Capítulo 14

—Buen viaje —dijo el vigía Orton cuando el carruaje empezó a alejarse del Fuerte. Sobre su cabeza, en la fachada del edificio orientada hacia Sachaka, había varias ventanas pequeñas, algunas de ellas cuadrados de luz brillante, otras oscuras y casi invisibles. Sonea volvió la vista y la mantuvo fija en el edificio hasta que quedó engullido por las sombras.

Apagó el pequeño globo luminoso que había hecho flotar en el aire dentro del vehículo. Aunque la penumbra en la cabina se prestaba a desvelar secretos, ella vaciló.

—Es un alivio saber que Lorkin ha escapado de la ciudad —comentó Regin.

—Lo es —convino Sonea, aprovechando la ocasión para retrasar el momento—. Dannyl se alegrará también. No sé cómo lo ha conseguido exactamente, pero el plan entrañaba un riesgo importante. Por otro lado… tenemos que confiar en que el mensaje provenga de los Traidores y sea cierto.

—¿Crees que podría ser mentira?

Sonea negó con la cabeza.

—Si lo han enviado los Traidores, no. Pero me preocupa que sea una elaborada artimaña urdida por el rey Amakira. En ese caso, Lorkin ha mordido el anzuelo también, pues no he detectado el menor indicio de engaño por su parte cuando hemos hablado a través del anillo de sangre. —Arrugó el entrecejo.

«De hecho, no he percibido un solo pensamiento o sentimiento suyo. Qué raro. El anillo debería habérmelo permitido. Es como si… Aaah, claro. —Los pensamientos de Lorkin estaban protegidos, quizá de la misma manera en que el anillo de Naki protegía los de ella. ¿Llevaba puesta su hijo una gema similar?—. ¿Pertenecía el anillo de Naki a los Traidores originalmente? De ser así, ¿cómo fue a parar a Kyralia? Ella decía que las mujeres de su familia se lo habían pasado de generación en generación. ¿Era una de ellas una Traidora?».

—¿Él tiene el anillo ahora?

Sonea devolvió su atención a la conversación.

—Sí.

—Por eso sabías que los mensajes eran de los Traidores —murmuró él, más para sí que para que ella lo oyese.

Ella miró a Regin, o más bien su silueta en las tinieblas. Tendrían que permanecer en el carruaje durante un par de horas. Sonea reflexionó sobre su renuencia a revelarle a Regin el otro motivo por el que se dirigían a Sachaka. Los Traidores le habían asegurado que el paso era seguro, aunque le habían recomendado que viajara de noche y lo más silenciosamente posible. En cuanto se lo confesara a Regin, él querría hacerle preguntas. Si no se lo contaba hasta que llegara el momento de apearse del carruaje, quizá no le daría tiempo a responderlas antes de que tuvieran que quedarse callados. «Sí, creo que debo decírselo ahora».

—Lord Regin —empezó, y en la oscuridad casi absoluta vio que él volvía la cabeza hacia ella—. Liberar a Lorkin no es nuestra única misión. Hay otra.

Él titubeó antes de responder.

—Ya me lo imaginaba. ¿En qué consiste la otra misión?

—Debemos reunirnos con los Traidores. Quieren discutir la posibilidad de establecer una alianza y relaciones comerciales con nosotros.

Ella lo oyó exhalar por encima del traqueteo del vehículo.

—Ah.

—El cochero parará dentro de una o dos horas. Nos bajaremos y seguiremos a pie, hacia el norte de la carretera. Los Traidores me han dado instrucciones sobre el camino que debemos seguir. Se encontrarán con nosotros dentro de unos días, y Lorkin estará con ellos.

—Has esperado hasta el último momento para decírmelo.

—Sí, y habría esperado más si hubiera sido posible. No convenía que estuvieras informado sobre ello, por si los hombres del rey Amakira nos detenían y te leían la mente.

—¿Y qué hay de tu mente?

—Está protegida.

Ella esperó a que Regin le preguntara cómo, pero la pregunta nunca llegó. Él no abrió la boca. El silencio que se hizo en la cabina parecía cargado de reproche.

—No es que nosotros… que el Gremio no quisiera confiarte la información —se excusó Sonea—. Es que…

—Lo sé —la interrumpió—. No tiene importancia. —Suspiró—. Bueno, hay algo que sí la tiene: ¿confías tú en mí?

Ella se quedó callada, no muy segura de cómo interpretar su tono de voz. No era acusador, pero tenía un deje de exigencia. Si ella eludía responder, podía provocar una tensión innecesaria entre ellos.

—Sí —dijo, tomando conciencia de la sinceridad de su respuesta. Al mismo tiempo, se percató de que él la había acorralado en cierta manera, por lo que lo justo era pagarle con la misma moneda—. ¿Tú confías en mí?

Lo oyó exhalar de nuevo, pero esta vez más despacio.

—No del todo —reconoció—. No porque me parezca que no eres de fiar, sino porque… sé que no me aprecias.

A Sonea el corazón le dio un brinco.

—No es verdad —se apresuró a replicar, antes de que le vinieran a la mente recuerdos que discrepaban de sus palabras y la hacían sentir incómoda—. No siempre te he apreciado, y sabes por qué. No hace falta que demos más vueltas al asunto. Es agua pasada.

Él guardó silencio durante un rato breve.

—Te pido disculpas. No debería haber tocado ese tema otra vez. A veces me cuesta creer que me hayas perdonado, o que incluso puedas haberme cobrado afecto.

—Pues… es cierto. Ambas cosas lo son. Eres… una buena persona.

—Tú me convertiste en esa persona. —Su tono se había tornado más cálido—. Ése día, durante la invasión.

A Sonea se le cortó la respiración mientras una oleada de tristeza la embargaba. «Y otra buena persona murió aquel día. —De pronto, se quedó sin habla, horrorizada, no por primera vez, al pensar en los recuerdos que la asaltarían cuando caminara en la oscuridad por la roca desnuda de las montañas—. Pero con un acompañante distinto. Con otro hombre».

—¿Qué te sucede?

Ella parpadeó, sorprendida. ¿Cómo se había dado cuenta de que estaba alterada? Entonces reparó en que la pared de roca junto a la que avanzaban había quedado atrás, y la luz de la luna creciente se colaba en el interior de la cabina. Respiró hondo y espiró lentamente, esforzándose por recuperar el control sobre sí misma.

—Los dos cambiamos aquel día. Tú para bien, yo para mal.

—Solo un necio pensaría eso de ti —repuso él, malinterpretando su declaración—. Nos salvaste a nosotros y salvaste el Gremio. Desde entonces te admiro.

Ella lo miró, pero gran parte de su rostro estaba en sombra. ¿Cómo iba él a entender la amargura y el odio hacia sí misma que se habían apoderado de ella tras la muerte de Akkarin? «Por más que mi mente sepa que no fue culpa mía, mi corazón se resiste a creerlo».

La luna iluminó la cara de Regin, revelando una expresión que ella había visto muy pocas veces en él. Se percató de que había habido un asomo de sonrisa en su voz. ¿Qué había dicho? «Desde entonces te admiro».

Apartó la vista. La rivalidad, el odio de Regin hacia ella y todo lo que representaba había cedido el paso a un sentimiento casi completamente contrario. «E igual de inmerecido. Pero sería desconsiderado e ingrato por mi parte decírselo. Prefiero con mucho la admiración a la desconfianza y el desprecio».

La admiración y la amistad eran cosas muy diferentes. Tanto como la amistad y el amor. «He visto a aprendices que se odiaban entre sí hacerse amigos después de la graduación. Eso no nos ocurrió a nosotros. También he visto a personas que se detestan saltarse la fase de la amistad y enamorarse. —El corazón le dio un vuelco—. Un momento… ¿No será que…? No, no se refiere a ese tipo de admiración».

Posó los ojos en él de nuevo, pero no tuvo la oportunidad de escrutar su expresión. Regin había fijado su atención en algún punto situado fuera del carruaje. Se removió en su asiento y se inclinó hacia delante.

—Así que eso es el páramo —dijo en voz queda.

Ella echó una ojeada por la ventana. La tenue luz de la luna hería el borde del paisaje que se ofrecía a la vista más abajo; las cimas de muchas, muchas dunas componían formas inquietantes.

—Sí —dijo ella—. Se extiende hasta el horizonte.

—Vaya. ¿Cómo hicimos algo así? —se preguntó Regin—. ¿Qué ha sido de ese conocimiento?

—El embajador Dannyl ha descubierto varios documentos interesantes, según me ha dicho Osen.

—¿Alguna idea sobre cómo devolverle el verdor?

Ella sacudió la cabeza.

—Si algún mago consigue algún día hacer de esto un terreno fértil, será el mayor acto de sanación jamás realizado.

Regin contempló la vista por unos instantes más antes de reclinarse de nuevo en su asiento.

—¿Unas horas, dices?

—Sí. El cochero sabe dónde debe detenerse. Nos dejará allí y proseguirá su camino hacia Arvice y la Casa del Gremio con el correo y las provisiones. Le he dicho que no necesitamos ir a Sachaka ahora que Lorkin está en libertad, pero que queremos ver amanecer sobre el páramo y regresar caminando al Fuerte.

—Es un hombre valiente, si está dispuesto a viajar sin la compañía de magos —señaló Regin—. Supongo que ninguno de nosotros estaría a salvo si el rey de Sachaka decidiera atacarnos. O los ichanis. O los Traidores.

—No, pero debemos confiar en que los Traidores estén de nuestro lado. Nos han asegurado que impedirán que los ichanis y los espías reales se interpongan en nuestro camino.

—¿De verdad? Estoy deseando conocerlos.

Ella asintió. «Yo también. No solo porque por fin veré a Lorkin y me aseguraré de que regrese sano y salvo a Imardin, sino porque tengo mucha curiosidad respecto a ese pueblo que lo impresionó tanto como para acceder a ir a su ciudad secreta, aun sabiendo que quizá nunca saldría de ella».

Como Anyi y Lilia se habían marchado, en la habitación subterránea reinaba un silencio interrumpido solo por sonidos de respiración. Gol estaba sentado en uno de los colchones que había confeccionado, con la espalda contra la pared. Cery ocupaba una de las sillas robadas. Meditó sobre lo que Lilia le había contado acerca de Kallen y el motivo del Gremio para buscar semillas de craña.

«Dijo que se desharía de Skellin cuando hubieran conseguido las semillas, y que tal vez aceptarían entonces tu ayuda, si aún estuvieras dispuesto a prestársela», le había explicado ella.

—¿Podemos fiarnos de ellos? —preguntó Cery en voz alta.

Gol soltó un gruñido.

—Eso debería preguntártelo yo a ti. Tú eres el experto en el Gremio. ¿Qué opinas?

Cery inspiró profundamente y suspiró.

—Su prioridad es la seguridad de las Casas y de ellos mismos, y en segundo lugar está lo que ellos entienden por «el pueblo kyraliano».

—Que no incluye a ladrones ni a delincuentes.

—No, a menos que esos ladrones los hayan ayudado. Y aun en ese caso, solo les ofrecerían un tipo de protección de la que el público no llegara a enterarse.

—Se sentirán obligados a echarnos una mano. —El guardaespaldas miró a Cery—. Aunque ahora no los estamos ayudando y Sonea se ha ido. Porque colaboramos con ellos en el pasado.

—Eso espero —exhaló Cery—. Cuanto antes regrese Sonea, mejor —farfulló, sobre todo para sí—. No me gusta tener que confiar en Kallen si es verdad lo que dice Lilia sobre su adicción a la craña.

—Hum. —Gol asintió—. Si quisiera entregarnos a Skellin, habría aceptado tu plan y no habría decidido esperar. Habría concertado una reunión, y en vez de él habría aparecido Skellin.

—Eso es cierto. Aun así, prefiero estar aquí, donde podemos huir en caso necesario, a estar atrapado sin salida en una habitación del Gremio.

Gol asintió.

—Aquí al menos podemos mantener vigilada esa bodega para enterarnos de cuando consigan semillas de craña. Deberíamos esperar a que las plantas sean del mismo tamaño que las que vimos, lo bastante grandes para que los magos sepan si son de craña o no.

—¿Tú sabes qué pinta tienen las plantas de craña?

Gol frunció el ceño y meneó la cabeza.

—Tal vez Anyi lo sepa. ¿No la fumaba su novio?

—O novia. Nunca lo ha especificado.

El guardaespaldas adoptó una expresión sombría en la penumbra y desvió la mirada. «¿Se ha sonrojado?». Cery no pudo evitar sonreír.

—Tal vez intenten encontrar a Skellin de otras maneras antes de plantearse nuestro plan. —Gol tamborileó con los dedos en los costados de la silla—. Si no les gusta la idea de colaborar con un ladrón.

—Si son reacios a colaborar con un ladrón, dudo que tengan reparos en utilizar a uno como cebo —observó Cery.

Gol soltó una risita.

—Cierto.

—Si al final optan por poner en práctica nuestro plan… —reflexionó Cery—, supongo que deberíamos estar preparados para entrar en acción, tener la trampa lista.

—Será un gasto inútil de energía si deciden no contar con nosotros, ¿no?

—¿Qué otra cosa podemos hacer? —Cery suspiró—. Estamos justo debajo del Gremio. Seguro que eso supone una ventaja. Ojalá… ojalá hubiera un modo de engañar a Skellin para que cayera directamente en las manos del Gremio, aunque los magos no quieran.

—Sería una trampa tanto para ellos como para Skellin.

—Una trampa que captaría su atención solo cuando Skellin viniera a husmear por aquí.

Al guardaespaldas le brillaron los ojos.

—Ya sé cómo captar la atención de los magos. —Se quedó pensativo—. Tendré que salir a la ciudad a conseguir material. Y tendremos que tender la trampa en algún lugar resistente, para no acabar sepultados por accidente. ¿Cuál es la zona más sólida de aquí abajo?

—Conozco un sitio ideal. —Cery recogió un farol—. Ven conmigo.

Tras ponerse de pie sin un solo quejido de esfuerzo, Gol salió de la habitación en pos de Cery. «Me alegra ver que ha sanado tan bien —pensó Cery—. Entre Anyi y él, me hacen sentir el doble de viejo de lo que soy. Si alguna vez recupero mi vida anterior, me rodearé de viejos canosos para sentirme más joven».

Guió a Gol hasta el conjunto de habitaciones en que Cery se había topado con Lilia y Anyi. Gol cogió el farol de entre sus manos, entró en la primera y alzó la lámpara para iluminar las robustas paredes de ladrillo y el techo abovedado.

—Está en mucho mejor estado que el cuarto en el que vivimos —comentó el hombretón—. ¿Por qué no nos hemos instalado aquí?

—Anyi descubrió estas habitaciones hace muy poco. —Además, había algo en aquella cámara que inquietaba a Cery. Hacía que el pulso se le acelerara más de la cuenta. Cuando Gol bajó el farol, la luz se reflejó en un plato polvoriento y roto. Cery recogió uno de los pedazos. Había un símbolo del Gremio en la superficie vidriada. Se estremeció cuando los recuerdos acudieron a él como una vaharada de humo. «¿Es este el cuarto donde Fergun me encerró hace muchos años? Apenas llegué a verlo. Pasé días encerrado a oscuras».

—Esto está más cerca de los edificios del Gremio. El trayecto será más corto si nos vemos obligados a salir corriendo, y Lilia tendrá que recorrer menos distancia para vernos. Traslademos nuestros trastos aquí —insistió Gol.

Con un suspiro, Cery hizo a un lado los recuerdos y la desazón, y movió la cabeza afirmativamente.

—De acuerdo, pero elijamos otra habitación. Ésta es la primera con la que se encuentra uno aquí. Si alguien se acerca, más vale que lo oigamos venir a tiempo.

Cuando el último de los esclavos que habían servido la cena se retiró de la sala maestra, Tayend miró a Dannyl.

—Ahora que Lorkin está lejos y a salvo, ¿qué piensas hacer con nuestro huésped no deseado?

Dannyl contempló su plato y suspiró al notar que se le apagaba el apetito. Invocó magia y creó un escudo en torno a Merria, Tayend y a sí mismo para que nadie más oyera su conversación.

—¿Qué propones? —preguntó a su vez.

Había transcurrido un día entero desde el intento fallido de secuestro. Savi despojaba con regularidad al espía de su energía. Como era la jefa de los esclavos de la cocina, a ninguno de sus subordinados le pareció extraño que ella fuera la única a la que se le permitía ver lo que había en una de las despensas.

—Solo se me ocurren dos opciones: que muera, o que Savi se marche.

El poco apetito que le quedaba a Dannyl se esfumó.

—Esto último no es posible, lo que nos deja con una sola opción.

Merria arrugó el entrecejo.

—Pero, independientemente de si el rey finge que su espía es un esclavo o reconoce que no lo es, estaréis infringiendo una ley.

Tayend asintió.

—Es mejor que nos acusen de destruir propiedad real que de asesinato. Tal vez podrías hacer que pareciera un accidente.

«¿Por qué tengo que hacerlo yo? —pensó Dannyl—. Porque soy la persona de mayor rango en esta casa. —Entonces concibió una esperanza traicionera—. ¿No está Tayend por encima de mí jerárquicamente, dada su condición de embajador de un país entero, y no solo del Gremio?».

—Si Savi mata al hombre utilizando la magia negra, quedará claro que los demás no lo hemos hecho —sugirió Merria.

—Pero también quedará claro que hay un Traidor por aquí —objetó Tayend.

—Ella no puede bloquear una lectura mental, ¿verdad?

—Si el rey sabe que ninguno de los esclavos ha entrado o salido de la Casa, y está decidido a descubrir al Traidor, podría ordenar que los torturaran.

—O que los mataran a todos —añadió Tayend.

Un esclavo entró en la sala. Dannyl vio que se trataba de Tav, el portero. Éste se arrojó al suelo.

—Tened cuidado con lo que decís —advirtió Dannyl antes de desactivar el escudo.

—¿Qué ocurre, Tav?

—Alguien ha llamado a la puerta —jadeó el hombre.

—Ve a averiguar quién es.

El esclavo se alejó a toda prisa. La sala maestra quedó en silencio mientras todos aguardaban a que regresara.

—Un mensaje —anunció.

—Dámelo —ordenó Dannyl antes de que Tav pudiera postrarse de nuevo. El esclavo se acercó con paso veloz, sujetando un rollo de pergamino con ambas manos. Dannyl lo cogió y agitó la mano—. Retírate.

Desplegó el mensaje. Tayend y Merria, cada uno a un costado, se inclinaron para leerlo.

—Una orden de que acudas a palacio —murmuró Merria.

—«De inmediato» —leyó Tayend.

Dannyl soltó un extremo del pergamino, que se enrolló de nuevo, como un resorte.

—Sea cual sea la decisión que tomemos, debemos actuar ahora. ¡Kai!

Su esclavo personal apareció en el pasillo.

—Ve a buscar a Savi. —Mientras el hombre se alejaba, Dannyl agregó por lo bajo—: Lo más razonable es preguntarle qué prefiere que hagamos.

La espera no fue larga. La mujer entró y se dejó caer al suelo con la rapidez y la naturalidad de una esclava normal y corriente.

—¿Acaso la cena no es del agrado del amo? —preguntó.

Dannyl miró por un instante el plato que sostenía entre las manos, con la comida que contenía prácticamente intacta. Suspiró y erigió de nuevo la barrera de silencio.

—Me han llamado a palacio —informó a Savi—. Tenemos que tomar una decisión sobre el destino del espía del rey. ¿Qué propones?

Ella torció el gesto.

—Bueno…, lo que es seguro es que intercambiarse la ropa no funcionará esta vez.

Tayend se enderezó de golpe.

—¡Ah!

Todos los ojos se posaron en él.

—¿Qué pasa? —inquirió Dannyl.

El elyneo alzó una mano con la palma hacia fuera.

—Espera. Dame un momento. Tengo una idea… —Cerró los ojos, movió los labios y asintió. Paseó la vista por el rostro de los presentes y la fijó en Savi—. Dime si esto daría resultado: ¿podrías hacerte pasar por uno de los esclavos lacayos, pese a que no es tu tarea habitual y tú eres mujer?

Ella frunció el ceño.

—Si el ashaki lo consiguió, tal vez yo también podría.

—¿Hay algún lugar seguro en el que Dannyl podría dejarte camino del palacio?

A Savi se le iluminó la mirada.

—Sí.

Tayend se volvió hacia Dannyl.

—Creo que es nuestra mejor opción. Si logramos alejar a Savi del peligro, no habrá necesidad de matar al secuestrador.

Dannyl asintió, lleno de alivio hasta que recordó que un secuestrador vivo no solo revelaría que Savi era una Traidora. «Por otro lado, el rey no reconocerá públicamente que el hombre era espía suyo, lo que resultará muy, muy molesto tras todo aquello por lo que hemos pasado. A menos que…».

—Nos lo llevaremos con nosotros —resolvió.

Merria abrió mucho los ojos, pero Tayend se limitó a reír entre dientes.

—Vas a contárselo todo al rey.

—Todo salvo cómo escapó Lorkin.

—Entonces te acompaño también. Eso tengo que verlo.

—Tayend…

—No, Dannyl. De verdad que tengo que verlo. De lo contrario, mi rey se llevaría una gran decepción.

Dannyl no podía rebatir este argumento. «Además, conviene que haya testigos aparte de Osen, la corte sachakana y yo». Anuló la barrera de silencio.

—Merria, ve a buscar al espía con Savi. ¡Kai! —El esclavo entró en la sala como un rayo—. Que traigan el carruaje a la puerta principal.

Mientras Savi y Merria se alejaban rápidamente y Kai desaparecía, Dannyl restableció el escudo. Tayend se frotó las manos por un momento, se detuvo y su sonrisa se desvaneció.

—Espero que no salga a la luz la participación de Achati.

Algo en el interior de Dannyl se hundió en un abismo. Suspiró y depositó su plato en el suelo. Se había pasado la noche anterior en vela, alternando entre el temor a que Achati entregara a Lorkin y el nerviosismo por el riesgo que corría el ashaki al ayudar al joven a huir.

Tayend habló en voz baja, a pesar de la barrera de silencio.

—Anoche se me ocurrió una posibilidad. ¿Y si el rey obliga a Achati a ponerse uno de sus anillos de sangre? Permiten a su creador leer el pensamiento del portador, ¿no es así? Estoy seguro de que Achati se comunicaba con el rey durante el viaje a Dunea. Dudo que el rey llevara el anillo de sangre de otra persona, pues se habría expuesto a que esta le leyera la mente, así que Achati debía de tener consigo uno del monarca. ¿Se negará Achati a ponerse un anillo ahora?

—No lo sé. —Dannyl sacudió la cabeza—. Achati sabía lo que hacía.

—En fin… Espero que no estuviera sacrificándose por nosotros. Ha resultado ser mejor persona de lo que yo esperaba. Me cae bien.

Dannyl contempló a Tayend, sorprendido y agradecido. «Que Achati le caiga bien a Tayend me hace apreciar más a Tayend —descubrió—. Y su buen concepto de Achati también hace que aprecie más al ashaki. —Todo porque Achati había ayudado a Lorkin—. Pero ¿a qué precio?».

El sonido de pasos anunció el regreso de Savi. Empujaba ante sí al espía, que estaba atado y amordazado. Dannyl se percató de que el hombre se tambaleaba como si estuviera exhausto. Sin duda ella había absorbido toda su energía de nuevo.

Un silencio sombrío se impuso entre ellos mientras enfilaron el pasillo hacia la puerta principal. El carruaje no estaba allí, pero al poco rato las puertas de la cuadra se abrieron y por ellas salieron unos caballos, tirando del vehículo. Dannyl indicó a Savi que viajara agarrada a la parte posterior junto al esclavo lacayo habitual, y a continuación obligó al espía a entrar en el coche. Subió tras él, seguido por Tayend.

—Buena suerte —murmuró Merria y cerró la puerta.

A una orden de Dannyl, el carruaje abandonó la Casa del Gremio. Tanto él como Tayend permanecieron callados. No podían hablar delante del espía de lo que planeaban hacer, y la situación no se prestaba a charlas superficiales. El secuestrador iba acurrucado enfrente de Tayend y Dannyl, desplazando su mirada temerosa de uno a otro, lo que resultaba desconcertante. Cuando el cochero profirió un grito de repente, los tres se sobresaltaron.

El vehículo aminoró la velocidad. Dannyl abrió la ventanilla y asomó la cabeza.

—¿Qué sucede?

—La esclava, amo. Ha saltado y se ha ido corriendo.

Dannyl se quedó inmóvil por unos instantes y luego se volvió hacia atrás, pero Savi ya se había perdido de vista.

—No podemos parar —le dijo al hombre—. Continúa hacia el palacio.

El secuestrador había dejado de mirarlos fijamente, tal vez al oír mencionar el palacio. Dannyl, más tranquilo, pasó el resto del trayecto meditando, puliendo su plan y haciendo acopio de valor. Cuando llegaron, se apeó y sacó al hombre a rastras. Dejando a Tayend rezagado, obligó al espía a caminar delante de él y entró en el palacio con paso firme.

Los guardias lo observaron con atención, pero no se interpusieron en su camino. Una vez en el vestíbulo, Dannyl comprobó complacido que el rey había convocado a un público numeroso de ashakis para que asistieran a la audiencia, entre los que había unos cuantos que, según había averiguado Merria, estaban en contra del trato que había recibido Lorkin. «Perfecto». Achati se encontraba de pie cerca del trono y, para alivio de Dannyl, con aspecto indiferente.

Las cejas del monarca se elevaron cuando Dannyl arrojó al espía al suelo de un empujón. Tal como dictaba el protocolo, se arrodilló, y Tayend, tras colocarse apresuradamente a su lado, hizo una reverencia.

—En pie, embajador Dannyl. —El rey miró al espía—. ¿A qué viene esto?

—Solo os devuelvo a quien me aseguran que es vuestro espía, majestad —respondió Dannyl mientras se erguía.

El rey clavó la vista en él.

—Mi espía.

—Sí, majestad. Anoche este hombre intentó secuestrar a lord Lorkin, mi ex ayudante. Una Traidora lo impidió. También le leyó la mente y descubrió que él estaba a vuestro servicio. —Dannyl miró en torno a sí a los ashakis, que parecían divertidos y en absoluto escandalizados—. Solicito que alguno de los presentes le lea la mente para confirmarlo.

Los ashakis volvieron la cabeza a izquierda y derecha, intercambiando miradas y farfullando algunas palabras. El rey, haciendo caso omiso de todos, continuó contemplando a Dannyl.

—Sea. Ashaki Rokaro, ¿puede atender a la petición de Dannyl y decirnos si su acusación es cierta?

La concurrencia no emitió una sola protesta cuando un hombre de cabello entrecano dio un paso al frente. Todos lo observaron mientras le leía el pensamiento al espía. Al parecer el ashaki estaba realizando un trabajo minucioso y concienzudo, pues aquella lectura mental estaba llevando más tiempo que otras que Dannyl había presenciado. Cuando soltó al espía, este se dejó caer al suelo de nuevo, con los brazos extendidos hacia el rey como si fuera un esclavo que imploraba su perdón.

—¿Y bien, ashaki Rokaro? —lo animó a hablar el soberano.

El ashaki trasladó la vista del espía a Dannyl y luego al público allí reunido.

—Es cierto —dijo.

Dannyl se quedó ligeramente sorprendido. Había imaginado que el ashaki lo negaría, o que diría que el hombre así lo creía pero carecía de pruebas de que la orden procediera del rey. Al alzar los ojos hacia el rey, Dannyl no percibió el menor indicio de preocupación o culpa en su expresión, y el alma se le cayó a los pies.

—¿Dice que una Traidora les ayudó? —inquirió el rey.

Dannyl titubeó, mientras lo recorría un escalofrío de advertencia.

—No estábamos en condiciones de rechazar su ayuda.

—¿Dónde está ella ahora?

—No lo sé. En la Casa del Gremio, no.

—¿Y Lorkin?

—Se ha ido.

—¿Adónde?

—No lo sé. Con los Traidores, supongo.

—Últimamente son su compañía favorita, por lo visto. —Se volvió y sonrió a Achati con aprobación evidente—. Pero al menos hemos conseguido lo que todos deseábamos: la libertad de Lorkin a cambio de información.

«¿Información?». De pronto, Dannyl recordó la promesa que Lorkin había hecho a Achati: «Responderé a la pregunta que más ansía hacerme su rey. Les diré dónde está la base de los Traidores».

Dannyl dudaba que Lorkin albergara la intención de cumplir su promesa. Había dado por sentado que tenía algún ardid en mente. Pero ¿y si realmente le había desvelado a Achati la ubicación de Refugio? ¿Y si Achati había entregado a Lorkin al rey en vez de ayudarlo a huir? ¿Mentían los Traidores al afirmar que lo habían rescatado para vengarse de él por haber dado a conocer el emplazamiento de su hogar? ¿O quizá no sabían aún lo que él había hecho?

El rey echó un vistazo al espía.

—Supongo que debería darles las gracias por devolverme a mi espía, aunque no se ha hecho precisamente digno del título. —Levantó la mirada hacia Dannyl y Tayend—. Pueden regresar a la Casa del Gremio, embajadores.