El cielo nocturno estaba despejado, y la luna brillaba con fuerza en lo alto. Cery exhaló un suspiro de alivio. Aunque aquella claridad aumentaba el peligro de que alguien los viera, también facilitaba su avance por el bosque. Ni Gol, ni Anyi ni él estaban acostumbrados a moverse entre los árboles y la vegetación.
Pese a que Lilia había logrado proporcionarles casi todo lo que necesitaban, gracias a Jonna, algunos artículos le habían resultado imposibles de conseguir. Ya habían regresado dos veces a la granja a recoger más sillas, arpillera y paja para confeccionar colchones. Ésta noche iban en busca de objetos más prácticos.
—Un cubo o una tina, y más sacos. ¿Algo más? —preguntó Anyi.
—No —le dijo Cery—. No busques más cosas que llevarte solo para aprovechar que estás allí.
Mientras ella se alejaba entre la espesura, él se volvió hacia Gol.
—Ten cuidado. No intentes hacer otra cosa.
Gol asintió. Cery siguió con la mirada a su amigo mientras caminaba dando traspiés entre los árboles en la dirección contraria, y se estremeció cuando el chasquido de una rama resonó en el bosque. «Si Anyi lo oye… Bueno, él puede alegar la misma excusa que yo le daré cuando regrese y vea que Gol no está: que ha ido a investigar la mejor manera de burlar a los perseguidores si algún día tenemos que huir por aquí».
Cery retrocedió hacia el agujero, recogió su farol y bajó de nuevo hacia el túnel. Anyi había insistido en que bastaba con que uno de ellos se colara en la granja. Él se había mostrado de acuerdo, pero solo porque quería comprobar cómo iban los experimentos del Gremio con la craña.
«Aunque tal vez los cambiaron de lugar después de que Lilia les revelara que los habíamos descubierto».
Encontró las raíces que colgaban y las apartó a un lado. Enfiló el túnel, intentando no hacer ruido al andar conforme se aproximaba a la puerta de la bodega secreta. Todo parecía estar tal como lo había dejado. Se inclinó hacia la mirilla y no vio más que oscuridad. Por un momento, fue incapaz de desterrar de su mente la idea de que había magos aguardando al otro lado y la mirilla permanecía tapada con una tela negra para que pareciera que la habitación no estaba iluminada. Aplicó la oreja a la puerta y escuchó durante un rato. Todo estaba en silencio.
Bajó la tapa del farol hasta que solo salía luz por una pequeña rendija. Abrió la puerta lentamente. Un aire húmedo que olía a moho surgió de la habitación, junto con el eco del chirrido de las bisagras. Cery levantó la tapa de la lámpara. La luz inundó la bodega vacía. Vio las mismas mesas en los mismos sitios en que se encontraban la última vez. Entró y caminó hacia ellas. Estaban cubiertas de recipientes pequeños. Se percató de que había menos de la mitad que antes. Alguien había barrido polvo y trozos de tiestos rotos hasta formar un montoncito a un lado. Algunas de las macetas parecían quemadas. Cuando las estudió con atención, descubrió que las que estaban sobre la mesa estaban chamuscadas por un lado, al igual que la mesa. Con el ceño fruncido, se acercó más. Las macetas solo contenían tierra.
«¿O tal vez no?». Se inclinó hacia ellas. Unos brotes diminutos sobresalían de la tierra.
Cery sonrió. «Crecen deprisa, estas plantitas —se dijo. Luego sacudió la cabeza—. Nunca imaginé que pensaría eso sobre la craña».
Regresó a la entrada secreta, salió de nuevo al túnel y cerró la puerta tras de sí. Se encaminó hacia la red principal de pasadizos, pero en vez de volver a la cámara en que vivían ahora, comprobó que la galería que conducía al Camino de los Ladrones continuara bloqueada por el escudo de Lilia.
Para cuando llegó a su habitación nueva, supuso que era lo bastante tarde para que Anyi hubiera regresado antes que él. Sin embargo, ella no estaba allí. Cery se sentó a esperarla. Al poco rato notó que la ansiedad se apoderaba de él. En aquel lugar costaba calcular el paso del tiempo. Resultaba demasiado fácil imaginar que habían transcurrido horas, que le había sucedido algo a su hija.
«Al menos, si alguien la descubre, seguramente será un criado de la granja o un mago. Ni uno ni otro le harán daño».
Le vino a la memoria un viejo recuerdo de una Sonea mucho más joven, de pie en una plaza de la ciudad, con la vista fija en el cuerpo quemado de un joven. Los magos podían cometer errores.
«Lo hicieron solo porque pensaban que los atacaban. Anyi es una joven que va sola y, a diferencia de Sonea, no posee poderes mágicos».
No obstante, el corazón le latía demasiado deprisa, lo que le ocasionaba un dolor cada vez más intenso.
«Anyi es espabilada —se dijo—. No dejará que la apresen».
Pero si la apresaban, se negaría a revelar el paradero de Cery. La echarían del Gremio, a la ciudad. Donde Skellin aguardaba…
«Basta —se reprendió, frotándose el pecho—. Es inútil preocuparse por algo hasta que…».
Le llegó un sonido procedente del exterior de la habitación. Se le heló la sangre. Contuvo la respiración y aguzó el oído. Solo percibió el silencio. Justo cuando había llegado a la conclusión de que se lo había imaginado, oyó un roce muy leve. Se levantó, convencido de que alguien se aproximaba a la cámara esforzándose por pasar inadvertido. ¿Habían capturado a Gol en cuanto había puesto un pie en la ciudad? ¿Le había arrancado Skellin por medio de la tortura la información sobre dónde estaba Cery?
Miró en torno a sí. «Ni siquiera hemos tenido la oportunidad de tender la trampa. ¿Qué hago?». Se volvió hacia la abertura de la habitación contigua. Su vía de escape.
Entonces cinco golpes resonaron en el pasadizo. «La señal». Suspiró y se dejó caer en la silla, tan aliviado que estuvo a punto de olvidar que debía responder golpeando una caja. Unas pisadas se acercaron, y una luz iluminó la pared del pasillo, moviéndose de un modo que recordaba la forma de andar de Anyi. Ella se asomó por detrás de una esquina, desplegó una gran sonrisa y entró, cargada con dos cubos.
—¿Dónde está Gol? —preguntó mientras los dejaba en el suelo.
—Explorando el bosque, por si tenemos que huir por allí. ¿Qué es eso? —Echó una ojeada a los cubos, que contenían algo más que arpillera.
—Fruta. Me ha parecido un desperdicio no coger un poco ya que ellos se habían encargado de la recolección.
—Te he dicho que no te llevaras nada más.
—Sí, bueno, ya sabes lo obediente que soy. Y el apetito que tengo.
Él alzó la mirada hacia ella y entornó los párpados.
—Has dicho que no te gustaba la fruta.
Ella apartó los ojos.
—He dicho que no me gusta la mayor parte de las frutas. —Se sentó y bostezó.
—Mentirosa.
—¿Quieres que me retracte?
Él emitió un gruñido brusco.
—Duerme un poco.
—Pero Gol no ha regresado aún.
—Tardará un rato. Es tarde, y cuanto antes te duermas, antes podré dormir yo también.
—Está bien, de acuerdo.
Anyi se acercó al colchón y se acostó. No tardó en quedarse dormida mientras Cery reanudaba la espera, presa otra vez de las preocupaciones.
«Ten cuidado, Gol, viejo amigo. No solo por nosotros. Te conozco desde hace demasiado tiempo para perderte esta noche».
Cuando Tyvara se marchó para averiguar qué quería Savara, Lorkin vio que su madre asentía.
—Es una chica lista. Apuesto a que no contaba con que tú entrarías en su vida.
Lorkin sonrió de oreja a oreja.
—La verdad es que opuso mucha resistencia. Durante un tiempo pensé que solo me había imaginado que también estaba interesada en mí.
—¿Y ahora estás seguro?
—Sí. —Le entró una sombra de duda—. Casi.
Ella rió entre dientes antes de ponerse seria.
—Conque magia negra…
Lorkin desvió la vista, pero se obligó a sostenerle la mirada a su madre. Como antes, su expresión era inescrutable. No obstante, sus ojos reflejaban algo. No era desaprobación.
«Tristeza», comprendió él de pronto. Por algún motivo, esto lo hizo sentir aún más culpable.
—Solo para poder aprender a elaborar gemas, madre —alegó. Ella arqueó las cejas—. Para que el Gremio pudiera aprender a elaborar piedras —se corrigió.
—Creía que te habías ofrecido voluntario para trabajar como ayudante de Dannyl porque querías encontrar una alternativa a la magia negra.
Lorkin suspiró.
—Sí, así es. Tenía la esperanza de que las piedras de los Traidores fueran esa alternativa.
—¿De verdad es imposible fabricarlas sin magia negra?
—Imposible no, pero… sería como intentar construir una casa con los ojos vendados. El modo en que la magia superior altera la percepción y el control sobre la magia permite asignar funciones a las piedras de un modo más sencillo y preciso.
—¿«La magia superior»? —Ella sonrió y miró hacia otro lado—. Quienes emplean esa expresión suelen ser personas que están a favor de la magia negra.
—Y la expresión «magia negra» la usan quienes no ven con buenos ojos la magia superior. —Lorkin se encogió de hombros—. Tanto si su desaprobación está justificada como si no.
—¿Está justificada?
Lorkin se acordó de Evar, cuando lo habían despojado de toda su energía como represalia; de sí mismo, cuando era prisionero de Kalia y lo mantenían débil. Por otro lado, si los seguidores de Kalia no hubieran dominado la magia negra, habrían encontrado otra manera de castigar a Evar y otras maneras de retener a Lorkin.
—En parte. Cualquier tipo de magia puede prestarse a abusos. Los Traidores son la prueba de que una cultura que practica la magia negra no tiene por qué asemejarse a Sachaka…, es decir, a la Sachaka dominada por los ashakis.
Su madre asintió.
—Del mismo modo que Kallen y yo somos la prueba de que no todos los magos enloquecen e intentan apoderarse del Gremio en cuanto aprenden magia negra.
—Yo habría pensado que mi padre ya era una prueba de ello.
Ella hizo un gesto vago.
—No es el mejor ejemplo, pues la utilizó para obtener el cargo de Gran Lord, al fin y al cabo.
—Sí. Resultó ser un hombre que guardaba muchos secretos.
Ella soltó una carcajada amarga.
—Ya lo creo. Después de lo que descubriste, me… me pregunto qué más ocultaba.
—En fin… —Respiró hondo—. ¿Me admitirá el Gremio ahora que sé magia negra?
Ella frunció los labios y no respondió de inmediato.
—Probablemente. La elaboración de piedras es un nuevo tipo de magia con un gran potencial, y a ellos les interesa.
—¿A pesar de que requiere la magia negra?
—Sí, aunque eso seguramente significa que solo se permitirá a unos pocos que la aprendan. Kallen. Lilia. Yo. Tú.
—¿Lilia? Ah, la aprendiz que la aprendió en un libro. Eso sí que fue algo inesperado.
—Sí. El instinto me dice que posee un talento especial para ello y que tal vez otros no aprenderían tan fácilmente a partir de una descripción. Aunque tal vez eso sea cifrar demasiadas esperanzas en ella.
—¿Fue otro de los engaños de mi padre? ¿Pretendía reducir el peligro para el Gremio haciéndonos creer que la magia negra no podía aprenderse en un libro, para que nadie lo intentara?
—No lo creo. —Juntó las cejas—. Hay otra posibilidad. Quizá Zarala le dijo que solo podía enseñarse mente a mente, para disminuir el riesgo de que el Gremio adoptara la magia negra. Él…
Ella enderezó la espalda, abriendo mucho los ojos. Lorkin, suponiendo que Osen estaba comunicándose con ella, aguardó. Al oír el reclamo de un pájaro, devolvió su atención a la realidad que lo rodeaba y se percató de que el sol descendía ya hacia el horizonte. Las montañas se erguían majestuosas a un lado. De pronto, cobró conciencia de que no eran más que un grupo pequeño de personas aisladas, desprotegidas e insignificantes.
«No, no es verdad. Somos magos. Entre nosotros se encuentran dos figuras poderosas de nuestros pueblos. Están a punto de tomarse decisiones importantes, de trascendencia histórica».
Su madre suspiró. Posó la vista en él y luego en Regin. Como si notara que estaba siendo observado, este levantó la mirada. Sonea le hizo señas de que se acercara, y él se levantó y se apartó del par de Traidoras con quienes estaba conversando.
—Tengo una respuesta —anunció ella no bien Regin llegó junto a ellos. Cuando hizo ademán de ponerse en pie, él le tendió la mano y, para sorpresa de Lorkin, su madre la tomó y dejó que él la ayudara—. Lorkin, ¿puedes ir a avisar a la reina?
El joven obedeció y encontró a Savara, que hablaba en voz baja con Tyvara. Las dos se mostraron un poco molestas por la interrupción, hasta que Lorkin les explicó que la Maga Negra Sonea había recibido respuesta del Gremio.
Savara se levantó y se quitó el polvo de la ropa mientras la madre de Lorkin se dirigía a su encuentro. Se sentaron formando un círculo reducido en el mismo lugar donde se habían acomodado la noche anterior.
—Los líderes de las Tierras Aliadas han deliberado sobre vuestra invitación, majestad —comenzó Sonea—. Ante todo, debo expresar nuestro agradecimiento. Es un honor para nosotros que nos invitarais a participar en vuestra lucha. No obstante, la influencia que podemos tener en el resultado es minúscula comparada con las posibles consecuencias de nuestra intervención si perdierais. Como bien habéis señalado, hoy por hoy tenemos muy poco que ofrecer a un ejército como el vuestro. En las Tierras Aliadas, algunos creen que estorbaríamos más que ayudar. —Sus labios se curvaron en una sonrisa irónica a la que Savara respondió con una expresión divertida—. Otros son menos pesimistas y argumentan que más de una vez en el pasado hemos demostrado poseer más fuerza y recursos de lo que parecía. Por desgracia, los primeros son más numerosos que los segundos, por lo que se ha llegado a la conclusión de que no podemos unirnos a vosotros en un conflicto contra el rey Amakira.
A Lorkin se le cayó el alma a los pies. Miró en torno a sí y vio expresiones de indignación en los rostros de los Traidores. Pero no de sorpresa.
—Todos han manifestado su apoyo a vuestro objetivo de acabar con la esclavitud en Sachaka —prosiguió Sonea—. Si aplazáis vuestros planes, quizá tengamos tiempo para convertirnos en un aliado más útil para tamaña empresa. De lo contrario, os deseamos éxito y esperamos establecer en el futuro, si no una alianza, vínculos comerciales. Mientras tanto, si la oferta sigue en pie, estamos dispuestos a brindaros los servicios de nuestros sanadores a cambio de gemas mágicas, y tengo instrucciones de negociar los detalles de dicho acuerdo ahora mismo, si no tenéis inconveniente.
Savara asintió.
—Por favor, transmítales mi agradecimiento por haber tenido en cuenta nuestra invitación —dijo—. Puesto que no necesitamos esperar a que las fuerzas aliadas se unan a nosotros, no aplazaremos nuestros planes. Nos marcharemos por la mañana. No obstante, seguimos dispuestos a ofrecer piedras a cambio de sanación mágica. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño—. ¿Cuánto tardarán sus sanadores en llegar a Arvice? Espere. Antes de responder… —Se volvió hacia Lorkin—. ¿Puedes pedirle a Tyvara que traiga un poco de raka?
Lorkin asintió, se levantó y se acercó a paso rápido a Tyvara, que estaba sentada aparte, presenciando la reunión.
—Savara quiere que lleves raka —le informó—. ¿Te ayudo?
Ella levantó hacia él una mirada escrutadora pero permaneció inmóvil.
—¿Qué ocurre? —preguntó Lorkin en voz baja.
—¿Qué vas a hacer? ¿Adónde irás?
Él dirigió la vista a su madre y la fijó de nuevo en Tyvara.
—No… no lo sé. —Sin duda Sonea confiaba en que regresaría a Kyralia, a pesar de que había aprendido magia negra. Él quería regresar, o mejor dicho, tener la posibilidad de regresar, pero alejarse de Sachaka implicaba alejarse de Tyvara. «Y de los Traidores. Quiero ser testigo de su triunfo. Marcharme ahora sería como irme sin terminar de escuchar la historia que alguien está contando».
Con la salvedad de que escuchar historias no era tan peligroso como combatir en una guerra. Si se quedaba con los Traidores, estaría en pleno frente de batalla. Los ashakis lo considerarían otro objetivo. No dudarían en matarlo, por más que fuera un mago del Gremio.
El Gremio tampoco querría que se involucrara. Las Tierras Aliadas habían rehuido el conflicto directo con el rey Amakira por temor a que los Traidores fueran derrotados y el monarca buscara venganza. Que un mago del Gremio luchara al lado de los Traidores daría la impresión de que el Gremio los apoyaba.
«Pero van a enviar sanadores. ¿Cuál es la diferencia?».
Solo iban a prestar sus servicios, no participarían en los combates. Seguramente procurarían llegar después de la batalla. No resultarían útiles antes ni durante los combates, y esto les permitiría retirarse a Kyralia, rápidamente en caso necesario, si los Traidores perdían.
Quizá podría unirse a ellos como voluntario. Aunque no era sanador, sabía sanar con magia, y podía oficiar de mediador entre sanadores y Traidores. «Eso también significaría mantenerme al margen de la batalla, apartado de Tyvara». Sabía que no cabía la menor posibilidad de que ella abandonara a su pueblo para irse con él a Kyralia, y que él haría lo que fuera por protegerla. Incluso luchar junto a los Traidores.
Pero si iba a luchar junto a los Traidores, no podría hacerlo como mago del Gremio.
La miró.
—¿Qué quieres tú?
Ella lo observó con atención.
—Que te quedes conmigo —respondió—, pero solo si así eres feliz y estás a salvo.
Él sonrió. «Yo deseo exactamente lo mismo para ella. Sin embargo, es imposible que estemos felices y a salvo a la vez».
Lo que le facilitaba mucho la decisión.
—No seré feliz si no intento al menos que tú estés feliz y a salvo —aseveró—, así que supongo que tendré que acompañarte para asegurarme de que no te maten.
Ella abrió mucho los ojos.
—Pero… el Gremio… ¿Qué sentido tiene que hayas aprendido a elaborar piedras si…?
—Lord Lorkin —lo llamó Savara—. Tenemos sed.
Él se agachó y besó a Tyvara.
—No te preocupes por el Gremio. Ya encontrarán alguna solución.
Ella asintió.
—Voy a buscar la raka. Tú regresa con ellas.
Lorkin dio media vuelta y echó a andar de vuelta hacia donde estaban su madre y la reina. Tenía el corazón desbocado, pero no estaba seguro de si era por el pánico y el terror o por el júbilo y la emoción. «Seguramente por todo ello. ¿De verdad estoy preparado para dejar el Gremio y unirme a los Traidores? ¿Estoy lo bastante loco para arriesgar la vida en batalla?».
Se sentó y dirigió la vista hacia Tyvara. Ella le devolvió la mirada, y su rostro pasó de la alegría a la preocupación y de nuevo a la alegría. Él sonrió, y ella curvó los labios como respuesta.
«Sí. Sí que lo estoy».
Cuando el carruaje de la Casa del Gremio atravesó la verja de la mansión de Achati, los esclavos se dispersaron a toda prisa. Todos desaparecieron menos el portero, que se arrojó a los pies de Dannyl cuando este se apeó. Dannyl miró en torno a sí, pensando que no recordaba haber visto entre ellos a ninguna esclava. ¿Era sencillamente porque Achati prefería que sus esclavos, al igual que sus amantes, fueran hombres, o porque de ese modo esperaba reducir el riesgo de que hubiera espías Traidores en su casa?
—Llévame ante el ashaki Achati —ordenó Dannyl.
El esclavo se levantó de un salto con toda la agilidad de la juventud y guió a Dannyl a través de la puerta de madera pulida y sin adornos hacia el frescor del pasillo que había al otro lado. Dannyl se había debatido en la duda de si aceptar o rechazar la invitación hasta que, a mediodía, se había dado por vencido y había consultado a Tayend.
—Claro que debes ir —le había dicho este, sin apenas alzar la vista de su escritorio—. Un embajador debe mantener sus contactos importantes, y Achati es el único que está dispuesto aquí a relacionarse con nosotros.
De modo que allí estaba Dannyl, caminando por el corredor hacia la sala maestra, con el pulso algo acelerado y una sensación molesta y desconcertante en el estómago. No bien llegó al final del pasillo, respiró hondo, exhaló despacio e intentó distender sus facciones en una sonrisa cortés cuando vio al hombre que lo esperaba.
—Embajador Dannyl. —Achati se dirigió a su encuentro y lo aferró del brazo en un saludo a la manera kyraliana.
—Ashaki Achati —respondió Dannyl.
—Me alegro mucho de que hayas aceptado mi invitación —dijo Achati, con una sonrisa amplia—. Pasa y siéntate. He ordenado a los esclavos de la cocina que se esmeren esta noche. Fíjate, incluso tengo vino de Kyralia.
Le hizo señas a Dannyl de que se acercara a los taburetes y se agachó para recoger una botella. La tendió hacia él para mostrarle la etiqueta.
—¡Anuren oscuro! —exclamó Dannyl, impresionado—. ¿Cómo lo has conseguido?
—Tengo mis fuentes. —Achati señaló los taburetes—. Toma asiento, por favor.
Al parecer, Achati estaba decidido a comportarse como si nada hubiera ocurrido desde la última visita de Dannyl. Contra toda lógica, esto hacía que el embajador se sintiera más incómodo. Tenía la sensación de que el ashaki debía expresar su pesar por todo aquello por lo que su rey los había hecho pasar. Fingir que no había sucedido nada no reavivaría su amistad.
Entonces, justo cuando Dannyl empezaba a irritarse, Achati lo sorprendió.
—No espero que me perdones —dijo mientras servía vino en una segunda copa.
Dannyl tardó unos instantes en reaccionar.
—No sé qué responder a eso —dijo con sinceridad.
—No digas nada. No hace falta que mientas para ser diplomático.
—Si no esperas que te perdone, supongo que no pedirás disculpas.
Achati sonrió.
—No. Y tú no me agradecerás que haya sacado a Lorkin de Arvice, pese a que lo organicé todo.
—Debería agradecerte al menos que no lo hayas entregado al rey —señaló Dannyl.
—Nunca me he prestado a hacer nada que requiriese eso.
—¿Prestarte…? —A Dannyl se le hizo un nudo en el estómago—. El rey te envió a prevenirnos sobre el secuestrador, ¿verdad? No fuiste porque estuvieras preocupado por nosotros.
—Sí, él lo sabía… y no, mi motivación era que estaba preocupado por vosotros de verdad. —Achati se encogió de hombros—. Convencí al rey de que me dejara avisaros con la esperanza de que Lorkin confiara en mí. No creía que fuera a revelarme gran cosa, después de lo que había hecho cuando estaba en el calabozo, pero vi la posibilidad de obtener un poco de información, y eso era mejor que nada.
Dannyl arrugó el entrecejo. ¿Qué había hecho Lorkin en el calabozo?
Achati rió por lo bajo.
—Lorkin es mucho más duro de lo que parece. Demostró una crueldad inesperada, teniendo en cuenta que no podía saber que lo que hizo obligaría al rey a liberarlo. —Su sonrisa se desvaneció—. Todos aquellos a quienes se lo he preguntado tienen una versión distinta sobre el origen del veneno. El rey no se declara responsable. Los Traidores, obviamente, tampoco lo harán. Si fue otra persona, es muy improbable que confiese que actuó contra la voluntad del monarca, o, por el contrario, que obedecía sus órdenes. Saliera de donde saliese el veneno, quedó claro que alguien había intentado matar a un mago del Gremio, y eso disgustó a demasiados ashakis.
«¿Alguien intentó matar a Lorkin? ¿Con veneno?». Dannyl esperó que el asombro no se le notara demasiado.
—¿O sea que el rey dejó marchar a Lorkin y más tarde intentó apresarlo de nuevo, pero solo para ponerlo a salvo del envenenador?
—Sí.
—Entonces… no pudo ser el rey quien intentó asesinar a Lorkin.
—No lo creo, ya que me autorizó para ayudar a Lorkin a escapar.
—¿Por qué lo hizo?
—Me aseguró que si conseguía que Lorkin me contara algo sobre los Traidores, me dejaría hacer lo que considerara apropiado —contestó Achati, con un asomo de sonrisa irónica.
—Suena como una apuesta. Me imagino que no es un rey al que le guste perder apuestas.
—Cumple con su palabra.
—¿Qué te jugabas tú?
Achati agitó la mano con aire de suficiencia.
—Mi casa.
—¿En serio? —Dannyl miró alrededor—. ¿Posees otras tierras?
—No.
«Entonces había mucho en juego». Pero en la política y en la guerra siempre lo había. A Dannyl lo invadieron sensaciones conocidas como la gratitud, el afecto y la admiración, y luchó por ahuyentarlas. Al pensar en las advertencias de Tayend, le sorprendió notar en su interior sentimientos similares. También los dejó a un lado. «Tayend es… un amigo. Tal vez, de no ser por Achati, volveríamos a ser más que eso». Pero Achati estaba allí…
El ashaki contemplaba el vino con aprobación. Dannyl no pudo evitar advertir lo distinto que era de Tayend. Aunque su constitución no era tan robusta como la del sachakano medio, Achati era moreno y de hombros anchos, mientras que Tayend era liviano y esbelto. «¿Cómo puedo sentirme atraído por personas tan diametralmente diferentes? Ah, pero los dos son agudos de ingenio y perspicaces. Supongo que me gustan los hombres inteligentes. En cambio, me pregunto qué ve él en mí».
Al percatarse de que Dannyl lo observaba, Achati se volvió y fijó la vista en él. Su expresión se tornó inquisitiva.
—¿Te acuerdas de ese momento de nuestro viaje a Dunea en que Tayend nos interrumpió?
Recuerdos y sentimientos encontrados se agolparon en la mente de Dannyl. Deseo, vergüenza, nerviosismo y rabia.
—¿Cómo iba a olvidarlo? El muy entrometido… —masculló.
Achati se rió.
—Estoy seguro de que sus intenciones eran buenas, pero intuyo que momentos u oportunidades como aquella no se nos presentarán muy a menudo. ¿Seguiríamos siendo amigos si volviéramos a pasar por una situación difícil como la que hemos vivido recientemente, o nos lo impedirían la desconfianza y las sospechas? Ojalá… —Suspiró—. Sé que es egoísta por mi parte, pero me gustaría que fuéramos más que amigos, al menos durante un tiempo, antes de que los acontecimientos nos lleven a creer que debemos comportarnos como enemigos.
Dannyl respiró hondo. El corazón le latía de nuevo demasiado deprisa, y notó un cosquilleo en el estómago que le resultaba familiar. «Así es exactamente como me sentía cuando he llegado», descubrió. Con la diferencia de que esta vez había algo emocionante en ello. ¿Qué ocurriría si él aceptaba esa sensación y se dejaba llevar?
«Solo hay una forma de averiguarlo».
—Pues Tayend no está aquí ahora.
Achati contuvo la respiración. Una expresión fugaz cruzó su rostro antes de ceder el paso a una mirada de atención e interés.
Esperanza.
Dannyl comprendió entonces que, pese a su poder y su fortuna, Achati estaba solo. Dudaba que pudiera aprovecharse de aquella soledad, aunque quisiera. No era un punto débil, sino una parte de la vida que Achati había asumido.
—Aunque, conociéndolo, no sería raro que estuviera dirigiéndose hacia aquí en este momento —agregó Dannyl.
Achati soltó una carcajada.
—Es imposible que tengamos tan mala suerte por segunda vez.
—Me parece que hay que poner a prueba esa teoría. La pregunta es ¿con qué fidelidad debemos reproducir las circunstancias?
—Oh, creo que contamos con todos los ingredientes esenciales. —Cuando Achati se puso en pie, Dannyl lo imitó—. Y, si me equivoco, al menos podemos confiar en que los esclavos no lo dejen entrar. —Hizo una pausa para clavar los ojos en Dannyl—. Ah. Fíjate en ti.
Dannyl parpadeó.
—¿Qué pasa conmigo?
Achati alzó la mano para acariciarle la barbilla.
—Tan alto…, con esos rasgos angulosos y elegantes… Menos mal que los kyralianos no tenéis por costumbre aprender magia superior. Intimidaríais demasiado…
A Dannyl se le escapó una risotada rápida.
—Los sachakanos sí que intimidáis —replicó—, con vuestra magia negra y…
Achati lo hizo callar sacudiendo la cabeza y llevándose el dedo a los labios, deslizó la mano que tenía en el mentón de Dannyl hasta la parte posterior de su cuello y lo atrajo hacia sí para besarlo. Luego acercó la boca a su oído.
—No sigas, o acabarás por recordarte a ti mismo que somos un pueblo salvaje. Deja que te demuestre que no todos somos crueles y desalmados. —Retrocedió unos pasos, le hizo señas a Dannyl de que lo siguiera y ambos salieron de la sala maestra.