AGOSTO DE 2012
CERCA DE BURLINGTON, VERMONT
A lo largo del invierno, Paul cada vez pasó más tiempo con Allison. Iban a cenar y al cine. Flirteaban a través de emails y mensajes de texto. Y en la granja de los Norris nunca faltaba el café de Dunkin’ Donuts ni las galletas caseras.
De hecho, su amistad con Ali (porque seguía llamándola así) se había convertido en algo muy importante para él. Siempre esperaba con ganas volver a verla el fin de semana. Y aunque su relación física no había ido más allá de unos cuantos besos castos, su conexión era cada vez mayor.
Ambos se llevaron una enorme alegría cuando en marzo le ofrecieron a Paul una plaza de profesor auxiliar en el Departamento de Lengua Inglesa del Saint Michael’s College. No perdió tiempo discutiendo el salario, un menor número de clases o cosas parecidas. Se limitó a aceptarlo. Encantado.
Le escribió un email a Julia contándole las novedades laborales y, de este modo, reanudaron su amistosa correspondencia ocasional. La sorpresa de Paul fue cuando menos mayúscula cuando en abril recibió un correo suyo en el que le comunicaba que estaba embarazada.
Como llevaban varios meses sin hablar, no se atrevió a preguntarle sobre su cambio de opinión respecto al embarazo. No quería disgustarla. Su amistad era demasiado valiosa para él. Y, además, no podía olvidar que Gabriel iba a revisar su tesina, así que se limitó a escribirle un mensaje de felicitación y a prometerle que le enviaría un regalo al bebé desde Vermont.
En junio había defendido la tesina con éxito y se había graduado por la Universidad de Toronto y a finales de agosto trasladó sus libros a su nueva oficina del campus del St. Michael’s College.
Era feliz. Podría vivir en casa mientras ahorraba para la entrada de una vivienda propia. Ayudaría en la granja cuando pudiera, aunque los nuevos empleados parecían tenerlo todo bajo control. Y la salud de su padre había mejorado notablemente.
Mientras desembalaba sus libros en la oficina, encontró las figuras de Dante y Beatriz. Se dio cuenta de que la empresa que las fabricaba había ignorado sus repetidas peticiones de que crearan una figura de Virgilio.
(Su respuesta siempre era la misma: que Virgilio no era un héroe. Pero todo el mundo necesita un poco de acción de vez en cuando).
Mientras colocaba a Dante y Beatriz sobre el escritorio, alguien llamó a la puerta.
—Adelante —dijo por encima del hombro—. Está abierto.
—Hola.
Cuando Paul apartó la vista de Dante y Beatriz y se volvió, Allison estaba en el umbral.
En ese instante, a pesar de que la había visto mil veces y de que la conocía desde hacía años, se dio cuenta de lo bonita que era. La cara, el pelo, los ojos… Era hermosa.
—He pensado que quizá te encontraría aquí y que tal vez necesitaras ayuda.
—No hay que hacer gran cosa. Sólo estaba colocando los libros. —Dejó la caja vacía en el suelo.
Los ojos de ella perdieron su brillo.
—Oh, bueno. No quería molestarte. Te dejo con tus cosas.
Cuando se volvió para irse, a Paul el alma se le cayó a los pies.
—Espera.
Se levantó, se acercó a ella y le cogió la mano.
—Me alegro de verte.
Allison le sonrió.
—Me alegro de que me veas.
—Has estado fuera dos semanas.
—Mi hermana necesitaba ayuda con los niños. Sólo tenía previsto estar allí una semana, pero ya sabes cómo son estas cosas. —Levantó la mano para apartarle el pelo de la frente—. Te he echado de menos. Contaba los días.
—Yo también te he echado de menos. Mucho.
Se quedaron mirándose en silencio lo que pareció una eternidad, hasta que Paul recuperó el habla:
—Iba a tomarme un descanso. ¿Te apetece ir a tomar pizza al American Flatbread?
—Me encantaría. —Allison hizo ademán de ir a salir del despacho, pero Paul le tiró de la mano:
Ella le dirigió una mirada confusa.
—Rosas —susurró él, acariciándole los nudillos con sus dedos encallecidos por el trabajo.
—¿Qué?
—Nuestra primera vez. Tu piel olía a rosas.
Dos manchas de rubor colorearon las mejillas de la chica.
—Pensaba que no te acordabas.
Él la miró fijamente.
—¿Cómo podría olvidarlo? Cada vez que huelo una rosa, pienso en ti.
—Ya no uso fragancia de rosas. Me cansé.
Él le colocó la mano en la mejilla.
Allison se apoyó en ella y cerró los ojos.
—¿Volverías a usarla para mí?
Ella abrió los ojos y lo miró solemne.
—Sólo si vas en serio.
—Voy en serio —la tranquilizó, dejando que leyera sus sentimientos en su mirada.
—Entonces sí.
Acercándose, Allison lo besó.
Paul cerró la puerta con un suave empujón y la abrazó.