Capítulo 21

Dannyl se sentó frente a su escritorio y extrajo el anillo de sangre de Osen de su bolsillo. «Oh, cómo me gustaría poder aplazar esto un poco más». Pero no podía. Osen contaba con que Dannyl le presentara un informe cada dos o tres días. Si este no lo hacía, el administrador se molestaría o se preocuparía.

Aun así, Dannyl vaciló. «Nunca he sabido a ciencia cierta qué parte de mi mente es capaz de leer Osen durante nuestras comunicaciones. Siempre he supuesto que, como conoce mis inclinaciones, no explora muy a fondo…, y que, si creyera que estoy intimando demasiado con Achati, ya me habría reprendido». También suponía que Osen solo podía leer aquello que Dannyl pensaba activamente mientras llevaba el anillo, no todos sus recuerdos.

En ese caso, sin duda bastaba con que evitara pensar en la noche que pasó con Achati en el momento en que se comunicara con Osen. Por otro lado, cuando una persona estaba inquieta por algo, su mente tendía a centrarse en ello. Evitarlo requería concentración y control, capacidades que Dannyl había cultivado con ahínco en su época de aprendiz.

Cerró los ojos y realizó unos ejercicios de relajación mental. Cuando sintió que controlaba sus pensamientos, se puso el anillo. De inmediato oyó en su cabeza la voz de Osen.

Dannyl. Qué oportuno. Tengo una noticia urgente para ti. Sonea se reunió con los Traidores hace unas noches. Savara, su reina, le reveló su intención de derrocar a Amakira y a los ashakis y de liberar a todos los esclavos.

Su preocupación por lo que Osen vería en su mente había sido infundada. Sin duda aquella noticia acaparaba toda la atención del administrador. A Dannyl le dio un vuelco el corazón cuando Osen le contó que los Traidores habían rechazado la invitación de las Tierras Aliadas a integrarse en ellas y que en cambio habían alcanzado un acuerdo.

Lorkin se ha unido a los Traidores. Sonea y Regin se dirigen hacia Arvice, detrás de ellos.

¿Los Traidores han iniciado su avance?

Sí. Ayer atacaron las primeras fincas. No sé cuánto tardarán en llegar a Arvice, si es que llegan tan lejos.

¿Crees que vencerán? Si Lorkin iba con ellos, con toda seguridad pensaba que era posible. Por otra parte, si ahora el joven era leal a los Traidores, tal vez había decidido ayudarlos precisamente porque sus perspectivas no eran buenas.

Es imposible saberlo. Sonea cree que llevan mucho tiempo organizándolo. Nadie los ha obligado a enfrentarse a los ashakis. Ella duda que estuvieran dispuestos a jugarse el todo por el todo si no confiaran en la victoria.

Sin embargo, Achati no creía que tuvieran la menor posibilidad de triunfar. El rostro del hombre asomó a la mente de Dannyl, que sintió una punzada de aprensión antes de apartarlo a un lado.

Lo siento, Dannyl. Sé que consideras a Achati un amigo, pero no puedes advertírselo. Amakira se enteraría de que nosotros estábamos informados sobre ello antes que él. No hagas nada que despierte sospechas sobre nuestro conocimiento previo del asunto.

Entiendo. Entonces, ¿qué hacemos?

Quedaos donde estáis, y juntos; esto incluye también a Tayend. Manteneos al margen. Los Traidores no os harán daño. Los ashakis seguramente tampoco, mientras no sospechen que estamos de parte de los Traidores. Asegúrate de que Merria y Tayend entiendan todo lo que te he dicho.

De acuerdo. ¿Algún mensaje para ellos?

No. Sonea y Regin se reunirán contigo cuando lleguen, pero dudo que lo hagan antes de que finalice el conflicto.

Nos quedaremos aquí. Al menos así sabrán dónde encontrarnos.

Sí. A partir de ahora, infórmame una vez al día, o en cuanto te enteres de alguna novedad. Cuídate, Dannyl. Ponte en contacto conmigo si ocurre cualquier cosa.

Dannyl se quitó el anillo y se quedó mirándolo de nuevo. «Sachaka está en guerra —pensó—. Un ejército se dirige hacia aquí. Un ejército de magos, que sin duda se encontrarán con un ejército de magos negros del rey Amakira, en un enfrentamiento de una magnitud nunca vista desde hace más de seis siglos».

Se guardó el anillo, se levantó y salió de la habitación con grandes zancadas, entre esclavos que se dispersaban ante él. No había avanzado más de veinte pasos por el pasillo cuando una voz femenina lo llamó.

—¡Embajador!

Al volverse, vio a Merria acercarse a él a toda prisa.

—Anoche me contaron algo que te parecerá interesante —declaró ella.

—¿Debe oírlo Tayend también?

La joven asintió.

Él le hizo señas de que lo siguiera y oyó sus pisadas detrás de sí. Atravesaron la sala maestra, enfilaron el pasillo que había al otro lado y poco después llegaron frente a los aposentos de Tayend. La esclava que aguardaba atenta al otro lado de la puerta principal se arrojó al suelo.

—¿Está aquí Tay… el embajador Tayend? —preguntó Dannyl.

Ella movió la cabeza arriba y abajo.

—Dile que hemos venido a verlo.

La esclava se puso de pie apresuradamente y entró en una de las habitaciones. Un momento después se oyó un gruñido bajo seguido de una maldición.

—¡Fuera!

La mujer salió rápidamente y se acercó con paso acelerado a Dannyl y a Merria.

—No lo hagas —dijo Dannyl cuando ella se disponía a postrarse de nuevo.

—El embajador se está vistiendo —dijo la esclava antes de retirarse y quedarse de pie con la espalda contra la pared y la vista baja.

«Osen ha dicho que los Traidores intentarán liberar a los esclavos —pensó Dannyl—. Si lo consiguen, ¿adónde irán los esclavos de esta casa? —Tal vez podrían quedarse como sirvientes asalariados. Eso esperaba. Sería un alivio que abandonaran aquella actitud tan sumisa—. Aunque tal vez no opinaría lo mismo si empezaran a mangonearnos como hacen algunos criados kyralianos. —Pestañeó cuando se le ocurrió otra posibilidad—. Si los Traidores triunfan, acaban con la esclavitud y se unen a las Tierras Aliadas, ¿llegarán a convertirse en magos algunos de los ex esclavos?».

Recordó los extremos a los que Fergun había llegado para impedir que Sonea ingresara en el Gremio. Si no la consideraba digna de ser maga, ¿qué habría pensado de los esclavos sachakanos?

Curiosamente, esta idea hizo que se sintiera más animado, pero su buen humor se disipó cuando Tayend apareció con un aspecto desaliñado que evidenciaba que se había puesto sus elaborados ropajes a la carrera.

—Embajador. Lady Merria —saludó Tayend. Los guió hasta los taburetes colocados en medio del salón central, se sentó en un cojín especialmente grande y se frotó los ojos.

—¿Desvelado? —preguntó Dannyl.

Tayend hizo una mueca.

—Desvelado y con resaca. Mis amigos sachakanos estaban más empeñados de lo habitual en ahogar sus preocupaciones. —Se volvió hacia la esclava—. Trae agua y un poco de pan.

En cuanto ella se marchó, Dannyl invocó magia y generó una barrera en torno a ellos para aislar el sonido. Se inclinó hacia Tayend.

—Tienen motivos para ello.

El elyneo abrió mucho los ojos e irguió la espalda.

—¿Ah, sí?

Dannyl comenzó a referirles la noticia de Osen, y tanto Tayend como Merria asintieron.

—Eso explica lo que me contaron mis amistades anoche —dijo Merria—. Según ellas, las autoridades están torturando y matando a las esclavas sospechosas de ser Traidoras. —Hizo una pausa y arrugó el entrecejo—. También explica otra cosa. Mis amigas estaban haciendo preparativos para pasar el verano en una finca de campo y me invitaron a acompañarlas. Les contesté que no podía, que tenía que quedarme contigo. —Inclinó la cabeza hacia Dannyl—. Dijeron que Tayend y tú podíais ir con ellas también, en caso necesario.

—¿«En caso necesario»? —repitió Tayend—. Hum.

—Seguramente ya han partido. Supongo que podría averiguar dónde están. —Merria parecía preocupada.

Dannyl negó con la cabeza.

—No podemos irnos con ellas.

—Pero ¿tenemos que quedarnos aquí? —inquirió Tayend, mirándolo—. En las guerras se cometen errores. Pueden morir personas por estar en el lugar equivocado, o fulminadas por un azote mágico perdido que ha errado su objetivo. —Frunció los labios—. Supongo que no podríamos acompañar a Achati en otro viaje de investigación.

Ésta propuesta provocó a Dannyl una punzada de gratitud y nerviosismo. «Aunque aprecia a Achati, dudo que lo hubiera mencionado de no ser por mí».

—Si se lo sugerimos, sospechará que sabíamos que los Traidores planeaban una invasión —replicó Dannyl.

—A menos que él no lo sepa. Sería una forma de evitar que intervenga en el conflicto. Pero entonces nunca nos perdonaría que le impidiéramos cumplir con su deber —añadió Tayend, apartando la vista.

Tayend tenía razón. Achati era leal a su rey y a su pueblo. «Jamás abandonará Sachaka. Al menos por mí». Siempre lo había sabido.

—¿Qué harán los Traidores con las mujeres libres y sus hijos? —quiso saber Merria.

Hubo un intercambio de miradas sombrías.

—No creo que maten a nadie que no sea mago —dijo Tayend pausadamente.

—Depende de lo bien que hayan tratado a sus esclavos —agregó Dannyl.

Merria se encogió de hombros.

—Bueno, aunque afirman que no simpatizan con los Traidores, al parecer mis amigas tienen cierta conexión con ellos. Seguro que eso significa que no les pasará nada. —Posó los ojos en Dannyl—. A mí el que me preocuparía es tu amigo.

Se salvó de responder gracias a que la esclava reapareció en aquel momento. Dannyl se levantó para retirarse y Merria lo imitó.

—¿Quieres quedarte un rato, Dannyl? —preguntó Tayend. El elyneo esperó a que Merria y la esclava se fueran para hablar—. Estás angustiado. Lo noto. Pero no olvides que los Traidores pueden perder.

—Lorkin está con ellos.

Tayend torció el gesto.

—Ah, sí. Esto no puede acabar bien, ¿verdad?

Dannyl sacudió la cabeza.

—Solo nos queda esperar que, sea cual sea el desenlace, las personas que nos importan sobrevivan y huyan. —Dio media vuelta y echó a andar hacia la puerta.

—Él te importa, ¿verdad?

Dannyl se detuvo y, al volverse, vio que Tayend se había puesto de pie. Pensó en las palabras de Achati: «Me gustaría que fuéramos más que amigos, al menos durante un tiempo, antes de que los acontecimientos nos lleven a creer que debemos comportarnos como enemigos». Suspiró.

—No estoy enamorado, Tayend.

—¿No? —Tayend se le acercó y le posó una mano en el hombro—. ¿Estás seguro?

—Sí. Nunca creí que nuestra relación fuera a durar. Solo… suponía que se terminaría por razones políticas más prosaicas.

—Temes por su seguridad.

—Sí, como temería por la de cualquier otro amigo.

Tayend arqueó las cejas con incredulidad.

—Sois más que amigos, Dannyl.

—Tú y yo somos más que amigos, Tayend. Estuvimos juntos durante demasiado tiempo como para negarlo. También estaría preocupado por ti si te encontraras en la misma situación.

Tayend sonrió y le dio un apretón en el hombro.

—Y yo por ti. La diferencia es que yo volvería contigo sin pensarlo dos veces. Tú no. —Giró sobre sus talones y se dirigió de nuevo hacia los taburetes.

Dannyl se quedó sin respiración y contempló fijamente a Tayend. Cuando el elyneo miró hacia atrás, Dannyl apartó la mirada de él y salió de la habitación. No fue sino hasta que llegó a su habitación que su mente se recuperó de la sorpresa y comenzó a dar vueltas a lo que había descubierto y a todo aquello que temía.

Tras atravesar la puerta de los pasadizos interiores de la universidad, Lilia dio unos pasos y vio a los aprendices que estaban más adelante. No se apartaron cuando se acercó. En cambio, los tres se encararon con ella, interponiéndose en su camino.

Lilia aflojó la marcha. Oyó tras de sí el sonido de la puerta al abrirse de nuevo, seguido de una carcajada triunfal. Cuando se dio la vuelta, advirtió que Bokkin estaba allí junto a otros dos aprendices, todos con una gran sonrisa.

—Lilia —dijo Bokkin—. Justo la persona que buscábamos, ¿verdad? —Se volvió hacia sus acólitos, que asintieron.

Ella meneó la cabeza. «Es increíble que sean tan estúpidos. ¿Acaso no piensan en el futuro? ¿Creen que no me acordaré de nada de esto después de graduarme?». Sin embargo, este era un futuro lejano para ellos. Sabían que Lilia tendría prohibido utilizar la magia negra salvo en circunstancias excepcionales, y eran incapaces de imaginar que ella pudiera vengarse de otra manera.

—¿Sabes qué he oído, Lilia? —preguntó Bokkin—. He oído a alguien comentar que hace años que los aprendices no se unen contra alguien como tú, alguien que no sabe cuál es su sitio. Tengo entendido que la última vez fue bastante eficaz.

«Se refieren a Sonea», comprendió Lilia.

—¿Eficaz? —contestó ella—. Derrotó a su adversario en un duelo y se convirtió en maga superiora. Si eso es eficaz, debería animar a los aprendices a unirse contra mí.

Reprimió una risotada al ver la cara de sorpresa de los otros aprendices.

Bokkin frunció el ceño.

—Antes de eso. Antes de que…

La puerta que tenía detrás se abrió y un mago de túnica negra la cruzó con paso resuelto. Lilia sintió un gran alivio, pero se apresuró a adoptar una actitud circunspecta. Esperaba que, si su expresión la había delatado, los demás estuvieran demasiado ocupados mirando a Kallen para darse cuenta.

El mago negro los observó y la arruga entre sus cejas se hizo más profunda cuando comprendió lo que estaba ocurriendo allí. Los aprendices le dedicaron una reverencia. Él entornó los párpados.

—Lady Lilia —dijo—. Solo necesitamos un voluntario. —Escrutó el rostro de los demás—. ¿Quién de ustedes quiere tener el honor?

Los acólitos de Bokkin se volvieron hacia él con el ceño fruncido. Kallen siguió la dirección de sus miradas y asintió.

—Usted nos servirá, lord Bokkin. Síganos.

Los aprendices se arrimaron a la pared para dejarlo pasar. Lilia, que no quería caminar detrás de Kallen junto a Bokkin, dio media vuelta y encabezó la marcha hacia la pequeña habitación en la que Kallen le impartía instrucción. Cuando llegó frente a la puerta se volvió, suponiendo que Bokkin habría huido.

Pero el chico los seguía obedientemente. Estaba pálido y muy serio. «Preocupado —pensó ella, conteniendo una sonrisa—. Yo también lo estaría. ¿Qué demonios querrá hacer Kallen con él?».

El mago negro abrió la puerta e indicó a Bokkin que pasara al interior. Lilia entró tras él. Kallen señaló un asiento. Bokkin se sentó, con la vista baja.

—Gracias por ofrecerse voluntario —dijo Kallen, ocupando la otra silla—. ¿Le ha explicado Lilia que no le dolerá?

—Nnn… —empezó a decir Bokkin, con los ojos desorbitados.

—Todavía no —terció Lilia—. No he tenido tiempo de explicarle muchas cosas.

Kallen la miró. Aunque tenía una expresión ceñuda de desaprobación, ella percibió un brillo de otra cosa en su mirada. «¿Qué se traerá entre manos?».

El mago se volvió hacia el joven.

—De hecho, si se hace de manera correcta, el sujeto no percibe que le están leyendo la mente. —Bokkin abrió mucho los ojos, pero Kallen pareció no notarlo—. Bien, me he retrasado un poco y no quiero que llegue tarde a su primera clase, así que será mejor que empecemos. —Hizo una seña a Lilia—. Colócate de pie junto a él.

Ella se alegró de que Kallen le diera una razón para apartarse de la vista de Bokkin, pues dudaba que pudiera aguantar las ganas de sonreír durante mucho tiempo. Cuando obedeció, Bokkin intentó volverse hacia ella.

—Esto no era… Yo no…

Kallen se inclinó hacia delante y clavó en Bokkin una mirada desafiante.

—Conque ha cambiado de opinión, ¿eh? Supongo que podemos correr la voz de que necesitamos a otra persona.

Bokkin se quedó inmóvil. Lilia imaginó que estaba sopesando las opciones: ganarse fama de cobarde o dejar que Lilia y uno de los temidos magos negros le leyeran la mente. Para regocijo de Lilia, Bokkin decidió quedarse.

—No hurgarán en mis recuerdos, ¿verdad? —preguntó este.

Kallen hizo un gesto de negación.

—Por supuesto que no.

Bokkin asintió.

—Entonces, está bien.

Kallen se levantó e inclinó la cabeza hacia Lilia.

—Conectaré con tu mente; conecta tú con la suya.

Lilia respiró hondo, colocó las manos a los lados de la cabeza de Bokkin y, cuando notó que Kallen le apretaba las sienes con los dedos, inició un ejercicio sencillo para aclarar y centrar su mente.

Lilia, habló Kallen.

Kallen.

Ella solo percibía su presencia y su voz mental. En otras clases basadas en la comunicación telepática, él le había desaconsejado que imaginara que su mente era una habitación. Esto a veces dificultaba las lecciones, pero hacía que ella asimilara los conceptos de una forma menos consciente y más instintiva. De este modo, la sensación de usar la magia pasaba a ser como la de mover una extremidad: un acto reflejo y a la vez deliberado.

Bokkin nos denunciará si exploras sus recuerdos, pero dudo que tenga mucho control sobre su mente. Seguramente nos mostrará lo que no quiere que veamos de todos modos. Si permaneces alerta, quizá percibas algo que te sea útil para hacer que deje de molestarte.

Lilia no pudo ocultarle su conmoción.

Pero… ¡deberíamos ignorar esos recuerdos!

Sí. No obstante, el Gremio nos permite saltarnos ligeramente las normas en casos excepcionales. La experiencia nos ha enseñado que más vale frenar en seco el acoso a los aprendices que pasarlo por alto y arriesgarnos a que estos infrinjan las reglas y las leyes más tarde.

¿Se refiere a lo que ocurrió con Sonea?

Y a los conflictos que surgieron cuando se abrieron las puertas del Gremio a alumnos de clase baja.

No sé si me atrevería a aprovechar información muy privada…

Tal vez no sea necesario. Quizá la amenaza de aprovecharla baste para pararle los pies.

Eso espero.

Ahora concéntrate en la mente de Bokkin. Percibe su resistencia intuitiva a la lectura mental.

Ella siguió sus indicaciones y captó una sensación de triunfo en Bokkin cuando fracasó.

Ahora, fíjate bien…

La presencia de Kallen se expandió y se debilitó, como un rayo de luz al atravesar un visillo. La mente de Bokkin no percibió el intento de intrusión concentrado, por lo que no luchó contra él. Al cabo de un momento, la presencia de Kallen se intensificó de nuevo.

Ahora prueba tú. Despeja tu mente de todo salvo de una intención: la de penetrar en su pensamiento de forma lenta y sutil, como el humo.

Como el humo o como la luz; parecía fácil, pero Lilia tuvo que intentarlo varias veces antes de conseguir que la mente de Bokkin no la detectara. Éste debió de notar que cambiaba su estrategia, pues cuando ella consiguió introducirse en su mente, advirtió que estaba preocupado.

«Esto no está bien —pensó él—. Ha quebrantado una ley. No deberían dejar que aprenda esas cosas».

Surgió un recuerdo. Un rostro. Lilia supo al instante que era el del padre de Bokkin. «Siempre habrá otros que lleguen a ser más fuertes que tú…, si se lo permites. Tienes que meterlos en cintura mientras sean débiles, impedir que se vuelvan fuertes». Bokkin se percató de lo que estaba haciendo y se esforzó por dejar de recordar, pero no antes de que Lilia captara tres destellos breves de imágenes cargadas de emoción. Cariño y dolor. Palizas. Ira. Pena.

Ella comprendió entonces que Bokkin creía en ello firmemente sin la menor sombra de duda y lo consideraba el mejor consejo que le había dado su padre. Al fin y al cabo, este así lo había demostrado al convencer a base de golpes a su hijo de que lo obedeciera y lo temiera. Luego había muerto a manos de un hombre a quien, según había reconocido, debía haber tratado con más dureza.

«Eso es lo que intenta hacerme —concluyó ella—. Está pensando en el futuro. Como voy a ser más fuerte que él, trata de debilitarme ahora. —Se estremeció al imaginar el tipo de mago en que se convertiría—. Para entonces será más poderoso que la mayoría de la gente. Solo se sentirá amenazado por otros magos. Como yo».

¿Lilia?, envió Kallen.

Ella salió de la mente de Bokkin.

¿Sí?

Lo has hecho bien. Es suficiente por ahora.

Notó que las manos de Kallen se apartaban de su cabeza, así que abrió los ojos y soltó a Bokkin. Kallen se acercó a la silla y se sentó. La puerta que tenía detrás se abrió.

—Puede irse, lord Bokkin. Gracias por su ayuda. Dígale a uno de los demás que se presente aquí mañana a la misma hora.

—Sí, Mago Negro Kallen. —El joven hizo una reverencia y salió a toda prisa de la habitación.

La puerta se cerró tras él. Lilia se apoyó en el respaldo de la silla, retrasando el momento de sentarse. No quería notar ni el calor residual que Bokkin había dejado allí.

—¿Qué has descubierto? —preguntó Kallen.

Lilia hizo una mueca.

—Que cree que cualquiera que pueda llegar a ser más fuerte que él es una amenaza, así que ha encontrado la manera de dominarlos antes de que ellos lo dominen a él. —De pronto cayó en la cuenta de que seguramente la pregunta se refería a la técnica de lectura mental—. Y la lectura mental funciona de un modo totalmente distinto. No se puede leer la mente de alguien intentando imponerse sobre él.

Kallen asintió.

—En efecto. —Sacudió la cabeza—. Los magos como Bokkin son la razón por la que no enseñamos este nivel de lectura mental a todos.

—Un momento… ¿Está diciendo que cualquiera podría aprender a hacer esto?

—Por desgracia, sí. El Gran Lord Akkarin fue el primer mago del Gremio que aprendió a leer la mente de una persona contra su voluntad, por lo que siempre se había dado por sentado que era una técnica que requería el dominio de la magia negra. Reveló a la Maga Negra Sonea que no era verdad cuando le enseñó a leer la mente antes que a absorber y almacenar magia. Sonea accedió a guardar esa información en secreto. Tú también debes hacerlo.

—Oh, ya lo creo. —Al imaginar lo que Bokkin sería capaz de hacer con esos conocimientos, Lilia sintió un escalofrío.

—Tienes una manera fresca e interesante de abordar las cosas, Lilia —comentó Kallen—. Como esa idea de utilizar un azote de fuerza rápido e intenso en vez de un cuchillo cuando haces magia negra. Es ingeniosa. Se la he descrito a lady Vinara, y hemos barajado posibilidades de experimentar con ella de forma segura.

Al oír el elogio, ella notó que se le encendía el rostro y bajó la mirada.

—Bueno…, espero que funcione.

—Aunque no funcione, vale la pena intentarlo. Bien, hemos terminado por hoy. Será mejor que te vayas a tu primera clase.

Cuando la puerta se abrió de nuevo, Lilia se inclinó y murmuró el nombre de Kallen. Se dirigió hacia el aula debatiéndose entre la alegría y la preocupación. «Estoy aprendiendo mucho de Kallen, y creo que me mira con mejores ojos desde que las lecciones no se centran en prácticas de combate».

Sin embargo, ahora que sabía por qué Bokkin la acosaba, no tenía idea de cómo conseguir que la dejara en paz. «Siempre dirigirá sus esfuerzos contra mí. Por otro lado, yo siempre seré más fuerte, y él es demasiado tonto para convertirse en una amenaza de otro tipo, así que supongo que la situación podría ser peor».

Pero tendría que vigilarlo en todo momento, lo que resultaría muy, muy molesto.

En cuanto los pasos de Anyi se apagaron a lo lejos, Gol se levantó y sacó sus utensilios de debajo del colchón. Mientras el hombretón ponía manos a la obra de nuevo, Cery inspeccionó los agujeros que su amigo había practicado en una zona de la pared un rato antes, a través de la argamasa y de la tierra que había al otro lado. Anyi no había reparado en ellos. Los ladrillos eran irregulares y estaban agrietados, y Gol había elegido lugares donde el farol proyectaba sombras intensas.

Cery tenía que agacharse para ver el extremo de los tubos que Gol había introducido en cada agujero, de los que sobresalía una tira de papel aceitado.

—¿Cuántos más quieres preparar? —preguntó Cery.

Gol se había acercado a la pared opuesta.

—Depende de lo rápidamente que creas que podemos encenderlos. No conviene que el primer grupo se dispare mientras encendemos los demás. Si pongo cinco en cada pared y nos encargamos de una pared cada uno, quizá logremos encenderlos todos. Tráeme un tubo, ¿quieres?

Cery se dirigió hacia la caja de fruta que Lilia les había llevado la noche anterior, la vació y levantó la arpillera que cubría el fondo. Había guardado el fuego de mina debajo, confiando en que la aversión de Anyi por la fruta le impidiera descubrirlo.

Cuando le acercaba el primer tubo a Gol, se fijó en un fino reguero de polvo que escurría por un pliegue del papel, en un extremo.

—Está roto. ¿Es grave?

Gol se volvió, y sus ojos se desorbitaron.

—Sujétalo con el agujero hacia arriba —le indicó en tono apremiante.

Cery así lo hizo, y el polvo dejó de caer.

—¿Tan peligroso es?

—Sí —respondió Gol con expresión muy seria—. Si hay mucho fuego de mina flotando en el aire, una vela o una lámpara puede hacerlo estallar. —Bajó la vista hacia el tubo y vertió un poco de polvo en la palma de su mano antes de meterlo en la pared—. Te lo demostraré. Llévate una vela al pasadizo y colócala a unos veinte pasos.

En la mano de Gol quedaba poco más que un pellizco de polvo. Cery cogió una vela encendida, salió de la habitación con ella y la dejó en el suelo del pasadizo. Gol le hizo señas de que se acercara y se parapetara tras él.

—Más vale que te tapes los oídos.

Juntó el polvo entre dos dedos, se abalanzó hacia delante y lo arrojó hacia la vela. Un destello deslumbró a Cery, y al mismo tiempo un sonido como de una mano gigantesca asestando una palmada sobre una mesa retumbó en el pasadizo. Se levantó una polvareda con la tierra que caía de las paredes próximas a la vela, que de pronto se había hecho mucho más corta y estaba rodeada de un charco de cera derretida.

Cery apartó las manos de sus orejas. «Todo esto con solo un pellizco. Y hay mucho más dentro de esos tubos».

—¿Estás seguro de que quieres meter tantos tubos en la pared?

Gol se encogió de hombros.

—En algún lugar hay que ponerlos. Es más seguro guardarlos dentro de la pared que en la habitación, junto a nosotros.

«Claro. Aunque la dejáramos en el cuenco de fruta, podría dispararse cuando estallaran las otras cargas. Es preferible que destroce el interior de una pared a que nos destroce a nosotros».

—¿Cuánto tardan en arder las tiras retardadoras?

—Lo que se tarda en contar hasta veinte. —Gol recogió la vela, se la pasó a Cery y regresó a la habitación—. Si no disponemos de tiempo suficiente, quizá solo consigamos encender una a cada lado. Me imagino que cuando estallen, las otras detonarán también.

—O sea que encendemos una y salimos pitando.

Gol frunció el ceño.

—¿Ése sonido es Anyi, que ya viene de vuelta?

Cery prestó atención. Al oír unas pisadas leves, se dirigió rápidamente hacia la caja y colocó la arpillera y la fruta dentro, mientras Gol escondía sus herramientas para taladrar. Por si acaso no se trataba de Anyi, no soltaron las velas. Al cabo de un momento, un silbido suave resonó en el pasadizo y ambos se tranquilizaron.

Cery respondió con otro silbido y, un instante después, Anyi entró con paso veloz, sujetando su farol. Él cayó en la cuenta de que había supuesto que ella estaba más lejos porque sus pasos apenas eran perceptibles. Cuando Anyi los vio, soltó un jadeo.

—Una de las paredes se ha derrumbado cerca de la barrera de Lilia. O alguien la ha echado abajo. Sea cual sea la causa, ahora existe otro camino para llegar hasta aquí sin atravesar su escudo.

A Cery el corazón le dio un vuelco.

—¿Has encontrado huellas?

Ella alzó los hombros.

—No veía nada. He bajado la tapa del farol para que no me descubrieran y he venido directa hacia aquí. Pero tampoco he oído nada.

Cery se volvió hacia Gol, que le devolvió la mirada con el rostro lleno de preocupación.

—Creo que deberías ir a buscar a Lilia —dijo Gol.

—Estará en clase. No puedo presentarme sin más y…

—Ve a los aposentos de Sonea —dijo Cery con firmeza—. Dile a Jonna que vaya a por Lilia.

—Deberías venir conmigo y esconderte en los aposentos de Sonea.

—Si oímos algo, te seguiremos —le aseguró Cery—. Anda, vete.

Ella se quedó inmóvil por un momento, mordiéndose el labio, antes de marcharse a toda prisa. Gol no esperó a que sus pasos se apagaran. Se abalanzó sobre el taladro y prácticamente embistió la pared con él. Cery inclinó la caja para dejar caer la fruta y se la llevó a su amigo. Quedaban cuatro tubos de fuego de mina en el fondo. No dejaba de repetir mentalmente las palabras de Gol mientras aguzaba el oído para intentar captar cualquier sonido procedente de los pasadizos. «Es más seguro guardarlos dentro de la pared que en la habitación, junto a nosotros».

No estaba seguro de si se le había acelerado el pulso por la expectación o por el miedo. ¿Se aproximaba Skellin? ¿Había llegado por fin el momento de accionar la trampa? ¿Se abriría un socavón enorme en los jardines, descubriendo al renegado a los ojos del Gremio, como habían planeado? ¿O tal vez Skellin, que no se esperaba la explosión, moriría?

«Pase lo que pase, al menos Anyi no está aquí. No tengo intención de morir junto con Skellin, pero cuantas menos personas haya por aquí, menor será la posibilidad de que alguno de nosotros salga herido».