Capítulo 17

Lorkin observaba a su madre con atención. Aunque ella mantenía los ojos vueltos hacia Savara, no parecía estar mirando a la reina, sino algún punto situado detrás de ella. Él bajó la vista hacia el anillo que ella llevaba en el dedo. Además, reparó en otro anillo que no había visto antes. También tenía una piedra incrustada, pero el engaste era decorativo, lo que parecía indicar que solo se trataba de una joya de adorno.

—Necesitamos tiempo para discutirlo —dijo Sonea—. Hay muchos monarcas con los que tenemos que ponernos en contacto.

Savara asintió.

—Tienen hasta mañana por la noche. Les daría más tiempo, pero mi gente corre peligro cuando está fuera de Refugio. Sé que me comporto como si no pudiéramos perder, pero es inútil hablar de una relación futura basada en la situación actual.

—¿No existe la posibilidad de una relación futura si perdéis?

La expresión de la reina se tornó sombría.

—Tal vez una muy remota. Si perdemos, los ashakis seguramente averiguarán la ubicación de Refugio. Sin Refugio, nos quedaremos sin alimentos, sin un lugar donde resguardarnos y, temporalmente, sin cuevas donde cultivar gemas. Estaremos más preocupados por sobrevivir y recuperar lo perdido que por establecer un pacto con las Tierras Aliadas.

Sonea tenía el ceño fruncido.

—Eso dejaría las cuevas en manos de los ashakis. ¿Podrían empezar a cultivar sus propias piedras?

—Con el tiempo podrían descubrir el sistema para hacerlo. Es más probable que capturen a una de nosotras y la obliguen a enseñárselo, aunque para conocer todas nuestras técnicas necesitarían a más de una Traidora, incluso más de un puñado. Hemos evitado que cada una de las pedreras aprenda a elaborar todas las clases de piedras, y en vez de ello hemos repartido los secretos entre muchas. Los ashakis se volverían más o menos peligrosos en función del número de Traidoras que consiguieran apresar.

Cuando las dos mujeres se sumieron en un silencio pensativo, Lorkin se aclaró la garganta.

—Pierdan o ganen los Traidores, un intercambio de conocimientos entre el Gremio y ellos sería beneficioso.

Savara posó la mirada en él, con cara de disculpa.

—Pero ese intercambio ya se ha producido.

—Solo en parte. —Lorkin se encogió de hombros—. Como la elaboración de gemas, la sanación mágica es un campo demasiado amplio para asimilarlo con una lectura mental breve. Aunque con el tiempo profundizaréis lo que sabéis, cometeréis errores por el camino. Como en la elaboración de piedras, los errores pueden ser peligrosos. Es mejor recibir formación de quien ya domina el arte.

Su madre tenía el entrecejo arrugado.

—¿Ya conocen la sanación mágica? —le preguntó.

Savara suspiró.

—Sí. Una de nosotras desobedeció la ley y robó ese conocimiento de la mente de Lorkin. Ha sido castigada, y para compensar a Lorkin, la reina Zarala decretó que se le enseñaran las técnicas de elaboración de piedras.

Lorkin escrutó a su madre. Una gama de expresiones cruzó su rostro: conmoción, ira y gratitud. Ella le dirigió una mirada reflexiva. Él se concentró en su presencia, preguntándose si podría volver a percibir pensamientos superficiales. Una leve y lejana sensación de orgullo rozó sus sentidos, pero tal vez fueran imaginaciones suyas. Al menos no era desaprobación o desilusión. «Por ahora. No sabe en qué consiste la elaboración de piedras».

—En fin… —dijo Sonea—. Una de vosotras ya tiene nociones de sanación mágica, y uno de los míos posee más o menos el mismo nivel de conocimientos sobre la elaboración de piedras. Pero, como dice Lorkin, eso no es comparable a una instrucción completa impartida por un profesor con muchos años de experiencia. Seguimos teniendo algo valioso que ofreceros.

—Con una salvedad —la interrumpió Lorkin. Ella se volvió hacia él con el semblante sereno—. No son cosas igual de valiosas.

Savara arqueó las cejas ligeramente.

—¿Cuál es más valiosa?

—La sanación —respondió Lorkin.

—¿Y eso por qué?

—Para ser sanador solo hacen falta conocimientos y magia —explicó Lorkin—. Los magos pedreros necesitan además cuevas de piedras.

—¿Qué son exactamente? —quiso saber su madre.

—Cavernas donde las piedras cristalinas se forman de manera natural. Se asignan tareas mágicas a las gemas conforme crecen. Que yo sepa, no hay cuevas así en las Tierras Aliadas. —Extendió las manos a los costados—. Tampoco es que haya intentado encontrarlas. Quizá si buscamos demos con alguna. Pero mientras no dispongamos de cuevas propias, no podremos aplicar los conocimientos sobre la elaboración de piedras.

—Los alquimistas podrían encontrar otra manera de hacerlas —señaló Regin—. Ya fabrican ciertos tipos de cristales. Quizá se les podría aplicar la magia que se usa en la elaboración de piedras.

Un brillo de interés asomó a los ojos de Savara.

—¿De verdad los fabrican? —Sus labios se torcieron en una sonrisa—. Ah, pero hay otro problema. Tendrían que relajar las leyes del Gremio relativas a la magia superior, pues es necesaria para la elaboración de piedras. Es posible que los magos negros con los que cuentan tampoco sean aptos para la tarea. Requiere un alto grado de concentración y de paciencia que no todo el mundo es capaz de alcanzar, y consumirá más atención de la aconsejable por parte de quienes tendrían que defender su país en caso necesario. Además, solo podrían producir un puñado de piedras al año.

Lorkin aguantó la respiración cuando su madre clavó la vista en él. El sentimiento de culpa y el miedo se apoderaron de él, pero hizo un esfuerzo por mirarla a los ojos sin arredrarse. Ella devolvió rápidamente la mirada a Savara, con semblante indiferente, ocultando sus emociones tras una falsa tranquilidad.

—Entiendo —dijo—. Eso hace que el intercambio sea un poco más… costoso para nosotros que para vosotros.

Lord Regin también se había vuelto hacia Lorkin, pero no apartaba la vista de él. Aunque tenía los párpados entornados, su expresión era más pensativa que de reproche. Lorkin experimentó una irritación perversa ante la ausencia de sorpresa en la cara del hombre.

—Entonces tal vez podríamos ofrecer piedras a cambio de sanación —propuso Savara—. Sus sanadores trabajarían para nosotros, y nosotros pagaríamos al Gremio con gemas.

Lorkin extendió sus sentidos e intentó de nuevo escuchar los pensamientos superficiales de su madre. Lo que percibió, sin embargo, era demasiado impropio de ella. Debía de ser producto de su imaginación. Por otro lado… también era raro que él imaginara a su madre soltando en su fuero interno semejante retahíla de palabrotas.

—Estarán a salvo —aseguró Savara en respuesta a lo que le habían preguntado mientras Lorkin estaba distraído—. La persona que agredió a Lorkin lo hizo movida por un deseo que comparte mucha de mi gente, el de llevar la sanación a Refugio. Pero pocos se valdrían de medios ilegales para conseguirlo. Contratar los servicios de sanadores sería otra solución. ¿Le ha hablado Lorkin de la promesa que hizo Akkarin?

—Sí. Akkarin nunca me la mencionó.

—Era un acuerdo secreto en gran parte. La reina Zarala también dio su palabra de hacer algo que nunca llevó a cabo, aunque dedicó sus esfuerzos a ello durante toda su vida.

Lorkin miró a Savara y recordó que su predecesora había aludido a dicha promesa. «Nunca conseguí cumplir una de las cosas a las que me comprometí. Al igual que él, me enfrentaba a una situación más difícil de resolver de lo que esperaba».

—¿Qué prometió? —preguntó su madre.

Savara adoptó una expresión grave antes de contestar.

—Hacer lo que el Gremio no pudo hacer hace siete siglos: destruir a los ashakis y acabar con la esclavitud en Sachaka.

Cuando Tayend entró en la sala maestra, Dannyl frunció el ceño.

—Es posible que Achati quiera hablar conmigo a solas.

—Lástima. Nos guste o no, los actos del rey influyen en las relaciones de Sachaka con todas las Tierras Aliadas —dijo el elyneo—. Embajador —añadió, para recalcar su derecho a estar allí.

Dannyl suspiró.

—Por supuesto. —Sin embargo, su resistencia se debía sobre todo a la fuerza de la costumbre. En el fondo, se alegraba de contar con la compañía de su ex amante. El hecho de tener una causa común, de trabajar codo con codo y de que Tayend viera ahora a Achati con buenos ojos había cambiado la situación. Ya no estaban enfrentados. El rencor por su separación se había desvanecido, o al menos empezaba a quedar atrás. Dannyl tenía la sensación de que podía referirse a Tayend como un amigo sin que esto supusiera un insulto.

Por otro lado, que el elyneo estuviera allí garantizaría la formalidad de la reunión, lo que haría que resultara más fácil para Dannyl disimular sus sentimientos íntimos hacia Achati. «Como el de haber sido traicionado. No obstante, sabemos que Achati sacó a Lorkin de Arvice», se recordó a sí mismo.

—Lorkin está con Sonea —murmuró—. Estaba comunicándome con Osen cuando Kai me avisó de la llegada de Achati.

Tayend enarcó las cejas.

—Buena noticia.

Al oír un sonido procedente del pasillo, se volvieron hacia el visitante. Tav, el esclavo portero, fue el primero en aparecer y se arrojó al suelo. Achati entró tras él, sonriente.

—Bienvenido, ashaki Achati —dijo Dannyl—. Como siempre, pareces inmune a la desaprobación en la que incurre quien se relaciona con la Casa del Gremio.

Achati extendió las manos a los lados.

—Es una ventaja de mi posición, embajador Dannyl. —Dirigió una inclinación de cabeza a Tayend—. Embajador Tayend. Me complace visitar la Casa del Gremio en circunstancias más agradables que las de nuestro último encuentro.

—Si te refieres a la presencia de espías del rey, me temo que las circunstancias son muy parecidas.

Achati asintió con ademán comprensivo.

—El rey tiene muchos menos escrúpulos sobre estas cosas de lo que esperabais.

—En general se considera de buena educación fingir al menos que uno no espía a los demás, aunque sea obvio que sí lo hace.

Achati sacudió la cabeza.

—¿De veras? Los kyralianos tenéis un concepto extraño de la buena educación. Pero no he venido a hablar de eso.

Dannyl cruzó los brazos.

—Entonces, ¿de qué?

—He venido a explicarte por qué le hablé al monarca de mi participación en la fuga de Lorkin.

—Creo que ya lo hemos adivinado —le dijo Tayend—. Lo viste como una oportunidad de obtener información de Lorkin.

Achati hizo un gesto afirmativo.

—Y sin necesidad de recurrir al secuestro, el encarcelamiento o algo peor. Sin embargo, me arriesgué a que él no mantuviera su palabra. Al rey le pareció una imprudencia por mi parte, pero al final lo persuadí de que era la mejor medida posible. —Se acercó unos pasos—. Sabéis que todo lo que haga en contra de la voluntad del soberano saldrá a la luz tarde o temprano.

Dannyl asintió.

—Cuando volvieras a ponerte su anillo de sangre.

—Así es. La iniciativa es una cuestión complicada para un rey. ¿Dónde termina y dónde empieza la desobediencia? Siempre existe el peligro de que la certeza sobre lo que el rey necesita se interprete como una elucubración sobre lo que el rey quiere.

—¿Obtuvo el rey lo que quería?

Achati alzó los hombros.

—No. Obtuvo lo que necesitaba. No todo lo que Lorkin sabía, pero lo suficiente.

—¿Lorkin delató a los Traidores? —Tayend meneó la cabeza con incredulidad.

—Me parece que desde su punto de vista, no —repuso Achati con una leve sonrisa—. Creyó que nos había engañado, pero nos reveló mucho más de lo que imaginaba.

—¿Qué dijo? —Dannyl no contaba con que el ashaki respondiera a su pregunta. Si la información era tan importante como para que el rey dejara en libertad a Lorkin…

—Nos desveló dónde está la base de los Traidores, tal como prometió.

Tayend entornó los ojos.

—¿Dio una indicación vaga, como «en las montañas»?

—No. Dijo «en Sachaka».

Tayend se volvió hacia Dannyl con expresión ceñuda, ante la mirada expectante de Achati. Dannyl fijó los ojos en el elyneo y asintió en señal de que lo había entendido.

—Reveló que los Traidores consideran que el país entero es su patria por derecho —declaró—, lo que significa que no planean permanecer en la clandestinidad o convertirse en un pueblo independiente. —Posó la vista en Achati—. Albergan la esperanza de gobernar Sachaka algún día.

—Ah —dijo Tayend—, pero podrían tardar años en conseguirlo. Y es posible que nunca triunfen.

—No triunfarán —aseveró Achati con firmeza—. No puede haber tantos Traidores en las montañas como sachakanos en las tierras bajas. Nuestra superioridad numérica es aplastante. Por eso acostumbran a interferir en nuestros asuntos valiéndose del espionaje y los asesinatos. —Su expresión se tornó seria—. Y por eso nosotros tenemos espías por todas partes, incluida la Casa del Gremio, aunque aquí había pocos antes del secuestro de Lorkin, porque no pensábamos que los Traidores estuvieran interesados en los kyralianos.

Dannyl arrugó el entrecejo ante esta admisión sin ambages de que tenían espías en la Casa del Gremio.

—Están aquí para protegeros —le aseguró Achati—. Lo de Lorkin era una cuestión distinta, claro está, pero eso ya ha pasado. El rey no os desea ningún mal. Quiere que haya buenas relaciones entre las Tierras Aliadas y Sachaka. Yo también, pues disfruto de vuestra compañía. —Desplazó la vista de Dannyl a Tayend para dejar claro que se refería a ambos—. Os considero mis amigos.

Tayend miró a Dannyl. Arqueó las cejas ligeramente y las bajó de nuevo, sonriendo. Había un brillo de picardía en sus ojos. Se volvió de nuevo hacia Achati.

—Muy bien, pues —dijo—. ¿Te gustaría quedarte para tomar una copa? No sé si Dannyl estará de acuerdo, pero a mí me gustaría saber más sobre vuestros planes para frustrar un alzamiento de los Traidores.

Dannyl, sorprendido, solo pudo asentir para indicar que la idea le parecía bien. ¿Qué tramaba Tayend? ¿Quería recabar información, encontrar fallos en la versión de Achati o poner a prueba su declaración de amistad?

Aunque Dannyl sabía que debía hacer lo mismo, lo cierto es que la idea no lo entusiasmaba. «Las cosas eran más fáciles cuando no necesitaba confiar en Achati». Por otro lado, tenía que reconocer que esto solo aumentaba su admiración hacia Achati, por la habilidad con que había influido en ellos, Lorkin, Dannyl, Tayend y el rey de Sachaka, para llegar a una solución, si no satisfactoria, al menos aceptable para todos.

La arquitectura era una materia que estudiaban todos los aprendices, aunque a la mayoría de ellos solo se les enseñaban los rudimentos. A Lilia siempre le había parecido una palabra grandilocuente para designar lo que en general era una tarea sencilla y de escaso interés para los magos. Pocos de ellos diseñaban edificios, y desde la Invasión ichani, la popularidad de las construcciones que se mantenían en pie gracias a la magia había disminuido. Gran parte de los magos solo ponía en práctica lo que habían aprendido en las clases de arquitectura para reformar estructuras de manera segura o acelerar la edificación de las nuevas.

Ambas operaciones requerían conocimientos de las técnicas de construcción no mágicas. No tenía sentido elevar los materiales para los muros y los tejados para colocarlos en su sitio si después todo se venía abajo debido a la falta de nociones estructurales básicas. Un mago podía encontrarse en la circunstancia de tener que ocuparse de un edificio que amenazaba ruina, por lo que era necesario que conociera la mejor manera de apuntalarlo.

Lilia habría apostado a que ningún mago había trabajado en cámaras subterráneas secretas desde hacía mucho tiempo. Las paredes que Cery quería que reforzara eran de ladrillo, no de mampostería. Sin una capa de argamasa entre ellos, no quedaban ajustados unos con otros como las piedras. Además, a diferencia de estas, no poseían la propiedad de impregnarse de magia. Los sillares perdían la magia poco a poco, mientras que en los ladrillos esta se disipaba con rapidez. La única opción de Lilia era crear una barrera superpuesta a la superficie de los ladrillos para sostenerlos.

Invocó magia, creó con ella una cúpula de fuerza, la expandió hasta que topó con las paredes y la moldeó de forma que se adaptara a los rincones. Hizo agujeros para la puerta original y la abertura que había practicado para comunicar con la habitación contigua.

—Tendré que mantener esta barrera activada en todo momento, al igual que el escudo que bloquea el pasadizo —dijo—. No será muy difícil mientras esté cerca. Es lo bastante fuerte para evitar un derrumbe, pero no resistirá un ataque mágico. Si aumenta la presión sobre ella desde arriba o se produce un impacto desde abajo, seguramente lo percibiré. —Suspiró y meneó la cabeza—. Menos mal que Kallen ha estado enseñándome a absorber energía y que yo no he estado utilizándola en las prácticas de combate. Esto reducirá mis reservas de magia.

Cery asintió.

—Gracias. Una vez más.

Su gratitud solo hizo que a Lilia se le formara un nudo de ansiedad en el estómago.

—Está claro que te preocupa que Skellin se las arregle para llegar aquí antes de que el Gremio esté preparado para ayudar.

—Sí. Si Skellin nos encuentra antes de que estemos listos para poner en marcha la trampa y no quiere exponerse a que tú o algún otro mago estéis cerca, es posible que haga caer el techo sobre nosotros y huya.

Ella se estremeció al imaginar a Anyi asfixiándose bajo los ladrillos y el polvo. Le costaría dormir sabiendo que sus amigos podían morir si alguien lanzaba un ataque contra la barrera y ella no lo percibía.

—Si capto algo fuera de lo normal en las barreras, vendré lo más deprisa posible —afirmó.

Cery asintió.

—Si detectamos algún otro indicio de que alguien ha entrado en los pasadizos, Anyi irá a buscarte a tu habitación. O se lo pedirá a Jonna. ¿Con qué frecuencia va allí?

—Varias veces al día. ¿Le doy instrucciones de que me visite más a menudo?

—Tal vez sería aconsejable.

Lilia movió la cabeza arriba y abajo.

—¿Algo más?

—Eso es todo. —Cery miró a Gol y a Anyi, que hizo un gesto afirmativo.

—Entonces será mejor que regrese —les dijo Lilia—. Tengo que estudiar.

—Te acompaño a la habitación —se ofreció Anyi.

—No la distraigas demasiado —le indicó Cery a su hija, y la comisura de sus labios se curvó ligeramente hacia arriba.

Anyi puso los ojos en blanco antes de volverse para marcharse. Le hizo una seña a Lilia para que la siguiera y la guió en dirección a los alojamientos de los magos.

—A veces desearía que él no supiera lo nuestro —murmuró.

—Pero es de agradecer que no le parezca mal —le recordó Lilia.

—Ya. —Anyi se encogió de hombros y sonrió de mala gana.

—Bueno, ¿por qué querías que me fuera temprano hoy?

Anyi miró hacia atrás.

—Te lo diré cuando lleguemos.

Como de costumbre, el ascenso por la pared hacia el panel situado detrás de la sala de invitados de Sonea resultó muy incómodo en aquel espacio reducido. Lilia subió primero y elevó con magia la caja lacada en la que siempre llevaba comida. Anyi trepó después. Ambas se quitaron el polvo de sus vestimentas.

—Mi pobre y viejo abrigo —se lamentó Anyi, examinando las raspaduras en la piel.

Lilia bajó la vista hacia su ropa.

—Será mejor que me cambie. —Dio un paso hacia su habitación.

Sonaron unos golpes en la puerta. Las dos intercambiaron miradas de consternación.

—No es Jonna —dijo Lilia—. Ella no llama así.

—Ponte tu túnica —le indicó Anyi—. Yo los entretendré.

Lilia se dirigió a toda prisa hacia su dormitorio y se enfundó la túnica a la carrera. Le dio la impresión de que cuanto más deprisa intentaba ponérsela, más se enredaba con ella. Oía voces procedentes de la sala de invitados, pero Anyi no parecía alarmada.

Finalmente consiguió vestirse. Abrió la puerta, echó un vistazo hacia fuera y suspiró, aliviada.

—Lord Rothen —dijo ella, dedicando una reverencia al anciano mago.

Una expresión extraña de incomodidad asomó al rostro de Anyi cuando cayó en la cuenta de que había olvidado realizar el gesto de respeto, y se inclinó rápidamente y con torpeza. Esto pareció divertir a Rothen.

—He venido a ver cómo estás, Lilia —dijo—. Me he pasado por aquí otras noches, pero no te he encontrado.

—Ah. Lo siento. —Lilia extendió las manos en un ademán de impotencia.

—Intuyo que sé dónde has estado, pero no te preocupes: guardaré tu secreto. Sonea me habló de las visitas de Cery. —Sonrió a Anyi antes de posar de nuevo los ojos en Lilia con el semblante serio—. ¿Y bien? ¿Cómo estás?

—Pues… —Lilia señaló una silla—. Siéntese, por favor. ¿Quiere un poco de sumi?

—Sí, gracias. —Tomó asiento, y Anyi ocupó una de las otras sillas.

—Estoy… bien —respondió Lilia, levantando con magia el juego de sumi y haciéndolo flotar hacia la mesa. Luego se acordó de algo y acercó el polvo de raka. Se sentó y se puso a preparar las bebidas—. ¿Sabe que Cery está escondido?

Rothen asintió.

—Es lo que nos ha dicho Kallen.

«Nos» —pensó Lilia—. «Supongo que se refiere a todos los magos superiores».

—Pues… estoy preocupada por él. —Le pasó a Rothen una taza humeante—. Y por Anyi. —«También por Gol, pero él tal vez no sepa de su existencia».

—Es comprensible. —Rothen tenía el ceño fruncido. Miró a Anyi—. ¿Está a salvo?

Anyi se encogió de hombros.

—Por ahora, sí, pero no sabemos cuánto tiempo podemos quedarnos allí sin que nos descubran. —Sacudió la cabeza—. Podrían encontrarnos esta noche, o nunca.

Lilia le alargó una taza de raka, haciendo una mueca ante el olor tan fuerte que despedía, y sirvió a Rothen un poco más de sumi.

—En fin, si hay algo que podamos hacer para ayudaros a permanecer ocultos, avísame.

Tras vacilar por unos instantes, Anyi movió la cabeza afirmativamente.

—Gracias.

El mago anciano tomó un sorbo de sumi y se dirigió otra vez a Lilia.

—¿Cómo van tus estudios?

Ahora fue ella quien vaciló. ¿Debía ser sincera o intentar retrasar lo inevitable?

Rothen soltó una risita.

—Al parecer eres consciente de lo atrasada que vas. También he venido para decirte que hemos decidido dejar que faltes a algunas clases. Ya tendrás tiempo para completar tus estudios; tal vez podrás graduarte medio año más tarde. Las clases de Kallen te han dado más trabajo, y tenías mucho que recuperar tras tus meses de ausencia. Más vale que aprendas bien a que te ciñas al calendario establecido.

Al principio, Lilia solo sintió alivio. «Pero me faltará medio año más para graduarme». Éste pensamiento le ocasionó desilusión y cansancio. Por otro lado, menos horas de estudio implicaban más horas con Anyi. Asintió despacio.

—Gracias.

Rothen sonrió de nuevo.

—No olvides que puedes hablar conmigo en cualquier momento, incluso cuando Sonea esté aquí. Haré cuanto esté en mi mano para ayudarte.

Ella asintió.

—Gracias, lord Rothen.

Se quedaron callados, bebiendo sus respectivas infusiones. Lilia preguntó al mago si tenía noticias de Sonea. Él contestó que se había reencontrado con Lorkin. «Eso es bueno. Significa que ella regresará pronto».

Cuando se terminaron sus bebidas, Rothen se puso de pie y se excusó. Lilia se levantó para acompañarlo a la puerta. Una vez que él se marchó, la joven se volvió y advirtió que Anyi estaba sentada con la cabeza entre las manos.

—¿Qué te ocurre?

Anyi suspiró. Cuando alzó la cara, Lilia vio que tenía unas sombras oscuras bajo los ojos.

—¿Podrías preguntarle a Kallen si el Gremio dejaría que Cery se escondiese aquí? Siempre hemos dado por sentado que sí, pero lo hemos evitado porque…, bueno, por orgullo. Es de locos. Debería intentar convencer a Cery de que suba aquí.

—Puedo preguntárselo mañana…, a menos que quieras que lo haga esta noche.

Anyi negó con la cabeza.

—Mañana está bien. Persuadir a Cery me llevará un tiempo.

—¿De qué tienes miedo? ¿De que Skellin aparezca antes de que el Gremio esté preparado para prestarnos su apoyo?

Anyi arrugó el entrecejo.

—De que Cery cometa una estupidez. La trampa que está planeando… No sé si pretende esperar a Kallen o no.

—Aunque Kallen está enseñándome a fortalecerme, no cree que yo sea lo bastante poderosa para hacer frente a Skellin sola, ¿verdad?

—No, él no se había enterado de eso hasta hoy. Inició los preparativos antes.

Lilia sintió una punzada de compasión. Si a Anyi, que estaba harta de vivir bajo tierra, le preocupaba que su padre estuviera demasiado impaciente, las cosas debían de estar poniéndose muy tensas allí abajo.

Extendió los brazos y atrajo a Anyi hacia sí.

—Hablaré con él. Convenceré al Gremio. Tú convence a Cery. Y si uno u otro no atiende a razones, tendremos que encontrar una manera de engañarlos.