El miedo y la ansiedad no son fáciles de controlar, especialmente cuando asaltan a personas que llevan años luchando contra ambos. Cuando los Emerson volvieron a Cambridge, ambos concertaron citas urgentes con sus respectivos terapeutas.
La doctora Walters sugirió varias estrategias para que Julia superara la ansiedad a lo largo del embarazo. Insistió mucho en que tenía que aprender a pedir ayuda y a reconocer que la necesitaba, sin querer hacerlo todo ella sola.
El doctor Townsend escuchó pacientemente todas las dudas que Gabriel tenía sobre la salud de su esposa y sobre el bienestar de ésta y de su futuro hijo. En general, se mostró satisfecho por los avances realizados por Gabriel desde el verano.
Los Emerson también fueron a la consulta de la doctora Rubio, que confirmó el embarazo y estimó que la fecha probable de parto sería el 6 de septiembre. Concertaron las futuras visitas, incluidas las ecografías para el seguimiento de la evolución del bebé y de los fibromas uterinos. Informó a Julia sobre la dieta que debía seguir para asegurar su salud y la de su hijo.
También le dijo que evitara el sexo oral por parte de su esposo.
—¿Cómo dice? —La voz del Profesor resonó en la pequeña consulta.
—La mujer no debe tener sexo oral durante el embarazo —repitió la doctora Rubio enérgicamente.
—Eso es ridículo.
La mujer lo miró con frialdad.
—¿Dónde le dieron el título de obstetra, señor Emerson?
—Profesor Emerson, titulado por Harvard. ¿Dónde estudió usted, en una facultad contraria al sexo oral?
—Cariño —Julia le apoyó la mano en el brazo para calmarlo—, la doctora Rubio quiere lo mejor para nosotros y para el bebé. Para que estemos sanos.
—El cunnilingus es sano —replicó él con un resoplido—. Puedo demostrarlo.
La doctora Rubio maldijo en español.
—Si el aire entra en la vagina, puede causar una embolia que podría dañar al bebé. Le recomiendo a todas mis pacientes que no practiquen sexo oral durante el embarazo. No lo hago para fastidiarlo a usted, profesor Emerson.
»Bien. Nos veremos en la próxima visita. Recuerde: nada de cafeína, de productos lácteos crudos, ni brie ni camembert, nada de alcohol, ni marisco, ni sushi, ni mantequilla de cacahuete y, desde luego, nada de sexo oral —añadió, mirando a Gabriel con reprobación.
—Acabaría antes diciendo «nada de placer». ¿Qué demonios puede tomar? —protestó él, malhumorado.
Con una risita incómoda, Julia aceptó la mano que él le ofrecía para ayudarla a levantarse.
—Estoy segura de que encontraremos algo. Gracias, doctora Rubio.
Al salir de la consulta fueron directos a una librería Barnes & Noble, donde compraron nada más y nada menos que tres libros sobre embarazo. En los tres se decía que no había ningún problema en practicar el cunnilingus durante el embarazo siempre y cuando no entrara aire en la vagina.
Luego, los Emerson volvieron a casa, donde el Profesor empezó a demostrar su teoría con hechos.
***
—Creo que lo mejor será que no me acompañes a la próxima revisión —comentó Julia una mañana mientras se vestía.
Era 21 de enero, su primer aniversario de boda. Rebecca (que estaba encantada ante la perspectiva de convertirse en niñera, aparte de las demás responsabilidades de la casa) había alquilado su casa de Norwood y se había trasladado a una de las habitaciones de invitados. A Julia le resultaba muy reconfortante su presencia, ya que ni ella ni Gabriel podían contar con sus madres para que les resolvieran las típicas dudas que surgen durante el embarazo.
—Te acompañaré a todas las revisiones. Rubio no me asusta. —Gabriel sonaba impaciente mientras se abrochaba los botones de la camisa—. Y, desde luego, no lo sabe todo.
Julia no se molestó en discutir.
Estaba ya casi de dos meses y empezaba a notar los efectos del embarazo. Los pechos le habían crecido y estaban muy sensibles. Estaba siempre agotada y varios olores le empezaban a molestar. Tuvo que pedirle a Gabriel que dejara de usar Aramis, porque no la soportaba. También había tenido que deshacerse de sus productos con aroma a vainilla y cambiarlos por otros con olor a pomelo, que era uno de los pocos que podía tolerar.
Por otro lado, para alegría de Gabriel, tenía las hormonas tan revolucionadas que le apetecía practicar sexo varias veces al día. Y él estaba encantado de complacerla.
(Ya que en ese aspecto, como en tantos otros, era un consumado caballero).
—¿Estás bien? —le preguntó él, cuando vio que su cara había adquirido un tinte verdoso.
Sin responder, Julia siguió con su lucha por abrocharse los vaqueros.
—Mira, Gabriel. Aún me valen.
Él se acercó y le dio un beso en la frente.
—Es fantástico, querida, pero pronto deberíamos ir a comprar ropa premamá.
—No quiero pasar mi aniversario yendo de compras.
—No tiene por qué ser hoy. Había pensado que podríamos dar un paseo por Copley Place antes de ir a registrarnos al Plaza para el fin de semana.
—De acuerdo —dijo ella en voz baja—. Suena bien.
Pero al llegar a la cocina, su estómago empezó a protestar. Miró el plato de huevos revueltos que había sobre la mesa, mientras Gabriel se servía unas lonchas de beicon.
Sintió un cosquilleo en la garganta.
—¿Por qué no empiezas con pan tostado? Ése era mi desayuno cada mañana cuando estaba embarazada. —Rebecca cogió la barra de pan y se dirigió a la tostadora.
—No me encuentro bien —admitió Julia, cerrando los ojos.
—He comprado más gingerale. Siéntate y te traeré uno. —Rebecca dejó el pan y se dirigió a la nevera.
Antes de que Julia pudiera decir nada más, empezó a tener arcadas. Cubriéndose la boca con las manos, corrió hacia el baño más cercano.
Gabriel la siguió. El sonido de ella vomitando llegaba hasta el vestíbulo.
—¡Oh, cariño! —Gabriel se agachó a su lado y le sujetó el pelo.
Julia estaba de rodillas, con la cara sobre la taza.
Vomitó una y otra vez hasta que no le quedó nada en el estómago.
Él le acariciaba la espalda con la otra mano. Cuando acabó, le alargó una toalla y un vaso de agua.
—Esto tiene que ser amor —murmuró ella, entre sorbo y sorbo de agua.
—¿El qué? —Gabriel se había sentado a su espalda, para que se apoyara en su pecho.
—Me has aguantado el pelo mientras vomitaba. Eso es que me quieres.
Él le apoyó la mano en el vientre con cautela.
—Si no recuerdo mal, tú también te ocupaste de mí cuando vomité. Y eso fue incluso antes de que me amaras.
—Siempre te he amado, Gabriel.
—Gracias. —Le besó la frente—. A este pequeñajo lo hemos hecho juntos. No vas a asustarme por unos pocos fluidos corporales.
—Ya te lo recordaré cuando rompa aguas.
***
Los Emerson pasaron unas cuantas horas paseando tranquilamente por Copley Place antes de ir en coche a cenar a un restaurante italiano situado en la zona norte.
Esa noche, en la suite del hotel Copley Plaza, Julia se desnudó dejando la ropa de cualquier manera en el suelo. Gabriel la miró de arriba abajo, fijándose en sus pechos, que estaban llenos como frutos maduros.
—Tu belleza siempre me deja sin aliento.
Ella se ruborizó.
—Tus cumplidos siempre logran sorprenderme.
—Tal vez no te los digo tan a menudo como debería. —Tras una pausa, añadió—: Ya no somos recién casados.
—No, ya no.
—Feliz aniversario, señora Emerson.
—Feliz aniversario, señor Emerson.
Del bolsillo de la chaqueta, Gabriel sacó una cajita azul con un diseño muy particular, atada con un lazo blanco satinado.
—Lo… lo siento, Gabriel —balbuceó ella—. Tengo una tarjeta, pero me he olvidado el regalo en casa. —Se frotó la frente—. Espero que el embarazo no me esté afectando ya a la memoria.
—¿El embarazo afecta a la memoria?
—La doctora Rubio dice que es normal que las embarazadas sufran problemas de memoria reciente. Que se debe a las hormonas.
—No necesito que me hagas ningún regalo, pero te agradezco que pensaras en mí.
—Es una estrella de David y una cadena de plata. Sé que la única joya que llevas es ésta —dijo, señalando el anillo de casado—, pero pensé que tal vez te gustaría.
—Por supuesto. La llevaré siempre. Gracias, Julianne, es un regalo precioso.
—Siento habérmelo olvidado. Yo tampoco necesito que me compres regalos, pero gracias. —Cogiendo la cajita que le ofrecía Gabriel, tiró de la cinta.
Al abrirla, encontró una larga cadena de platino de la que colgaba un diamante solitario. Julia alzó la vista, ladeando la cabeza.
—Hace juego con los pendientes de Grace —le aclaró él, situándose a su espalda y señalando el colgante.
—Es precioso. —Julia tocó la piedra mientras su marido le colocaba la cadena alrededor del cuello—. Gracias.
—Gracias a ti por soportarme —susurró él, dándole un beso en el punto donde el cuello se unía al hombro.
—No es ninguna tortura. Tenemos nuestros altibajos, como cualquier pareja.
Gabriel le cogió la mano.
—Pues tendremos que asegurarnos de que los altos sean más abundantes que los bajos.
***
Después de pasar un buen rato haciendo el amor, se acurrucaron muy juntos en la cama.
Julia se acarició el diamante que colgaba sobre sus generosos pechos.
—¿Estás asustado?
—Aterrorizado —respondió él, sonriendo.
—Entonces, ¿por qué sonríes?
—Porque parte de mí está creciendo en tu interior. Tengo la suerte de poder ver a mi preciosa esposa embarazada de mi hijo.
—Dentro de unos meses seremos una familia.
—Ya somos una familia. —Gabriel le acarició el pelo—. ¿Cómo te encuentras?
—Cansada. Casi me dormí en uno de los seminarios esta semana. Por las tardes me cuesta mucho mantenerme despierta sin cafeína.
Él la miró con preocupación.
—Tienes que descansar más. Tal vez podrías ir a casa a dormir la siesta antes de los seminarios de la tarde.
Julia bostezó.
—Me encantaría, pero no me da tiempo. Tendré que empezar a acostarme más temprano. Lo que significa que se nos va a juntar el sexo con la cena.
—Y vuelta a empezar —murmuró él.
—Ni se te ocurra. —Juguetona, Julia le dio un empujón.
Gabriel aprovechó para agarrarle la muñeca y tiró de ella hasta unir sus labios.
—Espero que sea una niña.
Ella lo miró sorprendida.
—¿Por qué?
—Quiero malcriarla, como a ti. Un angelito de ojos castaños.
—Por cierto, quería comentarte una cosa. Hasta que no sepamos el sexo del bebé, no quiero que usemos siempre el pronombre masculino. Ya sé que el masculino se usa en sentido general, pero no me siento cómoda.
—Me gusta cuando hablas de géneros y pronombres. Es sexy. —Gabriel la besó—. Pues la llamaré la niña o el bebé. ¿Te parece bien?
—¿Por qué estás tan seguro de que será una niña? Yo creo que será un niño.
—No, es una niña. Tendremos que buscarle un nombre adecuado.
—¿Como cuál? ¿Beatriz?
—No —respondió Gabriel suavemente—. Para mí sólo hay una Beatriz. Podríamos llamarla Grace.
Julia permaneció en silencio, pensativa.
—No quiero decidirlo todavía, aunque me parece una buena idea. Sin embargo, creo que será un niño. De momento, podemos llamarlo Ralph.
—¿Ralph? ¿Por qué Ralph?
—Es un buen apodo, sirve para todo. Habría elegido Cacahuete, pero ya lo usamos con Tommy.
Él se echó a reír.
—Tu mente es fascinante. Pero ahora a descansar, mami. Se hará de día en seguida.
Tras darle un beso en la frente, apagó la luz y se dispuso a dormir abrazado a su esposa.
***
Varias horas después, Gabriel se despertó al notar una mano que le acariciaba el pecho desnudo.
—¿Cariño? —preguntó adormilado.
—Siento haberte despertado.
Sintió que los labios de Julia le recorrían los pectorales y el cuello.
—¿No puedes dormir?
—No.
La mano de Julia le acarició los abdominales y siguió descendiendo. Cuando lo besó en los labios, él respondió con fogosidad. El sueño se desvanecía rápidamente con cada nueva caricia.
—Tienes algo que necesito.
—¿Estás segura? —Gabriel le agarró la muñeca, haciendo que dejara de acariciarlo.
Ella dudó.
—Julianne.
—Siento haberte despertado, pero necesito sexo. Ahora mismo.
—¿Ahora mismo?
—Ya. Por favor.
Él la soltó y echó el edredón a un lado.
—Haz conmigo lo que quieras.
Sin dudarlo un segundo, Julia se montó sobre sus caderas. Su marido levantó las manos y le sujetó los pechos mientras ella se inclinaba para besarlo.
—Invítame a entrar —murmuró Gabriel, alzando las caderas.
—¿De verdad necesitas invitación?
Él la miró a los ojos, que brillaban de excitación.
—Podría pasar el resto de mi vida dentro de ti y moriría feliz. Eres mi hogar.
Julia se quedó inmóvil al ver la vulnerabilidad que había aparecido en el rostro de su marido. Levantando las manos, se cubrió los pechos con ellas por encima de las manos de Gabriel.
—Vas a hacerme llorar y no necesito ayuda. Ya estoy bastante blanda.
—No, nada de lágrimas. —Le apretó los pechos con más fuerza.
—Entonces, entra —susurró ella, alineando sus caderas con las de él.
Gabriel la penetró muy lentamente.
—Estoy en casa —murmuró.
Julia dejó de luchar contra las lágrimas y las dejó caer libremente.
—Te quiero tanto…
Él respondió lamiéndole y succionándole los pechos, provocándola y excitándola. Poco después, ambos estaban sofocados, con la piel brillante de sudor.
—¿Te gusta? —preguntó Gabriel, apretando los dientes y sujetándola con fuerza por las caderas.
Ella tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Al ver que no respondía, él le acarició la mejilla.
—¿Julia?
Ella parpadeó.
—Sí. Me gusta —dijo jadeando—. Me gusta mucho.
Las grandes manos de Gabriel la empujaron a acelerar el ritmo.
—Más rápido.
Julia respondió elevándose sobre sus caderas y dejándose caer con fuerza una y otra vez, hasta que los dos se derrumbaron en brazos del otro.