Capítulo 22

Al mirar con los ojos entornados la mancha oscura que había más adelante, en el camino, Lorkin no sacó nada en claro salvo la impresión de que se movía. «Parece un grupo de jinetes». Echó un vistazo a Savara. Tenía la mirada puesta en la carretera, así que era imposible que no los hubiera visto, pero no tenía aspecto preocupado.

Lorkin se volvió hacia Tyvara, que cabalgaba a su lado, y la sorprendió removiéndose en la silla de montar con el gesto torcido. Cuando ella se percató de que la observaba, sonrió.

—Solo han pasado unas horas y ya tengo rozaduras.

Los ex esclavos de una de las fincas que habían liberado aquella mañana les habían dado caballos. «Liberar» quería decir simplemente llegar y ejecutar a los propietarios ashakis y a sus camaradas magos. Para estos, a menudo la única señal de un ataque inminente era la desaparición repentina de sus esclavos. Aunque todos presentaban batalla, saltaba a la vista que la mayoría no acostumbraba a alimentar sus reservas de magia. «¿Por qué habrían de hacerlo? No son ichanis que viven bajo la amenaza constante de otros magos negros. Seguramente solo almacenan energía cuando lo necesitan para alguna tarea concreta». Esto hacía que sus muertes parecieran más asesinatos que bajas de guerra.

«Tengo la sensación de que, en vez de librar una guerra, irrumpimos en casa de estas personas y matamos a esposos, hijos y padres. Si nos enfrentáramos a una fuerza integrada por todos ellos, también mataríamos a esposos, hijos y padres, pero me parecería más justificado». Por otro lado, los Traidores no eran vencedores prepotentes que ejecutaran a las familias de forma caprichosa o por venganza, entre torturas y saqueos. Si hubieran obrado de este modo, Lorkin tal vez habría lamentado su decisión de unirse a ellos. Por el contrario, eran compasivos y eficientes.

«Pero implacables».

Pensó en la gema que le había dado su madre.

Se recordó a sí mismo que su padre había arrancado a Zarala la promesa de que los Traidores acabarían con la esclavitud. Su padre había deseado que esto ocurriera. Cada vez que lo asaltaban dudas o temores, Lorkin miraba a los esclavos recién liberados y se decía que todo era por una buena causa.

Había supuesto que los Traidores toparían con ashakis más preparados una vez que comenzara la invasión, pero los ataques los cogían claramente por sorpresa a todos. Tal vez los primeros en morir estaban demasiado ocupados defendiéndose para poner sobre aviso a los demás. Quizá enviaban mensajes a través de esclavos, pero los siervos que apoyaban a los Traidores se aseguraban de que los que permanecían fieles a sus amos no partieran para alertar a otros.

Lorkin sabía que, tarde o temprano, la alarma cundiría. Tal vez un ashaki transmitiría una advertencia mentalmente, por medio de una comunicación directa o de un anillo de sangre. Aunque el equipo de Savara los matara a todos antes de que se les presentara la oportunidad de hacerlo, quizá a otro de los equipos se le escapara alguno. Una vez que la noticia llegara a algún lugar antes que los Traidores, nada impediría que se propagara por la ciudad. Y cuando esto ocurriera, los Traidores no tendrían que luchar contra uno o dos magos en cada finca, sino contra un ejército de ellos. Ésta era la razón por la que la sombra que veía más adelante en el camino le había desbocado el corazón.

Se concentró en la mente de Tyvara y percibió una expectación impaciente, con solo un atisbo de inquietud. «No han muerto más Traidores —pensó él—. Pero no tardará en caer alguno…». Ella advirtió que Lorkin la miraba con el ceño fruncido, y sonrió de nuevo.

—Tranquilo. Solo es otro equipo. Conforme nos acerquemos a la ciudad, los equipos se encontrarán y se unirán.

Aliviado, él dirigió de nuevo la vista al frente, hacia los otros Traidores que se acercaban. Las sombras se transformaron en figuras a caballo. Las figuras se convirtieron en hombres y mujeres. Las facciones se hicieron más definidas. Lorkin oyó a Tyvara soltar una palabrota al mismo tiempo que caía en la cuenta de que uno de los rostros le resultaba familiar.

—¿Qué hace ella aquí? —farfulló.

Tyvara suspiró.

—El castigo de Kalia ha quedado suspendido hasta que termine la invasión —le explicó ella—, al igual que el mío. Sería triste que perdiéramos por faltarnos la energía de dos magas.

Lorkin vio que Kalia recorría el grupo de Savara con la mirada y que ponía mala cara al divisarlos a Tyvara y a él.

—Todos estamos en el mismo bando —dijo Tyvara—, pero desearía que hubieran incluido a Kalia en uno de los equipos que atacarán el extremo opuesto de la ciudad —añadió en voz más baja.

Savara se dirigió a los dos.

—No le quitaré la vista de encima. Ni el oído. —Miró de nuevo al grupo que se aproximaba y espoleó a su caballo para ir a su encuentro. Para alivio de Lorkin, la mujer que se acercó a recibirla no era Kalia, sino la portavoz Halana, líder de las pedreras.

—Al menos no está al mando del equipo —comentó él.

Tyvara rió entre dientes.

—No somos tan idiotas.

Halana se llevó la mano al corazón por unos instantes antes de tirar de las riendas para que su montura se detuviera junto a la de Savara.

—¿Alguna novedad? —preguntó Savara.

—Hemos perdido a Vilanya y a Sarva —respondió Halana—. Han caído en una emboscada.

—O sea que los ashakis están avisados.

—Es lo más probable. ¿Habéis tenido algún contratiempo?

—Algunos esclavos se exaltan demasiado —le informó Savara con un suspiro—. Los de una finca mataron a una familia entera y al jefe de esclavos, que era aliado nuestro. Les dije que ese no era nuestro objetivo, pero creo que no me escuchaban.

Halana asintió.

—Tendremos más problemas de ese tipo. He estado dando a entender que queremos ocuparnos nosotros mismos de las familias, más tarde.

—Eso podría dar resultado, mientras ellos no asuman el papel de carceleros con demasiado entusiasmo. —Savara echó una ojeada alrededor—. Sigamos adelante.

Los dos grupos se fundieron en uno. Lorkin se fijó en que Kalia se situaba de manera que Savara y Halana estuvieran entre Tyvara y ella. Las dos líderes comenzaron a debatir sobre qué harían si los esclavos liberados no podían proporcionar víveres a los Traidores. Al poco rato, Savara habló de pronto en voz lo bastante alta para que la oyeran todos.

—¿Qué problema es ese del que hablas, Kalia?

Cuando Lorkin se volvió, vio que la mujer posaba los ojos en él y luego en la reina. Se puso derecha.

—Hay un no-Traidor entre nosotros. Simplemente advertía a Cyria que tuviese cuidado.

—Cyria no tiene por qué desconfiar de ninguno de los presentes. Todos somos Traidores.

—Lorkin es kyraliano.

—De origen kyraliano. Ahora es Traidor. Entre nosotros hay ex esclavos y mujeres que eran esposas o hermanas de ashakis. Todos se han unido a nosotros por su propia voluntad. Aquí no sobra nadie.

—Pero es un mago del Gremio, y además un hombre.

Savara sonrió.

—Si mi entrevista con su madre hubiera tenido el resultado esperado, ahora marcharíamos hacia Arvice junto con muchos cientos de magos del Gremio, entre ellos unos cuantos hombres. ¿Te preocuparía una presencia masculina tan nutrida, Kalia?

—¡Por supuesto que no! Pero me costaría más que a vos fiarme de ellos. —Kalia miró a Savara de soslayo—. Así que… el Gremio no quiere entrar en guerra con los ashakis, ¿y él sigue aquí? ¿Estáis segura de que no es un espía?

—Totalmente.

—¿De verdad esperáis que…? —Kalia se quedó callada cuando uno de los Traidores de la retaguardia llamó a Savara. Todos se volvieron hacia el hombre, que estaba señalando. Cientos de pasos más atrás, una nube de polvo se elevaba al avance de un jinete que galopaba hacia ellos.

—Alto —ordenó Savara—. Escudaos.

El jinete no tardó mucho en alcanzarlos. Su cabalgadura redujo la velocidad, con los costados empapados en sudor y moviéndose al ritmo de su respiración agitada. El hombre que la montaba era un joven finamente vestido, aunque su constitución y su color de piel parecían indicar que era un ex esclavo.

—Reina Savara —dijo, llevándose la mano al corazón brevemente—. Me han enviado para avisaros de que os siguen dos kyralianos. —Guardó silencio por un momento para hacer memoria—. La Maga Negra Sonea y el asha… y lord Regin. Hemos intentado retenerlos en la finca, pero han desobedecido nuestra orden de quedarse allí y han salido por la fuerza valiéndose de la magia.

Lorkin contuvo un suspiro. Debía haberlo imaginado. «Pero si yo he sido incapaz de dejar que Tyvara vaya a la guerra sin mí, ¿por qué iba a esperar otra cosa de mi madre?».

—¿Algún herido?

El hombre sacudió la cabeza.

Kalia murmuró algo. Savara clavó en ella los ojos entornados. Luego se volvió hacia Lorkin, con las cejas arqueadas en un gesto inquisitivo.

Él se encogió de hombros.

—No lo sé. No me dijo que planeara seguirme… seguirnos.

—Espía —espetó Kalia.

La reina la miró con expresión de disgusto.

—Basta, Kalia. —Paseó la vista por el grupo y la fijó en dos de los Traidores, un hombre y una mujer—. Saral, Temi. Id al encuentro de la Maga Negra Sonea y pedidle explicaciones. —Hurgó en una bolsa que llevaba a la cintura y extrajo un anillo. Cuando se lo arrojó a la mujer, el sol se reflejó en él con un destello amarillo—. Usa esto para comunicarme su respuesta.

Ambos asintieron y, con mala cara por haber recibido un encargo tan fastidioso, se alejaron a caballo junto con el mensajero. Savara espoleó a su cabalgadura para que echara a andar y posó la mirada en la carretera que tenía delante. En un silencio grave, los dos equipos prosiguieron su camino, en dirección a la siguiente finca y la próxima batalla.

Lilia respiró hondo y exhaló antes de acercar la pluma al papel e intentar descifrar sus apuntes de la demostración de sanación de aquella mañana. Aunque habían reducido el número de materias que debía cursar y habían aplazado su graduación, le costaba concentrarse en momentos como aquel.

«Me resultaba más fácil estar motivada cuando creía que podría elegir la disciplina de sanación. Ahora que sé que no me dejarán elegir ninguna, ¿qué sentido tiene? —Sería una maga negra, y era más importante que estuviera preparada para luchar que para sanar—. Y no es que de pronto me entusiasmen las clases de habilidades de guerrero. Pero estas lecciones nuevas con Kallen han sido interesantes, tal vez porque hay mucho que descubrir en la magia negra. El Gremio no lleva siglos estudiándola ni lo sabe todo sobre ella».

La demostración de sanación de aquella mañana había sido con un hombre que había recibido una herida en un accidente durante una práctica de esgrima. La espada de entrenamiento de madera había atravesado la cota de piel reforzada, pero no se había clavado muy hondo. No era algo que sucediera a menudo. Las espadas solían resbalar al golpear la cota con el filo, y en teoría las estocadas no se lanzaban con fuerza. Sin embargo, el herido había saltado hacia su contrincante, que estaba enfadado y había atacado con más ímpetu del que pensaba.

«Una cuchillada rápida y enérgica —pensó ella—. Es lo que me gustaría hacer con la magia; en vez de usar un cuchillo, romper la barrera natural de la piel antes de emplear la magia para absorber energía. —Algo captó su atención, y cuando alzó la vista, vio que la profesora la observaba. Se percató de que hasta ese momento estaba con la mirada perdida, sin tomar apuntes—. Y pensando cómo matar a alguien con magia negra».

Otros rostros se volvieron hacia ella, pero los ignoró. Cuando había entrado en la universidad aquella mañana, y más tarde en el refectorio, las miradas y cuchicheos de los otros aprendices habían sido casi tan hirientes como cuando había reanudado sus estudios. Seguramente Bokkin había comentado algo sobre su clase con Kallen. Alguna mentira, por supuesto. Bokkin no querría reconocer que se había metido en una situación en que le habían leído la mente, así que probablemente se había inventado algo. Ella habría deseado que Kallen hubiera dicho qué quería de Bokkin delante de los otros aprendices. Entonces sabrían que ella le había leído el pensamiento a Bokkin, y si revelaba algo acerca de él, no podría contradecirla.

«Aunque no tengo la intención de contar a nadie lo que vi en su mente —pensó—. No me parecería bien. —Por otro lado, a Bokkin no lo habían engañado ni coaccionado; nadie le habría impedido que se marchara en cualquier momento—. Podría alegar que lo obligamos. No puede acusarnos a Kallen y a mí, pues para confirmarlo tendría que permitir que un mago le leyera la mente. Aun así, tal vez insistiría en afirmar que ocurrió otra cosa».

Reflexionó sobre su plan —su necesidad— de empequeñecer a otros antes de que llegaran a ser más fuertes que él. Si le molestaba ser más débil que alguien, jamás sería feliz. Vivía rodeado de magos más poderosos y, puesto que su fuerza mágica era mediocre, esto nunca cambiaría.

«Tal vez se marchará a otro sitio cuando se gradúe. A algún lugar donde todos los demás sean más débiles. —Se estremeció. ¿Qué haría Bokkin para asegurarse de ser el más fuerte y de que los demás lo supieran?—. Alguien tiene que mantenerlo vigilado». Tal vez Kallen, o alguno de los otros magos superiores. O ella. Un día sería maga superior. Podían acabar encargándole la vigilancia de Bokkin.

—Lady Lilia.

Su corazón dio un brinco cuando cayó en la cuenta de que se había ensimismado de nuevo. Sin embargo, la profesora no la miraba con desaprobación. Señaló la puerta. Al seguir la dirección de la mirada de la mujer, Lilia vio un rostro conocido, y el corazón le saltó en el pecho de nuevo.

Jonna. La sirvienta le hizo una señal para que se acercara.

Lilia se levantó de su asiento, dedicó una reverencia a la profesora, pasó deslizándose entre los pupitres y salió del aula.

—¿Qué sucede? —preguntó mientras Jonna inspeccionaba el pasillo a derecha e izquierda.

—Anyi ha ido a los aposentos de Sonea —respondió—. Dice que es posible que haya un intruso debajo de… ya sabes dónde.

A Lilia se le cortó la respiración.

—¿Hace cuánto?

—Llevaba un rato esperando, pero no estoy segura de cuánto. He tardado un poco en averiguar en qué aula estabas.

—Debería darme prisa… —Lilia avanzó un paso por el pasillo y se detuvo—. Debería ir por el otro camino. Será más rápido. ¿Puedes regresar y decírselo a Anyi?

Jonna negó con la cabeza.

—Ha vuelto a bajar. —La criada frunció el ceño—. Si te refieres al camino que me imagino…, te acompañaré para cerciorarme de que nadie te vea ir por allí.

—Gracias, Jonna. —Lilia se encaminó hacia un pasillo secundario y se adentró en las entrañas de la universidad, seguida por Jonna. Cuando llegaron frente a la puerta oculta que Anyi había desobstruido, la sirvienta se acercó al pasadizo lateral siguiente y echó un vistazo. Asintió.

—Tienes el campo libre. Ve con cuidado —susurró.

—Así lo haré —le aseguró Lilia. A continuación, tiró de la manija de la puerta y desapareció en la oscuridad del otro lado.

—Es increíble pensar que todas estas personas eran esclavos —comentó Regin.

—Sí —convino Sonea.

Acababan de alcanzar la cima de una colina baja y alargada. Ante ellos, el camino discurría prácticamente en línea recta y estaba repleto de caminantes y carretas; incluso se vislumbraba algún que otro carruaje lujoso. Al principio, ella se había preguntado qué motivo tenían los ex esclavos para emprender viaje, aparte del de ejercer su libertad recién adquirida para ir a donde quisieran. Sin duda lo más lógico habría sido que se apoderaran de las fincas en las que habían trabajado, para disponer de comida y alojamiento.

Entonces habían presenciado el reencuentro entre dos mujeres, una mayor que la otra, y habían descubierto que eran madre e hija. Una joven había soltado un grito de alegría cuando un hombre le había entregado un bebé. Dos muchachos arrancaron a correr el uno hacia el otro, a la voz de «¡hermano!». Parejas de todas las edades se abrazaban, caminaban y conversaban entre sí.

«Es posible que sus amos les prohibieran casarse —pensó Sonea—. Tal vez los criaron como a animales domésticos, pero no pudieron evitar que entablaran lazos de amor y familiares, a pesar de que la esclavitud se practica aquí desde hace más de mil años».

—Siempre he sido contrario a la esclavitud y me he enorgullecido de que Kyralia la aboliera en cuanto tuvo la libertad para hacerlo —dijo Regin—, pero eso sucedió hace siglos. Los kyralianos no comprendemos lo que significa en realidad, porque nunca hemos convivido con ella.

Sonea asintió. Al mirar a Regin, sintió un afecto inesperado. «Aunque los Traidores pierdan, al menos habré tenido la oportunidad de ver la compasión y la humildad que hay en su interior».

—Quizá esa sea la razón por la que no conseguimos erradicarla cuando conquistamos Sachaka —prosiguió él—. Hacía mucho tiempo que no la padecíamos en carne propia.

Sonea sacudió la cabeza.

—Pero solo habían transcurrido unos cientos de años desde que Kyralia y Elyne habían recuperado la independencia y puesto fin a la esclavitud.

—Fue un espacio de tiempo suficiente para que aquellos que llegaron a conocerla murieran de viejos y para que el concepto se convirtiera en una idea abstracta en la mente de sus descendientes.

—Y no obstante nos produce aversión, un sentimiento que se ha transmitido a lo largo de setecientos años.

—Solo porque es algo que relacionamos con los sachakanos.

A Sonea se le escapó una risita lúgubre.

—Ah, claro. Porque eso los volvía aborrecible a nuestros ojos, y nos confería una superioridad moral. Nunca subestimes el placer de encontrar defectos en los demás.

Regin posó la vista en ella con expresión ceñuda.

—¿No pensarás que la esclavitud es…?

—Por supuesto que no. Simplemente desearía que hubiéramos hecho esto cuando tuvimos la oportunidad. —Hizo un gesto en dirección a la gente que tenían delante—. Y que las Tierras Aliadas hubieran aceptado la propuesta de los Traidores.

—¿Querrías que entráramos en guerra, a pesar de que la mayoría somos demasiado débiles para influir en el resultado?

—Sí, pero a nuestra manera.

Regin la miró y abrió mucho los ojos.

—Te refieres a que todos los magos del Gremio os cediéramos nuestra energía a Kallen y a ti.

—Energía que yo ya he absorbido. Lo único que habríamos tenido que hacer era prepararnos y mandar a alguien a buscar a Kallen.

—¿O a Lilia, tal vez? —Regin arrugó el entrecejo—. No…, es demasiado joven.

—No mucho más de lo que lo era yo cuando luché por primera vez en una guerra, pero tienes razón. No quisiera cargarla con esa responsabilidad, y creo que no deberíamos arriesgarnos a perder a todos los magos que poseen conocimientos de magia negra.

Regin sonrió.

—Aunque al parecer se puede aprender en un libro, después de todo.

—Sí. —Sonea suspiró—. Me temo que el Gremio perderá pronto su batalla contra la magia negra. Si los Traidores salen victoriosos, sería aún más difícil… —Se interrumpió al ver a una pareja de jinetes que se dirigían hacia ellos. Vestían como Traidores y le resultaban familiares. Ambos tenían la mirada fija en Regin y en ella—. Me da la impresión de que esos dos vienen a nuestro encuentro.

Regin los miró con los párpados entornados por la deslumbrante luz del sol.

—Y no parecen muy sorprendidos de vernos. Supongo que alguien les habrá dicho que no hemos vuelto a casa.

Los observaron mientras se acercaban. «Un hombre y una mujer —advirtió Sonea—. ¿Será ella la maga y él una fuente de energía? —se preguntó—. ¿O han enseñado los Traidores a sus hombres a utilizar la magia para que puedan combatir?». A unos pasos de distancia, la pareja hizo parar a sus caballos de manera que impidieran el avance de Sonea.

—Maga Negra Sonea —saludó la mujer—. Lord Regin. Me llamo Saral, y él es Temi. La reina Savara manda a preguntar por qué no han regresado a su país.

Sonea se quedó callada, como meditando su respuesta. Aunque ya se esperaba la pregunta, no quería que sus palabras parecieran demasiado ensayadas.

—El Gremio tiene la obligación de velar por la seguridad de sus miembros cuando están en el extranjero —les dijo—. Estoy aquí para cerciorarme de que nuestros sanadores no corran peligro.

Los ojos de la mujer se vaciaron de toda expresión antes de clavarse de nuevo en Sonea.

—Nos aseguraremos de que ningún mago del Gremio que entre en Sachaka sufra daño alguno.

—¿O sea que os sobra tiempo para patrullar los caminos, y tenéis Traidores disponibles para hacer de guardias y escoltas, y al mismo tiempo para combatir contra los ashakis? Preferiría que destinarais todos vuestros recursos a lograr vuestros objetivos. —Sonea avanzó unos pasos hasta encararse con Saral, dirigiéndose a la mujer que sabía que la observaba a través del anillo que llevaba—. Más que nada porque mi hijo está con vos —añadió, en un tono más bajo pero severo—. ¿De verdad esperáis que vuelva a Kyralia? Solo soy una maga y no represento amenaza alguna para vos o vuestro pueblo, reina Savara. —Sonrió—. Tanto si Lorkin está con vosotros como si no.

Saral alzó la barbilla, desvió la mirada de nuevo y frunció el ceño. Con el semblante muy serio, bajó la vista hacia Sonea.

—Pueden seguir adelante hasta Arvice —dijo—, con la condición de que no entren en la ciudad antes que nosotros, ni se unan a las filas de los ashakis. No puedo garantizar su seguridad si se interpone en nuestro camino, y si su amante o usted toman partido contra nosotros en batalla, ambos morirán.

Sonea inclinó la cabeza.

—Os doy mi palabra de que cumpliremos estas condiciones.

Saral apretó los labios y se encorvó.

—Temi y yo les escoltaremos —dijo. El hombre que estaba a su lado emitió un suave gemido de protesta.

Sonea volvió a asentir.

—Gracias. Para evitar situaciones incómodas, debo señalar que se equivocan en un detalle.

—¿En cuál? —Saral achicó los ojos.

—Lord Regin no es mi amante.

La mujer arqueó las cejas con incredulidad. Por toda respuesta, hizo girar a su cabalgadura para orientarla en la dirección en que habían venido. Con una sonrisita, Temi la imitó y se situó al otro lado de Sonea. Regin avanzó hasta colocarse junto a esta, lanzándole una mirada fugaz.

—A los Traidores les gustan tanto los cotilleos como a cualquiera —murmuró, sonriendo.

Sonea se encogió de hombros y echó a andar. Aquellos cotilleos podían resultar peligrosos. Si un enemigo los tomaba por una pareja, podía intentar hacer daño a Regin para extorsionarla a ella. Por otro lado, tal como ella le había insinuado a Savara a través de Saral, si los Traidores quisieran extorsionarla, ya tenían a Lorkin. «Aun así… Regin podría ser un objetivo más conveniente para ellos, si Tyvara siente algo por Lorkin y a Savara le importan los sentimientos de Tyvara».

Se volvió hacia Regin, que la miró a su vez. Si estaba preocupado, lo disimulaba bien. Enarcó las cejas en un gesto inquisitivo, y su boca se curvó en una sonrisa leve de complicidad. Ella apartó la vista. «Cualquiera que nos observara pensaría que sí que somos pareja». Rememoró los días que habían pasado juntos desde que habían partido de Imardin. Había sido un alivio comprobar que se llevaban bien, que a ella no le molestaba la compañía de Regin, y que al parecer a él no le molestaba la suya. Pero ¿qué les hacía pensar a los demás que había algo más entre ellos? «Yo no hago nada que dé pie a ello —se dijo—. ¿Será Regin, entonces? Dudo mucho que…».

Sacudió la cabeza. «No. No está enamorado de mí. No seas tonta».

Pero ¿y si lo estaba? Sonea hizo memoria. Intentó recordar todo lo que él había dicho hasta entonces, cómo le había hablado, cómo la había tratado, cómo la había mirado. Recordó que se había hecho la misma pregunta en el carruaje, después de salir del Fuerte. ¿Qué había dicho él para sembrar esta duda en ella? Que hacía años que la admiraba.

«¿Trataba de hacerme entender algo más? —Sacudió la cabeza de nuevo—. ¿Me lo parece solo porque estoy dando vueltas al asunto?».

No podía preguntárselo a él, pues los Traidores la oirían. Pero si se presentaba la ocasión de hablar con Regin en privado… Solo de pensarlo, se le formó un nudo en la garganta. «No puedo hacer eso. ¿Y si estoy equivocada? Sería muy embarazoso para ambos. ¿O tal vez sería peor si estuviera en lo cierto? Al menos tengo la certeza de que no estoy enamorada de él».

La invadió un torbellino de emociones y pensamientos contradictorios. Necesitó todo su dominio de sí misma para caminar con paso firme y expresión serena. Entonces, tan deprisa como había surgido, el conflicto interior finalizó, dejándola sorprendida y desalentada.

«Así que lo estoy. No, podría estarlo. Eso es distinto. La posibilidad está ahí, pero no se ha concretado. Aún —pensó. Sin embargo, no le hablaría de ello a Regin. Y si él insinuaba que sentía algo por ella, tendría que desengañarlo—. No es que no lo haya perdonado. Se ha convertido en una persona mucho mejor que aquel aprendiz al que yo odiaba. Tampoco es que no haya superado la muerte de Akkarin…, bueno, la he superado lo suficiente para querer a otro hombre. Ni siquiera es porque esto pondría a Regin en peligro si alguien quisiera extorsionarme. Es porque…».

Sintió una punzada de irritación. ¿Por qué los únicos hombres que mostraban un interés romántico por ella no tenían derecho a ello? Aunque, en realidad, no tenía pruebas concluyentes del interés de Regin. Y era mejor así, ya que, si bien Regin se había separado de su esposa, legalmente seguía casado.