Las palabras en la página que Dannyl tenía ante sí eran tan grises como un cielo encapotado. Tayend le había cedido la poca tinta que le quedaba y, como ni los esclavos ni Merria habían conseguido llevar más a la Casa del Gremio, Dannyl había tenido que diluir la que había con agua. Ahora, siguiendo el consejo de Tayend, protegía sus notas de investigación con magia cada vez que terminaba de trabajar en ellas.
Un movimiento atrajo su atención hacia la puerta, y Dannyl se volvió a tiempo para ver a Kai postrarse en el suelo.
—Ha llegado un carruaje del palacio, amo —anunció el esclavo.
«Otra vez Achati. —Suspiró y cerró los ojos por un momento—. Las cosas fáciles». Los abrió, secó la tinta del papel, limpió la pluma, guardó todo en un cajón y lo aseguró con magia. Tras indicar a Kai que se retirara, enderezó la espalda y se encaminó hacia la sala maestra.
El esclavo portero estaba saltando literalmente de un pie a otro, hasta que vio a Dannyl y se arrojó al suelo boca abajo.
—¡Lord Lorkin ha vuelto, amo! —declaró.
A Dannyl el corazón le dio un vuelco.
—¿Lorkin?
Se abalanzó hacia delante, pero en ese momento el hijo de Sonea emergió del pasillo de entrada. Cuando el joven se adentró en la sala, Dannyl notó que un escalofrío le bajaba por la espalda. «Le ha pasado algo», pensó, aunque no sabía por qué estaba tan seguro. Lo inspeccionó con la mirada. No presentaba señales de haber sufrido daños, aunque no era fácil determinarlo, ya que la túnica del Gremio cubría gran parte de su cuerpo. Salvo por las ojeras oscuras que sin duda se debían a la falta de sueño, Lorkin parecía sano y salvo.
—Embajador Dannyl —dijo el joven.
—¡Eres libre! —Dannyl tuvo que resistir el impulso de abrazarlo, y en vez de ello aferró el brazo de Lorkin en el saludo habitual kyraliano.
—Sí —respondió Lorkin.
—¿Tienes idea de por qué?
Lorkin apartó la vista.
—No me lo ha dicho.
Dannyl dio un paso atrás. La voz de Lorkin era monótona e inexpresiva. «Debería sentirse aliviado. Desconcertado por su puesta en libertad inesperada. Enfadado por haber estado preso».
—Ven, siéntate. —Dannyl acompañó a Lorkin hasta los asientos, pero el joven mago no se sentó—. ¿Estás herido?
—No.
—¿Te han leído la mente, o lo han intentado?
—No.
—¡Lord Lorkin! Ya me parecía haber oído tu nombre.
Al alzar la vista, ambos vieron a Tayend de pie en la puerta. El elyneo se acercó apresuradamente, en ademán de abrazar al joven mago, pero Dannyl comprobó divertido que bajaba los brazos a sus costados en el último momento. Dirigió a Lorkin una mirada crítica.
—No tienes muy mal aspecto para haber estado encerrado en un calabozo —observó—. Claro que ellos no se habrían atrevido a hacerte daño físicamente. ¿Cómo te encuentras?
Lorkin se encogió de hombros, pero con la misma expresión recelosa y evasiva que Dannyl había percibido antes en sus ojos.
—Cansado. Hambriento. No me vendría mal un baño.
Tayend olfateó el aire y sonrió.
—En eso tienes razón. Supongo que en las mazmorras del palacio no habrá bañeras con agua caliente. Vamos, te llevaré a una de las que tenemos en nuestra perfectamente civilizada Casa del Gremio. Pediré a los esclavos que te preparen algo nutritivo y te lleven una túnica limpia.
Lorkin asintió, pero antes de ceder a la insistencia del elyneo de salir de la sala con él, se llevó la mano al interior de la túnica y se volvió hacia Dannyl. Sin una palabra, extrajo un pergamino. Dannyl reparó en el sello del rey Amakira antes de levantar de nuevo los ojos hacia el joven. Lorkin tenía una mirada adusta y consciente.
Dio media vuelta y se marchó.
Dannyl se sentó y rompió el lacre. La carta era una orden oficial del rey que declaraba simplemente que Lorkin tenía prohibido salir de la Casa del Gremio. No se especificaba la razón de su puesta en libertad ni se hacía mención alguna a su encarcelamiento. «¿Qué me esperaba? ¿Una disculpa?».
Tayend regresó a la sala y se sentó junto a Dannyl.
—No está bien —murmuró el elyneo.
—No —convino Dannyl.
—No sé qué le han hecho o qué le han obligado a hacer, pero no está preparado para hablar de ello. Le haré compañía, y si me cuenta algo al respecto, te avisaré…, siempre y cuando no me haga prometer que lo guardaré en secreto, claro.
—Claro.
—¿Qué dice? —Tayend señaló el pergamino con la cabeza.
—Que Lorkin no tiene permitido salir de la Casa del Gremio.
Tayend asintió.
—Entonces no es libre del todo. —Se inclinó hacia Dannyl y le dio unas palmaditas en el brazo—. Ya no está en ese lugar. Eso, al menos, es bueno. —Se puso de pie—. Tengo que informar sobre esto. Será mejor que se lo comuniques al administrador Osen.
Dannyl observó a Tayend mientras se alejaba a paso veloz y esbozó una sonrisa triste. Si Lorkin se resistía a hablar de lo que le habían hecho en el calabozo, o si tenía un secreto oscuro que confesar, Tayend era la persona más indicada para sonsacárselo. Poseía una perspicacia extraordinaria a la hora de analizar los problemas de los demás. «Pero no nuestros problemas», se recordó Dannyl.
«Detesto pensar así, pero espero que Lorkin no esté aquí porque lo hayan forzado a delatar a los Traidores. Eso podría ser nefasto para ellos, y tal vez también para nosotros, si lo que Lorkin y Osen se traían entre manos implicaba que colaboráramos con ese pueblo».
Osen. Tal como había señalado Tayend, el administrador debía saber que Lorkin había vuelto. Hurgó en el interior de su túnica, sacó el anillo de sangre de Osen, respiró hondo y se lo puso en el dedo.
—No fastidies —exclamó Sonea entre dientes mientras levantaba la mirada hacia el letrero de la casa de queda.
—¿Qué ocurre? —preguntó Regin.
Ella no dijo nada, porque un hombre apareció en la puerta e hizo una reverencia.
—¡Milord y milady! ¡Adelante! ¡Pasen! —los animó el hombre—. Me llamo Fondin. Bienvenidos al Descanso de Fergun, la mejor casa de queda de Kyralia.
Sonea oyó que Regin reía por lo bajo, pero guardó silencio mientras atravesaba la entrada. Como de costumbre, la planta baja era una zona para comer y beber. Pese a lo tarde que era, el sitio estaba lleno de gente y reinaba un barullo de voces. La ropa de los clientes parecía indicar que eran vecinos que se habían arreglado para celebrar algo. Algunos posaron la vista en Regin y en ella, y sus ojos se desorbitaron por la sorpresa.
—Tengan la bondad de sentarse a descansar un poco —los invitó Fondin, señalando un rincón más tranquilo—. ¿Necesitan una habitación o dos?
—Su local está muy concurrido esta noche —observó Sonea.
—Sí. Hemos organizado una celebración, y muchos han venido de lejos —explicó Fondin—, pero no se preocupen por el ruido. Terminaremos a una hora decente y esto será un remanso de paz.
Como si hubieran estado esperando una señal, las voces empezaron a acallarse. Sonea oyó susurros y siseos. Fondin se volvió de nuevo hacia ellos y cuando se fijó en la túnica de Sonea, abrió mucho los ojos. Era evidente que no había reparado en el color en la penumbra del exterior. Incluso a la débil luz de las lámparas, ella advirtió que el hombre palidecía.
—¿Cuál es el motivo de la celebración? —preguntó.
—U-u-una boda —tartamudeó Fondin.
—Pues transmita mis felicitaciones a los novios. —Sonea sonrió—. ¿Se alojarán aquí esta noche?
—N-n-n… —Fondin respiró hondo y se puso derecho—. No, partirán esta noche hacia su casa nueva.
Sin embargo, supuso ella, muchos de los invitados a la boda se quedarían allí.
—Y su nuevo hogar. Bien, no le robaremos más tiempo. Estoy segura de que podremos arreglárnoslas en una habitación —le dijo Sonea—. Con camas separadas y un biombo, por supuesto. Cenaremos allí para que pueda usted dedicar toda su atención a sus invitados. ¿Podría acompañarnos directamente a la habitación?
Fondin asintió y, por si acaso, ejecutó una profunda reverencia antes de girar sobre sus talones y guiarlos escaleras arriba. Se detuvo frente a varias puertas, retorciéndose las manos, y con renuencia visible los condujo hasta una habitación situada al final del pasillo. Cuando abrió la puerta, Sonea comprobó complacida que era un cuarto más bien sencillo, con una única cama individual, pero sin indicios de estar ocupada. Había temido que el hombre echara a los huéspedes de una de sus habitaciones, o que no quedara ninguna libre. El Gremio pagaba a las casas de queda de las carreteras principales para que mantuvieran un cuarto desocupado en todo momento, y todo el mundo suponía que sería la mejor habitación, aunque los posaderos debían de tener la tentación de alojar allí a sus clientes en las noches en que el establecimiento estaba completo, sobre todo si este se encontraba junto a un camino secundario como aquel.
—Nos servirá —dijo Sonea al hombre.
—Mandaré que les traigan otra cama y un biombo, milady —aseguró él antes de alejarse a toda prisa.
Ella entró en la habitación, seguida por Regin.
—¿Debería ofrecerme a dormir en el suelo? —preguntó este.
Sonea se volvió hacia él y descubrió que sonreía.
—No quiero estropearle la noche a nadie exigiendo que nos den la mejor habitación o dos habitaciones, pero dormir en el suelo me parece un poco excesivo.
Al poco rato, todo estaba listo. Habían dispuesto para ellos una cena generosa y una botella de vino sobre una mesa pequeña. El vino era muy bueno, y Sonea sospechaba que demasiado caro incluso para una boda local. Lo más probable era que el Gremio hubiera dispuesto que mantuvieran allí una reserva de vino decente para sus miembros.
—¿Os quedan más botellas de este vino? —le preguntó a la joven que acudió a recoger los platos.
—Sí, señora.
—¿Siguen aquí los recién casados?
—Están a punto de marcharse, señora.
—Dales una botella como regalo de boda.
La chica abrió mucho los ojos.
—Sí, señora.
Regin frunció los labios y, para sorpresa de Sonea, se levantó de su silla y bajó las escaleras en silencio detrás de la mujer. Cuando regresó, Sonea arqueó una ceja.
—Solo quería cerciorarme de que el regalo llegara a manos de sus destinatarios —dijo él. Se sentó—. Así que «El Descanso de Fergun». —Arrugó el entrecejo—. ¿No huyó cuando los ichanis atacaron el Fuerte?
—Se escondió. Era lo más sensato que podía hacer.
—Y cobarde. —Regin se encogió de hombros—. Por otro lado, nadie sabe cómo reaccionará en medio de una batalla real. Pero ¿ponerle su nombre a una casa de queda? —Sacudió la cabeza—. Dime que hay casas de queda por toda Kyralia que llevan el nombre de magos que murieron en la guerra, no solo el de Fergun.
—No lo sé. Eso espero. —Hizo una mueca—. Me molesta más que se rinda un homenaje así a un hombre que encerró a mi amigo para hacerme chantaje, pero es un resentimiento demasiado personal para justificar que no se le honre como a los otros muertos.
Regin la miró.
—Ah, es verdad. Quería poner tu honor en entredicho y que te expulsaran del Gremio para asegurarse de que no volviera a ingresar en él un miembro de clase baja.
—Sí. Si estuviera vivo, le horrorizarían los cambios que se han producido en el Gremio.
—Nunca se sabe. Quizá habría cambiado su mentalidad después de la invasión. Le ocurrió a mucha gente, ¿sabes?
Sonea alzó la vista hacia él. Regin le sostuvo la mirada por un momento. Había un asomo de expectación en sus ojos. «¿Qué espera? ¿Que yo admita que ahora es mucho mejor persona? ¿Que le asegure que ya no le guardo rencor? ¿O que reconozca que he llegado a confiar en él? ¿Que incluso me cae bien? Bueno, tal vez eso sería ir demasiado lejos». Inspiró para responder.
¿Sonea?
La voz del administrador Osen en su mente la sobresaltó. Soltó el aire con un jadeo de sorpresa. Siempre se asustaba cuando alguien contactaba con ella a través de uno de sus anillos de sangre, pues nunca sabía cuándo la otra persona se lo pondría.
¡Osen!
Tengo una buena noticia, envió Osen. El rey Amakira ha soltado a Lorkin.
El alivio la inundó, seguido por una nueva preocupación.
¿Está bien?
Sí. Creemos que no lo torturaron ni le hicieron daño, aunque Dannyl sospecha que fue una experiencia angustiosa para él.
¿Partirá pronto hacia Kyralia? ¿Puedo reunirme con él y acompañarlo durante el viaje?
Amakira le ha prohibido salir de la Casa del Gremio.
Ah.
Sintió un arrebato de ira que cedió el paso a una perplejidad más serena. ¿Por qué habían dejado libre a Lorkin para después obligarlo a quedarse en el país?
Al menos está un poco más cerca de volver a casa. Seguiremos insistiendo en que le permitan regresar, por medio de Dannyl.
¿Y de mí también?
Sí. No hay necesidad de cambiar los planes y aún tiene usted que encargarse del otro asunto.
Por supuesto.
Buena suerte. Si averiguo algo más, me pondré en contacto con usted.
Gracias.
El silencio profundo que siguió le indicó que Osen se había quitado el anillo. Pestañeó mientras sus ojos volvían a asimilar su entorno. Regin la observaba con atención.
—¿Era Lorkin u Osen?
Ella lo miró con fijeza.
—¿Cómo sabes que Lorkin tenía uno de mis anillos de sangre?
Él le dedicó una sonrisa torcida.
—Me extrañaría mucho que le hubieras permitido alejarse de tu lado sin antes darle uno.
Ella asintió.
—Cierto, supongo que era previsible. Era Osen. Han dejado en libertad a Lorkin, pero el rey de Sachaka le ha prohibido salir de la Casa del Gremio.
Regin se enderezó.
—Es una buena noticia. ¿Proseguiremos nuestro viaje a Arvice, entonces?
—Sí.
Él entornó los párpados.
—¿No es solo porque quieres asegurarte de que regrese a casa?
Sonea cruzó los brazos.
—¿Me crees capaz de desobedecer al Gremio?
—Sí. —Le sostuvo la mirada, pero con una sonrisa—. Aunque solo por el bien de Lorkin.
—No corrí a salvarlo cuando me enteré de su desaparición —le recordó ella—. De todos modos, la orden de Osen es que sigamos adelante con nuestros planes.
Regin asintió.
—¿Con todos?
—Sí. ¿Cuál de ellos crees que podríamos abandonar a estas alturas?
Él se encogió de hombros y desvió la vista.
—No lo sé. Has dicho «planes», no «plan». Solo tenemos un motivo oficial para ir a Sachaka.
—Y varias consecuencias posibles a las que atenernos. —Sonea hizo un gesto de exasperación—. ¿Vas a pasarte todo el viaje buscando objetivos ocultos e intenciones secretas en mis palabras?
—Probablemente. —Regin sonrió de oreja a oreja—. No puedo evitarlo. Es un hábito que tengo. Podría considerarse un talento. Quizá resulte irritante, pero intento utilizarlo con fines nobles.
Sonea suspiró.
—Pues no me irrites sin una buena razón. Eso no sería noble.
—No. —Regin sacudió la cabeza de forma exagerada y enfática en señal de conformidad, con un brillo irónico en los ojos. Ella notó que las comisuras de la boca se le curvaban en una sonrisa, hasta que recordó que él estaba en lo cierto: había otro motivo para su viaje. La asaltó el impulso breve pero apremiante de hablarle de la reunión con los Traidores.
«Aún no».
Suspiró y apuró su copa de vino.
—Entonces espero que no ronques, porque estoy acostumbrada a trabajar de noche y me despierto con facilidad. Si no duermo bien, mañana estaré de malas.
Él se levantó y se dirigió hacia la cama situada al otro lado del biombo.
—Ah, Sonea. Me pides lo único que no puedo prometerte.
Más tarde, en efecto, Sonea se encontraba despierta, escuchando el sonido de la respiración de Regin. No era muy fuerte, pero resultaba extraño oír a otra persona que dormía cerca.
«Y curiosamente relajante», advirtió ella.
Desde la primera vez que había bajado por la chimenea oculta entre los paneles de la sala principal de Sonea y la pared exterior del alojamiento de los magos, Lilia se preguntaba cuál era su propósito original. Había una en todos los aposentos, aunque ella dudaba que alguno de sus ocupantes supiese de su existencia. Había ladrillos que sobresalían a alturas diferentes con intervalos regulares en aquel espacio angosto, y costaba no imaginar que estuvieran dispuestos así a propósito para utilizarse a modo de escalera.
Cery barajaba las hipótesis de que se trataba de vertedores de basura o tubos colectores de letrinas, entre otras. Por fortuna, todo apuntaba a que los huecos no se habían destinado para uno u otro uso en épocas recientes, o quizá nunca. Lilia los consideraba chimeneas, aunque no había rastro de hollín en los ladrillos o el mortero.
Cuando llegó arriba, echó un vistazo por el pequeño agujero que Cery había abierto hacía tiempo. No había nadie en la sala principal de Sonea.
«¿Dónde estará Jonna?».
Quizá la criada se encontraba en alguna otra habitación. Tal vez alguien requería sus servicios en otra parte. Lilia extendió el brazo hacia el pestillo, pero se detuvo, vacilante. Aún cabía la posibilidad de que Jonna estuviera en uno de los dormitorios con una visita, aunque a Lilia no se le ocurría una buena razón para que la sirvienta entrara allí con un desconocido…, salvo algunas posibilidades escandalosas que le habrían parecido totalmente impropias de Jonna.
Dio unos golpecitos suaves en los paneles, con un ritmo irregular, de forma que cualquiera que ignorara que había un hueco tras la madera pensara que había un bicho que correteaba por la superficie. Al cabo de un momento, Jonna entró en la sala a paso veloz y posó los ojos en la trampilla. Aunque no veía a Lilia, asintió y le hizo señas con una mano para que saliera.
La trampilla se deslizó sin emitir un sonido, y la puerta se abrió hacia dentro silenciosamente. Jonna se acercó para ayudar a Lilia a salir. La abertura estaba un poco más alta en la pared de lo que le habría resultado cómodo para bajar, y el hecho de que tuviera que doblarse en dos para atravesarla no facilitaba las cosas.
—¿Cómo están todos? —preguntó Jonna.
—Bien —respondió Lilia—. Agradecidos por tu ayuda. ¿Ha regresado ya el Mago Negro Kallen?
—Sí, hace unos diez minutos.
Lilia se encaminó hacia su habitación para volver a ponerse su túnica.
—Entonces más vale que me dé prisa, o lo pillaré en ropa de dormir.
Jonna soltó un resoplido suave, divertida.
—Debe de ser una visión de lo más curiosa.
Lilia sonrió.
—Ya lo creo.
Los pantalones y la camisa sencillos que Jonna le había conseguido para cuando visitara a Cery y a Anyi eran mucho más cómodos para trepar, y al ver las rozaduras y las manchas que se había hecho en la ropa esa noche, sintió una oleada de gratitud. Más valía que estropeara estas prendas y no su túnica.
Tras cambiarse rápidamente, regresó a la sala principal.
—Gracias por esperarme —le dijo a Jonna—. No tienes que quedarte si no quieres. Vendré aquí directamente después de hablar con Kallen.
Jonna se encogió de hombros.
—No me importa quedarme. —Irguió la espalda y puso los brazos en jarras—. Le prometí a Sonea que cuidaría de ti, y no dormiré tranquila a menos que sepa que has vuelto y te has acostado a una hora decente.
Lilia puso cara de resignación y suspiró.
—A nadie le preocupaba eso cuando yo vivía en el alojamiento de los aprendices. —Pero en el fondo no le molestaba. Era agradable importarle a otra persona y que esta mirara por ella. «De todas maneras, no quiero entretenerme con Kallen más de lo necesario».
Tras salir al pasillo por la puerta principal, caminó hasta los aposentos de Kallen y llamó. Unos instantes después, la puerta se abrió hacia dentro. De inmediato, ella percibió un leve olor a humo de craña, pero rancio y débil, como si emanara de los muebles. Kallen estaba sentado en una butaca grande, con un libro en la mano y una ligera expresión de sorpresa.
—Lady Lilia —dijo—. Adelante.
Ella entró, cerró la puerta e hizo una reverencia.
—Mago Negro Kallen.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó él.
Tenía la mirada paciente de un profesor interrumpido en un mal momento por un aprendiz. Ella contuvo una sonrisa. Había acudido allí en calidad de mensajera, no de aprendiz, y el asunto que quería tratar era mucho más importante que una simple clase.
—Usted sabe que de vez en cuando me reúno con Anyi, amiga mía y guardaespaldas del ladrón Cery —comenzó, sentándose en una silla—. Sin salir del recinto del Gremio —se apresuró a añadir.
—Sí —asintió él.
—Como ya le he dicho, Cery está escondido, por lo que no puede ocuparse de sus… —agitó la mano, buscando el término adecuado— compromisos de trabajo ni mantener sus… contactos.
—En la ciudad todos lo dan por muerto.
—Es probable que Skellin no crea que Cery ha muerto a menos que vea un cadáver.
Kallen asintió de nuevo.
—O que transcurra el tiempo suficiente.
—Lo que convierte a Cery en el cebo ideal para atraer a Skellin. Y la idea se le ha ocurrido a él mismo —le aseguró—. Me ha pedido que le diga que está preparado para hacerlo y que le propone que se entreviste con él para decidir el lugar y el momento.
—Hum. —Kallen desvió la mirada con el ceño fruncido—. Es una oferta muy generosa y valiente. Una oferta que merece mi admiración y mi agradecimiento, así como la de los otros miembros del Gremio, aunque no estén al corriente de ella. Podríamos aceptarla. —Meneó la cabeza—. Pero no en estos momentos. Estamos explorando otra vía. No puedo referirte los detalles, pero si tenemos éxito no será necesario poner en peligro la vida de Cery.
Lilia se llevó una decepción breve, seguida de una sensación de alivio y por último de nerviosismo.
—¿Cuánto tardarán en saberlo? El escondite de Cery es…, en fin, el último refugio seguro que le queda. Si Skellin lo descubriese, Cery ya no tendría adónde ir.
—No podemos precipitarnos. Lo que estamos haciendo quizá nos lleve semanas o meses. ¿Cuánto tiempo cree Cery que puede permanecer oculto? —inquirió Kallen.
«¡Semanas! ¡Meses!». Lilia se llenó de rabia, pero cuando miró a Kallen percibió una preocupación sincera en sus ojos. La furia remitió.
—No lo sé. Él tampoco lo sabe. Skellin podría encontrarlo esta noche, o dentro de unas semanas. Les resulta difícil conseguir comida sin que los descubran. Cada vez que salen corren un riesgo.
Kallen alargó el brazo y posó una mano sobre su hombro por unos instantes.
—Entiendo. Hacemos cuanto podemos, Lilia. Dile a Cery que le agradecemos su oferta y que quizá la aceptemos si nuestros otros planes fallan. Mientras tanto, debe permanecer escondido a toda costa.
Lilia asintió y suspiró.
—Se lo diré. Pero no le gustará.
—Ya me lo imagino. —Le dirigió una mirada comprensiva que de pronto se convirtió en una expresión ceñuda—. La impaciencia no lo impulsará a cometer alguna tontería, ¿verdad?
Ella reprimió una carcajada amarga.
—No lo creo, pero es un ladrón. Está acostumbrado a llevar las riendas de su vida. —Al ver que las cejas de Kallen bajaban aún más, sacudió la cabeza—. Anyi y yo haremos lo posible por disuadirlo, si lo intenta. Y me parece que Gol está acostumbrado a hacerlo entrar en razón.
Kallen hizo una inclinación de cabeza.
—Bien.
Lilia se puso de pie y se alisó la túnica.
—Será mejor que me vaya. Buenas noches, Mago Negro Kallen. Espero que sus planes den resultado.
Él asintió.
—Gracias. Buenas noches, lady Lilia.
Cuando ella se volvió hacia la puerta, esta se abrió sola. Lilia salió al pasillo y se alegró de poder respirar el aire fresco del exterior. Entonces su estado de ánimo se ensombreció de nuevo.
«A Cery no le va a gustar esto. Pero creo que confía en… No, más que confiar en Kallen, lo respeta…, lo suficiente para esperar a ver si sus planes funcionan. —Sin embargo, ese no era el problema principal—. ¿Cómo voy a darles de comer y a impedir que los descubran durante semanas, quizá incluso durante meses? Es inevitable que alguien se huela algo tarde o temprano».
Solo le quedaba esperar que pudieran evitarlo con la ayuda de Jonna, o que la «otra vía» de Kallen tuviera éxito.