Unas franjas de color naranja y negro surcaban el cielo cuando Saral y Temi abandonaron la carretera principal en dirección a otra finca. Sonea y Regin los siguieron. Todas las noches, desde que la escolta de Traidores se había reunido con ellos, se alojaban en fincas liberadas. Aunque la segunda mañana les habían facilitado caballos a petición de Saral, no habían cabalgado a gran velocidad desde entonces.
«Me sorprende que no hayamos alcanzado al grupo de Savara. Sin duda lleva tiempo combatir contra los ashakis y vencerlos. Pero tal vez sea por eso por lo que avanzamos tan despacio. La reina no quiere que nos encontremos con ellos, o que lleguemos a Arvice antes que ella».
Habían permanecido en silencio durante casi todo el trayecto. Saltaba a la vista que a Saral y Temi no les complacía su papel de escolta de dos extranjeros inoportunos, pero ninguno de los dos se quejaba. Tampoco iniciaban conversaciones. En las fincas, la situación era distinta. Los esclavos recién liberados, eufóricos y parlanchines, asediaban a preguntas a Saral y Temi y suponían que Sonea y Regin eran visitas gratas para los Traidores. Ahora, mientras los cuatro caballos se aproximaban a los muros de la finca, varios ex esclavos salieron en tropel a recibirlos.
—¡Bienvenidos, Traidores! —exclamaron—. ¿Pernoctaréis aquí? —Se acercaban con rapidez, pero los que encabezaban la marcha redujeron la velocidad al ver a Sonea y a Regin.
—Me llamo Saral, y él Temi —les dijo Saral—. Ellos son la Maga Negra Sonea y lord Regin, del Gremio de Magos de Kyralia. Los estamos escoltando.
Uno de los esclavos dio un paso al frente.
—Soy Veli, y me han elegido líder de esta finca. —Alzó la vista hacia Sonea—. Bienvenidos a Sachaka.
—Gracias, Veli —respondió Sonea, inclinando la cabeza en un gesto respetuoso.
Veli devolvió su atención a Saral.
—¿Os alojaréis con nosotros? Anoche tuvimos como invitados a la reina Savara y a su equipo.
Saral se volvió hacia Sonea con lo que casi parecía una sonrisa. Ésta inclinó la cabeza de nuevo en señal de gratitud. En todas las fincas donde la reina había hecho una parada, Sonea había preguntado por Lorkin.
Los ex esclavos los guiaron hacia la finca, y una vez allí se llevaron las monturas de los viajeros después de que estos descabalgaran. Una mujer de mediana edad y sus dos hijas se acercaron a darles la bienvenida.
—Tiatia es la esposa del propietario anterior —explicó Veli—. Acogió a la reina Savara en su hogar cuando llegó.
—¿Y su esposo?
—Está en el este. Es un hombre bueno y no queríamos que muriera. Sabíamos que existía la posibilidad de que lo obligaran a luchar junto con los demás ashakis, o de que no se nos permitiera interceder a su favor, así que nos aseguramos de que saliera del país.
—¿Qué opinó la reina sobre esto?
—Dijo que nuestra lealtad la impresionaba. Pero no lo hicimos solo por lealtad.
—¿No? —preguntó Saral con el ceño fruncido—. Entonces, ¿por qué?
—Por amistad. —Cuando Saral lo observó con fijeza, él apartó los ojos. Pero enseguida irguió la cabeza y le sostuvo la mirada—. Es un hombre bondadoso —alegó en tono defensivo—. Si queréis una prueba de ello, echad un vistazo al alojamiento de los esclavos. Está limpio y caldeado. Él permitía que hombres y mujeres se eligieran mutuamente y vivieran juntos sin tener que renunciar a sus hijos. Solo nos obligaba a hacer reverencias cuando había visitas.
Saral arqueó las cejas.
—Extraordinario. ¿Qué ocurrirá con él?
—Los esclavos de su buque se lo contarán todo dentro de unos días y le advertirán que tal vez tenga que pedir permiso para regresar. ¿Crees que se lo concederán?
Los dos Traidores se miraron. Temi se encogió de hombros.
—Tal vez. Perderá sus tierras. Tendrá que vivir con vosotros en pie de igualdad.
—Se sentirá honrado por ello —aseguró Tiatia.
Saral posó los ojos en la mujer, luego en Veli, y asintió.
—La reina Savara nos avisó de que nos encontraríamos con circunstancias como esta y que debíamos saber equilibrar la prudencia con la compasión.
—Pasad —les indicó Veli, sonriendo—. Ya os están preparando comida y habitaciones.
Como en las fincas anteriores, una puerta principal sorprendentemente modesta daba a un pasillo que conducía a una sala más grande, a la que en cada casa se le había asignado un uso distinto: como almacén, como dormitorio o como lugar de reunión.
—Sentaos —los invitó Veli—. Todavía falta un rato para que la comida esté lista.
Sonea escogió un par de taburetes para Regin y para ella. «Sentarse en cojines es para gente más joven», se dijo. Veli, Saral y Temi optaron también por taburetes.
—Mientras esperamos, ¿queréis que haga un poco de raka? —preguntó Tiatia.
Saral miró a Veli con las cejas enarcadas en un gesto inquisitivo. Él asintió.
—Sí, te lo agradeceríamos mucho —contestó Saral.
Tiatia sonrió y se sentó con sus hijas en unos cojines, en el centro de la sala. Debajo de un taburete había una jarra de raka y un bote con polvo para prepararla. Cuando llegaron otros ex esclavos con agua y tazas, puso manos a la obra. Mientras Saral y Veli hablaban de la producción y el futuro de la finca, Sonea observaba, divertida, aquel rito de preparación que le resultaba tan familiar en aquel lugar tan extraño para ella. Sorprendida, vio que empezaba a salir vapor del pico de la jarra.
—¿Eres maga? —le preguntó a Tiatia.
Todas las conversaciones cesaron de golpe. Sonea miró en torno a sí. Veli contemplaba a Saral con el ceño fruncido y mordiéndose el labio. Los dos Traidores tenían la vista clavada en Tiatia, asombrados. A Sonea se le hizo un nudo en el estómago cuando comprendió que Veli deseaba guardar aquella información en secreto, y que tal vez había condenado a la mujer a ojos de los demás al revelarla.
—Sí —dijo Tiatia por lo bajo—. Mi esposo me enseñó.
Saral soltó el aire que había estado reteniendo.
—Ahora sí que estoy dispuesta a creer todo lo que me habéis contado sobre él —aseveró.
—¿Por qué te ha convencido esto, y no lo que te hemos dicho? —inquirió Veli con cara de pocos amigos.
—Porque tratar bien a los esclavos no puede… no podía poner en peligro el dominio de un ashaki sobre otras personas. En cambio, enseñar magia a su esposa sí.
«A menos que no le enseñara magia superior», pensó Sonea. Sabía que los sachakanos desdeñaban a los magos que no sabían magia negra. Si el esposo de Tiatia no la había iniciado en esta técnica, tanto la posición social como el poder de ella seguían siendo inferiores a los de él.
«Y los de Regin serían inferiores a los míos, desde la óptica de los sachakanos, si él y yo fuéramos…».
Apartó esta idea de su mente al cobrar conciencia de Regin, que estaba sentado en silencio a su lado. Resultaba curioso e inquietante el modo en que un pensamiento errático podía ocasionar que ella pasara de saber simplemente dónde se encontraba él a percibir una proximidad mucho más física. De pronto se fijaba en su respiración y le parecía notar el calor que irradiaba su cuerpo.
—En nombre de todos los presentes —dijo Veli en un tono formal que captó su atención—, te ofrezco nuestra energía. Ésta mañana hemos donado energía a la reina Savara y a su equipo. Mañana nos habremos recuperado lo suficiente para hacer lo mismo por ti.
Estaba mirando directamente a Saral.
La Traidora sonrió y bajó los ojos.
—Sois muy generosos.
Veli se encogió de hombros.
—Queremos que ganéis la guerra.
Saral asintió.
—Yo también. Temi es fuerte, pero puede darse el caso de que me incorpore a la batalla en un momento en que la energía adicional vuelva las tornas a nuestro favor. Acepto la oferta agradecida.
Con el rabillo del ojo, Sonea veo que Regin se volvía hacia ella. Todas las mañanas, al emprender su jornada a caballo, él se inclinaba hacia ella para tocarle el brazo y enviarle energía. Como Saral y Temi siempre estaban cerca, ella no podía protestar.
«Aunque tampoco tendría por qué protestar. Lo he traído precisamente para eso. Si no estuviera tan decidido a hacerlo, yo no me atrevería a pedírselo, y menos aún ahora».
Por otro lado, no podía criticar su horario. La mañana era un mejor momento para transferir energía que la tarde desde que se habían unido a sus guías Traidores. Después de darle energía, él quedaba en estado vulnerable. Cuando cabalgaban con ellos, era poco probable que Sonea se separara de él, y Saral seguramente tenía la obligación de protegerlos. Si alguien intentaba atacarlo, sin duda sería uno de los habitantes de las fincas. Tal vez un esclavo que, como los primeros con los que se habían encontrado, guardaba rencor al Gremio por no haberlos liberado al finalizar la guerra Sachakana. Tal vez la esposa, madre o hija de un ashaki convencida de que el Gremio se había aliado con los Traidores. Por la tarde, Regin había recobrado casi toda su energía y estaba en mejores condiciones de protegerse.
—Bien, habladnos del equipo de la reina Savara. —Saral lanzó una mirada fugaz a Sonea—. Contadnos primero cómo se encuentra ese joven pálido, Lorkin.
Veli se encogió de hombros.
—Parecía estar bien. —Miró a Sonea y arrugó el entrecejo—. ¿Es kyraliano?
—Sí. —Saral movió la cabeza afirmativamente—. Es el hijo de la Maga Negra Sonea.
El ex esclavo se volvió hacia Sonea, sorprendido.
—¿Un kyraliano que lucha del lado de los Traidores?
—Ahora es un Traidor. Se ha unido a nosotros. —Saral sonrió—. ¿Qué hay de los demás? ¿Cuántos había en el equipo de la reina?
—Treinta y dos —dijo él.
—Bien. Otro equipo se ha juntado con el suyo. Me alegra saber que todo va conforme lo planeado. ¿Hay noticias de bajas?
Veli asintió. Mientras enumeraba nombres, Sonea intentó no hacer caso del repentino aumento del pulso que experimentó a causa del pánico. Ya es bastante duro oír las palabras «Lorkin» y «lucha» relacionadas entre sí, pero es peor enterarse después de que incluso Traidores entrenados y preparados para esta batalla están muriendo. «Ten cuidado, Lorkin. Por favor, no permitas que te sobreviva a ti también».
Con los ojos fijos en el techo, Lorkin maldijo en silencio. Otra vez le estaba costando conciliar el sueño.
El edificio en que se encontraban era de tamaño medio para una finca de campo, pero otros dos equipos se habían unido al de Savara, y sencillamente no había camas para todos. La mayoría de los Traidores dormía en el suelo todas las noches. Ni la incomodidad ni el sonido de la respiración de los demás habría debido impedirle pegar ojo. Estaba cansado tras una jornada de viaje.
«Es por estar cerca de tantas mentes», se dijo. Pero esto tampoco era del todo cierto. Apenas alcanzaba a oír algún que otro pensamiento superficial, y solo si se concentraba mucho. No, lo que lo mantenía en vela era el lugar hacia el que su mente se dirigía cada vez que la dejaba vagar.
«O los lugares. Cuando no estoy acordándome de la esclava a la que le di el agua envenenada, y preguntándome si era una Traidora, me preocupa que Tyvara muera en batalla. O morir yo. O que mi madre acabe envuelta en esta guerra… ¡Por qué no se habrá marchado a casa!».
Y luego estaba Kalia.
Por lo menos la mujer había dejado de farfullar la palabra «espía» a todas horas. Al menos, había dejado de hacerlo cuando él estaba delante. Todavía les lanzaba a Tyvara y a él miradas llenas de odio, pero eso no le molestaba. Lo que lo intranquilizaba era el modo en que miraba a Savara.
«Nunca con antipatía manifiesta —pensó—. Lo que me parece sospechoso es la actitud humilde y obediente que adopta cuando Savara la observa, para luego entornar los ojos y sonreír cuando la reina deja de prestarle atención. Es la expectación que percibo cuando me concentro en su presencia».
Por el momento, él no había captado pensamientos superficiales claros procedentes de Kalia. Al parecer, ella era tan taimada interiormente como en su comportamiento. Mantenía su mente en silencio, y sus pensamientos superficiales principales eran breves y en general críticos con otras personas. Lorkin había perdido la cuenta del número de veces que había oído la palabra «¡idiota!» brotar de la mente de Kalia.
«¿Qué espera? ¿Que Savara fracase o muera, o está urdiendo un plan para que ocurra una de las dos cosas?».
Kalia dormía en el extremo opuesto de la habitación. Aunque sabía que seguramente no tendría más éxito que antes en su intento de leerle el pensamiento, Lorkin se esforzó por respirar con normalidad y comenzó a concentrarse. Cualquier cosa con tal de apartar de su cabeza recuerdos menos agradables. Lentamente, proyectó sus sentidos al exterior. En el caso de la mayoría de los Traidores, percibía poco más que su presencia. Aunque algunos seguían despiertos, sus pensamientos eran demasiado débiles para oírlos.
Entonces captó una voz mental conocida y se le heló la sangre. Era la misma que había hablado en el interior de su cabeza unos meses atrás, en Refugio, la misma presencia que había irrumpido para buscar información que él no quería divulgar.
«… la culparán a ella. De todas las muertes. Me aseguraré de que lo hagan… No puedo permitir que Savara gobierne… Será mejor que muera en batalla… Me encargaré de ello… Pero ¿cómo? Cuando esté débil… Las portavoces dudarán. Tyvara es demasiado joven… y necia para escogerla… Nadie la seguirá… Será mejor que muera también… Pero ¿cómo?».
Lorkin cayó en la cuenta de que había estado conteniendo la respiración y expulsó el aire de forma lenta y silenciosa. «Estaba equivocado. Ahora que ella no oculta subconscientemente sus pensamientos, los percibo con toda claridad. La maldad y la alegría perversa los amplifican. Se asegurará de que Savara muera en la próxima batalla. Y también Tyvara, si puede».
¿Lo sabía Savara? Sin duda era consciente de que Kalia aprovecharía cualquier oportunidad para debilitar su posición o desembarazarse de ella. Pero ignoraba hasta dónde estaba dispuesta a llegar.
«Si se lo digo, me veré obligado a revelar que percibo pensamientos superficiales de otras personas. Mi madre me advirtió que no lo hiciera». Tenía que reconocer que Sonea llevaba razón. A él no le haría gracia enterarse de que alguien podía leer sus pensamientos con tanta facilidad, ni siquiera si ese alguien le caía bien. Aunque supiera que la capacidad de esta persona era muy limitada, no dejaría de preguntarse qué pensamientos había oído. Querría mantenerse alejado de ella, por si se le escapaba algún detalle íntimo o algún secreto que alguien le hubiera confiado.
«¿Se sentiría así Tyvara? ¿Qué sentiría yo si Tyvara pudiera leer mis pensamientos superficiales? —La contempló, acostada junto a él, con los ojos cerrados y la respiración serena—. Me fío de ella. —Entonces, ¿por qué no le había hablado de la esclava a la que había matado?—. No quiero que sepa que soy capaz de hacer algo así».
Pero lo había hecho. Quizá ya era hora de que se lo dijera. «No. Las revelaciones incómodas, mejor de una en una. Prevenirla acerca de Kalia es más importante. Tengo que hacerlo, aunque eso signifique dar a conocer mi poder a Tyvara. Si Kalia se sale con la suya, ambas morirán».
Extendió la mano para tocarle el brazo a Tyvara. Ella frunció el ceño, pero mantuvo los párpados cerrados.
Tyvara.
Sus ojos se abrieron de golpe. Cuando sus miradas se encontraron, él sintió una oleada de afecto hacia ella. Era preciosa, incluso en la penumbra. Tyvara debió de intuirlo, pues Lorkin percibió en ella sorpresa, satisfacción y luego una mezcla de cariño y deseo que le pareció de lo más gratificante.
¿Lorkin? ¿Qué pasa?, preguntó la joven, con la voz mental confusa por el sueño.
Kalia planea traicionar a Savara.
Los ojos de Tyvara se desorbitaron, y él notó que se ponía rígida bajo su mano y que el cariño daba paso a la inquietud.
¿Cómo lo sabes?
Solo te lo diré si prometes no contárselo a nadie.
Ella fijó la vista en él.
Te lo prometo, pero solo si no es algo que ponga en peligro a mi pueblo.
No lo es. Se lo explicó y le habló de los pensamientos que había captado.
¿Puedes…? ¿Desde cuándo eres capaz de hacer eso?
Desde que estuve en el calabozo del palacio. Mi madre dice que algunos aseguraban que mi padre tenía ese don. Ella creía que era una exageración, que simplemente era más observador que la mayoría.
¿Cuántas veces has captado pensamientos superficiales míos?
No muchas. Cuando nos reencontramos oí algunas palabras. Fue entonces cuando comprendí que no eran imaginaciones mías. Desde entonces…, no los he captado de forma deliberada. Solo en un par de ocasiones, sin querer. Tengo que concentrarme mucho para ello, y no me parece de buena educación escuchar los pensamientos ajenos.
Salvo los de Kalia. Tyvara parecía divertida.
No. Sospechaba que ella tramaba algo. Ahora estoy seguro. Savara corre peligro. Y tú también.
Y tú. La aprobación de Savara y la confianza que deposita en ti han sido fundamentales para disipar los recelos de los demás respecto a ti. Arrugó el entrecejo como si la hubiera asaltado una duda.
¿Qué pasa?
¿Cómo se concentra uno sin querer?
A Lorkin el corazón le dio un brinco, y percibió suspicacia en ella. ¿Sentía rechazo hacia él ahora? Intentó idear una respuesta que le resultara convincente.
Cuando estoy especialmente pendiente de ti.
La expresión ceñuda de Tyvara desapareció de pronto y ella desplegó una gran sonrisa.
Tener cerca a alguien que sabe cuando quieres algo puede ofrecer ventajas interesantes.
Él puso los ojos en blanco.
¿Qué tal si dejamos de pensar formas en que puedes mangonearme y decidimos qué hacer con Kalia?
La sonrisa de Tyvara se desvaneció.
Tenemos que contárselo a Savara.
¿Podemos contárselo sin revelarle mi nueva habilidad? ¿Podemos decirle simplemente que oímos hablar a Kalia de ello por casualidad?
¿Mentir a Savara? No puedo hacer eso. Además, querrá saber con quién hablaba Kalia.
Mentir, no: evitar darle más información de lo necesario por el momento. Le diremos que estaba hablando sola.
¿Que Kalia pensaba sobre la traición en voz alta? No es tan idiota. Savara necesitará pruebas si ha de enfrentarse a ella.
Entonces tendrá que demostrar a todo el mundo que yo tengo este don y que pueden creer en mi palabra. Kalia señalará que les he ocultado un secreto a todos y alegará que es una prueba de que soy un espía.
Tyvara exhaló un leve suspiro de frustración. Lorkin la tomó de la mano y le dio un apretón.
Al menos sabemos que Kalia se trae algo entre manos. Podemos mantenerla vigilada; esperar hasta que dé el siguiente paso y pararle los pies.
Eso nos hará quedar mal. Savara se enfadará con nosotros por no haberla avisado. Kalia asegurará que le hemos tendido una trampa. No, tenemos que decírselo a Savara. No se me ocurre otra solución. Pero no creo que ella se lo cuente a nadie más. Eso llevaría a los demás a desconfiar de ti, lo que nos causaría demasiados problemas en estos momentos.
Lorkin recordó la advertencia de su madre y suspiró.
Espero que tengas razón. ¿Cuándo quieres decírselo?
Ahora. Es nuestra mejor oportunidad para hablar con ella a solas.
Tyvara se levantó y Lorkin la imitó. Resistió el impulso de dirigir la vista hacia Kalia mientras se escabullían de la habitación. «Espero no arrepentirme de esto».
Savara estaba en la cocina, sentada a una mesa larga de madera con dos ex esclavas de la finca. Pidió a las mujeres que se retiraran, invitó a Tyvara y a Lorkin a sentarse frente a ella y escuchó a la joven mientras esta le refería lo que Lorkin había oído pensar a Kalia. Savara clavó los ojos en Lorkin, entornando los párpados lentamente.
—Bien —dijo en voz baja pero articulando con claridad—. ¿Qué más nos ocultas, Lorkin?
Él pensó de inmediato en la esclava. Torció el gesto y acto seguido lamentó haberlo hecho. Notó que Tyvara se apartaba de él y, al volverse, vio que lo observaba con fijeza.
—¿Hay algo más?
Él desplazó la vista de ella a Savara. Las dos cruzaron los brazos a la vez y posaron en él una mirada expectante. Habría resultado gracioso, de no ser porque Lorkin tenía que hacer la confesión que tanto temía.
Bajó los ojos hacia la mesa, respiró hondo y obligó a las palabras a salir de donde las había encerrado.
—Cuando estaba en el calabozo, torturaron a una chica esclava para forzarme a hablar. Yo… le di de beber un agua que sabía que estaba envenenada. El recipiente tenía los jeroglíficos en los que me enseñasteis a fijarme. Creía que era una Traidora y que sabía lo que hacía.
Oyó que Tyvara inspiraba bruscamente, pero no se atrevió a alzar la vista para comprobar si era en señal de horror ante lo que él había hecho, o de comprensión.
—Quieres saber si era una Traidora —dijo Savara.
Él hizo un esfuerzo por mirarla a los ojos.
—Sí.
—Sabes que eso no cambiará nada.
Lorkin se encogió de hombros.
—Pero al menos saldré de la duda.
Ella suspiró y sacudió la cabeza.
—No lo era, hasta donde yo sé. Tomaste una decisión muy dura y terrible, y nunca sabrás si fue acertada o no. —Savara alargó el brazo por encima de la mesa, cogió su mano y la apretó con suavidad.
—Nuestros espías se encuentran continuamente ante disyuntivas parecidas —le dijo Tyvara—. Difícilmente podemos reprochártelo.
Savara le soltó la mano y sonrió.
—¿Hay algo más que quieras confesar? —preguntó en tono desenfadado.
Lorkin pensó en la piedra que llevaba encima. «O les revelo lo que sé ahora mismo, o nunca podré encararme con ellas y exponerles la verdad. Si los Traidores se enteran más adelante de que estoy informado sobre la piedra y que el Gremio ha descubierto su secreto, se enfadarán sin lugar a dudas. Y ahora que Kalia intenta sembrar la desconfianza hacia mí y Savara tiene motivos para preocuparse por mi capacidad de leer pensamientos superficiales…».
—No estarás intentando pensar algo que confesar, ¿verdad? —preguntó Tyvara sacudiendo la cabeza.
—No exactamente —respondió él. Se volvió hacia Savara—. Habrá cosas que no querré contaros. Cosas sobre el Gremio. Aunque yo ya no sea un mago del Gremio, no quiero convertirlos en mis enemigos. Ni a ellos ni a vosotros.
Savara asintió.
—Entiendo.
—Tampoco quiero que los Traidores resulten perjudicados porque yo me haya guardado información.
—Me alegra oírlo.
Lorkin se llevó la mano al bolsillo y extrajo la piedra que Sonea había recogido en el páramo. Cuando la depositó sobre la mesa delante de Savara, una expresión de consternación asomó al rostro de la reina.
—Ah.
Él miró a Tyvara y vio, complacido, que parecía un poco avergonzada.
—Me la dio mi madre —declaró.
Tyvara soltó una maldición.
—En efecto —convino Savara—, pero hemos tenido mucha suerte de que nadie haya deducido antes para qué sirven, sobre todo si lo que hicieron nuestros antepasados no se ha descubierto. —Levantó los ojos hacia él—. Entiendes por qué lo hicieron, ¿verdad?
—Para conseguir aquello de lo que se acusó al Gremio: dejar la tierra yerma con el fin de mantener débil a Sachaka.
Ella movió la cabeza afirmativamente.
—No es permanente. Se recuperará.
—Y vosotros os llevaréis el mérito de devolverle la fertilidad.
Ella extendió el brazo para coger la piedra.
—Ahora que el Gremio lo sabe, dudo que eso ocurra. —Se acodó sobre la mesa y apoyó el mentón sobre sus manos—. A la larga, no tendrá importancia. Venceremos, repararemos el daño y nos perdonarán, o perderemos, lo repararán los ashakis y nos odiarán para siempre. Sea cual sea el desenlace, la tierra reverdecerá.
—Entonces, ¿qué hacemos con Kalia? —inquirió Tyvara—. ¿Podemos incitarla de alguna manera a dar el siguiente paso?
Savara se puso derecha.
—No. Si hacemos eso, argüirá que le hemos preparado una encerrona aprovechándonos de sus dudas. No debemos hacer nada.
—Pero…
La reina alzó la vista hacia Tyvara.
—No creas que me desentenderé o que confiaré en ella. —Sacudió la cabeza y suspiró—. Cuando se ofrece a una persona la oportunidad de redimirse, no se la puede obligar a aceptarla.
—¿Y el poder de Lorkin?
—Tampoco lo comentéis con nadie. Los Traidores son tolerantes, pero sería pedirles demasiado esperar que siguieran confiando en él. —Se puso de pie—. Halana siempre me dice que necesito una escolta. Os escojo a vosotros dos. Tendréis que permanecer a mi lado en todo momento, incluso cuando durmáis, pero al menos podréis vigilar a Kalia cuando yo tenga que centrar mi atención en otros asuntos.
Tyvara sonrió.
—Sabes que yo sería la primera en ofrecerme voluntaria. Además, estarás en buena compañía con nosotros.
—Sí. —Tras exhalar un suspiro, Savara miró a Lorkin con los párpados entornados—. Pero nada de leer mis pensamientos superficiales.
Él negó con un gesto.
—Ni se me pasaría por la cabeza.
Cuando se desprendieron más hojas del interior del lomo del antiguo libro, Dannyl suspiró. Sabía que lo mejor que podía hacer era dejarlo, pero necesitaba alguna actividad en que ocupar las horas largas y vacías, así que estaba releyendo algunos de los documentos que había adquirido. Habían transcurrido días desde que Achati había estado allí por última vez. Nadie más había visitado la Casa del Gremio. Tayend no había recibido invitaciones. Merria no tenía noticia de sus amigas.
Una sensación de expectación se palpaba en la Casa. Sus habitantes se juntaban durante las comidas, y sus sobremesas duraban horas. Se separaban cuando caían en la cuenta de que estaban dando demasiadas vueltas a las mismas preocupaciones y conjeturas. Ahora Dannyl consultaba a Osen dos veces al día. El administrador le informaba sobre el avance de Sonea y Regin, así como sobre algunos asuntos del Gremio que le habrían parecido más importantes a Dannyl si no hubiera estado atrapado en una ciudad que pronto quedaría inmersa en una guerra civil.
—Embajador Dannyl.
Al despegar la mirada del libro, Dannyl vio a Kai de pie en la puerta de su despacho.
—Kai —respondió—. ¿En qué puedo ayudarte?
El esclavo sonrió, lo que le provocó un desconcierto extraño. Era como si Kai se hubiera convertido en otra persona. Dannyl se percató de que nunca lo había visto sonreír. Y entonces reparó en otro detalle.
Kai no se había arrojado al suelo. Y se había dirigido a él por su nombre.
—Los kyralianos sois raros —comentó Kai—. Pero de una forma buena.
La mente de Dannyl comenzó a trabajar a toda prisa. ¿Qué significaba aquello? «Sabes perfectamente qué significa».
—Han llegado, ¿verdad? Los Traidores.
Kai negó con la cabeza.
—Aún no. Mañana. Hemos decidido marcharnos ya. Los ashakis lo saben. Están matando esclavos.
Dannyl frunció el ceño.
—Pero si estaréis más seguros aquí. Nosotros no os haremos daño.
—Lo sé. —Kai sonrió de nuevo—. Pero no podréis frenar a los otros. Vendrán en busca de poder o de venganza. O de ambas cosas. Vosotros deberíais marcharos también.
—Tenemos órdenes de quedarnos. —Dannyl intentó desterrar de su pensamiento un temor creciente.
—Entonces os deseo suerte.
—Y yo a vosotros. —Se obligó a mirar al esclavo a los ojos—. Y os pido disculpas, en nombre de los magos que nos hemos alojado aquí, si hemos hecho algo que… Ah, ¿a quién quiero engañar? —Extendió las manos a los costados—. Ésta relación entre esclavo y amo era totalmente inmoral. Y resultaba inquietantemente fácil acostumbrarse a ella.
—Ése era nuestro objetivo. —Kai se encogió de hombros—. Nos educaron para ello. Pero eso se ha terminado.
—Sí —dijo Dannyl con una sonrisa—. Espero que los Traidores triunfen.
—Y yo espero que sigáis sanos y salvos. —El esclavo retrocedió un paso y vaciló—. ¿Alguna vez has explorado las partes de la casa que ocupaban los esclavos?
—No del todo —reconoció Dannyl.
—Hazlo —le aconsejó Kai—. No solo están las cocinas para cuando tengáis hambre. Hay lugares en los que os podríais esconder, y otras salidas. Quizá os salven la vida.
Dannyl asintió.
—Lo haré. Gracias.
Kai desplegó una sonrisa de oreja a oreja antes de apartarse de la puerta y salir de los aposentos con la espalda erguida.
Dannyl permaneció un largo rato contemplando la puerta vacía y después se levantó. «No tiene sentido perder el tiempo siguiendo el consejo de Kai. No ha dicho en qué momento llegarán los Traidores mañana. Podría ser a primera hora de la mañana. O los ashakis podrían atacarnos durante la noche. No puedo evitar pensar que si tanto Achati como los esclavos creen que estamos en peligro, debemos estarlo. Será mejor que empecemos a hacer planes para irnos de aquí en caso necesario».
Salió de sus aposentos y comenzó a recorrer la Casa del Gremio en busca de Tayend y Merria.