—Aquí el techo es inestable —observó Anyi.
Cery alzó la vista y se fijó en las grietas de las paredes y en la ligera combadura del techo. Unas raíces finas, quizá de un árbol que crecía arriba, formaban una maraña densa en la bóveda del pasadizo.
—Si tenemos que utilizar esta ruta de huida, y Lilia nos acompaña —prosiguió Anyi—, podemos pedirle que lo derrumbe cuando todos hayamos pasado, para impedir que alguien nos siga. O podríamos preparar el techo para hacerlo caer cuando queramos. Lilia podría sostenerlo con magia mientras instalamos pesos y cuerdas para manipularlos desde más adelante.
Cery asintió. «Me gusta su forma de pensar».
—Se lo preguntaremos —dijo.
—Bueno, ¿adónde conduce esto? —Con una sonrisa de oreja a oreja, Anyi se alejó a paso veloz de la zona inestable y guió a Cery por un pasadizo cada vez más deteriorado. No desembocaba en la entrada de un túnel, sino en un punto en que un árbol había caído a través del techo y obstruido el camino. Una luz tenue y gris se colaba por un agujero entre dos de las gruesas raíces. Los ladrillos y escombros, alisados por la tierra y el musgo acumulados, formaban una especie de rampa por la que trepó Anyi.
Después de asomar la cabeza al exterior, se volvió hacia él y le hizo señas de que se acercara. Cery subió con cuidado, se situó junto a ella y echó un vistazo hacia arriba a través del agujero.
Lo circundaba un bosque iluminado por la aurora. Suspiró al acordarse de una ocasión en que atravesó el bosque del Gremio con Sonea, muchos años atrás —antes de que la capturaran los magos—, para que ella los viera practicar la magia y aprendiera tal vez a controlar sus poderes. Solo un mago puede enseñar a un aprendiz a utilizar la magia de forma segura. Pero en aquel entonces no lo sabían.
«Han cambiado tantas cosas… —pensó Cery—. Por fortuna, el bosque continúa aquí». Apagó su lámpara, la dejó en el suelo y se aupó para salir del agujero. Anyi lo siguió.
—¿En qué parte del Gremio dirías que estamos? —susurró ella.
Él se encogió de hombros.
—Seguramente al norte de los edificios, pues en la zona sur de los terrenos hay más colinas que aquí.
—El alojamiento de los sirvientes está hacia el norte.
—Cierto.
—Tal vez encontremos objetos desechados aquí. Muebles. Mantas.
—Es posible.
Cery se apartó del árbol, miró hacia atrás y lo rodeó despacio, intentando grabar la imagen en su retina. Ni Anyi ni él estaban acostumbrados a orientarse en medio de un bosque, y él era consciente de que podían perderse con facilidad y no encontrar la entrada al túnel. Por fortuna, el árbol tenía un aspecto ligeramente distinto de los demás, ya que estaba casi seco, medio hundido en el suelo e inclinado.
Cery dio media vuelta y, con Anyi a la zaga, se internó entre los árboles, contando los pasos y percatándose de que avanzaban cuesta abajo. Sabía que el terreno se elevaba desde la Muralla Interior hasta detrás de los edificios del Gremio, así que supuso que se dirigía hacia el oeste. Varios cientos de pasos más adelante, descubrió que estaba equivocado. La pendiente se encontraba con otra y, por la cañada que había en medio, un riachuelo discurría hacia la derecha. «Bueno, al menos podemos seguir el arroyo. Como mínimo, nos llevará hacia abajo». Tras colocar unas piedras en círculo para marcar el lugar y trazar una línea que señalaba la dirección por la que habían venido, echó a andar río abajo.
Al poco rato, divisaron unas construcciones más adelante. Se acercaron con sigilo y vieron que se trataba de chozas y cercas modestas.
—¿Alojamientos de sirvientes? —musitó Anyi.
Cery negó con la cabeza.
—Demasiado rudimentarios. —El aspecto destartalado de los edificios resultaba desconcertante. Había unas estructuras más grandes que parecían hechas de vidrio, pero como estaban llenas de maleza, él dedujo que se hallaban abandonadas. No descubrió dónde estaban hasta que se aproximaron lo bastante para ver qué era lo que rodeaba las cercas.
—La granja.
—Ah, claro. —Anyi señaló—. ¿Eso de allí es un huerto?
Él miró en la dirección que ella le indicaba y asintió al distinguir varias hileras de árboles esmeradamente podados y arcos con enredaderas de bayas. Al lado había pequeñas zonas cercadas de tierra con surcos, como si alguien hubiera pasado un rastrillo muy grande por ella.
—La pregunta es: ¿vive alguien aquí? —murmuró Cery.
Anyi posó los ojos en él por un instante.
—Echemos un vistazo más de cerca.
Caminaron hacia allí, escondidos detrás de los árboles y luego de las largas hileras de arcos a los que estaban sujetas las bayas. Las chozas estaban espaciadas al otro lado de los sembrados. A Cery se le encogió el corazón cuando reparó en que salía humo de una chimenea. Más lejos, una mujer con ropa de criada había salido de una de las casuchas. Él la observó desaparecer en el interior de lo que parecía un corral de rasuks.
—El lugar tiene toda la pinta de estar habitado —comentó Anyi—. ¿Vamos más adelante?
Cery asintió. Tras retroceder hasta la orilla del bosque para ocultarse en la espesura, avanzaron por el borde del recinto de la granja. Cery estaba en lo cierto respecto al corral de rasuks. Más allá de los cultivos y los edificios se extendían campos abiertos en los que pastaban enkas, reberes e incluso algunos gorines grandes y pesados.
«No es suficiente para alimentar al Gremio —advirtió—, pero aprovechan el espacio de que disponen».
—Allí —dijo Anyi, apuntando con el dedo el último edificio.
Cuando Cery se volvió en aquella dirección, cayó en la cuenta de que no era el edificio lo que le señalaba, sino un conjunto de muebles viejos de madera. Unas sillas que no hacían juego entre sí circundaban una tabla apoyada sobre tres patas. Había unos bancos fabricados con madera de desecho colocada sobre unos barriles viejos.
—Un poco de esa paja nos vendría bien para hacer colchones —dijo Anyi, mostrándole un cobertizo bajo el que había varias pacas apiladas—. He visto cómo lo hacen en el mercado. Solo se necesitan unos sacos, hilo y aguja.
—¿Sabes coser?
—No muy bien, pero necesitamos colchones, no vestidos de gala.
Cery rió entre dientes.
—Menos mal, ¿no? Recuerdo que tu madre no podía convencerte de que te pusieras un vestido. Creo que ni el mismísimo rey conseguiría que te pusieras un vestido de gala.
—Ni por asomo —respondió Anyi—. Aunque fuera el hombre más apuesto del mundo.
—Lástima —dijo Cery—. Con lo que me gustaría verte bien arreglada, al menos una vez.
—Me conformaría con cambiarme de ropa. —Anyi miró las chozas con los ojos entornados—. Me pregunto cuánta gente vive aquí y cómo viste. Seguramente llevan uniformes de sirvientes. Supongo que sería útil poder hacernos pasar por criados cuando nos escabullamos de los túneles. —Frunció los labios—. Más tarde regresaré para espiarlos durante un rato, si te parece bien.
—Buena idea. Pero quédate en el bosque y no intentes robar nada todavía. —Cery asintió—. Ya volveremos por la noche para eso.
Dannyl miraba por la ventanilla del carruaje sin fijarse en la vista del exterior mientras se preparaba para el desaire de la mañana.
Aunque solo hacía tres días que Lorkin estaba en el calabozo del palacio, daba la sensación de que llevaba mucho más tiempo allí. «Seguramente al propio Lorkin su encierro le parece aún más largo, claro». El ashaki Achati no lo había visitado de nuevo. Dannyl no acababa de decidir si sentir alivio o pesar por ello. Una entrevista con Achati sin duda estaría cargada de tensión, resentimiento e incomodidad por las circunstancias de Lorkin, pero Dannyl echaba de menos la compañía del ashaki y anhelaba pedirle consejo.
«Es una pena que esté tan próximo al rey. Ojalá me hubiera hecho amigo de un sachakano en una posición un poco más neutral. Podría decirme cómo afrontar mejor la situación».
¿Había algún ashaki que ocupara una posición neutral, desde el punto de vista político? Por lo que Dannyl había averiguado, la mayoría era leal al rey o estaba aliada con un ashaki que tomaría las riendas del poder gustosamente si se le presentara la oportunidad, cosa que no era probable. La autoridad de Amakira no peligraba, gracias al apoyo de los ashakis más poderosos.
Cuando el carruaje se detuvo frente al palacio, Dannyl suspiró. Esperó a que el esclavo de la Casa del Gremio abriera la portezuela para levantarse y bajar del vehículo. Enderezó la espalda, alisándose la túnica, y se dirigió con paso decidido hacia la entrada.
Nadie se interpuso en su camino. Se preguntaba por qué lo habían dejado entrar el día anterior, si lo único que pensaban decirle era que regresara a casa. Salió otra vez del amplio pasillo a la sala, y un esclavo le indicó que aguardara a un lado.
Había varias personas de pie en la sala. El rey se hallaba presente en esta ocasión. Al menos Dannyl podría elevar su petición directamente a Amakira. Lo que no le garantizaría una respuesta favorable. El rey finalizó su conversación con dos hombres e invitó a otros tres a acercarse.
El tiempo transcurrió. Se presentaron más personas. El rey habló con algunas de ellas poco después de que llegaran, antes que con Dannyl y con otros de los que aguardaban a que los recibiera en audiencia. O ellos o el asunto que deseaban tratar debían de ser más importantes. «O quizá esté ignorándome deliberadamente para ponerme en mi sitio».
Dannyl supuso que habían pasado unas horas cuando el rey por fin dirigió la vista hacia él y le indicó por señas que se acercara.
—Embajador del Gremio Dannyl —dijo.
Dannyl caminó hasta situarse frente a él y se arrodilló.
—Majestad.
—Levántese y acérquese más.
Él obedeció. Al notar una ligera vibración en el aire, Dannyl se percató de que el rey o alguna otra persona había creado un escudo en torno a ellos para aislar el sonido de sus voces.
—Sin duda ha venido a pedirme que le devuelva a Lorkin —dijo el anciano.
—Así es —respondió Dannyl.
—La respuesta es no.
—¿Me permitiréis verlo por lo menos, majestad?
—Por supuesto. —El monarca lo contempló con frialdad—. Siempre y cuando prometa usted que le ordenará revelarme todo cuanto sepa acerca de los Traidores.
—No puedo darle esa orden —repuso Dannyl.
Amakira continuó mirándolo sin inmutarse.
—Eso nos ha dicho. Estoy seguro de que podría convencerle de que la orden procede de quienes poseen la autoridad necesaria para dictarla.
Dannyl abrió la boca para rehusar, pero se contuvo. «Podría acceder a intentarlo para que me deje ver a Lorkin y confirmar que está sano y salvo». Pero ¿y si después el rey alegaba que Dannyl había faltado a su promesa? ¿Era un delito lo bastante grave para que lo encarcelaran? «Osen dejó muy claro que debía evitar eso. Y si me hacen prisionero, me arrebatarán el anillo de Osen».
—Tampoco puedo hacer eso, majestad —replicó Dannyl.
El rey se reclinó en su silla.
—Entonces vuelva cuando pueda. —Hizo un gesto como para despedirlo. Dannyl, que había captado la indirecta, le dedicó una reverencia, retrocedió hasta encontrarse a una distancia apropiada, dio media vuelta y se marchó.
«Bueno, al menos esta vez he tenido la oportunidad de ver al rey —pensó mientras esperaba el carruaje—. Una negativa por parte del soberano es un fracaso ligeramente menor que una negativa por parte de uno de sus lacayos». Se preguntó qué tipo de negativa recibiría al día siguiente, o si empezarían a prohibirle la entrada en el palacio.
Cuando el coche llegó a la Casa del Gremio, Dannyl abrió la portezuela por sí mismo, antes de que lo hiciera un esclavo. Fuera el ambiente era cálido y seco, y fue un alivio resguardarse de él en el fresco interior. Se encaminó hacia sus aposentos, pero antes de que llegara, Merria apareció ante él, en el pasillo.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó.
Dannyl se encogió de hombros.
—Igual, aunque esta vez he recibido una denegación real.
Ella sacudió la cabeza.
—Pobre Lorkin. Espero que se encuentre bien.
—¿Hay noticias de tus amigas?
—No. Dicen que hacen todo lo posible por manipular a los ashakis para que se opongan al encarcelamiento de un mago kyraliano, pero que hay que avanzar paso a paso y no precipitarse.
Él asintió.
—Bueno…, agradezco su esfuerzo. Todos lo agradecemos.
Habían llegado a la entrada de sus aposentos. Merria alzó la vista hacia él con expresión preocupada y le dio unas palmaditas en el brazo.
—Estás haciendo todo cuanto está en tu mano —le dijo—. Al menos todo lo que ellos te dejan hacer.
Dannyl frunció el ceño.
—¿Así que crees que no hay nada más que pueda hacer? ¿Nada que deba hacer aunque el Gremio me lo impida? ¿Nada que no se nos haya ocurrido aún?
Ella apartó la mirada.
—No…, al menos nada que no entrañe el riesgo de empeorar la situación si no da resultado. ¿Tienes hambre? Iba a pedirle a Vai que me preparara algo de comer.
«¿A qué idea arriesgada se refiere? —se cuestionó Dannyl—. ¿Debería preguntárselo?».
—Sí —respondió—, pero no ahora mismo. Antes quiero comunicarme con el administrador.
—Ya me encargo yo. —Merria se alejó por el pasillo y desapareció.
El interrogador no se presentó hasta unas horas después del desayuno. Le habían llevado comida, una masa de grano molido aguada. Un símbolo apenas visible trazado con agua en la bandeja de madera porosa le confirmó que podía comer sin peligro.
Lorkin tenía el estómago desagradablemente revuelto mientras el interrogador ashaki y su ayudante lo guiaban en una nueva dirección. El hombre eligió otro pasillo y se detuvo frente a una puerta distinta, pero la habitación que había al otro lado apenas se diferenciaba de la anterior. Unas paredes blancas lisas rodeaban tres taburetes viejos y gastados.
El interrogador se sentó y, tras indicarle con un gesto a Lorkin que ocupara otro taburete, se volvió hacia su ayudante y asintió. El hombre salió discretamente de la habitación. Lorkin se preparó para más preguntas.
El interrogador no le hizo ninguna. En vez de ello, miró en torno a sí, se encogió de hombros y clavó los ojos en Lorkin con aire distante. Cuando el ayudante regresó, propinó un empujón a una esclava para que entrara en la habitación delante de él. Ella se postró en el suelo frente al ashaki. Lorkin intentó mantener una expresión neutra, disimular la repugnancia por la esclavitud que lo había invadido al ver la humillación de la mujer y la normalidad con que el ashaki la presenciaba.
—En pie —ordenó el interrogador.
Ella se levantó y se colocó de cara al ashaki, con los hombros caídos y la vista baja.
—Míralo. —El interrogador señaló a Lorkin.
La mujer se volvió hacia él, con la mirada fija en el suelo. Lorkin advirtió que era hermosa…, o lo habría sido de no haber estado aterrorizada. Su cabellera larga y brillante enmarcaba una mandíbula y unos pómulos prominentes que, por un momento, despertaron en él recuerdos de Tyvara que le aceleraron el corazón y lo llenaron de añoranza. Sin embargo, las piernas de la mujer, aunque igual de gráciles, temblaban, y sus ojos negros estaban desorbitados. A Lorkin le cayó el alma a los pies ante el pavor evidente de la joven. Estaba esperando que ocurriera algo malo.
—Que lo mires, te he dicho. No desvíes la vista.
La esclava alzó la mirada para posarla fugazmente en los ojos de Lorkin. Éste se esforzó por no mirar hacia otro lado. Sabía que, de lo contrario, el ashaki lo haría lamentarlo de alguna manera. No pudo evitar escrutar el rostro de la mujer en busca de algún asomo de determinación, o de un amago de comunicación que le diera a entender que era una Traidora. No vio más que miedo y resignación.
«Cree que le espera una experiencia dolorosa, o algo peor. Los únicos esclavos que he visto aquí abajo llevaban cosas. ¿Qué haría si no una joven bonita como ella aquí abajo sin una tarea servil que realizar?».
A una esclava tan bella nunca le asignarían tareas serviles normales y corrientes.
No pudo evitar pensar de nuevo en Tyvara y en lo que sin duda se había visto obligada a hacer cuando era espía. Ella también era demasiado guapa para no atraer la atención de sus amos de esa manera.
«Después de todo, cuando la conocí supuso que me la llevaría a la cama».
El interrogador se puso de pie. Aferró a la mujer por el brazo y tiró de ella hacia sí. Llevó la mano a la vaina enjoyada que todos los ashakis portaban al cinto y desenfundó su cuchillo lentamente. Lorkin contuvo la respiración mientras el arma se elevaba hacia el cuello de la esclava. Está cerró los párpados con fuerza, pero no se resistió.
Las palabras se agolparon en la garganta de Lorkin, pero no llegaron a salir de sus labios. Sabía perfectamente qué pretendía hacer el interrogador y con qué objeto. «Si le digo al ashaki lo que quiere saber para salvarla, morirán muchos, muchos más. Si es una Traidora, no querrá que venda a su pueblo». Tragó en seco.
El cuchillo no se hundió en la garganta de la chica. En cambio, el interrogador lo deslizó por debajo del hombro del vestido y cortó la tela. Sujetó el otro hombro, dio un tirón y la prenda se deslizó hacia abajo, dejando a la esclava desnuda salvo por un taparrabos. La expresión de ella no cambió.
El ashaki se guardó el cuchillo, miró a Lorkin, que estaba detrás de la mujer, y sonrió.
—Cuando tengas ganas de hablar, no dudes en hacerlo —dijo, doblando los dedos para formar un puño. El ayudante rió entre dientes.
Y entonces los ashakis pusieron manos a la obra.