Gabriel seguía dentro de ella. Tenían los cuerpos unidos. Julia le acariciaba la espalda perezosamente mientras él aguantaba el peso en los brazos para no aplastarla.
—Eres mi familia —dijo Gabriel, acariciándole la curva de la mejilla con el pulgar.
Julia lo miró a los ojos.
Él siguió hablando en roncos susurros.
—Tanto buscar, tanta ansiedad, cuando todo lo que necesitaba estaba a mi lado.
—Querido. —Le apoyó la mano en la mejilla.
—Siento haberme dejado atrapar por mis paranoias y haberte cerrado las puertas.
—Cariño, tenías que averiguar más cosas sobre tu familia. Forma parte del proceso de curación.
—Sólo te necesitaba a ti.
Ella lo desarmó con una sonrisa radiante y lo miró como si le hubiera regalado el mundo en una bandeja de plata.
—Yo también te necesito, Gabriel. He estado muy triste mientras estabas fuera. Aunque Rebecca se ha quedado a dormir, la casa estaba vacía. Y dormir sola es una mierda.
Gabriel se echó a reír y el cuerpo de Julia respondió a sus movimientos.
—Recuérdame esta conversación la próxima vez que quiera irme de viaje solo.
—Un hombre siempre debe cumplir con su deber. Pero debe llevarse a su esposa con él. —Julia se apartó con delicadeza el pelo de la frente.
—Nunca discuto con una mujer desnuda.
La expresión de ella se ensombreció.
Gabriel le acarició la mejilla, entornando los ojos.
—¿Estás triste? ¿Es culpa mía?
—No, me he acordado de algo que Grace solía decir.
—¿Qué era?
—Que el matrimonio es un misterio. Que dos personas se van entretejiendo hasta convertirse en una sola. Cuando estamos separados, siento como si me faltara un trozo. —Se movió bajo el cuerpo de él—. Me alegro de que tú también lo sientas.
—Ya lo sentía antes de casarnos, pero es verdad que ahora es distinto. El dolor es más intenso.
—Antes no entendía por qué decían que el matrimonio es algo que está por encima del amor. Pero aunque no logro explicarlo, es verdad.
—Yo tampoco puedo explicarlo. Tal vez por eso Grace lo llamaba un misterio. —Bajó la mirada hacia sus cuerpos unidos—. Supongo que debería soltarte un rato.
—Me gusta que estemos así. Son arrumacos poscoitales mientras sigues dentro de mí.
—Sí, supongo que ésa sería la descripción técnica. Si esperamos un poco más, podremos volver a empezar.
Julia apretó los músculos a su alrededor y su miembro saltó como respuesta.
—Si no recuerdo mal, Profesor, tu tiempo de recuperación es mínimo.
—Gracias a Dios —murmuró Gabriel, empezando a moverse en su interior.
***
Debe señalarse que, en general, los Emerson dormían mejor juntos que separados. Esa noche no fue la excepción.
(Cuando dejaron de hacer el amor el tiempo suficiente para poder dormir un rato, claro).
A la mañana siguiente, Gabriel se despertó y vio que Julianne seguía dormida, con la cabeza sobre el torso de él. La observó sin moverse, resistiéndose a la tentación de levantarle la barbilla para poder besarla.
En vez de eso, recorrió con los dedos la piel de sus hombros y su espalda.
Se había quitado un gran peso de encima. No había conseguido todas las respuestas que quería, pero a cambio había recibido algo mejor: su hermana y su abuelo. El profesor Spiegel era noble y erudito; famoso por su perspicacia y su caridad. Era alguien a quien deseaba conocer más en profundidad. Y un antepasado cuya sangre se sentiría orgulloso de pasarle a sus hijos.
La idea era reconfortante.
Kelly había plantado una semilla de duda en su mente. Tal vez su padre no había sido el monstruo que él recordaba. Los recuerdos de Gabriel estaban tan mezclados con sueños que le costaba mucho distinguirlos. Sin embargo, había cosas que no dejaban lugar a dudas.
«¿Qué clase de hombre abandona a la madre de su hijo y reniega de éste?»
Se le hizo un nudo en la garganta cuando su mente le devolvió como respuesta una imagen de él mismo.
—¿Viste a tu abuela? —le preguntó Julia medio dormida.
—De lejos. Salió de su casa y se metió en un coche. La acompañaba un hombre, supongo que algún tío mío. Bueno, deduje que era mi abuela. Era su dirección.
—¿No les dijiste nada?
—No. —Gabriel le acarició la espalda hasta llegar a los hoyuelos que tenía encima del trasero. Era una de las partes favoritas de su cuerpo.
(Se planteó plantar una bandera allí en un acto de colonialismo corporal).
—¿Por qué no? —Julia no lo entendía.
—No son mi familia. Mientras estaba allí, me di cuenta de que para ellos era un extraño. No hubo ningún tipo de conexión. Nada. —Suspiró—. Al menos, cuando conocí a mi hermana, reconocí sus ojos.
Ella lo miró sin comprender.
—Tenemos los mismos ojos, los ojos de mi padre.
—¿No querías hablar con tu abuela para conocer los antecedentes médicos familiares?
—Carson tuvo acceso al informe de la autopsia de mi madre. También logró su historial médico usando métodos de dudosa legalidad.
—¿Y?
—En su familia había antecedentes de ataques al corazón y tensión arterial alta, pero nada especialmente preocupante.
Julia se relajó ostensiblemente.
—Eso son buenas noticias, ¿no?
—Sí —respondió él con sorprendente indiferencia.
—Y por el lado de tu padre, ¿qué encontraste?
—Kelly me contó que había antecedentes de enfermedades coronarias.
—Entonces, ¿ya no quieres hablar con tu abuela ni con ningún otro pariente?
—Tengo el diario de mi madre y las anécdotas de Kelly. Es suficiente.
—¿Kelly conoció a tu madre? —Julia se sentó en la cama.
—Sí, la vio a menudo cuando trabajaba para mi padre. Y recuerda que sus padres discutieron varias veces, presumiblemente por mi madre y por mí.
»Me gustaría presentarte a Kelly. Su esposo y ella me han invitado a cenar esta noche. Y el viernes hemos de ir a visitar a la tía Sarah, en Queens.
—Me encantaría conocer a tu hermana, pero tendrás que llevarme de compras. Rebecca hizo la maleta, así que llevo un maletín lleno de lencería y un solo vestido.
Gabriel la miró con los ojos brillantes.
—Está claro que no te conoce demasiado.
—¿Por qué dices eso?
Él se inclinó hacia adelante, acariciándole la oreja con los labios.
—Porque duermes desnuda —susurró.
Julia se estremeció y empezó a juguetear con el escaso vello que cubría el pecho de él.
—¿Has acabado de leer el diario de tu madre?
—Sí.
—¿Y?
—Lo que cabía esperar. Con el tiempo se fue dando cuenta de que nunca podría tener una vida con mi padre. Se fue desanimando cada vez más hasta que al final dejó de escribir.
Julia le apoyó la mano en el tatuaje, presionándoselo ligeramente.
—¿Te alegras de haber venido a Nueva York?
—Sí, por Kelly. Ah, y tengo buenas noticias. El profesor Benjamin Spiegel de Columbia era mi abuelo.
—¿Benjamin Spiegel? —murmuró Julia—. No reconozco el nombre. ¿Era especialista en Dante?
—No, se especializó en Romanticismo. Leí algún trabajo suyo en la facultad.
—Katherine Picton desprecia a los autores del Romanticismo. Una vez me acusó de dar una versión romántica de Dante.
Gabriel se echó a reír.
—No todo el mundo aprecia el Romanticismo, pero el profesor Spiegel sí. Sus libros fueron referentes durante décadas. Publicó sobre todo en alemán, pero también tiene algún artículo en inglés.
—¿Y era tu abuelo?
—Sí —respondió él con orgullo—. Kelly me contó que en Columbia era muy respetado y querido por sus obras de caridad y su importante papel al frente de la comunidad judía.
Julia alzó mucho las cejas.
—¿Y por qué no sabías nada de él?
—Mi padre y él no se entendían, por lo que se cambió de nombre, le dio la espalda al judaísmo y no volvió a hablar con su familia. Pero Kelly estaba al corriente, por supuesto. Ha mantenido contacto con nuestros primos.
—¿Conoció a vuestro abuelo?
—Desgraciadamente, murió antes de que ella naciera.
—Supongo que ya sabemos de dónde procede tu afición por la literatura. Y tu interés por el sexo kosher.
Él se echó a reír.
—Mi interés por el sexo kosher viene de otras cosas, pero tal vez haya alguna relación. —En un tono más serio, añadió—: Enterarme de la identidad de mi abuelo ha sido lo mejor del viaje.
La expresión de Julia se ensombreció también.
—¿Y tus hermanas?
—Audrey no quiere saber nada de mí. Y Kelly es maravillosa, pero su visión de mi padre y la mía son tan diferentes que es como si habláramos de dos personas distintas. —Gabriel hizo una mueca—. Ya no sé qué creer. ¿Era mi padre el hombre maravilloso que ella recuerda o el monstruo que pegó a mi madre?
—Tal vez fuera las dos cosas.
—Imposible.
—Aunque en una ocasión pegara a tu madre, es posible que la relación con su esposa e hijas fuera muy distinta.
—Eso no me sirve de consuelo.
—Lo siento.
Gabriel enterró la cara en su pelo.
—¿Por qué no nos quería?
A Julia se le encogió el estómago.
—Creo que os quería, pero también quería a su otra familia. Ése era el problema. Quería tenerlo todo y no pudo. Fue un fracaso suyo, no tuyo —dijo con énfasis, antes de besarlo—. Cuéntame más cosas de tu hermana. Hay muchas novedades que todavía no me has contado.
—Te lo contaré todo, pero ¿podemos dejarlo para luego? Hay algo kosher que me gustaría hacer antes.
Gabriel rodó hasta quedar tumbado de espaldas, tirando de ella para que se pusiera encima.
***
Después de tomarse el desayuno que les subieron a la habitación, Julianne volvió a la cama, tapándose con la sábana.
—Quedémonos aquí todo el día haciendo el amor.
Gabriel se sentó a sus pies con los ojos brillantes.
—Ésa es mi Julianne. Pero ¿no tienes que acabar un trabajo?
—Preferiría acabar contigo —respondió, invitándolo a acercarse con un dedo.
Gabriel estaba a punto de arrancarle la sábana, cuando el iPhone empezó a sonar.
Le echó un vistazo y miró a Julia.
—¿Quién es?
—Tu tío Jack —respondió él de mala gana.
—¿Por qué te llama a ti? —Ella se levantó sin soltar la sábana—. ¿Le habrá pasado algo malo a mi padre? ¿O al bebé?
—Espero que no. —Gabriel desenchufó el cargador y se llevó el teléfono a la oreja.
—¿Hola?
—Emerson, estoy en una oficina de FedEx en Washington D. C. —Jack, como siempre, directo al grano.
—¿Y?
—Tengo un lápiz de memoria que contiene vídeos y fotos, algunas de ellas de mi sobrina. Y no son precisamente para todos los públicos.
Gabriel se sentó en el borde de la cama.
—Me dijiste que lo habías recuperado todo —refunfuñó.
—Eso creía. La chica debía de tener copias escondidas en algún sitio. Quería enviárselas a Andrew Sampson de The Washington Post.
—Pues ocúpate de que no lleguen. Es problema tuyo.
—Lo sé. Sólo llamaba para discutir la jugada.
Gabriel miró a Julia.
—¿Qué pasa? —preguntó ella en voz baja.
Él levantó un dedo, indicándole que esperara.
—¿Qué sugieres?
—La chica está enfadada con su novio porque la ha dejado para casarse con otra. Quiere ponerlos en un compromiso, a él y a su padre. Yo digo que la ayudemos. Copiaré en un nuevo lápiz de memoria todo el material donde salgan ella y su novio y lo enviaré.
—¿No es arriesgado?
—Los perjudica a ellos y mi sobrina queda al margen.
Gabriel volvió a mirar a Julianne. Tenía las cejas muy juntas y se le estaba empezando a formar una arruga entre ellas.
—Tu sobrina está aquí. Deja que lo hable con ella y te vuelvo a llamar.
—No tengo mucho tiempo.
—No voy a tomar esta decisión en su lugar. —Gabriel colgó y tiró el teléfono sobre la cama.
Se frotó la cara con las manos.
Julia se acercó a él.
—¿Qué pasa? ¿Por qué te llama mi tío?
—Al parecer, Natalie tenía un lápiz de memoria guardado en algún lado, con fotos y vídeos. Ha tratado de enviarlo a The Washington Post por FedEx.
—¿Qué? —gritó Julia—. Saldrá en Internet. Saldrá en los periódicos. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!
Enterró la cara entre las manos y empezó a balancearse adelante y atrás.
Él le sujetó un hombro para tranquilizarla.
—No tan de prisa. Jack ha interceptado el envío. Quiere saber qué debe hacer con el dispositivo.
Julia dejó caer los brazos.
—Que lo destruya. Y que busque todas las copias y las destruya también.
—¿Estás segura? Puede borrar las fotos en las que sales tú y enviar el resto. Se lo han ganado.
Julia se tapó con la sábana hasta la barbilla.
—No me interesa la venganza.
Los ojos de Gabriel brillaron de furia.
—¿Por qué demonios no?
—Porque lo he superado. Ya casi nunca pienso en ellos y quiero seguir así. No quiero ver cómo sus vidas se desmoronan sabiendo que es culpa mía.
—No sería culpa tuya. Ellos serían los únicos responsables.
—Yo soy responsable de mis actos —replicó ella con decisión—. No entiendo por qué Natalie hace esto ahora.
—Simon va a casarse con otra.
Julia abrió mucho los ojos.
—¿Qué?
—Supongo que Natalie piensa que su prometida lo dejará cuando vea las fotos.
Se había quedado muy sorprendida.
—Por fin la ha dejado. Empezaba a pensar que seguiría con ella a escondidas, pero supongo que su padre le ha dado un ultimátum.
—No me sorprendería. El año que viene hay elecciones.
—Y ahora tendrán una boda. —Julia negó con la cabeza—. Nada como un escaparate matrimonial para que la campaña tome un aire más amable. Ojalá Natalie se olvidara de mí de una vez por todas.
—De momento estás metida en esto. —Gabriel apretó los labios—. Me imagino que Jack querrá volver a registrar el piso de Natalie. ¿Qué quieres que haga con el lápiz de memoria? —repitió.
—Dile que lo destruya todo.
Él resopló frustrado, pasándose las manos por el pelo.
—No se merecen tu misericordia.
—Su prometida se la merece, sea quien sea. No quiero humillarla.
—Si está con él es que es tonta.
Julia hizo una mueca de dolor.
—Yo también fui tonta una vez —dijo en voz tan baja que a Gabriel le costó oírla.
—No eras tonta; te manipuló. Vamos, ¿de verdad no quieres que sufran un poco?
—No, así no.
Él se puso de pie, con los brazos en jarras.
—Pues yo sí. Piensa en lo que él te hizo. Y en lo que te hizo ella. Te hicieron sufrir durante años. Casi te destrozaron.
—Pero no lo hicieron —repuso ella con un hilo de voz.
Gabriel se dirigió a la ventana y descorrió la cortina. Se quedó contemplando Central Park.
—Le rompí la mandíbula y ni siquiera eso me hizo sentir satisfecho. —Contempló las desnudas ramas de los árboles cubiertas de nieve—. Quería matarlo.
—Actuaste en defensa propia. Si no hubieras venido a rescatarme… —Julia se estremeció al recordar el día en que estuvo a punto de ser violada—. Pero lo que tú me propones no sería defensa propia.
Él la miró por encima del hombro.
—No, sería justicia.
—Ya hablamos una vez sobre cómo la misericordia debía atemperar la justicia. Hablamos del arrepentimiento y el perdón.
—Esto es distinto.
—Tienes razón. Es distinto, porque aunque podría exigir justicia, declino hacerlo. Citando una de mis novelas favoritas: «A Dios respetuosamente devuelvo el billete».
Gabriel resopló.
—Estás utilizando Dostoievski para tus fines franciscanos.
Su indignación la hizo sonreír.
—Sé que estás enfadado conmigo por no querer castigarlo, pero, cariño, piensa en la madre de Simon. Siempre ha sido amable conmigo. Esto la mataría.
Gabriel mantuvo la mirada clavada en los árboles.
—Tú misma amenazaste con llevar las fotos a la prensa.
—Francamente, no tenía intención de permitir que se publicaran. Además, era mi última opción. Sólo lo habría hecho si Natalie no me hubiera dejado alternativa.
Él apretó el puño y lo apoyó en el cristal, resistiéndose a la tentación de darle un puñetazo.
No era justo.
No era justo que una criatura tan dulce como Julianne hubiera sido desatendida, tanto por su madre como por su padre, dejándola a merced de un novio cruel y manipulador.
No era justo que Suzanne Emerson tuviera que conformarse con las migajas que su amante le arrojaba, mientras inundaba de amor a su familia.
No era justo que Grace y Maia estuvieran muertas mientras otras personas seguían con vida.
No era justo que Tom y Diane esperaran un bebé con el corazón dañado.
No. El universo no era justo. Y por si eso no fuera lo bastante lamentable, cuando se presentaba una oportunidad de hacer justicia, los franciscanos como Julianne ponían la otra mejilla y hablaban de misericordia.
«¡Joder!»
Cerró los ojos.
Ella había puesto la otra mejilla cuando él la había lastimado.
Igual que Grace.
Igual que Maia.
Con un hondo suspiro, pensó en Asís y en lo que había experimentado en su visita a la cripta. Dios había ido a visitarlo, pero no con justicia. Con misericordia.
—Llama a tu tío.
—Gabriel, yo…
Él abrió los ojos y aflojó el puño, pero no se volvió.
—Llámalo y dile lo que quieres que haga.
Julia se levantó y, enrollándose la sábana alrededor, se acercó a él. Lo abrazó, pegando el pecho a su espalda.
—Sé que quieres protegerme. Quieres hacer justicia y por eso te quiero.
—Ojalá lo hubiera matado cuando tuve ocasión.
—Lo hiciste —susurró ella, con la mejilla pegada a su hombro.
Los músculos de Gabriel se tensaron.
—¿Qué quieres decir?
—Me amas, eres amable conmigo y me tratas con respeto. Cuanto más tiempo paso contigo, los recuerdos de Simon se difuminan hasta parecer una pesadilla remota. Así que, en cierto modo, lo mataste. Asesinaste su recuerdo. Gracias, Gabriel.
Éste cerró los ojos mientras una oleada de amor y de algo más que no supo describir se apoderaba de él.
Tras darle un beso en cada hombro, Julia fue a llamar a su tío.