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JULIO DE 2011

OXFORD, INGLATERRA

El profesor Gabriel O. Emerson miró despectivamente la modesta habitación de invitados en la escalera número 5 de los claustros del Magdalen College. Sus ojos se clavaron en el par de camas individuales situadas junto a la pared. Señalándolas, preguntó:

—¿Qué demonios es eso?

Julia siguió la dirección de su dedo acusador.

—Creo que son camas.

—Ya lo veo. Nos vamos.

Cogió las maletas y se acercó a la puerta, pero Julia lo detuvo.

—Es tarde, Gabriel, y estoy cansada.

—Exacto. ¿Dónde demonios pretenden que durmamos?

—¿Dónde suelen dormir los alumnos? ¿En el suelo?

Él la fulminó con la mirada.

—No pienso volver a dormir en una abominable cama individual en mi vida. Nos vamos al Randolph.

Julia se frotó los ojos con las dos manos.

—No tenemos reserva hasta dentro de dos noches. Además, me prometiste que dormiríamos aquí.

—Nigel me aseguró que dormiríamos en una de las habitaciones de los catedráticos, con cama de matrimonio y baño en la habitación. —Volvió a mirar a su alrededor—. ¿Dónde está la cama de matrimonio? ¿Dónde está el baño? ¡Tendremos que compartirlo con vete tú a saber quién!

—No me importa compartir el baño con otras personas durante dos días. Pasaremos casi todo el tiempo en la sala de conferencias.

Sin hacer caso de las airadas protestas de su marido, Julia se acercó a la ventana, que daba al bonito claustro. Dirigió una mirada melancólica a las extrañas estatuas situadas sobre los arcos de la derecha.

—Me dijiste que C. S. Lewis se había inspirado en esas estatuas para escribir El león, la bruja y el armario.

—Eso dicen —replicó Gabriel secamente.

Ella apoyó la frente en el vidrio emplomado.

—¿Crees que su fantasma aún corre por aquí?

—Dudo mucho que se dignara a hacerlo en una habitación como ésta —respondió él despectivamente—. Seguro que estará en el pub.

Julia cerró los ojos. Había sido un día muy largo. Habían salido del hotel de Londres esa mañana, habían ido a Oxford en tren y acababan de llegar a la habitación. Estaba muy cansada y quería quedarse allí.

Gabriel la observó desde el otro extremo de la estancia y se dio cuenta de su estado de ánimo.

—Los fantasmas no existen, Julianne. Ya lo sabes —le dijo con suavidad.

—¿Acaso no viste a Grace y a Maia?

—Eso fue distinto.

Ella echó un último vistazo a las estatuas antes de reunirse con él junto a la puerta, con expresión derrotada.

—¿Te molestaría mucho que nos fuéramos al hotel? —le planteó Gabriel, mirándola a los ojos—. Tendríamos más intimidad.

Julia apartó la mirada.

—La tendríamos, es cierto.

Él volvió a mirar las camas individuales.

—Es casi imposible practicar sexo en esas dichosas camas. No hay sitio para moverse.

Ella sonrió con picardía.

—No es así como yo lo recuerdo.

Una sonrisa lenta y provocativa se abrió camino en la cara de Gabriel. Se acercó a Julia hasta que sus labios se rozaron y le preguntó:

—¿Me estás desafiando, señora Emerson?

Ella lo observó unos instantes antes de sacudirse la fatiga del viaje y enrollar la mano en la corbata de seda de Gabriel para acabar de unir sus bocas.

Soltando las maletas, él la besó apasionadamente y se olvidó de su enfado. Sin decir nada más, cerró la puerta de una patada.