El criado que había abierto la puerta a Sonea le había informado de que lord Regin estaba en una reunión con el Mago Negro Kallen. Tras pedirle que le avisara cuando Regin volviese, ella había regresado a sus aposentos para tomarse la taza de raka que tanta falta le hacía.
La espera era insoportable.
«Esto es absurdo. Yo lo elegí como ayudante. Ya he colaborado con él antes». Pero desde que él había accedido a viajar con ella a Sachaka, la habían asaltado dudas sobre si se había precipitado en su elección. Regin poseía todas las cualidades necesarias para el cargo: era inteligente, un mago poderoso, un guerrero bien entrenado, hábil para las maniobras políticas y de una lealtad a toda prueba hacia el Gremio y Kyralia.
«Pero ¿nos llevaremos bien?».
Todo había marchado sobre ruedas entre ellos cuando él la había ayudado en la captura de Lorandra. Trabajar con él había resultado ser sorprendentemente fácil. Sin embargo, en Sachaka tendrían que estar juntos día y noche, semana tras semana, sin descansar el uno del otro.
«Bueno, eso no es del todo cierto. Cuando lleguemos a la Casa del Gremio en Arvice, habrá otros dos magos con los que podremos hablar, además del embajador de Elyne».
Hasta entonces, solo contarían con la compañía el uno del otro. Aunque Sonea no desconfiaba de Regin tanto como en los primeros días de la caza de Lorandra, le resultaba imposible olvidar el dolor y la humillación a los que él la había sometido cuando era aprendiz.
«Eso es agua pasada. Durante los últimos veinte años, me ha tratado con respeto y me ha apoyado. Incluso se disculpó durante la Invasión ichani. ¿Soy incapaz de aceptar una disculpa? Es ridículo que arrastre todavía ese resentimiento».
Unos golpes en la puerta principal la sobresaltaron, pese a que no era algo inesperado. Tras dejar su taza sobre la mesa y ponerse de pie, se acercó a la puerta y la abrió por medio de magia. El criado de Regin le dedicó una reverencia.
—Lord Regin está en su casa y aguarda su visita.
—Gracias —dijo ella.
Salió, cerró la puerta y, pasando junto al sirviente, enfiló el pasillo en dirección a los aposentos de Regin. Cuando llegó frente a su puerta se detuvo a respirar por un momento antes de llamar. La puerta se abrió. Regin inclinó la cabeza.
—Maga Negra Sonea —saludó—. Pasa, por favor.
—Gracias, lord Regin —respondió.
Ella entró. La habitación tenía pocos muebles, y casi todo lo que contenía poseía un aspecto nuevo. Sonea no vio ningún objeto que pareciera preciado o personal. Regin señaló una silla.
—¿Quieres sentarte?
Sonea contempló la silla y negó con la cabeza.
—Prefiero no robarte demasiado tiempo, considerando lo que tengo que decirte. —Lo miró a los ojos. Él la observaba inmóvil, fijamente. Con expectación. De pronto, la ausencia de efectos personales cobró sentido: él sabía que tal vez se marcharía pronto, así que ¿por qué iba a llevarlos allí?
—Partiremos mañana por la noche —le informó.
Él exhaló un suspiro breve, apartó la vista y asintió. Al detectar una expresión fugaz en su rostro, Sonea sintió una punzada de culpabilidad. «No lo había visto mostrarse aprensivo desde la Invasión».
—Si es demasiado pronto, o crees que tu obligación es permanecer aquí, no es demasiado tarde para que cambies de idea —le aseguró, esforzándose por mantener un tono formal para no dar la impresión de que ponía en duda su determinación o de que le parecería una cobardía que él cambiara de idea.
Él sacudió la cabeza.
—No es demasiado pronto. De hecho, es el momento perfecto. No tengo otra obligación que cumplir con mi trabajo, que consiste en ser de utilidad para el Gremio y Kyralia. Resulta agradable poder ser útil de verdad por una vez. Es la clase de tarea para la que estamos entrenados los guerreros, y no obstante dedicamos mucho tiempo a esforzarnos por no ser necesarios.
Sonea desvió la mirada, presa de una súbita compasión al percibir el ligero dejo de amargura en su voz. «No tiene otra obligación. No cabe duda de que ha cortado todos sus lazos familiares». La forma implacable en la que se había vengado de su esposa por sus numerosas relaciones adúlteras había sido la comidilla del Gremio durante semanas. Él había regalado sus dos fincas a sus hijas, ambas casadas con hombres respetables y pudientes, y había solicitado habitaciones en el Gremio. Esto había dejado sin hogar y sin dinero a su esposa, que se había visto obligada a vivir con su familia.
Se rumoreaba que ella había intentado suicidarse después de que Regin ahuyentara a su último amante. Éste, por otro lado, se había buscado a otra mujer rica a quien seducir. A pesar de esto y de la deshonra que había supuesto que la devolvieran a su familia como un artículo defectuoso, no había habido más intentos de suicidio por parte de Wynina. Sonea no sabía si compadecerla o no. En ocasiones se preguntaba si la mujer había llegado a esos extremos por estar casada con Regin.
«Aunque él se comporta como es debido en público, tal vez en privado siga siendo el mismo mocoso insoportable que en nuestra época de aprendices».
Quizá lo averiguaría durante el viaje, aunque el tiempo que estuvieran juntos no lo pasarían precisamente en privado. Su misión era demasiado importante, y lo habría sido también aunque Lorkin no estuviera prisionero.
—Ahora puedo explicarte el motivo del viaje —continuó. Regin irguió la cabeza y clavó la mirada en ella—. Mañana se informará a todo el mundo. Lorkin regresó a Arvice. Antes de que pudiera partir hacia Kyralia, el rey Amakira lo llamó a su presencia y, como Lorkin se negó a responder a sus preguntas sobre los Traidores, lo encerró.
Regin abrió mucho los ojos.
—Ah. Lamento oír eso, Sonea. —Torció el gesto en señal de solidaridad—. Entonces, ¿te envían para que negocies su puesta en libertad? Debes de estar impaciente por marchar. —Dio un pequeño paso hacia ella—. Haré cuanto esté en mi mano por ayudarte.
Su expresión era tan seria que la ansiedad que solía apoderarse de ella cada vez que pensaba en Lorkin amenazó con reavivarse. Sonea bajó la vista y desterró la sensación de su mente.
—Gracias. Sé que lo harás.
—Nos vamos mañana, pero… apenas hemos empezado a aumentar tu energía. ¿Quieres que te ceda algo de magia ahora?
Algo se estremeció en el interior de Sonea, y ella notó que se le encendía el rostro. Posó la mirada en él y la apartó enseguida.
—No —se apresuró a responder—. Mañana se celebrará una reunión, y Osen pedirá voluntarios. Espera hasta entonces.
—¿Qué les dirá Osen a todos?
—Solo lo que te he revelado.
—¿«Solo»? —Regin exhaló un suspiro suave—. Ten cuidado, Sonea.
Ella alzó los ojos hacia él y cayó en la cuenta de su error. Le había dado a entender que había otra razón para el viaje aparte de la reclusión de Lorkin. Aquel dato podía poner la vida de ambos en peligro si un mago sachakano le leía la mente a Regin.
«Demasiado tarde. Debo andarme con más tiento de ahora en adelante».
Pero la aterradora realidad era que si Regin caía en las garras de un mago sachakano sin impedimentos políticos ni diplomáticos para leerle la mente, era muy probable que ella también. Aunque el anillo de Naki impediría que le exploraran el pensamiento, no sabía cuánto tiempo sería capaz de aguantar si alguien decidía torturarla para extraerle información.
Sobre todo si utilizaban a Lorkin para persuadirla.
Aunque no había ocurrido nada que Dannyl no hubiera previsto, aún sentía que la ira y la humillación lo consumían por dentro. Esperaba que no se le hubiera notado. Se había esforzado por mantener la calma y mostrarse cortés durante su breve estancia en el palacio, pero nunca sabía si sus sentimientos de verdad se traslucían, o si su tranquilidad fingida se interpretaba como una señal de que habían conseguido sacarlo de sus casillas.
Irónicamente, su decisión de suspender la búsqueda de Lorkin, que lo había llevado a perder el respeto de la élite sachakana, ahora hacía que le resultara más difícil proteger al joven mago. Había visto más de una sonrisita en el rostro de quienes habían presenciado la denegación de su petición de ver a Lorkin.
«Si hubiera permitido que la búsqueda siguiera adelante, probablemente los Traidores me habrían matado junto con los ashakis que me hubieran ayudado. Lorkin no habría recibido ninguna ayuda cuando regresó a la Casa del Gremio».
Esto no era del todo cierto, en realidad. El Gremio habría enviado a un embajador sustituto; alguien cuyo buen nombre no estuviera empañado por la cobardía y que seguramente estaría en mejor posición para sacar a Lorkin de su apuro.
«No. Si los Traidores se hubieran visto obligados a matar a un mago del Gremio, Lorkin tal vez no habría regresado a la Casa del Gremio. Quizá ni siquiera le habrían permitido entrar en Refugio por miedo a que intentara vengar mi muerte».
Por otro lado…, la idea de que alguien quisiera vengar su muerte le parecía inverosímil y absurda.
Oyó el golpeteo ligero y rítmico de unos pies desnudos en el suelo, procedente de la entrada de la Casa del Gremio. Dannyl dejó de caminar de un lado a otro de la sala maestra y se volvió en la dirección del sonido. Tav, el esclavo portero, emergió del pasillo y se postró ante él con teatralidad exagerada, una costumbre suya que Tayend había comentado hacía unas semanas.
—El embajador de Elyne ha vuelto —jadeó Tav.
Dannyl asintió y agitó la mano para indicar al esclavo que podía levantarse y marcharse a hacer lo que fuera que hacían los esclavos porteros cuando no estaban anunciando visitas.
El chirrido de una puerta que se cerraba llegó hasta sus oídos, seguido de unos pasos. Tayend le dedicó una sonrisa fugaz cuando salió del pasillo y sacudió la cabeza.
—No ha habido suerte —declaró.
Dannyl soltó el aire que estaba reteniendo.
—Bueno, gracias por intentarlo.
Tayend suspiró.
—Todavía es demasiado pronto —dijo—. Si perseveramos, tal vez él acabe por transigir. Le he señalado que es difícil que convenzas a Lorkin de que hable si no te dejan verlo.
Dannyl frunció el ceño.
—¿Es prudente insinuar que consideramos que podría ser peligroso?
—No si lo digo yo. Además, solo estaba haciéndole notar lo ilógico de su proceder.
—Estoy seguro de que le habrá encantado que pusieras en evidencia su falta de lógica delante de todos.
—Oh, no había nadie más presente…, y me ha dado la impresión de que le divertía.
A Dannyl le cayó el alma a los pies.
—¿Has conseguido que te conceda una audiencia en privado?
—Vamos, vamos. No te pongas celoso. —El elyneo esbozó una sonrisa burlona y quitó hierro al asunto con un gesto—. ¿Qué te parece si tomamos un poco de vino y comemos algo? —Se volvió, hizo una señal a un esclavo y comenzó a darle instrucciones.
Dannyl se acercó a los taburetes y se sentó. Aunque Tayend no había podido ver a Lorkin, el rey se había tomado la molestia de entrevistarse con él en persona. «Quizá sea porque Tayend es un embajador que habla en nombre de su rey y su país, mientras que yo soy sobre todo un portavoz del Gremio».
Dudaba que eso supusiera una gran diferencia. A fin de cuentas, el rey Amakira estaba disgustado con Kyralia y el Gremio, no con Elyne. Tenía sentido que hubiera tratado a Tayend con el respeto habitual.
—Ah, vino —dijo Tayend cuando un esclavo entró a toda prisa con una botella y unas copas. Se sentó junto a Dannyl y esperó a que el esclavo les sirviera y se marchara antes de inclinarse hacia él—. Merria me ha contado esta mañana, después de que te fueras, que ha comentado la situación con sus amigas. Van a promover protestas contra este maltrato peligroso a un mago extranjero —murmuró.
Esto levantó un poco el ánimo a Dannyl.
—¿Y… los otros contactos?
—Difundirán nuestro mensaje. Al parecer no ignoran el aprieto en que se encuentra Lorkin, pero no me han aclarado si pueden hacer algo al respecto.
—Prefiero no imaginar qué harían si pudieran. —Dannyl se estremeció y tomó un sorbo de vino—. Tal vez matarían a Lorkin para asegurarse de que no hablara.
—No lo harán —aseveró con convicción Tayend—. Debían de saber que existía la posibilidad de que se produjera esta situación. No lo habrían enviado aquí si pudiera ser un desastre para ellos.
—Tal vez porque tenían personas preparadas para matarlo si eso ocurría. Quizá ya esté muerto.
Tayend sacudió la cabeza.
—El rey me ha asegurado que están cuidando bien de Lorkin.
—Podría ser mentira.
—Sí, podría. —Tayend suspiró—. Solo nos queda esperar que no lo sea. —El elyneo arrugó el entrecejo—. No dejo de dar vueltas a una posibilidad, aunque no consigo ver en ello ninguna ventaja para los Traidores, así que supongo que estoy imaginando conspiraciones donde no las hay.
—¿Qué posibilidad?
—La de que los Traidores supieran que el rey ordenaría que encerraran a Lorkin. Que contaban con que eso sucediera.
—¿Por qué habrían de hacer algo así?
Tayend miró a Dannyl y sacudió la cabeza.
—Eso es lo que no consigo explicarme. Solo se me ocurre… que tal vez les interese socavar la paz entre Kyralia y Sachaka. Quizá quieran cerciorarse de que nuestros países no prometan ayudar a Sachaka a defenderse de ellos.
Un escalofrío le bajó por la espalda a Dannyl.
—¿Crees que pueden estar planeando algo más directo y de mayor envergadura que el espionaje y el asesinato?
—Siempre hay que contemplar esa posibilidad. —Tayend esbozó una sonrisa sombría—. Pero hay algo que no tiene sentido: ese plan podría resultar contraproducente. Estarían jugándosela a que no accederemos a hacer algo así para liberar a Lorkin. —Bebió un poco de vino con expresión seria—. Si todo esto conduce a una guerra civil, ¿quién crees que ganaría?
—No tengo idea. —Dannyl sacudió la cabeza—. No sabemos lo suficiente sobre los Traidores.
—Entonces espero que Lorkin sepa más de lo que quiere reconocer, pues si las Tierras Aliadas se vieran arrastradas a una guerra, no sería difícil que acabaran alineándose con el bando perdedor, o descubriendo que solo pueden ganar si libran la mayor parte de las batallas y sufren el mayor número de bajas.
Un nudo frío se había formado en el estómago de Dannyl. «Lorkin le habrá contado a Osen todo lo que averiguó sobre los Traidores, así que si el muchacho sabe que planean desencadenar una guerra civil, el administrador también lo sabrá. —Cuando repasó mentalmente las instrucciones que había recibido de Osen hasta el momento, el nudo se tensó. Los esclavos entraron en fila con fuentes de comida, y pese a las náuseas que sentía, Dannyl se obligó a elegir alimentos de las bandejas, llevárselos a la boca y masticar—. ¿Por qué? Porque los han preparado esclavos. Unas personas que no tienen poder de decisión sobre su vida han invertido su esfuerzo en esto, y me parecería una desconsideración y una lástima dejar que se desperdicie. —El nudo se aflojó ligeramente—. Los Traidores se oponen a la esclavitud. Quizá la guerra civil traiga consigo la libertad».
Pero esa libertad tendría un precio. Como siempre.
Cuando Gol regresó a la habitación, Cery exhaló un suspiro inaudible de alivio. Su amigo se movía con cuidado e hizo un gesto de dolor al sentarse, pero, por lo demás, tenía mucho mejor aspecto que dos días atrás.
—Dentro de poco no habrá quien aguante estar allí dentro —farfulló Gol.
—Lo sé —convino Cery—, pero por lo pronto tendremos que resignarnos.
Habían elegido otra habitación en la que hacer aguas mayores y menores. Tanto el techo como las paredes parecían lo bastante estables, y Cery había llevado allí una pila de arena con la que cubrir sus deposiciones, pero se trataba de una solución temporal.
Tras pedir a Anyi que se quedara para cuidar de Gol durante un rato, Cery había explorado la pequeña red de habitaciones y túneles de las inmediaciones. Estaban abandonados desde hacía mucho tiempo. Cery sabía que el difunto Gran Lord Akkarin los utilizaba como almacén, pero los únicos objetos que quedaban y que parecían datar de aquella época carecían de valor; eran en su mayor parte cajas vacías como las que ellos estaban usando a manera de muebles. Había encontrado lámparas de un estilo que habría armonizado con las casas más añejas de Imardin, de no haber estado cubiertas de herrumbre, así como fragmentos de vasijas de cerámica que habrían valido una fortuna por su antigüedad y rareza si hubieran estado enteras.
Las paredes de aquellas habitaciones eran de una combinación de ladrillo y piedra. Había huecos entre las piedras rellenos con ladrillos, y tabiques que dividían espacios más grandes delimitados por paredes de mampostería, lo que parecía indicar que los cuartos eran originalmente de piedra y que la obra de ladrillo se había añadido después para reparar y acondicionar los recintos.
En una habitación, alguien había grabado unas palabras en la pared. «Tagin debe morir», leyó Cery con facilidad, pues las letras eran grandes y profundas. La inscripción «Debemos ganarnos a Indria» era más pequeña. En una zona desconchada, podía leerse la frase «La magia superior es la ca… y debe ser…». Dentro de una sala más grande, en la que el techo se había derrumbado en un extremo, había una losa de piedra en la que alguien había grabado con esmero una lista de nombres. Aunque Cery no reconoció ninguno, todos iban precedidos de los títulos «lord» y «mago». Era curioso que utilizaran los dos. Le pareció vislumbrar una fecha en la parte inferior, pero la luz de la vela no llegaba a iluminarla, y por nada del mundo iba él a deslizarse bajo una losa grande y pesada que parecía a punto de caerse.
Tras volver a su escondrijo, Cery había dejado que la inquieta e impaciente Anyi prosiguiera su exploración de los túneles. Él se quedó con Gol, y ambos conversaron sobre los hallazgos de Cery y sobre el pasado hasta que al hombretón le dio sueño. Estar sentado en silencio no resultaba tan desagradable como Cery había imaginado, siempre que no dejara que sus pensamientos se desviaran hacia recuerdos dolorosos. Se apoderó de él una sensación de paz y tranquilidad, y por una vez no le preocupaba que unos asesinos los atacaran por sorpresa.
«Bueno, no me preocupa mucho», se corrigió.
Como para echar por tierra su vacilante creencia de que estaban a salvo, le llegó del pasadizo el sonido de unos pasos débiles. Se puso de pie, y una oleada de alivio lo recorrió cuando Anyi apareció en la puerta.
Con una sonrisa de oreja a oreja, se agachó para recoger el cubo de agua, que estaba casi vacío.
—He encontrado una cañería de agua corriente que gotea, debajo de la universidad —anunció—. Está más cerca que la que conocías tú, pero es igual de lenta. Esto tardará un buen rato en llenarse. Sería mejor que tuviéramos dos cubos, para dejar uno aquí mientras se llena el otro. O podría intentar hacer más grande la gotera.
Cery negó con la cabeza.
—Podrían darse cuenta e investigar qué ocurre. Le pediremos a Lilia que nos consiga otro cubo. O algo que pierda menos agua.
Ella asintió, se colocó el cubo debajo del brazo y se alejó.
Cery se sentó de nuevo, un poco más animado. A veces no solo dudaba que pudieran vivir allí con comodidad, sino que les fuera posible sobrevivir. Había muy pocas cosas a las que tenían acceso. Dependían por completo de Lilia para conseguir alimentos, pero por fortuna no para abastecerse de agua. No disponían más que de un montón de cojines viejos, unas pocas cajas y el frío suelo para sentarse y dormir. La temperatura no era demasiado baja, y el aire no parecía estarse viciando.
Oyó de nuevo un taconeo, pero la persona que se acercaba no hacía el menor esfuerzo por ser sigilosa. Llevaba botas o algún otro tipo de calzado grueso y resistente, pero no pisaba con fuerza.
«Lilia. —Se sonrió. Ayudarla había resultado muy beneficioso. No la habría abandonado a su suerte en los bajos fondos de la ciudad de todos modos, pero al no entregarla de inmediato al Gremio, había ganado a una aliada muy útil—. Y Anyi le tiene mucho cariño».
Un globo de luz brillante entró flotando en la habitación, seguido por Lilia. Ella llevaba un paquete y un frasco de vidrio grande, y sonrió al ver a Cery. Sin embargo, cuando paseó la vista por el recinto, su expresión alegre se desvaneció.
—¿Y Anyi?
—Ha ido a por agua —le dijo él—. Ha encontrado una tubería que gotea.
—Espero que no sea una tubería de desagüe. —Depositó con cuidado el paquete sobre una caja colocada boca abajo y comenzó a abrirlo.
—Según ella, es agua limpia —respondió él. Parpadeó sorprendido ante la cantidad de comida que ella había traído. Pan, una caja lacada de dos niveles, con carne guisada en la parte de abajo y verduras aliñadas en la de arriba. Como los sirvientes tenían que transportar alimentos con regularidad al alojamiento de los magos, usaban recipientes prácticos con tapas que cerraban bien y que conservaban el calor. Aunque no había comida para más de tres personas, era mucho más que suficiente para una sola—. ¿Eso… eso es tu cena?
—Y de Sonea —le dijo ella—. Lord Rothen la ha invitado a cenar con él por última vez, y era demasiado tarde para avisar a Jonna.
—¿Qué es eso que huele tan bien? —preguntó otra voz.
Lilia desplegó una gran sonrisa cuando Anyi entró en la habitación.
—La cena. También he traído aceite para lámparas y velas.
—¡Oooh! —Anyi arrastró una caja hacia sí y cogió un trozo de pan. Gol, que se había despertado y había conseguido levantarse sin soltar un quejido, estaba inclinado sobre la comida.
—¿No sospecharán algo los criados si te comes tú sola una cena para dos personas? —preguntó Cery, sirviéndose un poco.
Lilia se encogió de hombros.
—Jonna siempre me insiste en que coma más, y está acostumbrada a que Anyi se presente y engulla todo lo que encuentre.
—¡Yep! —protestó Anyi.
Lilia soltó una risita.
—No le molesta.
—¿Y tú? —inquirió Gol, alzando la mirada hacia Lilia y señalando la comida.
—He almorzado más de lo habitual —contestó la chica— y he metido a escondidas un poco de pan y fruta en mi bolsa para comérmelo luego.
—¿Por qué dices que la cena de Sonea y Rothen será la última?
Lilia adoptó una expresión seria.
—Ella se marcha mañana por la noche. Es oficial. Se va porque lord Lorkin ha regresado a Arvice, y el rey de Sachaka lo ha encerrado en el calabozo por negarse a revelar lo que sabe sobre los Traidores.
A Cery se le contrajo el estómago. Saber que el hijo de uno está prisionero… «Por otro lado, al menos sigue vivo y ya no está atrapado en la ciudad secreta de los rebeldes. Está más cerca de casa que antes. Después de mantener la paz y de aprovechar las nuevas oportunidades de comercio durante tantos años, dudo mucho que los sachakanos lo pongan todo en peligro matando a un mago del Gremio».
Sin embargo, tenía que reconocer que no sabía lo suficiente sobre Sachaka para estar seguro de ello.
—Me alegro de no haberle dicho que estamos aquí —comentó—. Lo que menos necesita ahora mismo es preocuparse por nosotros también.
Anyi asintió.
—A Lilia le resultará más fácil ayudarnos ahora que no hay peligro de que Sonea la descubra.
—Pero Sonea es la única que nos defendería si el Gremio se enterara de que estamos aquí abajo —repuso Gol, sacudiendo la cabeza.
—¿Y qué hay de Kallen? —preguntó Anyi, dirigiéndose a Lilia.
Ésta se encogió de hombros.
—Preferiría no depender de él.
—Entonces será mejor que procuremos que no nos descubran —dijo Cery—. ¿Has hablado con Kallen? ¿Tiene alguna noticia para nosotros?
—He hablado con él, pero no —respondió Lilia con un suspiro—. Por lo visto no acaba de fiarse de mí.
—Tendrás que ganarte su confianza —señaló Anyi.
Mientras Gol se bebía ruidosamente la salsa que quedaba en el compartimento para carne del portaviandas, Cery se limpió las manos con el borde de la tela en que venía envuelta la comida.
—Mientras tanto —le indicó a Lilia—, tendrás que cuidar de Gol. Si su recuperación va bien, me acompañarás a la entrada de los túneles del Gremio. Ninguno de nosotros estará totalmente a salvo hasta que encontremos la manera de obstruirla de modo que ningún sicario de los ladrones pueda atravesarla. —Se volvió hacia Anyi—. Luego, quiero que me enseñes esas rutas de huida. Quizá desemboquen cerca del sitio donde los sirvientes tiran las cosas que los magos ya no necesitan.
Ambas jóvenes sonrieron.
—Explorar un poco será divertido —dijo Lilia.
—¿No tendrías que estudiar? —quiso saber Cery.
A Lilia se le puso la cara larga.
—¿Hay algún momento en el que no tenga que estudiar? —Suspiró y echó a Anyi una mirada de reproche—. Siempre te toca a ti toda la diversión.
Anyi sacudió la cabeza.
—Eso podrás decirlo cuando tenga una cama mullida aquí abajo y pueda darme baños calientes a menudo.
Lilia abrió mucho los ojos, aparentando arrepentimiento.
—A propósito de baños y olores corporales…
Aunque era evidente que lo esperaba, apenas logró esquivar a tiempo el puñetazo que Anyi le lanzó al brazo. Riendo por lo bajo, se situó fuera de su alcance y se acercó a Gol.