Capítulo 12

—¿Crees que deberíamos esperar a que Lilia esté con nosotros? —preguntó Anyi mientras examinaba el techo del túnel.

Cery alzó su farol.

—No parece a punto de hundirse en este preciso instante. —Era un túnel largo, y Anyi había impuesto un paso rápido. Él había aprovechado que el techo estaba combado para detenerse y recuperar el aliento, con la esperanza de que los demás atribuyeran sus actos a la prudencia—. Por otro lado, ¿cómo podemos estar seguros?

—No lo sé —reconoció Anyi—. Supongo que no se derrumbará mientras no toquemos nada. Pero no deberíamos quedarnos mucho tiempo.

Gol emitió un gruñido bajo que denotaba que ambos estaban locos. Contemplaba con el entrecejo fruncido las raíces de árbol que colgaban del techo y, enredadas entre sí, recubrían las paredes del túnel. Cuando dio un paso hacia él, Cery se percató de que su expresión no era de desaprobación, sino de interés.

Acto seguido, vio aquello en lo que Gol se había fijado. Detrás de algunas raíces no se vislumbraba la luz que habría cabido esperar. Al otro lado reinaba una obstinada oscuridad. Se acercó, entrelazó los dedos con la maraña de raíces blancas y tiró con suavidad. Se balancearon hacia delante sin oponer la menor resistencia.

«No están adheridas a nada. Hay un agujero al otro lado».

—¿Os acordáis de que os dije que no tocarais…? —empezó a preguntar Anyi mientras él apartaba las raíces a un lado—. Ah.

La entrada a otro túnel se abría ante ellos. La misma obra de ladrillo deteriorada contenía la tierra y sustentaba el techo. Cery miró a su hija y sonrió cuando ella se acercó y echó un vistazo al interior con los ojos brillantes.

—Esto es un golpe de suerte —comentó Anyi—. Si algún día tenemos que escapar, podemos pasar por aquí. Si el perseguidor no nos ve entrar, nunca sabrá dónde nos hemos metido.

—¿Quieres que exploremos? —inquirió Cery.

—Por supuesto.

Cery volvió la vista hacia Gol.

—Quédate aquí. Si oyes algo como un derrumbe, ve a buscar a Lilia.

Gol hizo ademán de protestar, pero en vez de eso exhaló un suspiro profundo y asintió. Cery sostuvo las raíces para dejar pasar a Anyi. Ella se movía despacio, con el farol en alto para examinar las paredes, el techo y el suelo. El pasadizo no estaba en peor estado que el que los había conducido hasta allí. Aunque su apariencia era ruinosa en algunas partes, en general tenía un aspecto sólido.

Mientras avanzaban, Cery se preguntó cómo habría ido la conversación de Lilia con Kallen. No recibirían noticias de ella hasta la mañana siguiente. Cery había decidido que pasarían la noche inspeccionando las galerías y pensando dónde le tenderían la trampa a Skellin. Anyi creía que debían atraerlo a las cámaras subterráneas cercanas a la universidad, para que ellos pudieran huir al edificio. Se trataba de las cámaras en que Cery había sorprendido a su hija con Lilia. Notó que se le encendía el rostro al recordarlo. En el prostíbulo en que se había criado, había conocido a mujeres que cortejaban a otras mujeres, y entre algunas de ellas se habían creado vínculos que habían durado muchos años. Era una de las muchas maneras en que había visto que la gente buscaba placer, compañía y amor. No obstante, había llegado a comprender que aquel mundo era especialmente tolerante. Fuera de él había personas que rechazaban todo lo que se apartaba de su experiencia propia y sus gustos. Y no eran solo personas de clase alta. Los bajos fondos no eran mejores ni peores.

«Me pregunto si su madre lo sabe. A Vesta siempre le gustaba creerse superior a los demás. Buscaba constantemente cosas que criticar en otras personas. A veces creo que lo único que la atraía de mí era mi condición de ladrón. Eso le daba la sensación de ser más importante que la mayoría de la gente. Al menos durante una época».

Lo último que quería era que Anyi se sintiera rechazada. No le importaba que estuviera con Lilia, desde luego, pero… Sintió una ligera punzada de envidia. «Estuve enamorado de una maga del Gremio, pero la única clase de amor que obtuve a cambio fue la amistad. —Sacudió la cabeza—. Menudo quejica estoy hecho. La amistad de Sonea no es poca cosa, y además encontré el amor en otras personas».

Se preguntó si Anyi había tenido muchos amantes con anterioridad, y entonces se acordó de la historia que le había contado sobre el que la había traicionado. «Ah. Seguramente por eso nunca lo encontré. No era un hombre, sino una mujer».

Anyi emitió un grito ahogado.

—¡Mira! —susurró.

El túnel terminaba en una pared de ladrillo, pero no era una pared común y corriente. Llevaba acoplado un artilugio que les resultaba familiar: el mecanismo de una puerta oculta. Cery localizó la tapa de latón de una mirilla. Aunque estaba rígida y verde a causa de su antigüedad, él consiguió abrirla haciendo fuerza. Cuando miró por ella, no distinguió más que oscuridad.

—No veo nada —dijo.

—¿Quieres que intentemos abrirla? —preguntó Anyi.

Cery reflexionó. Si dejaba volar su imaginación, esta evocaba en su mente a presos peligrosos o monstruos encerrados que esperaban a que alguien los liberara para matar a todo aquel que se cruzara en su camino.

«Lo más probable es que sea otro almacén viejo. Además, por lo que se alcanza a vislumbrar, no hay una cerradura que impida a nadie abrir la puerta desde el otro lado».

Asintió.

Anyi sujetó la palanca y tiró de ella, pero la puerta no se movió. Al observar el mecanismo más de cerca, Cery advirtió que no estaba oxidado. Había unos bultos negros en torno a las junturas. Los tocó. Eran blandos; probablemente gotas de aceite o grasa que se habían espesado a causa del tiempo y el polvo. Cery también intentó tirar de la palanca, y luego ambos aunaron sus fuerzas, pero fue en vano.

—Ve a por Gol —dijo Cery.

Echó otra ojeada por la mirilla, incluso probó a sujetar el farol en alto y mirar al mismo tiempo, pero no vio más que las tinieblas del otro lado de la puerta. Entonces se le ocurrió que quizá la abertura estaba obstruida. Extrajo una ganzúa de su abrigo y traspasó la puerta con ella, confirmando que al otro lado había un hueco.

«Tal vez sea una trampa instalada por Akkarin o alguna otra persona hace mucho tiempo, por la misma razón por la que las instalamos nosotros: para burlar y frenar a los perseguidores. Quién sabe qué motivos tuvo el Gremio en el pasado para excavar estos túneles».

Oyó los pasos de dos personas que se acercaban tras él y dio media vuelta. Gol puso cara de exasperación al ver la puerta.

—No eres capaz de dejar un misterio sin resolver, ¿verdad? —refunfuñó.

Cery se encogió de hombros. Gol puso los ojos en blanco, se acercó a la puerta y agarró el tirador. Tiró de él una vez, se detuvo para estudiar el mecanismo y asió el tirador de nuevo.

—Ten cuidado; no se te vaya a abrir la herida —le previno Anyi.

Gol se apartó ligeramente de la palanca y miró en torno a sí. Retrocedió unos pasos por la galería y recogió algo. Cuando regresó, Cery vio que se trataba de un ladrillo.

—Eso hará mucho… —cuando Gol golpeó el mecanismo, un sonido metálico y dolorosamente fuerte retumbó en el pasadizo—… ruido —finalizó Anyi.

Sin embargo, el impacto dio al parecer el resultado que Gol pretendía: romper la costra de aceite viejo. Ésta vez, la palanca cedió bajo su mano. Cery notó que el corazón le latía un poco más deprisa cuando la puerta giró sobre sus goznes. Era pesada: por la parte de atrás estaba recubierta de ladrillos finos unidos entre sí con argamasa. Al otro lado había un recinto.

Cuando la luz de los faroles atravesó la oscuridad, iluminó unos armarios y mesas de madera. A Cery se le cayó el alma a los pies. No estaba seguro de qué deseaba encontrar allí. ¿Un tesoro oculto, tal vez? ¿Un escondite mejor para ellos?

Entraron. Cuando el brillo de las tres lámparas inundó aquel espacio, la expectación de Cery cedió el paso al temor. La habitación se veía limpia. Sin rastro de polvo o escombros. Él se acercó a una de las mesas. Estaba cubierta de macetas pequeñas. Cada una de ellas contenía tierra y una planta diminuta.

—¿Estamos en el…? —empezó a preguntar Gol.

—¡Chitón! —jadeó Anyi.

Cuando Cery y Gol se volvieron hacia ella, vieron que estaba inspeccionando una escalera angosta, sujetando su farol lo más lejos posible del hueco para que su luz no penetrara en él. Se acercaron y, cuando llegaron junto a ella, oyeron voces procedentes de arriba, así como el chirrido de una manija que giraba.

Sin mediar palabra, salieron corriendo al túnel y Gol cerró la puerta tras de sí. A Cery se le aceleró tanto el corazón que le dolía el pecho. Anyi aplicó el ojo a la mirilla, y Gol colocó la oreja contra la puerta. Divertido, Cery apartó a Anyi, que protestó en silencio, para ocupar su lugar frente a la mirilla.

La habitación del otro lado ya no estaba a oscuras. Algo luminoso bajaba por la escalera. Sintió un alivio matizado de ironía al ver aparecer un globo de luz seguido por dos magos. Uno era una anciana, y el otro un joven.

—Qué pasa —musitó Anyi.

—Magos. Están escudriñando el sótano. ¿Oyes algo, Gol?

—Muy poco —respondió el hombretón—. Uno ha dicho que ha oído algo. El otro le ha dado la razón.

Los dos magos sacudieron la cabeza y se acercaron a las mesas. El hombre levantó una planta y la dejó donde estaba con displicencia, visiblemente enfadado.

—La vieja ha preguntado algo. El joven dice que está seguro —informó Gol. Se quedó callado, y Cery alcanzó a oír el sonido apagado de las voces. Hizo una seña a los otros dos para que guardaran silencio y apretó la oreja contra la puerta.

—Así que nos han engañado —dijo la mujer, en un tono que no denotaba sorpresa.

—Sí, tal como sospechabas —contestó el mago joven—. Si te fumaras este… este hierbajo de jardín, el único efecto que te produciría es dolor de cabeza.

—Bueno, sabíamos que conseguir craña no sería fácil.

«¿Craña? —Cery notó que algo caliente le corría por las venas—. ¿El Gremio quiere cultivar craña?».

—Pues tendremos que seguir intentándolo —prosiguió la mujer—. Skellin debe de estar cultivándola en algún sitio…, y en grandes cantidades. Tarde o temprano, si ofrecemos dinero suficiente, alguien lo traicionará.

—Solo necesitamos unas pocas semillas.

—Ojalá no necesitáramos ninguna.

Las voces se oían cada vez más débiles. Cery acercó el ojo a la mirilla y los observó subir por la escalera, con la luz mágica ascendiendo ante ellos. Cuando la claridad desapareció de golpe, él supuso que habían cerrado la puerta de la planta superior. Se apartó de la mirilla, cerró la tapa y describió lo que había oído a Anyi y Gol.

—¿Para qué querrá craña el Gremio? —preguntó Anyi, mirando la puerta con el ceño fruncido.

—Tal vez pueda usarse como remedio —aventuró Gol.

—Tal vez —repitió Cery—. A lo mejor hay ya unos cuantos adictos entre los magos del Gremio, y quieren arrebatarle a Skellin el control del suministro.

—Quizá planean eliminar a Skellin como competidor —dijo Gol— para controlar todo el tráfico de craña y luego dejar de cultivarla.

Anyi se volvió hacia él, horrorizada.

—¿Y qué hay de toda la gente corriente que es adicta? Sería una… ¡Perderían la cabeza!

—El Gremio nunca ha impedido que los bajos fondos consigan lo que quieran —le recordó Cery.

Esto no pareció tranquilizar a su hija.

—Nunca nos libraremos de ella, ¿verdad? —dijo, con los ojos muy abiertos, al tomar conciencia de ello—. Tendremos que apechugar con la craña para siempre.

—Probablemente —convino Cery.

Gol asintió.

—Pero tal vez si el Gremio se agencia un poco de craña y la estudia, encuentre la manera de evitar que sea tan adictiva.

Anyi seguía cabizbaja.

—Supongo que, como ruta de huida, esta no es mejor que la que sale a la universidad.

Cery contempló la puerta.

—No sabemos si la planta de encima de este sótano está ocupada permanentemente por magos. Seguramente la mantendrán vigilada si consiguen más semillas y vuelven a intentarlo, pero quizá solo aposten a un criado o dos.

—Es más probable que Skellin nos siga si escapamos por aquí que si lo hacemos por la universidad —añadió Gol—, lo que quizá nos vendrá bien cuando le tendamos la trampa.

—Quizá. Pero no revelemos al Gremio que sabemos que intentan cultivar craña hasta que sea necesario.

—¿Malos recuerdos?

Sonea miró a Regin, sorprendida. «¿Tan evidente era? —Desde que el carruaje había emprendido su lento ascenso hacia las montañas, ella había luchado por ahuyentar sensaciones sombrías y lúgubres. De entrada supuso que se debían al cansancio y la preocupación, pero cada vez que veía un elemento del paisaje (un árbol o una roca) la asaltaba la certeza de haberse fijado en ello en su viaje anterior por aquel camino. Pero sin duda su mente estaba jugándole malas pasadas—. No puedo tener tan buena memoria».

Como no estaba segura de qué responder a la pregunta de Regin, se encogió de hombros. Él asintió y desvió la mirada. Al principio, Sonea había creído que sus conversaciones habían acabado por extinguirse porque las vistas lo distraían. A diferencia de ella, Regin nunca había recorrido aquella carretera. Ahora, Sonea se preguntó si el silencio era culpa suya. Desde hacía un tiempo no tenía ganas de charlar.

«¿Aquel es el sitio donde nos detuvimos? —Un espacio entre los árboles revelaba los campos y caminos que se extendían a lo lejos, surcados por ríos, senderos y límites marcados por el hombre. No obstante, los árboles parecían pequeños. Sin duda habrían crecido más durante los últimos veinte años—. Pero los objetos tienden a ser más grandes en nuestros recuerdos. Aunque… yo creía que eso solo pasaba con los recuerdos de la infancia, porque uno es más pequeño en esa época».

—¿Qué ocurre? —inquirió Regin.

Ella cayó en la cuenta de que estaba inclinada hacia delante, con el cuello estirado para asomarse mejor al exterior. Se echó hacia atrás en su asiento y se encogió de hombros.

—Me ha parecido reconocer algo. —Sacudió la cabeza—. Un lugar en que hicimos una parada la última vez.

—¿Su… sucedió algo allí?

—En realidad, no. Nadie habló mucho durante aquel trayecto. —No pudo reprimir una sonrisa—. Akkarin no me dirigía la palabra. —«Pero lo sorprendía constantemente lanzándome miradas furtivas»—. Estaba enfadado conmigo.

Regin arqueó las cejas.

—¿Por qué?

—Por asegurarme de que me desterraran con él.

—¿Y por qué iba a enfadarse por eso?

—Su plan, o al menos eso creía yo entonces, consistía en dejarse capturar por los ichanis y comunicar el resultado a todos los magos.

Regin abrió los ojos un poco más.

—Una decisión valiente.

—Oh, muy honorable —dijo ella con sequedad—. Conmocionar al Gremio para que tomara conciencia del peligro en que se encontraba sacrificando a la única persona capaz de hacer algo al respecto.

Él enarcó las cejas.

—Pero no era el único. También estabas tú.

Ella negó con la cabeza.

—No había aprendido lo suficiente. Ni siquiera sabía elaborar anillos de sangre. No habríamos vencido a los ichanis si él no hubiera sobrevivido. —«Pero no fue por eso por lo que lo seguiste», se recordó a sí misma, «sino porque no podías dejar morir a Akkarin. El amor es egoísta»—. Al obligarlo a protegerme, lo obligaba a proteger su propia vida.

—Debieron de ser unas semanas espeluznantes.

Ella asintió, pero su mente se desvió de repente hacia los Traidores. Siempre había sospechado que durante la estancia de Akkarin en Sachaka habían ocurrido más cosas de las que él le había contado. En cierta ocasión, cuando lord Dannyl verificaba datos para su libro, le había preguntado a Sonea si el rumor de que Akkarin sabía leer los pensamientos superficiales de una persona sin tocarla tenía algo de cierto. Ella no recordaba que Akkarin le hubiese hablado de ello. La gente le atribuía toda clase de habilidades extraordinarias, incluso antes de que saliera a la luz que había aprendido magia negra.

«Tal vez poseía esa facultad, pero la guardaba en secreto. Al igual que el trato que había cerrado con los Traidores, y concretamente con su reina, nada menos, aunque ella todavía no lo era. Estoy segura de que me dijo que la persona que le enseñó magia negra era un hombre. ¿Era una mentira deliberada para encubrir la existencia de los Traidores? No puedo evitar sentirme dolida por el hecho de que él no me confiara la verdad, aunque por otro lado no me habría gustado que rompiera una promesa hecha a alguien que le había salvado la vida».

Con un suspiro, miró a través de la ventanilla el sol, que estaba bajo en el cielo. Lo que recordaba de la última parte del ascenso al Fuerte era un terreno de roca desnuda y vegetación escasa. Aunque había extensiones de roca visibles aquí y allá, los árboles no habían raleado tanto como en su memoria. «Llegaremos más tarde de lo que había previsto; tal vez incluso después del anochecer».

Un viraje brusco hacia un lado la obligó a sujetarse. Extrañada, se inclinó hacia la ventanilla, preguntándose por qué el carruaje había cambiado de dirección, y parpadeó ante el resplandor inesperado de un muro alto y curvo que relucía teñido de amarillo por el sol del atardecer que brillaba frente a ellos.

«No tan tarde, después de todo —pensó ella—. El terreno que recuerdo debe de haberse poblado de árboles».

—Hemos llegado —anunció a Regin, que se sentó a su lado para mirar por la ventanilla del otro lado.

Sonea contempló su rostro y percibió en él señales del asombro que se había apoderado de ella cuando había avistado el Fuerte por primera vez. El edificio era un cilindro enorme excavado en la roca maciza que ocupaba el hueco entre dos paredes rocosas altas y casi verticales. Cuando ella se volvió de nuevo hacia la ventanilla, advirtió que la fachada no era la superficie lisa e impecable que recordaba. Se habían utilizado piedras de un color distinto para rellenar grietas grandes y agujeros. Debía de tratarse de reparaciones de los daños producidos durante la Invasión ichani. Sonea se estremeció al recordar la batalla que se había librado allí, tal como la había transmitido mentalmente lord Makin, el guerrero al mando de los refuerzos del Fuerte, antes de morir a manos de los invasores.

El carruaje redujo la velocidad y se paró frente a la torre. Un mago de túnica roja y el capitán de la unidad de la Guardia del Fuerte se dirigieron hacia ellos. Sonea descorrió el pestillo de la portezuela, la abrió con magia y se detuvo a mirar a Regin. La emoción en su semblante le confería un aspecto más joven, casi infantil. Evocó en la mente de Sonea una imagen de él como un joven sonriente, pero ella sospechaba que su memoria la estaba engañando. Tal como lo recordaba cuando tenía esa edad, su sonrisa siempre destilaba prepotencia o un regocijo perverso.

«Aunque no durante mucho tiempo —pensó mientras bajaba del vehículo—. De hecho, no recuerdo haberlo visto sonreír a menudo este último año, salvo con una cortesía forzada, o tal vez con comprensión», advirtió.

—Saludos, Maga Negra Sonea —dijo el mago de la túnica roja—. Soy el vigía Orton. Él es el capitán Pettur.

El capitán ejecutó una reverencia.

—Bienvenidos al Fuerte.

—Vigía Orton. —Sonea inclinó la cabeza—. Capitán Pettur. Gracias por su amable recibimiento.

—¿Aún planea pasar la noche aquí? —preguntó Orton.

—Sí. —El título de vigía se había instituido para conferírselo al líder de los magos que ahora custodiaban el Fuerte junto con sus compañeros no-magos. El Gremio temía que ningún mago se ofreciera voluntario para el cargo, así que lo habían dotado de prestigio y un sueldo elevado. No habría hecho falta. Tanto el vigía Orton como su predecesor habían combatido contra los invasores sachakanos y estaban decididos a impedir que estos volvieran a entrar en Kyralia sin topar al menos con una resistencia decente.

—Acompáñenme —los invitó Orton, haciendo un gesto hacia los portones abiertos en la base de la torre.

Sonea sintió un escalofrío al reconocer el túnel que había al otro lado. Se adentraron en las sombras de su interior. Las lámparas que se mantenían encendidas iluminaban más zonas restauradas, así como las trampas y barreras que se habían añadido.

—Tenemos un monumento dedicado a quienes murieron aquí al principio de la invasión —le informó Orton. Señaló un tramo de pared más adelante, y cuando se acercaron Sonea vio que era una lista de nombres.

Una vez frente a ella, se detuvo a leer. Vio el nombre de lord Makin, pero los demás le eran desconocidos. Muchas de las víctimas habían sido miembros comunes de la Guardia. Al principio de la lista figuraban los nombres más largos, que incluían denominaciones de Casa y familia y pertenecían a hombres de clase alta que habían hecho carrera en la Guardia teniendo garantizada una posición de poder y respeto. Sin embargo, los hombres que trabajaban en el Fuerte en aquella época a menudo eran fracasados o alborotadores, enviados a un lugar en el que se creía que no podían perjudicar a nadie o, si lo hacían, al menos no sería en presencia de alguien a quien le importara.

Por encima de ellos estaban los magos. Aunque los nombres de familia y Casa le resultaban familiares a Sonea, en aquel entonces ella era muy joven y hacía poco que había ingresado en el Gremio, por lo que no conocía a los magos en persona. Excepto a uno.

El nombre de Fergun atrajo su mirada. Sintió una mezcla incómoda de desagrado, compasión y culpabilidad. Había sido una víctima de la guerra. Pese a todo lo que había hecho, no merecía que un mago sachakano le arrancara toda la energía hasta matarlo.

«Pero eso no significa que fuera una buena persona».

En cuanto pensó esto, sus sentimientos encontrados se desvanecieron. Comprendió que era posible albergar tristeza por la injusticia de la muerte de una persona sin tener que convencerse de que era más noble de lo que ella la recordaba.

«Y hay una casa de queda que lleva su nombre. —Se apartó—. Estoy segura de que eso lo habría horrorizado tanto como a mí, aunque por razones totalmente distintas».

El vigía Orton los guió hasta una puerta oscura y estrecha. Se procedió a cumplir una formalidad complicada que consistía en identificar al capitán, a sus visitas y a sí mismo, y acto seguido, se oyeron sonidos de todo tipo cuando se accionó el mecanismo de cierre. Una vez abierta la puerta, Sonea comprobó, divertida, que tenía un palmo de grosor y estaba hecha de hierro. Entraron en una habitación y pasaron por el mismo procedimiento para cruzar una puerta igual de robusta que la anterior. Para los ocupantes del Fuerte, toda precaución era poca.

Enfilaron un pasadizo angosto y curvo que ascendía con una pendiente pronunciada. Los extremos de unos tubos sobresalían a los lados, al parecer con el objeto de verter algún líquido en aquel espacio. «¿Agua, o algo menos agradable?». Aunque las defensas físicas no detendrían necesariamente el avance de un mago, podían reducir sus reservas de energía, engañarlo para que bajara la guardia o sorprenderlo antes de que encontrara una forma adecuada de contrarrestarlas. Los pasadizos conformaban un laberinto diseñado con el fin de confundir y desorientar, así como de dar a los ocupantes tiempo para huir.

Cuando llegaron al final del pasadizo, Orton se detuvo para mirarla.

—Espero que no contara usted con que los sachakanos no estarían informados sobre su llegada.

Sonea clavó los ojos en él, y un escalofrío le bajó por la espalda.

—¿Por qué?

—Tenemos la certeza de que vigilan el camino. Nuestras patrullas han encontrado huellas y otros indicios en la vertiente kyraliana de las montañas. Naturalmente, solo podemos observar el lado sachakano de lejos, pero nuestros centinelas han avistado a pequeños grupos de hombres que merodean por la zona.

—¿Ichanis?

Orton arrugó el entrecejo.

—Creo que no. Los ichanis no llevan consigo víveres de calidad. Sean quienes sean, no se molestan en borrar sus huellas cuando se aventuran a pasar a nuestro lado. Supongo que es porque no son conscientes de haber entrado en Kyralia. No hay una línea pintada a lo largo de la frontera ni nada por el estilo.

La idea de que los ichanis tuvieran por costumbre pasearse por territorio kyraliano no era reconfortante. Por otra parte, los desterrados que vivían en las montañas siempre habían sido un atajo de maleantes desorganizados que se robaban unos a otros más a menudo de lo que salteaban a viajeros desafortunados. Lo que constituía una lección de humildad era el hecho de que los invasores que habían intentado conquistar Kyralia habían estado a punto de conseguirlo solo porque uno de ellos poseía la fuerza de voluntad necesaria para unir a un puñado de ellos; y había tardado años.

Un ejército sachakano organizado habría sido imparable. Aún podía serlo. Y allí estaba ella, una de las pocas armas defensivas de Kyralia, camino de Sachaka, nada menos, para rescatar a su hijo. «Espero que, si los sachakanos se aprovechan de mi ausencia, Kallen y Lilia sean capaces de defender el país solos. Uno es un adicto a la craña; la otra, una joven ingenua. —De pronto, sintió náuseas y mareo—. Será mejor que deje de pensar en eso», se dijo.

—¿Quién cree usted que son esas personas, entonces? —preguntó.

—Espías.

—¿Del rey sachakano?

Orton asintió.

—¿De quién si no?

Tres recorrer varios pasadizos tortuosos más, llegaron a un comedor en el que cabían diez comensales. La mesa estaba dispuesta con una vajilla y una cubertería de primera calidad. Tres mujeres y dos hombres aguardaban de pie a que los presentaran. Se trataba de dos capitanes de menor rango con sus esposas, y de la mujer de un capitán ausente. Orton los invitó a todos a sentarse, ocupó su lugar y pidió a un criado que sirviera la cena.

Los platos eran sorprendentemente buenos. Orton explicó que, en su opinión, la comida sabrosa obraba maravillas con la moral de quienes estaban allí destinados y tenían que vivir lejos de Imardin y bajo la amenaza de una posible invasión. Además, los granjeros y cazadores locales se beneficiaban del comercio. Sin embargo, no fue una cena del todo tranquila. Los guardias los interrumpieron varias veces para entregarles mensajes o dar parte. Al principio, Sonea escuchaba con atención, pues suponía que había sucedido algo importante, pero pronto quedó claro que aquello era simplemente una rutina que jamás se suspendía, ni siquiera durante una cena con una maga de alto rango.

Los otros invitados, que estaban acostumbrados a ello, apenas hacían pausa en su conversación. Sonea no cayó en la cuenta de que había dejado de atender a los informes cuando Orton cortó el diálogo que ella estaba manteniendo con el capitán Pettur.

—Maga Negra Sonea —dijo en tono grave y formal.

Al volverse, ella vio que, pese a la expresión serena del hombre, sus ojos delataban su nerviosismo.

—¿Sí, vigía Orton?

—Acaba de llegar un mensaje extraño. —Le tendió un papel doblado con pliegues raros que convergían entre sí—. Los guardias de servicio que lo han recogido dicen que planeaba por el aire como un pájaro y ha caído a sus pies.

Ella se fijó en la caligrafía pulcra, y el corazón le dio un vuelco, aunque no estaba segura de si fue por la emoción o la inquietud.

Aconsejamos a la Maga Negra Sonea que permanezca en el Fuerte hasta que podamos garantizar la seguridad de su viaje. Recibirá más instrucciones en breve.

Debajo del texto había un círculo dibujado con una espiral en su interior. Lorkin se lo había descrito a Osen como uno de los símbolos que los Traidores le habían dicho que utilizarían para identificarse. Ella sintió un escalofrío de expectación. Pronto valoraría por sí misma al pueblo que tanto había impresionado a Lorkin y que había ayudado a Akkarin a escapar de la esclavitud hacía tantos años.

Sonea suspendió el papel en el aire con magia y le prendió fuego. Los otros comensales emitieron un murmullo de sorpresa mientras el mensaje quedaba rápidamente reducido a cenizas. Ella se volvió hacia Orton y sonrió.

—Me parece que esos espías no representarán un problema durante mucho tiempo, vigía Orton.

«Después de dormir varias noches en un frío suelo de piedra, no debería costarme tanto conciliar el sueño ahora que estoy en una cama decente. ¿Qué me pasa?».

Lorkin notaba el cuerpo tenso. Por más que se estiraba, practicaba ejercicios de respiración e intentaba relajarse bajo las suaves mantas, no lo conseguía. Tampoco lo ayudaba el hecho de que, cada vez que entraba en la fase previa al sueño en que su mente vagaba sin rumbo fijo, le venían a la memoria recuerdos de la esclava.

No quería pensar en ella.

Pero no podía evitarlo.

Ella se había bebido el agua con avidez, como si supiera qué contenía. Tal vez era una Traidora, después de todo. Al principio, había pugnado por disimular los efectos del veneno. Sin duda eso significaba que era consciente de lo que estaba tomando. Al final, no había podido quedarse quieta. De no haber sido por la intervención del celador, que la había sacado a rastras de la celda, Lorkin habría sucumbido y la habría sanado con magia. En un arranque de frustración y odio hacia sí mismo, Lorkin le había arrojado la jarra de agua al hombre, pero esta había chocado contra los barrotes y se había hecho pedazos.

Más tarde, había llegado el interrogador ashaki. Lorkin había imaginado que se regodearía y revelaría que la muerte de la esclava formaba parte de sus planes desde el principio, pero en vez de ello había examinado en silencio a la joven muerta y, sin decir una palabra a Lorkin, se había marchado con el ceño fruncido de preocupación.

A la mañana siguiente, unos hombres que Lorkin no había visto antes se lo habían llevado de la celda a un patio pequeño. Cuando el carruaje en que lo habían metido había llegado a la Casa del Gremio, Lorkin se había preguntado si aquello era un sueño particularmente vívido.

No lo era. El rey lo había dejado en libertad. No le habían ofrecido explicación alguna, ni pedido disculpas por su encarcelamiento. Simplemente había recibido la orden de permanecer en la Casa del Gremio.

«¿Por qué?».

Lorkin giró para quedar tendido de costado. Su globo de luz, que brillaba con suavidad en el aire, y la barrera que él había creado a través de la puerta, consumían lo que quedaba de la magia que Tyvara le había cedido. Aunque ahora dormía en una habitación distinta de aquella en la que había muerto Riva, la sensación de una presencia sigilosa en su cama a oscuras se mantenía curiosamente fresca en su mente, pese a que la experiencia real había sido más bien placentera en un principio. No podía dejar de imaginar que alguien acechaba entre las sombras, o que había un cadáver a su lado.

«Con los ojos fijos en el techo, sin ver nada. Como la esclava del calabozo».

Contempló la esfera luminosa en lo alto y renunció a toda esperanza de dormir.

Luego abrió los párpados y, aunque nada había cambiado, supo que había transcurrido un rato. Se había quedado dormido después de desistir de su intento. Pero ¿por qué se había despertado? No recordaba haber tenido un sueño o una pesadilla.

Un golpe sordo procedente de la sala central le heló la sangre y lo paralizó. Obligó a su cabeza a volverse y, al dirigir la vista a la puerta del dormitorio, vio luz en la habitación contigua.

«Hay alguien allí…».

Tras desactivar la barrera de la puerta y generar otra en torno a sí, se levantó y se acercó con cautela a la otra habitación. Había dos esclavos en el centro. Un joven yacía en el suelo, y una mujer de mediana edad acuclillada junto a él le sujetaba la cabeza con una mano y empuñaba un cuchillo con la otra.

«Oh, no. Otra vez no».

Pero entonces el hombre pestañeó. Estaba vivo. «Está leyéndole la mente», comprendió Lorkin. Ella alzó la mirada, y él la reconoció como una de las esclavas de la cocina.

—Lorkin —dijo la mujer. Apartó la mano de la frente del hombre y se enderezó—. Soy Savi. La reina te manda saludos.

Lorkin asintió.

—¿Cómo está ella? —preguntó de forma automática, pero entonces se percató de que ante todo debía darle las gracias a la esclava, pues el hombre al que había reducido seguramente pretendía matarlo.

—Murió. —Crispó el rostro—. Hace dos días.

—Ah. —Al pensar en los ojos traviesos y el sentido del humor de Zarala, lo invadió una oleada de tristeza—. Lamento oír eso. Era simpática. —De pronto, se le ocurrió algo—. ¿No la habrán…? ¿Cuál fue la causa de…?

—Llegó al final natural de una vida larga. —Savi se puso derecha—. Savara fue nombrada su sucesora.

Lorkin asintió de nuevo, sin saber si sería cortés expresar su satisfacción ante el nombramiento de una reina nueva cuando la anterior había fallecido hacía tan poco tiempo. La espía se lo había contado con una naturalidad que parecía indicar que no esperaba que él hiciera comentarios al respecto. Lorkin se alegraba de oír que habían elegido a Savara como nueva reina, no solo porque lo había ayudado en numerosas ocasiones y era la superior de Tyvara, sino por su inteligencia, su mente abierta y su sentido de la justicia.

La espía se volvió hacia la puerta principal de la habitación. La causa de su distracción se hizo patente unos momentos después, cuando apareció Dannyl con otra esclava.

El embajador bajó la vista al hombre en el suelo, que, aunque estaba despierto y los observaba a todos, no se movía; luego miró a Savi y a Lorkin.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

Lorkin se encogió de hombros.

—No estoy muy seguro. —Dirigió la mirada hacia Savi.

—Últimamente ha habido un trasiego sospechoso de esclavos aquí —les dijo ella—. Éste —señaló al que estaba tumbado— no es un esclavo, sino un mago de baja categoría. Le ofrecieron tierras y la posición de ashaki a cambio de que se hiciera pasar por esclavo y colaborara en el secuestro de Lorkin.

—¿Secuestro? —repitió Dannyl—. ¿Otra vez?

Los ojos de Savi se iluminaron con una expresión socarrona.

—Ésta vez no era cosa nuestra. Recibió la oferta a través de un amigo. Cree que el rey está detrás de todo, aunque no tiene pruebas de ello.

—Claro que no. —Dannyl paseó la vista por la habitación hasta posarla en la esclava que lo había llevado allí—. ¿Ella es…?

—¿De fiar? Sí —respondió la Traidora.

—Bien. —Dannyl se volvió hacia la joven—. ¿Puedes despertar al embajador Tayend y traerlo aquí?

La esclava asintió y se alejó a toda prisa. Lorkin cayó en la cuenta de que no se había postrado en el suelo ni había hecho una reverencia siquiera. Dannyl estaba demasiado ensimismado para reparar en ello. Se acercó al hombre y fijó la mirada en él.

—No está inmovilizado —murmuró.

—He absorbido su energía —respondió Savi—. ¿Quieres que lo mate?

—No. Al menos por el momento. Pero no deberíamos hablar de él mientras pueda vernos u oírnos.

La mujer se encogió de hombros. Una cúpula de luz blanca cubrió el rostro del hombre.

—Ya no puede verte ni oírte. Por cierto, me llamo Savi.

—Gracias por intervenir, Savi —dijo Dannyl—. ¿Así que él cree que el rey es el responsable de esto?

Ella movió la cabeza arriba y abajo.

—Amakira seguramente planeaba culpar a los Traidores del secuestro de Lorkin.

—Para después leerle la mente a Lorkin…

—Para intentar leérsela —lo corrigió la espía.

—… extraerle la información por medio del tormento y matarlo de manera que los Traidores parecieran los culpables.

Un escalofrío le bajó a Lorkin por el espinazo. Imágenes de la esclava torturada se agolparon en su memoria. «No sé si aguantaría tanto como ella».

Un movimiento en la puerta captó la atención de todos. Tayend entró, seguido por la esclava joven. Tras asimilar los detalles de aquella escena compuesta por el hombre que yacía boca abajo, Savi, Lorkin y Dannyl, escuchó en silencio la explicación de estos sobre lo que se había dicho hasta ese momento.

—Lo que importa ahora es lo que hará el rey cuando descubra que su plan ha fallado —aseveró—. No tenemos pruebas de que él haya ordenado esto. Si lo insinuáramos, lo interpretarían como un insulto. También es posible que decida sacar a Lorkin de la Casa del Gremio por su propia seguridad. —Lanzó una mirada a Lorkin—. Y llevárselo a algún sitio donde nadie lo encuentre.

Lorkin torció el gesto.

—¿No podríamos fingir que no ha sucedido nada?

Dannyl y Tayend se miraron.

—Podríamos —dijo Tayend—, de no ser por este hombre. Matarlo queda descartado. Se supone que es propiedad real.

Dannyl contempló al hombre tumbado con los párpados entornados.

—Bueno, si todos fingiéramos que seguimos tomándolo por un esclavo…, podríamos decir que lo sorprendimos haciendo magia negra y exigir que lo despidan. Tendríamos que esperar a que recobrara las fuerzas, o ellos se preguntarían cómo se las ingenió alguno de nosotros para despojarlo de su energía.

—No podemos dejar que se marche. Sabe que Savi es una Traidora —objetó Lorkin—. Si la delata ante el rey, ella correrá un grave peligro.

Dannyl miró a Savi.

—¿Podrás salir de aquí?

Ella negó con la cabeza.

—La Casa está fuertemente vigilada, noche y día. Dejan pasar a quienes traen provisiones, pero cuando los esclavos han intentado ir en busca de otros artículos, se lo han impedido. —Bajó la mirada hacia el hombre—. Todavía es posible que el rey alegue su presencia en este lugar como excusa para llevarse a Lorkin a un lugar más seguro. Sospecho que hay otros esclavos entre nosotros que también son espías de Amakira.

Intercambiaron miradas de preocupación, en silencio. Dannyl suspiró y se volvió hacia Lorkin.

—Tenemos que sacarte de Sachaka.

—No podría estar más de acuerdo —murmuró Tayend. Se dirigió a Savi—. Supongo que si controlan hasta ese punto los movimientos de los esclavos, tu gente no podrá encargarse de ello, ¿verdad?

—Si pudiéramos, lo habríamos hecho ya.

Dannyl meneó la cabeza.

—Ojalá lo hubiera sabido antes. No pretendo saberlo todo, pero cuanto mejor informado esté, más sencillo será para mí tomar decisiones.

—Decírtelo implicaba revelar mi identidad —señaló Savi.

Dannyl se volvió hacia la Traidora.

—Pues ahora la has revelado, y tal vez eso nos resulte ventajoso. ¿Podrías leerles la mente a todos los esclavos que hay aquí, para averiguar quiénes son espías de Amakira y si algunos de ellos son magos?

Ella asintió despacio.

—Sí —dijo, aunque a regañadientes.

Lorkin arrugó el entrecejo. «Eso la desenmascararía a ojos de todos los esclavos. Por otro lado, ¿de qué otra forma podríamos saber cuáles de ellos son espías o secuestradores en potencia?». Un escalofrío descendió por su espalda cuando se le ocurrió otra posibilidad.

Ella no era la única persona de la Casa del Gremio que podía leer el pensamiento.

Pero si él confesaba que poseía esa capacidad, estaría desvelando mucho, mucho más. «Tendré que hacerlo tarde o temprano, y no pienso permitir que torturen y maten a otra mujer por mi causa».

—Lo haré yo —declaró.

Dannyl y Tayend clavaron los ojos en él.

—¿Tú sabes cómo…? —Las cejas de Tayend se elevaron—. ¡Ah!

Al reparar en la expresión ceñuda de Dannyl, Lorkin se preparó para una reconvención, pero el hombre se limitó a sacudir la cabeza.

—No saques conclusiones precipitadas, Tayend —dijo—. Sonea aprendió a leer la mente antes que a hacer magia negra.

Tayend pareció aliviado.

—¿De veras? Yo creía que leer el pensamiento de alguien contra su voluntad era algo que solo los magos negros podían hacer.

Dannyl apretó los labios en una sonrisa sombría.

—Es lo que hacemos creer a la gente. Al igual que la magia negra, es una habilidad de la que se puede abusar fácilmente.

Tayend fijó en Lorkin una mirada penetrante y reflexiva. «Se pregunta qué más he aprendido. ¿Les digo la verdad ahora? Quizá les parecería sospechoso si la ocultara durante mucho tiempo».

—¿Es otro secreto que no me confiaste para que no lo revele si me interrogan? —inquirió Dannyl.

Lorkin asintió. «Tiene razón. No puedo contárselo aún».

—Bien… —Dannyl se volvió hacia Savi—. Bloquearé todas las salidas de la Casa para asegurarme de que nadie intente marcharse. Mientras tanto, despierta al jefe de esclavos y envíalo a la sala maestra, donde Lorkin le ordenará que reúna a todos los esclavos para que les lean la mente. —Contempló al autor del secuestro fallido—. Deberíamos encerrarlo en algún sitio donde nadie lo encuentre. —Suspiró—. Éste plan apenas es digno de ese nombre, pero al menos nos dará tiempo para trazar uno mejor.