Capítulo 6

Los dos hombres maduros seguían en su celda cuando Lorkin regresó tras su segunda jornada con el interrogador, pero la pareja que estaba encerrada allí había desaparecido. Como el día anterior, el celador le había dejado agua, pero nada de comida. A causa del hambre le había costado dormir hasta que se había rendido de nuevo y la había mitigado por medio de la magia.

No había manera de saber qué hora era. Como no había ventanas, no entraba luz que indicara si era de día o de noche. Lorkin medía el paso de los días basándose en la rutina del interrogador y el celador. Al despertar se percató de que el celador seguía en su puesto, observándolo con ojos atentos pero inexpresivos. Sentado con la espalda contra la pared, Lorkin se entretuvo con juegos mentales y recuerdos.

Finalmente, un sonido atrajo su atención. Unos pasos le advirtieron que alguien se aproximaba. El celador apartó la vista y se puso de pie. Lorkin exhaló un suspiro silencioso y se levantó, preparándose para otro día de hambre y preguntas.

En vez del interrogador, apareció un esclavo con una bandeja sobre la que había un cuenco, un mendrugo y una copa. Lorkin no pudo evitar que su corazón diera un brinco de esperanza cuando el celador examinó los objetos y dio unos pasos hacia la puerta de su celda para abrirla.

El esclavo mantuvo los ojos bajos mientras entraba, depositaba la bandeja en el suelo y se retiraba.

Después de cerrar la reja con llave, el celador se detuvo por unos instantes para contemplar a Lorkin con aire meditabundo. El joven esperó a que el hombre regresara a su asiento antes de acercarse a la bandeja. La levantó y la llevó al extremo más alejado de la celda.

El cuenco estaba lleno de una sopa fría y opaca. La copa contenía vino. No había cubiertos.

«No sabré si esto está envenenado hasta que lo pruebe. Nunca he tenido que contrarrestar el efecto de un veneno valiéndome de la magia. Eso requeriría que gastara más energía de Tyvara de la que necesito para paliar el hambre. ¿Debo correr ese riesgo? ¿Tanta falta me hace comer?».

Las partículas que flotaban en la sopa empezaban a asentarse, dejando casi todo el líquido transparente. Sin embargo, el sedimento no se acumulaba formando una capa plana, sino que se adhería a algo que estaba en el fondo, un objeto cuadrado y fino. Un cosquilleo le bajó por la espalda.

Consciente de que el celador vigilaba todos sus movimientos, Lorkin invocó una cantidad minúscula de magia y la utilizó para apartar las partículas del objeto con delicadeza. Debido a la ligera agitación, la sopa se enturbió, pero no tardó en aclararse, confirmando las sospechas de Lorkin.

El objeto era un papel.

Hierve la sopa para que sea segura. El pan es bueno. El vino es malo.

Debajo había un garabato. Cualquier otro lo habría tomado por un trazo caprichoso o unas iniciales escritas de forma apresurada, pero Lorkin lo reconoció como uno de los signos en clave que los Traidores le habían enseñado a identificar.

«Saben que estoy aquí —pensó, con el corazón henchido de alivio y esperanza—. Vendrán a sacarme de aquí». Pero incluso mientras este pensamiento le acudía a la mente, supo que no podía contar con ello. El calabozo estaba debajo del propio palacio, custodiado por ashakis y por los guardias independientes y de una lealtad a toda prueba que solo podían encontrarse en aquel lugar.

A pesar de todo, le alegraba saber que los Traidores intentaban ayudarlo. Invocó más magia e hirvió la sopa con ella. Esto al menos explicaba al celador por qué había estado mirándola con fijeza. Aun así, Lorkin bebió despacio, atento a cómo reaccionaba su cuerpo, por si la nota no era más que una trampa ingeniosa. Como el pan estaba duro, lo mojó en la sopa para ablandarlo.

No probó el vino. ¿Se preguntaría el interrogador, o quienquiera que lo hubiera envenenado, cómo había sabido Lorkin que debía evitarlo, o simplemente supondría que no quería tener los sentidos embotados por el alcohol durante la siguiente sesión?

Poco después de que terminara de comer, el esclavo regresó a buscar la bandeja. Lorkin la levantó y se la tendió. El esclavo alzó la mirada hacia sus ojos.

—Lord Dannyl dice que el rey Merin quiere que lo cuentes todo —le informó en un mero susurro.

Lorkin asintió en señal de que había comprendido y volvió la cabeza para que el celador no viera su sonrisa.

«¡Y yo que me lo creo! Deben de tomarme por tonto si piensan que voy a aceptar semejante orden de alguien que no sea Dannyl en persona. E incluso en ese caso…, tendría que plantearme la posibilidad de que lo estuvieran extorsionando o amenazando».

El administrador Osen también le había dado a Lorkin una palabra en clave, por si los sachakanos intentaban algo así. Esforzándose por borrar la sonrisa de sus labios, Lorkin se reclinó contra la pared y aguardó a que llegara el interrogador para comenzar con las preguntas del día.

El refectorio prácticamente vibraba a causa del bullicio, pese a que el almuerzo había terminado hacía un rato. Lilia resistió la tentación de poner cara de exasperación por el comportamiento de los otros aprendices. El anuncio repentino de que se habían suspendido las clases de la tarde por una reunión a la que asistiría el Gremio en pleno había provocado un estallido de euforia irreflexiva ante su libertad inesperada y de elucubraciones animadas en torno al motivo de la reunión.

Lilia ya conocía el motivo, pero nadie la había consultado al respecto, y ella tenía cosas más importantes que hacer, como mantener a Cery, Gol y Anyi aprovisionados de víveres, velas y aceite para lámparas. Había decidido que Jonna, la sirvienta de Sonea, era esencial para ello. Lilia tenía que encontrar la manera de convencerla de que llevara más reservas de todo ello a los aposentos de Sonea sin despertar sus sospechas.

Era bastante fácil introducir objetos pequeños en los túneles a hurtadillas. Podría bajar las cajas lacadas que los criados utilizaban para transportar alimentos por el hueco de la pared que había en la habitación de Sonea por medio de la magia. Sin embargo, en aquel espacio estrecho no cabrían cosas más grandes, como muebles. Tal vez podían utilizar otras entradas a las galerías. Según había oído, había unas en la universidad.

Aun si encontraba otra manera de entrar, casi todos los muebles del Gremio eran antiguos y valiosos, por lo que era probable que los echaran en falta. Los de la servidumbre seguramente no tenían tanto valor, pero los criados vivían y trabajaban lejos de las zonas frecuentadas por magos y aprendices. Si Lilia se acercaba al alojamiento de los sirvientes, o incluso si se colara en las cocinas contiguas al refectorio, llamaría tanto la atención del mismo modo que «un príncipe en un baile de mendigos», como diría su madre.

«Necesito encontrar muebles desechados que nadie utilice. Seguramente estarán rotos, pero supongo que podemos intentar arreglarlos. Quizá tengamos que desmontarlos y volver a armarlos de todos modos, para hacerlos pasar por los túneles. Tendré que agenciarme madera, clavos… y herramientas. Hum, ya puestos, tal vez podríamos conseguir clandestinamente algo de madera y fabricar los muebles nosotros mismos».

—Mira, es la aprendiz negra.

Alguien había pronunciado estas palabras en voz alta y no muy lejos de Lilia. Ésta alzó la cara y miró a la persona a los ojos. Era Bokkin, un aprendiz de estatura elevada, un plebis aficionado a intimidar a quienes eran más débiles que él. Ninguno de los plebis protestaba demasiado porque él era lo bastante atrevido para meterse con los finolis tanto como con ellos. Se había detenido para apoyarse en una mesa cercana, rodeado por la pandilla habitual de seguidores. Ella dudaba que Bokkin les cayera bien en el fondo. Lo más probable era que se juntaran con él para no convertirse en objeto de sus abusos.

—¿Has conseguido que maten a alguien últimamente? —preguntó, con los labios torcidos en un gesto desdeñoso.

Ella ladeó la cabeza, fingiendo pensar.

—Ahora que lo dices, no.

—¿Qué piensas hacer ahora que la Maga Negra Sonea se marcha? —Se apartó de la mesa empujándose con las manos—. Te quedarás sola en sus aposentos. ¿Te has echado una novia nueva, o por una vez te gustaría ver qué se siente al estar con un hombre? —Se dirigió a la mesa de Lilia, pavoneándose, y acercó la entrepierna a su cara—. ¿Qué te parece si te enseño lo que te has estado perdiendo?

«Así que saben que Sonea se va». Lilia se inclinó hacia atrás y levantó la vista hacia él. Había imaginado que quizá alguien intentaría aprovecharse de la situación, pero no esperaba que la pusieran a prueba tan pronto.

—Nunca habías mostrado el menor interés. —Se puso de pie despacio, manteniéndose tan cerca que al final sus rostros casi se tocaban, y clavó los ojos en él—. Debe de ser la magia negra lo que te ha hecho cambiar de opinión. Te atrae, ¿verdad? La emoción del peligro. Me han advertido que tenga cuidado con la gente como tú.

Él abrió la boca para hablar, pero ella le agarró la cara, hundiéndole los dedos en la piel de la mandíbula. Al mismo tiempo, le propinó un vigoroso empellón mágico, lo que lo hizo tambalearse hacia atrás antes de invocar la energía necesaria para resistir el ataque. Ella caminó hacia él y lo aprisionó contra el borde de la mesa siguiente.

—¿Sabes qué está ocurriendo en esa reunión? La Maga Negra Sonea está absorbiendo energía de todos los magos del Gremio. Por medio de la magia negra. Un día, tal vez muy pronto, te haré lo mismo a ti. No podrás negarte. Órdenes del rey. ¿De verdad quieres darme un motivo para asegurarme de que sea lo más desagradable posible?

Él le sostuvo la mirada, muy pálido. Lilia lo soltó y se limpió la mano con la pechera de la túnica de Bokkin. Los aprendices que tenían alrededor estaban callados, y el silencio empezaba a extenderse. Aunque no apartaba la vista de él, vio con el rabillo del ojo que varias caras se volvían hacia ella.

—Más te vale que ella regrese —agregó. Le dio la espalda, recogió su bolsa, la fruta y los bollos con especias que había juntado para su cena, y se marchó del refectorio.

Cuando enfiló el pasillo, la invadió una sensación de victoria.

«Eso les dará de que hablar. Y una razón para preocuparse por la finalidad del viaje de Sonea, aunque seguramente tendrían curiosidad por saberlo de todos modos. No permitiré que nadie crea que su marcha me deja en una posición vulnerable».

Si estaba condenada a permanecer confinada en el recinto del Gremio, entrenándose para proteger las Tierras Aliadas y convertirse en el objetivo principal del ataque de un enemigo potencial, quería que a cambio la trataran con respeto. «O, si eso no es posible, ya que hay personas tan estúpidas como Bokkin, incapaz de recordar quién se jugará la vida por él, me conformo con ser temida».

Desde su asiento en la parte delantera del Salón Gremial, Sonea contempló a los magos que empezaban a congregarse, y se esforzó por mantener una respiración tranquila y regular.

«¿Qué harán? Tras veinte años, ¿se han familiarizado lo suficiente con la idea de la magia negra para acceder a tomar parte en ella? ¿Les parecerá una justificación suficiente mi misión de liberar a mi hijo?».

Habría sido más fácil restar importancia a estas preguntas si los otros magos superiores no hubieran expresado las mismas dudas un rato antes. Ninguno de ellos podía predecir el resultado de la reunión. Todos habían supuesto que unos magos se negarían a donar su magia y otros no, pero sus pronósticos sobre el número de unos y otros variaba en gran medida.

A ambos lados del largo salón, los magos ocupaban sus asientos. Como siempre, surgieron zonas verdes, rojas y moradas formadas cada una por miembros de la misma disciplina agrupados. El color dominante era el morado de los alquimistas, pero la cantidad de sanadores había aumentado en las últimas décadas, por lo que el verde abundaba en la sala. Aunque había más guerreros que en toda la historia, las túnicas rojas seguían siendo minoritarias. Sin embargo, esto no la preocupaba. Si bien la mayoría de los magos invertía su energía en cosas más útiles, ella sabía que casi todos continuaban ejercitando sus habilidades de combate en sus ratos libres.

Los magos superiores aguardaban en la parte delantera del salón. El administrador Osen era el único que faltaba en las gradas. Como de costumbre, se dirigiría a los presentes desde el Frente, la zona que se extendía ante los magos superiores. Sonea observó la fila de asientos situada encima de la suya. El del rey estaba vacío, pero ambos consejeros reales habían acudido a la reunión, cosa que no era habitual. El consejero Glarrin la miró a la cara y asintió. El consejero Rolden, que había estado presente cuando, veinte años atrás, habían juzgado y desterrado a Akkarin y a Sonea, se fijó en ella por un instante y frunció el ceño.

Al bajar la vista, ella advirtió que los magos superiores sentados en las filas inferiores lanzaban miradas constantes hacia arriba. Desde su lugar entre los directores de estudios de la fila de abajo, Rothen posó los ojos en ella. Pese a su aspecto lúgubre, el hombre consiguió dedicarle una sonrisa tranquilizadora.

La cena que ambos habían compartido la noche anterior se había visto enturbiada por las posibilidades aterradoras. Ella sabía que Rothen se preguntaba si sería la última vez que la vería. Era un temor que se sumaba a su miedo de no volver a ver a Lorkin. Él se había ofrecido a acompañarla. Sonea le había recordado que sabía demasiado sobre el otro motivo de su viaje. Él había asentido y había comentado que le consolaría saber que ella había elegido a un ayudante digno de confianza.

Sonea escudriñó el salón en busca de lord Regin y, tal como esperaba, lo encontró sentado cerca de la parte delantera. Estaba serio y distante. Quizá fuera una fachada tras la que ocultaba sus sentimientos auténticos, pero no era fácil saberlo. Siempre estaba serio y distante.

«Espero que Rothen tenga razón sobre él. Pero claro que la tiene. Regin se toma demasiado a pecho sus responsabilidades hacia el Gremio, Kyralia y las Tierras Aliadas para poner en peligro nuestra misión».

Y esto significaba que, por muy feas que se pusieran las cosas entre ellos, él obedecería sus órdenes.

Casi todos los magos se habían acomodado ya en sus asientos. El administrador Osen apareció caminando a grandes zancadas hasta detenerse ante los magos superiores, y el tañido de un gong marcó el inicio de la reunión.

El silencio se impuso de inmediato en la sala.

—En la reunión de hoy debemos hablar y ocuparnos de una situación excepcional —comenzó Osen—. Por consiguiente, la medida que plantearemos será única en la historia del Gremio. —Hizo una pausa y recorrió el salón con la mirada—. Como sin duda ya sabrán, el embajador Dannyl viajó a Sachaka hace unos meses para desempeñar sus funciones en la Casa del Gremio de Arvice. Se llevó consigo al joven mago lord Lorkin, que se había ofrecido a viajar con él en calidad de su ayudante.

»Poco después de instalarse en Arvice, una esclava impidió que lord Lorkin fuera asesinado. La esclava era una espía de un pueblo conocido como los Traidores, sachakanos que llevan cientos de años viviendo separados del resto del país. A fin de evitar más atentados contra su vida, dicha esclava ayudó a Lorkin a huir a la base secreta de los Traidores.

»Allí, Lorkin aprendió más cosas sobre aquel pueblo. Rechazan la esclavitud y, aunque utilizan la magia negra, al parecer viven en paz. Cuentan con una red de espías que se extiende por toda Sachaka, aunque, hasta donde yo sé, el objetivo principal de sus actividades es su propia protección.

»Recientemente, Lorkin intentó regresar a casa. Cuando llegó a Arvice, el rey Amakira lo llamó a su presencia y le ordenó que revelara todo cuanto había averiguado acerca de los Traidores. Lorkin, consciente de su obligación de comunicar primero dicha información al rey Merin, se negó. A pesar de que esto se le dejó muy claro al rey Amakira y de que, cuando enviamos a nuestros primeros embajadores a Sachaka, este convino en que ellos solo debían responder ante su propio rey, ordenó que encerraran a Lorkin en el calabozo de palacio.

A Sonea se le hizo un nudo en la garganta. Por muchas veces que oyera hablar de la situación de Lorkin, imaginarlo en una celda fría y húmeda le encogía el corazón.

Reinaba el silencio en el salón. «Qué curioso. Creía que se alzarían voces de protesta y de rabia. Supongo que la impresión los ha dejado sin habla, aunque no sé si les horroriza más la temeridad que ha demostrado Amakira al encarcelar a un mago del Gremio o la posibilidad de que esto desencadene otro conflicto con Sachaka».

—El rey ha aprobado nuestra petición de enviar a un negociador a intentar pactar la libertad de Lorkin —prosiguió Osen—. Elegimos a nuestro negociador con sumo cuidado, procurando que fuera alguien capaz de ejercer una influencia considerable sobre el rey de Sachaka. El prejuicio sachakano contra los magos no iniciados en la magia negra redujo nuestras posibilidades. —Osen levantó la vista hacia los magos superiores y extendió el brazo hacia Sonea como para ayudarla a apearse de un carruaje—. Elegimos a la Maga Negra Sonea.

Ella notó un cosquilleo en la piel y se sonrojó cuando cientos de ojos se clavaron en ella. Un murmullo inundó la sala. Resistiendo el impulso de apartar la vista, devolvió la mirada a los magos reunidos, con el corazón un poco acelerado. «¿Qué harán?».

La mano tendida de Osen le hizo una seña para que se acercara. Tragándose un suspiro, ella se puso en pie y comenzó a descender los escalones hacia el Frente.

—No obstante, enviar a una maga negra no representará una ventaja a menos que la hagamos lo más poderosa posible —continuó Osen. Cuando Sonea llegó a su lado, él la miró brevemente antes de dirigirse de nuevo a la concurrencia—. El rey ha concedido su autorización para que la Maga Negra Sonea almacene energía con vistas a su misión. Necesitamos voluntarios que aporten su magia a la causa.

El rumor de voces se hizo más intenso y resonó entre las paredes antes de aplacarse. Tras formarse un juicio sobre el estado de ánimo general, Osen levantó los brazos y el salón se sumió en un silencio inquieto.

—Es la primera vez que se concede una autorización semejante, y gracias a Dios el motivo no es el que tememos desde hace mucho tiempo. A lo largo de los últimos veinte años, hemos aprendido que la magia negra no tiene por qué ir unida a ritos salvajes o sangrías desagradables. Aunque enseñamos este dato a nuestros aprendices y lo recalcamos a todos los demás, es posible que algunos aún no lo tengan claro. Llamo a la Maga Negra Sonea al frente para que nos lo explique.

Sonea respiró hondo y liberó magia en el aire ante sí para amplificar su voz.

—Los magos sachakanos practican cortes en la piel de sus esclavos porque estos no son magos y por tanto no pueden cederles su energía. En tiempos de guerra, hacen lo mismo a sus víctimas porque es poco probable que estas les donen energía voluntariamente. El rito de la magia superior que forma parte de nuestro pasado era un gesto simbólico de sumisión de un aprendiz respecto a su maestro, y ya no tiene razón de ser. —Consiguió esbozar una sonrisa, aunque temió que fuera más sombría que reconfortante—. Basta con que un mago invoque energía y me la envíe para que yo pueda almacenarla. Eso es todo. Lo único que tiene que hacer el donante es un truco que todos los aprendices dominan ya en su primer año en la universidad. —Paseó la vista por el salón. «En realidad, no hace falta dar más explicaciones», pensó, pero cuando Osen apartaba la mirada de ella, se le ocurrió algo que añadir—. No parece mucho lo que les pido —dijo—: la energía de un día. Pero si con ello consigo liberar a mi hijo…, contarán por lo menos con su agradecimiento y el mío.

Osen asintió.

—Además, con ello garantizarán la seguridad de un miembro del Gremio, una ciudadana de Kyralia y las Tierras Aliadas, y a la vez reforzarán la paz con Sachaka, lo que no es poca cosa. —Se volvió hacia las gradas—. Empezaremos por los magos superiores.

A Sonea el corazón le dio un vuelco cuando el Gran Lord Balkan se levantó y descendió de las gradas, seguido por varios magos superiores. Mientras Balkan se acercaba una voz lo llamó por su nombre desde un lado de la sala. Todos dirigieron la vista hacia allí y advirtieron que los consejeros reales habían bajado de la fila más alta.

—¿Me permitís ser el primero? —preguntó el consejero a Balkan. El Gran Lord sonrió y se hizo a un lado, haciéndole un gesto a Sonea.

—El rey le desea lo mejor —le informó Glarrin, tendiéndole las manos.

Ella se las estrechó, moviendo la cabeza afirmativamente.

—Por favor, transmítale mi agradecimiento, consejero. —Notó un hormigueo en la piel cuando él le envió energía. Al absorberla, una leve sensación le indicó que ahora tenía en su interior más magia de la que le permitía normalmente su límite natural, pero cuando terminó no fue capaz de determinar cuánta magia le había dado el consejero.

Tras dirigir una ligera reverencia a Balkan, Glarrin se retiró. Sonea alzó la vista hacia el líder el Gremio. El hombre alto la contempló con una expresión de sorpresa que ella conocía bien. «Como si le costara tanto asimilar que soy maga superiora como a mí asimilar que él es Gran Lord. Aunque Balkan es un dirigente competente, para mí el título corresponde solo a Akkarin».

Lo tomó de las manos para absorber su energía, y poco a poco les llegó el turno a los demás magos superiores. A todos menos a Kallen. Osen había decidido que un puñado de magos conservaran toda su energía. Cuando el último de los magos superiores se retiró, Sonea se volvió hacia el auditorio.

Y sintió que su corazón dejaba de latir.

No había un solo asiento ocupado. Todos los magos estaban de pie en el centro del salón, esperando. «Bueno, es posible que los que no quieren presentarse voluntarios se hayan marchado disimuladamente», se dijo. Sin embargo, la multitud que aguardaba era demasiado numerosa para suponer que muchos habían optado por no participar.

Se percató de que estaba conteniendo la respiración y oyó que un jadeo escapaba de su boca cuando el primer mago se le acercó.

«Regin». Un brillo de humor inesperado asomó a los ojos del hombre cuando le ofreció las manos.

—No tienes la menor idea de cuánta gente te respeta, ¿verdad? —murmuró mientras le transfería magia.

—¿Que me respetan? —Sacudió la cabeza—. No lo hacen por mí, sino por una colega maga y por Kyralia.

—Por eso también —admitió él—, pero no es la única razón.

Le dio una gran cantidad de energía, o al menos eso le pareció a Sonea. Lo observó mientras se alejaba, buscando señales de agotamiento físico, pues le preocupaba que Regin estuviera cansado cuando emprendieran su viaje aquella noche, pero el mago siguiente dio un paso hacia ella y tuvo que dedicarle su atención.

Los voluntarios se sucedieron, uno tras otro. Sanadores, guerreros, alquimistas. Hombres y mujeres. Jóvenes y viejos. Magos de las Casas y de las demás clases. Todos le dirigían unas palabras deseándole suerte, expresándole su deseo de que estuvieran tratando bien a Lorkin y su esperanza de que lo dejaran en libertad, incluso advirtiéndole que tuviera cuidado con los ichanis cuando cruzara el páramo y animándola a regresar a casa sana y salva. Abrumada y sorprendida, ella tenía que pugnar a veces por mantener una actitud serena y digna. En cierto momento, la invadió una oleada de tristeza cuando le vino a la memoria otra ocasión en que estaba de pie en aquel salón mientras los magos desfilaban ante ella. Al pasar, desgarraban su túnica y la de Akkarin mientras pronunciaban frases rituales de destierro.

«Y todo porque habíamos aprendido magia negra para defender Kyralia. Cómo han cambiado las cosas».

Cuando finalmente un donante se retiró y ella se percató de que ya no quedaba ningún mago esperando, sintió un gran alivio teñido de fatiga. Estuvo a punto de soltar una carcajada por ello. Se suponía que la absorción de energía debía hacerla más fuerte, no dejarla extenuada. Se concentró en la energía de su interior y detectó un resplandor de magia que escapaba a su control. Al recordar las instrucciones de Akkarin, fortaleció la barrera de influencia adyacente a la piel y notó que la fuga cesaba. Entonces reflexionó sobre la magia que tenía dentro.

Aunque sabía que su fuerza había aumentado, la única manera de calcular hasta qué punto era contar a los magos donantes. Ni siquiera estaba segura de cuánta energía poseía en promedio cada mago del Gremio. «Nunca había acumulado tanta fuerza desde la Invasión ichani, cuando los pobres ofrecieron su energía antes de la batalla».

Osen seguía de pie junto a ella. El salón estaba vacío salvo por Regin, Rothen y él. El sonido de un gong indicó el final de la reunión, pese a que la mayoría de los magos no estaba allí para oírlo.

—¿Qué hora es? —preguntó Sonea casi sin darse cuenta.

Osen se quedó pensativo.

—Me parece que el gong de la universidad ha sonado hace un momento.

Ella lo miró, extrañada.

—¿Tan tarde es? —Se volvió hacia Regin—. Casi ha llegado la hora de llevar el equipaje al carruaje.

—Les quedan unas horas todavía. —Osen sonrió—. Los dos deberían tomar una buena cena antes de partir.

Sonea notó el nudo que se le había formado en el estómago.

—No estoy segura de que pueda.

—Pues todos se llevarán una gran decepción.

—¿Por qué? —preguntó ella con el entrecejo arrugado.

La sonrisa de Osen se ensanchó.

—Los magos superiores han organizado una cena de despedida para usted en el Salón de Banquetes. No pensaría que la dejaríamos marchar sin despedirnos, ¿verdad?

Ella clavó los ojos en él, llena de asombro. Osen soltó una risita.

—Vamos; todos están en el Salón de Noche tomando una copa mientras esperan a que usted se una a ellos.