Pasaba de la medianoche cuando Gabriel entró por fin en la habitación del hotel. Estaba agotado y harto de todo. Tenía el pelo alborotado y la corbata torcida.
Sin molestarse en encender la luz, tiró el abrigo sobre una silla y se desprendió de las botas.
(Debe mencionarse que las botas eran lo más, aunque las llevara puestas con un traje).
Mientras se estaba quitando la corbata, se encendió la lamparita de una de las mesillas de noche.
—¡Qué demoni…!
—¿Cariño? —lo interrumpió una voz femenina.
Gabriel se empapó de la visión de Julianne desnuda en la cama, con el pelo revuelto. Tenía los ojos soñolientos, los labios rojos entreabiertos y la voz deliciosamente ronca.
Parecía una gatita sexy.
—¡Sorpresa! —dijo, saludándolo con la mano.
Con una exclamación ahogada, Gabriel corrió hacia ella. Se le acercó a cuatro patas por encima de la cama y le sujetó la cara para poder besarla. Fue un beso largo y apasionado, en el que sus lenguas se entrelazaron y acariciaron hasta que ambos estuvieron sin aliento.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, apartándole el pelo de la cara cariñosamente.
—Te he traído el cargador del iPhone. —Le señaló el objeto olvidado que le había dejado sobre la mesilla de noche.
Los largos dedos de él le acariciaron la nuca.
—¿Has volado hasta Nueva York para traerme el cargador?
—No sólo eso. También te he traído el accesorio que se enchufa a la pared. Por si quieres cargarlo con el enchufe.
Gabriel le besó la punta de la nariz.
—Lo he echado mucho de menos. Gracias.
—¿Has echado de menos el cargador?
—No sabes cuánto. Me sentía muy solo sin él. —Le dirigió una sonrisa irónica.
—Estaba preocupada por ti. No había manera de coincidir al teléfono.
La expresión de Gabriel cambió. Se notaba que estaba agotado.
—Necesitamos un sistema de comunicación más eficiente.
—¿Señales de humo?
—A estas alturas, aceptaría hasta palomas mensajeras.
Julia le señaló las fresas y las trufas que había sobre la mesa. Las que quedaban, porque ya se había comido algunas.
—Las he pedido al servicio de habitaciones, pero me temo que he empezado sin ti. No pensaba que fueras a volver tan tarde.
Gabriel se sentó con la espalda apoyada en el cabecero. Tiró de ella hasta que quedó sentada en su regazo y la tapó con las mantas para que no cogiera frío.
—Si hubiera sabido que me estabas esperando, habría vuelto hace horas. He ido a Staten Island y luego a Brooklyn, a ver nuestro antiguo piso.
—¿Qué impresión te ha dado?
—Todo es más pequeño de como lo recordaba: el barrio, el edificio… —Juntó la cabeza con la de ella—. Me alegro de que estés aquí. Me arrepentí de haber venido solo en cuanto salí de casa.
Julia aspiró hondo, empapándose de su aroma. Olía a Aramis, a café y a algo que podría ser jabón. Pero no olía a tabaco.
—Eres una auténtica agente secreto, Julianne. No tenía ni idea de que ibas a venir.
—Te he dejado recado en recepción. Cuando he llegado, el conserje ha hecho que uno de los botones me acompañara hasta aquí. —Miró a su alrededor—. Es una habitación preciosa.
Él hizo una mueca.
—Si hubiera sabido que venías habría reservado una suite.
—Esta habitación es mucho más bonita de lo que me imaginaba. Y tiene una vista espectacular de Central Park.
Gabriel la acercó más a él.
—Bueno, y ahora que te tengo aquí, ¿qué voy a hacer contigo?
—Vas a besarme. Luego te quitarás el traje y me demostrarás lo mucho que has echado de menos el cargador.
—Y el accesorio para la pared. —Gabriel le guiñó un ojo.
—Y el accesorio.
—Espero que hayas echado un sueñecito en el avión —añadió él y sonrió antes de devorarle la boca.