Lorkin despertó bruscamente. Contempló el techo, parpadeando perplejo ante aquella roca desnuda que no le resultaba familiar, pero enseguida se acordó de dónde estaba y por qué.
Y de que no estaba solo en la celda.
Se volvió para ver a la joven que yacía en el suelo cerca de la reja de la celda. Su piel y los jirones a los que había quedado reducido su atuendo de esclava estaban manchados de sangre. Tenía los ojos fijos en el interrogador ashaki, que se encontraba de pie en la puerta de la reja.
Mientras Lorkin se levantaba despacio, el ashaki se agachó, la aferró del brazo y tiró de ella para ponerla de pie. Ella emitió un grito ronco y se dobló como si no le aguantaran las piernas, pero el hombre se rió.
—No engañarías ni a un necio —espetó. Deslizó su mano libre por el brazo de ella hasta el hombro, y le pasó los dedos por el cabello. Miró a Lorkin con una amplia sonrisa—. La has sanado bien. Considerando todo lo que tenía roto, debes de haber quedado agotado.
Lorkin lo miró a los ojos y se encogió de hombros.
—No mucho.
El interrogador soltó una risita.
—Eso ya lo veremos. —Se volvió hacia la esclava—. Camina o te llevamos a rastras.
Ella dejó de fingir que estaba herida. Afianzó los pies en el suelo, se irguió del todo y bajó la vista hacia su cuerpo, maravillada. Su asombro por el hecho de que estaba entera se evaporó cuando el ashaki tiró de ella hacia la reja.
—Ven conmigo, kyraliano —dijo el ashaki—. Tenemos más asuntos de que hablar.
Lorkin se planteó la posibilidad de negarse a salir de la celda, pero concluyó que no ganaría nada con ello. Aunque esto obligaría al ashaki a gastar algo de magia para sacarlo de allí, sería una cantidad pequeña que podría reponer fácilmente absorbiendo la energía de un esclavo. Lorkin dudaba que el ashaki tuviera reparo en torturar a la chica allí mismo. Sin rechistar, salió de la celda detrás del interrogador. Su ayudante los siguió, como de costumbre.
La esclava caminaba encorvada. Lorkin no pudo evitar que le vinieran a la memoria las imágenes y sonidos del día anterior. Los tormentos infligidos por el ashaki habían sido lentos y brutales, concebidos para causar todo el dolor y el daño posible sin matarla.
A Lorkin le había hecho falta toda su fuerza de voluntad para no hablar. Había intentado pensar otras maneras de impedir que el ashaki continuara con aquello, aunque solo fuera provisionalmente, pero sabía que nada daría resultado durante mucho tiempo. Aun así, no dejaba de dar vueltas en la cabeza a estas ideas: mentir al ashaki; contarle cosas ciertas pero irrelevantes sobre los Traidores; incluso ofrecer su vida a cambio de la de la mujer.
Al final, consiguió sentir una indiferencia desagradable hacia todo ello. Renunció a sus pretensiones de ayudar a la esclava o a sí mismo. Más tarde se estremeció al recordarlo, y le preocupó que su resignación frente al destino de la mujer fuera el paso previo a desistir de proteger a los Traidores.
Intentó mantener a Tyvara en el pensamiento para fortalecer su determinación, pero esto solo lo llevó a imaginar cuánto debía de haber sufrido ella a manos de los ashakis mientras se hacía pasar por esclava. «Palizas. Verse utilizada como esclava sexual». La aversión de Lorkin hacia la esclavitud se había acrecentado hasta dar lugar al odio.
El día anterior, él estaba convencido de que el ashaki acabaría por matar a la esclava. Lo que menos se esperaba era que el hombre la encerrara en la celda con él. Conforme transcurrían las horas, su indiferencia se había desvanecido. Los gemidos y lamentos de dolor de la mujer le habían resultado cada vez más insoportables.
«¿Pretendían que me viniera abajo a causa del sentimiento de culpa, o simplemente que me debilitara al sanarla? Tal vez querían ver si era capaz de matarla yo mismo para poner fin a su sufrimiento».
Había llegado a la conclusión de que usar la energía extra que Tyvara le había proporcionado para sanar a la esclava no supondría una pérdida muy grande. De todos modos no le serviría para protegerse durante mucho tiempo si el interrogador decidía torturarlo o matarlo. No cayó en la cuenta hasta más tarde de que al haberla sanado había hecho posible que el ashaki la torturara de nuevo.
Ella le había dado las gracias, lo que lo había hecho sentir peor. Había permanecido despierto durante largo rato, intentando convencerse de que el interrogador había conseguido su propósito. Había utilizado a la esclava para obligarlo a gastar su energía. Lorkin había demostrado que no hablaría, por más que el ashaki la atormentara. Ella ya no sería necesaria.
Ahora esta idea le parecía una ilusión vana y absurda.
El ashaki los condujo a la misma habitación. La habían limpiado. Propinaron un empujón a la esclava, que se acuclilló en un rincón, en una postura sumisa y defensiva.
Como el día anterior, le indicaron a Lorkin que se sentara en un taburete. El interrogador se reclinó contra la pared y cruzó los brazos. El ayudante se encaramó en otro taburete.
—Bien. ¿Tienes algo que decirme? —inquirió el ashaki—. Me refiero a algo relacionado con los Traidores, claro está.
—Nada que no sepa usted ya.
—¿Estás seguro? ¿Por qué no me cuentas qué es lo que crees que sé sobre los Traidores?
—¿Para comprobar si nuestros conocimientos coinciden? —Lorkin suspiró—. Qué truco tan obvio. ¿Cuándo aceptará que no le revelaré nada?
El interrogador se encogió de hombros.
—No depende de mí, sino del rey. Yo no soy más que su… —frunció los labios, pensativo— su investigador. Con la salvedad de que yo obtengo información de la gente, no de libros o pergaminos antiguos y polvorientos, ni explorando lugares remotos o espiando en países extranjeros.
—La tortura debe de ser el método de investigación menos fiable.
—Requiere de cierta habilidad. —El ashaki descruzó los brazos y se apartó de la pared—. No la ejercito a menudo, así que me alegra que se me haya presentado ahora la oportunidad. A menos, claro, que me distraigas con algo más interesante.
Lorkin se esforzó por devolver y sostener la mirada al hombre, así como por hablar en un tono sereno, aunque tenía un nudo en el estómago.
—¿No se le ha ocurrido que los medios de los que se vale para convencerme de que hable podrían reforzar mi voluntad de mantener la boca cerrada?
El ashaki le dedicó una sonrisa despreocupada.
—¿Tú crees? Bien, de acuerdo. Pongamos a prueba esa teoría.
Se volvió hacia la esclava, que emitió un quejido. Lorkin notó que su determinación flaqueaba. «Pero si le hablo de los Traidores, miles de ellos podrían acabar como esta mujer. Y si ella es una Traidora, lo sabe y no querría que los delatara».
Se aferró a este pensamiento, intentando desterrar de su mente la posibilidad de que ella ni siquiera fuera una Traidora, mientras el interrogador procedió a deshacer todo lo que Lorkin había arreglado la noche anterior.
Como la mayoría de los aprendices, Lilia había descubierto pronto que en el edificio de la universidad había una red de pasadizos y habitaciones interiores a la que se accedía a través de unos corredores cortos acondicionados de modo que parecieran cuartos de almacenamiento. Sin embargo, los aprendices no tenían prohibida la entrada. Cientos de años atrás, el Gremio había crecido tanto que la necesidad de espacio para aulas había pesado más que el propósito con el que habían sido diseñadas aquellas habitaciones interiores. Ahora se impartían en ellas clases especiales o particulares.
Los túneles de debajo del Gremio tampoco constituían un gran secreto. Todo el mundo sabía que se habían utilizado durante la Invasión ichani. Aunque ni a magos ni a aprendices les estaba permitido bajar allí porque se consideraba que no era seguro, el riesgo de derrumbes no disuadía a los más aventureros, por lo que las entradas a los túneles desde la universidad habían sido obstruidas poco después de la guerra.
Lilia no era la única aprendiz que sospechaba que el Gremio había mantenido algunas abiertas, por si acaso. No obstante, las exploraciones de Anyi habían revelado que el Gremio no mentía al respecto. Todas las entradas a las galerías estaban tapiadas. Lilia había abrigado la esperanza de que su amiga encontrara al menos un punto de acceso a la universidad. Habría sido mucho más fácil entrar por allí que descolgarse por el hueco estrecho de la pared en el alojamiento de los magos.
Inasequible al desaliento, Anyi se había puesto a trabajar en un nuevo acceso. La noche anterior había anunciado que había abierto un boquete en la pared de ladrillo de una entrada. Lilia había ido a inspeccionarla. La puerta oculta en los paneles del otro lado necesitaba que la engrasaran un poco para abrirse con suavidad. Daba a uno de los pasadizos interiores de la universidad. Cuando había llegado el momento de despedirse de sus amigos, ella había salido por la puerta y se había dirigido desde allí hacia los aposentos de Sonea.
Ahora iba camino de la puerta oculta, esperando que fuera demasiado temprano para que hubiera otros aprendices en los pasadizos interiores. Jonna le había llevado una botella grande de aceite para lámparas junto con el desayuno. Lilia era muy consciente de que sus amigos estaban quedándose rápidamente sin material para alumbrarse, sobre todo desde que Anyi había usado aceite de lámpara para lubricar las bisagras de la puerta. La nueva ruta hacia los túneles sería mucho más rápida, pues le ahorraría a Lilia la incomodidad de trepar hacia los aposentos de Sonea, y cuando saliera se encontraría más cerca de donde tenía la primera clase del día.
Tras entrar en la universidad, enfiló uno de los pasillos angostos que discurrían entre las aulas y se encaminó hacia el cuarto pequeño del fondo, que comunicaba con los pasadizos interiores. Oyó detrás de sí los pasos resonantes de alguien que la seguía. Seguramente un aprendiz que se dirigía a una clase particular. Aunque los pasadizos interiores solían estar más tranquilos que la zona principal de la universidad, Lilia tendría que cerciorarse de que nadie la viera atravesar la puerta secreta.
El extraño cuartito que separaba las partes principal e interior de la universidad tenía una pared recubierta de armarios cerrados con llave. Por lo visto aquellas habitaciones habían permanecido vacías hasta que el rector anterior había muerto y su sucesor había decidido que el espacio de almacenamiento no debía desperdiciarse. Lilia abrió la puerta del extremo opuesto y entró en los pasadizos interiores.
Cuando había avanzado unos diez pasos, llegó hasta sus oídos el sonido de la puerta más alejada del cuartito al abrirse y cerrarse, amortiguado por la puerta que tenía a su espalda. Quienquiera que iba detrás empezaba a ganar terreno. Lilia alargó sus zancadas con la esperanza de doblar una esquina antes de que la otra persona llegara al pasadizo y la viera, pero la distancia era demasiado grande. Oyó que la puerta se abría tras ella, y luego una carcajada.
—Eh, Lilia —la llamó una voz—. ¿Adónde vas?
Se le cayó el alma a los pies. «Bokkin. —Por su tono amenazador, supo que él la había seguido. Lilia se detuvo y se volvió hacia él—. ¿Cómo puede ser tan estúpido este chico? No sabe lo fuerte o débil que soy. Ni siquiera va acompañado de amigos que puedan ayudarlo a acorralarme. Si cree que me traigo algo entre manos y quiere delatarme, no debería haberme llamado antes de averiguar qué es».
De cualquier manera, él había frustrado sus planes. Tal vez ese era su único objetivo.
—¿Vienes a ofrecerme tu energía, Bokkin? —preguntó Lilia.
Él se acercó con un andar desenfadado.
—Se te ha subido a la cabeza, ¿a que sí? Te crees mejor que nadie porque sabes magia negra. En realidad, ocurre todo lo contrario, ¿sabes? Eres la peor escoria del Gremio y todo el mundo te odia. Por eso no tienes amigos. Todos saben que Naki murió por tu culpa.
Ella sintió que algo se marchitaba en su interior, pero en vez de impulsarla a encogerse y apartarse de él, esta sensación dejó un vacío que al momento se llenó de rabia.
«Ten cuidado —se advirtió a sí misma—. Si demuestras tu ira, él sabrá que te ha tocado la fibra, y si haces daño sin querer a otro aprendiz, darás a la gente una razón más para tenerte ojeriza».
Sonrió.
—¿Te sientes mejor ahora que te has desahogado, Bokkin?
Él se acercó, intentando intimidarla de nuevo con su corpulencia y su altura.
—Sí, pero eso no es todo. Quiero que pidas perdón. No, quiero que me supliques…
La puerta que tenían detrás se abrió y él retrocedió un paso rápidamente.
—Lady Lilia.
El desconcierto y el alivio se apoderaron de ella cuando reconoció la voz de Jonna. Echó un vistazo por detrás de Bokkin y vio que la sirvienta se aproximaba. La mujer dedicó una reverencia enérgica a los dos.
—Has recibido un mensaje —le informó a Lilia. Apartó a Bokkin de un ligero empujón—. Disculpe, milord.
Jonna posó la mano en el brazo de la joven y la guió por el pasadizo, dejando atrás a Bokkin. El aprendiz se había quedado callado, y Lilia no le concedió el honor de volverse para mirarlo. Jonna y ella doblaron una esquina. Cuando se hubieron alejado bastante, Jonna miró hacia atrás.
—No nos sigue. ¿Te estaba molestando?
Lilia se encogió de hombros.
—Le gusta provocar, pero es un cabeza hueca.
—No lo subestimes. Podría volver con más gente. Sonea tenía enemigos entre los aprendices cuando estudiaba aquí, y convirtieron su vida en un tormento.
—¿De veras? ¿Quién era su líder? —«Qué humillante debe de ser vivir con la fama de haber sido el aprendiz lo bastante tonto para haberse metido con la famosa Maga Negra Sonea».
—Lord Regin —respondió Jonna con aire divertido.
Lilia se quedó mirándola asombrada.
—¿En serio? Él no es tonto.
—No.
—Supongo que los aprendices abusones eran más listos en aquella época.
Jonna le dio unas palmaditas firmes en el brazo.
—Lo que me interesa saber es adónde vas con una botella de aceite para lámparas en la bolsa.
Lilia bajó la vista hacia su bolsa y la subió de nuevo hacia Jonna.
—¿Qué botella? La he dejado en la habitación.
—Desde luego que no la has dejado, y por el modo en que abulta y se balancea esa bolsa, es evidente que la llevas ahí dentro. —Jonna arrugó el ceño con una desaprobación maternal—. Le prometí a Sonea que te vigilaría. La ayudé a criar a su hijo Lorkin, así que sé detectar cuando un aprendiz trama algo.
Lilia contempló desalentada a la sirvienta. No era que no quisiera contarle a Jonna que Cery, Gol y Anyi vivían debajo del Gremio, sino que se había comprometido a ello. «Pero si no se lo digo, ella no me conseguirá las cosas que necesitan».
Jonna había residido en las barriadas antes de convertirse en la criada de Sonea. Sin duda se sentiría identificada con la situación de Cery. Y aunque no fuera así, tal vez prestaría su ayuda por solidaridad hacia Anyi.
«¿Estoy siendo demasiado confiada?».
—Cuéntamelo, Lilia —le pidió Jonna—. Aunque no me guste, te prometo que no te denunciaré al Gremio. —Frunció el entrecejo—. A menos, claro, que estés enseñando magia negra a alguien. Aun así, supongo que no habría entregado a Sonea ni a Akkarin si hubiera estado al tanto de lo que hacían.
—No le enseño magia negra a nadie —le aseguró Lilia, y torció el gesto al percibir el deje de protesta en su voz. Respiró hondo y redujo el tono a un susurro—. Anyi está viviendo debajo del Gremio.
Jonna se quedó meditabunda.
—Entiendo. Ya hacía un tiempo que me parecía que venía de aquella dirección cuando te visitaba. ¿Es un lugar seguro?
—Hemos estado trabajando para hacerlo más seguro.
—Bueno…, ¿y por qué está allí?
Lilia sacudió la cabeza.
—No estaban a salvo en la ciudad. La gente de Skellin estuvo a punto de matar a Cery…
—¿O sea que Cery también vive allí abajo?
Jonna entornó los ojos. Lilia suspiró y asintió.
—¿Cuánta gente hay allí?
—Solo ellos.
La sirvienta pareció tranquilizarse. «Supongo que estaba imaginándose qué opinaría el Gremio de que un ladrón estableciera su negocio allí abajo —pensó Lilia—, y de que hubiera delincuentes yendo y viniendo constantemente».
Jonna señaló el pasillo.
—Entonces, ¿por qué has venido aquí?
—Hemos abierto una de las antiguas entradas.
Jonna, ceñuda, sacudió la cabeza.
—Eso es demasiado peligroso —concluyó—. Y no me refiero a ir allí abajo, sino a estar aquí arriba. Alguien te verá. Solo debes usar el pasadizo de los aposentos de Sonea.
Lilia sonrió, aliviada al comprobar que había hecho bien en fiarse de Jonna.
—¿No te habías fijado en lo raída y sucia que llevo la túnica últimamente?
—Su estado no me había pasado inadvertido. —Jonna alzó la barbilla y lanzó a Lilia una mirada altiva—. Algo tendremos que hacer al respecto. Conseguirte ropa especial para cuando bajes, por ejemplo. Mientras tanto —se agachó y abrió la bolsa de Lilia—, me llevo la botella y tú te vas directa a clase. Ésta noche discutiremos estrategias más eficaces para atender a nuestros invitados.
Levantó la botella de aceite, mirando a Lilia con expresión severa, y, tras dar media vuelta, se alejó rápidamente por el pasillo. Dejó tras sí una leve estela de su perfume, en el que Lilia no había reparado antes.
Ésta cerró su bolsa y meneó la cabeza. «No tenía otra alternativa que decírselo —razonó—. Además, ella no se lo contará a nadie. De hecho, podría resultarnos útil que esté enterada de todo. —Exhaló un suspiro—. Entretanto, espero que Cery, Gol y Anyi no acaben sentados a oscuras».
Dannyl mojó la pluma en el tintero y continuó escribiendo, pero pronto la punta empezó a rascar el papel sin dejar trazo alguno. Él la mojó de nuevo y suspiró al percatarse de que el receptáculo estaba casi vacío. «Otra vez sin tinta —pensó. Se enderezó y soltó un gruñido cuando le crujió la espalda—. ¿Cuánto tiempo llevo trabajando en esto?».
El día siguiente al encarcelamiento de Lorkin, Dannyl había reunido todas las notas sobre su investigación y había comenzado a transcribirlas en un cuaderno grande. Su conversación con Tayend sobre las posibles intenciones de los Traidores había sembrado en él la preocupación de que si sobrevenía la peor contingencia que se habían planteado, quizá no tendría oportunidad de dar a la información que había recogido una forma que fuera inteligible para los demás. Como disponía de muchos ratos muertos y no estaba haciendo progresos en su investigación de todos modos, se dedicaba a redactar apartados y notas sobre en qué parte de su historia de la magia había que insertarlos.
Éste trabajo había resultado ser una distracción relajante y grata. Le confirmó que había hecho descubrimientos importantes sobre la historia de la magia y que no había perdido el tiempo en Sachaka. Añadiría capítulos valiosos a su historia de la magia en cuanto regresara a Kyralia. «Si vivo para terminarla. —Sacudió la cabeza—. No, no seas tonto. Tayend está de acuerdo en que las peores situaciones que imaginamos son las más improbables».
Aun así, había decidido hacer una copia adicional para ponerla a buen recaudo en algún lugar situado fuera de la Casa del Gremio, para que su trabajo no se perdiera si alguien asaltaba el edificio. Lo ideal habría sido enviarla al Gremio, pero no podía estar seguro de que llegara. Sin duda el rey Amakira había encargado a alguien que interceptara y examinara todo lo que entrara o saliera de la Casa del Gremio.
Por si los sachakanos leían su obra, Dannyl había tomado la precaución de omitir toda mención a las gemas con propiedades mágicas, aparte de la famosa piedra de almacenaje que había dado origen al páramo. Había ideado un modo de ocultar las referencias a dichas gemas al transcribir sus notas sobre las leyendas de las tribus de Dunea a fin de no traicionar la confianza de los dúneos si la copia caía en manos extrañas. Había convertido las piedras en personas, magos poderosos a los que se refería por su título. Dannyl tendría que cambiar de nuevo todas aquellas alusiones a personajes ficticios por gemas cuando escribiera su libro.
Tras completar la primera versión cifrada de sus notas, había destruido su libreta original. «Si muero y alguien encuentra la nueva versión, pasaré a la posteridad como autor de unas mentiras muy gordas sobre nuestra historia». Después de todo el esfuerzo que había invertido en desenterrar la verdad sobre parte del pasado oculto de Kyralia, sería una triste ironía.
Ahora estaba a punto de terminar la copia…, o más bien había estado a punto hasta que se había quedado sin tinta. Un movimiento en la puerta atrajo su atención, y cuando alzó la mirada vio a Kai arrojarse al suelo.
—El ashaki Achati está aquí, amo.
Dannyl maldijo entre dientes la mezcla de emoción y pavor que la noticia provocó en él. Se levantó ayudándose con las manos. «¿Estará enfadado conmigo Achati por haber roto mi promesa de informarle sobre cualquier posible amenaza que pendiera sobre Sachaka? ¿Podré perdonarle yo que diera su visto bueno al encarcelamiento de Lorkin por parte del rey? ¿Se han esfumado las posibilidades de que nos convirtamos en amantes?».
El esclavo salió apresuradamente de la habitación mientras Dannyl daba el primer paso hacia la puerta. Respiró hondo, echó a andar por el pasillo y se encontró a Achati esperándolo en la sala maestra, vestido con el pantalón y la chaqueta corta típicos de los ashakis, pero en negro, lo que le confería un aspecto majestuoso.
—Embajador Dannyl —dijo.
—Ashaki Achati —respondió Dannyl. Decidió no sentarse ni invitar a Achati a ponerse cómodo. Temía que adoptaría una actitud indebidamente amistosa si no permanecía de pie.
Achati vaciló, apartó la vista y luego la posó de nuevo en Dannyl.
—Rechazaste mi invitación a cenar —observó.
Dannyl asintió.
—No habría sido apropiado que aceptara.
—¿Desde tu punto de vista o el del Gremio y las Tierras Aliadas?
—Ambos.
Achati desvió la mirada otra vez, frunciendo el ceño y desplazando su peso de una pierna a otra. Parecía estar eligiendo sus palabras cuidadosamente.
—He persuadido al rey de que me permita mantener nuestra amistad… —comenzó a decir.
—¿Para que puedas seguir intentando convencerme de que ordene a Lorkin que hable? —Dannyl terminó la frase.
—No. —Achati crispó el rostro—. Bueno, sí, él cree que esa es la razón, pero no tengo la menor intención de hacerlo.
—¿Y cuál es tu intención?
El hombre torció los labios y las comisuras de sus ojos se arrugaron en un gesto divertido que hizo que Dannyl echara de menos las bromas que solían hacer.
—Tratar de rescatar lo que queda de nuestra amistad —dijo—, aunque para ello tengamos que fingir que este desafortunado suceso no está ocurriendo.
—Pero está ocurriendo —repuso Dannyl—. Tú serías igual de incapaz de fingir lo contrario si… si tu primo… —Le vino a la mente el recuerdo del esclavo con el que Achati se había encariñado—. Varn…, no, tal vez Varn no, porque es un esclavo.
—Me disgustaría que trataran injustamente a Varn —reconoció Achati.
—¿Así que admites que el encarcelamiento de Lorkin es injusto?
Achati sonrió.
—No. ¿Cómo te sentirías si… si el embajador elyneo en Kyralia estuviera protegiendo a un mago renegado?
—Si la situación fuera comparable, no sabríamos si el hombre es o no un renegado. Vosotros no sabéis si Lorkin posee información útil, y nosotros no nos negamos a transmitiros esa información, solo os pedimos que nos deis la oportunidad de interrogar a nuestro hombre primero. Y si hubiera un renegado, en fin…, la alianza establece que todos los renegados son responsabilidad del Gremio.
Achati suspiró.
—Sí, la diferencia clave radica en esto último. Kyralia y Elyne son aliados. Os fiáis de ellos. Kyralia y Sachaka no son aliados. Nos pedís más confianza de la que podemos daros.
Dannyl asintió.
—Tendréis que aprender a confiar en nosotros si hemos de convertirnos en aliados algún día.
—Entonces, ¿no tendríais que ofrecernos vuestra confianza también?
—Os costará un mayor esfuerzo convencernos —señaló Dannyl—. Para fiarnos de los sachakanos tenemos que perdonar agresiones más recientes.
Achati suspiró. Miró a Dannyl en silencio antes de poner fin a la pausa en la conversación sacudiendo la cabeza.
—Esperaba que pudiéramos conversar como amigos, pero en vez de eso hablamos como si fuéramos nuestros respectivos países. Debería irme. —Pero no hizo ademán de marcharse. Se mordió el labio—. Por lo menos puedo asegurarte que Lorkin se encuentra bien. El rey no se atreverá a hacerle daño. Pero no dejes de intentar verlo. Por el momento, adiós.
—Buenas noches. —Dannyl siguió con la mirada al ashaki, que se alejó hacia el pasillo de la entrada y desapareció. Esperó a oír el sonido de la puerta principal al abrirse y cerrarse antes de acercarse a las sillas, sentarse y soltar una larga exhalación.
—Sé que no te gustará que te lo diga, pero no me lo trago.
Dannyl alzó la vista al oír la voz y arrugó el entrecejo cuando Tayend entró en la sala.
—¿Cuánto rato has estado espiándonos?
—Lo suficiente. —Tayend se dirigió hacia una silla y se acomodó en ella—. No creerás lo que te ha dicho, ¿verdad?
Dannyl reflexionó.
—¿Qué parte?
—La de que quiere ser tu amigo de forma desinteresada.
—No lo sé.
—No me digas que te fías de él.
Dannyl extendió las manos a sus costados.
—Esto nunca tuvo nada que ver con la confianza.
El elyneo arqueó las cejas.
—De acuerdo. Tal vez debería haberte preguntado si todavía te gusta.
Dannyl apartó la mirada y se encogió de hombros.
—Aún no lo tengo claro. Pero, decida lo que decida, seguiré obedeciendo órdenes y ayudando a Lorkin.
Tayend asintió.
—Lo sé. Confieso que estaba preocupado por ti, pero bajo tu fachada sigues siendo el mismo de siempre.
Dannyl se puso derecho, en señal de protesta.
—¿Qué fachada?
El elyneo se puso de pie y agitó una mano en dirección a Dannyl.
—Todo… eso.
—Tu claridad descriptiva me deja pasmado —le dijo Dannyl.
Tayend abrió la boca para añadir algo, pero la cerró de nuevo y meneó la cabeza.
—Olvídalo. Me voy a mi habitación. Tengo que negociar un acuerdo comercial. ¿Sigues pasando en limpio tus notas?
—Sí. No. Se me ha acabado la tinta otra vez. Seguramente los esclavos no volvieron a llenar el tintero esta mañana.
—De hecho, anoche vertieron en mi tintero toda la que quedaba en la Casa. Ésta mañana he enviado a uno a comprar más, pero ha regresado con las manos vacías. —La expresión de Tayend se tornó seria—. Me ha costado conseguir que me diera una explicación coherente. Por lo visto alguien se la ha quitado, y él me ha asegurado que no sabía quién era, pero con la actitud de quien miente y quiere que uno lo note.
Dannyl frunció el ceño.
—¿Alguien se la quitó? ¿Un ladrón?
—O alguien que trabaja para el rey. Tal vez no quieren que redactemos documentos.
Un escalofrío le bajó a Dannyl por la espalda.
—O que hagamos copias de las notas de investigación.
—No lo creo. ¿Cómo pueden saber que estás haciendo eso?
—Por los esclavos —respondió Dannyl.
Tayend entornó los ojos.
—Que probablemente no saben que solo estás escribiendo cosas relacionadas con tu estudio, y no con los descubrimientos de Lorkin.
Dannyl suspiró.
—No conseguiré que esa segunda copia llegue al Gremio de forma segura, ¿verdad?
—A lo mejor me equivoco al suponer que los hombres del rey se han llevado la tinta —aventuró Tayend. Miró a Dannyl con aire reflexivo—. O tal vez no. Tal vez deberías proteger esas notas con magia por si ordenan a los esclavos que te las roben. —Dio un paso hacia el pasillo, se detuvo y miró hacia atrás—. Te traeré mi tintero. Quizá Merria o yo podamos conseguir más tinta de nuestras amistades sachakanas.