Capítulo 29

A pesar de la prisa con que los tripulantes iban de un lado a otro, Lilia tenía la sensación de que nada sucedía con rapidez en el barco. No obstante, mientras el buque navegaba hacia el muelle, miró a Anyi y decidió que eso no le importaba. Rothen había ordenado que les sirvieran comida y agua, y aunque Anyi seguía muy cansada, había recuperado un poco el color y podía incorporarse.

Tenía una expresión distante y apenada, lo que le encogió a Lilia el corazón, pero entonces su amiga meneó la cabeza y endureció el semblante con determinación. «Demuestra más autocontrol del que tendría yo en su situación —pensó Lilia—. De pronto, me recuerda a Cery». Cayó en la cuenta de que él también tenía la costumbre de quedarse absorto durante un rato hasta que reaccionaba de repente. Pero ella no había entendido por qué hasta ese momento.

«Seguramente añoraba a su familia cuando estaba solo, o con Gol. —Lilia arrugó el entrecejo—. Tarde o temprano, Anyi empezará a añorarlo también. Yo estaré a su lado cuando eso ocurra, aunque tenga que salir del Gremio a escondidas».

Observaron en silencio a los marinos que realizaban las últimas maniobras para atracar. Rothen, de pie junto al capitán, conversaba con él en voz baja. Los dos magos que había reclutado en el puerto vigilaban a la tripulación de la nave de Skellin. A Lilia le había asombrado la presteza con que obedecían a Rothen sin rechistar, aunque era evidente que desconocían sus motivos. Por lo general los magos no se mostraban tan dispuestos a colaborar, al menos por lo que ella había podido ver. Pero entonces se fijó en el respeto que reflejaban sus rostros y recordó que Rothen no solo era un mago superior, sino que había sido el tutor y maestro de la Maga Negra Sonea, y había desempeñado un papel nada desdeñable en la lucha contra la Invasión ichani.

«Es fácil olvidar todo eso con Rothen. Él no es autoritario con los demás ni mira por encima del hombro a nadie. Es una persona accesible. Seguro que no se considera tan importante».

Rothen se volvió hacia ella y se le acercó. Sonrió a Anyi.

—¿Cómo te encuentras? ¿Estás lista para levantarte?

Anyi asintió, pero cuando se puso de pie bajó la vista a sus pies e hizo una mueca.

—¿Mareada? —preguntó Rothen, extendiendo los brazos para sujetarla.

Anyi sacudió la cabeza.

—No, estoy bien.

Él movió la cabeza afirmativamente, les hizo señas de que lo siguieran y se encaminó hacia la larga pasarela que los marinos habían tendido entre el buque y el embarcadero. Anyi dio unos pasos vacilantes.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó Lilia en voz baja.

—Estoy hecha un desastre, y así me siento. Y dudo que este abrigo vuelva a ser como antes.

Lilia se estremeció. Anyi tenía la ropa tiesa y manchada con su sangre. Enlazó el brazo con el de su amiga.

—Ya te compraré otro.

—Lo bueno de que yo tenga esta pinta es que los magos superiores se sentirán culpables por no haber capturado antes a Skellin. —Suspiró—. Tú al menos estás limpia.

Lilia bajó la mirada hacia su túnica. Rothen la había llevado consigo en el barco para que ella no tuviera que regresar al Gremio con el disfraz raído. «Suponiendo que regresara. Las cosas habrían podido salir muy mal. —Aún no podía creer que su ardid hubiera dado resultado. Se volvió hacia el cadáver de Skellin, que estaba tapado con una arpillera vieja, y sintió un escalofrío—. He matado a una persona. Con magia negra». Pero no quería pensar en ello ahora.

Alcanzaron a Rothen junto a la barandilla.

—¿Querrán vernos enseguida los magos superiores, lord Rothen? —preguntó ella cuando llegaron junto a él.

Él asintió.

—Me temo que…

—¿Qué hace él aquí? —interrumpió Anyi con un gruñido.

Lilia siguió la dirección de su mirada y se le cayó el alma a los pies cuando vio que el mago de túnica negra los esperaba en el muelle.

—Kallen es… era el responsable de encontrar a Skellin —le recordó Rothen.

—Pues se ha lucido.

—¿Le contaremos lo ocurrido? —inquirió Lilia—. ¿Y si es el informador de Skellin?

Rothen achicó los ojos.

—No diremos nada antes de la reunión. —Esbozó una sonrisa lúgubre—. Tranquilas. Descubriremos quién es el informador. Si es un mago superior, en fin, no será la primera vez que uno de nosotros esconda un secreto oscuro. Nos encargaremos de ello.

Cuando empezaron a descender por la pasarela, Lilia dedicó a Anyi un gesto tranquilizador.

—Parece muy convencido.

Anyi se encogió de hombros y los siguió. Cuando llegaron al embarcadero, Kallen se dirigió a su encuentro. Lilia hizo una reverencia, pero Anyi permaneció erguida con una mirada sombría y la mandíbula apretada.

—Lord Rothen. Lady Lilia. Anyi. —Kallen se volvió hacia Rothen—. ¿Me han pedido que viniera a recibirles?

—Sí, Mago Negro Kallen. Le daré más detalles cuando volvamos al Gremio, pero puedo decirle que Skellin ha muerto y su madre también. El cuerpo de él está a bordo, por si desea inspeccionarlo. El de Lorandra se ha hundido en el mar.

Kallen arqueó las cejas. Sin decir una palabra, subió con aire decidido por la pasarela y se acercó al cadáver. Se puso en cuclillas y levantó la arpillera, con la espalda vuelta hacia ellos, de modo que Lilia no alcanzó a ver su expresión. «Me habría gustado», pensó. Kallen regresó al muelle. Miró directamente a Lilia y sonrió.

—Tendrás que dar algunas explicaciones. —Lilia advirtió que su tono no era de desaprobación.

—No hasta que lleguemos al Gremio —dijo Rothen con firmeza—. He ordenado que mantengan a la tripulación encerrada hasta que podamos interrogarlos, y que entreguen el cadáver al Gremio.

Kallen asintió y señaló el extremo del muelle.

—El carruaje que me ha traído está allí, por si quieren utilizarlo.

Rothen hizo un gesto afirmativo. Caminaron hacia el coche en silencio. Al mirar alrededor, Lilia reparó en que los trabajadores del puerto interrumpían sus tareas para mirar a Kallen. Parecían llenos de curiosidad, pero también de inquietud. «Por otro lado, así es como reaccionan los aprendices cuando ven pasar a Sonea. Se muestran impresionados, pero también intimidados. —Entonces se le ocurrió que la gente la miraría así también algún día, cuando se graduara y tuviera que llevar túnica negra—. Antes estaba ansiosa porque llegara el momento en que pudiera abandonar la túnica de aprendiz. Ahora es algo que temo».

Aunque la ruta hacia el Gremio no era larga, pues una calle ancha conducía directamente del puerto al recinto con solo un desvío para rodear el palacio, el trayecto les pareció interminable. Nadie pronunció una palabra. Kallen miraba alternadamente a Lilia, Anyi y Rothen, aunque fijaba la vista en Rothen durante más tiempo.

«Parece perplejo. Y preocupado. Me había imaginado que estaría más molesto por el hecho de que hubiéramos lidiado con Skellin sin consultarlo». Cada vez que sus miradas se encontraban, él apartaba los ojos.

Cuando llegaron, Rothen echó a andar hacia la entrada de la universidad mientras Kallen se quedaba atrás para dar instrucciones al cochero.

—El administrador está en el palacio —le gritó a Rothen mientras este se alejaba.

Rothen se detuvo y miró hacia atrás.

—¿Y el Gran Lord Balkan?

—También con el rey.

—¿Regresarán pronto?

Kallen se encogió de hombros.

—Creo que estarán allí hasta tarde.

Rothen pestañeó, y de pronto sus ojos se desorbitaron.

—Usted estaba en el palacio cuando lo mandé a buscar, ¿verdad? Está pasando, ¿no?

Kallen asintió.

—Pero yo sabía que solo mandaría a buscarme por un motivo importante. ¿Puedo hablar con usted en privado?

Rothen dejó a Lilia y a Anyi en los escalones y volvió junto a Kallen. Lilia notó que la expresión de Anyi destilaba suspicacia. Miró de nuevo a los magos. Aunque movían los labios, ella no oía sus palabras. Con toda seguridad habían creado un escudo que aislaba el sonido. «Al parecer están hablando de algo importante, de algo que Rothen esperaba».

—¿Seguro que era él? —preguntó Rothen, de pronto en voz alta y clara. Kallen movió la cabeza arriba y abajo—. Entiendo. Por desgracia, debo revelar lo que he averiguado al administrador y al Gran Lord antes, así que tendremos que aguardar a que regresen.

—Quizá tarden un par de días en disponer de un momento para reunirse con usted.

—Sí, es probable. ¿Cree que el rey convocará a todos los magos superiores al palacio?

—No —respondió Kallen—. No le gusta tener a muchos magos revoloteando alrededor. ¿Quiere que informe al administrador y al Gran Lord de que ha encontrado a Skellin y desea reunirse con ellos?

—Sí, gracias.

Rothen esperó a que Kallen subiera de nuevo al carruaje. El cochero estimuló a los caballos para que comenzaran a andar. Lilia advirtió de que avivaban el paso a medida que se acercaban a la verja.

—Tiene prisa —comentó Anyi por lo bajo. Miró a Rothen—. ¿Qué es eso tan importante que deja en segundo plano la muerte de Skellin y la necesidad de identificar a sus espías en el Gremio?

—Algo muy importante —contestó Rothen con expresión muy seria—. Pronto lo sabréis.

Anyi se quedó pensativa.

—No estaremos a punto de sufrir otra invasión, ¿verdad?

Rothen sacudió la cabeza.

—No.

—¿De invadir otro país, entonces?

—No. Basta de conjeturas. Os acompañaré a las dos a los aposentos de Sonea y luego traeré a Gol. Le he indicado que esperara en…

—¿Gol está vivo? —lo cortó Anyi.

—Sí —dijo Lilia con una sonrisa—. Nos ha ayudado a encontrarte. Se alegrará mucho de que te hayamos traído de vuelta.

Anyi torció el gesto.

—Debe de estar tan… —Suspiró—. En fin…, vamos a asearnos un poco.

Lilia sonrió.

—Al menos la espera tendrá una parte positiva.

«Oh, Dannyl. —Sonea se quitó el anillo y se enjugó las lágrimas—. Perder así a un ser querido…». Los recuerdos y sentimientos se habían agolpado en su mente, y había sido un alivio para ella saber que el anillo de Naki impedía que Osen los percibiera. El administrador se había mostrado un tanto horrorizado. Aunque sabía que Dannyl apreciaba a su amigo ashaki, Dannyl claramente se las había arreglado para ocultar hasta qué punto era así.

Ella sospechaba que Osen ni siquiera había querido plantearse que aquello fuera posible. «No que Dannyl pudiera amar a otro hombre (sabía lo de su relación con Tayend), sino que se enamorara de un sachakano, y, para colmo, de un ashaki. Y que un sachakano tan poderoso sucumbiera a los encantos de Dannyl».

Sintió una punzada de lástima cuando recordó la rabia de Dannyl. De haber sabido que él podía ser testigo de la muerte de su amante, no le habría sugerido que presenciara la batalla para comunicarles el resultado a Osen y a ella. «Por otro lado, dudo que Dannyl creyera que los Traidores vencerían. Estaba más preocupado por Lorkin».

—Lo siento, Sonea —dijo una voz conocida—. Lo siento mucho.

Regin. Tendría que contarle lo sucedido. Alzó la mirada y alcanzó a ver unos ojos llorosos antes de que unas manos la empujaran contra un pecho cálido y le acariciaran la espalda.

—No había nada más que pudieras hacer —aseguró él—. Emprendió un camino valiente, y lo admiro por ello.

Cuando la rigidez causada por la sorpresa remitió, ella notó que se relajaba pegada a él, apaciguada por su calor y su interés, aunque se percató de la equivocación que Regin había cometido. «Al ver las lágrimas, ha supuesto que Lorkin había muerto. Maldición. Cree que Lorkin está muerto, y está apenado. —Tenía que sacarlo de su error, pero su parte egoísta quería prolongar aquel momento un poco más—. Lorkin le importa. Y yo…

»¡Basta! —se dijo—. O acabarás deseando lo que no puedes tener».

—No es lo que piensas. Lorkin está bien —barbotó. Se obligó a apartarlo de sí para alzar la vista hacia él—. Lorkin está bien. —Le sostuvo la mirada a fin de dejar claro que no mentía—. Los Traidores han ganado.

La comprensión se reflejó en el semblante de Regin. Éste se ruborizó ligeramente y sonrió avergonzado. Luego arrugó el entrecejo de nuevo.

—Entonces, ¿por qué…? —Abrió mucho los ojos—. ¿Dannyl?

—También está bien. Al igual que Merria y Tayend. Es solo que… —Sacudió la cabeza—. Ya te lo explicaré.

Notó que la fuerza del abrazo disminuía. Él comenzó a retroceder. Sonea lo tomó de las manos y les dio un ligero apretón antes de soltarlas.

—Gracias.

Los ojos de Regin brillaron por un momento, antes de que desviara la vista y adoptara una expresión grave.

—Y ahora, ¿qué hacemos?

Ella se volvió hacia la ventana.

—Osen quiere que encontremos a Dannyl. Luego debemos felicitar a la reina, decirle que nuestros sanadores no están lejos e intentar que nos deje mantener a un embajador del Gremio en Arvice.

—¿Cómo los encontraremos?

—Yendo en esa dirección —señaló—. En algún momento llegaremos a la calle en la que se libró la batalla. Sospecho que lo sabremos por los cadáveres de ashakis. Si las observaciones de Dannyl son correctas, la calle de delante desemboca en el paseo que conduce al palacio. Encontraremos a Dannyl en una casa del paseo. —Comenzó a bajar las escaleras.

Regin la siguió.

—Pronto anochecerá.

Mientras bajaba, Sonea meditó sobre la euforia que sentía. «No debería estar tan animada. —Pero Lorkin había sobrevivido a la batalla, y el alivio que esto le producía era abrumador. Tal vez ahora podría convencerlo de que regresara a Imardin. Al pensar esto, la preocupación la invadió de nuevo—. Querrá quedarse con Tyvara. Si está tan enamorado de ella como yo lo estaba de Akkarin, la seguirá a donde sea. Y yo no debería tener la tentación de impedírselo. —Pero no podía evitarlo—. Por otro lado, quiero que sea feliz. No le deseo por nada del mundo que pase por lo que yo tuve que pasar».

Cuando llegaron a la planta baja, Regin la guió a través de la casa, caminando en silencio y comprobando que no hubiera otros ocupantes antes de enfilar un pasillo o entrar en una habitación. Una vez en la cocina, echaron un vistazo a la calle por la puerta para esclavos. Estaba desierta.

Sonea salió, con Regin siguiéndola muy de cerca. La quietud reinaba en la ciudad, y el crepúsculo lo bañaba todo mientras avanzaban hacia el centro. A Sonea la asaltó de nuevo la sensación de que su túnica negra era un atuendo muy poco discreto, aunque ya no contrastaba tanto contra las paredes blancas como por la mañana. Mantenía un escudo fuerte activado en torno a los dos. La primera calle lateral por la que torcieron también estaba vacía, pero se vislumbraban figuras a lo lejos, en la siguiente vía principal.

—Bueno, tarde o temprano nos verán —dijo Sonea antes de salir de la calle secundaria. Por toda respuesta, Regin soltó una risita.

Las personas, si se fijaron en ellos, no mostraron el menor interés por su presencia. Ninguno de ellos se movió de donde estaba. Al doblar la esquina siguiente, Sonea avistó a dos Traidores más adelante, un hombre y una mujer que se alejaban cogidos del brazo. A juzgar por el modo en que caminaban, apoyados el uno en el otro, o estaban agotados o ya se habían tomado unas copas para celebrar la victoria. Sonea se encogió de hombros y echó a andar tras ellos, con Regin a su lado.

Apenas habían avanzado unos veinte pasos cuando otras personas salieron de un portal después de que los Traidores pasaran por delante. Regin se detuvo, y Sonea oyó que se le cortaba la respiración en el mismo instante en que ella se quedaba paralizada al reconocer el corte de las chaquetas de los hombres y ver relumbrar los cuchillos que empuñaban.

Eran ashakis.

—¡Cuidado! —gritó.

La pareja miró hacia atrás, descubrieron a los dos hombres y giraron en redondo para hacerles frente. Uno de los ashakis volvió la mirada hacia Sonea y Regin, hizo un gesto desdeñoso y posó la vista de nuevo en los Traidores. El otro lanzó un azote a la mujer, que se encogió y propinó un empujón a su compañero para colocarlo detrás de sí. Ambos empezaron a retroceder.

—Están débiles —dijo Regin. Sonea sabía que no se refería a los ashakis, que no se habían inmutado al ver a dos magos kyralianos.

«Deben de tener aún energía suficiente para creer que pueden ignorarnos. Tal vez den por sentado que no somos magos negros, puesto que somos kyralianos».

—¿Vas a hacer algo? —preguntó Regin—. Porque yo no pienso quedarme de brazos cruzados contemplando cómo matan a esos dos. Sobre todo teniendo en cuenta que los Traidores han vencido.

—Ojalá pudiéramos. —Lo miró—. Pero eso constituiría una injerencia.

—Estoy seguro de que los Traidores te perdonarían si salvaras a dos de ellos.

—Mis actos se interpretarán como actos del Gremio y las Tierras Aliadas.

—Me alegro. No querría pertenecer a un Gremio que no prestara su ayuda en una situación como esta. Además, no hace falta que mates a los ashakis. Basta con que los ahuyentes.

Los dos ashakis se habían separado y caminaban en círculo en torno a los dos Traidores. La mujer dirigió la vista hacia Sonea y Regin, con los ojos desorbitados de miedo.

«Regin tiene razón. Ya solucionarán los Traidores y el Gremio el problema que esto pueda causar». Invocó energía y la proyectó contra los ashakis. Cuando los azotes impactaron, los hombres se tambalearon, pero recuperaron el equilibrio y se encararon con ella. Los Traidores, aprovechando la oportunidad, corrieron hasta la esquina de la siguiente vía principal.

Los ashakis intercambiaron una mirada, y uno de ellos comenzó a acercarse a Sonea y Regin. Tras vacilar por unos instantes, el otro lo siguió.

—No parecen asustados —observó Sonea.

Regin rió por lo bajo.

—No te conocen.

Unas descargas salieron despedidas hacia Sonea, que fortaleció su escudo. No eran especialmente intensas; seguramente solo tenían el propósito de medir su resistencia. Contraatacó con una serie de azotes de fuego para intimidarlos. Se detuvieron y ella oyó que conversaban en voz demasiado baja para entender lo que decían.

Los dos Traidores reaparecieron en la esquina, seguidos de otros cuatro. Los ashakis trastabillaron hacia delante ante el ataque que les llegaba por detrás. Al darse la vuelta, advirtieron que aquellos a quienes habían elegido como víctimas extendían los brazos hacia ellos, sujetando algo en las manos. Luego volvieron la mirada hacia Sonea y Regin.

«Acorralados —pensó Sonea—. Pero ahora les toca luchar a los Traidores». Observó cómo los Traidores debilitaban a los ashakis hasta que sus escudos fallaban, y se estremeció cuando estos cayeron bajo un ataque final. Regin emitió una exclamación de sorpresa, pero cuando ella lo miró, él se encogió de hombros.

—No hacen prisioneros, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza, recordando el suicidio del rey sachakano. Los Traidores pasaron junto a los ashakis muertos y se dirigieron hacia Sonea y Regin, encabezados por uno de los recién llegados.

—¿Eres la Maga Negra Sonea? —preguntó la mujer.

—Sí. Él es lord Regin.

—Soy la portavoz Lanna. Deberíais haberos quedado donde os indicamos. —Hizo un gesto imperioso—. Acompañadme.

Cuando la mujer dio media vuelta, Sonea se volvió hacia Regin y vio que una expresión entre irritada y divertida le cruzaba el rostro. Siguió a la portavoz Lanna, conteniendo una sonrisa, mientras los otros Traidores se situaban a los lados, flanqueándolos como si fueran a escoltarlos hacia el centro de la ciudad.

Al oír unos pasos que se acercaban por el pasillo, Tayend levantó la vista hacia Dannyl. Estaban sentados a ambos lados de la silla de Achati en la sala maestra, en silencio, desde que, hacía cerca de una hora, habían descendido del tejado.

—La responsabilidad y el deber nos llaman de nuevo —suspiró Tayend—. ¿Estás listo para encontrarte cara a cara con las personas que lo han matado? Si no, podemos ir a buscar la nave de Achati y regresar a Imardin por la ruta larga.

Dannyl meneó la cabeza.

—No. Eso arruinaría la carrera de los dos. Los Traidores… Aunque me hubiera gustado que le perdonaran la vida, no lo conocían. No sabían que valía la pena perdonarlo. ¿Cómo iban a saberlo? Era un consejero del rey, que representaba todo aquello que ellos detestan. Y… —Exhaló—. A pesar de todo, quiero quedarme aquí, en Arvice. No para siempre, pero…

Merria entró desde el pasillo.

Tenía un aspecto distinto, y Dannyl tardó un momento en descubrir en qué radicaba la diferencia. «Parece mayor. No avejentada, sino madura. Su expresión es casi de severidad. Me recuerda a lady Vinara. Hum. Salta a la vista que el peso de la responsabilidad la favorece».

Pero había llegado el momento de que él se hiciera cargo de todo otra vez.

—Lady Merria —dijo, poniéndose en pie y tendiéndole la mano—. Gracias por tu ayuda.

Tras titubear por un instante, ella rebuscó en su túnica y sacó el anillo. Se lo entregó fijando en él una mirada calculadora. ¿Estaba intentando determinar si se encontraba en condiciones de retomar sus funciones de embajador? Dannyl estuvo a punto de sonreír al pensarlo.

—El rey Amakira ha muerto, al igual que los demás ashakis —le informó ella—. Se ha suicidado, y los otros han atacado a la reina Savara, con lo que han forzado a los Traidores a matarlos. Sonea y Regin vienen en camino para verte. Osen dice que debemos unirnos a ellos y solicitar audiencia a la reina.

—¿Qué están haciendo los Traidores?

—Registrando las casas de los alrededores. Ya han encontrado y eliminado a un ashaki que había permanecido escondido durante la batalla.

Tayend inspiró con brusquedad.

—Los esclavos de Achati.

Dannyl sintió que el corazón le daba un vuelco.

—Los matarán.

—¿Tú crees? —preguntó Merria—. Tal vez no.

—No podemos correr ese riesgo. Debemos ponerlos sobre aviso. —Tayend dio unos pasos hacia el pasillo.

—Si pueden huir, ya lo habrán hecho —opinó Merria con el ceño fruncido.

Tayend se detuvo y volvió la vista hacia Dannyl.

—Pero si no pueden…

—Entonces nos los llevaremos con nosotros —declaró Dannyl—. Si deciden acompañarnos. Ahora son hombres libres.

—¿Los tomarías a tu servicio, ahora que prácticamente no tienen alternativa? —preguntó Merria, aún con el entrecejo arrugado—. No parece un destino muy distinto de la esclavitud.

Dannyl sacudió la cabeza.

—Es mejor que la muerte. Pero creo que… simplemente nos ofreceremos a llevárnoslos. Lo demás depende de ellos.

—Primero tenemos que encontrarlos —les recordó Tayend—. Si siguen aquí, estarán escondidos. Y tal vez no dispongamos de mucho tiempo.

—Entonces separémonos —decidió Dannyl—. Tú ve con Merria, para que te proteja. Si no os ven quizá os tomen por Traidores y os ataquen. Yo iré arriba, vosotros buscad en esta planta.

Dannyl recorrió el pasillo que conducía a la escalera. Mientras exploraba la casa de Achati, descubrió partes de ella que nunca había visto. Todo estaba decorado con los mismos colores apagados y terrosos que le gustaban a Achati más que el blanco radiante típico de Sachaka. A Dannyl lo asaltó la sensación de estar rodeado por la presencia de Achati, y sintió una gran congoja.

En la parte posterior de la casa, abrió una puerta, echó una ojeada en torno a sí y soltó un grito ahogado de asombro.

«¿Por qué nunca me habló de esto?».

Dannyl había visto la biblioteca de Achati. Era un cuarto modesto que formaba parte de sus aposentos privados, con vitrinas bellamente trabajadas que contenían libros y pergaminos. La habitación en la que Dannyl se encontraba ahora era varias veces más grande, y sus paredes estaban recubiertas de estanterías. En el centro había una mesa grande sobre la que no había nada salvo un papel doblado y lacrado.

Al otro lado de la mesa estaban dos hombres de pie. Los esclavos de Achati.

En vez del manto característico de los esclavos, llevaban unos pantalones sencillos y un jubón. Bajaron los ojos cuando Dannyl los miró.

—El amo ha dejado esto para usted —dijo uno de ellos, señalando la carta.

Dannyl abrió la boca para hablar, pero cambió de idea. «Primero, veamos qué dice el mensaje». Se acercó a la mesa y lo cogió. Se le encogió el estómago al ver su nombre escrito en la parte delantera con la elegante caligrafía de Achati.

Respiró hondo, rompió el sello, abrió la carta y la leyó.

Embajador Dannyl del Gremio de Magos de Kyralia:

El inconveniente de coleccionar lo mejor es que para compararlo con algo tiene que existir también lo mediocre y lo peor. Me he esforzado por erradicar la imperfección de todos los aspectos de mi vida, pero he descubierto que no siempre puedo conseguirlo cuando se trata de mi familia, mi rey o mi biblioteca.

Si lo permiten, te dono mi biblioteca. Seguramente se llevarán o destruirán el resto de mis pertenencias, y solo espero que mis esclavos puedan quedarse con algunas de ellas.

ASHAKI ACHATI,

Ex consejero del rey Amakira de Sachaka

Dannyl cerró los ojos, tragó en seco, se aclaró la garganta y levantó la mirada hacia los esclavos.

—Bien, Lak y Vata. Es posible que no tenga mucho tiempo para explicarme, así que iré al grano. Vuestro amo ha… —Se le hizo un nudo en la garganta.

—Lo sabemos —dijeron al unísono.

—Los Traidores están registrando las casas próximas al paseo, y temo que interpreten el hecho de que continuéis aquí como una señal de lealtad hacia vuestro amo. Por lo tanto, el embajador Tayend y yo os ofrecemos la posibilidad de venir con nosotros.

—¿Tendremos que marcharnos? —inquirió Vata con los ojos muy abiertos.

—Seguramente —contestó Dannyl. Sacudió la cabeza—. Sinceramente, ignoro qué harán los Traidores. No sé si es mejor que os convirtáis en nuestros acompañantes o sirvientes…, o si esto os parecería aceptable siquiera. Pero os prometo que haremos cuanto esté en nuestra mano por protegeros.

Los dos hombres se miraron, y Lak asintió.

—El amo nos indicó que hiciéramos lo que usted nos pidiera.

—Pues os pido que vengáis conmigo —dijo Dannyl, haciéndoles una seña para que lo siguieran y encaminándose hacia la puerta de la biblioteca—. Pero no en calidad de esclavos —añadió—. Comportaos como los hombres libres que sois ahora. No como los hombres libres que eran los ashakis, claro está. Dudo que los Traidores vieran eso con buenos ojos.

—No estoy seguro de cómo ser un hombre libre —confesó Vata en voz baja.

—Ya aprenderás —le aseguró Dannyl. Se guardó la carta de Achati en el bolsillo, y los ex esclavos salieron tras él de la biblioteca, hacia una libertad desconocida e inquietante.