Ya antes de que el sol saliera de detrás del horizonte, los Traidores se disponían a partir. Sonea reparó en que no estaban preparándose para desayunar. «Cuando los Traidores se hayan ido, nosotros nos acabaremos nuestras provisiones y pondremos rumbo a casa», decidió. Sin embargo, no sabía a ciencia cierta si ese «nosotros» comprendía a dos o a tres personas.
Se volvió hacia Lorkin, que había dormido junto a Tyvara las dos últimas noches. Ella lo había escuchado con atención durante las negociaciones. En muchas ocasiones, él se había referido a los Traidores en primera persona, y a las Tierras Aliadas y el Gremio en tercera persona. Sonea se estremeció, presa de un temor repentino.
Su hijo había cambiado, aunque no del todo. Seguía siendo Lorkin, pero había madurado. Y… había algo más. Una especie de fuerza interior que había compensado el resquemor que le había quedado después de que le partieran el corazón. Esto no sorprendía a Sonea. Lorkin había pasado por muchas cosas en el medio año que había transcurrido desde que se había marchado del Gremio. Y ahora pesaba sobre sus hombros la responsabilidad de la magia negra.
«Debería estar horrorizada, pero lo único que siento es tristeza. Él no es consciente de la carga que esto supone, de que vivirá marcado para siempre como una persona que no es de fiar, aunque ellos acepten su decisión y el argumento de que era el precio de aprender a elaborar piedras».
«Ellos» eran el Gremio y los otros kyralianos. Sonea no creía que fueran a rechazarlo. ¿Cómo iban a rechazarlo, cuando habían admitido a Lilia? «Pero cada vez que un mago aprende magia negra, es como si perdiéramos algo. La inocencia, tal vez. O la prudencia».
Lorkin había regresado de llenar su cantimplora. Ella pensó en las gemas que llevaba en el bolsillo y que por el momento no había mencionado a los Traidores. Tyvara alzó la vista hacia Lorkin con una sonrisa cuando este le pasó la cantimplora. Era de ella, no de él. Sonea sintió una punzada de pesar por no haber tenido tiempo de conocer mejor a la joven. La mirada que Tyvara dirigió a Lorkin provocó otro escalofrío de advertencia a Sonea, que frunció el ceño.
«Para ser una pareja tan claramente enamorada, no se comportan como si estuvieran a punto de despedirse».
Como si hubiera adivinado que lo observaba, Lorkin se volvió y fijó la vista en Sonea. Su sonrisa desapareció, miró de nuevo a Tyvara y asintió. Ella adoptó una expresión seria, de comprensión. Movió la cabeza afirmativamente y siguió a Lorkin con la mirada mientras este se acercaba a Sonea.
—Mamá —dijo—. ¿Podemos hablar en privado?
—Por supuesto. —Sonea se puso de pie, echó un vistazo en torno a sí y, tras elegir una dirección al azar, comenzó a andar. Él la acompañó en silencio. Unos veinte pasos más adelante, ella se detuvo, creó alrededor de los dos una barrera que aislaba el sonido y aguardó a que él hablara.
De pronto, Lorkin fue incapaz de mirarla a los ojos.
—Me… esto… nos…
Ella suspiró y decidió ahorrarle el mal trago.
—¿Regresarás a Kyralia conmigo?
Él enderezó los hombros e irguió la cabeza.
—No.
Sonea lo miró, luchando contra el pánico que amenazaba con apoderarse de ella. «Podría ordenarle que regrese, o pedirle a Osen que se lo ordene él». Sin embargo, sospechaba que esto empujaría a Lorkin a cometer una tontería aún peor.
—No es por Tyvara —aseguró él—. Bueno, no solo por Tyvara. —Su mirada se tornó intensa. Sonea leyó en ella emoción y esperanza—. Creo que los Traidores ganarán. Cuando dicen que acabarán con la esclavitud…, también lo creo. Llevan años planeándolo. Siglos.
—Pero… si ganan, ¿serán mejores que los ashakis?
—Sí —respondió él con firmeza.
—¿Y si pierden?
Él adoptó una expresión sombría. Su madre entrevió de pronto en su rostro qué aspecto tendría diez años después o más. «Si sobrevive a las siguientes semanas. No, es mejor no pensar en ello».
—Hay cosas por las que vale la pena jugarse la vida —aseveró él—. Si hubieras visto lo que hacen los ashakis, si lo hubiera experimentado en carne propia, también querrías librar al mundo de ellos.
Al percibir la rabia y el horror en su voz, ella sintió un dolor en su interior. «¿Qué le hicieron? —Quería saberlo, encontrar al responsable y hacerle daño—. Tanto por haberle hecho eso a mi hijo como por moverlo a arriesgar su vida de esa manera».
—Al Gremio no le gustará, pero estoy segura de que eso ya lo sabes.
Él asintió.
—Diles que me declaren oficialmente un exiliado. De este modo, no tendrán que rendir cuentas por mis actos, si perdemos.
A Sonea se le cayó el alma a los pies. «Debería alegrarme de que haya pensado en esto con tanto detenimiento, pero me es imposible. Si al menos pudiera ocupar su lugar… Aunque dudo que esto lo disuadiera de ir a la guerra, de todas maneras».
De pronto, supo qué haría a continuación. Si él no volvía a casa, ella tampoco volvería. Lo seguiría a donde fuera. Haría todo cuanto estuviera en su mano por protegerlo.
—Así que ahora te consideras un Traidor. —Sonea movió la cabeza arriba y abajo—. Entonces, hay algo que debes saber. —Se llevó la mano al bolsillo, extrajo una de las gemas y se la tendió.
Él la cogió y la examinó con atención. Al cabo de unos instantes, abrió mucho los ojos.
—Ya me imaginaba que era posible —jadeó.
Mientras Lorkin contemplaba la piedra fascinado y con avidez, Sonea sintió una satisfacción y un orgullo agridulces. Saltaba a la vista que su hijo comprendía una magia que ningún mago del Gremio había explorado antes. «Y le encanta».
—¿De dónde la has sacado? —preguntó él.
Ella hizo un gesto en torno a ellos.
—En la tierra y en la arena. Hay otra en el manantial que mantiene puras sus aguas. Creo que las hay por todo el páramo. Puedes detectarlas si sabes lo que buscas y eres un mago negro.
Lorkin abrió la boca y tendió la mirada hacia el paisaje árido y sin vida.
—¿Estás diciendo que…?
—Sí. El páramo habría reverdecido hace siglos, de no ser por los Traidores. —Le tocó el brazo—. ¿Estás seguro de que quieres abandonar el Gremio para unirte a esa gente, a un pueblo tan despiadado? Podrías ayudarlos a poner fin al dominio de los ashakis sin dejar de ser leal al Gremio.
Él bajó la vista hacia la gema y frunció el ceño. Cerró los dedos en torno a la piedra y asintió.
—Estoy seguro. No son perfectos —torció los labios en un gesto irónico—, pero sin duda alguna son mejores que los ashakis.
Se encaró con ella y le posó las manos sobre los hombros.
—Te quiero, mamá. No tengo la menor intención de morir en esta guerra. Regresaré al Gremio. La reina Zarala me transmitió los conocimientos sobre la elaboración de piedras para que pudiera difundirlos, y eso haré si el Gremio me lo pide. Volverás a verme.
La abrazó con fuerza. Ella lo estrechó contra sí, y necesitó toda su fuerza de voluntad para no retenerlo cuando Lorkin se apartó. Él sonrió antes de dar media vuelta y echar a andar con aire decidido hacia los Traidores.
Sonea parpadeó para contener las lágrimas, suspiró y lo siguió.
Tras salir del alojamiento de los magos al soleado exterior, Lilia entornó los párpados y se encaminó hacia la universidad. Advirtió que había más aprendices yendo y viniendo de lo que era habitual a aquella hora de la mañana. La mayoría de ellos se arremolinaba en torno a la entrada de la universidad. Cuando se acercó y se adentró en la sombra del edificio, se percató de que todos los rostros se habían vuelto hacia ella.
Notó que un escalofrío le bajaba por la espalda y aflojó la marcha.
Reconoció a varios como amigos de Bokkin. Dos se hicieron a un lado. Al principio, ella supuso que era para dejarla pasar, pero un matón al que conocía bien ocupó el hueco. Le sonrió cuando ella se aproximó a la escalera.
—¿Qué andas haciendo por aquí, Lilia? —preguntó él—. La atalaya está allá. —Señaló hacia lo alto de la colina.
Algunos de los aprendices rieron entre dientes. Se apiñaron entre sí. Ella tendría que abrirse paso a empujones o rodear la universidad hasta la parte delantera.
—No te dejaremos entrar —declaró Bokkin.
Lilia reprimió una sonrisa. «Idiota. Es tan obvio lo que se proponen que sobran explicaciones. Y ahora no podrán fingir que no estaban haciendo nada malo».
Subió los primeros escalones y se detuvo.
—¿Estáis seguros? —preguntó, clavando los ojos en cada uno de los aprendices—. El Mago Negro Kallen me espera dentro para enseñarme todo tipo de secretos de magia negra. Tal vez no le haga mucha gracia que me impidáis llegar a tiempo a su clase.
Algunos estudiantes arrugaron el entrecejo e intercambiaron miradas dubitativas.
—Kallen solo puede hacer que simules luchar con magia negra —repuso Bokkin—. No eres capaz de aprender nada más. Ni siquiera te has graduado todavía.
—He oído que no vas a graduarte —añadió una de las chicas que estaban cerca de Bokkin—. Dicen que no te lo permitirán. Serás una aprendiz toda la vida.
Lilia se encogió de hombros.
—Me graduaré el año que viene. Tengo que aprender más cosas que los aprendices normales y corrientes. —Para asegurarse de que captaran la indirecta, llevó la mano al interior de su túnica y sacó la navaja pequeña y estrecha que había comprado por recomendación de Kallen. No entendía por qué él había insistido en que necesitaba una pese a que en teoría no debía utilizar la magia negra, pero sospechaba que era para poder dar el visto bueno al arma que ella eligiera. Le aconsejó que adquiriera algo sencillo pero de buena calidad, algo más refinado que un cuchillo de cocina, pero en absoluto llamativo ni de mal gusto como las dagas que llevaban los sachakanos. Lilia había ido a ver a algunos cuchilleros y se había hecho con una navaja elegante y delgada con una hoja que se doblaba hasta quedar escondida en un mango de ébano y plata. Había practicado abrirla y cerrarla con una sola mano.
Realizó este movimiento ahora. Resistió el impulso de reír cuando varios aprendices soltaron un grito ahogado. Pero no podía quedarse allí blandiendo la navaja. Si un mago la veía, esto le ocasionaría tantos problemas como a los otros aprendices. O quizá más. En su bolsa, junto con los libros y apuntes, llevaba un pachi. Jonna se lo había puesto allí cuando había quedado claro que Lilia no tendría tiempo para terminarse el desayuno.
Lilia lo sacó y empezó a cortar la fruta en rodajas para comérsela.
—Kallen vendrá y descubrirá qué es lo que me está entreteniendo —les dijo mientras masticaba—. Yo no querría estar en…
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó una voz en tono imperativo. Al alzar la vista, Lilia vio la cabeza de un mago aparecer por detrás de los aprendices—. Buscaos otro lugar donde juntaros y dejad de obstruir las puertas.
Los estudiantes se dispersaron de inmediato, pero los que estaban más próximos al mago le dedicaron antes una reverencia apresurada. Lilia reparó en que Bokkin era el único que parecía desilusionado. Los demás se mostraron aliviados. Él la miró con desdén mientras ella pasaba frente a él al subir la escalera. El mago era un alquimista de mediana edad al que ella recordaba de su segundo año de estudios.
—Buenos días, lord Jotin —dijo ella, inclinándose.
—Lady Lilia. —Él la saludó con un movimiento de la cabeza y, tras echar una ojeada alrededor para cerciorarse de que los aprendices no se acercaran de nuevo, enfiló el pasillo. Lilia continuó comiéndose el pachi mientras se dirigía hacia el aula en la que Kallen impartía sus clases, arrinconando todos los pensamientos sobre Bokkin. En algún momento debía plantear a Kallen la pregunta de Anyi, por lo que tenía que pensar la mejor manera de formularla. Se detuvo a limpiar la navaja y poner en orden sus ideas antes de abrir la puerta del aula y entrar.
—Buenos días, lady Lilia —dijo Kallen, con los labios curvados en una media sonrisa.
—Mago Negro Kallen. —Ejecutó una reverencia, se sentó y abrió la boca para hablar pero se interrumpió al fijarse en los objetos que había sobre la mesa: un cuenco de cerámica junto a algunas de las barras de vidrio que empleaban los alquimistas cuando necesitaban crear vasijas y tubos para un uso concreto.
—Hoy te enseñaré a fabricar gemas de sangre —le informó Kallen.
Un escalofrío la recorrió. Aquella era una parte de la magia negra que la mayoría de la gente consideraba aceptable y segura. Kallen cogió un tubo y le indicó que lo imitara.
—El modo más sencillo de enseñar el procedimiento es comunicarlo de mente a mente. El Gran Lord anterior lo descubrió examinando un antiguo anillo de sangre. He visto y estudiado ese anillo, y he de reconocer que me alegro de no haber tenido que resolver el acertijo por mí mismo. Primero, funde un poco de vidrio, sin dejar de hacerlo girar en el aire para que conserve la forma.
Ella se guardó la pregunta de Anyi para más tarde y siguió las instrucciones. Cuando cada uno tenía una esfera de vidrio fundido flotando y girando ante sí, él le dijo que lo tomara de la mano y se concentrara en sus pensamientos. Lilia observó cómo Kallen daba forma a su magia e imponía su voluntad sobre el vidrio, alterando su estructura de alguna manera para luego dejarlo enfriar. A continuación, él la miró mientras ella intentaba hacer lo mismo con su pieza.
Repitieron el proceso varias veces, fundiendo y moldeando el vidrio de nuevo, hasta que Kallen decidió que Lilia dominaba lo suficiente la técnica para tratar de añadir sangre al vidrio. Sorprendida, descubrió que esto no hacía más que imprimir una identidad en las gemas.
—La gema de sangre solo actúa cuando alguien la toca —le explicó él—. ¿Entiendes las funciones diferentes que desempeña la gema con quien proporcionó la sangre y con quien la está tocando?
—El creador ve lo mismo que el portador, aunque no quiera. El portador no ve lo mismo que el creador, pero puede recibir comunicaciones mentales sin que nadie más las oiga.
—Sí, pero la gema no solo transmite lo que el portador ve, sino también sus pensamientos, a menos que este lleve una piedra de bloqueo.
Ella pestañeó, extrañada. Nunca había oído hablar de eso.
—¿Qué es?
—Algo que hacen los Traidores, y que es posible que tengamos pronto. No son piezas de vidrio, sino cristales a los que se asigna una función mágica conforme crecen. Una piedra de bloqueo evita las lecturas mentales y permite que el portador proyecte los pensamientos que desea que perciba quien intenta escrutar su mente.
Una sensación fría descendió por el espinazo de Lilia.
—El anillo de Naki.
Una expresión de sorpresa asomó al rostro de Kallen, seguida de una de disculpa.
—Lo siento. No me acordaba de que ya habías visto una piedra de bloqueo.
Ella sacudió la cabeza.
—No se preocupe por eso. ¿Qué más puede hacerse con esas piedras?
—Cualquier cosa que un mago sea capaz de hacer.
—Incluso un mago negro.
—¿Te refieres a absorber y almacenar energía? Sí, pero por ahora será mejor que no comentes eso con nadie.
Lilia emitió un silbido bajo.
—Espero que estemos entablando amistad con esos Traidores. Me parece que no nos conviene tenerlos como enemigos.
Kallen frunció el ceño.
—Estamos trabajando en ello, con la esperanza de que nos revelen los secretos de la elaboración de piedras a cambio de algo. —Agitó una mano para cambiar de tema—. Ya te contaré más sobre eso en otro momento. Lo importante es que la elaboración de piedras requiere el dominio de la magia negra.
Esto llenó de emoción a Lilia.
—¿Aprenderé a fabricar esas piedras? —Esto significaría que ella sería uno de los primeros magos del Gremio que sabría utilizar aquella magia nueva.
—Quizá.
—¿Tendré que viajar a Sachaka?
—No. —Sin embargo, por el silencio que siguió y el semblante pensativo de Kallen, ella dedujo que la respuesta no era del todo sincera. Él meneó la cabeza.
—Bien, hemos terminado por hoy. ¿Alguna pregunta?
El corazón le dio un brinco a Lilia cuando le vino a la memoria la pregunta de Anyi.
—Sí. ¿Permitiría el Gremio que Cery y sus dos guardaespaldas se alojaran aquí?
Kallen bajó las cejas.
—¿Ha empeorado su situación? —inquirió.
—Posiblemente. ¿Se lo permitirían?
—Tendré que obtener la autorización de los magos superiores, pero es probable que la concedan. ¿Cuándo vendría Cery?
—Pronto. —Al percatarse de que esto podía significar cualquier cosa, precisó—: Dentro de pocos días.
Él asintió.
—Te avisaré lo antes posible. —Sonrió con frialdad—. Conseguimos unas semillas de un perfumista, gracias a ti. Las plantas aún no han crecido lo suficiente para determinar si son de craña, pero no tardaremos en saberlo. Si Cery sigue dispuesto a ayudarnos a atrapar a Skellin, quizá lo averigüemos pronto.
Ella movió la cabeza afirmativamente. Otra vez la palabra «pronto».
—Está más que dispuesto —aseguró—. De eso no me cabe la menor duda.
Cuando Anyi y Lilia desaparecieron en la oscuridad, camino del alojamiento de los magos y los aposentos de Sonea, Gol miró a Cery, arqueando las cejas.
—Sí —respondió Cery en voz baja—. Dime qué has averiguado.
Gol se inclinó hacia delante.
—Todo ha cambiado. Los demás ladrones…, bueno, ya no se hacen llamar así, sino «príncipes». A Skellin lo llaman «rey».
—Claro. —Cery puso los ojos en blanco—. Rey de los Bajos Fondos. ¿Qué opina la gente de a pie?
—Que se les han subido los humos. Pero nadie lo dice en voz alta. Están asustados. Saben que Skellin es un mago renegado y que su madre es la Cazaladrones. Los dos han hecho cosas muy feas a personas que se negaban a obedecerles —añadió Gol con una mueca—. Lo bueno es que ahora todo el mundo lo odia.
—¿Qué piensan de mí?
Gol se encogió de hombros.
—Te dan por muerto.
—¿Y si supieran que estoy escondido?
—He dejado caer esa posibilidad, y algunos han dicho que ya les gustaría, que ojalá estuvieras trazando un plan para deshacerte de Skellin.
—¿Nadie cree que he abandonado a mis trabajadores?
—Nadie me lo ha expresado así. Lo interesante es que, en una casa de bol, los clientes con los que estaba charlando se han puesto a discutir sobre si estás oculto en el Gremio o no. El que lo dudaba ha dicho que es imposible, porque el Gremio está conchabado con Skellin.
Cery arrugó el entrecejo.
—Podría ser solo un rumor.
—Sí, para que la gente tema a Skellin.
—Si supieran que no es verdad, no lo temerían tanto.
Gol sacudió la cabeza.
—Pero seguirían temiéndolo demasiado para hacer algo.
Cery se agarró al borde de su asiento y tamborileó con los dedos sobre la parte de abajo.
—¿Qué hay del proveedor?
—Saski continúa allí. Aún tiene el fuego de mina. Ha estado intentando vender un instrumento nuevo que lo utiliza, una especie de cerbatana que, según me han avisado, tan pronto funciona como te explota en las manos. Su producto más popular son unos paquetitos que se arrojan al fuego para que revienten con un estallido y un fogonazo. A la gente le gustan los petardos, pero por lo demás el fuego de mina no les parece muy útil teniendo en cuenta que los magos pueden conseguir el mismo efecto.
—¿No se dan cuenta de que permite a personas normales hacer cosas de magos?
—Pero no el tipo de cosas que les gustaría hacer, como sanar, levitar o mover objetos desde lejos. ¿Quién necesita hacer explotar cosas aquí, en la ciudad? Además, Saski desanima a los clientes con sus advertencias sobre lo peligroso e impredecible que es. Tienen la impresión de que la magia es mucho más segura.
Cery asintió.
—Cierto. El problema no es solo que el fuego de mina puede estallar en un momento inoportuno, sino que es posible que no estalle cuando necesitemos que lo haga. ¿Estás seguro de que la trampa funcionará?
—Casi. Antes, cuando era más amigo de Saski, él me describía a menudo cómo se usaba el fuego de mina en los yacimientos del extremo norte. Emplearemos el mismo método.
—¿Cómo vamos a adquirirlo? ¿Podemos pedir a un chico de la calle que compre uno de esos petardos para nosotros?
Gol movió la cabeza arriba y abajo.
—Sería lo más prudente. No creo que Saski sea la clase de persona que correría a vendernos a Skellin, aunque nunca se sabe. Podría ser tentador para él. Dudo que esté ganando mucho dinero.
—Pero necesitamos que Skellin se entere de nuestro paradero.
—No a través de Saski, pues entonces Skellin sabría que hemos comprado fuego de mina y se preguntaría qué nos traemos entre manos. No tardaría mucho en concluir que estamos tendiendo una trampa.
—Es verdad. —Cery paseó la vista por la habitación—. En fin, tendrás que prepararlo todo aquí sin que Anyi se huela nada.
—En cuanto introduzca los tubos en las paredes, no será fácil que los descubra, sobre todo si los ponemos en los agujeros y los huecos del mortero.
—Pero tendrás que hacerlo mientras ella no esté.
—No querrás esperar a que estén seguros de que las plantas son de craña, ¿verdad? Una vez que tendamos la trampa, existirá el peligro de que se dispare antes de que estemos listos.
Cery negó con un gesto.
—No después de lo que dijo Lilia respecto a que los magos superiores accederían a dejarnos vivir en el Gremio mientras tanto. Anyi estaba demasiado ansiosa por trasladarse allí, demasiado dispuesta a discutir conmigo sobre ello. —Sacudió la cabeza—. Algo me dice que se le está agotando la paciencia, o que sabe algo que nosotros no.
—¿Que las plantas no son de craña, por ejemplo?
—Tal vez.
Gol se encogió de hombros.
—Sin embargo, ella tiene razón. No hay necesidad de pasar incomodidades o de arriesgarnos a meter a Lilia en líos por escondernos aquí.
—Pero si los rumores que has oído son ciertos y alguien del Gremio está compinchado con Skellin, quizá caigamos directamente en sus garras. Se asegurarán de que el Gremio no colabore con nosotros para capturar a Skellin, o de que algo salga mal y acabemos todos muertos. De lo contrario, podríamos sacar a la luz su sucio secretillo.
Gol alzó la mirada hacia el techo.
—Bueno, si Anyi no se equivoca respecto a que estamos debajo de los jardines situados entre la universidad y el alojamiento de los magos, no hay duda de que nuestra trampa pondrá a Skellin a merced del Gremio.
Cery sonrió.
—Sí. Pero asegurémonos de que no nos cueste la vida a todos.