Había transcurrido un día entero desde que se había enterado del encarcelamiento de Lorkin. Aunque esto por sí solo le hacía difícil conciliar el sueño, el cambio repentino a una rutina diurna tampoco la ayudaba mucho. Tras una noche sin pegar ojo, Sonea tenía la cabeza embotada y se vio obligada a invocar un poco de magia para aliviar el cansancio que la embargaba. Pero descubrió una ventaja de su nuevo horario: cuando salió de su dormitorio, Lilia seguía en la sala principal, desayunando.
—Maga Negra Sonea —dijo la chica, visiblemente sorprendida de verla.
—Buenos días, Lilia —respondió Sonea—. ¿Cómo estás? ¿Logró localizarte ayer el Mago Negro Kallen?
La joven asintió.
—Bien. Y sí.
Sonea se dirigió a la mesa lateral y comenzó a prepararse una taza de raka.
—¿Cómo te va con las clases?
Lilia torció el gesto, pero enseguida adoptó una expresión alegre.
—Bien. Aunque creo que al Mago Negro Kallen le gustaría que fuera más avanzada. Le dije que no se me daban bien las habilidades de guerrero, pero creo que no se imaginaba que una aprendiz pudiera ser tan torpe.
Sonea soltó una risita de complicidad.
—A mí tampoco se me daban muy bien.
La chica abrió mucho los ojos.
—¿No…? Pero si usted…
—Gané un desafío formal y derroté a los invasores sachakanos. Es increíble lo que uno puede aprender cuando no queda otro remedio. Aun así, tuve un maestro extraordinario.
—¿Que ganó…? —Lilia parpadeó y se puso derecha—. ¿Qué maestro?
Sonea llevó su raka a la mesa principal, se sentó y se sirvió un panecillo dulce de una fuente.
—Lord Yikmo. Murió durante la invasión.
—Ah. —Lilia dejó caer los hombros. Luego alzó la vista de nuevo—. ¿Un desafío formal?
Sonea sonrió.
—A otro aprendiz que me hacía la vida imposible.
—¿Aceptó un desafío de una maga negra?
—Ocurrió antes de que yo lo fuera. No lo recomiendo como una forma de lidiar con aprendices abusones, solo como último recurso, y si estás segura de que puedes ganar. —Hizo una pausa cuando le vino un pensamiento a la mente—. ¿Te está hostigando algún aprendiz?
Lilia sacudió la cabeza.
—No, en general me ignoran. No me molesta. Entiendo por qué me evitan. Además, tengo a Anyi.
Sonea sintió una punzada de compasión, y también de gratitud hacia Cery por dejar que Anyi la visitara.
—Bueno, si alguno de los aprendices se muestra simpático contigo, de forma sincera, no para jugarte una mala pasada, no rechaces su amistad de entrada. Pronto tendrás que formar equipo con ellos.
—Lo sé.
Lilia parecía resignada, pero no descontenta. Tras terminarse el panecillo y la raka, Sonea se levantó y suspiró.
—¿Te las arreglarás bien aquí sola mientras yo esté fuera, Lilia?
La joven alzó los ojos.
—Claro. Mientras Jonna y el Mago Negro Kallen cuiden de mí, ¿cómo no voy a arreglármelas? —Frunció el ceño—. Es usted quien correrá peligro, Maga Negra Sonea. Tendrá cuidado…, ¿verdad?
Sonea sonrió.
—Por supuesto. Tengo toda la intención de regresar. Al fin y al cabo, quiero estar presente en tu graduación. —Se acercó a la puerta, se detuvo por unos instantes y miró hacia atrás—. Como ya no trabajaré en los hospitales, seguramente me pasaré el día yendo y viniendo. Procuraré llamar antes de entrar, por si Anyi se ha colado en casa para verte.
Lilia asintió.
—Gracias.
Al salir de sus aposentos, Sonea se encontró el pasillo del alojamiento de los magos atestado de magos. Devolvió varios saludos, inclinando la cabeza con respeto, mientras se encaminaba hacia el exterior. El patio estaba repleto de aprendices y magos; unos se dirigían a los baños o regresaban de ellos, otros iban hacia la universidad, y más de unos cuantos disfrutaban sencillamente el sol de principios de primavera.
Varias cabezas se volvieron hacia ella, como de costumbre. Había algo en las túnicas negras que atraía las miradas. Ni siquiera la túnica blanca del Gran Lord o la azul del administrador llamaban tanto la atención. Aunque algunos aprendices se fijaban en ellos y los observaban pasar, agachando la cabeza con reverencia, tal como debían hacer con todos los magos graduados, no clavaban la vista en su ropa ni se apartaban, como cuando se cruzaban con Sonea o Kallen.
«Y cada vez que lo hacen, me acuerdo de Akkarin y de que todos se comportaban de ese modo con él, aunque, a diferencia de mí, no sabían que practicaba la magia negra. Iba de negro solo porque en ese entonces era el color del Gran Lord, pero puesto que lo señalaba como el mago más poderoso del Gremio, supongo que intimidaba tanto como hoy en día un mago negro».
Contuvo un suspiro y, haciendo caso omiso de las miradas, prosiguió su camino hacia la universidad.
Una vez dentro, enfiló el pasillo que discurría por el centro del edificio en vez de uno de los corredores principales de los lados. Cuando salió al Gran Salón, levantó la vista hacia los paneles de vidrio del techo, tres niveles más arriba, y luego hacia el edificio original del Salón Gremial, que se erguía orgulloso en el interior de la enorme sala. «No celebrarán otra reunión antes de que me marche —pensó de pronto, aminorando el paso—. Tal vez sea la última vez que vea este lugar».
Contempló el edificio, sacudió la cabeza y comenzó a andar más deprisa de nuevo. «Solo si todo sale terriblemente mal», se corrigió.
Una vez que llegó al fondo del Gran Salón, recorrió el otro extremo del pasillo central, torció por el corredor de la derecha y se detuvo frente a la primera puerta. En cuanto dio un golpe con los nudillos, la puerta se abrió hacia dentro, y ella entró en el despacho de Osen.
El administrador estaba sentado a su mesa, frente a dos magos que habían vuelto la mirada hacia ella. El Gran Lord Balkan inclinó la cabeza respetuosamente y murmuró su nombre, al igual que Osen. El tercer mago le resultaba cada vez más familiar a Sonea.
—Consejero real Glarrin —dijo ella, saludándolo con un gesto de la cabeza antes de dirigirse a los otros dos—. Gran Lord. Administrador.
—Maga Negra Sonea —respondió Glarrin.
Ella sabía que el hombre tenía más de sesenta años, pero parecía más joven. Aunque oficialmente era el asesor militar del rey en las cuestiones relacionadas con la magia y el Gremio, también tenía a su cargo las relaciones internacionales en tiempos de paz. Un segundo asesor real se ocupaba de los asuntos internos, sobre todo de las disputas entre las Casas. «No lo envidio por ello».
—Tomen asiento, por favor —les indicó Osen. Hizo un ademán hacia tres sillas, que se deslizaron hasta formar un semicírculo frente a su escritorio. Los tres se sentaron. Osen se inclinó hacia delante, apoyado sobre los codos—. Estamos aquí para discutir cómo debe conducirse la Maga Negra Sonea en su negociación para la puesta en libertad de su hijo. Para empezar, tengo noticias del embajador Dannyl.
El corazón de Sonea dejó de latir por un instante.
—El ashaki Achati, el representante del rey con quien el embajador Dannyl ha entablado una relación de amistad, hizo anoche una visita a la Casa del Gremio —prosiguió Osen—. Expresó el deseo del rey de que Dannyl persuada a Lorkin para que responda a lo que le pregunten sobre los Traidores. Dannyl, por supuesto, le reiteró que no está en posición de darle esa orden a Lorkin. Aunque el ashaki Achati no especificó qué sucedería si Lorkin no hablaba, dejó claro que Sachaka no tendría reparo en romper sus lazos amistosos con las Tierras Aliadas. Dannyl me asegura que no era una amenaza, sino la constatación de un hecho. No tienen necesidad de comerciar con nosotros ni nos considerarían un enemigo peligroso.
—¿Es un farol? —preguntó Balkan.
—Tal vez —contestó Glarrin—. Sin embargo, se acerca mucho a la realidad. Preferiría no ponerlo a prueba. Los sachakanos no nos necesitan, como tampoco nosotros a ellos, pero ambos países perderían oportunidades lucrativas si se impusieran restricciones más severas sobre el comercio.
—Entonces, ¿no podemos hacer otra cosa que recordarles las riquezas que dejarían escapar? —inquirió Sonea.
Glarrin frunció los labios, pensativo.
—No estaría de más señalar que las Tierras Aliadas prefieren comerciar con Sachaka que con los rebeldes. Esto al menos les confirmaría que no planeamos ponernos de parte de sus enemigos.
—Naturalmente, no conviene mencionar el hecho de que sí estamos intentando establecer relaciones comerciales con los Traidores —añadió Balkan con una risita.
—Naturalmente. —Sonea sonrió—. Pero ¿debo dar a entender que quizá nos planteemos esa posibilidad si Sachaka se niega a colaborar… o incumple su compromiso de velar por la seguridad de los magos del Gremio?
—No —dijo Glarrin—. No les haría ninguna gracia recibir una amenaza así. Me… —Hizo una pausa y fijó la vista en un punto distante—. El rey pregunta si es posible ponerse en contacto con los Traidores…, si pueden hacer algo para ayudarnos. Después de todo, es imposible que el encarcelamiento de Lorkin entrara en sus planes.
Sonea dedujo que el rey de Kyralia y Glarrin estaban comunicándose por medio de un anillo de sangre. «Ése pequeño truco de magia de Akkarin se ha vuelto muy popular desde que el Gremio decretó que, en sentido estricto, utilizarlo no implicaba hacer magia negra».
—Podemos intentarlo —respondió Balkan—. Lady Merria, la ayudante de Dannyl, ha ideado un sistema para enviar mensajes a los Traidores.
—No recibiremos respuesta antes de la partida de Sonea —observó Osen. Miró a Balkan—. Sonea debería dejar aquí un anillo de su sangre. ¿Es aconsejable también que se lleve un anillo de sangre de uno de nosotros?
—Quien le diera el anillo correría el riesgo de descubrir el secreto de la magia negra en su mente.
—No si lleva el anillo de Naki —señaló Osen.
Sonea asintió. La sortija que la joven que había sido amiga de Lilia había utilizado para impedir que le leyeran el pensamiento también protegía al portador de exploraciones mentales a través de un anillo de sangre. Balkan movió la cabeza afirmativamente.
—Sería útil que Sonea pudiera contactar con nosotros siempre que quisiera…, pero Dannyl ya tiene un anillo de usted. ¿Sería mejor que yo le diera uno mío a ella?
—Si los sachakanos se apoderaran de ellos, podrían importunarnos a ambos. —Osen sacudió la cabeza—. Sonea debería llevarse uno mío.
Ella reprimió una sonrisa al oír la palabra que había elegido. Si el anillo de sangre de Osen caía en malas manos, las cosas que harían con él no tendrían por objetivo importunarlo. Las ganas de reír se le pasaron de golpe. «Y a mí podrían hacerme lo mismo, si se apropiaran del anillo de sangre que le di a Lorkin. —Por fortuna, Osen había advertido a Lorkin que no lo llevara consigo a la audiencia con el rey de Sachaka—. Si hubieran conseguido el anillo, lo único que tendrían que hacer es torturar a Lorkin mientras…».
—¿Cuándo debo partir? —preguntó, para distraerse con pensamientos menos aterradores.
—Mañana por la noche —dijo Osen—. Convocaremos una reunión mañana y pediremos voluntarios para que le donen energía mágica. Hemos decidido anunciar que Lorkin está retenido por el rey de Sachaka y que la enviamos a usted a negociar su liberación.
—Amakira nos ha brindado la excusa perfecta para mandarla a Sachaka —terció Glarrin—. Debe intentar entrevistarse también con los Traidores, aunque lo más conveniente será que lo haga una vez que Lorkin esté en libertad o, mejor aún, de vuelta en Kyralia, por si la descubren. —Arrugó el entrecejo, apartó la mirada y sonrió—. El rey quiere saber cómo va el entrenamiento de Lilia en habilidades de guerrero.
Balkan hizo una mueca.
—Lilia no es precisamente una guerrera nata. Sus reflejos y su comprensión son buenos, y su defensa, fuerte, pero no toma la iniciativa en batalla.
—Ah —dijo Sonea con una sonrisa—. Un problema que me resulta familiar.
Glarrin se volvió hacia ella y arqueó una ceja.
—A mí me pasaba algo muy parecido —explicó—. Ojalá lord Yikmo no hubiera muerto durante la Invasión ichani. Se le daba bien instruir a aprendices difíciles.
—Lady Rol Ley estudió los métodos de Yikmo —dijo Balkan con expresión reflexiva—. Imparte muchas de las clases generales a las que asisten todos los aprendices, así que sin duda conoce los puntos fuertes y débiles de Lilia.
—Por lo que decís, tal vez ella pueda ayudar —comentó Sonea—. Me ofrecería yo si no estuviera a punto de marcharme.
—Tal vez pueda cuando regrese —dijo Osen—. ¿Hay algún otro asunto que debamos tratar?
—Nada que no pueda discutirse por medio de los anillos de sangre —dijo Glarrin—. No demoremos la partida de Sonea más de lo necesario.
Osen posó los ojos en ella.
—¿Hay algo que tenga que hacer antes de irse?
Ella negó con la cabeza.
—Nada.
—Entonces será mejor que comunique a su ayudante que partirá mañana por la noche.
Sonea se puso de pie.
—Si hemos terminado, es lo que haré a continuación.
Las clases de último año de habilidades de guerrero nunca habían entrado en los planes de Lilia para el futuro. Según los criterios de la universidad, había alcanzado el nivel mínimo de comprensión y destreza que necesitaba un aprendiz para graduarse. Debía estar en el alojamiento de los sanadores aprendiendo técnicas avanzadas pero, en vez de ello, sufría derrotas aplastantes a manos de aprendices destinados a convertirse en la siguiente generación de magos de túnica roja.
Su presencia en la clase les resultaba cada vez más fascinante. Que un aprendiz o mago tuviera la oportunidad de enfrentarse a una maga negra en un combate de entrenamiento no era cosa de todos los días. Ni siquiera parecía importarles que no fuera una rival digna, pues las clases se basaban sobre todo en prácticas en las que se empleaba poca magia. No se le permitía absorber ni almacenar energía, aunque alguien se la cediera voluntariamente. Por otro lado, tenía que reconocer que, cuando no tenía que tomar decisiones o mostrar iniciativa, las clases le parecían tan interesantes como a los otros aprendices.
La magia negra cambiaba sin lugar a dudas la dinámica del combate. Aunque ella se había imaginado que la capacidad de robarle magia a una persona era la habilidad más útil de un mago negro en batalla, se equivocaba. Seguía siendo necesario acercarse lo suficiente a esa persona para practicarle un corte en la piel y traspasar así su barrera natural contra las interferencias mágicas externas. Para cuando conseguía que su adversario estuviera lo bastante agotado para hacerle eso, quedaba poca energía que robar.
Ser capaz de almacenar magia constituía una ventaja mucho mayor. Era inquietante lo prescindibles que se volvían los magos comunes una vez que donaban su energía a un mago negro. También la asustaba tomar conciencia de lo importante que se había vuelto respecto a los demás, y de que esto aumentaba las posibilidades de que ella se convirtiera en blanco de un ataque.
En las ocasiones en que tenía que enzarzarse en un combate, tomaba casi siempre decisiones equivocadas y actuaba de forma precipitada cuando no vacilaba durante demasiado tiempo. Cuando su último azote se dispersó de forma inofensiva al impactar contra el escudo del «enemigo», el Mago Negro Kallen interrumpió el combate.
—Mejor —le dijo a Lilia. Recorrió la Arena con la vista. Las agujas elevadas que sostenían la barrera invisible de magia que protegía el exterior de los azotes de entrenamiento que se lanzaban dentro proyectaban ahora sombras más cortas en el suelo—. Es suficiente —añadió, mirando a los aprendices de guerrero—. Podéis iros.
Todos parecían extrañados, pero no rechistaron. Kallen aguardó a que se marcharan por el breve túnel de salida y se acercó a Lilia, que se disponía a seguirlos.
—Espera, Lilia —dijo cuando cruzaron la puerta.
Guardó silencio mientras los otros aprendices se alejaban a paso veloz, pero luego suspiró. Al levantar la mirada hacia él, Lilia vio que el hombre tenía el ceño fruncido, pero su expresión se suavizó cuando advirtió que ella lo observaba. La joven bajó los ojos y esperó a oír su valoración.
—Estás mejorando —aseguró él—. Quizá no te dé esa impresión, pero estás aprendiendo a reaccionar a desafíos distintos.
—¿De veras? —Lo miró, pestañeando sorprendida—. Me ha parecido que estaba usted… decepcionado.
Kallen apretó los labios con expresión adusta y tendió la vista hacia la universidad.
—Estoy disgustado por mis propias deficiencias, eso es todo.
Lilia le escrutó el rostro y percibió tensión. Algo en sus ojos evocó en su mente una imagen de Naki que le causó una repentina punzada de dolor; Naki con esa misma mirada de angustia, que solía preceder el encendido de su brasero de craña.
Un escalofrío bajó por la espalda de Lilia. En un par de ocasiones había notado que la túnica de Kallen despedía olor a humo de craña. Por fortuna, eso nunca había ocurrido antes de una clase de habilidades de guerrero. No le hacía gracia la idea de luchar contra alguien o depender de su escudo sabiendo que esa persona consumía una droga que la inducía a desentenderse de sus actos.
Si él no había aspirado humo de craña antes de la clase, ¿estaba ansioso por inhalarlo? ¿Era por eso por lo que había finalizado la clase antes de tiempo?
Kallen hizo ademán de marcharse y abrió la boca para hablar.
—Bueno, eso es todo…
—Tengo un mensaje de Cery —anunció ella.
Él se detuvo y su mirada se tornó más penetrante.
—¿Sí?
—Han intentado matarlo. Alguien lo traicionó. Ha tenido que ocultarse para que la gente lo dé por muerto. No podrá usted reunirse con él durante una temporada. Es demasiado arriesgado.
Las cejas de Kallen se juntaron.
—¿Ha resultado herido?
Ella sacudió la cabeza, agradecida por su interés. «No me lo habría imaginado. Tal vez no sea tan frío y rígido como creía».
—Solo uno de sus guardaespaldas, pero ahora se encuentra bien. Cery le pide que no revele a nadie que está vivo y que le envíe mensajes a través de Anyi y de mí.
—¿Ves a Anyi a menudo?
Ella asintió. Kallen entornó los ojos.
—No sales del recinto del Gremio para verla, ¿verdad?
—No.
Él la contempló con aire reflexivo, como intentando determinar si ella mentía o no.
—Cery quiere saber si han hecho ustedes algún progreso en la búsqueda de Skellin —agregó Lilia.
—No. Estamos siguiendo unas cuantas pistas, pero por el momento el panorama no es muy prometedor.
—¿Puedo hacerle a Cery alguna pregunta al respecto?
La mirada que él le lanzó no disimulaba su escepticismo.
—No. Si averiguo algo que él deba saber, se lo comunicaré. —Volvió los ojos de nuevo hacia la universidad—. Y ahora, puedes irte.
Lilia reprimió un suspiro por esta brusca despedida, hizo una reverencia y echó a andar. Varios pasos más adelante, miró hacia atrás y alcanzó a ver a Kallen antes de que desapareciera detrás del edificio de la universidad. Por la dirección en que caminaba, ella supuso que se dirigía hacia el alojamiento de los magos.
«¿Va a por su dosis de craña?» —se preguntó—. «¿Ha eludido contarme nada sobre la caza de Skellin porque cree que ni Cery ni yo tenemos por qué saberlo, o porque temía que la explicación lo mantuviera alejado de la droga demasiado tiempo?».
«¿Y por qué no siento yo la misma ansia?». Llevaba meses sin consumir craña. A veces, cuando percibía el olor, le entraban ganas de aspirarla, pero no era un impulso tan arrollador como para minar su determinación de no volver a probarla. Según Donia, la dueña de una casa de bol que había ayudado a Lilia a esconderse de Lorandra y el Gremio, la droga afectaba a las personas de formas distintas.
«Supongo que simplemente tengo suerte». —Sintió una oleada inesperada de compasión por Kallen—. «Y es obvio que él no».
—Cuéntanos lo que sabes y podrás marcharte.
Lorkin no pudo contener una risita. El interrogador irguió la espalda ligeramente ante su reacción, con un brillo en la mirada.
—¿De qué te ríes?
—Podría contarte cualquier cosa. ¿Cómo sabrías que es cierto?
El hombre sonrió sin el menor rastro de humor. «Sabe que tengo razón». Cuando lo miró a los ojos, Lorkin notó que un escalofrío le bajaba por la espalda. Tenía una mirada intensa, que parecía indicar que disfrutaría las horas de interrogatorio que lo esperaban, que no habían hecho más que empezar. Aquel era apenas el segundo de muchos días.
Aún no habían intentado leerle la mente. Algo los disuadía de hacerlo. «¿La renuencia a dañar los vínculos con las Tierras Aliadas? —Pero, de ser así, ¿por qué lo habían encerrado?—. Dudo que hayan descartado por completo esa posibilidad». Tarde o temprano lo intentarían. Cuando trataran de leerle el pensamiento y fracasaran, comprenderían que habían sacrificado sus buenas relaciones con las Tierras Aliadas sin obtener nada a cambio. Una vez que renunciaran a contenerse en aras de la diplomacia, nada les impediría torturarlo, pero entonces se encontrarían con el mismo problema: el de no saber si él decía la verdad.
Quizá verificarían sus palabras por otros medios. Tal vez esperaban que la reclusión, las incomodidades y el miedo lo impulsaran a darles permiso para leerle la mente.
Lorkin casi deseaba que acabaran con todo aquello de una vez. Se sentía tentado de someterse voluntariamente a una lectura mental para acelerar el proceso. En vez de ello, pensó una serie de mentiras ridículas que podría contarle al interrogador. Sería divertido, al menos durante un tiempo, tomarle el pelo. «Pero aún no —se dijo—. Solo es el segundo día. Puedo aguantar mucho más».
El compañero del interrogador apareció en la puerta con un cuenco entre las manos. El ashaki se volvió hacia él y sonrió, antes de mirar de nuevo a Lorkin.
—Explícanos algo sobre los Traidores, aunque sea un pequeño detalle, y te daremos de comer.
Un olor delicioso llegó hasta la nariz de Lorkin. El estómago se le contrajo y luego soltó un rugido. Le habían dado agua por la mañana y él había procurado tomar solo unos sorbos para dosificarla, pero no había recibido alimento alguno desde que lo habían llevado allí. Se había resistido a emplear magia sanadora para mitigar el hambre, pues no quería gastar la energía que Tyvara le había cedido. No podía reponerla, y tal vez la necesitaría.
El olor a comida era tan intenso que la cabeza empezó a darle vueltas. Recordó las mentiras que se había planteado decirles, y notó en su interior un impulso cada vez más fuerte de hablar. Osen le había aconsejado que evitara que descubrieran su invulnerabilidad a la lectura mental durante el mayor tiempo posible. Llevar al interrogador por un camino falso podría retrasar ese momento.
«No seas ridículo —pensó—. Quizá lo distraería durante un rato, pero cuanto más ponga a prueba su paciencia, antes renunciará a convencerme de que hable. Tyvara esperaría que yo tuviera más fuerza de voluntad».
También quería que Lorkin usara la magia que ella le había donado para protegerse. No le serviría para escapar del calabozo ni para impedir que un ashaki lo torturara o lo matara, pero tal vez lo ayudaría a resistir los ataques indirectos contra su determinación de guardar silencio.
Con los ojos cerrados, invocó un poco de magia y la distribuyó por su cuerpo para apaciguar su estómago y aliviar el mareo.
Cuando abrió los párpados, el interrogador lo observaba con atención. Tras contemplarlo meditabundo, el hombre le hizo una seña a su ayudante para que se acercara. Los dos comenzaron a comer con visible delectación.