Cery suspiró.
—Repasemos una vez más.
—Nos las ingeniamos para que Skellin se entere de que vivimos debajo del Gremio —dijo Gol—, sin la protección de los magos.
—Aunque descubra que el Gremio no sabe que estamos aquí abajo, sospechará que Lilia sí lo sabe —prosiguió Anyi—. Tenemos que hacer que Skellin crea que Lilia no está siempre con nosotros y que investigue su rutina para averiguar en qué momentos no nos protege.
—Enviará a otros primero, para comprobar si es verdad o para capturarme —repitió Cery—, así que tenemos que disponerlo todo para que solo un mago pueda llegar hasta nosotros. Pidiendo a Lilia que erija una barrera mágica, por ejemplo.
—Pero ¿eso no lo llevará a sospechar que Lilia está aquí abajo? —preguntó Anyi.
—Es un mago —respondió Cery—. Sabe que un mago puede crear una barrera y marcharse a otro sitio.
—Aun así, eso tal vez lo disuadiría de llegar más lejos —señaló Anyi.
—Colocaremos la barrera lo bastante cerca de nosotros para que pueda oírnos o ver luz más adelante, a fin de que piense que solo tiene que caminar un poco más para dar con nosotros.
—O él o Lorandra —dijo Gol—. Si envía a Lorandra, activamos la trampa de todos modos. Así al menos el Gremio le echaría el guante a uno de ellos, y podrían usarla como cebo para otra emboscada.
—Siempre y cuando no la dejen escapar de nuevo. —Cery esbozó una sonrisa irónica.
—En cuanto logre atravesar la barrera, querrá actuar deprisa —continuó Anyi—, porque Lilia sabrá que alguien ha roto su barrera. Si está lo bastante cerca para vernos u oírnos, no tendremos mucho tiempo para prepararnos.
—Podríamos instalar una lámpara al otro lado de la esquina, para que parezca que estamos cerca, aunque en realidad estemos un poco más lejos —propuso Gol—. Y unas lámparas más, de manera que parezca que las pusimos ahí para nuestro uso.
—Eso implica conseguir más lámparas y más aceite. Más trastos que pedirle a Lilia. —Anyi suspiró.
—¿Y si Skellin viene acompañado? —preguntó Gol.
Cery reflexionó.
—Mientras permanezcan juntos, dará igual.
Gol frunció el ceño.
—Pero ¿seguro que lo harán? Si yo fuera Skellin, después de traspasar la barrera, los enviaría delante para que se asegurasen de que no hay trampas.
—Que nos encuentren. —Cery se encogió de hombros—. Si no regresan para informar a Skellin, esperarán a que él los alcance y les dé órdenes.
—Y en ese momento accionaremos la trampa —dijo Gol.
Cery asintió. Ni Gol ni él le habían explicado a Anyi sus planes para desvelar al Gremio el paradero de Skellin por medios no mágicos. Cery no estaba del todo seguro de haber entendido lo que el guardaespaldas le había descrito. Era un método utilizado en las minas que podía provocar un hundimiento lo bastante grande para abrir un socavón en los jardines del Gremio. Skellin y sus hombres quedarían enterrados o a merced de los magos que se hallaran cerca de allí.
Existía, no obstante, un riesgo considerable de que Cery, Gol y Anyi quedaran sepultados también. Cery le había indicado a Anyi que si Skellin los encontraba antes de que el Gremio accediera a participar en la emboscada, ella debía ir corriendo a buscar a Lilia. Ella se había resistido en un principio, hasta que él le había hecho ver que no serviría de nada que se quedara. Si huía, al menos habría una posibilidad de que Lilia llegara a tiempo para detener a Skellin.
—Dudo que Skellin se deje capturar por el Gremio sin plantar cara —dijo Cery—. Preferiría no acabar enterrado vivo. También deberíamos pedirle a Lilia que refuerce las habitaciones.
Anyi asintió.
—Ahora mismo está bien cargada de magia. Kallen ha estado enseñándole cómo usar la magia negra para absorber y almacenar energía.
Cery la miró con expresión ceñuda.
—¿De veras? Eso es… preocupante.
—¿Por qué? —Anyi se encogió de hombros—. En teoría el Gremio tiene dos magos negros para que uno pueda parar los pies al otro… Ah, ya entiendo. —Abrió mucho los ojos y los clavó en Cery—. No estarás pensando… Pero es Kallen quien la está instruyendo. No lo haría si estuviera tramando algo.
—¿Quién más podría instruirla? —replicó Cery—. Sonea está en Sachaka.
—Si Kallen planea abusar de su poder, quizá no le enseñe bien —aventuró Gol.
—Hum. —Anyi juntó las cejas—. Bueno, todos sabemos por qué no podemos fiarnos totalmente de él. Nunca pensé que diría esto, pero me alegraré cuando sepa que el Gremio está cultivando craña.
Cery asintió en señal de conformidad, antes de alzar el farol y ponerse de pie.
—Ahora que tenemos claro el plan, debemos asegurarnos de que funcionará aquí abajo.
—Y también preparar una o dos rutas de huida por si la cosa sale mal —añadió Gol—. Tal vez instalar un par de trampas por si nos siguen.
—Necesitamos entrenar para el combate —terció Anyi. Miró a Cery—. Todos.
Cery suspiró. Su hija tenía razón, pero a él le dolía el cuerpo solo de pensarlo.
—Cuando hayamos resuelto este asunto —dijo—. Es inútil intentar combatir la magia con cuchillos.
Ella soltó un resoplido.
—Pero será bastante humillante si no podemos lidiar con los matones de Skellin.
Gol posó la vista en Cery y luego en Anyi.
—Me parece que estoy listo para entrenar un poco —dijo—. Si empezamos despacio.
Anyi lo escrutó con la mirada y asintió.
—De acuerdo, entonces. Luego.
—Por lo pronto, echemos otro vistazo a los pasadizos que hay cerca de aquí. Anyi, comprueba las vías de escape y cerciórate de que Skellin no pueda rodearnos para acercarse por detrás. Gol y yo decidiremos dónde debe ir la barrera de Lilia.
Dannyl frunció el ceño cuando una sombra apareció en la puerta de su despacho y se detuvo allí. Alzó la vista, suponiendo que se trataba de un esclavo que había acudido a preguntarle si deseaba comer o beber algo o a anunciarle la llegada de una visita. Pero era Merria.
—Lady Merria —dijo él—. ¿Qué ocurre?
Ella sacudió la cabeza.
—Nada. Qué absurdo, ¿no? —Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida—. Lorkin está a salvo y todo ha vuelto a la normalidad. Debería estar agradecida por ello, pero solo estoy aburrida.
—Esto no es normal —le aseguró Dannyl—. Deberíamos estar ocupados con visitas o invitaciones. Incluso a Tayend le han dado de lado.
Merria bajó los ojos.
—En realidad, ayer me llegó una invitación de mis amigas —confesó.
Dannyl forzó una sonrisa.
—Buena señal. —«Ya solo falta que Tayend venga a avisarme de que se va a una cena o una fiesta y que Achati sea el único ashaki que no me trate como a un marginado para que todo vuelva a la normalidad». Sin embargo, sospechaba que las cosas entre Achati y él ya nunca serían como antes.
Merria se fijó en su escritorio.
—¿Has terminado tus notas?
Él siguió la dirección de su mirada hacia los papeles y asintió.
—Sí. Ayer los esclavos pudieron comprar más tinta por fin.
—Eso es bueno, ¿no? —Hizo una pausa—. ¿Qué te sucede?
Él la miró y se percató de que tenía el entrecejo arrugado.
—Ah… Pues que redacté dos copias para enviar una al Gremio, pero no he encontrado una forma segura de mandarla.
—Yo no se la confiaría a un mensajero corriente. ¿Cómo haces llegar mensajes al Gremio normalmente?
—Por medio del anillo de sangre de Osen.
—¿Nunca has enviado otra cosa?
Dannyl negó con un gesto.
—Hay unos mercaderes que viajan entre Sachaka y Elyne o Kyralia un par de veces al año y que llevan allí cosas que les pedimos. Nada importante, solo artículos de lujo; especias, raka…
Ella juntó las cejas, cavilando sobre el problema.
—Veamos… Tienes que reescribirlo todo de forma cifrada, enviar muchas copias a Osen a través de mensajeros distintos para asegurarte de que reciba al menos una, y luego revelarle la clave por medio de su anillo de sangre.
Él se quedó contemplándola, lleno de admiración. «Qué solución tan sencilla. ¿Cómo no se me había ocurrido?». En realidad, ya había utilizado una especie de clave para transcribir la información más delicada.
—Naturalmente, este sistema no te servirá si necesitas que Osen reciba la copia pronto.
—Prefiero que la reciba tarde a que no la reciba. —Tamborileó con los dedos sobre la mesa—. En fin, ¿a quién le encargo que la lleve? —dijo, más como una expresión en voz alta de su pensamiento que como una consulta a Merria.
—Supongo que mis amigas conocerán a algunos mercaderes que se dirijan hacia el este.
—¿Podrías preguntárselo por mí?
Ella asintió.
—Lo haré. Pero… ¿crees que es posible que los ashakis estén a punto de atacar a los Traidores, o viceversa?
Dannyl la miró, pestañeando, descolocado por el repentino cambio de tema.
—¿Por qué? ¿Has oído algún rumor?
—Nada concreto, pero mis amigas hablan a menudo de esa posibilidad, y el rey Amakira estaba empeñado en obtener información de Lorkin.
Un escalofrío recorrió a Dannyl. «Y tal vez Lorkin le haya dado esa información».
—No lo sé —admitió.
—Sería irónico que los Traidores atacaran y derrotaran a los ashakis. En ese caso, tanto los esfuerzos del rey como la negativa de Lorkin a hablar habrán sido en vano, porque entonces no tendrá importancia que salga a la luz el emplazamiento de Refugio.
Dannyl sacudió la cabeza.
—No los atacarán. Sería demasiado arriesgado. ¿Y si fracasaran? Lo perderían todo.
Merria asintió.
—Claro, tienes razón. En fin, supongo que ahora harás más copias de tus notas. Si necesitas ayuda, avísame. Mañana les llevaré una a mis amigas, si la tienes lista.
—Gracias.
Después de que se marchara, sus palabras aún resonaban en los oídos de Dannyl: «… no tendrá importancia que salga a la luz el emplazamiento de Refugio». ¿Era esta la razón por la que Lorkin había cedido y le había dicho al rey lo que este quería saber? «Pero eso significaría que…».
Dannyl se estremeció y sacó los dos cuadernos que contenían las notas de su investigación, además de uno en blanco, y comenzó a escribir otra copia.
Regin fue el primero en avistar a los Traidores que se aproximaban. Desde su posición ventajosa, Sonea y él observaron al pequeño grupo que avanzaba a través de las dunas y luego subía por las colinas rocosas mientras sus sombras se alargaban conforme descendía el sol de la tarde. La sombra fresca de las montañas se extendía hacia ellos, y una vez que los cubrió y el paisaje empezó a sumirse en la penumbra, las figuras se difuminaron gradualmente. Al poco rato, aparecieron pequeños puntos de luz a poca distancia del suelo y cada vez más cercanos. Cuando unos sonidos anunciaron al fin la llegada de los desconocidos, Sonea se lo comunicó a Osen y se levantó, preparándose para recibirlos.
Encabezaba la marcha una mujer que caminaba con la dignidad y la rigidez de un líder, lo que la hacía parecer más alta pese a que su estatura era similar a la de Sonea. Tenía unas facciones tan sachakanas que, por un instante, a Sonea se le heló la sangre. La frente ancha, los pómulos elevados y los ojos rasgados hacia arriba eran muy semejantes a los de los ichanis que habían invadido Kyralia. No obstante, aquellos hombres, y la única mujer que los acompañaba, eran de constitución más robusta, mientras que los Traidores eran más bajos y gráciles.
Si Sonea no estaba equivocada, la mujer que iba delante era Savara, la reina. Su atuendo no era distinto del de los otros miembros del grupo. Los doce llevaban una mochila y ropa sencilla. «Ocho mujeres y cuatro hombres». Cuando los ojos de Sonea se clavaron en el hombre más alto, el corazón le dio un vuelco. «¡Lorkin!».
Él sonrió al verla. Ella resistió el impulso de correr a abrazarlo, pues temía que cualquier movimiento en dirección a los Traidores provocara una reacción defensiva. Además, tal vez a Lorkin no le haría gracia que ella le dispensara muestras de afecto excesivas delante de aquellas personas.
Así que se contuvo y se conformó con observarlo atentamente. «Parece sano y salvo, pero cansado». Por el modo en que miró a la joven que avanzaba a su lado antes de volverse de nuevo hacia Sonea, resultaba evidente que ella era Tyvara, la Traidora que le había salvado la vida; la mujer por la que él había accedido a permanecer recluido en Refugio.
«Es muy atractiva —pensó Sonea. La joven le sostuvo la mirada con una expresión curiosa y ligeramente calculadora—. Sin duda me está juzgando, como yo a ella. —Pero esto no fue lo único en su actitud que llamó la atención a Sonea. Más que seguridad en sí misma, era una determinación férrea—. Ésa chica ha visto muchas más cosas que cualquier kyraliana de su edad. Apostaría a que también tiene más experiencia de la vida. Al fin y al cabo, se hacía pasar por esclava cuando salvó a Lorkin, y eso sin duda la obligaba a sobrellevar un dolor y una humillación considerables».
Sonea apartó la vista de Tyvara y la posó en la líder, que aflojó la marcha al dar los últimos pasos hacia Sonea y Regin. Cuando se detuvo, los demás se pararon detrás.
—¿Maga Negra Sonea? —preguntó, sonriéndole.
Sonea asintió.
—Sí.
—Soy Savara, reina de los Traidores. —Se volvió para presentar al resto del grupo. Ninguno de ellos tenía título. «Bueno, Lorkin ya comentó que trataban a todas las personas por igual, al menos en apariencia»—. No es necesario que le presente a su hijo, claro está —finalizó Savara—. Es un placer para mí hacer posible este reencuentro, y conocerla por fin.
—El gusto es mío, majestad —respondió Sonea. Señaló a Regin—. Os presento a lord Regin, mi ayudante.
Éste inclinó la cabeza.
—Es un honor conoceros a vos y a vuestro séquito, reina Savara. —Se llevó una mano al corazón. Savara arqueó las cejas y le dedicó a su vez una inclinación elegante de la cabeza.
—Sentémonos. —Indicó con un gesto la zona de terreno llano junto al arroyo—. Venimos de muy lejos y necesitamos descansar, comer y beber.
Se volvió hacia los demás y asintió. Algunos se dirigieron hacia el riachuelo. Sonea agradeció en silencio a Regin su idea de colocar de nuevo la gema en la charca. Osen le había recomendado que no revelara su conocimiento sobre las piedras a menos que viera alguna ventaja en ello.
El grupo empezó a liberarse del peso de sus mochilas. Formaron un círculo en el que dejaron hueco para Sonea y Regin. Lorkin se sentó junto a Sonea, y Tyvara al otro lado de él. Alguien creó un globo de luz pequeño y lo dejó flotando en el centro del corro, muy cerca del suelo. Extrajeron comida y la colocaron en el medio. Se trataba de alimentos sencillos, aptos para viajes: un tipo de pan duro y plano, cecina, frutos secos y pastas de carne para el pan.
Sonea sacó lo que quedaba de los víveres que compartía con Regin —pachis, granos y alubias secas que debían hervirse en agua, especias, sumi y caramelos— y lo ofreció a los demás. Ellos los aceptaron sin dar las gracias de palabra, pero con gestos y sonrisas de agradecimiento. Observó con interés a uno de los hombres, que, tras depositar un disco de metal con una gema engarzada en el centro sobre una roca plana, tocaba la gema y colocaba encima una cacerola ancha llena de agua. Al poco rato, el agua rompió a hervir y él añadió los granos y las alubias. «Salta a la vista que los hombres no tienen prohibido hacer magia. Eso significa que la ley que los priva de aprender magia no es tan restrictiva como parece, aunque las mujeres son las únicas que pueden elaborar piedras. Me pregunto si ellos tienen que pedir permiso para usarlas».
Una de las Traidoras examinaba la bolsa de hojas de sumi con desconcierto visible.
—Son para una bebida caliente —explicó Sonea—. Más tarde prepararé un poco.
—¿Es como la raka? —inquirió una de ellas.
Sonea negó con la cabeza.
—El concepto es el mismo, pero la planta es distinta. —La raka no figuraba entre las provisiones que les habían proporcionado en el Fuerte.
—Nosotros tenemos raka.
Ella irguió la espalda.
—¿De veras?
Savara soltó una risita.
—Es una bebida adecuada para las conversaciones. O para negociar.
Los platos pasaban de mano en mano y cada persona cogía una porción. Sonea condimentó las alubias y los granos cuando estaban cocidos. Los Traidores resultaron ser especialmente aficionados a las cosas dulces. Savara preparó una olla de raka, y le facilitaron unas tazas sorprendentemente pequeñas en las que servir la bebida. La que llegó a manos de Sonea solo estaba medio llena, pero en cuanto tomó un sorbo comprendió por qué. La raka era tan fuerte que tenía la consistencia de un jarabe, y después de beber unos tragos a Sonea le dio la sensación de que le zumbaban los oídos.
Conforme cada Traidor recibía su taza, se levantaba y se alejaba, hasta que solo quedaba Savara. Era noche cerrada, y empezaron a aparecer más globos de luz a medida que los que marchaban se juntaban en grupos más pequeños a varios pasos de distancia. Savara se acercó para formar un círculo más reducido.
—Hemos llegado más tarde de lo previsto, y ustedes deben de estar ansiosos por regresar a Kyralia, así que comencemos sin más dilación. —Miró a Lorkin—. Nuestra difunta reina, Zarala, expresó su deseo de que Lorkin oficiara hoy de negociador. ¿Están ustedes de acuerdo?
Sonea se volvió hacia su hijo, que parecía estar reprimiendo una sonrisa.
—Sí, majestad. Yo me pondré el anillo de sangre de lord Osen, administrador del Gremio. ¿Supone eso un inconveniente para vos?
—No. —Savara fijó la mirada en Lorkin—. Adelante, lord Lorkin.
Sonea se puso el anillo de Osen.
¿Osen?
Sonea.
Estamos a punto de iniciar las negociaciones.
Lorkin respiró hondo.
—La reina Zarala me pidió que organizara una reunión entre los Traidores y las Tierras Aliadas, con el fin de negociar una alianza.
Sonea asintió.
—¿De qué clase de alianza estamos hablando? ¿Desean los Traidores incorporarse a las Tierras Aliadas? Eso requiere someterse a varias normas básicas estipuladas, unas de ellas generales y otras específicas de cada país.
—¿Cuáles son las normas básicas? —inquirió Savara.
—No cometer actos de agresión contra otros países de la alianza. Acatar una serie de leyes relativas al comercio, las actividades delictivas y la magia. Ofrecer apoyo militar en defensa de las Tierras Aliadas. Prohibir la esclavitud.
—Aceptamos la primera y la última sin reservas. —Savara apretó los labios—. ¿Cuáles son esas leyes que ha mencionado?
Sonea las enumeró con la ayuda de Osen. Savara escuchaba, asintiendo de cuando en cuando. Cuando Sonea terminó, la reina entrelazó los dedos.
—Algunas de las leyes son similares a las nuestras, otras no. Lo que tal vez parezca inaceptable a mi pueblo es el control que ejercen ustedes sobre los magos, y en especial sus restricciones del conocimiento y el uso de la magia superior.
—Vosotros también tenéis restricciones con las que nosotros no estaríamos de acuerdo. Según creo, no enseñáis magia a los hombres, a menos que sean natos.
—Así es, pero las restricciones basadas en el sexo de las personas no son ajenas a la alianza. El pueblo lonmariano solo enseña magia a los hombres. Si la alianza respeta sus tradiciones, ¿por qué no habría de respetar las nuestras?
—Es probable que lo haga. La magia negra, por otro lado, es un tema más complicado.
Savara sonrió y señaló a Sonea.
—Y sin embargo hay magos negros en el Gremio.
—Solo los que consideramos necesarios para nuestra defensa.
La reina adoptó una expresión seria.
—¿Creen de verdad que tres son suficientes?
Sonea le sostuvo la mirada. No era un buen momento para manifestar dudas.
—Sí.
Las cejas de Savara se elevaron.
—Espero que nunca se produzca una situación que ponga a prueba su afirmación. Mi pueblo no está tan dispuesto a dejar su seguridad en manos de unos pocos. No suscribiremos una alianza que nos exija que dejemos de enseñar magia superior a nuestras hijas.
—Contábamos con ello. —Sonea sonrió cuando la reina la miró intrigada—. Estamos dispuestos a negociar una excepción para el caso de los Traidores, con condiciones.
—¿De qué condiciones se trata?
—No habéis opuesto reparos a nuestra ley que obliga a todos los magos a formarse en el Gremio —observó Sonea.
—No —respondió Savara con aire divertido—. Sería una insensatez rechazar una oportunidad así.
—La condición es la siguiente: que vuestras magas no sean iniciadas en la magia negra hasta después de graduarse, y que esta enseñanza la lleven a cabo Traidores, en Sachaka.
Una arruga pequeña apareció en el entrecejo de Savara. Ella asintió despacio.
—Eso podría ser aceptable.
—Naturalmente, si el rey Amakira se entera de que hemos llegado a un acuerdo, nos pondrá obstáculos a unos y a otros. Intentará impedir que vuestras aprendices lleguen a Kyralia.
Savara agitó la mano, como restando importancia al asunto.
—Oh, eso no supondrá un problema.
—Una vez que entraran en Kyralia, resultaría más difícil encubrirlas. Podríamos disfrazarlas de elyneas.
—No será necesario.
Parece demasiado segura, observó Osen.
En efecto.
—Tal vez creáis que como el rey Amakira ignora dónde está Refugio, no representa una amenaza para vosotros, pero si queréis que las jóvenes que nos enviéis para que las adiestremos estén a salvo, será mejor que no olvidéis que él sí sabe dónde está Imardin —advirtió Sonea.
Savara sonrió.
—No hará falta mantenerlo todo en secreto. Para cuando estemos preparados para enviar magas al Gremio, si decidimos enviarlas, el rey Amakira y los ashakis habrán dejado de ser un problema.
Sonea oyó que Regin inspiraba con brusquedad y cayó en la cuenta de que se había quedado mirando a la reina. Sintió un escalofrío seguido de una punzada de temor.
¡Planean atacar a los ashakis!, exclamó Osen.
Savara se inclinó hacia delante.
—Según dice, la alianza incluiría apoyo militar en defensa de las Tierras Aliadas. Deduzco que el apoyo militar para una acción ofensiva es una cuestión muy distinta. Por otro lado, ustedes son enemigos del Imperio sachakano desde antiguo. Por tanto, invito a las Tierras Aliadas a unirse a nuestra campaña para liberar Sachaka de los ashakis y de la esclavitud. Aunque no puedan aportar a muchos combatientes, pues pocos de ustedes aprenden magia superior, su energía y sus habilidades de sanación nos serían muy valiosas. —Se reclinó hacia atrás—. ¿Nos ayudarán?