Conforme Lilia se aproximaba a los aposentos de Sonea, apretó el paso. Los días que habían transcurrido desde que Skellin había secuestrado a Anyi se le habían antojado insoportablemente largos. Le costaba comportarse como si aún le importaran las clases, y le costaba aún más concentrarse lo suficiente para aprender algo. Lo más difícil era estar con Kallen sin poder evitar pensar que, si él hubiera encontrado a Skellin y se hubiera encargado de él como era su deber, Cery estaría vivo y Anyi a salvo.
Cuando llegó frente a la puerta, llevó la mano a la manija con impaciencia. Ya sentía el picor de las lágrimas que estaban a punto de manar. Todos los días, cuando se veía libre de la presión de ocultar sus sentimientos, se acurrucaba en su cama a llorar.
«Es culpa mía. Si hubiera llegado antes, tal vez habría podido salvar a Cery y evitar que Skellin se llevara a Anyi».
Gol y Jonna argumentaban lo contrario. Gol le había explicado lo de la trampa de fuego de mina que había instalado con Cery. En cuanto los huesos de sus piernas habían soldado, y a pesar de la advertencia de Lilia de que no apoyara peso en ellas todavía, él se había puesto de pie y se había dirigido hacia las paredes a ambos lados para sacar los tubos de pólvora mientras mascullaba palabrotas.
«¿Por qué no funcionó?, repetía una y otra vez» —recordó ella—. «Luego me pidió que acercara mi globo de luz. Me enseñó las manchas de humedad en el papel. El agua que impregnaba las paredes se había colado en los agujeros y había estropeado las mechas. No todas, pero Cery y él solo habían encendido dos, que habían resultado estar mojadas».
Lilia sospechaba que el corazón de Cery había empezado a fallar desde hacía tiempo. Podría haber dejado de latir en cualquier momento. Si ella hubiera estado cerca cuando sucedió, él habría sobrevivido. Se lo dijo a Gol, con la esperanza de que esto lo hiciera sentirse menos culpable.
Jonna se lamentaba de no haber encontrado a Lilia lo bastante deprisa. Le contó que un mago la había abordado en el camino, preocupado por su aspecto ansioso. Cuando ella le había comunicado que buscaba a Lilia, él le había dado indicaciones para llegar a un aula que había resultado no ser la suya. Era un error comprensible, pues el horario de Lilia había cambiado mucho en los últimos meses. Seguramente el mago le había dado la respuesta que le parecía más probable con la intención de ayudar.
Hizo girar la manija, abrió la puerta y pasó al otro lado. Al ver que lord Rothen estaba allí, parpadeó para contener las lágrimas y tragó en seco.
—Lord Rothen —saludó con una reverencia. Gol estaba sentado en una de las sillas, y Jonna se encontraba de pie tras él. Ella y Lilia habían subido ocultamente al guardaespaldas de Cery disfrazado de sirviente a los aposentos de Sonea la noche siguiente al ataque de Skellin.
Jonna había convencido a Lilia de que se lo contara todo a Rothen. «Necesitas tener a un mago como aliado —recordó que había dicho la criada—. Rothen es una persona a la que se le pueden confiar secretos. Le ha guardado muchos a Sonea a lo largo de los años». Para alivio de Lilia, Rothen se había mostrado tan discreto y dispuesto a ayudar como Jonna había prometido. Había querido hablarle de ello a Kallen, hasta que Gol le había repetido la afirmación de Skellin de que tenía informadores en el Gremio.
Cuando Lilia cerró la puerta, Rothen apretó los labios en una sonrisa comprensiva.
—Lady Lilia. —Posó la vista en Jonna y luego en la mesa. Lilia siguió la dirección de su mirada y el corazón le dio un vuelco. Había un cuadrado de papel allí, con su nombre garabateado en él.
—¿Es…?
—¿De Skellin? —Rothen hizo una mueca—. Probablemente. No la hemos abierto. Suponíamos que querrías leerla primero. Siéntate antes de hacerlo.
Ella se dejó caer en una silla, mientras Rothen y Jonna ocupaban los otros asientos. Cogió el mensaje con manos temblorosas y le dio la vuelta. Advirtió que el sello era una simple corona que se cernía sobre un cuchillo. «Rey de los Ladrones». La indignación y la rabia ahuyentaron su miedo. Rompió el sello y desplegó el papel. Sus ojos se desplazaron por las palabras. Cuando comprendió su significado, tiró la carta sobre la mesa.
—Es una dirección —anunció a los demás—. Dice «mañana» y señala una hora. Especifica que no se lo comunique a nadie y que acuda sola.
—Todo muy previsible —farfulló Gol.
—¿Adónde te pide que vayas? —preguntó Jonna.
—A Ladonorte. —«El antiguo territorio de Cery. Nos lo está refregando por las narices». Miró a Rothen—. He de marcharme. Tengo que intentar salvar a Anyi.
Él asintió. Su conformidad la llenó de una ira malsana.
—¿No debería intentar disuadirme? —inquirió—. Sabe lo que Skellin quiere. Ya es bastante malo que un mago renegado controle los bajos fondos, pero un mago negro renegado sería mucho peor.
—Tal vez no sea eso lo que quiere. Quizá ya haya encontrado un libro sobre magia negra y haya aprendido por sí mismo, aunque eso es improbable. Si hay otros libros por ahí, estarán bien escondidos. —Rothen suspiró—. Aun así, los magos superiores hemos discutido qué medidas tomar si él aprende magia negra. —Sonrió con frialdad—. Esto no nos impedirá capturarlo ni ocuparnos de él, solo hará que la operación resulte más aparatosa.
—Pero morirán muchas más personas antes de que lo consigan. Y ni siquiera sabemos si Anyi sigue con vida. —Notó un nudo en la garganta y pugnó de nuevo por contener el llanto.
—Dudo mucho que la haya matado —la tranquilizó Gol—. Sabe que querrás verla antes de enseñarle nada.
Lilia respiró varias veces para recuperar la calma.
—Aunque esté viva, ¿quién me garantiza que él la dejará libre cuando yo le haya enseñado magia negra?
—Tienes que asegurarte de que ella huya antes de darle una sola lección —señaló Rothen.
—Sería más sencillo si me acompañara otro mago.
—Él no te lo permitiría —repuso Jonna—. Ni siquiera puedes llevar contigo a un mago disfrazado de criado. Skellin te ha dejado claro que debes ir sola.
Rothen asintió.
—Si cuenta con informadores aquí, lo del disfraz tal vez no lo engañaría de todos modos. —Suspiró—. De no ser por esos informadores, yo propondría que acudiésemos a los magos superiores. Podrían pedir a Kallen que fabricara un anillo de sangre para que sigamos la pista a Lilia con él. Si el intercambio saliera mal, estaríamos lo bastante cerca para ayudarla.
Lilia alzó la vista hacia él, sorprendida. «¡Un anillo de sangre! ¿Cómo no se me había ocurrido?».
—Yo sé elaborar anillos de sangre. Kallen me enseñó.
Rothen abrió mucho los ojos.
—¿De veras? Pues entonces… —Se enderezó y se frotó las manos—. Puede que ya tengamos el principio de un plan.
Gol desvió la mirada.
—No me pida que les ayude. El último plan que ideé no fue precisamente un éxito.
—Hiciste lo que pudiste con los pocos recursos con que contabas —le dijo Rothen—. Demostraste una audacia impresionante. Yo nunca había oído hablar del fuego de mina. Un material fascinante. Si vuestra trampa hubiera funcionado, nos habríais entregado a Skellin en bandeja, por así decirlo. —Le dedicó una sonrisa breve—. Agradecería tu consejo, Gol. Conoces los bajos fondos y la ciudad mejor que nosotros.
Gol frunció el entrecejo.
—Pues… la idea de utilizar una gema de sangre, si he entendido bien cómo funcionan, solo nos servirá si reconocen los sitios que Lilia les muestre a través de ella —señaló Gol—. ¿Y si no saben dónde está? ¿Y si le vendan los ojos?
—Ambas cosas serían un problema. —Rothen tamborileó con los dedos sobre la mesa, las cejas juntas en un gesto de concentración.
—¿Sabe Skellin lo que es un anillo de sangre? —preguntó Jonna—. Tal vez lo descubriría y la obligaría a quitárselo.
Lilia sacudió la cabeza.
—Se supone que no debo ponerme un anillo que esté hecho con la sangre de alguien que no sea Sonea o Kallen.
Rothen asintió.
—Desde luego. Quien haya proporcionado la sangre podría leer tus pensamientos y aprender a hacer magia negra. Así que es Gol quien tiene que llevar un anillo elaborado con tu sangre.
Lilia se volvió hacia Gol.
—Y tú debes destruirlo si alguien intenta apoderarse de él.
—De lo contrario, podrían usarlo contra Lilia. —Rothen meneó la cabeza—. Ojalá hubiera otra manera de saber dónde estás. No es frecuente que tengamos que rastrear a una maga… —Inspiró con brusquedad y arqueó las cejas—. ¡Ah! ¡Claro! ¡Sonea! Antes de que Sonea ingresara en el Gremio, la localizamos porque percibíamos su magia. —Miró a Lilia—. Lo único que tienes que hacer es utilizar la magia sin ocultarla. En una de tus primeras clases, se te enseñó a encubrir el uso de la magia.
Ella hizo un ademán afirmativo. Cada año, cuando se incorporaban nuevos aprendices al Gremio, ella detectaba que algunos hacían magia antes de que les enseñaran a ocultarla.
—Pero ¿no lo percibirá Skellin también?
—Solo si lo intenta conscientemente. Si emplea la magia de forma leve y constante, para mantener un escudo activado, por ejemplo, quizá reduzca la posibilidad de que él repare en ello.
—Así que usted me seguirá la pista valiéndose de la magia —dijo Lilia—, y Gol llevará mi anillo de sangre porque así será más probable que reconozca el lugar donde yo esté.
—Una vez que localice a Skellin a través de Lilia, ¿es usted lo bastante fuerte para luchar contra él si surge algún problema? —le preguntó Jonna a Rothen.
—Contra él y contra Lorandra —terció Gol.
Rothen arrugó el entrecejo y negó con la cabeza.
—Lo dudo. Pero entre Lilia y yo, tal vez podamos vencerlos. No podemos arriesgarnos a pedir ayuda a otro mago, pues podría ser un informador de Skellin. Ojalá Dannyl estuviera aquí —añadió por lo bajo.
—Puedo ser tan fuerte como haga falta —observó Lilia, sosteniéndole la mirada a Rothen.
Éste torció el gesto.
—Sería mejor que evitaras infringir la ley que prohíbe el uso de la magia negra sin permiso. Por otro lado…, tal vez podríamos soslayarla un poco. Como mago superior te concederé la autorización, pero esto no será totalmente conforme a la ley, pues se supone que todos los magos superiores deben dar su consentimiento.
Lilia bajó la vista. «Si algo sale mal y el Gremio no aprueba que él se salte la ley, perderá su puesto».
—¿Está seguro?
—Sí. Dejar que acudas a ese encuentro existiendo la posibilidad de que te obliguen a enseñar magia negra a un renegado, es mucho peor que dejar que incrementes tus fuerzas con la energía de voluntarios. Yo puedo cederte la mía esta noche.
—Y yo la mía —dijo Jonna.
—Y yo —agregó Gol.
Rothen asintió.
—Yo recobraré la energía durante la noche.
—¿Y nosotros? —quiso saber Jonna.
—También.
—Entonces absorbe mi energía mañana también —le dijo la criada a Lilia—. Yo no la necesito para nada. Tal vez si le damos suficiente magia a Lilia, ella consiga traer a Skellin a rastras.
—Centrémonos en recuperar a Anyi —dijo Rothen.
—Claro —convino Jonna—, pero si se presenta la oportunidad de atrapar a Skellin al mismo tiempo, hagámoslo. Ya es hora de que el Rey de los Bajos Fondos se convierta en el Prisionero de la Atalaya.
El cielo del atardecer se oscurecía lentamente. En lo alto no había nubes que el sol pudiera teñir de colores vivos. Al contemplar la ciudad desde el tejado, Lorkin se preguntó cómo podía ser la misma a la que había llegado con Dannyl hacía tanto tiempo, emocionado ante la perspectiva de ser ayudante del embajador del Gremio en Sachaka. «Tengo la sensación de que fue hace años, pero no ha transcurrido ni uno entero desde nuestro viaje».
Aunque ni las murallas ni los edificios habían cambiado desde que Lorkin había salido de Arvice en la carreta de esclavos, la población sí que era distinta. Antes los esclavos iban y venían a toda prisa por las calles, a cierta distancia de los carruajes que transportaban a sus amos. Ahora una multitud de ex esclavos inundaba el centro; algunos iban a pie, otros aferrados a coches y carros robados.
Savara y su equipo se encontraron con un grupo reducido en la mansión que habían elegido como lugar de reunión antes de la batalla. Después de absorber la energía que le habían ofrecido los ex esclavos, la reina les había pedido que se retiraran y había dividido su comitiva, integrada ahora por más de sesenta Traidores, en dos grupos: uno encargado de vigilar, y el otro de preparar la cena y las camas. Mientras se organizaba todo, Savara había subido al tejado.
—¿Por qué no están intentando los ashakis evitar que se vayan? —se preguntó Lorkin en voz alta.
—«El esclavo de otro es problema de otro» —citó Savara—. Seguramente están muy ocupados tratando de impedir la fuga de sus propios esclavos para preocuparse por los de los demás.
—En casi todas las fincas, los esclavos entraban y salían continuamente —le explicó Tyvara—. ¿Cómo si no iban a abastecerla de víveres y otros productos? Lo único que impedía que huyeran era que no tenían adónde huir. A los esclavos fugitivos acababan por capturarlos y devolverlos a sus amos.
—A menos que un ashaki consiga juntar y recluir a todos sus esclavos en un solo lugar, no podrá evitar que algunos de ellos escapen. —Savara tendió la vista sobre los tejados con los ojos entrecerrados—. Y hay muchos ashakis lejos de sus casas, luchando contra nosotros.
Lorkin siguió la dirección de su mirada, «¿cuántas de estas mansiones albergan a ashakis que se preparan para enfrentarse a nosotros en batalla?». Por el momento, el equipo de Savara solo había combatido contra grupos pequeños de ashakis. Esto le había causado extrañeza a Lorkin, pero los informes recibidos a través de piedras de mensajes hablaban de un ejército más grande y organizado de ashakis al oeste de la ciudad. Después de que sorprendiera y derrotara a uno de los equipos de Savara, esta había ordenado a los Traidores de la zona que lo eludieran rodeándolo y uniéndose a los equipos del norte y del sur.
El rey Amakira debía de haber creído que los Traidores se juntarían para formar un solo ejército cuando llegaran a la ciudad. Savara había dado a entender que en algún momento lo harían, pero por ahora los Traidores seguirían agrupados en unidades pequeñas, aprovechando que la mayoría de la población de Sachaka estaba de su parte. Mientras los ashakis se encontraban fuera, intentando darles caza, los Traidores se fortalecían discretamente con la energía de sus esclavos.
Aunque Lorkin entendía las virtudes de esta estrategia, le preocupaba que mantener las tropas Traidoras divididas las hiciera vulnerables. El ejército del rey podía vencer fácilmente a uno de los grupos más pequeños de Traidores. Aunque quedaría debilitado tras la batalla, con el tiempo repondría sus fuerzas, y en cambio los Traidores… Una vez muertos, permanecerían muertos. «Pero si los ashakis dependen de los esclavos para recuperar la energía que gastan, tendrán un problema. Los esclavos se han ido».
Aun así, sería mejor que ningún grupo Traidor se enfrentara al ejército por sí solo, pues algunos de los combatientes podían acabar en poder del rey. Éste ordenaría que los torturaran para extraerles información, se enteraría de los planes de Savara, de la amenaza de las gemas… Algunas de ellas incluso caerían en sus manos.
—Mañana la ciudad estará desierta —murmuró Savara—, salvo por los ashakis. Quienes regresen del oeste se unirán a los que continúan aquí, y entonces comprobaremos si nuestra táctica y nuestros preparativos y pérdidas nos conducen a las libertades que anhelamos.
Ella suspiró y levantó la vista. Lorkin miró también hacia arriba. Las estrellas empezaban a salpicar el cielo, y hacía algo de fresco. Frunció el ceño al ver que los puntos de luz oscilaban, como si se reflejaran en el agua.
Algo chocó contra su costado derecho y lo empujó hacia Tyvara.
Ambos cayeron al suelo. Tyvara logró ponerse en cuclillas y él la imitó, aunque con movimientos más torpes. Una punzada intensa le recorrió el brazo derecho. «Roto», pensó. De forma instintiva, envió energía sanadora para calmar el dolor, pero resistió el impulso de soldar el hueso. Quizá necesitaría ahorrar energía para cosas más importantes. Como protegerse de un ataque más letal.
«De no haber tenido un escudo activado cuando el azote de fuerza impactó, ya estaría muerto», se dijo, restableciendo su escudo. Aunque el golpe había anulado su barrera, esta lo había amortiguado casi por completo.
Savara estaba de pie, con la frente en alto y la mirada clavada en algo situado a la derecha de Lorkin. El aire vibró cuando ella lanzó varios azotes en respuesta a otro ataque. Tyvara se hallaba entre el agresor oculto y él. Posó una mano en el brazo de Savara, sin duda preparándose para transferirle energía en caso necesario. Lorkin se acercó a Tyvara y miró por encima de su hombro.
Cuatro ashakis se hallaban de pie sobre un tejado próximo. Cuando arremetieron con azotes de fuerza, una luz rojiza bañó sus rostros. Ninguno de ellos parecía mucho mayor que Lorkin. «¿Demasiado impacientes para esperar a que sus mayores se unan a ellos?».
Abajo, varios ex esclavos habían reparado en la escaramuza. Algunos se alejaban corriendo, otros se habían quedado a mirar. Lorkin advirtió que el corazón le latía a toda velocidad. En los enfrentamientos anteriores entre el grupo de Savara y los ashakis, él había formado parte de un grupo más numeroso. Ahora eran tres contra cuatro. Intentó no pensar en la cantidad de energía que bullía entre su tejado y el de al lado, pero no lo consiguió. Sintió que le fallaban las rodillas. Colocó una mano sobre el otro hombro de Savara y se dijo que no era para apoyarse en ella. Un recuerdo de sus clases de habilidades de guerrero apareció fugazmente en su mente. «Es normal estar asustado durante el combate. Lo importante es seguir las indicaciones que recibí en el entrenamiento.
»Pero nunca me entrenaron para usar la magia negra en batalla».
Se oyó un grito procedente de abajo, y un rayo de luz se elevó de la calle entre los edificios. Los vigilantes Traidores, alertados sobre la refriega, se habían unido a ella. Los ashakis bajaron la mirada y, al caer en la cuenta de que estaban en inferioridad numérica, se retiraron. Tres de ellos desaparecieron por una trampilla, pero el último, obligado a defenderse sin ayuda, se tambaleó. Un azote de Savara lo apartó rodando de la trampilla y lo hizo caer por el alero más alejado.
De pronto, la vibración del aire cesó. Savara, Tyvara y Lorkin se quedaron inmóviles, observando en silencio. Un rumor de gritos amortiguados, portazos y algún que otro estampido les llegaba desde abajo. Un brillo parpadeante atrajo la mirada de Lorkin a una ventana de la casa en la que habían entrado los ashakis. Estaba ardiendo.
De golpe, Savara se volvió y se dirigió hacia la trampilla que tenían detrás. Cuando empezó a descender por la escala de cuerda hacia la escalera que había debajo, Tyvara agarró a Lorkin del brazo —el que no estaba roto, por fortuna— y tiró de él.
—Tú primero —dijo el joven cuando llegaron frente a la trampilla—. Dame un momento para arreglar mi otro brazo.
—¿Estás herido? —preguntó ella con los ojos desorbitados.
—No por mucho tiempo.
—Entonces me quedaré y te protegeré hasta que…
—No digas tonterías. Los ashakis se han ido y no tardaré mucho en sanar. Alguien tiene que proteger a Savara.
Ella desplazó la vista de él a la trampilla, suspiró y comenzó a bajar.
—No tardes —gruñó.
Cuando ella se marchó, él fortaleció su escudo, se sentó con las piernas colgando por la abertura de la trampilla y se concentró en sanar. Solo necesitaba que el hueso y los tejidos se recuperaran lo suficiente para que él pudiera bajar por la escala. Al cabo de poco rato, después de haber echado el cerrojo de la trampilla y de haber pisado el último peldaño de cuerda, descendió a toda prisa por la escalera tras Tyvara y la reina.
Al llegar abajo, cruzó una puerta y descubrió que el pasillo que había al otro lado ahora formaba parte de la sala maestra, pues el tabique que lo separaba había sido reducido a escombros. Los Traidores estaban de pie alrededor de su soberana. Cuando Lorkin se acercó, vio que ella tenía una expresión lúgubre y que a sus pies yacían tres cadáveres. Dos eran de ashakis, pero el tercero… A Lorkin se le cortó la respiración cuando reconoció a la portavoz Halana.
Por un momento le pareció que la habitación giraba en torno a él. Recordó que Halana había pedido voluntarios para el primer turno de guardia. También se acordó de que ella le había enseñado a elaborar piedras, de la forma en que lo había animado, de su comprensión por el sacrificio que él había hecho al aprender magia negra. De los vastos conocimientos y la enorme habilidad que se habían perdido para siempre…
Tyvara se situó a su lado y se inclinó hacia él.
—Ella y otros pocos estaban colocando piedras de barrera y de aviso alrededor de la casa —murmuró—. Los demás la perdieron de vista justo cuando los ashakis atacaron. Mató a tres de ellos antes de sucumbir…
—Debemos ponernos en marcha —declaró Savara—. Si se nos ha escapado uno, es posible que esté comunicando a alguien su cálculo sobre cuántos somos en este instante. Pueden volver en mayor número. Si tenemos suerte, conseguiremos trasladarnos a otra casa sin que nos localicen. Es posible que no descansemos ni un momento esta noche. Lo importante es que evitemos el enfrentamiento directo con los ashakis hasta que nos reunamos con los otros equipos. —Alzó la vista y recorrió con ella los rostros de todos—. Recoged vuestras cosas y llevad comida que sea fácil de transportar y de comer por el camino.
Los Traidores se dispersaron. Tyvara tomó a Lorkin de la mano y se lo llevó a rastras a la habitación que habían previsto compartir con Savara. Como no les había dado tiempo de deshacer el equipaje, solo tuvieron que echarse las mochilas al hombro. Tyvara cogió la de Savara y los dos regresaron a la sala maestra.
—¿… queréis que hagamos con el cuerpo? —estaba preguntando un Traidor.
—Dejadla aquí. Si ganamos, volveremos a buscarla —respondió Savara. Cogió su mochila y se la puso a la espalda, pero, cuando dio media vuelta para emprender la marcha, Lorkin alcanzó a ver un brillo de humedad en sus ojos.
Los Traidores empezaban a regresar a la sala. Una salió de un pasillo lateral, cerca de Lorkin, y cuando se volvió, a él se le nubló el corazón. Kalia lo contempló con indiferencia antes de pasar de largo.
«Lo que resulta… extraño. Yo habría esperado una mirada de odio, por lo menos». Fijó los ojos entornados en la espalda de la mujer y se concentró.
No captó ningún pensamiento superficial, solo un mortificante sentimiento de culpa.
—Es culpa de ella —jadeó.
Nadie levantó la vista. No lo habían oído. Había demasiado ruido en la habitación. Cuando se volvió, vio que Tyvara lo observaba con fijeza. Entonces una mano lo aferró del brazo. Cuando alzó la mirada, advirtió que Savara estaba de pie detrás de ellos, con su otra mano apoyada en el brazo de Tyvara.
No digas nada, envió ella. No es el momento.
Él reprimió una protesta, asintió y siguió a la reina de los Traidores a la calle.
Cuando Saral y Temi se detuvieron frente a la verja y la abrieron con magia, Sonea exhaló un suspiro de alivio. El sol se había puesto hacía horas, y ella había empezado a preguntarse si la escolta pensaba viajar toda la noche. Los Traidores cruzaron la entrada sobre sus monturas. Sonea y Regin los siguieron, Temi descabalgó, se acercó de nuevo a las puertas y echó un vistazo a un lado y otro de la calle antes de retroceder.
Saral desmontó, entregó las riendas de su caballo a Temi e indicó a Sonea y Regin que hicieran lo mismo.
—Tenemos que inspeccionar la casa —dijo en voz baja—. Al parecer los esclavos se han ido, pero siempre cabe la posibilidad de que algunos leales a su amo sigan aquí. Aunque el ashaki probablemente se haya incorporado al ejército del rey, también es posible que se haya quedado, o que regrese a buscar algo, o que haya enviado a un amigo a cuidar su casa. Quedaos aquí.
Sonea asintió.
—¿Necesitas ayuda?
—No.
Saral se puso derecha y posó la vista en Temi antes de encaminarse con paso decidido hacia una puerta cercana. Estaba abierta, y ella entró. Sonea miró alrededor. Tenía sentido que aguardaran junto a Temi. Así, si alguien los atacaba, sería más fácil proteger a todos con un solo escudo. Pero cuando echó a andar hacia él, vio que sostenía un objeto pequeño. Percibió una vibración leve en el aire y se percató de que tanto él como los caballos estaban ya rodeados por un escudo. El objeto debía de ser una gema mágica.
«O sea que tenemos que escudarnos a nosotros mismos. ¿Por qué gastar en un par de extranjeros a quien nadie ha invitado una energía que podría ser necesaria en combate? Bueno, supongo que están a punto de entrar en batalla y nosotros podemos cuidarnos solos». Con un suspiro, se apartó de ellos y se encaminó hacia la sombra de un muro cercano. Protegida por la oscuridad, extendió su barrera de manera que rodeara a Regin. Él la miró y se acercó a ella sin decir una palabra.
Siguió una larga espera. Aunque Temi permanecía callado, su nerviosismo era evidente. Los caballos estaban tranquilos, con la cabeza gacha en señal de cansancio. Habían cabalgado durante todo el día haciendo pocas paradas. «Hemos cubierto más distancia y a mayor velocidad que en las jornadas anteriores. Me pregunto si… ¿Habremos llegado ya a la ciudad?». Las cercas bajas y las casas situadas en medio de sembrados habían dado paso a muros altos que protegían edificios mucho más próximos a la carretera. Casi todas las estructuras eran de una sola planta, pero alguna que otra —como en la campiña— tenía una torreta que descollaba sobre el tejado. No había podido comprobar si había campos ocultos detrás de ellas, o cuán grandes eran las fincas. Incluso ahora, no alcanzaba a divisar nada más allá del patio en que se encontraban. Al otro lado de los edificios quizá había extensos terrenos de cultivo, o quizá otra mansión.
«Sin embargo, no se oyen los ruidos característicos de una ciudad. Todo está demasiado silencioso».
Regin cambió su peso de una pierna a la otra y le rozó el hombro, dejándole una sensación de calidez. Un estremecimiento no del todo desagradable la recorrió.
«Basta», se dijo.
Una puerta se abrió a su izquierda, y el corazón le dio un brinco. Luego apareció un globo de luz, y ella respiró aliviada al ver que era Saral, que había regresado.
—Desierta —les informó—. Las cuadras están allí. —Temi asintió y llevó a los caballos hacia donde ella había señalado. Saral miró a Sonea—. Vamos dentro.
Entraron en la mansión por la puerta que Saral había cruzado antes. Como en muchas casas sachakanas, un pasillo corto conducía a una sala más amplia. A ambos lados, unos corredores comunicaban con los aposentos, unos baños, la cocina y otras zonas de servicio.
—Si tenéis que usarlos más tarde —dijo Saral, refiriéndose a los baños—, no tardéis mucho. Si Tovira regresa, no os conviene que os pille allí.
—No —convino Sonea—. Sería más bien desconcertante tener que luchar contra un ashaki desnuda.
Vio de reojo que Regin se tapaba la boca. Tras vacilar por un momento, Saral apartó la vista.
—Además, solo tiene una entrada —añadió.
Sonea no estaba segura de si la mujer sonreía o de si había un tono de diversión en su voz. «Es difícil mantener el sentido del humor ante una batalla inminente». A continuación fueron a la cocina, donde Saral se sirvió comida e invitó a Sonea y a Regin a hacer lo mismo.
—¿No te preocupa que los esclavos la hayan envenenado con el fin de debilitar a los ashakis?
Saral negó con la cabeza.
—Si lo hubieran hecho, habrían dejado una advertencia, uno de los jeroglíficos que utilizan nuestros espías. Ahora voy a subir a la torre. Podéis quedaros aquí, si queréis.
—Te acompaño —dijo Sonea con firmeza—. Quiero ver dónde estamos.
Saral hizo ademán de protestar, pero luego meneó la cabeza.
—Sígueme, entonces.
Emprendieron un breve recorrido por la casa. Se accedía a la torre a través de lo que sin duda había sido el conjunto de habitaciones del ashaki. Sonea se fijó en que había prendas femeninas además de masculinas.
—Me pregunto dónde estará su esposa.
—Seguramente la habrá enviado a algún lugar más seguro —respondió Saral—. Estamos a las afueras. Un sitio más céntrico sería más fácil de defender.
«Las afueras —pensó Sonea—. O sea que hemos llegado a la ciudad».
En lo alto de una escalera de caracol había una habitación pequeña y redonda.
—Quédate a un lado de las ventanas para que nadie de fuera distinga tu silueta —le indicó Saral. Se acercó a una por la izquierda y echó un vistazo por el borde. Sonea se asomó por el otro lado. Un mar de tejados se extendía ante ella. Varios cientos de pasos a la izquierda, había un edificio en llamas. Más adelante se alzaban numerosas construcciones de dos plantas, y tras ellas se elevaba lo que parecían unas cúpulas—. Bienvenida a Arvice —dijo Saral—. Savara ha dictado la orden de que nos quedemos aquí hasta que nos convoque. A menos, claro, que nos veamos obligados a marcharnos. ¿Qué órdenes tenéis vosotros?
«Nada tan concreto —se dijo Sonea—. Pero ya que ha tenido el detalle de preguntar…».
—Consultaré a mi contacto.
Se llevó la mano al bolsillo de la túnica, extrajo el anillo de Osen y se lo puso en el dedo.
¿Osen?
Sonea.
Hemos llegado a la ciudad y nos refugiamos en una finca vacía que pertenece al ashaki Tovira, que seguramente se ha alistado en el ejército del rey. Nuestra escolta de Traidores dice que debemos permanecer aquí hasta que nos llame la reina Savara.
Sin duda quieren asegurarse de que no interfieran.
¿Qué hacemos?
Lo que ella diga.
Desde aquí no podré presenciar los combates. Lo que significaba que no vería a Lorkin ni podría ayudarlo.
Hum. Si tanto Dannyl como usted llevan mis anillos de sangre, quizá perciba lo que él me comunique. Pero le he indicado que se quede en la Casa del Gremio. Tal vez debería pedirle que en vez de eso busque un lugar alto desde donde seguir la batalla.
Siempre y cuando no se ponga en peligro.
En las proximidades de una batalla mágica siempre hay riesgos. El Gremio necesita conocer el resultado. Nuestros voluntarios sanadores han partido esta mañana. No deseamos que se vean envueltos en una situación peligrosa.
¿Seguro que quiere que nos quedemos donde estamos?
Sí. Como figura de mayor autoridad que Dannyl y como maga negra, es más probable que ambos bandos la consideren una amenaza. De no ser por Lorkin, ya le habríamos ordenado que volviera a Imardin.
Ah. Bueno, les agradezco que no lo hayan hecho.
Los que estamos a favor de que continúe en Sachaka alegamos que, cuando el conflicto termine, tal vez pueda persuadir a Lorkin de que regrese o al menos asegurarse de que los Traidores cumplan su parte del trato.
Esperemos que no gasten todas sus gemas en batalla, entonces. Tengo que dejarle. Saral aguarda mi respuesta.
Cuídese, Sonea.
Lo haré. Se quitó el anillo y se lo guardó en el bolsillo.
—Debemos quedarnos aquí por el momento —informó a Saral.
La mujer asintió y ambas bajaron a la cocina. Temi había llegado y charlaba con Regin. Al estar los dos hombres juntos, sus diferencias se hacían más patentes. Regin era más alto, Temi más delgado. Por otro lado, este no era mucho más moreno que aquel. La tez del Traidor era más clara que la del sachakano medio, y Regin se había bronceado durante el viaje. «Le sienta bien». Interrumpieron la conversación en el momento en que Sonea y Saral entraron en la cocina. Cuando Temi se ofreció a montar guardia durante la primera mitad de la noche, Regin se mostró dispuesto a hacerle compañía.
—No —dijo Saral—. Yo me ocuparé del primer turno de guardia. Sola.
Regin se encogió de hombros.
—Bueno, ¿dónde dormimos?
—En el segundo conjunto de habitaciones. Si Tovira se presenta en plena noche, sin duda se dirigirá hacia su dormitorio.
Regin asintió, miró a Sonea y echó a andar hacia la puerta. Ella lo siguió, divertida al ver que él había tomado la iniciativa, pese a que, en casi todas las ocasiones desde que los Traidores se habían unido a ellos, había esperado la decisión de Sonea.
En el segundo conjunto de habitaciones había camas en los tres cuartos. Sonea eligió uno al azar y se sentó en el lecho. Al mirar en torno a sí, se fijó en una versión pequeña del atuendo ashaki colgada en una percha: una chaqueta enjoyada sobre unos pantalones lisos…
—¿Qué ha dicho Osen?
Cuando levantó la vista, vio a Regin de pie en la puerta.
—¿Cómo sabes que me he comunicado con él?
Regin alzó los hombros.
—Era de esperar.
—Saral ha dicho que debemos quedarnos aquí hasta que Savara nos convoque y luego me ha preguntado si me parecía bien. Osen se ha mostrado de acuerdo. Quieren asegurarse de que no nos entrometamos.
—Si Lorkin se encontrara en dificultades, te entrometerías.
Al alzar la vista de nuevo, ella vio que Regin la observaba con una sonrisa de complicidad.
—Solo para salvarlo.
—No por eso dejaría de ser una intromisión. Aunque me parecería totalmente comprensible.
—Osen cree que si Dannyl y yo llevamos sus anillos de sangre al mismo tiempo, quizá yo pueda presenciar la batalla a través de los ojos de Dannyl.
Regin se quedó pensativo.
—Sería una buena manera de sortear las restricciones de los Traidores. —Frunció el entrecejo—. Si ellos pasan apuros, lo sabremos porque Saral se marchará para ayudarlos. ¿La seguirás?
Sonea apartó la mirada.
—Tal vez. Probablemente. Pero tú deberías quedarte.
—Yo iré a donde tú vayas.
Ella notó que el corazón le daba un vuelco. «En circunstancias menos peligrosas, eso me habría parecido de lo más romántico».
—No. Te pondrás en peligro inútilmente.
—Eres un objetivo más importante que yo —replicó él—. Lo que me recuerda una cosa. —Se acercó a la cama y se sentó—. Debes absorber mi energía.
Consciente de su proximidad física, Sonea se volvió hacia él.
—¿Y si Tovira regresa esta noche? Ni siquiera podrías escudarte.
—Seguramente no duraría mucho de todas maneras. —Le tendió las manos.
Ella se quedó mirándolas con una renuencia creciente. «La situación es demasiado íntima —pensó—. ¿Y si percibe algo? Mientras viajábamos, era poco probable. Solo nos tocábamos durante el tiempo imprescindible. Había otras personas delante».
—De verdad creo que deberías superar tu miedo a la magia negra —comentó él.
—No tengo miedo —repuso ella. No mentía del todo. «Pero tampoco es del todo cierto».
—Si absorbes mi energía, te prometo que no iré contigo a la ciudad —aseveró Regin.
Ella lo miró a los ojos. Él le sostuvo la mirada con serenidad y expresión seria. Sonea se aguantó las ganas de sonreír.
—No irás a la ciudad porque te he ordenado que no vayas —señaló.
Él se encogió de hombros.
—Entonces, ¿estamos de acuerdo?
Con un suspiro, ella lo tomó de las manos intentando no reparar en el calor que desprendían. Cerró los ojos, absorbió la energía que fluía de su cuerpo y la almacenó.