Capítulo 3

Mientras el interrogador ashaki lo escoltaba fuera de la habitación, Lorkin temió que el alivio que sentía fuera prematuro. Daba la impresión de que desandarían el camino que habían recorrido aquella mañana, desde la celda a la que habían enviado a Lorkin después de salir de la sala del palacio, hasta el cuarto en que lo habían interrogado. Quizá habían terminado por el momento. Quizá ya había oscurecido en el exterior. Para él, el único indicador del paso del tiempo había sido su estómago, y no era particularmente preciso. En los momentos en que no lo tenía contraído por la ansiedad, emitía ruidos leves a causa del hambre.

El interrogador, que no se había presentado, iba delante, y su ayudante seguía a Lorkin. Éste no sabía nada sobre él salvo que era un ashaki, porque un guardia lo había llamado así.

Llegaron a un pasillo que Lorkin recordaba bien, pues estaba en declive y descendía hacia los calabozos. Lorkin se preguntó una vez más por qué no había escaleras, pero entonces la respuesta se hizo evidente: un celador empujaba una camilla con ruedas hacia ellos. En ella yacía un hombre muy delgado y viejo, desnudo salvo por una tela blanca que le cubría de la cintura a las rodillas. Cuando el interrogador se cruzó con ellos, Lorkin lanzó una mirada furtiva al rostro del anciano y luego lo escrutó con más atención.

«¿Está muerto? —El pecho del anciano no se movía, y tenía los labios lívidos—. Al menos, eso parece. —Le echó un vistazo rápido en busca de heridas, pero no encontró ninguna, ni siquiera marcas de esposas en las muñecas—. Quizá ha muerto de viejo. O de una enfermedad. O de hambre, o debido a la magia negra…». Resistió el impulso de extender el brazo para tocar el cadáver y de emplear sus sentidos de sanador para investigar la causa de la muerte.

Al final del pasillo inclinado llegaron a una sala espaciosa. Había esposas colgadas en las paredes, cubiertas de herrumbre roja. Varios objetos de metal igual de oxidados estaban apilados en un rincón, y con formas que sugerirían instrumentos de tortura a imaginaciones temerosas. En contraste, los barrotes entrecruzados sobre los huecos abiertos en las paredes laterales de la sala eran de un negro apagado, sin el menor rastro de deterioro o fragilidad.

Había tres celdas grandes a lo largo de la pared larga, y cinco pequeñas a lo largo de la más corta. Solo dos de ellas se encontraban ocupadas: en una había dos hombres maduros, y en la otra, una pareja joven. Dos guardias estaban sentados cerca de la entrada de la sala junto con un hombre que llevaba una versión más oscura del atuendo habitual de los ashakis. Éste sonrió al interrogador, que le devolvió el gesto.

Según le habían contado a Lorkin, los presos rara vez permanecían allí más de unas semanas. Aunque los declararan culpables, los magos daban demasiados problemas para mantenerlos encerrados, y a los no-magos simplemente los vendían como esclavos. El interrogador no había aclarado si a los magos los ponían en libertad o los ejecutaban.

«Forma parte del juego —pensó Lorkin—. Sueltan indirectas constantemente sobre las cosas funestas que pueden ocurrirme si no colaboro con ellos, pero no me lanzan amenazas directas. Por el momento».

A continuación, el hombre se había preguntado en voz alta si Lorkin encajaba en la categoría de mago, desde el punto de vista sachakano, pues sus conocimientos de magia eran insuficientes. ¿El hecho de no estar iniciado en la magia superior convertía a Lorkin en un medio mago? Mantener recluido a un medio mago podía acarrear demasiadas complicaciones para que valiera la pena. Aun así, era algo que se había hecho antes, aunque no allí. El prisionero había sido el padre de Lorkin.

«Si pretendía insultarme, ha sido un intento muy pobre. Sin duda sabe que, para los magos del Gremio, nuestro desconocimiento de la magia negra no es una especie de deficiencia, sino una cuestión de honor. Supongo que su verdadero objetivo era poner de manifiesto que hubo un tiempo en que mi padre fue un esclavo».

Aun así, este hecho no le parecía tan humillante a Lorkin como le habría parecido a un noble sachakano. A Akkarin lo había esclavizado un ichani, uno de los desterrados que eran motivo de vergüenza e irritación para el resto de Sachaka, así como un síntoma de debilidad de su sociedad. Sin embargo, Lorkin se abstuvo de señalar esto.

Al margen de sus intentos de lanzarle pullas, el interrogador se había pasado el día haciéndole preguntas y recalcando lo perjudicial que sería para Lorkin, el Gremio y la paz entre Sachaka y las Tierras Aliadas que Lorkin no se lo contara todo sobre los Traidores. Como el número posible de preguntas y de versiones de la misma advertencia era limitado, el hombre se había repetido mucho.

Lorkin también se había reiterado, cortés pero firmemente, en su negativa a responder. No quería que se le soltara la lengua, pues temía revelar sin querer información que pudieran utilizar en contra de los Traidores. Al final, comprendió que el interrogador no pensaba hacer el menor caso de su negativa, así que optó por guardar silencio. No era tan sencillo como él había imaginado, pero para reforzar su determinación le bastaba con pensar cuánto más difícil sería resistir la tortura. Aun así, como no habían intentado leerle la mente todavía, no sabían que él podía evitarlo, siempre y cuando, claro está, la gema de bloqueo que tenía insertada bajo la piel de la mano cumpliera su función. Quizá el rey Amakira era reacio a hacerlo pues no quería dañar las relaciones con las Tierras Aliadas. Tal vez esperaba que Lorkin cediera a la presión del interrogatorio y las amenazas.

Cuando llegaron frente a la reja de la celda en que Lorkin había estado encerrado, el interrogador le indicó que entrara con un gesto. La puerta se cerró. Al volverse, Lorkin vio que el ashaki de atuendo oscuro se había acercado a ellos.

—¿Ya está? —preguntó.

—Por ahora —respondió el interrogador.

—Quiere que des parte.

El interrogador asintió y se alejó, seguido por su acompañante.

El recién llegado contempló a Lorkin a través de la reja, con los ojos entornados, y se apartó. Lorkin lo vio recorrer la habitación con la vista y clavarla en una sencilla silla de madera. Ésta se elevó en el aire, se desplazó hasta quedar flotando frente a la celda de Lorkin y se posó sobre sus patas.

El hombre bien vestido se sentó y continuó observando a Lorkin.

Aunque a Lorkin no le entusiasmaba que lo miraran fijamente, supuso que tendría que acostumbrarse. Echó un vistazo a la celda. Estaba vacía salvo por un orinal que había en un rincón. Como no había comido ni bebido nada durante todo el día, no tenía tantas ganas de hacer sus necesidades como para utilizarlo delante del ashaki.

«Al final, tendré que hacerlo. Más vale que me acostumbre a esa idea también».

Como no tenía otra elección, Lorkin se acomodó en el suelo polvoriento y apoyó la espalda contra la áspera pared. Seguramente también tendría que dormir en el suelo, que era de piedra dura y fría. Al menos el ambiente era lo bastante fresco para que él no sintiera un calor incómodo a causa de la túnica. Resultaba fácil caldear el aire con magia, pero para enfriarlo había que moverlo, preferiblemente junto al agua.

Evocó el momento en que había vuelto a ponerse una túnica después de vivir como Traidor durante meses. Al principio, había sido un alivio. Le complacían el estilo generoso de la prenda y la suavidad de la tela, profusamente teñida. Conforme la primavera sachakana traía consigo días más calurosos, la túnica había empezado a parecerle pesada y poco práctica. Cuando estaba a solas en su dormitorio de la Casa del Gremio, se quitaba la túnica y se quedaba en pantalones. Había comenzado a añorar la ropa sencilla y económica de los Traidores.

La añoranza seguramente se debía también a su anhelo de regresar a Refugio. Al instante, le vinieron a la memoria recuerdos de Tyvara, y se puso de buen humor. El más reciente, el de la última noche que habían pasado juntos, cuando ella, desnuda y sonriente, le había enseñado cómo se servían de la magia negra los amantes, le aceleró el pulso. Luego se acordó de otras cosas, como la seguridad y la confianza con que ella se movía cuando estaba en Refugio, consciente del poder que su sociedad le confería, o su mirada directa, traviesa pero llena de inteligencia.

También rememoró momentos anteriores, como cuando ella lo condujo a través de las llanuras sachakanas hacia las montañas, protegiéndolo de asesinos Traidores y evitando que los ashakis los capturaran a los dos. Aunque estaba cansada y poco tratable, lo había impresionado por su determinación y sus recursos.

Su mente se retrotrajo aún más y evocó la imagen de ella con su disfraz de esclava de la Casa del Gremio. Encorvada y con la mirada gacha, parecía desconcertada por los intentos de Lorkin de trabar amistad con ella. Ya entonces se sentía atraído por la joven, aunque intentaba convencerse de que solo estaba cautivado por su aspecto exótico. Sin embargo, ninguna otra mujer sachakana había llamado su atención de la misma manera, y él había visto a muchas bellezas tanto en Arvice como en Refugio.

«Refugio. Hasta echo de menos el sitio —advirtió—. Desde que me marché, me he dado cuenta de cuánto me gustaba estar allí, a pesar de Kalia. —Los recuerdos de cuando estaba secuestrado, encerrado, atado y amordazado mientras Kalia rebuscaba en su mente el secreto de la sanación mágica ensombrecieron sus pensamientos, pero los dejó a un lado—. Kalia ya no está al cargo de la sala de asistencia —se recordó—. Los Traidores tienen sus defectos, algunos más que otros, pero en general son buena gente». La obligación de trabajar con Kalia en la sala de asistencia y su preocupación por los manejos de esta y porque no sabía cómo convencer a los Traidores de que negociaran con el Gremio lo habían distraído demasiado para llegar a apreciar de verdad el estilo de vida de aquel pueblo.

Su secuestro había sido obra de un grupo pequeño de Traidoras con pocos escrúpulos. Él suponía que no todos los miembros de la facción de Kalia habrían aprobado sus actos. La mayoría de ellos no habrían estado dispuestos a quebrantar las leyes de los Traidores como había hecho Kalia, por muy de acuerdo que estuvieran con ella. Su mentalidad no era más que un producto de su deseo de ayudar a su pueblo. Tenían un miedo al mundo exterior profundamente arraigado tras siglos de ocultarse en las montañas.

Aunque aún no estaba del todo preparado para perdonar a Kalia por robarle los conocimientos de sanación mágica, no le reprochaba que estuviera ansiosa por poder utilizarla para salvar vidas de Traidores. «Aun así, ella planeaba matarme y luego declarar que yo había intentado huir de Refugio y había muerto congelado bajo las nevadas invernales. Eso es algo que no pienso perdonarle».

Como compensación por lo que le habían robado, la reina Zarala había decretado que le enseñaran a elaborar gemas mágicas. Él había aprendido un tipo de magia del que el Gremio nunca había oído hablar. El sueño de encontrar una magia nueva y poderosa era lo que lo había impulsado en un principio a ofrecerse como ayudante del embajador Dannyl. Al recordar aquello, su propia ingenuidad lo hizo sonreír. Las posibilidades de que diera con algo eran muy remotas. Y, aun así, lo había conseguido.

Sin embargo, su esperanza de descubrir una técnica que eclipsara la magia negra, o que al menos proporcionara protección contra ella, no se había visto coronada por el éxito. El potencial de las gemas mágicas para acabar con la necesidad de magos negros quedaba contrarrestado por el hecho de que los pedreros necesitaban aprender magia negra para crearlas.

Notó que su sonrisa se desvanecía y que se le formaba un nudo de ansiedad en el estómago. «¿Qué hará el Gremio cuando descubra que sé magia negra? ¿Me perdonarán por ello, cuando les explique que era la única manera de aprender a elaborar gemas?».

Había reflexionado sobre todas las consecuencias posibles, y se había preparado mentalmente para la peor: que lo desterraran de las Tierras Aliadas, como habían hecho con su padre. Le dolería, pero también le brindaría la libertad para volver a Refugio, junto a Tyvara, una perspectiva en absoluto desagradable. Salvo por un detalle.

«Mi madre se sentirá muy decepcionada conmigo. No, más que eso: quedará destrozada».

Por eso no había comentado nada al respecto aún al embajador Dannyl o al administrador Osen. Quería dar la noticia lo más tarde posible. De hecho, Osen había decidido que nadie debía estar informado más que de lo imprescindible, por si los sachakanos empezaban a leer mentes. A pesar de todo, Lorkin sabía que tarde o temprano Sonea acabaría por averiguarlo.

«Pero no quiero que se entere por boca de otra persona. Aunque no me será fácil decírselo, tal vez así le resulte más soportable oírlo».

Cery había perdido la cuenta del número de veces que se había despertado, pero en esta ocasión sabía que había un elemento distinto, incluso antes de recuperar la conciencia lo suficiente para identificarlo.

«Luz». Después de que Anyi regresara de los aposentos de Sonea con un poco de comida y agua que le habían dado a Gol, habían decidido dormir. Para no gastar todas las velas, las habían apagado, no sin que antes Cery engañara a Anyi para quedarse con sus cerillas. Esperaba que robarle aquella fuente de luz portátil bastara para impedirle que explorara los pasadizos mientras él dormía. Aunque ella le aseguró que los conocía casi todos ya, había tenido que reconocer que muchos de ellos no eran seguros debido a la falta de mantenimiento y reparaciones.

Habían repartido el montón de cojines viejos entre los tres. Aunque él tenía suficientes para protegerse de la dureza y frialdad del suelo, evitar que se separaran era todo un reto. Siempre que cambiaba de postura, un cojín salía rodando inevitablemente hacia la oscuridad, y él tenía que buscarlo a tientas y colocarlo de nuevo debajo de sí.

«Me pregunto si habrá alguien viviendo en mis antiguos escondrijos, disfrutando los muebles elegantes y bebiéndose mi vino», pensó mientras se incorporaba. Aunque el sueño agitado e irregular lo había dejado dolorido de cansancio, era un alivio para él renunciar a seguir intentándolo. La luz que perfilaba la entrada era cada vez más intensa. Cery oyó una voz conocida que gritaba:

—¡Soy yo!

El vino y los lujos le daban igual. Lo único que deseaba ahora era una chimenea encendida y una cama cómoda. Y que sus seres queridos estuvieran a salvo.

«Los seres queridos de un ladrón nunca están a salvo».

Una punzada de dolor lo recorrió, lacerante pese a su familiaridad. Por un instante lo embargó el recuerdo de los cadáveres de su esposa e hijos, pero cerró los ojos e hizo un esfuerzo por ahuyentar la imagen. «¿Dejaré de recordar alguna vez? ¿O recordar dejará algún día de ser tan doloroso? —El sentimiento de culpa se apoderó de él—. No debería querer eso, pero no puedo hacer nada para remediar su muerte, ni seré capaz de proteger a Anyi si dejo que la aflicción y la ira me distraigan y me dominen. —Suspiró—. Y prefiero recordarlos enteros y contentos que… recordarlos así».

La fuente de luz entró en la habitación. Deslumbrado, Cery apartó la vista del globo luminoso y la posó en la mujer que se encontraba debajo. Lilia le sonrió y le tendió una cesta.

—Le he dicho a Jonna que Anyi tal vez se pasaría a verme, y me ha llevado más comida. Le he cogido una botella de vino a Sonea…, pero no es de las caras. Bueno, de las muy caras.

Anyi se levantó de un salto, plantó un beso en la mejilla a Lilia y cogió la cesta.

—Eres un sol, Lilia —dijo, sentándose en una de las cajas de madera para examinar el contenido—. ¡Panecillos! Los hay rellenos de carne y también dulces. —Arrugó la nariz—. Puaj. Fruta.

—Es saludable y fácil de transportar —alegó Lilia, mirando a Gol—. Tienes mejor aspecto.

Al volverse, Cery vio a su amigo incorporado, asintiendo y desperezándose. Una expresión pensativa asomó al rostro de Gol.

—Pero sigo cansado.

Lilia hizo un gesto afirmativo.

—Según mis libros, tu organismo tardará un par de días en reponer la sangre que has perdido. Depende de cuánto hayas sangrado. Si empiezas a sentirte mal de nuevo, avísame. Es posible que quede algo de veneno dentro de ti. De ser así, seguramente podré sanarte.

—Unos días. —Anyi dirigió la vista a Cery—. ¿Supondrá eso un problema?

Cery alargó la mano para coger un panecillo relleno de carne, tomó un bocado y masticó mientras cavilaba. Aún había personas que le eran leales. Empezarían a preocuparse si él no se ponía en contacto con ellas. Quizá incluso darían por sentado que Gol, Anyi y él habían muerto. Cery no se hacía ilusiones de que plantaran cara a Skellin. Con toda seguridad el ladrón renegado tomaría el control del territorio de Cery. No se ocuparía de ello en persona; se lo encargaría a un aliado.

—Deja que piensen que hemos muerto —dijo Gol.

Cery miró a su amigo, sorprendido. No se esperaba esta sugerencia. «Pero ¿qué me esperaba? ¿Que Gol intentara levantarse y fingiera estar más sano de lo que está, para no ser el causante de que yo pierda mi territorio? ¿O que me pidiera que lo abandonara aquí? Todo ello muy noble. ¿Tan vanidoso soy que cuento con que mis amigos se sacrifiquen por mí? —Cery frunció el entrecejo—. No, no es eso. Lo que ocurre es que no me esperaba que Gol se diera por vencido antes que yo».

—La próxima vez no saldrás tan bien librado —prosiguió Gol—. Hemos tenido suerte. He estado aquí tumbado intentando determinar quién comunicó a la gente de Skellin que estabas en casa de Cadia. ¿Quién nos traicionó? ¿Tenían otra opción? No puedes impedir que Skellin extorsione y soborne a tu gente. Tiene demasiados aliados, demasiado dinero. Ya has…

—… perdido tu territorio —finalizó Cery la frase. Notó que la amargura se reavivaba en su interior. Pero era una emoción demasiado habitual y gastada para provocar en él otro efecto que el cansancio. Se había adueñado de él tras el asesinato de Selia y los chicos, y se había acostumbrado a ella.

—Deja que te den por muerto. A lo mejor Skellin se envanece y baja la guardia. Tal vez, como nadie más le hace frente, otros lo intenten. Quizá le tiendan una trampa, lo traicionen y lo entreguen al Gremio.

Era una propuesta tentadora. Muy tentadora.

—¿Estás dispuesto a quedarte en este lugar? —preguntó Cery, aparentando incredulidad.

—Sí. —Gol se volvió hacia Anyi y Lilia—. ¿Qué opináis?

Anyi se encogió de hombros.

—Podemos bloquear la entrada a los túneles del Gremio, derrumbarlos si crees que es lo más seguro. Hay pasadizos que desembocan en el bosque, así que disponemos de rutas de huida. Me refiero a las que no conducen a los edificios del Gremio. —Anyi miró a Lilia de reojo—. Encontraremos la manera de traer comida y agua.

Lilia asintió.

—Estoy segura de que Sonea se prestaría a ayudar.

—No, no podemos decírselo. —Cery hizo una pausa, sorprendido ante la convicción que destilaba su voz. «¿Por qué no quiero la ayuda de Sonea?»—. No le haría gracia. Querría sacarnos clandestinamente de la ciudad. Se lo contaría a Kallen. —No se fiaba por completo de Kallen, y no solo porque fuera adicto a la craña.

—No se lo contaría —repuso Lilia, aunque con poca seguridad.

—Cery tiene razón —dijo Gol—. Sonea se marchará a Sachaka. Querrá que otro alto cargo del Gremio sepa que estamos aquí, o nos obligará a irnos a otro sitio.

—Pero… si tampoco queréis que Kallen lo sepa —objetó Anyi—, no podréis seguir colaborando con él.

—Es cierto. —Cery posó los ojos en Lilia—. Pero no hace falta que le informemos de nuestra situación. Podemos decirle que, en aras de la seguridad, nos comunicaremos por medio de mensajes que transmitirá Lilia.

—No tendremos nada útil que comunicarle si nos quedamos aquí, aislados de tu gente —señaló Anyi.

—No, pero él nos mantendrá al corriente de lo que sucede allí fuera —replicó Cery— hasta que nos descarte como fuente de información. Y, con un poco de suerte, nos las arreglaremos para ser útiles de nuevo, cosa que nos resultará imposible si Sonea nos echa de aquí.

Los cuatro intercambiaron miradas y luego asintieron.

—Bien. Para empezar, Lilia y yo tenemos que encontrar una solución para cubrir las necesidades más básicas, como la de comida y agua —dijo Anyi con decisión, irguiendo la espalda—. Después, nos encargaremos de que estéis más seguros y cómodos aquí.

Cery sonrió ante su cara de determinación. Si él se lo permitía, ella acabaría por hacerse cargo de todos.

—No —discrepó—. Eso no es lo primero que haremos.

Ella clavó la vista en él, con el entrecejo arrugado por la perplejidad.

—¿No?

Él señaló la cesta con la barbilla.

—Lo primero será comer.

Si había una norma de etiqueta que permitía a los sachakanos negar la entrada a una visita no deseada, a Dannyl le habría gustado conocerla. No era que no quisiera ver al ashaki que se acercaba por el pasillo de entrada de la Casa del Gremio; de hecho, anhelaba verlo. Pero sospechaba que el hombre había acudido a tratar temas de carácter oficial, algo que no le hacía demasiada ilusión.

«Mantener amistad con el enemigo desde luego complica las cosas».

Cuando Achati entró en la sala, Dannyl le escrutó el rostro en busca de alguna buena señal, pese a que sabía que era muy improbable que la encontrara. Le sorprendió percibir en él pesadumbre y arrepentimiento, en vez de la expresión estudiadamente neutra que había imaginado.

—Bienvenido de nuevo a la Casa del Gremio, ashaki Achati —dijo Dannyl, recurriendo a sus modales kyralianos.

—Ojalá las circunstancias fueran más agradables —respondió Achati—. Aunque esta es una visita oficial, me gustaría que también fuera un encuentro informal entre amigos, si aún es posible.

Dannyl invitó a Achati a sentarse y ocupó el asiento principal.

—Dependerá de cómo se desarrolle la parte oficial —contestó en tono irónico.

—Entonces acabemos primero con la parte oficial. —Achati guardó silencio mientras contemplaba a Dannyl—. El rey Amakira quiere que convenzas a Lorkin de que responda a todas las preguntas relativas a los Traidores.

—Dudo que me hiciera caso.

—¿Si se lo ordenaras, se negaría?

—Sí.

—¿Y eso te parece aceptable?

—La decisión no es suya. Ni mía.

—Pero es tu subordinado. Debe obedecer tus órdenes.

—Eso depende de las órdenes. —Dannyl se encogió de hombros—. La… obediencia ciega no es una práctica habitual en el Gremio, ni tampoco fuera de él, salvo cuando se trata de una orden del rey, pero incluso entonces los consejeros tienen derecho a asesorar, a dar su opinión y hacer recomendaciones sin temor a sufrir represalias por ello.

—También eres un embajador, y no solo del Gremio. Antes de que llegara el embajador Tayend, hablabas en nombre de las Tierras Aliadas en conjunto. Aunque ya no representes a Elyne, sigues representando a las demás.

—Así es, hablo en su nombre. —Dannyl extendió las manos a los costados—. Pero no puedo tomar decisiones en su nombre.

—¿Estás diciendo que solo los monarcas de las Tierras Aliadas tienen la autoridad para ordenar a Lorkin que responda a las preguntas?

—Solo el rey de Kyralia. Ni los soberanos de otros países ni los miembros de la realeza que no poseen cargos de autoridad pueden dictar órdenes a los magos kyralianos.

Achati tenía las cejas arqueadas.

—¿Cómo mantenéis el orden?

Dannyl sonrió.

—Casi todos somos lo bastante inteligentes para saber que el desorden iría en menoscabo de la libertad y la prosperidad. Cuando aparece alguien que no lo es…, bueno, los demás lo metemos en cintura. Tenemos, por ejemplo, una norma general contraria a que los magos participen en política. Aunque en realidad no se cumple a rajatabla, guardar las apariencias sirve para meter en cintura a los más ambiciosos.

Mientras Achati reflexionaba sobre ello, Dannyl aprovechó la oportunidad para hacerle una pregunta.

—¿Ha considerado el rey Amakira la posibilidad de que Lorkin no posea información importante? Al fin y al cabo, ¿por qué iban los Traidores a dejar que regresara a Arvice si él sabía algo que podía perjudicarlos?

Achati alzó la vista.

—Entonces, ¿por qué no responde a nuestras preguntas?

—Quizá se trate de una prueba.

—¿De qué? ¿De la lealtad de Lorkin hacia los Traidores?

Dannyl frunció el ceño ante la insinuación de que Lorkin había cambiado de bando.

—O hacia Kyralia. O tal vez no sea Lorkin quien esté a prueba.

Achati entornó los ojos.

—¿Quién está a prueba, entonces? ¿El rey Amakira?

Dannyl hizo un gesto vago.

—Y también el Gremio, el rey Merin y las Tierras Aliadas.

—¿Se nos pone en una situación de conflicto para ver cómo reaccionamos? —Achati asintió—. Ya habíamos pensado en esa posibilidad.

—Aunque tal vez Lorkin creía que podría regresar a Kyralia a través de Arvice, porque no se imaginaba que el rey Amakira fuera a romper su compromiso de respetar la libertad y la integridad de todos los magos del Gremio mientras permanezcan en Sachaka.

La expresión de Achati se endureció.

—Siempre y cuando no atenten contra la seguridad de Sachaka. —Clavó los ojos en Dannyl—. ¿De verdad crees que la negativa de Lorkin a revelar información sobre los Traidores no perjudica a mi país?

Dannyl sostuvo la mirada a su amigo, pero como no estaba preparado para una pregunta tan directa, notó que la mezcla de sentimiento de culpa y suspicacia que las palabras de Achati despertaron en él alteraba su semblante. Sin duda, Achati había reparado en ello. Si Dannyl mentía, el ashaki se daría cuenta. Por tanto, el embajador decidió responder con una verdad distinta.

—No lo sé —dijo sinceramente—. Lorkin solo ha comentado lo que sabe con el administrador Osen.

Achati juntó las cejas.

—¿Te explicó el motivo de su vuelta?

Dannyl movió la cabeza afirmativamente y se relajó ligeramente.

—Quiere regresar a casa y, sobre todo, ver a su madre. Naturalmente, no sabíamos si volvería algún día, así que, tras varios meses de preocupación, ella también está ansiosa por reencontrarse con él.

—Me lo imagino —dijo Achati, poniéndose de pie. Aunque su tono denotaba comprensión, su expresión era tan divertida como desafiante—. Cuanto antes responda Lorkin a nuestras preguntas, antes podrá volver a Kyralia.

Dannyl se levantó también.

—¿Qué hará el rey Amakira si no?

Achati se quedó callado para meditar su respuesta.

—No lo sé —contestó, mostrando una sinceridad y una impotencia que reflejaban las de Dannyl.

—Las Tierras Aliadas interpretarán la lectura de la mente de Lorkin como un acto de agresión —advirtió Dannyl.

—Pero seguramente no como un motivo para declararnos la guerra —repuso Achati—. Sachaka ha prosperado durante siglos sin comerciar con los territorios del oeste, gracias a nuestros vínculos con los países del otro lado del mar oriental. Como son pocos los iniciados en la magia superior, vuestros magos apenas representan una amenaza para nosotros. No os necesitamos. No os tememos. No erais más que una oportunidad que queríamos explorar.

Dannyl asintió.

—Agradezco tu franqueza, ashaki Achati.

Éste agitó la mano, como para restar importancia a sus palabras.

—No he dicho nada que no fuera evidente. —Suspiró—. Desde un punto de vista personal, espero que podamos resolver este asunto de un modo que no acabe con nuestra amistad. Y ahora, debo marcharme.

—Yo también —respondió Dannyl. «¿Se refiere a la amistad entre los dos, o entre nuestros países? ¿O a ambas cosas?»—. Hasta nuestro próximo encuentro.

El ashaki hizo un gesto afirmativo antes de alejarse por el pasillo en dirección a la puerta de la Casa del Gremio. Dannyl se sentó de nuevo y repasó la conversación en su mente. «No os necesitamos. No os tememos». ¿Cómo había podido llegar a pensar alguien que Sachaka querría incorporarse a las Tierras Aliadas?

—¿Cómo ha ido?

Al levantar la mirada, Dannyl vio a Tayend, que aguardaba nervioso en la puerta. Con un suspiro, le hizo una señal para que se acercara. Su ex amante cruzó la sala a toda prisa, se sentó y se inclinó hacia delante, con un ansia casi infantil. Sin embargo, su mirada era penetrante, y su curiosidad derivaba tanto de su deber como embajador de mantenerse al tanto de las cuestiones políticas como de su afición al cotilleo.

«Además, está preocupado de verdad por Lorkin», se recordó Dannyl. De improviso, evocó la imagen de Tayend jugando con el hijo de Sonea cuando era pequeño, en la época en que Dannyl y él realizaban visitas sociales al Gremio más a menudo. Tayend tenía un don para mantener a los niños ocupados y entretenidos. No pudo evitar preguntarse si Tayend había deseado alguna vez tener hijos. Dannyl nunca había querido, pese a que…

—¿Y bien? —lo apremió Tayend.

Dannyl devolvió su atención al presente y cuidándose de no desvelarle información que el Gremio quisiera mantener en secreto, comenzó a referirle a su homólogo lo que Achati había dicho y revelado.