de cabeza—. Seguidme.
Caminaron en silencio. Las personas con las que se cruzaban apenas los miraban, lo que reforzaba la impresión de que nadie se tomaba muy en serio su visita a las cuevas de las pedreras. Finalmente llegaron a la entrada de la Cámara de Portavoces y se detuvieron. Había siete mujeres sentadas en torno a la mesa curva de piedra situada en el extremo más bajo, pero las gradas concéntricas reservadas para el público estaban vacías. Lorkin reparó en que la silla incrustada de gemas que utilizaba la reina de los Traidores también estaba desocupada, tal como había imaginado. La anciana monarca solo participaba en las ceremonias importantes, y él dudaba que le interesara en absoluto asistir a aquella sesión.
Riaya, una mujer delgada de aspecto cansado que presidía las reuniones, lo vio y le indicó que se acercara. Lorkin dejó atrás a Evar y a la escolta y caminó hacia las portavoces. Se detuvo frente a la mesa y se volvió hacia Riaya.
—Lorkin —dijo la presidenta—, te hemos llamado a nuestra presencia para que nos expliques qué hacías en la cueva de las pedreras hace tres noches. ¿Con qué propósito entraste allí?
—Quería ver las piedras en sus distintas fases de desarrollo —respondió él.
—¿Eso es todo?
—Sí —asintió.
—¿Por qué querías ver las piedras? —inquirió una de las portavoces.
Lorkin dirigió la vista hacia ella. Se llamaba Yvali y tendía a alinearse con Kalia y la facción de los Traidores que quería que lo mataran por la deslealtad de su padre. No obstante, había advertido que no siempre los apoyaba.
—Por curiosidad —contestó—. Me habían hablado tanto de ellas, de su belleza y de la habilidad necesaria para crearlas, que quería verlas por mí mismo. Nunca había visto algo parecido.
—¿Quedó satisfecha tu curiosidad?
Él se encogió de hombros.
—Me gustaría aprender a fabricarlas, por supuesto, pero no esperaba aprenderlo con solo mirarlas. Si Evar no me hubiera asegurado que no era posible, yo no habría ido allí. Del mismo modo que ustedes respetan mi derecho a guardar en secreto los conocimientos valiosos que se me han confiado, yo respeto el suyo.
«Ya está. Esto les recordará que existe la posibilidad de un intercambio entre el Gremio y los Traidores.»
Kalia entornó los ojos y apretó los labios, pero las demás parecían más pensativas que escépticas. Al recorrer la fila de mujeres con la vista, Lorkin percibió una sonrisa muy leve en los labios de Savara, que se desvaneció en cuanto sus miradas se encontraron.
La portavoz Savara, que había sido la mentora de Tyvara, era la líder no oficial de la facción que se oponía a la de Kalia. También se le había encomendado la tarea de asegurarse de que Lorkin fuera «obediente y útil».
—¿Por qué no comunicaste a nadie aparte de Evar tu intención de visitar las cuevas? —preguntó.
—No estaba enterado de que tenía que hacerlo.
Savara arqueó las cejas.
—Alguien que reconoce que somos los guardianes legítimos del secreto para elaborar las piedras debería ser lo bastante inteligente para deducir que no queremos que se lleven a cabo visitas a la cueva de las pedreras sin consultarnos antes.
Él agachó la cabeza ligeramente.
—Les pido disculpas. Sigo estando un poco confuso con las costumbres de Refugio, más sutiles que las de mi país. Me esforzaré más por aprender y adaptarme.
Ella soltó un resoplido apenas perceptible, pero, sin decir nada, miró a la presidenta y sacudió la cabeza. Las otras portavoces hicieron el mismo gesto, fuera cual fuese su significado, y la presidenta exhaló un suspiro suave.
—Puesto que no has quebrantado ninguna ley o norma, ni desobedecido orden alguna, no serás castigado —dijo Riaya—. La culpa es nuestra en parte por no haber previsto esta situación, pero podemos evitar que se produzca de nuevo. Lorkin —hizo una pausa y fijó en él una mirada impasible—, te ordenamos que te abstengas de entrar en las cuevas de las pedreras a menos que te acompañe una portavoz o su representante. ¿Queda claro?
Él le dedicó una ligera reverencia típicamente kyraliana.
—Del todo.
Ella asintió.
—Puedes retirarte.
Lorkin se alejó, aguantándose las ganas de sonreír, pues sabía que cualquiera que lo viera lo interpretaría como una prueba de que se traía algo entre manos, o, al menos, de que no se había tomado en serio este pequeño tirón de orejas. Entonces Evar entró en la sala, con el rostro enjuto tenso de preocupación, y las ganas de sonreír de Lorkin se esfumaron.
Cuando pasó junto a él, Lorkin le dedicó un movimiento de la cabeza que esperaba que le resultara reconfortante. El joven mago hizo una mueca, pero su mirada pareció animarse un poco ante el gesto de Lorkin. Cuando este salió al pasillo, sintió una punzada de culpabilidad por haber metido a su amigo en un lío.
«Evar sabía en qué se estaba metiendo —se recordó—. En gran parte la idea fue suya, y yo intenté disuadirlo. Ambos sabíamos que, si nos pillaban, aunque no habíamos incumplido ninguna ley, Kalia encontraría una manera de castigarnos de todos modos.»
Sospechaba que el joven mago tenía sus motivos para planear algo que irritaría a las líderes de Refugio. No cabía duda de que había cierto resentimiento o afán de venganza detrás de aquello. Cada vez que Lorkin intentaba averiguar de qué se trataba, Evar murmuraba algo sobre que las Traidoras no eran tan justas como afirmaban.
Fuera cual fuese la razón, Lorkin esperaba que el joven hubiera obtenido la satisfacción que buscaba y que no acabara por lamentarlo.
Cuando el carruaje se detuvo con suavidad frente al palacio del rey de Sachaka, Dannyl respiró hondo y exhaló despacio. Un esclavo abrió la portezuela del vehículo y se apartó. Dannyl se apeó, dedicó un momento a alisarse la túnica y alzó la vista hacia el edificio.
Un ancho arco central se alzaba ante él. A los lados, unos muros blancos se extendían hacia fuera formando curvas amplias. Por encima, solo se alcanzaban a vislumbrar unas estrechas franjas doradas de las cúpulas achatadas que coronaban el edificio.
Dannyl enderezó la espalda, fijó la mirada en el pasillo sombrío que había al otro lado del arco y lo atravesó con decisión. Pasó entre unos guardias inmóviles, que pertenecían a una de las pocas clases de sirvientes libres de Sachaka. Dannyl supuso que era mejor contar con la protección de hombres leales y serviciales que con esclavos rencorosos y fáciles de intimidar. Los guardias que estaban obligados a arrojarse al suelo cada vez que pasara por allí un hombre o una mujer libre no serían muy útiles para repeler una posible invasión.
Como en una casa sachakana típica, el pasillo de entrada era recto y conducía a los visitantes a una sala grande concebida para recibir a los invitados. La diferencia radicaba en que este pasillo era lo bastante ancho para que pudieran recorrerlo seis hombres uno al lado del otro. Según el ashaki Achati, los muros estaban huecos y contenían aberturas ocultas desde las que los guardias podrían lanzar flechas y dardos a visitantes no deseados. Aunque no había agujeros o trampillas a la vista, Dannyl sospechaba que las hornacinas espaciadas a lo largo del pasillo, cada una de ellas con un jarrón bellamente torneado, eran accesibles desde dentro y tenían una superficie interior que podía romperse en caso necesario. Al imaginar esta escena, se preguntó si los guerreros que se situaran entre las paredes dejarían los jarrones a un lado con cuidado o los tumbarían para apartarlos de su camino.
La otra característica que diferenciaba el palacio de una mansión sachakana humilde era que el pasillo desembocaba en una sala muy grande. Cuando Dannyl entró en el enorme salón, notó que se le erizaba el vello a causa del frío. Las paredes, el suelo y las numerosas columnas que sostenían el techo eran de una piedra blanca pulida, al igual que el trono.
Que estaba vacío.
Dannyl aflojó el paso al acercarse a la silla de piedra, intentando no mostrarse consternado o preocupado por la ausencia del monarca que lo había mandado llamar. Como de costumbre, había algunos hombres sachakanos en la sala: un grupo de tres a la izquierda, y un hombre solitario a la derecha. Todos llevaban una chaqueta corta profusamente adornada sobre una camisa y unos pantalones lisos, el atuendo masculino tradicional de Sachaka. Todos observaban a Dannyl.
El silencio y la quietud se vieron interrumpidos por unos pasos lentos pero firmes. Todos dirigieron su atención a una puerta situada a la derecha. Los cuatro sachakanos ejecutaron una profunda reverencia cuando el rey Amakira pasó frente a ellos con grandes zancadas. Dannyl hincó una rodilla en tierra, el gesto que los kyralianos consideraban apropiado para mostrar respeto a un rey.
—En pie, embajador Dannyl —dijo el soberano.
Dannyl se levantó.
—Os saludo, rey Amakira. Es un honor que me hayáis convocado de nuevo a palacio.
El anciano rey posó en él una mirada penetrante, con expresión entre reflexiva y divertida, como si estuviera rumiando alguna idea.
—Acompáñeme, embajador Dannyl. Hay algo de lo que quiero hablar con usted, y para ello conviene que nos traslademos a un marco más acogedor.
El rey dio media vuelta y regresó con aire decidido a la entrada lateral. Dannyl lo siguió, unos pasos por detrás y hacia un lado, pues no había sido invitado a caminar junto a él. Enfilaron un pasillo y atravesaron una puerta que un guardia mantenía abierta para entrar en una habitación más pequeña. También en este caso, los muebles y la decoración eran una versión más elaborada de los que se encontraban en muchas casas sachakanas. Los armarios eran tan grandes que solo podían haber sido montados en el interior de la habitación, pues no cabían por las puertas, aunque estas permitían el paso de dos personas lado a lado. En el suelo había unos cojines con tantas piedras preciosas incrustadas que Dannyl dudaba que fueran cómodos, e incluso le daba la impresión de que sentarse en ellos podía provocar roturas en la ropa o en la piel.
—Esta es la sala de audiencias —le informó Amakira. Se sentó en un taburete y señaló otro—. Tome asiento.
—Es magnífica, majestad —se sintió obligado a comentar Dannyl, paseando la vista por los tapices y objetos preciosos exhibidos en hornacinas y vitrinas—. Excelentes ejemplos de la habilidad y la maestría de los artistas sachakanos.
—Eso mismo dijo su amigo, el embajador de Elyne. Quedó especialmente prendado de la cristalería.
La sorpresa dio paso a la irritación. ¿Cómo había logrado Tayend que el rey le concediera audiencia pocos días después de su llegada? «Supongo que es el primer embajador de un país distinto de Kyralia que se establece en Sachaka, mientras que yo no soy más que un embajador más del Gremio.» Dannyl se obligó a asentir y esperó que sus esfuerzos por disimular sus celos fueran eficaces.
—El embajador Tayend tiene afición por los objetos coloridos y recargados.
—¿Cómo le va? ¿Está aclimatándose bien?
Dannyl se encogió de hombros.
—Es muy pronto para saberlo, y hemos estado demasiado ocupados para intercambiar más que saludos.
El rey hizo un gesto afirmativo.
—Por supuesto. Me pareció un hombre ingenioso y sagaz. Estoy seguro de que su encanto y entusiasmo lo harán popular entre los ashakis.
—No me cabe la menor duda —murmuró Dannyl. Le vino a la memoria una conversación que había mantenido con Achati durante su viaje de regreso tras la persecución de Lorkin: «Procuramos saberlo todo acerca de los embajadores que nos manda el Gremio. Y las compañías que usted frecuenta no son precisamente un secreto en Imardin». El rey debía de saber que Tayend era el ex amante y compañero de Dannyl, al igual que Achati. Pero ¿quién más lo sabía? ¿Estaban enterados todos los hombres poderosos de Sachaka? En caso afirmativo, no debía de molestarles demasiado la preferencia de Tayend por los amantes masculinos, ya que le llovían tantas invitaciones a cenar como a Dannyl cuando acababa de llegar.
Aunque Achati estaba actuando como consejero e introductor de Tayend, tal como había hecho con Dannyl, siempre llegaba temprano a la Casa del Gremio para charlar un rato con él. Incluso cuando Tayend participaba en estas conversaciones, Achati prestaba casi toda su atención a Dannyl.
«Le estoy agradecido por ello. Sin embargo, es posible que tenga otros motivos para consolarme por el hecho de que Tayend me esté eclipsando. Quizá quiera demostrar que su interés no se ha desviado hacia Tayend. Recordarme su proposición.»
Achati aún no le había preguntado si la presencia de Tayend significaba que Dannyl había retomado su relación con él. «No sé muy bien qué le responderé si me lo pregunta. Yo no consideraba que nuestra ruptura fuera oficial. Ahora que está aquí... tengo la sensación de que lo es. Tayend no se ha comportado como si estuviéramos juntos.» Dannyl lo había interpretado como una indirecta. ¿O era Tayend quien había interpretado antes su conducta como una indirecta?
Lo primero que había sentido ante la llegada de Tayend había sido fastidio. Para que no se le notara, Dannyl lo había tratado con la cortesía y formalidad que un embajador debía mostrar hacia otro. Tayend había seguido su ejemplo, lo que había hecho que Dannyl empezara a echar de menos el trato familiar y socarrón de antes. «Pese a que durante los últimos años estuvo teñido de resentimiento.»
—Mis hombres están buscando una vivienda apropiada para el embajador de Elyne —dijo el rey—. Quizá tarden unos meses en encontrarla. ¿Hay alguna razón de orden político para que el embajador no se aloje mientras tanto en la Casa del Gremio?
Dannyl reflexionó y negó con la cabeza.
—No. —«Aunque me temo que habrá momentos en que desearé que la hubiera.»
—Si surge algún problema, no dude en comunicárselo al ashaki Achati. Él encontrará alguna solución.
—Gracias.
—Y ahora, pasemos al asunto del que deseaba hablar con usted, embajador Dannyl. —El rey adoptó una expresión seria—. ¿Ha tenido noticia de lord Lorkin?
—No, majestad.
—¿Podría ponerse en contacto con él?
—Creo que no. —Dannyl hizo una pausa para meditar—. Tal vez con la colaboración de los Traidores. Podría pedir a los esclavos que le transmitieran...
—No, no me fío de comunicaciones transmitidas por los Traidores. Me refería a ponerse en contacto directamente con él.
Dannyl sacudió la cabeza.
—En secreto, imposible. La única forma en que podría contactar con Lorkin sin la ayuda de los Traidores sería por medio de una comunicación mental abierta, y todos los magos la percibirían.
El rey asintió.
—Quiero que encuentre una manera. Si necesita ayuda de Sachaka (la ayuda de alguien que no sean los Traidores, se entiende), Achati se encargará de todo.
—Os agradezco vuestro interés por lord Lorkin —dijo Dannyl—, pero me convenció de que se había unido a ellos por su propia voluntad.
—Aun así, quiero que dicha conexión se establezca —manifestó el rey con firmeza. Miró a Dannyl sin parpadear—. Confío en que nos comunique toda la información que obtenga sobre los Traidores, en pago de los esfuerzos que hicieron mis hombres por ayudarle a rescatar a su ex ayudante. La cooperación entre nuestros países solo puede redundar en un beneficio mutuo.
Un escalofrío descendió por la espalda de Dannyl. «Quiere que Lorkin sea su espía.» Manteniendo una expresión neutra, asintió.
—En efecto. —«Síguele la corriente, pero sin prometerle nada», se dijo—. Lorkin sabía que al unirse a los Traidores podía acarrear un problema político al Gremio, así que propuso que lo expulsáramos oficialmente. El Gremio lo haría de mala gana, por supuesto. No hemos querido precipitarnos ni tomar esta decisión a menos que sea absolutamente necesario. Si menciono esto es porque... puede que forzarlo a colaborar con nosotros no esté a nuestro alcance.
—Los Traidores declararon que jamás le permitirían salir de su base —señaló el rey—. Eso, desde mi punto de vista, es una reclusión. Tal vez lo coaccionaron para que dijera que se unía a ellos de buen grado. Me sorprende que el Gremio no piense hacer algo al respecto.
—Lorkin se puso en contacto con su madre por medio de un anillo de sangre antes de hablar conmigo, para asegurarle que se iba con ellas voluntariamente. Ella no detectó el menor rastro de falsedad o angustia. Luego, él me entregó el anillo de sangre —añadió Dannyl—, con el fin de que yo se lo devuelva a ella.
—Me sorprende que su madre acepte este estado de cosas.
—Está afectada, como cabía esperar, pero no tiene ninguna intención de venir a Sachaka para buscarlo y llevárselo a casa, os lo aseguro.
El rey sonrió.
—Es una lástima que él no se quedara con el anillo.
—Supongo que no quería arriesgarse a que los Traidores lo registraran y lo encontraran.
El monarca se revolvió en su asiento.
—Quiero que se las ingenie para establecer una comunicación segura con él, embajador Dannyl.
Dannyl movió la cabeza afirmativamente.
—Haré lo que pueda.
—Lo sé. No le entretengo más. —El rey se puso de pie y, cuando Dannyl hizo lo propio, le indicó que caminara a su lado mientras se acercaban a la puerta—. Lamento que esta situación se haya producido. Deberíamos haber previsto que los Traidores dirigirían su atención hacia el Gremio en algún momento. Pero me alegro de que su ayudante siga con vida y de que no penda sobre él un peligro inmediato.
—Gracias, majestad. Yo también.
Llegaron a la puerta y salieron al pasillo.
—¿Cómo le va a lady Merria, su nueva ayudante?
Dannyl esbozó una sonrisa sombría.
—Bien, y está adaptándose con rapidez. —«Ya se ha aburrido por el poco trabajo que tiene —habría querido agregar Dannyl—. Quizá... quizá podría preguntarle si se le ocurre algún modo de contactar con Lorkin.»
El rey sacudió la cabeza.
—Yo le habría desaconsejado enérgicamente que aceptara a una mujer como ayudante, pues tendrá dificultades para relacionarse con los hombres sachakanos, pero también habría creído que una mujer era más susceptible de convertirse en objetivo de los Traidores, y ha quedado demostrado que no es así. Tal vez esté equivocado también respecto a las posibilidades de lady Merria de desenvolverse aquí.
—Su majestad tiene razón indiscutiblemente respecto a todos los demás asuntos, y siempre confiaré en su sabiduría, sobre todo en los temas relativos a Sachaka. Por eso asigno a lady Merria labores que no requieren que se relacione con hombres sachakanos.
El rey soltó una risita.
—Es usted un hombre astuto. —Se detuvo frente a la puerta de la sala del trono e hizo un gesto para que Dannyl entrara solo—. Adiós, embajador.
—Como siempre, ha sido un honor y un placer hablar con vos, majestad. —Dannyl se inclinó ante él. Mientras el rey se alejaba, se volvió y entró de nuevo en la espaciosa estancia.
«Bueno, al menos ahora Merria tendrá algo que hacer. Aunque encargarle una tarea imposible como encontrar la manera de comunicarse con Lorkin sin la ayuda de los Traidores parece un poco cruel. Por otro lado, no le interesan mis estudios, y no puedo pedirle que acuda sola a la biblioteca privada de un ashaki para examinar libros por mí.»
En realidad, últimamente no lo habían invitado a ninguna biblioteca. Estaba totalmente estancado en lo que respectaba a su investigación.
Sonea se apoyó la cesta con sábanas sobre la otra cadera y se bajó la capucha de la capa de modo que le tapara más la cara. Aunque llovía y hacía un fresco que anunciaba días más crudos, ella estaba encantada. Tal vez acabaría hartándose de vagar por la ciudad disfrazada, pero por el momento saboreaba la libertad que esto le brindaba.
No muy lejos del hospital había una tintorería donde se lavaba casi toda la ropa de la institución. Hacía mucho tiempo que ella había llegado a un acuerdo con el propietario, y el establecimiento había cambiado varias veces de manos desde entonces. Los ayudantes del hospital eran quienes llevaban la ropa sucia allí, por lo que era poco probable que alguien de la tintorería la reconociera..., a menos, claro está, que ella hubiera atendido a esa persona o a alguno de sus familiares.
Se agachó antes de cruzar la puerta abierta y dejó la cesta en el suelo rápidamente. No había necesidad de hablar con nadie, y los empleados estaban acostumbrados a que los ayudantes del hospital tuvieran prisa. El comercio contiguo era una tienda de dulces, y Sonea entró en ella discretamente. Compró una bolsa de caramelos de pachi y pronunció una contraseña. La mujer de mediana edad que estaba al otro lado del mostrador le hizo señas para que se acercara a una puerta que daba a un pasadizo angosto.
Unos pasos más adelante, llamó a otra puerta. El número de golpes había sido convenido semanas atrás. Una voz dijo la palabra clave y ella entró en una habitación pequeña dividida en dos por un escritorio estrecho.
—Saludos. —Un hombre fornido se puso de pie y le dedicó la reverencia más profunda que pudo en aquel espacio reducido—. La esperan.
Sonea asintió y se acercó a una puerta lateral, rodeando el escritorio. La abrió con magia, salió al hueco de una escalera y cerró la puerta tras sí, creando una barrera mágica a lo ancho del marco como precaución adicional.
El hombre que se encontraba en la habitación pequeña era un empleado de Cery. Hasta donde Sonea sabía, era el esposo de la mujer de la tienda de dulces. Tras bajar por un corto tramo de escaleras, Sonea entró en un cuarto no mucho más grande que el de arriba, amueblado con solo dos sillas. Cery estaba sentado en una de ellas, pero ni Gol ni Anyi ocupaban la otra.
Sonea se quitó la capucha y sonrió a su viejo amigo y a sus guardaespaldas.
—Cery. Gol. Anyi. ¿Qué tal estáis? ¿Por qué tan sonriente, Cery?
Cery rió entre dientes.
—Siempre da gusto verte vestida con algo que no sea esa túnica negra.
Ella hizo caso omiso de él y se volvió hacia Anyi y Gol. Los dos se encogieron de hombros. Parecían un poco entumecidos. Definitivamente hacía frío en aquella habitación. Ella invocó un poco de magia y la canalizó en forma de calor. Ambos guardaespaldas fruncieron el ceño, miraron en torno a sí y luego contemplaron a Sonea, pensativos. Ella sonrió y se sentó.
—Espero que hayáis pensado algún ardid para que Skellin revele si está lejos de Imardin o no —dijo posando la vista en Cery—. Porque a mí no se me ha ocurrido nada.
Él negó con la cabeza.
—Ningún ardid que no requiera la ayuda de personas de las que no me fío, o que no ponga demasiadas vidas en peligro. He perdido a muchos aliados. Incluso los que siguen tratando conmigo se aprovechan de mis problemas. Gol ha recibido varias ofertas de empleo.
—Yo también —dijo Anyi—. Esta misma tarde. De hecho, eso me ha dado una idea.
Todas las miradas se clavaron en ella. La hija de Cery parecía demasiado joven para ser guardaespaldas. Por otro lado, últimamente Sonea tenía la sensación de que la mayoría de los aprendices que se graduaban parecían demasiado jóvenes para considerarlos adultos responsables.
—Continúa —la animó Cery.
—¿Y si acepto alguna de las ofertas? —dijo Anyi con los ojos brillantes—. ¿Y si finjo que estoy hasta las narices de ser tu guardaespaldas y me he dado cuenta de que nunca llegaré a ningún sitio trabajando para el ladrón menos poderoso de la ciudad? Podría aceptar uno de esos empleos y espiar para ti.
Cery miró a su hija con fijeza. Aunque su rostro aparentemente no se inmutó, Sonea percibió unos cambios sutiles en su expresión: espanto, miedo, cautela, cavilación, culpabilidad.
—Nunca confiarán en ti lo suficiente para darte un puesto en el que puedas averiguar algo útil —le dijo a Anyi.
«¿Por qué no le dice simplemente que no? —se preguntó Sonea. Pero Gol se volvió hacia Cery con una mirada de advertencia—. Sabe que Cery tiene que andarse con cuidado. Tal vez si Cery le para los pies a Anyi rotundamente será más probable que ella lo desobedezca.» Tal como Lorkin tendía a hacer con ella de vez en cuando.
Anyi sonrió.
—Lo harán si te traiciono —afirmó con convencimiento—. Podría indicarle a alguien dónde encontrarte, por ejemplo. Evidentemente, tú estarás avisado y podrás planear tu huida con antelación.
Cery asintió.
—Lo pensaré. —Miró a Sonea—. ¿Alguna novedad sobre Lorandra?
Al recordar a la madre de Skellin, que estaba encerrada en la Cúpula, Sonea se estremeció.
—A algunos de los magos superiores no les gusta que vaya a verla, y sospecho que el administrador Osen solo me lo permite porque cree que sería cruel que no hablara con nadie. Kallen nos dijo que ella no sabe dónde está Skellin, por lo que no entienden por qué me molesto en interrogarla. No son conscientes de que la lectura de la mente tiene sus limitaciones y que es posible que ella adivine el paradero de su hijo si se le anima a ello. Dudo que algún día me den permiso a mí para leerle la mente. —Sacudió la cabeza—. Además, yo soy la única que habla de las dos. Ella no dice una palabra.
—Sigue insistiendo —le aconsejó Cery—, aunque te sientas ridícula por hacerle las mismas preguntas una y otra vez. Eso acaba por debilitar la resistencia de las personas.
Sonea exhaló un suspiro y asintió.
—Eso si no me debilito yo antes.
Él le dedicó una sonrisa triste.
—Nadie ha dicho que interrogar sea una tarea fácil. Pero no eres tú quien está encarcelada. Seguro que está harta de llevar tanto tiempo recluida en una celda de piedra.
—No tenemos alternativa. Se habla de la posibilidad de construir una prisión en alguna parte de los terrenos del Gremio, pero eso podría llevar varios meses.
—¿Por qué no bloquean sus poderes y listo?
—Por la misma razón por la que se resistían a leerle la mente. Podría ofender a su pueblo.
Cery arqueó las cejas.
—Ella vulneró las leyes de nuestro país y conspiró con su hijo para hacerse con el poder de los bajos fondos de la ciudad y esclavizar a los magos. ¿Y al Gremio le preocupa ofender a su pueblo?
—Sí, es ridículo. Pero supongo que ella se mostrará aún menos dispuesta a colaborar si bloqueamos sus poderes.
—Quizá se muestre más dispuesta a colaborar si le dais a entender que podríais retirarle el bloqueo más tarde.
Sonea dirigió una mirada de reproche a Cery.
—¿Propones que le mienta?
Él asintió.
—Los del Gremio sois demasiado remilgados —comentó Anyi—. Todo sería mucho más fácil si no estuvierais siempre tan preocupados por las normas, por no mentir a los enemigos o por no ofender a la gente.
—Como si la vida de un ladrón fuera tan distinta —repuso Sonea.
Anyi reflexionó por un instante.
—Supongo que tienes razón, pero vuestras normas os obligan a ser condenadamente amables a todas horas. Nadie espera de un ladrón que sea amable.
—No. —Sonea sonrió—. Pero ¿no crees que las Tierras Aliadas serían bastante diferentes si no se obligara a los magos a ser amables?
Anyi arrugó el entrecejo, abrió la boca y la cerró de nuevo.
—La palabra «Sachaka» acaba de venirme a la mente —farfulló Gol.
La joven movió la cabeza afirmativamente.
—Entiendo a qué te refieres, pero tal vez hay momentos en los que conviene ser un poco menos amable para evitar que ocurra algo muy desagradable. Como que Skellin tome el control de la ciudad.
Anyi miró a Sonea con expectación. Esta reprimió un suspiro. «No le falta razón.» Se volvió hacia Cery.
—Volveré a hablar con ella —prometió—, pero no la engañaré a menos que no me quede otra alternativa. Hasta las traiciones más pequeñas suelen tener consecuencias nefastas.