Capítulo 26

Dannyl contempló el techo, parpadeó y se incorporó apoyándose sobre los codos. «¿Qué…? Algo me ha despertado. —Arrugó el entrecejo—. ¿Ha pronunciado alguien mi nombre? ¿O estaba soñando?». Tras crear un globo de luz, se asomó por la puerta de su dormitorio a la sala principal.

«¿Ha sido Tayend? ¿O tal vez Merria? ¿Ha entrado alguien por la fuerza en la Casa del Gremio, tal como nos advirtieron Achati y Kai?».

Dannyl.

Se sobresaltó al oír la llamada mental. «¡Osen!». Suspiró aliviado al comprender que lo que lo había arrancado del sueño estaba en su mente, no en la Casa del Gremio. Osen lo había llamado abiertamente, de manera que cualquier otro mago podía oírlo. Jamás lo habría hecho si no tuviera algo importante que decirle o preguntarle. Dannyl se levantó, rebuscó en los bolsillos de la túnica que llevaba el día anterior, encontró el anillo de Osen y se lo puso.

Osen. Perdona, estaba dormido.

Entonces te pido disculpas por despertarte. No te has comunicado conmigo a la hora convenida.

Dannyl se quedó sin habla. No sabía qué hora era. Como no había esclavos que lo despertaran, ni ventanas en las habitaciones, podía ser tanto medianoche como mediodía.

¿Qué hora es?

Una hora antes de que empiecen las clases aquí.

El sol salía un poco más temprano en Sachaka, lo que significaba que era media mañana. ¿Había finalizado la batalla, o no había comenzado siquiera? A Dannyl lo asombraba el mero hecho de haber podido conciliar el sueño. Por otra parte, Tayend, Merria y él se habían quedado despiertos hasta muy tarde y habían bebido más de la cuenta de las reservas de vino de la Casa del Gremio para mitigar su ansiedad por estar atrapados en una ciudad en guerra, bajo la amenaza de que los mataran por venganza o para robarles su energía mágica.

Anoche hablé con Sonea, prosiguió Osen. Regin y ella se alojan en una casa de las afueras de la ciudad. Los Traidores les han ordenado que no se muevan de allí hasta que los llamen, lo que seguramente ocurrirá después de la batalla.

Saber que Sonea estaba cerca le resultaba reconfortante a Dannyl, aunque no estaba seguro de por qué. Tal vez ella podría acudir en su ayuda si alguien intentaba asaltar la Casa.

Por desgracia, continuó Osen, eso quiere decir que no se enterará de cómo le van las cosas a Lorkin, o de quién sale vencedor. He estado meditando sobre la advertencia de Achati y tu ex esclavo sobre la posibilidad de que la Casa del Gremio sea objeto de un ataque. ¿Hay algún otro sitio al que podáis ir?

¿Un sitio desde el que podamos ser testigos de la batalla?

Y en el que os podáis instalar Merria, Tayend y tú sin comprometer vuestra seguridad.

Dannyl reflexionó. El buque que los esperaba por orden de Achati sería un refugio seguro, pero una de las razones era que el muelle se encontraba lejos de donde seguramente se librarían los combates, así que no era un lugar estratégico desde donde presenciarlos. ¿Dónde era más probable que tuviese lugar la batalla? «En el palacio, tarde o temprano. Y la mansión de Achati tiene vistas al paseo que conduce al palacio. Tal vez si subiéramos a la azotea…».

¿Podéis subir sin correr riesgos?, inquirió Osen.

Un escalofrío recorrió a Dannyl ante este recordatorio de que el administrador podía oír sus pensamientos, gracias al anillo de sangre.

Perdona. Me cuesta contener la impaciencia. Merin quiere noticias, y yo confiaba en que Sonea o tú os pondríais en contacto conmigo antes, envió Osen.

Dannyl esbozó una sonrisa comprensiva. Que el rey de Kyralia estuviera presionando directamente al administrador significaba que estaba tan inquieto respecto a la situación en Sachaka que no se conformaba con los informes del Gran Lord Balkan.

Me imagino que lo más peligroso será llegar hasta la casa de Achati, pero veremos si es posible, contestó Dannyl.

No asumas riesgos innecesarios. Ah, y Sonea llevará uno de mis anillos de sangre. Esperamos que pueda ver también lo mismo que tú.

¿Y venir a rescatarme si algo sale mal?

Eso levantaría un revuelo político menor que si tuviera que rescatar a Lorkin. Hum. Podría ser una manera de conseguir que los Traidores la dejen entrar en la ciudad. Les resultaría más difícil justificar su decisión de impedírselo si su intención fuera acudir en socorro del embajador del Gremio y no de su hijo.

El corazón de Dannyl dio un brinco.

¿Pretendes que me meta en líos a fin de darle una excusa para entrar en la ciudad?

No. Pero tal vez podríamos fingir que lo estás… No. No, a menos que sea imprescindible. Trasladaos primero a la casa de Achati, y luego estudiaremos otras ideas.

De acuerdo.

Buena suerte, Dannyl.

Gracias, Osen.

Tras quitarse el anillo, Dannyl se vistió a toda prisa con una túnica limpia. Se detuvo por un momento para echar un último vistazo a la habitación. ¿Debía llevarse alguna cosa más consigo? «¿Mis notas? No. Estarán a mejor recaudo aquí que si las llevo encima. Si me matan, tal vez saqueen este lugar, pero a ningún saqueador le interesarán mis cuadernos. Es posible que más tarde alguien registre más a fondo nuestras pertenencias. Espero que sea un mago del Gremio que sepa apreciar su valor. O tal vez Achati… si sobrevive».

Dannyl desterró este pensamiento de su mente, giró sobre los talones y salió de sus aposentos con paso decidido en busca de Merria y Tayend.

Lorkin estaba sentado con las piernas cruzadas y la espalda contra la pared. La sala maestra de la finca en la que se habían reunido los Traidores estaba abarrotada, pero la gente procuraba mantener despejado un pasillo entre un corredor y otro para que los mensajeros pudieran caminar de un lado a otro sin tropezar.

Era el tercer sitio al que el equipo de Savara se había trasladado durante la noche. El segundo había sido otra mansión abandonada; luego, poco antes del amanecer, habían recorrido sigilosamente las silenciosas calles de la ciudad hasta una casa más fácil de defender que habían elegido como lugar de reunión antes del enfrentamiento final con los ashakis. Lorkin no había pegado ojo y dudaba que nadie más lo hubiera hecho. «Aunque habría dormido como un tronco si hubiera tenido la oportunidad o si hubiera encontrado un hueco en el que tumbarme». Una Traidora entró en la habitación y dirigió la vista hacia él. Se volvió para ver de quién se trataba y se le aceleró al pulso cuando advirtió que era Tyvara. Ésta sonrió y se abrió paso hacia él. No había espacio para que se sentara a su lado, así que Lorkin se puso de pie. Ella le entregó un chaleco.

—Es para ti —dijo en voz muy alta para que él alcanzara a oírla por encima del ruido que reinaba en la sala.

A Lorkin se le revolvió ligeramente el estómago al notar el peso del chaleco sobre las manos. Todos los Traidores llevaban uno parecido. Estaban cubiertos de bolsillos pequeños, dentro de los que había gemas engastadas en madera, piedra o metales preciosos. Él había supuesto que lucharía sin gemas, pues no estaba entrenado para usarlas en batalla.

—Es más fácil de utilizar si lo llevas puesto —señaló Tyvara.

—Dame un momento —contestó. Cuando se puso el chaleco, descubrió que le apretaba un poco a la altura de los hombros.

—Ya me parecía que te vendría un poco pequeño —dijo Tyvara, intentando sin éxito abrochar las hebillas y correas de delante—, pero era el único que nos sobraba.

—Bueno, lo importante es lo que contiene —opinó él.

—Las piedras están dispuestas de tal manera que puedas encontrarlas sin apartar la mirada del enemigo, así que si llevas los delanteros sueltos, tal vez te equivoques al coger una. De todas formas, supongo que no estás familiarizado con sus posiciones. —Suspiró y levantó los ojos hacia él con expresión grave—. Basta con que memorices esto: el lado izquierdo es para las piedras defensivas, el derecho para las ofensivas. Las más potentes están hacia el centro, las más débiles hacia los costados. Si te quitas el chaleco, procura no darle la vuelta con los bolsillos desabrochados, porque si se caen al suelo no sabrás cuáles son las potentes y cuáles las débiles.

Lorkin repitió lo que ella había dicho. Hasta ahora no había visto a los Traidores utilizar gemas en la lucha. Suponía que las guardaban para la batalla principal, o que eran más útiles en combates de mayor magnitud. Las únicas que había visto utilizar eran defensivas, como las piedras de barrera que Halana estaba colocando cuando le habían tendido la emboscada. Generaban escudos simples, pero otras usaban un escudo a modo de alarma; si bien no eran lo bastante fuertes para impedir que una persona pasara al otro lado, emitían un sonido cuando esto ocurría. Lorkin también había visto una piedra que alguien había activado sin querer y que creaba un escudo blanco y opaco que se podía atravesar, y Savara tenía una gema que bloqueaba el sonido.

—En los bolsillos más grandes hay piedras básicas de escudo y de azote —le dijo Tyvara, dando palmaditas en una hilera de bolsillos cercana a la cintura—. Las piedras de escudo son todas lo bastante poderosas para rechazar algunos azotes, pero el número y la intensidad de los que pueden resistir depende de los límites de cada una. Tienes que estar siempre preparado con un escudo de tu propia magia para cuando se agoten. —Abrió la solapa de un bolsillo y sacó una de las gemas. La montura semejaba una cuchara corta en la que la piedra ocupaba la parte cóncava—. Se sujeta así. —Cogió el mango entre dos dedos y volvió la parte cóncava hacia fuera—. Para activar la gema, pulsa la parte posterior. Orienta la piedra hacia delante, o proyectarás el escudo o el azote contra ti mismo.

—Eso sería embarazoso —comentó él.

Un brillo de humor asomó a los ojos de Tyvara.

—Y potencialmente mortal. Lo que sería embarazoso para mí. Quedaría marcada para siempre por haber elegido a un hombre tan idiota.

Él rió entre dientes.

—¿Y las otras piedras?

—Esto es más complicado de recordar. Las gemas de escudo tienen monturas de piedra, y las de azote, de madera. Las de las demás son de bronce, cobre, oro y plata, y tienen texturas diferentes en el mango para que puedas reconocerlas por el tacto. —Las sacó de una en una y le explicó para qué servían. Una era para bloquear el sonido; otra emitía un ruido muy estridente. Algunas despedían luz, para alumbrar o hacer señales. Una lanzaba un azote de fuego corto y constante para cortar o quemar, otra generaba un azote de fuerza que disparaba cualquier objeto que se colocara en el cuenco. Un par de ellas estaban diseñadas para explotar al cabo de un intervalo que, según le advirtió Tyvara, podía oscilar entre los diez segundos y los varios cientos.

Después extrajo un puñado de anillos de sus bolsillos.

—La mayor parte de las piedras del chaleco son de un solo uso. Estas son de usos múltiples, así que no debes tirarlas cuando se hayan agotado. Las más pequeñas son para comunicarse —agregó, poniéndole en los meñiques sendos anillos con gemas iridiscentes—. No se activan hasta que las oprimes para hundirlas en su montura, contra tu piel. La de tu mano izquierda conecta con el anillo que llevo yo, y la otra iba a conectar con Halana, pero Savara lleva ahora sus anillos. No utilices el suyo salvo en caso de urgencia. Podrías distraerla en un momento inoportuno.

»Las de color rojo oscuro son piedras de azote. Las de color azul claro son de escudo. —Ajustó los anillos a los dedos índice y medio, y luego le mostró las dos últimas—. Estas son nuevas para nosotros, y no tenemos muchas. La transparente… Tú le inspiraste la idea a Halana, de hecho. Nunca nos habíamos molestado en elaborar piedras cuyo único propósito fuera almacenar energía que pudiera recuperarse más tarde como magia pura, en vez de ser canalizada con un objetivo concreto.

—¡Una piedra de almacenaje!

—Sí. Contamos con unas veinte. Solo contienen la energía de tres magos medios. Halana no quiso arriesgarse a acumular más, y casi toda la energía de Refugio estaba siendo absorbida y almacenada por magos Traidores, de manera que fuera accesible al instante, sin necesidad de ponerse anillos. En tiempos de paz, sin embargo, podrían ser más útiles si aumentáramos su fuerza.

Él contempló el anillo y se lo puso en el dedo libre que le quedaba en la mano derecha.

—¿Y la otra?

—¿La violácea? —Ella sonrió de oreja a oreja—. Es una piedra sanadora.

—¿La fabricó Kalia?

—No. Una pedrera le leyó la mente, experimentó en un voluntario lo que esta había aprendido y luego elaboró algunas piedras. Dice que estas gemas potencian la fuerza sanadora que genera el propio cuerpo.

Lorkin cogió el anillo y lo examinó.

—Ingenioso. De este modo, si funciona, da igual qué tipo de herida sea la que necesite sanar; basta con que el portador sepa utilizar la fuerza mágica para sujetar los huesos en la posición correcta para que no suelden torcidos, para mantener unidos los bordes de una herida o para extraer veneno, pus o la sangre acumulada en algún órgano. Por otro lado, no funcionaría si uno quisiera utilizar la magia sanadora para cosas que van más allá de lo que necesita el organismo, como para aliviar el dolor o el cansancio. ¿Cuántas elaboró la pedrera?

—Cinco. Un momento… ¿Aliviar el dolor? —Tyvara frunció el ceño—. ¿Puedes dejar de sentirte cansado, si quieres?

—Pues… sí. No lo mencioné cuando estaba en Refugio porque temía que… bueno, que la gente me tuviera más tirria.

—¿Se necesita mucha magia?

—No.

—¿Podrías mitigar mi fatiga, o la de Savara?

—Sí.

Tyvara agitó una mano cuando él intentó devolverle el anillo. Lorkin miró las manos de la joven. No se había puesto aún ninguno de sus anillos.

—¿Tienes uno?

—No.

—Pues quédatelo. No tiene sentido que lo lleve yo. Puedo hacer todas esas cosas por mí mismo.

—Savara ya me advirtió que dirías eso, pero insistí en ofrecerte uno de todos modos.

—Te agradezco la oferta, pero sería un favor más grande para mí si lo llevaras tú.

—¿Por qué habría de necesitarlo, si te tengo a ti? —Aceptó el anillo con una sonrisa—. Por cierto, quiere verte. —Le tomó la mano entre las suyas y lo guió a través de la sala hacia un pasillo.

Savara estaba en los aposentos principales, rodeada de personas que conversaban en grupos o que iban y venían. Al mirar alrededor, Lorkin vio a todas las portavoces, menos Halana, naturalmente. Cuando reparó en él, Savara interrumpió con un gesto a su interlocutora y se dirigió a su encuentro.

—Lorkin —dijo, bajando la vista hacia su chaleco para posarla después en sus ojos—. ¿Listo para la lucha?

Él se dio unas palmaditas en el pecho.

—Sí, gracias a ti y a quien ha preparado esto para mí, sea quien sea.

Tyvara le mostró el anillo violáceo. La reina sonrió y asintió.

—Dáselo a la portavoz Lanna.

Una vez que Tyvara se alejó, Savara dio un paso hacia él, y de pronto todos los sonidos del entorno se apagaron a causa de la barrera que los rodeaba. El semblante de la reina se tornó severo.

—¿Se ha delatado ya?

Suponiendo que se refería a Kalia, Lorkin frunció el entrecejo.

—No. Lo único que percibo en ella es sentimiento de culpa. La he sorprendido recriminándose su estupidez varias veces.

—¿No hay ni un indicio de que esté tramando algo?

Él negó con la cabeza.

—Pero yo de ti no bajaría la guardia.

Ella apretó los labios en una sonrisa sombría.

—No. Permanecerá a una distancia prudente de mí, estrechamente vigilada. —Suspiró—. Sospecho que lo que hizo, fuera lo que fuese, le salió mal y acabó con la vida de Halana, y que no quiere arriesgarse a cometer el mismo error.

—Así lo espero, aunque eso nos imposibilitaría la tarea de demostrar lo que hizo. A menos que me pidas que revele mis poderes.

—No mientras yo sea su único objetivo. —Bajó la mirada y soltó una carcajada amarga—. Sin embargo, tal vez acabes dedicando buena parte de tu vida a vigilarla hasta que muera. Si ganamos esta batalla.

Él se encogió de hombros.

—Lo haría de todas maneras —admitió—. Si no por tu seguridad, por la de Tyvara y la mía. Además…

La reina alzó una mano para hacerlo callar. El sonido del ambiente se reanudó bruscamente cuando Tyvara regresó junto a ellos.

—Lorkin estaba contándome que es capaz de sanar el cansancio —le dijo a Savara—. Acudir a la batalla con la mente fresca y despejada te daría cierta ventaja.

La soberana arqueó las cejas.

—Es cierto.

—¿Sería aconsejable? —terció otra voz. Al volverse, Lorkin vio que la portavoz Lanna se acercaba—. Unas horas antes de la batalla final, ¿podéis permitiros depositar tanta confianza en alguien que no nació Traidor?

Cuando Tyvara fulminó con la mirada a la mujer, Lorkin le posó la mano en el brazo.

—Es una pregunta razonable.

Savara asintió.

—Lo es. Y del todo innecesaria. Desde que Halana aprendió de Kalia todo cuanto pudo sobre sanación, ella y yo hemos estado experimentando… Estuvo experimentando, en su caso. —Una expresión de aflicción cruzó su rostro—. Hace unos días descubrió cómo sanar el cansancio. —Se irguió y se dirigió a Lorkin—. Pero, de no haber sido así, aceptaría tu oferta. El beneficio para nuestra causa valdría la pena, y hay personas competentes preparadas para ocupar mi lugar, en caso de que confiar en ti resultara ser una mala decisión. —Desplazó la mirada a algo situado detrás de él—. Aquí llega otro mensajero.

Lorkin se giró hacia un hombre de aspecto cansado que aguardaba nervioso tras su espalda y se llevó una fuerte impresión al reconocerlo.

—¡Evar! —exclamó.

El hombre sonrió.

—Lorkin. Esperaba toparme contigo una última vez. —Se volvió hacia la reina y se llevó la mano al corazón—. Los ashakis están concentrándose en el paseo, majestad, y se preparan para avanzar.

Los ojos de Savara se desorbitaron ligeramente, y ella enderezó la espalda.

—Ha llegado la hora. —Paseó la vista por la habitación—. Reunid a todos frente a las puertas de la verja. Pronunciaré unas palabras, y luego… nos enfrentaremos al fin con nuestro enemigo, cara a cara.

Lilia, siguiendo a su sexto guía de la mañana, salió a una callejuela atestada de cosas, detrás de varias tiendas pequeñas, y luego a una más limpia que discurría entre dos edificios grandes. El sitio estaba en penumbra, y ella intentó no inmutarse al pasar frente a unos hombres que la observaban reclinados contra las paredes. Llevaba la ropa raída de una criada y seguramente parecía tan fatigada, nerviosa y vulnerable como se sentía.

Había emprendido la marcha antes del amanecer. Los guías la habían conducido por toda la ciudad, a través de los distritos principales. Al principio se había cruzado con poca gente, luego solo con criados y empleados de comercios cuyo trabajo los obligaba a madrugar. Poco a poco, las calles se habían llenado conforme aparecían más transeúntes.

Aunque solo habían transcurrido unas horas, Lilia tenía la sensación de que eran muchas más. Estaba ansiosa por llegar a su destino. Quería despachar el intercambio con Skellin lo antes posible. Por otro lado, temía el encuentro con él.

Se había pasado casi toda la noche en vela, imaginando todas las maneras en que las cosas podían torcerse. En las pocas ocasiones en que se había dormido, había despertado sobresaltada por sueños en los que Anyi le pedía ayuda a gritos, pero no alcanzaba a oír sus respuestas. Al recordar estas pesadillas, un escalofrío le bajó por la espalda, de modo que pensó en la discusión que habían mantenido Rothen, Gol y Jonna la noche anterior.

«Una vez, Sonea mató a un ichani con energía sanadora —le había dicho Rothen—. Él la aprisionó en el interior de su escudo, creyendo que estaba demasiado débil para ser peligrosa y sin saber que la magia sanadora puede traspasar la barrera natural del cuerpo. Ella hizo que su corazón dejara de latir. Sería conveniente que no mataras a Skellin, aunque eso implique dejarlo escapar, pues así tendríamos la posibilidad de atraparlo y descubrir quiénes son sus aliados e informadores».

Para matar con magia sanadora, Lilia tendría que tocar la piel de Skellin durante un rato suficiente para proyectar la mente a su interior. Si él detectaba lo que ella estaba haciendo, le bastaría con un pequeño esfuerzo para expulsarla de sí. El ichani no había tenido conocimientos de magia sanadora, pero Skellin sí. De todos modos recelaría de Lilia si intentara tocarlo, por temor a que pretendiera utilizar la magia negra.

«No, mi plan es mejor, pero no mucho, y, a diferencia del uso de la sanación para matar, no tengo idea de si dará resultado».

Su propio escudo le habría valido las burlas de cualquier aprendiz de primer año, pero no por su poca resistencia. Lilia había tardado un rato en encontrar la manera de dejar de ocultar su utilización de la magia para que Rothen pudiera percibirla. El mago estaba en algún lugar del centro de la ciudad. Sabía que los hombres de Skellin descubrirían que podía rastrear a Lilia si lo sorprendían siguiéndola, así que aguardaba con Gol a que ella les comunicara que estaba a punto de reunirse con el renegado. En cuanto esto ocurriera, él se acercaría lo máximo posible sin atraer la atención, de modo que, si algo salía mal, pudiera, con un poco de suerte, llegar a tiempo a donde estaba Lilia.

Ella notaba la mente de Gol en los límites de la suya propia. La distraía menos de lo que se había temido. Rothen y él se hallaban en una habitación silenciosa en una casa que pertenecía a un amigo del mago. Era un sitio bastante agradable, a juzgar por las impresiones que Lilia recibía de Gol. Como la mente del hombretón estaba abierta a la suya en todo momento, le costaba recordar que él no podía examinar la de ella, y que tenía que hablarle conscientemente para comunicarse.

Tras salir de la callejuela, se detuvo por unos instantes cuando una ráfaga de aire fragante la golpeó. Miró en torno a sí, y se le contrajo el estómago de ansiedad. El muelle se extendía ante ella, a izquierda y derecha.

Al percatarse de que se había parado, el guía le hizo un gesto de impaciencia. Lilia respiró hondo y lo siguió hacia un embarcadero largo. Avanzaron sorteando estibadores y pilas de mercancía. Los buques cabeceaban con suavidad a ambos lados. Cuando el guía enfiló el embarcadero, ella formuló una pregunta en su mente.

¡Gol! ¿Y si me indica que suba a un barco?

Gol respondió después de un momento de silencio.

Rothen dice que está pensando en ello.

Después de pasar junto a cuatro navíos, el guía se detuvo frente a una pasarela que ascendía a una embarcación y la señaló. Ella alzó la vista hacia el barco. La tripulación la miraba con expectación.

Parecen listos para zarpar. ¿Qué hago?

Sube a bordo. Tal vez solo tengas una oportunidad de salvar a Anyi, respondió Gol.

Una era mejor que ninguna. Inspiró profundamente, exhaló y comenzó a subir por la pasarela. Nadie le dijo una palabra. En cuanto llegó a la cubierta, la tripulación apartó la mirada de ella y se puso a trabajar.

«¿Cómo me seguirá Rothen? ¿Tiene el Gremio un barco? ¿Podrá utilizarlo él sin explicar a los magos superiores lo que estoy haciendo?».

Avanzó por la cubierta escrutando los rostros. Skellin no figuraba entre ellos. Ni Lorandra. Tampoco Anyi. Los marineros debían de tener instrucciones de llevarla ante Skellin…, pero ¿cuán lejos se encontraba? Ella dudaba que estuviera en otro país. Tardarían días en llegar allí.

Se imaginó lo que habría sentido si hubiera sido una sirvienta joven rodeada de aquellos hombres de aspecto rudo. Sin embargo, sus expresiones no eran lascivas, sino frías. Nadie le prestaba atención salvo para rodearla cuando obstruía el paso.

Cosa que sucedía con frecuencia. No había mucho espacio en la cubierta de un buque, y menos aún en la de aquella nave pequeña diseñada para transportar mercaderías y no personas. Tras estudiar los movimientos de la tripulación, Lilia encontró un lugar donde podía quedarse de pie sin estorbar. Desde allí contempló cómo el barco se apartaba del muelle y abandonaba el puerto rumbo a mar abierto.

El suelo empezó a mecerse bajo sus pies, por lo que tuvo que agarrarse. Los rodeaban muchas embarcaciones que entraban o salían de la desembocadura del río Tarali, pero conforme la nave se alejaba de tierra, se apartaba de todas menos una, que tenía las velas plegadas. El hombre que gritaba casi todas las órdenes —de lo que Lilia dedujo que era el capitán— apuntó hacia dicha embarcación.

Ella observó las figuras diminutas que se vislumbraban en la otra nave. Los detalles se hicieron más nítidos a medida que navegaban hacia ella. Entre las personas que iban a bordo había un grupo de tres que estaba de pie frente a la borda. Pronto ella distinguió que una era hombre y las otras dos, mujeres. Reconoció a Anyi primero. ¿Cómo no iba a hacerlo? «La reconocería por su sombra. Por su mera presencia. —Se le encogió el corazón—. No puedo meter la pata, o morirá. Tal vez debería renunciar a mi plan y hacer lo que me ordene Skellin. Pero ¿de verdad la dejará libre si lo hago? ¿O la retendrá y me obligará a quedarme para enseñarle todo lo que sé de magia?».

Se armó de valor y dirigió la vista hacia las otras dos personas. Los barcos estaban lo bastante cerca uno de otro para que ella viera que la otra mujer era Lorandra. Lo que significaba que el hombre era su hijo.

«Así que ese es Skellin. —Era alto como un laniano, pero moreno como un lonmariano—. Pero como ambos pueblos son conocidos por su sentido del honor y su estricto código moral, dudo que les gustara la comparación. Por otro lado, seguramente él no es el representante más digno de su propio pueblo. Me pregunto si… Hizo falta que apareciera un forastero dispuesto a quebrantar nuestras leyes y normas para que cobráramos conciencia de nuestros puntos débiles. ¿Qué habríamos descubierto sobre nosotros mismos si las primeras personas de Igra en visitarnos hubieran sido decentes y respetuosas de la ley?».

El barco redujo la velocidad y viró de forma que ambas naves quedaron flotando una al lado de otra. Lilia oía la actividad que se desarrollaba alrededor —supuso que estaban echando el ancla y recogiendo las velas—, pero era incapaz de despegar los ojos de las tres personas que iban en la otra embarcación. Se hallaban a solo unos veinte o treinta pasos de ella.

Rothen dice que hagas todo lo posible por conseguir que Anyi huya a un lugar seguro, envió Gol.

Lilia asintió y esperó que, si Skellin había reparado en su movimiento, lo hubiera interpretado como un gesto de reconocimiento. El mago renegado le hizo señas.

—Ven con nosotros, Lilia —gritó.

Ella bajó la vista hacia el hueco entre ambos barcos y se volvió hacia la tripulación que la miraba. No hicieron el menor ademán de guiarla hacia una chalupa. ¿Cómo se suponía que debía transbordar a la otra nave?

¿Puedes levitar?, preguntó Gol.

Sí, pero eso me obligaría a gastar parte de mi magia.

Seguramente esta era la intención de Skellin. Aun así, salvar una distancia tan corta por medio de la levitación no requeriría mucha magia, si lo hacía con rapidez.

Tras invocar energía, creó un pequeño disco de fuerza bajo sus pies, se elevó en el aire y comenzó a moverse hacia delante. Skellin, Lorandra y Anyi se apartaron de la borda para dejarle sitio. Lorandra aferraba a Anyi por el brazo. En cuanto se posó sobre cubierta, Lilia levantó la mirada y vio que la mujer sujetaba un cuchillo contra el cuello de Anyi. Se le contrajo el estómago y se le erizó el vello de la piel. Anyi, que estaba rígida para contrarrestar el balanceo del barco, fijó la vista en Lilia con los ojos llenos de pesar, rabia y miedo.

—Lady Lilia —dijo Skellin—, me alegra que hayas aceptado mi invitación.

Ella se obligó a sostenerle la mirada sin pestañear. «Puede que tú te creas el rey de los bajos fondos —pensó—, pero yo soy una maga negra defensora del Gremio». El orgullo que sintió fue sorprendente y tal vez un poco inapropiado, pero no le importó, siempre y cuando le infundiera el ánimo necesario para plantar cara a Skellin.

A diferencia de su madre, él no hablaba con un acento exótico. Se quedó callado, como si esperara una respuesta, y como ella guardó silencio, sonrió.

—Bien, llevas despierta unas cuantas horas, y madrugar no nos sienta bien a todos. Tal vez deberíamos ir al grano. Tengo una propuesta que hacerte. Un intercambio. Enséñame magia negra y yo dejaré a esta encantadora joven a tu cuidado. Tengo entendido que la conoces, ¿es así?

Cuando señaló a Anyi, el cuchillo que empuñaba Lorandra contra la garganta de la chica giró de forma que el sol se reflejó en la hoja y deslumbró a Lilia, pero esta no hizo caso.

—Suéltala ahora mismo.

Skellin sacudió la cabeza y se rió.

—¿Cómo sé que no la matarás —prosiguió Lilia— en cuanto te haya dado lo que quieres?

—¿Cómo sé que no me matarás en cuanto la suelte? Al fin y al cabo, tú eres la maga negra.

—Y tú eres el mago renegado asesino y ladrón.

Él enarcó las cejas.

—Vamos, vamos. ¿Cuándo me has visto matar a alguien?

Ella abrió la boca para contestar, pero la cerró de nuevo. Nunca lo había visto matar a nadie. Ni siquiera Cery lo había visto. El padre de Anyi había muerto por un fallo del corazón, aunque seguramente este había sido causado por la tensión de estar perseguido por Skellin. Lorandra era la Cazaladrones. Pero así actuaban los ladrones, ¿no? Nunca se manchaban las manos de sangre. Siempre encargaban a otros que lo hicieran en su lugar.

Lilia cruzó los brazos.

—Acabemos con esto de una vez.

Skellin desplegó una sonrisa.

—Caramba, sí que estamos impacientes. —Dio unos pasos hacia ella y se detuvo—. Pero primero tienes que quitarte la ropa.

Ella clavó los ojos en él.

—¿Qué? —La palabra brotó de sus labios con brusquedad.

La sonrisa de Skellin se desvaneció.

—He hecho algunas indagaciones, lady Lilia —dijo en voz baja—. Sé que la magia negra requiere que se corte la piel. Necesito cerciorarme de que no lleves objetos cortantes. Puedes estar segura de que yo no los llevo, pues prefiero no arriesgarme a que los utilices contra mí. Podría pedir a un miembro de la tripulación que te registre, pero tal vez lo matarías, y seguramente prefieres que no te manoseen. Solo quiero que te desvistas hasta un punto en que quede claro que no vas armada.

Lilia tragó en seco y se quitó el jubón y los pantalones raídos. Luego lanzó una mirada iracunda a Skellin, desafiándolo a insistir en que se despojara de la sencilla ropa interior que las mujeres del Gremio llevaban bajo la túnica. Se oyeron silbidos leves entre los tripulantes de los barcos, pero se acallaron cuando Skellin echó un vistazo alrededor con expresión severa.

—Aparta las prendas con el pie y date la vuelta —ordenó. Ella obedeció con un suspiro—. Ahora, para empezar, me enseñarás a leer la mente.

Lilia se quedó paralizada y luego maldijo en silencio. Si alegaba que solo habían convenido en que ella le enseñara magia negra, él se reiría. No estaba en posición de discutir.

—Necesitarás a alguien con quien practicar —le dijo.

—Tú misma servirás —fue la respuesta, con la que ella ya contaba.

Una admiración inesperada se apoderó de ella. «Oh, no es tonto. Ha pensado a fondo en esto. Mucho más que yo. No se me pasó por la cabeza que él pudiera plantearme esta exigencia. Si accedo, él lo descubrirá todo. Mi plan no saldrá bien».

—Nunca he intentado enseñarlo así. —No le costó parecer indecisa y sincera. En realidad, nunca había enseñado a leer la mente. A nadie.

—Entonces no puedes estar segura de que no dará resultado. —Skellin dio un paso hacia ella, y después otro. «Ha llegado el momento de tomar una decisión. O le doy todo lo que quiere, o intento matarlo con magia sanadora, o pongo en práctica mi plan». Se estremeció al extender el brazo, pero se obligó a quedarse quieta. Por encima del hombro de Skellin, avistó el miedo y la furia en la mirada de Anyi, y esperó que su propio semblante no delatara la inseguridad que sentía.

«Más vale que esto funcione…».